Una Sana Cerveza

  • May 2020
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  • Words: 1,000
  • Pages: 5
UNA SANA CERVEZA P.J. RUIZ 2009

-

Disculpe. Una pregunta, si es tan amable. – dijo el hombre impecablemente trajeado al barman que acababa de servirle una deliciosa cerveza en una jarra helada.

-

Pues dígame, señor. – respondió mientras pasaba la bayeta por el mostrador de madera. El bar era agradable, muy acogedor, con mobiliario robusto y muchas diversiones repartidas por el local: billar, dardos… esas cosas. No había nadie más que ellos y la chica al lado del barman. El cliente señaló a unos pósters al frente.

-

Esas fotos de la pared…. – la chica que fregaba los vasos al otro lado del mostrador, le miró nada más percatarse de que señalaba hacia aquella parte tan especial del recinto. – No puedo evitar sentir la curiosidad de saber quienes son.

-

Esos…. ¡son héroes, señor! ¡Nuestros héroes! – lo dijo con orgullo, pero aquello no impresionó al hombre trajeado, que los miraba con detenimiento mientras sus dos interlocutores descartaban la posibilidad de que fuese poli. Ninguno tiene estilo.

-

Ajá, entiendo… quizás son ¿futbolistas? ¿del atletic? – el barman digirió aquello bien. No había detectado la ironía de la respuesta, pero evidentemente se hacía necesaria una aclaración. Se acercó más a su cliente y le habló con voz grave.

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¿acaso ve usted aquí balones o banderolas? ¿Cree que el fútbol es nuestra pasión? No… son héroes del pueblo vasco. Los que nos darán la independencia muy pronto.

-

¡Y mártires! – soltó la chica que fregaba sin poder evitar meterse en la conversación con un fogoso aldabonazo.

-

¿Mártires? No entiendo. No sabía nada de eso…

-

¿Me toma el pelo? – respondió con mirada de tigresa. Tenía mucho mas temperamento y menos diplomacia que su compañero, sin duda. – Han buscado nuestra libertad con valentía y a cambio se les ha negado la suya y torturado hasta el límite - El hombre trajeado le respondió con la calma de quien sólo desea tomar una cerveza sin sobresaltos.

-

No es mi intención tomar el pelo a nadie, señorita. Es que estoy perdido, la verdad… pero si mi pregunta molesta la retiro, desde luego. – la tigresa pareció descolocarse un poco.

-

No, tranquilo, no molesta. – cortó el camarero mirando a la chica, que se contuvo de seguir - Está bien que se sepa la verdad. Esos hombres han hecho cosas magníficas por nuestras libertades enfrentándose al estado fascista que nos ocupa. – No podía evitar que sonase tremendamente programado, pero parecía creer que funcionaba y lo utilizaba sin dudar.

-

Supongo que ese estado es España. – dijo el hombre enchaquetado con calma infinita, pisando con delicadeza.

-

Exacto. ¿Algún problema en eso? – ahora si le miraba directamente a los ojos. Había llegado el momento de la provocación, de meter el dedo en la llaga y ver como reaccionaba aquel hombre de traje impecable. No se alteró demasiado. Muy al contrario sonrió y siguió con el tema con un tono de voz distendido, sin dar más importancia al fondo.

-

Bueno… ésta es su casa. Si tuviese algún problema me iría y nada más. Pero dígame… ¿Qué heroicidad hizo por ejemplo… ese de ahí? – señaló a un hombre de unos 40 años, con barba y pelo más largo de lo habitual. Sonreía ampliamente, y su mirada parecía inocente y sana.

-

Ese se llama Iñaki Eloa. Su familia vive cerca de aquí, y es buen amigo de la casa. Está en la cárcel por destruir un objetivo en Baracaldo hace tres años. – El cliente se puso la mano en la barbilla y arrugó la mirada. Pensaba, recordaba… hilaba.

-

Ah… creo que recuerdo. Hace tres años… ¿no fue aquel cuartel de la guardia civil? ¿Ese en el que murieron una docena de personas, incluidos niños? – lo dijo sin la menor emoción, sin crítica, y el barman no se alteró. Sólo se trataba de un cliente curioso que se llevaría una buena anécdota que contar a sus amistades sobre los gloriosos liberadores vascos. Siguió el juego.

-

La guerra no hace distinciones, señor. Sí, es el mismo.

-

¡Vaya! … ¡La guerra! Me impresiona, si. Doy por zanjada mi curiosidad y les agradezco la confianza. Sin duda ya se más de todo esto.

-

Pues cuéntelo por ahí, amigo. Que se sepa que mientras haya uno vivo nada nos podrá frenar. – esperaba reacción en el hombre trajeado, pero no hubo la menor respuesta. Sin duda era un tipo muy raro.

-

Bueno, déme la cuenta, por favor. Se me hace tarde, y el avión no espera.

-

Son cuatro treinta. - ¿A dónde va?

-

Pues… según lo miran ustedes… a la cuna del imperialismo.

-

Madrid.

-

Sí, pero no me lo tome en cuenta antes de salir, no sea que… me engorde la cuenta.

-

Tranquilo. Vuelva cuando quiera. Aquí somos gente pacífica. – El hombre trajeado miró al barman con una sonrisa extraña. Sí que era un tipo raro, si.

-

Aquí tiene. Y muchas gracias por todo.

Al salir el hombre se montó en un taxi. Sacó una foto del bolsillo después de decir al taxista su destino, y se fue en paz. La imagen era la de un joven guardia civil sonriente el día de su graduación.

-

¡Iñaki! ¡Ese tío se ha dejado aquí su bolsa de viaje!

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¡Ah! ¿Si? Pues que se joda. No me ha caído el modo en que me miraba.

La chica salió del mostrador y fue a la mesa que estaba junto al taburete que había ocupado el cliente. Cogió la bolsa en el mismo instante en que el dispositivo se armaba en su interior. Sintió el “clack” en la mano, una vibración notable, pero no le dio tiempo a decir ni pío. Había estado demasiadas veces en la montaña entrenando con las nuevas hornadas como para no saber lo que aquello significaba.

La taberna estalló sin dejar nada entero. Ni siquiera las fotos de tantos héroes gloriosos.

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