Suplemento 1

  • June 2020
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VIDA Y OBRA DE SANTA TERESA DE JESÚS

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta.

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Pensamientos de Santa Teresa Humildad “Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que veamos en los otros y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados... Tener siempre a to-dos por mejores que nosotros.” “Tener gran confianza... Su Majestad es amigo de almas animosas, que vayan con humildad y sin ninguna confianza en sí mismas.” “Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tu-vo casa, sino un portal Belén en Belén donde nació y la cruz adonde murió.” Oración “Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto en las penas como en las alegrías.” “De devociones absurdas y santos amargados, líbranos, Señor.” “Como se haga la oración, que es lo más importante, no dejará de hacerse todo lo demás.” “La oración es el camino real para el Cielo, y camino seguro... No me parece es otra cosa perder el camino, sino dejar la oración.” “Nadie puede hacerse a sí mismo mayor daño que dejar de tener oración.” Paz interior 3

“Sea tu deseo ver a Dios; tu temor, si le has de perder; tu dolor, que no le goces, y vivirás con gran paz.” Confianza “Dios nunca forzará nuestra voluntad; Él sólo toma lo que le damos; pero tampoco Él se da a sí mis-mo del todo hasta que nosotros nos hemos dado.” “Juntos andemos Señor, por donde fuisteis, ten-go que ir; por donde pasaste, tengo que pasar.” Amor “La perfección verdadera es amor a Dios y al prójimo.” “No le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama.” “Mire yo a mi Amado y mi Amado a mí; mire Él por mis cosas y yo por las suyas.” “Sólo amor es el que da valor a todas las cosas.” “¡Oh Señor y verdadero Dios mío! Quien no os conoce, no os ama.” “El amor de Dios se adquiere resolviéndonos a trabajar y a sufrir por Él.” “Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor.” “Con la fuerza del amor, el alma siente poco cuanto hace y ve claro que no hacían mucho los már-tires en los tormentos que padecían porque, 4

con esta ayuda de parte de nuestro Señor, es fácil.” “Darse del todo al Todo, sin hacernos partes.” Fe “No son necesarias las alas para ir hacia a Dios, sino ponerse en soledad y mirarse uno mismo dentro de sí.” “La verdad padece, pero no perece.” “Vivo sin vivir en mi y tan alta muero porque no muero.”

vida

espero que

“Todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en Vos, que si no mirásemos otra cosa que el camino, pronto llegaríamos...” “Es imposible tener ánimo para cosas grandes, quien no entiende que está favorecido de Dios."

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El Libro de la Vida Santa Teresa inicia este libro sobre su vida con un deseo que le deniegan las autoridades eclesiásticas que le han encargado escribirlo:

“Quisiera que, así como me han mandado y permitido que escriba las gracias y los favores que Dios me ha hecho, también me la dieran para que detallara y dijera con claridad mis grandes pecados y mi vida miserable.” Todavía joven, a escondidas de su padre (recién enviudado), cayó en la lectura obsesiva de libros de caballería. También se le despertó una fuerte inclinación “a las galas y a contentar en parecer bien, con mucho cuidado de mis manos, cabello y olores” , y en todo tipo de vanidades que le venían, en su mayor parte, “por ser muy engreída”. Teresa reconoce que Dios le libró de grandes peligros y malas caídas: “y Él procuraba, contra mi voluntad, que no me perdiese del todo” , aunque esa situación no fue tan discreta como para que la honra de Teresa y de su padre no fuera afectada.

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“Me llevaron a un monasterio donde se formaban personas semejantes a mí, aunque no de costumbres tan viles como las mías.” Su estancia en el monasterio de Nuestra Señora de Gracia sosiega su espíritu, aunque “no me dejaba de tentar el demonio, ni de buscar cómo desasosegarme con reclamos”. Pero su alma se va acostumbrando lentamente al bien:

“Me parece que andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde podía hacerme volver a Él.” Teresa se sentía muy querida por su padre y, precisamente por eso, disimulaba ante él sus errores. Y como temía tanto perder la honra y la buena fama, todos sus esfuerzos los empleaba en que “mi maldad fuese en secreto” , sin darse cuenta de que no podía quedar oculta “ante Quien todo lo ve”. Un familiar le hacía leer ciertos libros que no eran de su agrado, pero disimulaba y mostraba interés por contemporizar y ser complaciente “porque en esto de dar contento a los demás era muy cuidadosa, aunque me causara pesar, lo que en mí ha sido siempre una gran falta” , pues en este aspecto, Teresa, según sus propias palabras, “no tenía medida” . Los sentimientos de Teresa eran confusos, pues para elegir estado “me movía más un temor servil que el amor” . Cuando decide ingresar en las carmelitas de la Encarnación y sale de la casa paterna, siente tal sufrimiento “que no creo será ma7

yor cuando me muera, porque me parecía que cada hueso se apartaba de mí” . Toda esta situación le supuso tal esfuerzo que “si el Señor no me hubiese ayudado contra mí misma, no hubiesen bastado mis fuerzas para seguir adelante... Su Majestad me dio ánimo contra mí misma, de forma que lo pude hacer”. Una vez tomado el hábito, Dios le hace comprender “cómo favorece a los que se violentan para servirle” , mientras los demás creían que su comportamiento dependía de su fuerte voluntad. Desposada ya con el Señor, se llenó de gozo y entusiasmo que, sin embargo, no fueron sentimientos suficientes para evitar “lo que después os ofendí” , porque “Vos, Señor mío, permitiste ser ofendido durante los casi veinte años que usé mal tu gracia, para que yo fuese mejorada”. Teresa reconoce que “bien pudiera parecer que había prometido no guardar ni cumplir ninguna cosa de las que prometí, aunque entonces no era esa mi intención”. Por otra parte, “es verdad que muchas veces disminuye el sufrimiento por mis grandes culpas la alegría que me da que se conozca la muchedumbre de tus misericordias... ¿En quién, Señor, sino en mí pueden resplandecer tus grandes amores?” “Procuraba tener a Jesucristo presente dentro de mí y ésta era mi manera de oración”. Empleaba su tiempo en leer buenos libros porque “Dios no me dio talento para discurrir con el entendimiento, ni aprovecharme de la imaginación, que la tengo tan torpe que, sólo para imaginar la humanidad del Señor, nunca acababa”. 8

Dieciocho años pasó sin poder realizar oración mental o contemplativa, ni cualquier otra actividad espiritual que requiriese algo de imaginación o talento: “Salvo cuando acababa de comulgar, jamás me atrevía a rezar sin un libro; porque mi alma temía tanto estar sin él en oración, como si tuviera que pelear con mucha gente. El remedio del libro me consolaba y era como un escudo en el que recibía los golpes de la in-finidad de pensamientos que me invadían... La sequedad siempre se daba cuando me faltaba el libro, porque se me desbarataba el alma y los pensamientos se perdían.” Respecto al año del noviciado, escribe Teresa: “El año del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas que en sí tenían poca importancia, pero me acusaba sin tener culpa la mayor parte de las veces. Yo llevaba esto con gran pena e imperfección, aunque todo lo superaba con la gran alegría de ser monja. Era aficionada a todas las cosas religiosas, pero no a sufrir nada que pareciese un menosprecio. Me alegraba cuando era estimada. Todo lo que hacía me parecía virtuoso, aunque esto no quiera servir de excusa, porque sabía buscar en todo mi propia satisfacción. Alguna discul-pa tenía porque el convento no estaba funda-mentado en gran perfección, pero yo, como indigna que era, me iba tras lo que veía que eran errores y faltas, y dejaba lo bueno.” Ya en ese tiempo, la Santa tenía una aguda capacidad de discernimiento para descubrir en todos 9

los hechos de su vida, hasta en los que pudieran parecer errores ajenos, la presencia amorosa y la guía sabia de Dios:

“Gran daño hicieron a mi alma los confesores mal instruidos. Ellos no me querían engañar, sino que no sabían más. Me parecía bien creerles porque lo que me decían eran pautas ligeras, y me daban más libertad, porque si me hubieran dicho cosas más exigen tes, yo, que soy tan miserable, me habría buscado otros confesores... Lo que era pecado venial me de-cían que no era nada; lo que era mortal, que sólo venial. Ello me hizo un daño muy grande y por eso lo digo, para aviso de otros. Esto no me sirve de disculpa, porque me tendría que haber bastado con que las cosas fueran malas para que yo me abstuviera de ellas... Creo que Dios permitió que, a causa de mis pecados, ellos (los confesores) se engañasen a sí mis-mos y me engañasen a mí. Por mi parte, yo en-gañé a muchos otros diciéndoles lo mismo que me habían dicho a mí. Esta ceguera me duró más de diecisiete años.” Poco a poco, la experiencia del amor de Dios se va haciendo más intensa en Santa Teresa:

“Muchas veces he pensado espantada en la gran bondad de Dios... Por ruines e imperfectas que fueran mis obras, mi Señor las iba mejorando y dando valor, y los pecados y males los escondía... Dios hace que resplandezca una virtud que Él mismo pone en mí, casi obligándome para que la tenga.” 10

Teresa cayó gravemente enferma, hasta el punto de que todos pensaban que se hallaba al borde de la muerte. Inesperadamente comenzó una lenta mejoría durante la cual escribe:

“Como me veía tan tullida a una edad tan joven y el estado en que me habían dejado los médicos de la tierra, decidí acudir a los del cielo para que me sanasen; pues deseaba la salud aunque llevaba mi enfermedad con mucha alegría. Pensaba algunas veces que, si estando sana me había de condenar, mejor esta ba así; pero pensaba que serviría mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro engaño: no abandonar-nos del todo en lo que dispone el Señor, pues Él sabe mejor que nosotros los que nos con-viene. ¡Vágame Dios, que deseaba yo la salud para servirle mejor, y fue la causa de todo mi daño!” Recuperada la salud, Teresa vive un tiempo de frialdad, desconcierto y tinieblas espirituales:

“Comencé de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión a meterme en grandes peligros y andar mi alma dañada en muchas vanidades; que ya me avergonzaba de volverme a Dios mediante la oración.” Además, Teresa no destaca por su docilidad: “Tenía en el convento una monja que era mi pariente, gran sierva de Dios y muy religiosa. Ella también me avisaba algunas veces 1 , y no sólo no la creía, sino que me 1

La Santa se refiere a ciertas conversaciones banales e, incluso, perjudiciales que tenía por costumbre mantener en exceso, y de las que le costó muchos años descubrir el daño espiritual que le causaban.

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disgustaba con ella y me parecía que se escandalizaban sin tener motivo. Digo esto para que se entienda mi maldad y la gran bondad de Dios, y qué merecido tenía el infierno por mi ingratitud; y también por si el Señor ordena que alguna monja lea esto y se escarmiente en mi persona. Les pido yo que por amor a nuestro Señor huyan de semejantes distracciones. Quiera Su Majestad que alguna se desengañe por mí, para com-pensar a cuantas yo he engañado diciéndoles que no era cosa mala, a causa de la ceguera que yo tenía...” La Santa atraviesa un tiempo de sequedad espiritual del que habla con toda franqueza y claridad:

“Yo estuve destruida y sin tener oración más de un año, y me parecía que era por humildad. Y ésta fue la mayor tentación, por cuya causa iba a acabar de perderme... Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración veía más mis faltas: por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al mundo. Me daban mucha alegría las cosas de Dios, pero me tenían atada las del mundo. Parece que quería conciliar estos dos contrarios (tan enemigo uno del otro), como es la vida espiritual, por una parte, y los gustos, los contentos y los pasatiempos sensuales, por otra. Pasaba mil pesares en la oración, porque el espíritu no era dueño, sino esclavo; de tal forma, no podía encerrarme dentro de mí sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años, que ahora me espanto de pensarlo... Aunque bien sé que no estaba en mi mano dejar la oración porque me 12

tenía en las suyas Aquél que me quería para darme mayores dones. ¡Vágame Dios si tuviera que decir las tentaciones que en estos años Dios me quitaba y cómo volvía yo a meterme en ellas! ¡Yo a hacer obras para descubrir la que era, y el Señor a cubrir mis errores y a destapar alguna pequeña virtud, si es que la tenía, y a hacerla grande ante los ojos de aquellos que me consideraban en mucho! Porque aunque algunas veces se traslucían mis vanidades, como veían otras cosas que les parecían buenas, no lo creían... Y era que el Sabedor de todas las cosas conocía mis grandes pecados, pero también la pena por no tener en mí la fortaleza para ponerlo en práctica. ¡Oh, Señor de mi alma! ¡Cómo podré agradecer los dones que me hicisteis en estos años! ¡Y cómo en el tiempo que yo más os ofendía, me disponías rápidamente con un gran arrepentimiento para que pudiera gustar de vuestros regalos! Tomabas, Rey mío, el más delicado y penoso castigo para mí: castigabas mis delitos con grandes regalos... Era tan doloroso para mi forma de ser recibir dones cuando había caído en grandes culpas, que esto me desha-cía y confundía, y me fatigaba más que si me hubie-ses mandado muchas enfermedades o duras prue-bas. Porque yo veía que merecía estos males y me parecía que con ellos pagaba algo de mis pecados, aunque bien poco pues eran muchos. Pero ver que recibía nuevos dones era para mí un tormento te-rrible. Mis lágrimas y mi enojo eran por saber que pronto volvería a caer... 13

