DESDE LA PROFESIÓN HASTA LA OFRENDA AL AMOR [76rº - 77rº] (1890 – 1895) Por fin, llegó el hermoso día de mis bodas. Fue un día sin nubes. Pero la víspera, se levantó en mi alma la mayor tormenta que había conocido en toda mi vida... Nunca hasta entonces me había venido al pensamiento una sola duda acerca de mi vocación. Pero tenía que pasar por esa prueba. Por la noche, al hacer el Viacrucis después de Maitines, se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, una quimera... La vida del Carmelo me parecía muy hermosa, pero el demonio me insuflaba la convicción de que no estaba hecha para mí, de que engañaba a los superiores empeñándome en seguir un camino al que no estaba llamada... Mis tinieblas eran tan oscuras, que no veía ni en-[76vº] tendía más que una cosa: ¡que no tenía vocación...! ¿Cómo describir la angustia de mi alma...? Me parecía (pensamiento absurdo, que demuestra a las claras que esa tentación venía del demonio) que si comunicaba mis temores a la maestra de novicias, ésta no me dejaría pronunciar los votos. Sin embargo, prefería cumplir la voluntad de Dios, volviendo al mundo, a quedarme en el Carmelo haciendo la mía. Hice, pues, salir del coro a la maestra de novicias, y, llena de confusión, le expuse el estado de mi alma... Gracias a Dios, ella vio más claro que yo y me tranquilizó por completo. Por lo demás, el acto de humildad que había hecho acababa de poner en fuga al demonio, que quizás pensaba que no me iba a atrever a confesar aquella tentación. En cuanto acabé de hablar, desaparecieron todas las dudas. Sin embargo, para completar mi acto de humildad, quise confiarle también mi extraña tentación a nuestra Madre, que se contentó con echarse a reír. En la mañana del 8 de septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, «que supera todo sentimiento», emití los santos votos... Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias-, sino al soplo de un ligero céfiro parecido al que oyó en la montaña nuestro Padre san Elías... ¡Cuántas gracias pedí aquel día...! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar
a todas las almas del purgatorio y convertir a los pecadores... Pedí mucho por mi Madre, por mis hermanas queridas..., por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo... Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección su voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello... [77rº] Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad... ¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! Era la Virgencita recién nacida quien presentaba su florecita al Niño Jesús... Todo fue pequeño, excepto las gracias y la paz que recibí y excepto la alegría serena que sentí por la noche al ver titilar las estrellas en el firmamento mientras pensaba que pronto el cielo se abriría ante mis ojos extasiados y podría unirme a mi Esposo en una alegría eterna... El 24 tuvo lugar la ceremonia de mi toma de velo. Fue un día totalmente velado por las lágrimas... Papá no estaba allí para bendecir a su reina... El Padre estaba en Canadá... Monseñor, que iba a ir a comer en casa de mi tío, estaba enfermo, y tampoco vino. Todo fue tristeza y amargura... Sin embargo, en el fondo del cáliz había paz, siempre la paz ... Aquel día Jesús permitió que no pudiese contener las lágrimas, y mis lágrimas no fueron comprendidas... De hecho, ya había soportado pruebas mucho mayores sin llorar, pero entonces me ayudaba una gracia muy poderosa; en cambio, el día 24 Jesús me abandonó a mis propias fuerzas, y demostré lo escasas que éstas eran. Ocho días después de mi toma de velo tuvo lugar la boda de Juana. Me sería imposible decirte, Madre querida, cuánto me enseñó su ejemplo acerca de las delicadezas que una esposa debe prodigar a su esposo. Escuchaba ávidamente todo lo que podría aprender al respecto, pues no quería hacer yo por mi amado Jesús menos de lo que Juana hacía por Francis, una criatura ciertamente muy perfecta, ¡pero a fin de cuentas una criatura...!
Tarjeta de Invitación a las Bodas de Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz El Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, Soberano Dominador del Mundo, y la Gloriosísima Virgen María, Reina de la Corte celestial, tienen a bien participaros el Casamiento de su Augusto Hijo, Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, con la Señorita Teresa Martín, ahora Señora y Princesa de los reinos apostados en dote por su Divino Esposo, a saber: la Infancia de Jesús y su Pasión, siendo sus títulos de nobleza: del Niño Jesús y de la Santa Faz.
El Señor Luis Martín, Propietario y Dueño de los Señoríos del Sufrimiento y de la Humillación, y la Señora de Martín, Princesa y Dama de Honor de la Corte Celestial, tienen a bien participaros el Casamiento de su hija, Teresa, con Jesús, el Verbo de Dios, segunda Persona de la Adorable Trinidad, que, por la operación del Espíritu Santo, se hizo Hombre e Hijo de María, la Reina de los Cielos.
Tarjeta de Invitación a las Bodas de Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz El Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, Soberano Dominador del Mundo, y la Gloriosísima Virgen María, Reina de la Corte celestial, tienen a bien participaros el Casamiento de su Augusto Hijo, Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, con la Señorita Teresa Martín, ahora Señora y Princesa de los reinos apostados en dote por su Divino Esposo, a saber: la Infancia de Jesús y su Pasión, siendo sus títulos de nobleza: del Niño Jesús y de la Santa Faz.
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