Todorov El Cruzamiento Entre Culturas

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(r v ( e. J~ C.. If'l'C~ J /vI'fdv-;J.) i:Js. J C:c"tj, /988. EL CRUZAMIENTO ENTRE CULTURAS Tzvetan Todorov

En el momento de abordar el tema anunciado en el titulo, El cruzamiento entre culturas, es decir, las formas que adoptan el encuentro, la interacci6n y la combinaci6n de dos sociedades concretas, una duda me embarga: len que plano se situara mi discurso? lEn el del erudito? £sta seria una selecci6n posible y sin duda legitima. Como soci610go, estudiaria los efectos de co­ habitaci6n de multiples grupos culturales en un mismo suelo 0 bien las formas de aculturaci6n que sufre una poblaci6n de emi­ grantes. Como literato, estableceria la influencia de Sterne en Diderot 0 los efectos del ambiente bilingiie en la escritura de Kafka. Como historiador, constataria las consecuencias de la in­ vasi6n turca sobre la Europa sudoriental en el siglo XIII, 0 bien las de los grandes descubrimientos geograficos sobre la Europa oc­ cidental en el XVI. Por ultimo, como epistem610go, me preguntaria por la especificidad del conocimiento etnol6gico 0 por la posi­ bilidad general de comprender a quien es distinto a mi. Esta actitud, pues, esta bien documentada y resulta perfecta­ mente defendible. S610 que uno tambien tiene la sensaci6n de que resulta incompleta. Porque en estas investigaciones no se habla de sustancias fisicas ni qufmicas, sino de seres humanos; y el racismo, el antisemitismo, los trabajadores emigrantes, los um­ brales de tolerancia, el fanatismo religioso, la guerra y el etno­ cidio son nociones cargadas de un gran peso afectivo, respecto a las cuales es im1til aparentar indiferencia. Tal vez hayan exis­

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tido en la historia momentos en que fuera posible hablar con distanciaci6n e imparcialidad (aunque yo no los conozco); 10 cierto es que, en la Francia actual, quedaria un poco irrisorio el intento de mantener un tone puramente academico mientras nu­ merosos individuos padecen cotidianamente, en cuerpo y alma, a causa del «cruzamiento». lDeberia entonces adoptar la postura del hombre de acci6n? De nuevo se tratarfa en este caso de una actitud sobradamente conocida y, desde luego, 6til. Yo se de que lade de la barricada estoy; participo en manifestaciones y firmo peticiones; y, en un estado de animo menos belicoso, dedico una parte de mi tiempo libre a los cursos de alfabetizaci6n destinados a trabajadores extranjeros. Pero precisamente ahi se plantea el problema: s610 me ocupo de esto en mi tiempo libre, junto y al margen de mi actividad principal. Como cualquiera, puedo tomar parte en ac­ ciones a favor de tal 0 cual grupo maltratado; pero 10 que hago en el resto del tiempo no tiene nada que ver: mi militancia no es distinta de la de los demas por el hecho de que yo sea en mi vida particular, si es que me atrevo a decirlo, historiador 0 soci6logo. Estas dos actividades de una misma persona, la de cientffico y la de politico, padecen por igual un mutuo aislamiento; pero les posible concebirlas en otra relaci6n que no sea la de alter­ nancia (erudito de nueve a cinco y militante de cinco a nueve)? Sf, a condici6n de admitir que junto a estas dos funciones puede existir una tercera, que yo designaria con ese termino ambiguo, si acaso no desvalorizado, de intelectual. Yo querria que en este momento se entendiera, mediante est a palabra, la necesidad que pesa sobre el especialista en el espiritu humane y sobre sus obras de dar cuenta de los valores que subyacen a su trabajo y de la relaci6n que estos guardan con los valores de su sociedad. EI in­ telectual, en tanto que tal, no es un hombre de acci6n: incluso en el caso de que actUe adicionalmente, no es intelectual por los servicios que preste a la Administraci6n ni por la lucha clan des­ tina que lleve a cabo. E1 hombre de acci6n parte de valores que da por supuestos; por el contrario, para el intelectual constitu­ yen elobjeto mismo de su reflexi6n. Su funci6n es esencialmente critica, pero en el sentido constructivo de la palabra: compara 10 particular, en 10 que todos vivimos, con 10 universal y crea

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un espacio en el que todos podemos debatir la legitimidad de nuestros valores. Se niega aver c6mo 1a verdad se reduce a la mera adecuaci6n a los hechos, que constituye la aspiraci6n del cientffico, 0 a la verdad de la reve1aci6n, que es la fe del mili­ tante; el intelectual pretende, sobre todo, una verdad consen­ suada, hacia 1a que se avanza aceptando e1 examen reflexivo y el dialogo. . Asi pues, entreveo un objetivo comoo a las artes y a las cien­ cias humanas (que por otra parte operan con formas y discursos tan distintos): revelar y, si hay ocasi6n, modificar el complejo de valores que sirve de principio· regulador de la vida de un grupo cultural. En realidad, los artistas y los «especialistas en ciencias humanas» no pueden elegir entre situarse 0 no situarse en relaci6n con este complejo, en la medida en que forma parte de su proyecto sacar a la luz algt1n aspecto desconocido de la existencia humana, la cual, a su vez, es imposible de pensar sin tener en cuenta los valores; pero, una vez conscientes de esta inevitable relaci6n, pueden asumirla con mayor responsabilidad que si ignoraran su existencia. Czeslaw Milosz cuenta, en su libro El pensamiento cautivo, que muchos nacionalistas polacos . de antes de la guerra descubrieron con terror cOmo los discursos antisemitas que ellos habian considerado fanfarronadas se trans­ formaban, durante la ocupaci6n nazi, en hechos materiales, dicho de otro modo, en carnicerias de seres humanos. Para evitar est a toma de conciencia tardia y el terror que puede acompafiarla, los artistas y los cientificos tienen interes en asumir desde un prin­ cipio sus funciones de intelectuales, sus relaciones con los vale­ res; en aceptar su rol social. Pero aqui surge una dificultad adicional, propia del campo de las relaciones interculturales: todo el mundo parece estar de acuerdo en este momento sobre emU es su estado ideal. La cuesti6n es digna de asombro: mientras que los comportamientos racistas pululan, nadie se declara de ideologia racista. Todo el mundo est a a favor de la paz, de la coexistencia mediante la mutua comprensi6n, de los intercambios equilibrados y justos, del dialogo eficaz; las conferencias internacionales as! 10 afir­ man, los congresos de especialistas estan de acuerdo, las emisio­ nes de radio y televisi6n 10 repiten; y sin embargo seguimos vi­ viendo en la incomprensi6n y la guerra. Pareceria que el mismo

