Shandy 4

  • May 2020
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  • Words: 22,468
  • Pages: 76
shandy 1

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DIRECTORIO Director Franco Félix Consejo editorial Gabriela Torres Óscar David López Edgar Bili Murillo Elma Correa Minerva Reynosa Consejo Consultivo Paco Inclán David Miklos Paola Tinoco Enrique Vila-Matas Rogelio Villarreal Luigi Amara

Shandy 4. Abril de 2009. Hermosillo, Sonora, México. En Portada: Revolution Part 5. De Rodolph Simeon. Agradecemos al ISC por el apoyo brindado en la obtención de esta fotografía.

Revista Shandy es una publicación trimestral independiente de IRIS NEGRO EDICIONES. Leandro Valle 511. Colonia Jardines. C.P. 83113. Hermosillo, Sonora, México. Los artículos publicados son responsabilidad exclusiva de sus autores. Su contenido no refleja necesariamente el punto de vista de esta editorial. Carajo. NO está prohibida su reproducción total o parcial. Esta edición consta con un tiraje de 2, 000 ejemplares y fue posible gracias al apoyo del Conaculta, ISC y Alternativa Cultural por la Equidad de Género A.C. dentro del programa “Otro mundo es posible”. De la misma manera agradecemos a todos quienes aportaron un poco para lograr esta edición. contacto: [email protected]

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REVISTA SHANDY

EROTISMO+EROSIÓN

Contenido Maletín Duchamp

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Grandes Hits: Nueva generación de narradores mexicanos Andrei Vásquez..............................................................................10 La jornada de la mona y el paciente Óscar Grajeda...............................................................................12 Pétalos y otras historias incómodas Edgar Bili Murillo............................................................................15 La hermana falsa Vikram Dharma.............................................................................. 17 El libro perdido de Heinrich Böll Claudia Apablaza.........................................................................21

Rayógrafo Man Ray

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Littell en Estados Unidos.................................................................24 Bolaño gana el Critics Circle........................................................24 Sentido portátil: Vila-Matas al teatro....................................... 25 Otro libro perdido de Böll...........................................................25

Whiskey de Picabia

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EROTISMO+EROSIÓN El rectángulo ocre de Jakkalsdrif Magdalena Frías.................................................................................. 28 El corazón de la piel Mónica Lavín..........................................................................................30 El erotismo de la muerte o la erosión de la vida Virginia Hernández Reta.................................................................... 34 Fifteen minutes of shame Gabriela Torres.................................................................................... 38 Notas acerca de la fundación mítica de “Tajimara” Manuel Llanes....................................................................................... 42 Desnudarse Eve Gil.................................................................................................... 46 CUENTO Y ACTUALIDAD Notas rápidas sobre el cuento David Miklos.......................................................................................... 50 Cuentos mexicanos Rogelio Villarreal..................................................................................52 Mito y realidad del cuento Paola Tinoco.......................................................................................... 55 Más corto que el de Monterroso Paco Inclán............................................................................................. 58 Entrevista con Antonio Ortuño............................................................ 60

Cajón Fitzgerald David Foster Wallace Sidharta Ochoa.................................................................................... 64

Botón Rigaut Prima Ballerina Assoluta Elma Correa...........................................................................................68 Motor 1 Óscar Benassini..................................................................................... 70

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Máquina de Walter Benjamin The M People de Rodolphe Simeon Christian Cortés..................................................................................... 72 5

COLABORADORES Claudia Apablaza (Chile, 1978). Estudió psicología y literatura en la Universidad de Chile. Ha publicado el libro de relatos Autoformato (2006), la novela Diario de las especies (2008) y El fanzine S(s) y la no historia (2008). Aparece incluida en distintas antologías de jóvenes cuentistas. Es coeditora de la revista Dado Roto. Xóchitl Arellano Ter-veen (Ciudad de México, 1990). Es traductora de Shandy. Actualmente estudia el bachillerato y cursa talleres de danza contemporánea. Óscar Benassini (Ciudad de México, 1981). Es coordinador editorial de la revista de artes La Tempestad. Produce exhibiciones para Preteen, un pequeño espacio en Hermosillo dedicado al arte contemporáneo. Elma Correa (Méxicali, 1980). Es estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana de la UABC. Colaboró como actriz, dramaturga y asistente de dirección con el grupo de Teatro Tercera Llamada. Imparte talleres de Teatro y Literatura. Christian Cortés (Ciudad de México, 1989). Nunca ha tenido una beca, ni obtenido ningún premio. Bueno, uno: obtuvo gloriosamente el primer lugar en una competencia de natación cuando era apenas un mocoso. Estudia pintura con un irlandés. En su vida, lanzó una naranja al vitral de la iglesia de su pueblo pero no logró romperlo. Vikram Dharma (Ciudad de México, 1980). Publicó el libro de ensayos Nadie de este lado en 2000. Y también las novelas Exorcismo kafkiano (2003) y Dolor de cabeza en Bagdad (2007). 6

Eve Gil (Hermosillo, 1968). Es narradora, ensayista y periodista cultural. Autora de diversas novelas, entre otras Réquiem por una muñeca rota (2000) y Virtus (2008). Tiene a su cargo la columna “Charlas de café” en la revista Siempre! y ha ganado diversos premios estatales y nacionales, entre ellos el Efráin Huerta 2006 con el libro de relatos Sueños de Lot (2006). Franco Félix (Hermosillo, 1981). Es narrador. Ha publicado en revistas locales y nacionales como Nectar, La Tempestad y Universidades. Magdalena Frías (Chihuahua, 1984). Estudió Letras Españolas. No tiene ninguna publicación pero actualmente trabaja en un libro de cuentos y otro de poesía. Óscar Grajeda (Hermosillo, 1987). Forma parte del equipo editorial de Shandy. Ha publicado el libro Sombrero de copa (2007) Virginia Hernández Reta (Ciudad de México, 1966). Estudió Comunicación. Algunos de sus cuentos se han publicado en el periódico Reforma, en las revistas Voces de la Primera Imprenta, Opción (ITAM), Camino Blanco (Mérida), Cult (Brasil), Rio Grande Review (Universidad de Texas). Ganó el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2002, publicado por la Editorial Ficticia en la antología El espejo de Beatriz. Su volumen de cuentos Memorias de un desvelo ganó el Premio Latinoamericano Benemérito de América 2004, publicado bajo el sello de la Universidad Autónoma de Oaxaca.

