Una Familia Argentino Portuguesa

  • August 2019
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Una familia argentino portuguesa Una historia de María Teresa Dìas Goncalves de Caminoa “A mis hermanos, hijas y sobrinos, para que nuestras raíces no se pierdan en el tiempo” Primero Parte RAICES MEDITANDO ... La vida a veces da, otras ... quita y otras ... devuelve ... y nuestra hermana Beatriz, argentina comodorense, ha ido a ocupar en Portugal, el lugar vacío que un día dejó Papá. UNA VISITA DE MI HERMANA Año 2003. Estamos todos en el aeropuerto despidiendo a Beatriz y José, que nos han venido a visitar una vez más. Cuando el avión levanta vuelo comienzo a ver una triste, enorme e ignota distancia; que se,~:)randa y se agranda y que nuevamente nos separará. Me invade una sensación de vacío e impotencia. Entonces, como siempre, espontáneamente, viene a mí tu recuerdo Abuela Teresa. LA ABUELA TERESA DE PORTUGAL

¡Cómo te comprendo! iCómo no iba a flaquear tu corazón dolorido! ¡Cómo habrás quedado tú! La vida te dio nueve hijos, con los que alegraste tu hogar, allí en Algarve, joven y llena de ilusiones. Pero la influenza te quitó seis. Te quedaste apretando contra tu pecho a Palmira; José y Juan ... era todo lo que te quedaba. Pero Juan partió después para Canadá y José, un inesperado día, se vino para América del Sur. UN MATRIMONIO ARGENTINO-PORTUGUES Argentina, década del '30. Valle del río Chubut. Chacras de Villa Inés. Zulema, una joven esposa, argentina y patagónica, revuelve entre cajas con correspondencia íntima de su novel esposo portugués. De pronto, encuentra una carta reciente, está escrita desde Portugal y firmada por ¡una mujer! El corazón le late con fuerza, mientras deletrea con dificultad: es de Palmira ... pero su apellido ... ¡Es la hermana de José! y consternada consigue leer: "Querido hermano, entrego esta carta a este hombre que viaja para América y Dios quiera que te encuentre, nada sabemos de ti desde que te fuiste ... Conociendo a Mamá, es fácil imaginarse lo que ella narraba siempre. No le faltaban ímpetus, ni sentimientos para hacerse cargo; y me parece que la veo casi corriendo, rumbo al correo del pueblo, a poner ¡urgente! una respuesta: "Soy tu cuñada Zulema, estoy casada con José y vivimos en ... Así se cimentó una gran familia argentino-portuguesa. Ligada y mantenida por la correspondencia entre estas dos mujeres que empezaron a quererse y a transmitir sentimientos y noticias.

En el valle, el "portugués rubio" y su esposa, gozaban con el trabajo de la tierra y la llegada de sus primeros hijos; pero también supieron de los padecimientos de las inundaciones y de los problemas de salud de las niñas, lo que los llevaría, finalmente a trasladarse a Comodoro Rivadavia. EN COMODORO RIV ADAVIA De estos años en el Comodoro de la década del '40, es que comienzo a tener recuerdos claros y me veo viviendo en el seno de una familia con una identidad muy definida, conformada por la amalgama entre las criollas costumbres de la familia de Mamá y las portuguesas aportadas por Papá. Lo notable, es cómo son absorbidas y se arraigan en nosotros: A Papá le encantaban las empanadas, el mate, los pastelitos y se divertía con los tíos y abuelo jugando al truco con relaciones. Mamá conocía todas las costumbres portuguesas, las había hecho suyas, nos las transmitía. Creo que estaba enamorada, no sólo de Papá, sino también de su pasado desconocido y legendario. Recuerdo cuando llegaba el cartero: ¡Carta de Portugal! ¡Carta de Portugal Corríamos con mis hermanas, gritando en una algarabía de risas alegres que repicaban en mis oídos como campanitas. NUESTRA GRAN FAMILIA EN COMODORO La familia de Mamá era grande: el abuelo y la abuela, y once hermanos. Casi todos con sus respectivas parejas y sus hijos y además, otros parientes. Con ellos estábamos siempre juntos. Abuelos y tíos nos querían, nos protegían, nos mimaban ... y con nuestros primos compartíamos felices horas de juegos, que nunca olvidaremos.