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acuerdo sobre en que consisten en el fondo los «buenos senti­ mientos », la convicci6n universal. de que el bien es preferible al mal, privan de toda eficacia a ese ideal: la trivialidad ejerce un efecto paralizante. Por 10 tanto, es necesario destrivializar nuestro ideal. Pero i,como? Pese a todo, no vamos a abrazar un credo oscurantista o racista por mor del privilegio de la originalidad. Personalmente yeo la posibilidad de actuar en dos direcciones. Por una parte, el ideal s6lo es eficaz si guard a relaci6n con la realidad; 10 cual no quiere decir que sea necesario rebajarlo para hacerlo accesi­ ble, sino que es necesario no separarlo de la actividad cientffica. Nada de un lado . los tecnicos-eruditos neutrales y de otro los moralistas que ignoran las realidades humanas, sino investiga­ dores y hombres de accion al corriente de los resultados de la ciencia. Por otra parte, no estoy seguro de que el acuerdo sobre los «buenos sentimientos» sea tan perfecto como parece a pri­ mera vista. Por el contrario, ten go la impresi6n de que a menudo remite a exigencias contradictorias, amalgamadas en un mismo impulso generoso; que, como suele decirse, se querria al mismo tiempo nadar y guardar la ropa. Para suprimir la trivialidad, hay que aceptar ser l6gico con uno mismo; si por ahi se desemboca en el absurdo, hay que volver a partir de cero. Habia que decir todo esto para explicar las particularidades del discurso que sigue; me refiero evidentemente a su orienta­ cion, sin presumir la amplitud del acierto. Acometo mi tema a la luz de mi personal experiencia, que es la de un historiador e interprete de la reflexi6n sobre el cruzamiento entre culturas, pero tambien la de un sujeto particular que, como cualquier otro, ha vivido y sigue vivien do la pluralidad de culturas en su existencia personal. Mi recorrido por este vasto dominio se organizara al­ rededor de dos ternas principales: los juicios sobre los otros y las interacciones con los otros.

JUICIOS SOBRE LOS OTROS

Cred en un pequeno pais situ ado en uno de los extremos de Europa, en Bulgaria. Los bulgaros padecen un complejo de infe­ rioridad con respecto a los extranjeros; creen que todo 10 que

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procede del extranjero es mejor que 10 propio. Cierto que 10 dicho no es valido para todos los lugares del mundo exterior y que el extranjero mas valorado 10 encarnan los paises de la Euro­ pa occidental; a ese extranjero dan los bulgaros un nombre para­ d6jico, pero que explica su situaci6n geografica: es «europeo » a secas. Los tejidos, los zapatos, las lavadoras y las maquinas de coser, los muebles, e incluso las sardinas en lata, son mejores cuando son «europeos». Dado 10 cual, cualquier representante de las culturas extranjeras, persona u objeto, disfruta de un pre­ juicio a su favor en el que se desdibuj an las diferencias entre los disdntos paises y se forma el cliche del imaginario etnico que es Europa occidental: para nosotros, en consecuencia, todo belga, italiano, aleman 0 frances aparece con la aureola de un extra de inteligencia, de fineza, de distincion, y sentimos por ellos una admiraci6n s6lo alterable por los celos y la envidia que nos do­ minan cuando uno de esos belgas de paso por Sofia hace volver la cabeza a la jovencita de nuestros suenos; pues incluso despues de haberse ido el belga, es posible que ella siga mirandonos con superioridad. Por eso son los bulgaros tan receptivos a las cultnras ex­ tranjeras; no s6lo suefian exclusivamente con ir al extranjero (a «Europa», preferentemente, aunque los demas continentes tam­ bien servirian), sino que ademas se prestan a aprender las lenguas extranjeras, voIcandose, llenos de buena voluntad, sobre los li­ bros y las peliculas extranjeros. Desde que yo me traslade a vivir en Francia, a este prejuicio en favor de los extranjeros se ha agregado otro: obligado a hacer cola durante horas del ante de la jefatura de policia para conseguir la renovaci6n del permiso de residencia, no podia por menos que sentirme solidario con los demas extranjeros que tenia al lado, fueran del Mogreb, latino­ americanos 0 africanos, que sufrian las mismas penosas imposi­ ciones; por 10 demas, los empleados de las ventanillas, y en otros lug ares los guardias, porteros y demas agentes de la policia, igua­ litarios por una vez, no entraban en detalles: todos los extran­ jeros eran tratados de la misma forma en el primer momento en todos los casos. Por 10 tanto, para mi, tambien en esto el extran­ jero era bueno, no ya como objeto de envidia sino como compa­ nero de infortunio; aun cuando, en mi caso personal, todo fuera un infortunio muy relativo.

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Tzvetan Todorov

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es como si yo afirmara que la vision de perfil es intrinsecamente superior a la vision frontal. Otro tanto podrfa decir del principio de la tolerancia, al que de tan buena gana apelamos en la actua­ lidad. Gusta oponer la tolerancia al fanatismo y juzgarlasupe­ rior; pero en esas condiciones el juego esta ganado de antemano . La tolerancia solo es una cualidad si los objetos sobre los que se ejerce son de verdad inofensivos: lopor que condenar a los demas, como no obstante se ha hecho en innumerables ocasiones, por el hecho de ser distintos de nosotros en sus costumbres ali­ mentarias, indumentarias 0 higienicas? Por el contrario, la tole­ rancia carece de sentido cuando los «objetos» en cuestion son las camaras de gas 0 bien; por poner un ejemplo mas lejano, los sacrificios humanos de los aztecas: la unica actitud aceptable res­ pecto a estas practicas es la condena (aunque tal condena no nos dig a si se debe intervenir para hacerlas cesar ni cual debe ser la intervencion). Ocurre un poco 10 mismo, por ultimo , con la cari­ dad cristiana y la piedad hacia los debiles y los vencidos: asi como seria abusivo afirmar que alguien tiene razon por el hecho de ser el mas fuerte , tambien seria injusto afirmar que los debiles siempre tienen razon debido a su misma debilidad : una situacion transitoria , un accidente historico, se eleva a la categoria de rasgo constitutivo. Personalmente , yo creo que la piedad y la caridad, la tole­ rancia y la xenofilia no deben descartarse radicalmente, pero que no forman parte de los principios en que se funda el discerni­ miento . Si yo condeno las camaras de gas 0 los sacrificios huma­ nos, no 10 hago en funcion de tales sentimientos, sino en nombre de principios absolutos que proclaman, por ejemplo , la igualdad juridica de todos los seres humanos 0 bien el caracter inviolable de las personas. Pero otros cas os no son tan evidentes: los prin­ cipios son abstractos y su aplicacion plantea problemas; es pro­ bable que se tarde tiempo en resolverlos; mientras tanto es sin duda preferible ejercer la tolerancia que la justicia sumaria. En otras ocasiones, esta claro quien tiene la razon; sin embargo, tambien pesan la miseria, el desamparo y el dolor, y hay que tenerlos en cuenta. Permitir que el comportamiento cotidiano s6lo se guie par principios abstractos conduce muy pronto a los ex­ cesos del puritanismo, en que se veneran las abstracciones antes que los seres. La piedad y la tolerancia tienen por 10 tanto su T ., ..