Paco Inclán (Valencia, 1975). Es transeúnte. Escribió los ensayos “La solidaridad no era esto” y “El País Vasco no existe”. Es editor de la revista Bostezo. Colabora con Milenio y la revista Replicante. Acaba de publicar La vida póstuma con FIDES Ediciones. Mónica Lavín (Ciudad de México, 1955). Es autora de varios libros de cuentos, entre ellos Nicolasa y los encajes (1991), Ruby Tuesday no ha muerto (1998) que recibió el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, Uno no sabe, finalista del premio Antonin Artaud y La corredora de Cuemanco y el aficionado a Schubert (2008); de las novelas: La más faulera (1997), Tonada de un viejo amor (1996), Café cortado, que en el año 2001 recibió el Premio Narrativa de Colima para obra publicada, Despertar los apetitos (1995) y Hotel Limbo (2008). Sus cuentos aparecen en antologías nacionales e internacionales. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores. Manuel Llanes (Hermosillo, 1972). Es autor de la antología de cuentos Decir adiós de noche (2008) y de los ensayos La verdad maltrecha (2006) y La puerta cerrada en Las hojas muertas de Bárbara Jacobs o el testimonio de segunda mano (2008). Ha publicado en El Imparcial y en La Jornada; también ha sido colaborador de Primera Plana, Altanoche, Divergencias, Etel Magazine y La línea del cosmonauta. Como becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en 2007, en la categoría creadores con trayectoria, concluyó su primera novela, Perrolobo. David Miklos (San Antonio, 1970). Es escritor y editor. Autor de las novelas La piel muerta (2005), La gente extraña (2006) y La hermana falsa (2008), trilogía pu-blicada por Tusquets. Director de la extinta revista de creación y crítica literarias Cuaderno Salmón. En agosto de 2008 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Edgar Murillo (Hermosillo, 1980). Es editor independiente y diseñador de algunas publicaciones en diversas partes del país. Actualmente viaja.

Sidharta Ochoa (Tecate, 1984). Es narradora y ensayista. Ha publicado reseñas para el periódico El Mexicano y ensayos para la revista Volante y la revista Espiral. El cuento “The Bodiez” aparecerá próximamente en la Antología Del Primer Concurso Internacional de Cuento Breve del Salón Hispanoamericano de la Ciudad de México. Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976). Es autor de las novelas El buscador de cabezas (2006) y Recursos humanos (finalista del Premio Herralde de novela, Anagrama, 2007), así como del libro de cuentos El jardín japonés (2007). El periódico Reforma eligió su primera novela como mejor debut en la literatura mexicana de 2006. Paola Tinoco (Ciudad de México, 1974). Es narradora y socióloga, gerente de prensa y promoción de la distribuidora de editoriales españolas Colofón, jefa de prensa y coordinadora editorial de Anagrama en México, asesora de prensa y promoción de las editoriales Tumbona, Textofilia y El billar de Lucrecia. Gabriela Torres Olivares (Monterrey, 1982). Codirige la editorial reciclada/orgánica/bilingüe: La Derramadora Press. Desde 2005 coordina el Encuentro de Escritores Jóvenes del Norte de México y Sur de USA. Tiene publicados los libros de cuentos Están Muertos (2004), Incompletario (2007) y Regiomonteses (2008). Actualmente vive en Rosarito, B.C. y trabaja en su novela sobre abducciones aliens. Andrei Vásquez (Oaxaca, 1982). Es diseñador gráfico, reseñista de libros y narrador. Su primera novela Los elefantes del Kilimanjaro (2008) resultó finalista en el segundo certamen Caza de Letras de la UNAM. Rogelio Villarreal (Torreón, 1956). Es periodista, escritor y editor. Autor de Cuarenta y 20 (2000), El dilema de Bukowski (2004) y El periodismo cultural en tiempos de la globalifobia (2006). Colabora en Milenio Semanal y varias revistas nacionales y extranjeras. Es editor de la revista Replicante. 7

Valéry Larbaud dijo: Correspondencia nula. El buzón sigue con hambre. Hemos hecho una selección de textos en esta nueva edición que se divide en dos portafolios, uno temático: erotismo+erosión, el otro lateral se recarga en las perspectivas que tienen algunos amigos de la revista, editores todos, sobre la actualidad del cuento en México. Este número -retrasado en tiemposha tenido casi un par de meses en el cajón debido a complicaciones con las que se ha enfrentado su publicación. Nada de activismo. Nada de represión. Mera depresión económica. Letanías que no repetiremos aquí. Los tres primeros números fueron impresos de manera clandestina en una institución que antes fue autónoma y que se ha convertido en nada. Hoy, lejos de insoportables lamentos, agradecemos a todos los buenos amigos, colaboradores y consejeros que han hecho posible este proyecto editorial en el norte del país. Mensaje leído. Satam, en su primera carta nos alienta: Shandy hasta la victoria. Pensamos en otro texto que nunca nos ha pertenecido: todo principio es la continuación de otro principio. Enviándose mensaje: Shandy hasta la victoria, Satam. 8

Maletín Duchamp Grandes Hits: Nueva generación de narradores mexicanos * La jornada de la mona y el paciente * Pétalos y otras historias incómodas * La hermana falsa * El libro perdido de Henrich Böll

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Grandes Hits: Nueva generación de narradores mexicanos Tryno Maldonado. Editor. Editorial Almadía. 331 páginas.

Y sin embargo no lo son. Ni “Reunión en la escalera” es el mejor cuento de Guadalupe Nettel, ni “Un esclavo” el más leído por el público de Chimal. ¿Recomendaría Grandes Hits a todo aquél que quiera entrar en la narrativa contemporánea en México, inmediatamente, en una sola sentada? No, sinceramente. Quizás recomendaría apuntar los nombres de su índice. Ahora sí, fuera de las expectativas que genera el engañoso título, que no deja de ser una buena ocurrencia mercadológica, estamos ante una edición bastante efectiva, un libro que redondea la discusión en torno a la generación de los 70’s, una muestra clara del status quo de la nueva narrativa mexicana. En mayor o menor grado de derroche espiritual y destreza narrativa, diecinueve relatos, algunos elaborados específicamente para esta antología y otros, me da la impresión, sacados del cajón una noche antes de la fecha de entrega. En su prólogo, Tryno Maldonado (recientemente finalista del premio Herralde de novela) habla más de sí mismo que del conjunto de escritores que ha seleccionado. Cuando justifica su selección, no hace más que argumentar lo que para él debe ser la narrativa y cuando nombra a los escritores reconocidos que aportaron su opinión, de nuevo, su punto de vista es subjetivo. Estamos pues, ante los valores literarios de un lector nacido en los años 70’s. Y eso, lo sabemos, es natural y para nada podría recriminarse, toda recopilación revela más de quien la realiza que de sus argumentos. Son las reacciones las que han hablado más que el prólogo de Maldonado: en su encomiable intento por aglomerar a todos los autores, las réplicas personales han dilucidado las verdaderas constantes. Ésta es una generación de escritores que repugnan la colectividad, que se prefieren productos aislados, hechos a sí mismos y con una legítima flojera para pensar en su origen. Se jactan de estar inmersos en una cultura global, más allá de pertenecer o no a una tradición literaria mexicana. ¿Podríamos culparlos? No. Pero es precisamente ese afán tan mexicano el que los identifica. Ese deseo de no ser confundido con el vecino. Es cierto, los de la generación de los 70’s poseen una narrativa eficaz, una amplia cultura general, un desmarque de la arrogancia erudita, una apertura a los demás medios de comunicación y, sobre todo, nada de miedo a los subgéneros. Son la viva muestra de cómo la contracultura ha arribado, de cómo los valores alternativos son ahora el establishment y, salvo algunas excepciones, de cómo adoramos a la literatura norteame-ricana reciente. Aún así, o por eso, esta antología debería servir como un detonador de lectores para la narrativa contemporánea que, sabemos, escasea. “La señora Ballard es la señora Ballard” es una buena introducción para 10