Los familiares de Papá en Comodoro, en cambio, se podían contar con los dedos de la mano. Casi todos eran primos con distintos grados de parentesco. A medida que fueron llegando se radicaron, todos, en la zona norte (en distintos campamentos petroleros). Como nosotros no teníamos vehículo y Papá era poco adepto a realizar visitas, no nos veíamos tan seguido. Pero guardo en mi recuerdo hermosos encuentros que para nosotros significaban todo un acontecimiento; porque además de encontramos con nuestros tíos, conocíamos lugares alejados. Hoy, los familiares que vamos quedando, nos vemos aún más esporádicamente; con unos menos, con otros más, pero siempre se conserva encendida la llama ligante de nuestras raíces comunes. EL TÍO DAS NEVES Trabajaba junto con Papá en YPF. Venía asiduamente a casa, es más, todos los domingos estaba con nosotros. Era tío, no sé con qué grado de parentesco, de Papá. Grandote, robusto, se acaloraba por cualquier cosa, tenía mal carácter y levantaba la voz hablando en una mezcla de idiomas que poco o nada entendíamos; para colmo apuntaba con el dedo ... que le faltaba hasta la mitad. Contaban, que allá en Portugal, él mismo se lo había cortado de un hachazo porque no quería ir a la guerra. Era todo un personaje. Cuando volvió a Portugal, dejó a nuestro cuidado un gran baúl, pesadísimo ... "Hasta que se lo pudiera llevar alguien ... él ya vería. '~ El pesado baúl nos intrigaba.

Estaba herméticamente cerrado y sellado. Estuvo muchos años en casa y cuando por fin Papá se cansó de cuidarlo y lo abrió, estaba lleno de las cosas más inverosímiles que una persona pueda pretender llevar tan lejos. Vaya como ejemplo: paquetitos de clavos y tornillos. AQUELLOS GRINGOS Se llamaban mutuamente "pariente" o más bien "parenti'. Conformaban un sólido tejido social alrededor de nuestra familia. Eran como pertenecientes a otro nivel de parentesco, más lejano. Quizá estaban todos unidos por su condición de inmigrantes, porque habían dejado sus familias y su tierra. Esto los hermanaba. La mayoría de los que venían a casa eran portugueses, pero habían algunos de otras nacionalidades. Visitantes asiduos, conversadores; bebedores de grapa, portadores de noticias y muy solidarios. Cuando la fatalidad llegó a nuestro hogar y perdimos a nuestra hermana mayor, y también Papá enfermó, no nos abandonaron. Venían a vemos, nos traían golosinas, conversaban con Mamá, indagando sobre sus problemas y luego cuando se iban, con mucho tacto y humildad, dejaban en manos de alguna de nosotros, un rollito de billetes ... dlsimuladamente, diciendo: ¡Para caramelos! AGRICULTORES Y FORESTADORES Quizá porque eran descendientes de pueblos agricultores y traían en sus pupilas, aún las plantaciones de olivos o algarrobas. Llegaron a la Patagonia y sin inmutarse por el suelo y el clima, comenzaron a cultivar la tierra.

No preguntaron si era buena o mala. Si esto era un desierto o si no había agua. Si la tierra era apta o no, simplemente, la hicieron apta. Lo que no hacía la naturaleza hostil, lo hicieron ellos con su trabajo fecundo y constante, con matices de un trabajo científico y concienzudo, par lograr la adaptación de una gran cantidad de especies. En lugar y tiempo, en el que no habían comercios u organizaciones dedicadas a la agricultura, con pocos medios de comunicación y transporte, con grandes distancias que se interponían.' t.;9unos con dedicación exclusiva, perdidos entre los fríos cañadones. Otros, muchos, que trabajaban en las duras tareas de la extracción de petróleo, dedicaban al trabajo de la tierra, sus horas de descanso. Y así, iban surgiendo, quintas y chacras en los alrededores de la ciudad que, como aún en la actualidad, lo siguen haciendo; Proveían la verdura fresca que se consumía en la ciudad. Parques verdes achapanrados entre cerros. Arboledas rodeando las baterías petroleras y bosquecillos, aquí y allá, por los campamentos. Y huertas familiares; patios, que eran seguramente pequeñas réplicas de lo dejado en su tierra natal, con parrales, frutales y jardines. Y aquí nuevamente surge todo un sistema socialsolidario, donde aparece una relación de dependencia mutua, para ayudarse e intercambiarse podas, esquejes, semillas y todo lo que conseguían obtener cuando alguno viajaba. ¡¿Cuántos árboles de los que hoy forman nuestra verde fronda provendrán de sus manos?! ¿En qué proporción contribuyeron a transformar el aspecto de nuestra región? Que en los comienzos de nuestra ciudad era un páramo desolado y gris.