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de las intervenciones pnkticas, de las los gestos concretos, y no de los prin­ de los criterios sobre los que basar los J1I,DiSmo reprensible juzgar las culturas aje­ 10 menos, el consenso de nuestros con­ ~\en cuanto a los otros, evitan manifestar­ ejemplo, en Le Franfais dans le monde, de frances , en un numero de 1983 (y titulado De una cultura a otra), en intenciones no cabe dudar, este ataque culturas:

como perspectiva para el an~llisis de

un cierto numero de riesgos y de pe­

ls jerarquizacion de las culturas. [ ... ]

la comparacion es peligrosa.

establecer un paralelismo, querer en­

IIcUltura los mismos elementos bajo farmas

de madurez distintos implica la creen­ de un esquema cultural universal segun

todas las culturas. Ahora bien, como

es universal en si misma (mlm. 181,

porque conduce a1 juicio compa­ esto vale mas que aquello; pero

lL1nucho a ser egocentricos. Pero esto es ver

si fueran particulas fisicas 0, en el

de laboratorio. Los seres humanos, no

!IIlUlados por su biografia, par sus condicio­ etnica; pero llo son hasta el

lOue se ha hecho de la con-

de los hombres? l Y que hacer de todas

a la universalidad, documen­ ,;ltempo como puede remontarse la memo­ manifestaciones, mas 0 menos habil­ etnocentrismo? Un discurso tan hiper-

DO carece de consecuencias politicas: si

£1 cruzamiento entre culturas

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se convence a los hombres de que son esc1avos, acabaran por serlo. He aqui como, tras la exigencia «teorica y metodologica», se manifiestan las tomas de partido ideologicas y relativistas que nada justifican y que numerosos hechos contradicen. Yo creo que detras del temor a jerarquizar y juzgar esta el espectro del racismo. Se dice que si se condenan los sacrificios humanos se corre el riesgo de parecer un campeon de la raza blanca. Y desde luego Buffon y Gabineau se equivocaban al concebir las civilizaciones en forma de un (mica piramide cuya cuspide estaria ocupada por los rubios germanos 0 por los fran­ ceses, y la base, 0 mejor dicho el fondo 0 culo del recipiente, por los pieles rojas y los negros. Pero su error no consiste en habel' afirmado que las civilizaciones son distintas y no obstante com­ parables, porque de 10 contrario se cae en negar la unidad del genero humano, 10 que conlleva «riesgos y peligros» en absoluto menos graves; el error consiste en haber postulado la solidaridad de 10 fisico y 10 moral, del color de la piel y de las formas adop­ tadas por la vida cultural; dicho en otras palabras, se trata de un determinado espiritu determinista que ve la coherencia en todas partes, de un espiritu cultivado por la actitud cientifica que no esta dispuesto a admitir que dos series de variables, ob­ servables del unisono y en los mismos lugares, carezcan de rela­ cion entre ellas. Seria menester decir algo mas: incluso si supo­ nemos que se ha establecido esta correlacion entre 10 fisico y 10 moral (10 cual no es el caso en la actualidad) y que se haya pues­ to de manifiesto una jerarquia en el plano de las cualidades fisi­ cas, de ahi no se deduce que se deban abrazar las posiciones racistas. Sentimos temor ante la idea de que puedan descubrirse desigualdades naturales entre las distintas partes de la humanidad (como entre los generos: las mujeres estan menos dotadas para comprension global del espacio y los hombres tienen un menor dominio del1enguaje). Pero no hay por que temer 10 que sigue siendo un puro problema empirico, pues, cualquiera que sea la respuesta, no bastaria para dar pie a una ley desigualatoria . El derecho no se basa nunca en los hechos, la ciencia no puede crear los objetivos de la humanidad. El racista si que fundamenta la desigualdad juridica en una supuesta desigualdad de hecho; 10 escandaloso es la transicion, mientras que la observacion de las desigualdades no es de por sf en absoluto reprensible. ___., . . 75 w-· ,· .r " _. ' . .

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No hay ninguna razon para renunciar a la universalidad del genero humano; debe serme posible decir no que tal cultura, tomada como un todo, es superior 0 inferior a tal otra (10 cual seguiria siendo ver una coherencia general), pero sl que tal rasgo de una cultura, sea de la nuestra 0 de otra ajena, tal comporta­ miento cultural es condenable 0 loable. Al tener demasiado en cuenta el contexto -historico 0 cultural- se excusa todo; pero la tortura, para poner un ejemplo, 0 la excision, por poner otro, no son justificables por el hecho de que se practiquen en el marco de tal 0 cual cultura concreta. EI haber tornado conciencia de este derecho y este deber no basta para resolver todas las dificultades del juicio intercultural; para ilustrar algunas de estas dificultades, me gustaria evocar las figuras de algunos fi1osofos franceses del pasado que se han ocu­ pado de estas cuestiones. Podria tomarse a Montaigne por el representante del principio de la tolerancia y del relativismo radical. Para el, todo es conse­ cuencia de la costumbre, bien que las costumbres no se basan en sl mismas; es imposible elegir entre dos costumbres, puesto que no existe ninguna perspectiva neutral desde la que compararlas. Como el autor del articulo que he citado de Le Fratl{:ais dans Ie monde, Montaigne piensa que todo juicio esta enraizado en la cultura y jamas en la naturaleza: «No tenemos mas punto de vista sobre la verdad y la razon -que el modele y la idea de las opiniones y usos del pais en el que estamos» (Essais, I, 31). Es posible justificar cualquier costumbre: «Cada uso tiene su ex­ plicacion» (III, 9), y las condenas (0 los elogios) que manifesta­ mos proceden de la ilusion optica que crea el etnocentrismo: «Cada cual llama barbarie a 10 que no forma parte de su cos­ tumbre» (I, 31). Pero esta postura de tolerancia generalizada es insostenible, y el texto de Montaigne es una buena ilustracion de las trampas en que incurre. Para empezar, se trata de una postura intdnseca­ mente contradictoria, puesto que consiste en dec1arar al mismo tiempo que todas las actitudes son equivalentes y en preferir una a todas las demas: la propia tolerancia. Apenas acaba de decir que todo uso tiene su razon cuando Montaigne condena un uso, quees el de cerrar filas entre los compatriotas cuando estan en e1 extranjero, denigrando a los autoctonos; pero, para formular

