Los dorados 70 brillan en el horizonte de la nostalgia con luz propia. Tiempo de ilusiones, de esperanzas, de utopías. El futuro tenía más consistencia que el hoy, o al menos le brindaba a cada día su sentido en progresión hacia la meta deseada. Cada quien soñaba con alcanzar la meta en la carrera que había emprendido. Todos (o casi, aunque no es lo mismo pero en este caso da igual) se proyectaban hacia el futuro y nuestro héroe también. La heroicidad se conjuga siempre en tiempos por venir. Si nuestro héroe hubiera sido un militante, tendría claro que la revolución podría acontecer años después de que él dejara este mundo (su único mundo); pero el comité central estaba mucho más cerca. Si en cambio era un artista, sabía que la gloria siempre ha resultado esquiva, pero la fama adoptó formas concretas en los rankings de la crítica. Si su pasión se perfilaba más hacia el pensamiento, seguramente estaba persuadido de que el aura de la sabiduría está reservada a los genios (y/o los locos afortunados) pero la titularidad de la cátedra y el lugar en la agenda mediática son sucedáneos terrenales más que apreciables.
Tomemos en los años 70 un muchacho o un hombre, digamos 30 años. Por entorno, por gravitación, por fascinación, por seducciones, por contactos sexuales, por gravitación de los amigos, ha decidido por ejemplo entrar en un partido, ha decidido por ejemplo seguir una carrera, ha decidido por ejemplo ingresar en una institución. La cúspide de la realización es a la vez la cima de esa institución, ese partido, esa carrera. Si yo llego a ahí -pensó- tendré todo el poder, toda la potencia, todo el despliegue, toda la capacidad operatoria, toda la intensidad subjetiva posibles. Paulatinamente va llegando a esas cimas. El mundo ha cambiado, pero no importa, porque una meta es una meta y no es cuestión de andar abandonando. En la cercanía de esa cima el camino se ha allanado, hay cada vez menos obstáculos, cada vez más cerca de la plenitud. Tenemos 60 años y estamos en los prolegómenos del bronce. Falta un paso más, un salto más y estamos ahí. Ya estamos ahí, en la cúspide de una carrera crítica, de una militancia tenaz, de una institución que nos ha causado desdichas y también alegrías. Ahí estamos. La cosa se patetiza porque, curiosamente, estamos donde queremos, estamos donde queríamos; sin embargo, eso que queríamos no vale como imaginábamos cuando lo quisimos por primera vez. Nos damos cuenta, acaso patéticamente, de que tenemos lo que queremos pero ya no queremos lo que tenemos porque lo que tenemos no tiene lo que tenía. Ignoramos si estamos en la cabeza de la institución capaz de transformar el mundo o de la subcomisión de bochas. El bronce está, pero no vale.