LA CHACRA DEL BARRIO 13 DE DICIEMBRE Papá no escapó a la tiranía de la tierra, más aún, disfrutó de ella; aunque para hacerlo tuviera que usar sus horas de sueño y descanso. A fines de los años cuarenta, YPF le otorgó una vivienda en el barrio 13 de diciembre. Muy alejado de la zona urbana, rodeado de campo verde, cuyos únicos vecinos eran: un tambo, el rancho de los Tehuelches Payaguala y alguna chanchería. El barrio, con sus casas rodeadas de enormes terrenos, conformó, para este portugués (con alma de agricultor), el sitio ideal para el cultivo. Inmediatamente nos vimos incitados a trabajar con él; cortábamos cantidades de matas de duraznillo en los campos vecinos y así fue levantando un rústico cerco alrededor de la casa. La tierra virgen fue rápidamente trabajada. El tambo cercano le proveía abono. Y la pala, la azada, y el rastrillo dejaron aquella tierra hecha una espuma. Inteligentes cortavientos atravesaban por aquí y allá, y a su reparo fueron surgiendo los surcos, que en los veranos nos regalaban todo lo que nuestro hogar necesitaba. Bolsas de papas, cebollas, ristras de ajos, zapallos, tomates, y morrones se iban amontonando en el galpón familiar. Hortalizas y verduras de hojas eran consumidas diariamente y repartidas entre familiares y amigos. Con el tiempo los árboles fueron creciendo y las ramas de manzanos, perales, y damascos se cruzaban. No faltaron tampoco, un nogal y un olivo, cuyas aceitunas,

Papá mantenía en agua un tiempo y luego saboreaba satisfecho. Y bajo la sombra del parral, jugaron sus hijos y sus nietos. LA CHIVA y EL "PORCO" Y no todo era sembrar; la chacra se complementaba con los animales de granja. Una buena cantidad de gallinas que nos proveían de carnes y huevos. Patos, gansos, algún pavo para engordar para la navidad, palomas, perros, gatos ... Pero nuestros protagonistas de la granja familiar fueron la chiva y el chancho. VALENTINA Era una pequeña cabrita, cuando nos la regalaron. Le hicimos una camita de ramas y la alimentábamos con mamadera. Le fuimos tomando gran cariño, nos enternecía, sabíamos que la idea maligna de Papá ... era comerla; pero no pensábamos en eso, la disfrutábamos y nos hacía felices. Durante toda esa primavera fue nuestro juguete. Rápidamente creció y entonces la encontramos parecida a una amiga de Mamá, que era flaca, de cara larga y con pelos en la pera, así fue que la bautizamos "Valentina". Ahora era grande y había que alimentarla. Papá, le ataba una soguita al cuello y la iba arreando hasta la puerta del patio; allí, nos la entregaba. Valentina miraba hacia el campo y salía a una velocidad supersónica. Ir tomada a esa soga era volar por sobre la tierra, tras la chiva; y todo empeoraba cuando llegaba a las matas y las pasaba por encima. Raspones y magulladuras se iban marcando en nuestras piernas ... por fin ... veía pastito tierno y frenaba sin avisar, entonces, el