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este reproche, lno se ve Montaigne obligado a juzgar los usos por un rasero que no es un uso? Ademas, tal posicion es incom­ patible con sus demas convicciones, especialmente con el mito del buen salvaje, del que es un activo partidario: si el salvaje es bueno, no solo para S1 mismo sino tambien a nuestros ojos, en­ tonces la bondad es una cualidad transcultural. La barbarie deja de ser, pues, un defecto optico: refiriendose a los mismos «cani­ bales» que Ie proporcionan el pretexto para la definicion relati­ vista del termino, afirma entonces que nosotros «los superamos en toda c1ase de barbarie» (I, 31); pero quien dice «superar» compara y juzga. Por ultimo, los tales salvajes solo son «buenos» porque encarnan el ideal de Michel de Montaigne, el mundo de los valores griegos y romanos tal como 10 reconstruye y proyecta el autor de los Essais sobre donde Ie parece bien: el valor gue­ rrero, la deferencia con las mujeres; su misma poesia solo es loable por esta razon: «No solo no hay nada de barbarie en esta imaginacion, sino que es completamente anacreontica» (I, 31). Aunque el impulso inicial de Montaigne sea generoso, su posicion revierte en Ultimo termino en un etnocentrismo inconsciente (contra el cual creia estar poniendonos en guardia): se ve llevado a pronunciar juicios de valor en nombre de criterios absolutos, pero esos criterios no son mas que la proyeccion acritica de sus propias opiniones. Ahora seria interesante pasar a un autor que no solo es uni­ versalista, sino que tambien se asume como tal: Condorcet, punto final de la tradicion encic1opedista, podria servirnos de ejemplo. Lejos de el toda veleidad de ocultar sus principios absolutos: en nombre de las Luces, de la razon universal, establece una escala unica de las civilizaciones en cuya cima se encuentran «los pue­ blos mas ilustrados, los mas libres, los mas exentos de prejuicios, los franceses y los anglo-americanos» (es decir, los que acaban de realizar su Revolucion); mientras que una «distancia inmensa» los separa «de la servidumbre de los indios, de la barbarie de los pueblos africanos, de la ignorancia de los salvajes». Es posible que la base de comparacion parezca un poco es­ trecha; ello no impide que este expHcitamente planteada y que permita a Condorcet fundamentar sus apreciaciones sobre tal 0 tal otra civilizacion. Pero no se contenta con constatar y juzgar, puesto que tambien dispone de un ideal para la vida sobre la

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tierra: que todos los hombres se conviertan en iguales; y se dirige asi a los negros: «La Naturaleza os ha formado para que tengais el mismo espiritu, la misma razon, las mismas virtudes que los blancos.» Al contrario que los racistas,. Condorcet no piensa que las diferencias fisicas y las diferencias morales esten correlacionadas; es posible actuar sobre estas ultimas. EI camino que conduce a tal igualacion ascendente es la educacion, el «pro­ greso de las Luces»: el hombre individual es perfectible, basta con darle los medios. En la practica, esto quiere decir que los pueblos ilustrados, los franceses y los anglo-americanos, deben civilizar al resto del mundo, sirviendose para hacerlo de «colonias de ciudadanos que expandan, por Africa y por Asia, los princi­ pios y el ejempl0 de la libertad, las luces y la razen de Europa». Aqui podemos percibir el proyecto del colonialismo que se realizara efectivamente, por obra de esas mismas naciones eu­ ropeas, a 10 largo del siglo XIX. Pero tal vez no sea necesario seguir a Condorcet hasta tan lejos; este no se content a con esta­ blecer una escala de valores unica, quiere tambien transformar a los hombres y los pueblos: quiere exportar la revolucion y, por esa razon, emprende la tarea colonialista. Montaigne, por el con­ trario, cuando se atiene a su programa explicito, es a la vez rela­ tivista y conservador: puesto que todos los usos son vaIidos, es inutil, incluso nocivo, querer cambiar. ;,No serfa posible combi­ nar el universalismo de Condorcet con el no-intervencionismo de Montaigne? Montesquieu es quien ejemplifica tal postura inter­ media. A primera vista, Montesquieu es un relativista, en la linea de Montaigne, cuyo programa parece poner en practica: «Con todo esto», escribe en EI espiritu de las leyes, «yo no justifico los usos sino que presento sus razones» (XVI, 4), Y no se propone en mayor medida que Montaigne modificar el estado de cosas actual. Pero junto a estas declaraciones Montesquieu no pierde 'su fe en los principios universales de la justicia, en las «relaciones equi­ tativas anteriores a la ley positiva que las establece» (I, 1). Uti­ lize esta doble inspiracion en la inmensa arquitectura de El espi­ ritu de las leyes. Por una parte, es necesario tener en cuenta el contexto historico, geografico y cultural, 10 que Montesquieu denomina el «espiritu de una nacion»; y en numerosos casos hay que suspender el juicio hasta conocerlo mejor. Pero, por otra

