Sus ocho columnas de soldados, inertes, expectantes, Contemplaban el campo de batalla desde sus atrincheradas casillas. A sus costados, las torres de la fortaleza protegían del peligro A los Reyes que daban color a su comarca. Dos nobles protegían cabalgando, los caminos que llevaban hasta ellos, Mientras el sol resplandecía en las blancas armaduras de otros dos Caballeros gallardamente dispuestos a defenderlos. De pronto, el Rey Jorge, presintió en el vuelo de las aves, su destino. Un ejército rival venía en su búsqueda Avanzando sin tregua en los escaques. Sus fuerzas, similares. El color de su ropaje, negro abismo. El fragor de la lucha, presentida, Enervó rápidamente sus sentidos. De pronto percibió, en el perfume de las flores, la esperanza En la caricia del viento en las praderas, su firmeza Y en el interior de su Ser, vibrar la vida. Entonces dio la orden, creció con magia su estrategia, Tendió celadas, enfrentó al rival con valentía Y tomando en diagonal, sus caballeros Atraparon con ventaja las piezas enemigas. El Rey Jorge, avanzó resuelto, con denuedo,
Sorteando los escollos que el destino le planteaba Sus soldados, jaqueando posiciones rivales, Conquistaron las piezas ya vencidas. Y en la séptima casilla de la vida, Pudo el Rey Jorge sentarse sobre su gloria Contemplando la obra que, erigida, Con su nombre, quedará siempre en la historia.