el mundo de Bernardo Esquinca, de igual forma que “Bajo un cielo ajeno” es una invitación honesta para leer a Bernardo Fernández, Bef. Aunque “Mex (next) world” no proyecta toda la erudición de Heriberto Yépez, ni “Carne” todas las vísceras de Antonio Ortuño, sí contienen las entelequias que los ocupan. Aunque poco leídos por la vida cotidiana del país, todos los autores son visibles en la escena mexicana, coincidiendo siempre en los eventos, intercomunicados a través de las mismas revistas y los blogs. Del único autor del cual no tenía ninguna referencia ni había leído absolutamente nada, ni siquiera una reseña, es de Alain-Paul Mallard, cuyo “Ameising” es curiosamente, a mi parecer, no sólo el cuento mejor ejecutado -o el que más me asombró- sino el que más huele al mexicano. Lo cual me hace dudar: ¿cuántos autores mexicanos que jamás he leído de la generación de los 70’s tienen tanta potencia en su voz o un punto de vista verdaderamente desmarcado de los otros?, ¿cuántos Mallard están fuera de nuestro panorama? Me pregunto si no estoy cegado también por el status quo. En este sentido, “Ameising” habla por sí sólo; es la apuesta y al mismo tiempo la lección de la propia antología que lo contiene. Hay que leer a esta generación, pero hay que cuestionar sus paradigmas. Las generaciones posteriores tienen que dejar de aspirar a lo alternativo, buscar nuevas nociones de valor narrativo como sucede ya en otras partes del mundo, de lo contrario, esto comenzará a ponerse aburrido. Andrei Vásquez

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La jornada de la mona y el paciente Mario Bellatín Editorial Almadía. 54 páginas.

No he parado de hacer el mismo dibujo. Cada que cierro los ojos puedo ver claramente esta imagen: Un hombre precipitándose al suelo mientras una mona da un salto olímpico de un tejado a otro. Un dibujo que se antoja pueril, incluso divertido, como una ilustración para libro de cuentos infantil. Después pienso en el ser patibulario que suele frecuentar la misma cantina que yo. Pienso en su cara. Su horrible rostro me gusta para ese hombre enfermo recostado en un colchón rodeado de jaulas y salvajismo. Es una escena corta con mucho ruido de pericos y otros animales exóticos, como un lémur o un simio capuchino. Luego pienso en una anciana en silla de ruedas con un libro en su regazo –un cuadro mudo, serio y sombrío– abandonada en una habitación pequeña y deprimente, panóptica: la cocina y la alcoba personal sin paredes divisorias. La mujer vieja, leyendo, provoca una fotografía. Ergo imagino una sucesión de dibujos, imágenes, fotografías, escenas cortas, La Jornada de la mona y el paciente (JMP desde ahora) lo provoca. Me encantaría ver que los genios de Wes Anderson o Terry Gilliam trataran de adaptar esta novela al cine. En sus manos resultaría un gran proyecto. Y es que este libro, es quizás la lectura más ambigua en la que me haya sumergido. Cada línea del texto es como una isla capaz de susci-tar por sí sola una idea o una imagen ajena e independiente. Cuando inicié la lectura de Flores (Anagrama, 2004) descubrí el estilo inconfundible de Mario Bellatín (Ciudad de México, 1960), donde cada segmento se consolida con la misma independencia, pero sin perder coherencia con el resto del texto. En JMP es similar, pero magnificado al grado de que cada enunciado puede aislarse y jactarse de su valor creativo. Puedo decir que después de haber leído este libro –alrededor de cinco o seis veces– no me sentí distinto, al principio. La vorágine que suele ser mi cabeza no se había acrecentado ni mesurado. Sin embargo, creo que el señor Bellatín me ha provocado una enfermedad a largo plazo. Algo similar al Síndrome de Montano de Vila-Matas, pero me temo que éste es un tanto más salvaje. Un poco animal. Quizás la mona sea el génesis infeccioso, una invitación a caer profundamente. ¿Se puede comenzar a escribir? Ser víctima de este brote –quizás viral– me ha costado un tremendo trabajo comenzar con esta revisión de JMP. No sé si pueda concluirla realmente. Hubo un momento en el que me extravié entre imágenes, voces, fotografías, y me preguntaba “¿Qué fue este libro?”, No entendía. ¿Sería quizás un ejercicio del autor, o una válvula de escape, algunos cuestionamientos sobre su trabajo, o una trampa? Me vi perdido 12

Mario Bellatín por Gabriela León 13

varias veces en el relato, entre voces narrativas y desdoblamientos. Quise echarle la culpa de mi confusión al texto, tacharlo de inconsistente. Qué ingenuo. Obviamente no lo logré, pero me sigue siendo confuso. No digo que sea un libro mal logrado o una lectura tediosa, para nada, antes soy un mal lector. No me di cuenta hasta después de la sexta lectura que la mona sólo era una cortina de humo. Una distracción. Al final, hallé a JMP como un libro muy personal para su propio autor, un grito ahogado. La figura del analista, ésa era la clave. Dentro de las características de la narrativa de Bellatín, la ambigüedad, hablando de la estructura, es una facultad. La ruptura de la linealidad es quizás lo que hace tan exquisita su literatura, tan lograda: su estilo suscita imágenes tan simples, tan bellas y exactas a la vez, que resultan un trabajo limpio que alcanza su fuerza final en el ordenamiento del texto. JMP también presenta a un Mario Bellatín abierto, que se sincera al cuestionarse el éxito o mérito de su trabajo, o quizás es una burla, una sonrisa sardónica, una trampa. Caí en la trampa. Contraje la enfermedad. Fui blanco de la mona que salta por las azoteas propagando la epidemia, mientras un hombre –ahora me antoja parecido a Dustin Hoffman– incapaz de salvar al mundo del virus, de la mona, se precipita al vacío. Oscar Grajeda.

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Pétalos y otras historias incómodas Guadalupe Nettel Editorial Anagrama. 144 páginas.

1. Ponlo en N. A mis espaldas, en “Estero Viejo”, las ruinas del sanatorio hablan de la noche sin límites. El reproductor portátil expira el tufo a aguardiente, ahora Swordfishtrombones, de Tom Waits. De frente, esa bruma abismal del horizonte me tiende una trampa. Ahora que me congelo en la melodía particular de la catástrofe, cedo un espacio entre tonos y líneas sostenidas por ese grave rumor en el que me dejo conducir sobre ese sendero donde una especie de repliegue patológico finge un intento de apocalipsis psíquico. Para estar con el oleaje, dejémosle así, más allá, fuera de aquí. Creo haber soñado con seres deformados de expresión tristísima que intentaban lentamente concretar un beso hasta desplomarse en algún cuarto de motel de periferia, seres como errores humanos y no de ciencia ficción, pienso, luego de abordar una nave en forma de urinario que la Doctora N timonea con rumbo incierto, esquivando sanitarios unisex, entre vaho y óxido y vírgenes de un oscuro continente... 2. Otear, arenas movedizas. En este ir y venir de sombras no acabo por descubrir las pistas del incidente donde Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) intercepta lo incómodo de sus focos narrativos. Seis relatos donde se revira a diestra y siniestra sobre un campo resguardado por la mirada con rayos x, el desamor y otras porosidades: en “Ptosis”, ansiedad y desesperanza recaen sobre un fotógrafo buscador de párpados en las calles de París; en “Bezoar”, la “absurda bitácora” o el diario auscultado en psicoterapia de una chica adicta a arrancarse el cabello; en “Bonsái”, el desplome matrimonial de dos japoneses ante la melancólica revelación –a partir de las visitas al invernadero regentado por el señor Murakami– de que la esposa no es más que una enredadera y él un simple cactus. Lo cierto, ahora que todavía llega el malestar, es someterme a la matemática de la desolación, producto de este continuo divagar sobre el nervio parapléjico de la infelicidad. Por qué entonces escudriñar Pétalos y otras historias incómodas (Anagrama, 2008) si no preveo este reconocimiento sórdido en lo cotidiano, para que se reconstruya una y otra vez esa “telaraña dura” que es La Verdadera Soledad, ese “lugar privilegiado y caprichoso con leyes de acceso bastante arbitrarias”. No debería, de este modo, permanecer a la expectativa desde los acantilados para intuir –a la deriva, como echar un vistazo por las orillas– el peso necesario de un hastío monstruoso en los límites del párpado, como al revelarse en una instantánea ciertos humores extravagantes e inesperados. 15