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parte, su tipologia de los regfmenes politiCOs· se apoya en una distincion de caracter absoluto entre Estados tiranicos y Estados moderados: se puede elegir entre muchos regimenes en funcion de su adaptaci6n al contexto particular, pero solo a condici6n de que satisfagan la exigencia universal de moderaci6n. «EI prin­ cipal inconveniente no es cuando un Estado pasa de un gobierno moderado a otro moderado, como de la republica ala monarquia o de la monarquia a la republica, sino cuando cae y se precipita del gobiemo moderado al despotismo» (VIII, 8). La tirania es un mal porque concentra todos los poderes en las mismas manos; pero la naci6n es un cuerpo heterogeneo al que nunca puede convenir ningdn poder unico. La moderacion consiste en tener en cuenta esta heterogeneidad de la poblacion y de sus aspira­ ciones en la organizacion del Estado y en la distribucion de poderes. Es posible, pues, juzgar las demas culturas ya la vez dejarlas en paz; incluso sena el ideal al que accede una civilizacion cuan­ do alcanza la madurez. Pero quienes no comparten este ideal, lno resultaran favorecidos por esta actitud pasiva? Quienes rei­ vindican una religi6n tolerante y no practican el proselitismo, "no se encuentran en una situaci6n de inferioridad con respecto al fanatico que impone en todas partes la conversion? Los Esta­ dos cuya evolucion democratica los conduce a denunciar la gue­ rra como medio de resolver los conflictos internacionales Y a renunciar a sus ejercitos, lno corren el riesgo de perecer bajo los golpes de sus vecinos, armados hasta los dientes, dando asi lugar a la desaparicion de esta forma de civilizacion superior que los habia llevado a desarmarse? Montesquieu ya alude por 10 demas a esta paradoja en Las cartas persas, refiriendose a la tiranta que padecen las mujeres: «el imperio que tenemos sobre elias es una autentica tirania; el que nos 10 hayan permitido s610 se debe a que tienen mas ternura que nosotros y, por 10 tanto, mas huma­ nidad y mas razon. Estas ventajas, que sin duda debenan procu­ rarles la superioridad, de haber sido nosotros razonables, les ha hecho perderla, porque nosotros no 10 somos» (I, 38). Cuanto mas humanidad y razon tenemos, menos queremos tiranizar a los demas; pero mas faci1les es a los otros tiranizarnos. Se trate de 1a intolerancia religiosa de ayer, de la condicion actual de las mujeres 0 del futuro destino de Europa occidental, en todo mo­

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mento nos enfrentamos a la misma apoda que nos Ieg6 Montes­ quieu sin indicarnos la soluci6n: la superioridad se convierte en inferioridad, 10 mejor conduce a 10 peor, y no basta con saber juzgar para disponer de la posibilidad material de ponerla en practica. Sin embargo, es posible que este equivocado: i.,y si la so1uci6n del problema estuviese bien planteada en Montesquieu, pero el hubiese preferido que la descubrieramos por nosotros mismos? l,Acaso no escribi6 en El espiritu de las leyes: «No se trata de hacer leer sino de hacer pensar»? (XI, 20) INTERACCI6N CON LOS OTROS

Se pueden distinguir dos pianos en las relaciones internacio­ nales: por una parte, hay una interacci6n entre Estados, y por otra, entre culturas; tambien pueden coexistir ambos pIanos. Las relaciones entre Estados, que, pese a los esfuerzos desplega­ dos por algunas instancias internacionales, se basan exclusiva­ mente en el equilibrio de fuerzas y de intereses, no forman parte de nuestro tema; yo me propongo describir determinadas formas y determinadas perspectivas en el campo de las relaciones inter­ culturales. Desde que existen, las sociedades humanas mantienen entre si relaciones mutuas. As! como es imposible imaginarse a los hombres viviendo en un principio aislados para s610 despues constituir la sociedad, tampoco se puede concebir una cultura y sin ninguna relaci6n con las demas culturas: la identidad nace de la (toma de conciencia de la) diferenciaj ademas, una cultura no evoluciona si no es a traves de los contactos: 10 inter­ cultural es constitutivo de 10 cultural. E igual que el individuo puede ser filantropo 0 misantropo, las sociedades pueden valorar sus contactos con las otras sociedades 0 bien, por el contrario, su aislamiento (pero jamas Uegar a practicarlo de un modo absolu­ to). Volvemos a encontrar aqui los fen6menos de xenofilia y xenofobia, junto con, en el primer caso, manifestaciones como la pasi6n por 10 ex6tico, el deseo de evasi6n 0 el cosmopolitismo, yen el segundo, las doctrinas de la «pureza de sangre», el elogio del enraizamiento y los cultos patri6ticos.

El cruzamiento entre culturas

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lC6mo juzgar los contactos entre culturas(o su ausencia)? Podria decirse, en un primer momento,· que ainbas cosas son necesarias: los habitantes de un pais disfrutan de un mejor co- _ nocimiento de su propio pasado, de sus valores y de sus costum­ bres, en la misma medida en que estan abiertos a otras culturas. Pero esta simetria es evidentemente enganosa. En primer lugar, la imagen de unidad y de homogeneidad que toda cultura gusta de tener de S1 misma procede de una propensi6n del espiritu, no de la observaci6n~ s610 puede ser una decisi6n a priori. Interior­ mente, toda cultura se constituye mediante un constante trabajo· --_. de traducci6n (i.,o deberiamos decir de trascodificaci6n?); por una parte, porque sus miembros se distribuyen en subgrupos (de edad, de sexo, de origenes, de pertenencia socio-profesional); por otra, porque las mismas vias por las que se comunican esos-· subgrupos no son isomorfas: la imagen no es convertible sin restos lingii1sticos, como tampoco es posible la operaci6n inversa. Esta «traducci6n» incesante es en realidad 10 que asegura el dina­ mismo interne de la sociedad. Por anadidura, si bien la atracci6n por 10 extranjero y su re­ chazo son dos actitudes bien documentadas, parece ser que las de rechazo son mucho mas numerosas. Prolongaci6n social del egocentrismo infantil, atavismo animal 0 ley del minima es­ fuerzo psiquico, poco import a la explicaci6n que se Ie de; basta con observar el mundo que nos rodea para comprobar que el encierro en uno mismo es mas facil que la apertura. Aun cuando - ­ se crea que ambas actitudes son necesarias, s610 la segunda me­

rece un esfuerzo consciente e implica un deber ser distinto del

mero ser. Siguiendo a Northrop Frye, se puede denominar trans­ valoraci6n a esa vuelta sobre si mismo de la mirada previamente

informada por el contacto con otro, y decir que constituye en sl

misma un valor, mientras que 10 contrario no 10 es. Contra la

metafora tendenciosa del enraizamiento y el desarraigo, habria ­ que decir que el hombre no es una planta y que eso mismo cons­

tituye su privilegio; y que asi como el progreso del individuo

(del nino) consiste en pasar del estado en que el mundo s610

existe en y para el sujeto a otro estado en que el sujeto existe

en el mundo, el progreso «cultural» consiste en el ejercicio de

la transvaloraci6n.