que la portaba iba a aterrizar un poco más lejos que ella. Todo era risas. Al atardecer, volvíamos con ella, satisfecha, triscando y embistiéndonos con sus incipientes cuernos. Ella iba al corral y nosotros, -hambrientos-, a tomar la leche. Hasta que un triste domingo, Papá decidió que haría un asado. De nada valió nuestras súplicas ni lágrimas. No sean tonta! te decía Mamá -los animales fueron hechos por Dios para que el hombre se alimente-. En el patio el olorcito a asado era atractivo y perseguidor, se expandía, desalmado por todas partes. iNo la podíamos comer! ¡Ni queríamos! Pero nos regañaban. Aceptábamos una doradita costilla, pero no podíamos tragarla. ¡Pobre Va1entina! La carne nos daba vueltas en la boca. Y con el "porco" nos pasaba otro tanto. No nos encariñábamos con él, porque sólo Papá lo atendía. Pero cuando llegaba el día cero, empezábamos a padecer. Mamá y Papá hacían preparativos desde temprano. Disfrutaban con la ceremonia: encender el fuego, calentar el agua ... cuando empezaba la cuenta regresiva, nosotras nos íbamos a la última habitación, nos tapábamos la cabeza con cinco almohadas. Papá, Mamá, nuestro hermano, familiares y amigos, disfrutaban comentando los pormenores. Nosotras estábamos ausentes de todo ... pero lo comíamos después .. Creo que a la aportuguesada granja de Papá, sólo le faltó el burro. Y, pensándolo bien, nos hubiese encantado, hubiera sido maravilloso ... porque el burro ... "no se come". EL ESPECIAL IDIOMA DE PAPÁ

Papá no hablaba ni en portugués, ni en castellano. Había elaborado, una mezcla que muchos no entendían. Sólo nosotros lo interpretábamos y hasta habíamos hecho nuestras, algunas de sus expresiones. En la noche de la carneada del "porco" se comía la "fritanga", vos esta, que nunca he podido descifrar de dónde la sacó. Este plato consistía en: trozos de cerdo cortados en dados grandes y los sesos, fritos y condimentados con ajos enteros, con la cáscara y machacados o golpeados. En el momento de comer se le agregaba jugo de limón. También se lo oía decir: -Estoy "friyendo" pejerrey-, y muchas palabras así, andaban circulando por nuestra casa y nos han quedado pegadas a nuestro idioma familiar. A mí, frecuentemente, se me viene hasta la punta de la lengua, su expresión "vaite a la merda", cuando me enojo con alguien. Pero este especial idioma, hacía que nuestros amigos nos miraran desorientados y confusos, cuando venían a casa y Papá les hablaba. LOS BIGOTES DE PAPÁ Papá tenia algunas costumbres que lo caracterizaban: mientras realizaba sus tareas en la huerta, se ponía en la oreja o un clavel o una ramita de azucemas (sus flores preferidas). Luego en las noches, o en sus ratos libres, nos hacía pajaritas de papel. Tejía redes de pescar, para sus pescadores conocidos. Y usaba eternamente una gorra vasca. Pero lo que a nosotros nos intrigaba, eran sus bigotes: jamás lo vimos sin bigotes. Llevaba unos grandes bigotes

rubios, arqueados hacia abajo, cayendo a los dos costados de los labios, enroscaditos en las puntas, afinados en los extremos por sus dedos que, incansables, repetían esta tarea. Cuando le preguntábamos porqué no se los sacaba, se indignaba, y nos contestaba que para él, sacarse los bigotes era como "perder la verguenza". Las fotos que veíamos del Abuelo portugués, nos mostraban que también usaba los mismos bigotes. El Abuelo era descendientes de belgas ... Indagando en los libros de historia europea, leo que las "tribus" o "pueblos" belgas, en un momento de la historia ocuparon Francia y parte de la Península Ibérica. Pero lo que me llamó la atención, es que, los hombres eran altos, rubios, de piel blanca y ojos celestes ¡Cómo Papá! Pero ... todos ... absolutamente todos ... usaban un gran bigote. LAS EXCURSIONES DE CAZA Salía Papá, de caza, con su escopeta colgada del hombro y sus cartucheras grandes y vistosas, en diagonal, sobre su pecho. Su aspecto era imponente (al menos para mí). Era alto, delgado, pero robusto, de espalda grande, levantaba los hombros y sacaba el pecho y caminaba con firmeza. Su cabello, canoso desde joven, le daba un aire de madurez y siempre, la infaltable gorra vasca sobre su cabeza. Mi hermanito menor lo acompañaba y ... ¡Yo, infaltable, me colaba! El recorrido siempre era el mismo, Atravesábamos a tranco largo las lomas que rodeaban el barrio, en