Gran mal es para un alma estar sola entre tantos peligros. Creo que si yo hubiera tenido alguien con quien tratar todo esto, me hubiese ayudado a no caer, aunque sólo fuera por vergüenza ajena, ya que no la tenía de Dios. No sin motivo he resaltado este tiempo de mi vida, aunque querría que me aborreciesen los que lean esto por ver un alma tan pertinaz e ingrata con quien le ha hecho tantos beneficios; y me gustaría tener permiso para decir las muchas veces que falté a Dios por no estar arrimada a la fuerte columna de la oración... La oración es la puerta para los grandes beneficios que Dios me ha dado; cerrado este acceso, no sé como los concederá, porque aunque Él quiera entrar para visitar y alegrar el alma, no hay por donde hacerlo. Si le ponemos muchos tropiezos, ¿cómo ha de venir a nosotros? ¡Y, por otra parte, queremos que Dios nos haga grandes favores! Suplicaba yo al Señor que me ayudase; pero debía faltarme una cosa (según he descubierto después): poner toda mi confianza en Dios y perderla del todo en mí. Yo buscaba remedios y hacía propósitos, pero no entendía que todo aprovecha poco si, una vez abandonada la confianza en nosotros mismos, no la ponemos en Dios... Deseaba vivir, porque bien me daba cuenta de que lo mío no era vida sino una pelea agotadora contra una sombra de la muerte, y no había quien me diese vida, ni yo la podía alcanzar; y quien me la podía dar tenía razón al no socorrerme, pues tantas veces me había atraído hacia Él, y tantas otras yo le había abandonado.” 14

Así era mi oración: como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo en mi interior, sobre todo en los hechos donde a mí me parecía que estaba más solo. Pensaba que, estando abandonado y afligido, como cualquier persona necesitada, me admitiría a mí con más facilidad. De estas simplezas tenía yo muchas. También me aprovechaba ver el campo, el agua o las flores porque en estas cosas hallaba yo recuerdo del Creador. Asuntos celestiales ni ideas elevadas, al ser mi mente tan grosera, jamás las pude imaginar, hasta que por otro medio el Señor me las presentó. Tenía tan poca habilidad con el entendimiento para representar cosas que, si no era lo que veía con mis ojos, mi imaginación no me aprovechaba nada. En este tiempo me dieron el libro de las Confesiones de San Agustín, parece ciertamente que por orden del Señor porque ni yo las busqué ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín por haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el Señor los vuelve hacía Sí, encontraba yo mucho consuelo, pues pensaba que si el Señor los había perdonado a ellos, también podría hacerlo conmigo. Sólo una cosa me desconsolaba: que ellos con una sola vez que los había llamado el Señor, no volvían a caer, y a mí eran tanta veces que eso me fatigaba… Cuando llegué al momento de la conversión de San Agustín y cuando oyó aquella voz en el huerto, me parece que el Señor también me la dio a mí, según lo sentí en mi corazón… ¡Qué gran sufrimiento para el alma haber perdido la libertad que habría de tener para ser señora, y qué 15

tormentos padece! Yo me admiro ahora cómo podía vivir en tanto suplicio. Sea Dios alabado que me dio vida para salir de esta muerte tan mortal. ¿Cómo gastará espléndidamente quien no se da cuenta de que es rico? Es imposible conforme a nuestra naturaleza tener ánimo para cosas grandes si no descubrimos que podemos contar con el favor de Dios. Porque somos tan miserables e inclinados a las cosas terrenas que mal podremos despreciar lo de aquí si no comprendemos que tiene alguna garantía de lo de allá, así como del amor que Dios nos tiene. Porque con estos dones el Señor nos da la fortaleza que perdimos por nuestros pecados. Porque nuestra naturaleza está tan muerta que sólo nos inclinamos a lo que vemos en el presente. Creemos que ya hemos dejado nuestra honra personal cuando somos religiosos o ya hemos iniciado nuestra vida espiritual, mientras, claro está, no nos toquen un punto de nuestra soberbia, que entonces ya no recordamos que la honra se la habíamos entregado a Dios, y rápido queremos retomarla y quitársela de las manos, después de que le hubiésemos hecho a Dios señor de nuestra voluntad. Y así nos sucede con todas las otras cosas. Gran misericordia le hace Dios a quien da esta gracia de la oración de quietud y el ánimo para que procure con consiga este gran bien. Porque si persevera en ella, Dios no se niega a nadie. Poco a poco va habilitando el ánimo para que salga victorioso. Digo ánimo, porque son muchos los obstáculos que el demonio le pondrá delante al principio para que 16