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EI contacto entre las culturas puede fracasar de dos maneras distintas: en el caso de maxima ignorancia, las dos culturas per­ manecen, pero sin influencia reciproca; en el de la destrucci6n total (Ia guerra de exterminaci6n), hay bastante contacto, pero uncontacto que conc1uye en la desaparici6n de una de las dos culturas: es el caso de las poblaciones indigenas de America, con algunas excepciones. El contacto presenta innumerables varieda­ des, que se podrian dasificar de miles de maneras. Digamos desde el principio que aqui la reciprocidad es mas bien la excepci6n de la regia: no porque los folletones televisivos norteamericanos influyan en la producci6n francesa sera verdad, 0 deberia ser verdad, que se produzca la influencia inversa. En ausencia de la acci6n concertada del Estado, la desigualdad es la causa de la influencia; ya su vez esta ligada a las desigualdades econ6micas, politicas y tecnol6gicas. No parece que haya que indignarse ante el hecho (aunque a veces uno 10 lamente): no ha lugar aqui a aguardar un equilibrio en la balanza de pagos. Desde otro punto de vista, se puede distinguir entre inter­ acciones con mucho y con poco efecto. Recuerdo el sentimiento de frustraci6n que me embargaba al conduir una animada con­ versaci6n con amigos marroquies 0 tunecinos que padecian la influencia francesa; 0 con los colegas mexicanos que se quejaban de la de Estados Unidos. Parece que estuvieran abocados a una elecci6n esteril: 0 bien malinchismo cultural, es decir, la adop­ ci6n ciega de los valores, los temas e inc1uso la lengua de la metr6polis, 0 bien el aislamiento, el rechazo de la aportaci6n «europea», la valorizaci6n de los origenes y las tradiciones, 10 que a menudo revierten en la repulsa del presente y el rechazo, entre otras cosas, del ideal democratico. En esta alternativa, cualquiera de los dos terminos me parece tan poco deseable como el contrario; pero lc6mo es posible eludir la elecci6n? He encontrado una respuesta a esta pregunta en un campo particular, el de la literatura, en la obra de uno de los primeros te6ricos de la interacci6n cultural: en Goethe, el inventor del concepto de literatura universal (Weltliteratur). Cabria suponer que la literatura universal no es mas que el minima comtin deno­ minador de las literaturas del mundo. Las naciones de Europa occidental, por ejemplo, han terminado por reconocer un fondo cultural comtin -los griegos y los romanos- y todas han admi-

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tide dentro de su propia tradici6n algunas obras procedentes de sus vecinos: un frances no ignora los nombres de Dante, Shakes­ peare y Cervantes. En la era de los aviones supers6nicos y los satelites de observaci6n, es posible imaginar que algunas obras maestras chinas y japonesas, arabes e indias, se agregaran a esta breve lista. En esto se procede por eliminaci6n, conservando tinicamente 10 que convenga a todos. Pero no es exactamente esta la idea que se hacia Goethe de la literatura universal. La que Ie interesaba eran precisamente las transformaciones que sufre cada literatura nacional en la epoca de los cambios universales. Y sefiala una doble via a seguir. Por una parte, no es menester renunciar por completo a la propia particularidad, sino todo 10 contrario: hay que ahondarla, por as! decir, hasta descubrir en ella 10 universal. «En cada particu­ laridad, tanto si es hist6rica 0 mitol6gica como si procede de una fabula 0 ha sido inventada de manera mas 0 menos arbitraria, se vera cada vez mas brillar y transparentarse 10 universal a tra­ YeS del caracter nacional e individual.» Por otra parte, de cara a la cultura extranjera, no hay que someterse, sino ver otra ex­ presi6n de 10 universal y, por 10 tanto, busear el modo de incor­ porarIa: «Hay que aprender a conocer las particularidades de cada naci6n, con el fin de aceptarlas, que es precisamente 10 que permite entrar en intercambio con ella: pues las particularidades de una naci6n son como su lengua y su moneda.» Para poner un ejemplo de nuestro tiempo, y no de los de Goethe, si Cien afios de soledad pertenece a la literatura universal, es precisamente por 10 muy arraigada que esta esta novela en la cultura del mun­ do caribefio; y, reciprocamente, si consigue expresar la especifi­ cidad de ese mundo, es porque no duda en apropiarse de los hallazgos literarios de Rabelais 0 de Faulkner. EI propio Goethe, el autor mas influyente de la literatura alemana, tuvo, como es sabido, una incansable curiosidad por todas las demas culturas, pr6ximas 0 lejanas. «Jamas he lanzado pna mirada ni dado un paso en el extranjero», escribe en una carta, «sin la intenci6n de conoce! en sus formas mas divers as 10 universalmente humano, que esta extendido y repartido por toda la tierra, y a continuaci6n reencontrarlo en mi patria, reconocerlo y fomentarlo». EI conocimiento de 10 ajeno sirve para el enri­ quecimiento propio: en este campo, dar es recibir. No se encon­

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trara, pues, en Goethe ningtin rastro de purismo, ni lingiifstico ni de ninguna otra clase: «EI vigor de una lengua no se mani­ fiesta en el hecho de que rechace 10 que Ie es extrano, sino en que 10 incorpore»; asimismo, practica 10 que 61 llama, un poco ir6nicamente, el «purismo positivo», es decir, la absorci6n de los terminos extranjeros de que carece Ia lengua propia. Mas que el minimo comun denominador, 10 que Goethe busca en la litera­ tura universal es el maximo comun multiplo. lSerfa posible concebir una politica cultural inspirada en los principios de Goethe? EI Estado moderno y democratico, el Es­ tado frances por ejemplo, no se priva de empenar su responsabi­ lidad y sus fondos en una politica cultural internacional. Si los resultados suelen ser decepcionantes, hay una raz6n que des borda ese terreno particular: es que, como dirfa M. de Ia Palice, siem­ pre result a mas facil organizar 10 que se deja organizar. Es mas factible conseguir que se encuentren los ministros de dos paises, o sus consejeros, que no los creadores; y mas facil reunir a los creadores que no los elementos artisticos como tales dentro de una obra (10 cual es tambien la raz6n de que la organizaci6n de Ia investigaci6n este en trance de suplantar a la propia investiga­ ci6n). Son incontables los coloquios, las emisiones y las asocia­ ciones que se proponen mejorar la interacci6n cultural; no se puede decir que sean perjudiciales, pero sl cabe dudar de su utilidad. Veinte reuniones de los ministros de cultura frances y griego no tendrfan un impacto equivalente al de una novela tra­ ducida de una de las dos lenguas a la otra. Pero, aun dejando de lado esta ulcera moderna que es la burocracia, es posible apreciar un tipo de intervenci6n por enci­ rna de las demas. Inspinindose en el los principios de Goethe, se podrfa decir que el objetivo de la politica intercultural deberfa consistir, sobre todo, en la importaci6n mas bien que en la ex­ portaci6n. Los miembros de una sociedad no pueden practicar espontaneamente la transvaloraci6n si ignoran la existencia de cuantos valores no les son propios; el Estado, que es una ema~ naci6n de la sociedad, debe ayudar a hacerselos accesibles: la elecci6n s6Io es posible a partir del momento en que se esta informado de su existencia. Parecen mucho mas insignificantes los beneficios que reportan a estos mismos miembros la promo­ ci6n en el extranjero de mejores logros. Si en el siglo XIX la cuI­