dirección al sudoeste; mi hermano caminaba a su lado siguiendo su ritmo; más atrás iba yo, que ya no diré "caminaba", trotaba incansable para poder mantenerme junto a ellos. Pasábamos por el tambo, bordeábamos la laguna, el rancho de los Payaguala ... más allá, las chancherías, con su maloliente atmósfera envolviéndolas. Esas eran las últimas lomas. Parados en la parte más alta, podíamos divisar el paisaje y nuestra meta final. A lo lejos, la tierra perdía sus estribaciones, se hacía plana y se extendía, serena, perdiéndose en el horizonte entre otras brumosas lomas, Ese era el lugar ideal para la caza. Recuerdo que nos sumíamos en la contemplación del paisaje y Papá solía hacer algunas reflexiones "-mirá dónde han ido a hacer el pueblo ... dime si este lugar no hubiera sido el más indicado.!', Entonces, yo daba rienda suelta a mi imaginación y veía allí extensos barrios: ¡Pensar que hoy vivo en ese lugar y mi visión de futuro, (mejor dicho la de Papá) se ha hecho realidad! Descendíamos la loma, el edificio del Hogar Escuela y la ruta 3, nos orientaban. Cruzábamos aquel campo, ... por aquí saltaba una liebre ... Papá hacía puntería, el perro se desesperaba, coma (iba y venía diez veces) hasta el lugar donde había visto la presa ... pero la liebre se iba. Yo quería juntar fiorcitas silvestres y me quedaba atrás. Recomamos aquella zona. Colgadas de la cintura de papá, se iban acumulando las martinetas, mientas él nos describía: -este es el tambo de ... , aquellas tierras son de Belcastro, esto es un horno de ladrillos y se detenía a explicamos su uso. Los rayos tibios del sol, la brisa que venía del mar, la bruma de la tarde, el silencio del campo (sólo cortado por

el canto de los pajaritos), nos transportaban a otro mundo. Los bolsillos que me pesaban, me devolvían a la realidad: llevaba en ellos cuanta piedra rara había encontrado, turris, caracolitos y cascarones duros de greda, que había recogido en alguna laguna seca. Ya en casa las humedecía y hacía con ellos, cacharritos. Con las últimas luces del día, volvíamos al barrio. Papá con una bolsa al hombro, con las liebres más las martinetas, que pendían de su cintura. Mi hermano con otra orgullosa carga de pajaritos que habían caído, víctimas de su gomera, el perro alegre, feliz y sediento, con la lengua afuera y yo con un ramillete, casi marchito de olorosas florcillas silvestres, los bolsillos pesados y estirados, las piernas llenas de raspan es y arañazos, y el ruedo del vestido enganchado y raído; consecuencias de mi atropellada carrera para alcanzar los pasos largos de mi padre. LA ALEGRÍA DE MAMÁ En la puertita del patio, Mamá nos recibía jubilosa y bochinchera. Y ya estaba pronta para comenzar a desplumar, limpiar y cocinar las martinetas. Nunca tenía pereza para nada, estaba siempre lista para todo. El producto de la caza le traía recuerdos de su infancia, y lo decía en voz alta, mientras realizaba la tarea. Mamá era la típica gorda extravertida, alegre, conversadora y expresiva. Festejaba todo y se reía con una rápida y espontánea respuesta de su carácter, pero también así reaccionaba cuando la atacaban o herían, se defendía como gato panza arriba.