Guadalupe Nettel por Carles Mercader

3. Transpectivas. El lente implícito de la perversidad me conmina a la intermitencia del escondite, al deseo de hacerme invisible en ese mundo freak. Sobre todo, esa incomodidad indefinible –fiel a la queja de trasfondo– me encamina hacia el desastre inminente, protagonizado por el acecho de la consecuencia inmediata, del impulso primario o la excitación. Me inclino hacia la prontitud de movimiento al que se suscribe Nettel en su espacio narrativo, al potencial de abertura para la catarsis: por las migajas de felicidad recolectadas en el iris del otro. Por ello el fastidio, la fragilidad de personificar el “inconveniente de haber nacido”, de encontrar el remedio al mal de espíritu, a soportar el temblor del hastío. Edgar Bili Murillo. 16

La hermana falsa David Miklos Editorial Tusquets. 119 páginas.

La entrevista falsa de David Miklos Dime, querido Vikram, ¿Qué es lo que más te gustó de mi novela? Muy sencillo, David. Primero permíteme agradecerte por entrevistarme. Mira, Es obvio que la narrativa fragmentaria, minimalista –si me permites llamarle así por definición- es lo tuyo. Las frases cortas, efímeras, son imprescindibles para gente miserable como yo. En la actualidad, resulta un premio leerte. El mundo está lleno de información. Las políticas internacionales, la nota roja, el diseño gráfico, el arte incluso está dotado de una carga informativa engorrosa que nada más nos derrota, nos vence. Parece ser que el contexto es fundamental para sobrevivir. El bombardeo en Gaza, por ejemplo, debe ser analizado y discutido -en salas de juntas lejos del conflicto- por hombres con Armani sentados en mesas de cedro y ébano. Hay burocracia en la muerte, hay un proceso, y en el proceso mueren niños, gente inocente (Si acaso fuera posible darle la oportunidad a la raza humana de jactarse de ello. Mis padres son de la India y me encanta el Karma). Todo un paquete de información se tiene que resolver antes de detener el genocidio, la mera matanza de niños per se no es suficiente para detener el bombardeo. Otro asunto. Una relación amorosa sin contexto no tiene futuro, siempre hurgan los amantes en el pasado del otro, como se hurga en los cajones de la ropa interior. Otro. Para hacer una lista de las necesidades del supermercado parece necesario saber para qué necesitamos detergente y por qué de una marca determinada. Sin embargo, leerte, andar tu literatura es resignarse al pasado. La explicación, el antecedente, es un accesorio. Sí. ¿Pero qué tiene que ver con mi pregunta anterior? Responde. ¿Respondo esta pregunta o la anterior? Está bien responderé las dos. Respuesta uno. No lo sé. Creo que puede ser un comentario introductorio. Respuesta dos que contesta tu primera pregunta. Me gustó bastante la temporalidad. La novela está suspendida en la naturaleza de los recuerdos, de los lazos afectivos más íntimos: uno ante la otredad. Aunque los narradores Nicolás Shul-Dunaluft, Lena Shul-Dunaluft, Lena Shul y Jan tienen su propio tiempo marcado, su atmósfera tenue, están conectados por el deterioro de la memoria y la consumación del tiempo mismo. La memoria es más importante, da paso al enlace, la búsqueda, la espera, un reloj detenido a las 7:59 debajo del océano. Por eso los escenarios –aunque en tiempo presente (según su enunciación)están sostenidos en los recuerdos de sus personajes. Es como mirar una fotografía vieja, la historia detrás 17

David Miklos por sí mismo

de ella y el futuro que le precede son el complemento frágil de una memoria que se derrama entre las manos. Como la arena. Como la arena de una bahía. Como la arena del reloj de arena borgiano. Inevitable. Quiero confesarte algo: estoy dopado. Recién me comí un par de hongos alucinógenos. Espero no te moleste. Hum. Para nada. ¿Cuál es tu personaje favorito? Jan Shul-Dunaluft. Su testimonio es el más seductor. A través de su relato, de su perspectiva, construye la historia del encuentro entre él y la otra mujer, y a partir de aquí logra la correspondencia entre las historias de cada uno de los personajes, el ensamble, pues. Es el motivo conductor que vincula su pasado con el pasado de Lena y de Nicolás por añadidura. La noche en el bar fue excepcional. Mientras busca entre sus recuerdos a Petra, la mujer de su amigo, en el cuerpo de la otra mujer, la trama se concreta, toma el cuerpo de las voces que hasta entonces estuvieron fragmentadas, sueltas en la cámara de conciertos. Jan es tan obsceno y tan gentil que más de una vez he intentado llamar Petra a algunas de mis amantes falsas. La narración del encuentro nocturno entre Petra y Jan, la delicadeza encarnada en visceralidad esconden la escena sexual con 18