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tura francesa jug6 un papel predominante; -no fue porque se sub­ vencionara su exportaci6n, fue porque era una cultura viva que, entre otras cosas, acogia con avidez cuanto se hacia en el exterior. Aillegar a Francia en 1963, procedente de mi pequeno pais afec­ tado de xenofilia, me sorprendi6 descubrir que en un terreno particular, el de la teoda literaria, no s610 se ignoraba 10 que se habia escrito en bulgaro y ruso, lenguas ex6ticas, sino tambien en aleman e incluso en ingles; asimismo, mi primer trabajo en este pais consisti6 en una traducci6n del ruso al frances ... Esta falta de curiosidad por los otros es un signo de debilidad, no de fuerza: se conocen mejor en Estados Unidos las reflexiones fran­ cesas sobre la literatura que a los cdticos norteamericanos en Francia; sin embargo, los anglo-americanos no parecen sentir la necesidad de subvencionar la exportaci6n de su cultura. Hay que ayudar a las traducciones al frances antes que a las del ingIes: la batalla de la francofonia se desarrolla ante todo en la propia Francia. La constante interacci6n entre las culturas desemboca en la formaci6n de culturas hibridas, mestizas y criollas, en todos los grados: desde los escritores bilingiies, pasando por las metr6polis cosmopolitas, hasta los Estados pluriculturales. En 10 que respecta a las entidades colectivas, vienen a la cabeza facilmente numero­ sos casos asimismo insatisfactorios. No nos detendremos en la asimilaci6n pura y simple, que no saca ningun provecho de la coexistencia de dos tradiciones culturales. El gueto, que protege y en ultimo termino mantiene intacta la cultura minoritaria, no es tampoco de ninguna manera una soluci6n defendible, puesto que en absoluto favorece la mutua fecundaci6n. Pero el melting­ pot llevado a extremos, en el que cada una de las culturas de origen aporta su propia contribuci6n a una nueva mezcla, tam­ poco es una soluci6n muy buena, al menos desde el punto de vista del desarrollo de las culturas; vendda a ser algo asi como la literatura universal que se conseguiria por sustracci6n, en la que cada cual s610 aport a 10 que los demas ya tienen; los resul­ tados de estos casos recuerdan esos platos de sab~r indefinido que se encuentran en los restaurantes italo-cubano-chinos de America del Norte. La otra concepci6n de Ia literatura universal podrfa volver a servir de modele ahora: hace falta que haya in­ tegraci6n para poder hablar de una cultura (compleja) y no de

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la coexistencia de dos tradiciones aut6nomas (desde este punto de vista, Ia emigraci6n es preferible a la migraci6n); pero la cul­ tura integrante (y por tanto dominante) , sin dejar de mantener su identidad, deberia enriquecerse por las aportaciones de la cul­ tura integrada y descubrir una vfa de expansi6n en lugar de ano­ dinas evidencias. Pensemos por ejemplo, aun cuando los hechos incluyeran muchas veces derramamientos de sangre, en c6mo los arabes influyeron en la cultura espaiiola y, mas a11a, en la europea durante la Edad Media y los comienzos del Renacimiento. Las cosas parecen bastante mas sencillas en el caso de los individuos y, en el siglo xx, el exilio ha sido el punto de partida de expe­ riencias artfsticas notorias. La «transvaloraci6n» es en sf misma un valor. lEquivale esto a decir que todos los contactos e interacciones con los represen­ tantes de otra cultura son hechos positivos? Eso serta recaer en las aporias de la xenofilia: 10 ajeno no es bueno por el simple hecho de ser ajeno; determinados contactos tienen efectos posi­ tivos, pero no aSl otros. La mejor consecuencia del cruzamiento entre culturas suele consi'stir en la mirada crftica que uno vuelve hacia SI mismo; 10 cual no implica en absoluto la glorificaci6n de 10 ajeno. Existe una forma de interacci6n entre culturas que, por su gran especificidad, merece ser tratada aparte: el trabajo cientf­ fico. Nos gusta imaginarnoslo tan puro, tan transparente, que olvidamos que tambien consiste en una interacci6n: la presencia del etn610go, 0 del soci610go, modifica el comportamiento de los sujetos que observa; al mismo tiempo, esta observaci6n incluso transforma los instrumentos conceptuales del propio cientlfico. He vivido la experiencia opuesta: cuando viajaba por Africa central, s610 tenia un pesar, el de ser un puro observador, en lugar de disponer de una tecnica particular, agricola 0 medica, que me hubiera permitido entrar en interacci6n y acceder por esa via a un «autentico» conocimiento. Pero este trabajo tambien tiene sus gradaciones: es mas 0 menos completo, mas 0 menos profundo. El moderno turismo masivo nos ha familiarizado con diez paises distintos, vislumbra­ dos durante el tiempo que duran unas vacaciones retribuidas. Sena facil ironizar sobre el turista que, estando en el extranjero, se mantiene fiel a sus propios habitos y se preocupa mas de los