Distinto era cuando el encontronazo era con Papá -que también como en todo hogar, los había-, entonces quizá tocados en su fibra más débil, los dos reaccionaban; Papá, levantaba muy alto la voz (única vez) y salía para afuera a grandes trancos ... Mamá, lloraba, rápidamente desparramaba copiosas lágrimas por su alrededor. Al ratito, ya estaba riendo nuevamente. Era la encargada de nuestras relaciones exteriores y lo hacía con excelencia. Simpática y conversadora, era querida por amigos y vecinos. Ya abuela, sus nietos se desvivían por ir a pasar una tarde con ella; los cruzaba al kiosco, compraba un gran surtido de chocolates y golosinas. Luego se "tiraba" con ellos en las camas a disfrutar de aquel banquete, que más de una vez le costaba un ataque de diabetes. LAS ÚNICAS SALIDAS DE PAPÁ AL CENTRO Mi padre era un tanto ermitaño, más bien, se entregaba con tanta dedicación a su quinta, a su trabajo ya su hogar, que no le quedaban espacios libres para otra cosa. Su única salida era, (y la recuerdo muy bien), el día de ir a la peluquería. Entonces escogía un día franco y, por la mañana, muy temprano, se vestía con su traje marrón. Lustraba municiosamente sus zapatos y se calzaba su hermoso sombrero negro, bien cepillado y armado. Tomaba de la mano a mi hermano José ("el varoncito de la casa") y enfilaba para el centro. Hacía el recorrido a pie, y ··al ver por sus relatos luego- visitaba a todos sus portugueses conocidos. Empezaba su gira por la peluquería de Márquez, donde recogía sus primeras noticias de la comunidad local y de su Algarve. No sé cuál sería su itinerario siguiente, porque el panorama era amplio: había

portugueses zapateros, verduleros, almaceneros; siempre volvía con algunos kilos de porotos colorados y un montón de relatos sobre sus paisanos. Éstos se dedicaban a un amplio abanico de oficios: había excelentes albañíles o constructores, que dejaron sus obras salpicadas en toda la ciudad. El tradicional semillero, que recorría los barrios con su valija de paquetitos. Y los pescadores, dichosos, vendiendo el pescado que ellos mismos extraían y que les gustaba tanto. Si encontraba alguno por el camino, Papá, seguro que volvía con un gran paquete de pescados. Y me viene al recuerdo, Don Antonio Matías, el mercachifle, que cuando yo era muy pequeña, visitaba mi casa; en su automóvil lleno de mercancías. Donde se podía encontrar desde un paisano par de alpargatas hasta el mejor corte de cashmir inglés. SERVICIALES Guardo y cuido con devoción, los anillitos que mi abuelo, me mandó de Portugal. Cuando era yo, muy niña y cuando cumplí los quince años. ¿Cómo llegaron a mí? Como era costumbre: nos anoticiábamos que fulano llegaba de Portugal y que traía un envío para nosotros. Entonces esperábamos ansiosos el día que llegaba a casa o que íbamos a un encuentro. Y las emociones eran muchas: las cartas, los regalos, las narraciones. Aún hoy, se conserva en la comunidad portuguesa esta costumbre. Por cada uno que viaja, van para allá: paquetes de yerba, artesanías en cuero, mates, revistas, etc. y regresan, desde nueces, almendras y los típicos higos rellenos, hasta las pequeñas joyita:", en oro trabajado tan delicadamente, en láminas muy finitas, que las caracteriza.

No sé si las demás colectividades también harán esto, pero lo que sí sé es que este acontecer los denota como serviciales y cariñosos: unos alegres y satisfechos de poder dar esta alegría ... otros, tal vez, rezongando para sí mismos. Pero todos hacen un lugarcito (que a veces es bien grande) en sus cargadas valijas para llevar o traer un obsequio, que no es más que un símbolo de amor y cariño, un "te extraño", o un "deseo verte". NUESTRAS ACTIVIDADES SOCIALES A Papá no le gustaba que saliéramos seguido, ni siquiera a misa. Era difícil y ardua, la tarea de conseguir un permiso, para concurrir a una fiesta o a un baile. Ni siquiera íbamos a un picnic de estudiantes. Pero su armada estructura de seriedad y firmeza se le venía abajo cuando se trataba de algo relacionado con la sociedad portuguesa, entonces, hasta nos despedía con una sonrisa de satisfacción. Es que este hombre severo, (que ni él siquiera se permitía ser asiduo a la asociación que los nucleaba), en el fondo se sentía bien relacionándose, de alguna forma con su comunidad de origen; y en especial, seguramente lo tranquilizaba el buen prestigio de la entidad. LA ASOCIACIÓN PORTUGUESA Es que esta asociación de beneficencia y socorros mutuos, cumplía (y cumple aún hoy), una importante misión en la comunidad. Las actitudes colectivas que la impulsaron, surgieron de un determinado tiempo histórico, en un medio cultural y en un contexto social de la ciudad. Y contribuyeron a configurar la solución a las necesidades de sus hombres.