no comience este camino, porque sabe el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquel alma sino otras muchas; porque si el que comienza consigue mantenerse, con la ayuda de de Dios, creo que jamás irá solo al cielo, porque siempre llevará mucha gente tras de sí. Los que comienzan a tener oración podemos com-pararlos con los que sacan agua del pozo, que re-quiere importante trabajo y cansancio, pues es di-ficultoso recoger los sentidos que están acostum-brados a andar desparramados. Hasta aquí lo pode-mos adquirir nosotros, con el favor de Dios, que sin éste ya se sabe que no podemos tener ni tan si-quiera un pensamiento bueno. Aquí, el alma se alegrará, se consolará y tendrá por un gran don poder trabajar en el huerto de tan gran rey. Y saber que tu vida no ha de ser contentarte a ti mismo, sino a Él, y ver que sin pagarte nada tienes gran cuidado de lo que te encomendó. Y te ayuda a llevar la cruz; y no quieras tu reino para aquí, ni dejes jamás la oración, aunque te dure la sequedad toda la vida, y no dejes que Cristo caiga con la cruz. Tiempo vendrá en que Él te pagará todo junto; no tengas miedo de que se pierda tu trabajo porque sirves a buen amo. Está mirándote. Tú no hagas caso de los malos pensamientos. Yo he visto con claridad que Dios no deja sin gran premio, aun en esta vida, porque con una hora de las que el Señor me ha dado a gustar de Él, quedan pagadas sobradamente todas las congojas que pasé durante mucho tiempo. 17

Yo creo que el Señor quiere hacer pasar estas pruebas y otras tentaciones para probar a sus discípulos y saber si podrán beber el cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes tesoros. Y para nuestro bien nos lleva Su Majestad por aquí, para que descubramos lo poco que somos; porque son tan maravillosos los dones que después nos dará, que quiere veamos antes nuestra miseria. Que Su Majestad nos guíe por donde quiera, que ya no somos nuestros, sino suyos. Bastante fa-vor nos hace con permitir que podamos cavar en su huerto y estar junto a Él. Se ha de tener muy en cuenta, y lo digo por propia experiencia, que el alma que comienza a caminar en este camino de oración mental y no hace mucho caso de recibir consolación o no, o si faltan o sobran gustos y ternuras, tiene andado gran parte del camino. Y no tenga miedo de volver atrás, aunque tropiece, porque ya ha comenzado el edificio con cimiento firme. Sí, porque no está el amor de Dios en tener gustos y ternura, sino en servirle con fortaleza de alma y humildad. Esto no lo digo tanto por los que comienzan, sino por otros; que habrá muchos que comenzaron hace demasiado y nunca acaban de acabar. Y creo que en gran parte es por no abrazar la cruz desde el principio, ya que andarán afligidos pareciéndoles que no hacen nada. No pueden soportar que su entendimiento deje de obrar a su manera, y, entonces, engorda su voluntad propia y toma demasiada fuerza. 18

Hemos de pensar que el Señor no mira estas cosas, que, aunque a nosotros nos parecen faltas, no lo son. Ya sabe Su Majestad nuestra miseria, con toda seguridad mejor que nosotros mismos. Él quiere la determinación firme de desear amarle. Las otras aflicciones que nos damos a nosotros mismos no sirven más que para inquietar el alma. Regúlese la oración con acierto, porque alguna vez el demonio intentará turbarnos; y, así, ni es bueno dejar siempre la oración cuando hay malestar de cuerpo o turbación en la mente, ni tampoco atormentar al alma que no puede combatir contra estos enemigos. Así que vuelvo a avisar y aunque lo repita muchas veces no importa nada, que nadie se preocupe ni se aflija por sentir en la oración sequedad de alma ni distracción en los pensamientos. Si alguien quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atri-bulado, que comience por no asustarse de la cruz, y verá cómo el Señor le ayuda a llevarla y la alegría con la que anda. Porque ya se ve claro que, si el pozo no mana agua por sí mismo, nosotros no podemos ponerla en su interior. Aunque, bien es cierto que no hemos de estar descuidados para que, cuando el agua brote, la podamos sacar. En esta primera devoción nosotros podemos ayudar algo. Es bueno meditar sobre lo que el Señor pasó por nosotros, el amor que nos tuvo y su resu19