la hermana real. El cuerpo de Petra, el coito con Petra en la habitación oscura, como en un sueño. Jan sale de la habitación 808, así cierra ese capítulo con maestría. Espera, recuerdo un fragmento que realmente me provocó una erección, si me permites decirlo: Tres veces tocaron a la puerta. Pase, dije o pensé que dije. Y ella pasó, abrió y cerró la puerta tras de sí. Su cuerpo, tal como lo había imaginado, estaba tibio, recién salido del cobijo del sueño. Todo lo comprobé con el tacto. El cuerpo se recostó a mi lado y me dio la espalda. Su espalda desnuda, la amplia grupa descubierta. Llevaba la cabellera suelta, larga y lacia, equina. Alzó una pierna. El cuerpo se abrió a mí. Entré en ella sin más. La penetré sin reparar en el resto del cuerpo. Jalé su pelo cuando, más pronto de lo deseado, eyaculé sobre su espalda. No quise hacerlo en su tibia entraña. Presentí que ella tampoco quería que lo hiciera. Solté su cabellera y bajé la mano hacia los pliegues de su centro, el puente abierto entre sus piernas, pero no me dejó tocarla, sentir su humedad, terminar lo que había comenzado. Acuné uno de sus senos, quise creer que nos quedaríamos dormidos, juntos, nada de espacio entre nuestros cuerpos. Pasó un instante, entonces. O discurrió el resto de la noche. Es el ejemplo más claro. Y hay que decirlo, David, no lo memoricé. Aquí tengo el libro entre mis manos. Gentil y visceral. Ése es Jan. Y ahí está la constancia del texto: el tiempo discurrido o no. Parece que sí pusiste atención entonces, Vkram. Ahora dime. Qué querías decir con el parloteo con el que iniciamos la entrevista. Es decir, ¿gustas llegar a alguna parte? Es opcional, claro. Sí quiero llegar a alguna parte. Pienso que la narrativa actual está dividida entre escritores que buscan mejorar la forma y los escritores que se concentran en el contenido. Cada vez que abres un libro, la trama es un experimento formal o un mamotreto complejo que trata de justificar cada uno de los pasos de quienes habitan el universo narrativo (la novela negra, por ejemplo). Personajes en blanco vs personajes psicológicos. El binomio, el contraste de estos dos campos de investigación (escritura) literaria no aparece en ninguno de los libros que conforman la trilogía, David: La piel muerta, La gente extraña y ahora La hermana falsa. No estoy peleado con la calistenia experimental de la narrativa contemporánea. Para nada, me encanta leer a los psicóticos de tu generación también. Y tampoco tengo nada en contra de la novela negra. Leo a Elroy, a Mankell, aunque ellos ya no son de tu generación. Pero bueno, eso de “gene-ración” es bastante ambiguo. Aquí estamos, los vivos, construyendo o deconstruyendo la actualidad. Mis muertos -como Camus, Beckett, Walser, Kafka- son otra generación. Los hongos. 19

¿Quieres comentar algo más sobre mi libro? Tengo que alimentar a Joe. Sí. La hermana falsa es una tragedia contemporánea que puede ser visitada desde estadios muy precisos en la historiografía de la Tragedia de la literatura universal. Los hermanos se encuentran en el mismo sitio, uno frente al otro en una coincidencia fortuita –sin poder reconocer o reconocerse- y curiosamente el incesto narrativo –un sino isabelino, shakespeariano o más anterior: clásico, griego- tras la cortina de humo que supone Petra, el otro, el desconocido, la otra mujer, consumando el fenómeno de la escritura entre el placer y el vacío, el olvido, lo ignoto. Está Nicolás, varado en el puerto, esperando encontrar el rostro de Lena en cada uno de los que huyen de su tierra hacia el exilio, el síndrome del siglo xx. La tragedia latinoamericana repitiéndose en Lena violada una y otra vez por militares. Esto es de lo más actual, David. En los diarios apareció una nota desconsoladora: una anciana que violaron los milicos hace un tiempo atrás en este país. Ahí está Lena, repetida, sostenida a las 7:59 en tus páginas y que se proyecta en esta realidad. Por eso hablo de estas correspondencias, de esta información, porque tu literatura respira, no porque está escrita hoy, sino porque está escrita desde la pesadumbre: un retrato fiel de la naturaleza del hombre. Imagino a Lena, resistiendo, y no puedo evitar recordar a Alcira Soust, la mujer que también resistió en los baños de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, cuando la ocupación militar en la universidad. Soust no soportó violaciones carnales en su escenario, sin embargo, tuvo el otro castigo irreversible -al igual que Lena la muerte-: la locura. Hablamos de Bolaño y su libro sobre este asunto: Amuleto. Bolaño dista mucho del estilo frágil que contiene tu novela. Pero está eso, lo que embona, lo que ensambla: la tragedia real. Así como menciono el libro del chileno, también está el otro exilio en la propia tierra. Ciudad Juárez. Mujeres que resisten, que no tienen otra salida que esperar y rezar por no ser la víctima número siguiente en las altas cifras del feminicidio. Y finalmente está lo que ajusta. Tus personajes, como las personas aburridas de esta realidad, gente común que defeca todos los días y mantiene relaciones carnales con otros de su propia especia (o no), experimentan la vida de manera sórdida, en silencio. Sin la pirotecnia, todos viven bajo el mismo silencio, el mismo tiempo que se bifurca y se suspende en imágenes sucedidas en la memoria. Bien. ¿Es todo? Joe aumentó sus maullidos. No. No es todo. Hay muchas cosas que habría que decir. Por ejemplo. La violinista, quien cede la voz a los demás para que cuenten la historia, es quien orquesta las voces y es ella la que permanece sola. La soledad y la música son importantísimos tópicos en el relato. Pero lamentablemente soy un ser discapacitado, agónico, en cuestiones musicales. No estoy seguro, pero tengo la sospecha de que si supiera un poco sobre esta disciplina podría identificar variaciones en la narración, como un melómano percibe los cambios y las lecturas de partitura: niveles humanos de la interpretación del arte. Yo soy un ser fracturado. A veces pienso que debería aprender a leer notas musicales. Quizá sería yo una mejor persona. Me encanta la música. No puedo subsistir sin ponerle play al ipod. Pero no sé nada de variaciones. Tengo sangre de la India, tú me entiendes. Me encanta el hip hop. Pues gracias, Vikram, por concederme la entrevista a mí. Y por tus palabras también. Así las palabras de Vikram Dharma. Así las cosas. Miau. Vikram Dharma.

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El libro perdido de Henrich Böll Liliana V. Blum Editorial Jus. 86 páginas.

Hay una melancolía en este libro, es el gesto de dejar olvidado un objeto en un espacio abierto, vacío, a plena luz, así como se deja olvidado un recuerdo, una inscripción, un muerto, un amor, una frase que días, meses o años después podrá ser tejida, recordada, encontrada, vuelta a vivenciar, y se generará el espacio del encuentro, del recuerdo, por lo tanto el espacio y el tiempo de la vida, finalmente el espacio de la gestación de este libro: El libro perdido de Heinrich Boll, de Liliana V. Blum. Seis historias de mujeres tristes conectadas todas por la lectura de un mismo libro: El honor perdido de Katharina Blum, que va siendo encontrando por alguna de ellas, luego leído y finalmente abandonado nuevamente para que otra de ellas lo lea, pero con una nueva historia a cuestas: la frase que van dejando en el libro cada mujer que lo lee. El libro es, en parte, la representación del gesto de la memoria, lo que el narrador no quiere olvidar, no quiere dejar a la suerte de la nada y el olvido estas historias de mujeres tristes y mal tratadas por la vida, las quiere reunir en un gesto o grito de malestar que las salve, para lo que sutilmente utilizará el libro que reúne y traza: El honor perdido de Katherina Blum, generando este espacio de salvación y esperanza para las protagonistas. Nos queda claro en este libro de Liliana V. Blum que las palabras volverán una y otra vez a inaugurar encuentros entre seres humanos, a acercarlos, a unirlos en una especie de historia universal tejida a mano o traspasada de mano en mano. El encuentro que resalta la autora es entre mujeres tremendamente entristecidas, cinco mujeres que quieren olvidar por medio del gesto de la palabra, de la lectura y la escritura vidas y atropellos, dolores enquistados en cuerpos físicos, psíquicos, cuerpos dolientes. Mujeres que van encontrando el libro perdido en parques, hospitales, en la calle y que además le escriben una frase que las representa en sus estados, como Allison Moore o la universitaria abandonada por su amante cuando se embaraza y que escribe sobre el libro encontrado: tengo miedo, incertidumbre, frío. Helen Han o la hija que siempre se sintió sola y abandonada por una madre enferma, escribe: Helen Han, triste, no quiero hacer lo que tengo que hacer. Candelaria Piña, o la mujer violada por un cura, escribe: Candelaria Piña, abandonada por el mundo. Ingrid Henkel, escribe: Ingrid Henkel, huérfana de planes. Por otro lado Anamari, mujer a quien se le murió un hijo escribe en el libro: Anamari Sáenz: resignada a seguir viviendo. Finalmente Tadeo, que recibe el libro de las manos de Anamari, y lo abre y lee la primera página, que es tal vez la página que la misma Liliana V. Blum abrió para comenzar la escritura de su libro: Katherina Blum perdió su honor. 21