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negativos fotograficos que se llevara que de las personas que podria conocer. No nos riamos de el: todos nosotros somos tu­ ristas franceses y nuestro primer contacto con una cultura extran~ jera siempre es forzosamente superficial. Antes de conocer un pais es necesario descubrir las razones para conocerlo, hay que comenzar por encontrarlo, aunque sea de pasada. Por 10 demas, muchas veces la curiosidad del turista, su sed de memorabilia, resulta mas simpatica que la desilusi6n del cooperante, que lleva muchos aiios instalado en el lugar y ya s610 piensa en sus venta­ jas. En el otro polo del continuo se encuentra el especialista, el erudito, el etn610go, que consagra toda su vida y todas sus fuer­ zas al estudio de una cultura extranjera; que habla la lengua tan bien, e inc1uso a veces mejor, que los aut6ctonos, que conoce su historia y sabe practicar sus costumbres, y que inc1uso acaba pareciendose a ellos ffsicamente (un amigo indostanista, cien por cien frances, adopta cada dia mas el aspectode un bengali). lSe conoce alguna vez a los otros? Montaigne decia: «S610 nombro a los demas para dar mas peso a lo·que digo» (I, 26), y muchos comparten actualmente su escepticismo. l'Se conoce alguna vez algo distinto de uno mismo?Pero la exterioridad del sujeto que conoce no es tan s610 una desventaja, tambien puede ser un privilegio. Para seguir en el mismo sigl0 XVI, bien pode­ mos preferir, mejor que la lucidez desengaiiada de Montaigne, el proyecto epistemo16gico original de Maquiavel0, quien escribe en la dedicatoria de El principe: «Lo mismo que los pintores de paisajes se colocan en el valle para dibujar las montaiias o las cumbres, y ascienden a las cimas para dominar las llanuras,-· es necesario ser principe para conocer en profundidad al pueblo y formar parte del pueblo para conocer la naturaleza de los prin­ cipes.» Los etn610gos y los fil6sofos del siglo xx han reactivado ese programa. La etnologia no es la sociologia de los primitivos, ni la sociologia de 10 cotidiano, sino la sociologia· hechadesde fue­ ra: la no pertenencia a una cultura me pone en condiciones de descubrir 10 que escapa a sus miembros debido -a confundirse con 10 natural. Lo mismo cabe decir del historiador, aun cuando el muy raras veces 10 piense: precisamente porque no participa de determinados acontecimientos Ie es posible revelar su sentido. En un primer momento. es indispensable identificarse con 10

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ajeno para comprenderlo mejor; pero no es necesario mantenerse ahi': la exterioridad del observador es a su vez pertinente para el conocimiento. EI sin610go europeo que quiere ser tan chino como los chinos olvida que su privilegio consiste en no serlo. EI conocimiento de los otros es un movimiento de ida y vuelta; quien se contenta con sumergirse en una cultura extranjera se queda a medio camino. l Quiere todo esto decir que hay que reconciliarse con los propios «prejuicios» y proc1amar la esterilidad del drculo herme­ neutico? La imagen del circulo tal vez tenga aqui algo de enga­ nosa, al no permitir visualizar el movimiento orientado hacia un horizonte, que seria el de la verdad y la universalidad. Luego de haber pasado una temporada entre 10 «otro», el «especialista» no regresa al mismo punto de partida; se esfuerza por encontrar un terreno de entendimiento comun, de crear un discurso que saque partido de su exterioridad pero que al mismo tiempo hable a los otros y no s610 de los otros. Rousseau, que habia reflexio­ nado sobre la naturaleza de este conocimiento, 10 comprendi6 muy bien, aunque la practica quedara muy por detras de la teo­ ria: hay que conocer, decia, las diferencias entre los hombres, no para encerrarse en la afirmaci6n de la incomunicabilidad, sino para esc1arecer al hombre generico. Lo que es mas, este ultimo conocimiento s610 se alcanzara por ese mismo camino: «Cuando se quiere estudiar a los hombres, hay que mirar cerca de uno mismo; pero para estudiar al hombre, hay que aprender a mirar lejos; hay que empezar por observar las diferencias para descu­ brir las propiedades» (Ensayo sobre el origen de las lenguas).

EL PRESENTE NUMERO

Despues de esta rapida panoramica, la palabra queda ahora en manos del especialista en cada sector de nuestro inmenso do­ minio. Todavia hay que recordar que cad a uno de estos sectores es de por sl bastante vasto, a menudo de las dimensiones de toda una disciplina; de modo que los textos que siguen tal vez se parezcan tambien a una panoramica. Los he distribuido en cuatro secciones. La primera reune cuatro estudios sobre disciplinas que tienen por objeto (0 por uno

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de sus objetos) el cruzamiento entre culturas: la filosoiiii poHtica, con Luc Ferry y Alain Renaut; la historia, con Fran90is Hartog; la etnologia, con Clifford Geertz; el estudiocomparado de las culturas, con Fran90is lullien. Unas veces se trata de un ejemplo, otras de una visi6n de conjunto e incluso de una reflexi6n abs­ tracta; pero todos los textos recuerdan las formas· existentes de­ discurso sobre el cruzamiento y ponen de manifiesto los proble­ mas que encuentran los distintos especialistas. . La segunda secci6n es mas breve, aunque podrfa prolongarse indefinidamente: es una evocaci6n de algunos autores que han reflexionado sobre el cruzamiento. Uno de estos personajes es. antiguo (Ibn ArabI, descrito por Abdelwahab Meddeb), el otro es contemporaneo nuestro (V. S. Naipaul, presentado por Pascal· . Bruckner); el unico rasgo que tienen en comun es el de haber vivido y observado de cerca los cruzamientos entre culturasy .. haber tratado de comprenderlos. La tercera secci6n se ocupa, no ya de losdiscursos sobre el cruzamiento, sino del cruzamiento mismo.De nuevo se encon­ trara aqui una muestra de los problemas planteados. Louis Du­ mont analiza la interacci6n cultural a la luz de la oposicion entre sociedades holisticas y sociedades individualistas. Dominique Schnapper examina las modalidades de aculturaci6n entre los trabajadores inmigrantes. Dean MacCannel muestra el papel que puede desempefiar el turismo internacional en la construcci6n de una identidad cultural. Harald Weinrich se pregunta por la rare­ za de las lenguas extranjeras. Antoine Berman esboza una historia de las actitudes con respecto a la traducci6n en Francia. Por ultimo, la secci6n final reune textos un poco al margen, tanto por la forma como por el fondo. Setrata-de cuestiones per­ sonales planteadas por auto res (Richard Rodriguez, Nancy Hus­ ton, Lena Sebbar) que reflexionan, cada cual desde su caso· par­ ticular, sobre el bilingiiismo y el exilio. Pluralidad de perspectivas, pues, y por supuesto pluralidad de puntos de vista; pero, sin duda, s610 son un eco del pluralismo inherente a este tema inagotable que son los cruzamientos entre culturas. . . Tzvetan TODOROV CNRS, Paris

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