rrección. De esta manera son las cosas adquiridas por medio del entendimiento y que causan devoción, aunque no la podríamos adquirir si Dios no nos la da. A un alma que no haya podido llegar hasta aquí, le será muy beneficioso que no intente subir por ella misma. Y téngase esto muy presente, porque más que aprovecharle será pérdida para ella. Puede el alma en este estado despertar el amor, o intentar crecer en virtud. Puede representarse delante de Cristo y hablar con El, y pedirle por sus necesidades y quejarse de sus trabajos; alegrarse con El cuando tenga alegrías y no olvidarle a causa de ellas. Para que esto suceda no nos ha de importar si tenemos o no devoción, sino sólo gratitud al Señor, aunque las obras sean flacas. Este modo de traer a Cristo con nosotros, siempre nos aprovecha y nos permite andar seguros frente a los peligros que el demonio puede ponernos. Esto y poco más es lo pasar de aquí y levantar que no se le han dado es según mi opinión, porque

que podemos. Quien quiera el espíritu a sentir gustos perder todo lo conseguido, este don es sobrenatural.

Y aunque se quede el alma desierta y con mucha sequedad, que mantenga la paz. Porque como este edificio va cimentado en la humildad, mientras más nos acercamos a Dios, más adelante ha de avanzar esta virtud, porque si no, todo está perdido. Y es soberbia querer subir más de lo que Dios ha decidido, pues demasiado hace, conociendo la miseria 20

que somos, en acercarnos cerca de Sí... Porque esto tiene de excelente la humildad, que no hay obra a quien ella acompañe que deje el alma disgustada. Muchos años estuve leyendo muchas cosas sin entender nada de ellas; y mucho tiempo que, aunque Dios me lo daba, no sabía decir palabra para darlo a entender, que no me ha costado esto poco trabajo. Cuando Su Majestad quiere, en un momento lo en-seña todo, de manera que yo me asombro. Una cosa puedo decir sinceramente: que, aunque hablaba con muchas personas espirituales que querían explicarme lo que el Señor me daba para que yo lo supiese expresar, es cierto que era tanta mi torpeza que no me aprovechaba ni poco ni mucho, hasta que Dios me lo dio a entender con toda claridad y para saberlo decir, de manera que todos se asombraban y yo más que mis confesores. Vuelvo otra vez a avisar que es muy importante “no subir por uno mismo el espíritu si el Señor no lo sube”, aunque estoy segura de que el Señor no consiente que se dañe en nada a quien procura acercarse a Él con humildad, antes bien, sacará más provecho y ganancia por donde el demonio pensase hacerle más daño. Hay que procurar andar con alegría y libertad, que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción a poco que se descuiden y de todo hacen problema. Es bueno no fiarse poco ni mucho de uno mismo; que siempre, mientras vivimos, es 21

bueno conocer nuestra miserable naturaleza... Sin embargo, es conveniente tener gran confianza, por-que conviene mucho no apocar los deseos, sino creer que con la ayuda de Dios, poco a poco, aunque no sea en seguida, podremos llegar a lo que muchos santos han conseguido con su favor. Su Majestad es amigo de almas animosas, que vayan con humildad y sin ninguna confianza en sí mismas. Y no he visto a ninguna de éstas que quede atrás en el camino; ni ningún alma cobarde, amparada en la humildad, que no ande en poco tiempo lo que caminan otros. Me asombra lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas; aunque luego no tenga fuerzas el alma, da un vuelo y llega lejos, aunque lo haga como la avecilla que tiene malas plumas y llega cansada. Yo tenía siempre presente lo que dice San Pablo, de que todo se puede en Dios. Yo bien entendía no podía nada, por eso me aprovechó mucho. Y también lo que dice San Agustín: “Dame, Señor, lo que me mandas, y mándame lo que quieras”. Pensaba muchas veces que San Pedro no había perdido nada arrojándose al mar, a pesar de que después temiese. Estas primeras determinaciones son muy importantes, aunque sea necesario ir con prudencia ¡Siempre la humildad delante para entender que las fuerzas no han de venir de las nuestras! Pero es necesario comprender cómo ha de ser esta humildad, porque creo que el demonio hace mucho daño para que no avancen personas que tienen oración. Les engaña haciéndoles creer que es 22