Hoy las colectividades extranjeras, como ésta, aportan un enorme porcentaje de la perspectiva cultural de nuestra ciudad; y de las opciones que ésta ofrece a sus habitantes. Suman un elemento más, para que la sociedad tenga una línea de contención básica. Este encuentro de seres, con motivaciones semejantes, en el que se siente la fluida relación que deriva de sus raíces y su idioma. Debe haber significado para los portugueses patagónicos de todos los tiempos, una solución a sus ansias y saudades; y un reconfortable sentimiento, producido por esa acción o quehacer planificador y social. HOMBRES SOBRIOS Y AUSTEROS Papá era el que ponía las reglas en nuestro hogar: pocas, simples y ... obligatoriamente ejecutables. Sobrio y austero, por su tipo de educación, la primera regla consistía en: "Ganar se la vida con el trabajo fecundo, gastar moderadamente y tener siempre ahorros para cualquier circunstancia especia!': Nunca tuvimos lujos ni derroche ... tampoco nunca nos faltó lo necesario. Pero ... Mamá ponía el toquecito gratificante: Ella era una excelente "ministro de economía" y siempre se las ingeniaba para que tuviéramos, en medio de la austeridad, alguna pequeña "gran" satisfacción, que la vivíamos doblemente felices. "Mi madre era la Singer incansable, cosiendo y remendando, tela a tela, haciendo pollentas de ilusiones, con volados de amor y de tafetas” Los dos se complementaban y había un natural equilibrio que nos hizo siempre, en aquel hogar, sentimos

bien. Papá enseñaba con su ejemplo, porque era hombre de pocas palabras. Se iba a dormir temprano y, con el reloj a cuestas navegaba sus noches, hasta que el estridente sonar lo acompañaba a beber las heladas en plena madrugada . ... así recogia frutos y guiaba su majada .... ! Otras de sus reglas: Amor al trabajo y continua ocupación. “Con cada sementera que en el patio trazaba nos saciaba la sed de crecer y nos daba, un ejemplo de amor a la tierra y su fruto ya ganarse la vida con el trabajo enjuto” Pero el objetivo primordial de nuestros padres era nuestra educación. Para ella no habían retaceos, había que estudiar sí o sí; no importaban los sacrificios ni las necesidades y si fuera necesario suprimir otros gastos por éste, se hacía. El tiempo y la dedicación no se medían. Mamá estudiaba a la par nuestra para asesorarnos, nos ayudaba, estaba con nosotros, nos acompañaba. Papá firmaba los boletines con gesto adusto y severo. No se permitía felicitamos; simplemente decía: “Muy bien, cumplió con su deber- “ Nunca olvidaré algo que me tocó vivir personalmente: Cuando Papá andaba rondando los sesenta años, empezó a padecer de salud. Sufría de hipertensión, uremia y para colmo le empezaba a fallar el corazón. Varias veces cayó internado en el hospital. Pero luego mejoraba y ya estaba de nuevo saliendo con el frío de las madrugadas para el trabajo. Los médicos empezaron a aconsejamos que debía considerar dejar de trabajar y hacer una vida tranquila y relajada. Yo, a la sazón, cursaba el cuarto año de magisterio. Con Papá retirado, el dinero escasearía y todo sería más difícil o imposible. Entonces tomé una determinación: me