Así El libro perdido de Heinrich Boll de Liliana V. Blum es un libro de encuentros, jamás de desencuentros, es el libro de la necesidad de la memoria urgente, de la capacidad de estas mujeres de transmitir sus vidas, de transmitir sus firmas y el dolor que sienten cada una por sus recuerdos e historias cargadas de tristeza. Así Liliana V. Blum configura un mundo en que el encuentro es el eje central. El encuentro de un libro, el encuentro entre mujeres vía la palabra y el texto sobre todo, el cruce de todos los textos e historias alguna vez narradas como una historia de la humanidad contada a través del texto que fue traspasado de mano en mano. Claudia Apablaza. 22

Rayógrafo Man Ray

“Mother” por Rodolphe Simeon 23

www.revistashandy.blogspot.com

LITTELL EN ESTADOS UNIDOS.- Publicada en 2006 en Francia, Las benévolas (Les Bienvillantes) de Jonhatan Littel (Nueva York, 1967), ganadora del Premio Goncourt y el de la Academia Francesa, llega a Estados Unidos directamente al mercado editorial. La noticia ha generado opiniones encontradas, las más sobresalientes: el texto de Michiko Kakutani del New York Times que -de entrada- acusa a los lectores que han aceptado esta obra de confundir osadía con perversidad y que la novela no es más que una sucesión de escenas que proyectan la perversidad de un personaje sádico. Por el otro lado, The Daily Beast publicó un texto de Michel Korda que a su vez acusa a Kakutani de decir tonterías, pues según él, esta novela del francomericano será un clásico de la literatura universal, junto a Moby Dick de Herman Melville y Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski. Con la traducción de Charlotte Mendell, la casa editorial Harper pagó un millón de dólares por los derechos de esta novela de 983 páginas y que alcanza los 30 dólares. Franco Félix 24

BOLAÑO GANA EL CRITICS CIRCLE.Considerado el premio más prestigioso de los Estados Unidos, The National Book Critics Circle fue otorgado al difunto escritor Roberto Bolaño (Santiago, 1953-2003) por su obra póstuma 2666. La traducción de la novela -que pese a estar inconclusa y ni siquiera pulida- estuvo a cargo de Natasha Wimmer. La incursión del escritor chileno a Norteamérica con Los Detectives Salvajes causó gran simpatía en los lectores de este país. También provocó grandes expectativas cuando el New York Times ya adelantaba la noticia de la próxima publicación de este enorme y pesado libro por parte de la editorial neoyorquina Farrar, Straus and Giroux. El galardón obtenido, fundado en 1974, se concede tras el voto mayoritario de 700 especialistas. No tiene retribución económica, pero sí un gran valor significativo. La extraña conductora de televisión Oprah Winfrey recomendó esta novela en su revista: “Sostener una copia de 2666 en público fue como tener un el último libro de Harry Potter en el patio del colegio” Óscar Grajeda

SHANDYS AL TEATRO EN LISBOA.- El pasado mes de marzo se estrenó en Lisboa la puesta en escena de Sentido portátil -adaptación del texto de Vila-Matas Historia abreviada de la literatura portátil- de Carla Bolito. Al igual que el libro, esta obra de teatro presenta el oscuro rastro de una sociedad secreta: los shandys. Artistas que se caracterizaban por promover el arte portátil. Sus preceptos más importantes: el arte debe caber en un maletín; los shandys deben ser nómadas por excelencia, además de comportarse como unas máquinas de soltería; deben tener simpatía por la negritud (el otro) y practicar la sexualidad extrema. Vila-Matas enlista en su libro a varios shandys, entre ellos a Marcel Duchamp, F. Scott Fitzgerald, Walter Benjamin, Francis Picabia, Georgia O’Keefe, Jaques Rigaut, entre otros. En esta adaptación lusitana participan como actores Diogo Bento, Tiago Mateus y Rita Calçada Bastos, mientras que la adaptación corrió a cargo de la misma directora y Ricardio Faria. Franco Félix OTRO LIBRO PERDIDO DE BÖLL.- El Archivo Histórico de Colonia podía presumir entre sus nuevas adquisiciones la colección de manuscritos del nobel alemán (1972) Heinrich Böll (Colonia, 1917-1985). Desafortunadamente estos textos fueron sepultados el pasado 3 de marzo junto con miles de documentos más en el derrumbe de dicho archivo. Entre otros documentos de incalculable valor, también se perdieron originales de Karl Marx y Friedrich Engels. Hacía menos del mes que se compró la colección a la familia de Böll. Ahora éstos sólo conservan una pequeña carpeta. Óscar Grajeda 25

El whiskey de Picabia

“Overkill” por Rodolphe Simeon 26

Erotismo y erosión Magdalena Frías * Mónica Lavín * Virginia Hernández Reta * Gabriela Torres * Manuel Llanes * Eve Gil

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El rectángulo ocre de Jakkalsdrif ......................................... Magdalena Frías He cerrado el libro de un fuerte golpe, casi logro aplastar una mosca. Trata de un niño que hace espectáculo en las calles y logra atraer a una gorda. Tenían sexo cada mañana antes de que ella fuese a trabajar a la carnicería. En su tiempo libre, ella volvía con él y juntos se restregaban pedazos de carne en la piel hasta lograr el orgasmo. La verdad es que este protagonista es un poco excéntrico; me recuerda a Oligario Sant cuando tenía a su víctima en frente y le ponía una mordaza mientras pensaba en algún buen discurso para la nota roja del periódico. Trabajaba de periodista. Vivió durante años con un pintor, buen pintor y para algunos excelente. Le dio a Oligario cinco mil dólares por pasear con él a través de las vías del tren y platicar de pornografía. Lo importante del pintor es que tenía un estilo sencillo y su-blime, como Oligario cuando ponía la mordaza, ambos despedían cierto perfume a muerte, pero eran muy pasionales. Oligario acostumbraba a besarse las manos cuando terminaba. A propósito, esta mañana he leído que el amor es el único que descubre la muerte. Tuve de pronto la inquietud de saber lo que sería de aquel que no lo sintiera. Si alguien más no experimenta el amor es porque hay una confusión entre conceptos. Por otra parte, es pro28