soberbia querer imitar a los santos. Luego les convence de que las obras de los santos son para admirar, pero no para hacerlas los que somos pecadores. Esto también lo digo yo, pero distinguiendo con mucho cuidado qué nos debe espantar y qué aquello que hemos de imitar. Porque no estaría bien que una persona flaca y enferma se pusiese en muchos ayunos y penitencias, yéndose a un desierto donde no pudiese dormir ni tuviese qué comer. Pero sí se-ría virtud pensar que con el favor de Dios podemos tener gran desprecio del mundo, no estimar la honra o no estar atados al dinero, que parece que nos ha de faltar la tierra si descuidamos un poco el cuerpo y nos damos al espíritu. Me pesa que tengamos tan poca confianza en Dios y tanto amor propio. Y así nos sucede que donde el espíritu está poco fortalecido, unas naderías nos dan tanta preocupación como si fueran cosas grandes y de mucho tomo. ¡Y en nuestro seso presumimos de espirituales! Como siempre he sido tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la sa-lud, siempre estuve atada, sin valer nada; y ahora hago bien poco. Pero como quiso Dios que descu-briese esta trampa del demonio, que siempre me ponía delante el miedo a perder la poca salud, decía yo: “Poco importa ya que me muera”; o si necesi-taba descanso: “No me hace falta descanso, sino cruz”; y así otras cosas. Vi claro que, aunque real-mente estoy muy enferma, era una tentación del demonio o una flojedad mía; que 23

desde que no me miro tanto a mí misma ni a mi enfermedad, tengo mucha más salud. Otra tentación muy ordinaria es desear que todos sean muy espirituales y ganen gustando del sosiego. El desearlo no es malo; el intentarlo podría ser menos bueno, si no hay mucha discreción en hacerlo de manera que quien lo haga no parezca que enseña. A mí me sucedió esto, y procuraba que otras tuviesen oración, que, como por una parte me oían hablar grandes cosas de la oración, y por otra me veían con gran pobreza de virtudes, las traía a todas tentadas y confundidas; y ¡con cuanta razón!, que después me lo han dicho, porque no sabían cómo se podía conciliar lo uno con lo otro. Existe otra tentación (y todas van con un celo aparente de virtud que es necesario andar con sumo cuidado) que consiste en sentir pena por los pecados y faltas que se ven en los otros: hace creer el demonio que es sólo pena por querer que no ofendan a Dios. Esto crea tanta inquietud que impide la oración; y el mayor daño es convencerse de que es virtud y gran celo de Dios. Anden con cuidado también los que discurren mucho con el entendimiento, deduciendo ideas y conceptos; que de los que no se pueden valer de su mente, como a mí me pasaba, no hay que decir otra cosa sino que tengan paciencia hasta que el Señor les dé luz, pues ellos pueden tan poco por sí mismos que su entendimiento más les estorba que les ayuda. Volviendo a los que discurren mucho, digo que 24

no se les vaya todo el tiempo en esto; porque, aunque es muy meritorio, no es comparable con la oración. Y aunque les pueda parecer que la oración es tiempo perdido, yo tengo por muy ganada esta pérdida; que se presenten delante de Cristo, y sin cansancio estén hablando con El, sin cansarse en componer razones, sino en presentar necesidades. Jamás se ha de abandonar el conocimiento de uno mismo, pues no hay alma tan gigante que no necesite retornar a ser niño y a mamar; porque no hay estado de oración tan elevado, que muchas veces no sea necesario volver al principio, es decir, a reconocer los pecados y al conocimiento propio, que es el pan con que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no se podrían sustentar. Pero se ha de comer con medida porque después de que un alma entiende con claridad que no tiene cosa buena en sí ¿qué necesidad hay de gastar el tiempo aquí?, sino irnos a otras cosas que el Señor pone delante, que Su Majestad sabe mejor que nosotros de lo que nos conviene comer. Si no se tiene oración, bien poco aprovechan las letras.

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