senté frente a él y le dije que dejaría de estudiar y que conseguiría un trabajo ¡Me parece que lo veo! Me miró, con sus claros ojos celestes (empalidecidos por la enfermedad), pero con una actitud muy firme ... y me dijo: "-¿Qué, tenés miedo que me muera?- "(o no atiné a contestarle, lo que decía era la verdad. Entonces, simplemente, me dijo: - Yo me vaya morir, si tú no te recibes. -Así será. - y no se hable más de este tema! Así, sufriendo, llegó hasta la edad de jubilarse. LA VUELTA AL HOGAR Papá jubilado y Mamá sin la carga de la familia, ya con algunos de sus hijos casados y los que no, trabajando, empezaron a disfrutar de una vida tranquila y de la compañía mutua. "Ya en apacibles tardes, a la sombra serena de la parra hogareña, junto al fiel perro amigo y un canario amarillo -bochinchero testigo- demandaron de nuevo lejanas travesías de sus infancias, llenos de saudades perdidas ¡El encanto de su verde campiña! En la estepa pobre, que amó tanto de niña! y entonces llegó el momento de pensar en un viaje ... de la vuelta al hogar. Sólo que ahora, acompañado por Mamá y en un confortable avión. (Así José y Zulema, desandaron el camino andado por Papá, cuarenta años atrás). y volvieron a la campiña. Y Papá se abrazó a su padre, ya muy viejito ... y Mamá y Palmira pudieron abrazarse también, entre manos temblorosas y lágrimas de reencuentro, algarabía familiar y un sentimiento infinito de misión cumplida.

Se quedaron varios meses, más de lo que tenían previsto y ya en los fines de otoño algarvino, volvieron. En ese invierno, los primeros fríos europeos se llevaron para siempre, al abuelo portugués. Papá y Mamá quedaron confortados por sus hijos, yernos y nietos. ¡La familia que ellos habían construido! DON CABAQUIÑO Se conocían con Papá desde la infancia. Siempre se habían tratado. Ahora Don Cabaco venía asiduamente a visitar a Papá. Era caminador, como el perro de la canción, andariego por derecho propio. Recorría las calles de Comodoro visitando amigos., llevando y trayendo noticias. Don Cabaquiño, a sazón, era un viejito tierno, dulce y simple. Llegaba y se iba siempre con una sonrisa casi inocente, en su cara arrugada. Se acomodaba lentamente en el banco de la cocina y ... como ambos transitaban esa edad en la que todos se van ... sus noticias versaban justamente, sobre los que se adelantaban. - Sabe Don José, ¿Se recorda usted de Joan el de la Parrera, aquel que vivía cerca de la roa (y bajaba aún más la voz) ¿Se recorda? . Ese tío mureu, el mes pasado Papá lo miraba, moviendo la cabeza y se sonreía: - Ya vamos quedando pocos, Cabaquiño, que le vamos a hacerHoy nos ha quedado – y lo hacemos respetuosamente - la costumbre de decirle Cabaquiño, a todo aquel que viene "con malas noticias", También lo hacemos como un

homenaje a una bienaventurada alma simple que seguramente recorrerá incansable los caminos del cielo. UNA FIRME DETERMINACIÓN "Se esfumaron las últimas hojas del otoño ... y las primeras gotas de un efímero invierno, vieron a dos abuelos agobiados y enfermos ... “ Llegaba la Navidad del año 1985. Mamá estaba sufriendo una cruel enfermedad. Entonces Papá nos habló a todos: "Esta NavIdad no me muevo de mi casa. Quien quiera que desee pasar/a conmígo, que venga a ella. Mamá está mal, ella tiene poca vIda ... y yo ... cuando ella se vaya, me iré con ella. Por eso les digo: esta será la última Navídad que pasaremos todosjuntos': Mamá falleció el 1 de mayo de 1986. Papá que había dicho siempre, "hay que pasar agosto'; la siguió el 31 de julio. Un recuerdo triste de aquel invierno helado, dos soles de ternura de mi vida faltaron. ¡Sólo nexos de amor. .. ! ¡Sólo amor que dejaron ... !" y LA VIDA SIGUE ... Año 2003. Desde mi cocina oigo una algarabía de chicos, cartero y perro. Me asomo, y mis nietos vienen a mí enarbolando una carta. ¡Carta de Portugal! ¡Carta de Portugal! ¡De la tía Beatriz! Me uno a ellos con las manos extendidas y campanitas mitocondriales repican por doquier.

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