bable que sea bueno sentirse un sofá de terciopelo como me cuenta un amigo de otro de sus amigos, que no conocemos. El hombre se cree sofá de terciopelo, ama serlo. Por eso digo que nadie puede dejar de amar y las confusiones son realmente un asco. Lo mejor de todo es relajarse un poco. La mosca se fue. Hay mucho ruido en esta calle, aunque he volteado a cada lado y sólo miro casas abandonadas, algunas apestan. “En Lisboa, Oh!, meu amor além…”. Todo cambia, me digo, mientras sigo con esa frase en el pensamiento. Compro un periódico y leo: “El economista Pierr Salama hablará sobre la crisis mundial y la inutilidad de nuestro sistema económico (soy un queso gruyer, pienso). Oligario tiene razón, el erotismo comercial ha caducado. Hemos de crear nuevas patologías pero sin medicamento. La sola noción de erosionar el desarrollo es erótica; los economistas deberían de encontrar el sentido erótico de sentarse a mirar cómo las estadísticas descienden a números rojos sin que pase nada, como cuando los niños ven los calzones de las niñas sin que pase nada. Y todo lo demás viene por añadidura. En momentos como éste desearía que alguien escribiera de mí algo así como “Se entrega a divagar sobre el sentido oculto que nosotros

develamos porque, sencillamente, es la tarea de hacer más vivible el tiempo”, en cambio, me quedo sentado en la banca y espero a que den las siete de la tarde. Tengo una cita con mi amigo Max Aub. Frente a mí hay un pedazo de cemento que se desmorona, erosionado; tiene pequeños pliegues de textura porosa, ha llovido y cada uno de sus recovecos guarda una gota que más tarde revienta y escurre. Lo erótico es verlos, sólo verlos. Me siento donde mismo. Pronto Max Aub y yo estamos frente a frente. Hablamos de erosión y erotismo. Él argumenta que lo erótico es una vía acua, viaje subterráneo y estilo de los acueductos. Yo le digo que no entiendo nada, que para mí el eros es esta vía acua, tan descifrable y continua; es una línea en el espacio, un pedazo de la locura del hombre, del pensamiento de la historia, hasta que se divisa otra vía acua donde se bebe el insomnio y la memoria. Max Aub me mira como si todo lo supiese. “Nada hay que decir ya de lo que se sabe”, me dice sentencioso. “Todo exceso de sexo o placer que mata la ternura es pornografía”. Quedamos en silencio un buen rato. Vino ha-

cia nosotros una mujer; dijo algunas cosas. Se quedó parada frente a nosotros diez minutos, luego se volvió lentamente y se fue. Me sentí tan árido, estéril, inútil. Me levanté con el pretexto de orinar y fui tras ella. La llevé a una esquina y ahí mismo la penetré. La levantaba fuerte desde las nalgas. Me miraba, así que le hablé de la conexión entre el eros y la erosión, mientras le metía un dedo por la boca. Eros, dios que te atrapa en la distancia, diez minutos. Erosión a causa de la fricción del sexo, y tocaba su seno. Luego no pude más y le grité eros-erosión, esotérico, erosivo, erógeno, erópata, erogar. Entonces, me detuve, mientras me subía el pantalón metí mi mano en la bolsa. Le di lo que traía y salí. He pensado en esa noche toda la semana. Max Aub me acompaña, mira hacia el ventanal contiguo y dice que la distancia entre ella y yo fue exacta. Luego habla de los dibujos que hizo esta tarde, a uno lo llamó El rectángulo ocre de Jakkalsdrif. A mi me pareció desolado y sin ternura. ● 29

El corazón de la piel ........................ Mónica Lavín 1.- Hubo una edad (siglos atrás, ya nadie lo recuerda) -comienza un poema de José Emilio Pacheco- en que se honraba a las diosas de la fertilidad con el gozo amatorio y los templos no eran centros de perdón y temor. Hubo un espacio en las civilizaciones antiguas en que la sensualidad fue atributo de las diosas a quienes se veneró con el éxtasis de la carne (cuando carne y espíritu no tenían fronteras). Muchas civilizaciones antiguas refinaron y practicaron las artes amatorias de tal manera que consideraron a la unión sexual como la expresión suprema de creatividad humana. Las fantasías fueron objeto del arte entre los hindúes y los sumerios. Los sumerios en particular consideraban a la cópula más allá del mero placer carnal o la necesidad de perpetuar a la especie y para ello erigieron una divinidad femenina. El erotismo es una elevada manera de contravenir a la muerte, un delicado e imaginativo recurso para exprimir vida a la vida, en su transitoria (trancetoria) esencia obliga a recrear el éxtasis mítico, a incursionar en los terrenos de lo íntimo y lo intenso, de lo privado y lo compartido. Efímera cercanía de las pieles, que en su arrebato inventan un territorio, ese que se da porque dos se palpan, se frotan, se beben, ceden, objetan, bloquean, toleran, ema30

nan. El triángulo invertido que representa la vulva de la diosa, el yoni, ha sido adorado desde la prehistoria. Es el útero mundo, la vitalidad por excelencia. Por el yoni se nace, remite a la madre y la pareja. El yoni es el vínculo de las generaciones. El cuerpo, el deseo y el ritual de los placeres tuvieron su palacete en tiempos donde el pecado no era palabra en la agenda cotidiana. Entonces hubo prostitutas sagradas y un templo de vírgenes vestales que en su contención esgrimían el poder. Pero el poder también era de las adúlteras, presas del placer, sedientas de hombres como Afrodita con su nombre de espuma, espuma seminal, quien gozaba a placer de los hombres de su elección. Pero Hefesto, el herrero feo y noble, se cansó de las infidelidades de su mujer y la atrapó en una red invisible mientras copulaba con Ares a la vista del resto del panteón. De esta unión nació Eros, fruto del placer prohibido, del deseo de la diosa lujuria. Tal vez por eso lo erótico precisa de la trasgresión, de rozar la prohibido, de explorar límites inéditos. Radha, presente en la poesía erótica de la India, engañaba a su marido, un mortal común, para reunirse con Krisna. Redención y entrega, sublimación y paraíso, muerte y cenit son las coordenadas de la pasión amorosa. Hubo una edad (siglos atrás, ya nadie lo re-

cuerda) en que la diosa azteca Xochiquetzal, la madre-ramera, era la diosa del amor, patrona de todos los oficios femeninos y también la diosa de las prostitutas y Tlazoltéotl era la diosa de la inmundicia y del amor pecaminoso. Pero ni la deidad sumeria Liliu, que los textos sagrados hebreos convirtieron en Lilith, sobrevivió al castigo después de ser considerada como la esencia de la sexualidad depravada y de insistir copular con Adán encima de él y no debajo, porque marcaba su inferioridad. Eva no pudo salvar nuestro nombre para considerarnos dignas depositarias del placer y del deseo sexual. Se nos tachó de incitadoras al mal, en la manzana y su rojez convidamos del pecado, de la perdición y nos ganamos la expulsión del paraíso junto con el amado. El pecado y su tentación se convirtieron en enemigos de la virtud que fue esencia de la mujer. Y del paraíso del deseo y su “suciedad” imposible hacer mención. Conquistamos el recato y la sumisión: la función de madres, hijas, esposas y siervas del señor. Hubo una edad (siglos atrás, ya nadie lo recuerda) en que fue nuestra virtud el ser vírgenes para el matrimonio sea con Dios o con el marido a quien se ofrendaba el himen –oblea vaginal–

como prueba contundente de la colonización de geografías intactas de nuestro cuerpo. El cristianismo y judaísmo contribuyeron a ello, la mujer era virtuosa si debutaba, si probaba las mieles del placer a través de su vocación de servicio al hombre que la seguiría celando como el padre antes. Ya las vestales de la Roma imperial, al servicio de la diosa Vesta, fueron obligadas a preservar la virginidad por decreto de Tarquino el Viejo en el siglo VI antes de nuestra era, según lo señala el escritor Robert Graves. Fueron eternas niñas, mujeres-objeto que serían pasivo receptáculo de los efluvios viriles que las volverían madres cuando correspondiera. Lentamente las virtudes espirituales de la cópula se volvieron territorio de la degradación y de la vejación del cuerpo. Toda mujer virtuosa se volvía ramera por cuanto demostraba los gestos del placer y así se relegó la sexualidad de la mujer a la última de las cornisas en la alacena social, a la funcionalidad pura, a tener hijos o cumplir con el contentillo del marido o a ser prostitutas y servir a los hombres que pagarían dispuestos por el dispendio de un cuerpo. Ese México del 31

Dibujos de Egon Schiele

pecado y la suciedad amamantó a legiones de mujeres clase media y clase alta que siguieron abanderando el valor de la virginidad, lo pecaminoso del placer y permitieron al sexo explayarse sólo en la sacra unión matrimonial y en los expendios de servicios sexuales de otras, que bien lo sabían todas, tanto alegraban y relajaban a los machos siempre voraces de la especie. Cuántos hombres no se iniciaron en las lides carnales con una visita cacareada al prostíbulo donde el mismo padre llegaba a encargarse del trámite. Las poetas del siglo XX buscaron la desnudez de la palabra para pregonar que el gozo, el deseo y la sensualidad eran orgullo y atributo de las virtuosas gozadoras, de las hijas de Eva y Lilith que no andan buscando castigo y que no están dispuestas a que la vida las margine del corazón de la piel. Hoy que las últimas vírgenes agonizan, las pecadoras vuelven templo el placer del tacto y las formas: esa protesta vital es también territorio nuestro. 32

2.- La piel es el borde, el límite de las entrañas: nos guarda y nos contiene. Es circular, absoluta, llena de repliegues que apuntan al interior. “Tu más profunda piel”, la nombraría Cotázar. Es áspera en los codos y confusa en la nuca, caracolea en las orejas y es orografía en el torso y en el vientre. Un ombligo delimita el origen, nos imanta con las madres progresivas, con la comunión de los cuerpos que nos engendraron. La piel cela su marca. Autocontenida tiene la insalvable misión de no quebrarse para que nos derramemos sin sentido, cede al tiempo fatigada pero sin reclamar su sed de extensión, la imaginación táctil del otro que le recuerde que para ser es preciso extenderse, inventar que hay otros horizontes más allá de estar ceñida para acuerpar, literalmente, a un ser. La piel es borde que debe desbordarse (bordarse en otro), explayarse y prolongarse en los afanes de otra piel. Para asirse con fuerza a la vida pasajera debe confirmar que no es sólo dermis utilitaria, que vibra y palpita, que se enrojece y retrae, que crece, bulle, ba-

bea, se inflama. Y reclama al otro. La piel tiene su corazón. Se disfraza de labios y lengua, de nalgas y pezones, de mano y de clítoris: es multifacética y se manifiesta en tanto se le descubre. Es hermana de los espíritus exploradores y hasta colonizadores. Demanda la posesión y en su vértigo la rechaza, ella es el reinado de los sentidos. Gusta de quienes no le temen a sus oscuros vericuetos ni a la claridad de su vientre. No se contenta con nada, su lasitud es aparente porque tiene el vicio del gozo, la impronta del reinado, quiere ser paraíso, pedazo de cielo, tierra conquistada y sin embargo, mantener su misterio. Por ella escurren las lágrimas y la saliva, el semen ajeno, las ansias propias. Es salvaje y delicada y herida por su condición de frontera, de saco, de recipiente de un mundo de órganos enmarañados, de emociones y recuerdos en volutas cerebrales. Quiere suponer que la vida es más que sus anatómicas funciones, que hay un mundo de fantasías donde la piel puede mostrar que sabe imaginar. Paradoja de paradojas, es el único órgano que requiere de la empatía de un similar. Puede ser autosuficiente pero autolimitada. Su desparra-me por el mundo, su roce con las nubes y con las tinieblas está en aras de la piel

ajena. Piel con piel para ahuyentar el miedo y la certeza de la muerte, piel con piel para amarrar un instante las soledades e insistir que la conquista y la rendición, que el poder y la vulnerabilidad de las pieles es infinito. Las formas de la piel están hechas para mirarse y para olerse, para inventarles usos ajenos y para inscribirles un mundo de rituales cómplices, la piel de la mujer asume su castidad renovada en cada roce. La desnudez es la mirada del otro sobre sus redondeces y la sospecha de su cercanía. La desnudez es la intención del aliento y el reclamo de la piel. La desnudez requiere un voyerista, aunque sea el espejo mismo. El otro que mira para descubrir un precipicio en la curva de los hombros y la perdición en la brevedad de la cintura. La piel no aprende ni tiene memoria, las cicatrices y los lunares son lejanos aditamentos. ¿Será porque el gozo es pasajero que a la piel no se le puede someter? La piel es nueva y siempre sedienta, por eso hay pies que lloran como decía Rilke al contemplar las esculturas de Rodin, hay torsos que gimen, escotes que naufragan, muslos que rabian su abandono. ¡Ay! la piel que reclama otra piel para extender su ansia de flotación por la insospechada exploración de su superficie sinfín. ●

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El erotismo de la muerte o la erosión de la vida ............................. la escritura de Yasunari Kawabata

virginia hernández reta “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada.” La línea con la que abre la novela La casa de las bellas durmientes (1961) de Yasunari Kawabata pareciera definir no sólo el tono del resto de la historia, sino la misma sutileza de Kawabata ante la vida. Como si caminara de puntitas por su propia existencia, este escritor japonés cuida el buen gusto hasta el día de su muerte, el 16 de abril de 1972, cuando se suicida de una manera callada: inhalando gas. Cuatro años después de haber ganado el primer premio Nobel de Literatura concedido a un escritor japonés -en 1968- y dos años después del aparatoso suicidio ritual-performance de su alumno Yukio Mishima, Kawabata pareciera establecer que la vida es la erosión misma de cualquier deseo, sobre todo del deseo de vivir. Su etérea manera de conducirse por el mundo se explica por una infancia de orfandad y desamparo. Yasunari nace el 11 de junio de 1899 en Osaka, pero a los 3 años ya había perdido a sus seres más queridos. Insomne perpetuo, Yasunari toma para su novela La casa de las bellas durmientes, personajes que, irónicamente, duermen todo el tiempo. Y lo hacen porque, en el fondo, la vida pareciera demasiado triste como para afrontarla despierto. 34

La casa de las bellas durmientes es una historia extraña que sucede en una posada situada en las afueras de Tokio, pero que en realidad pareciera acontecer al margen del tiempo y del espacio, a un ritmo igualmente onírico, donde todo simulara estar suspendido en el aire. En esta atmósfera de ingravidez, la liviandad de las cosas –por muy perturbadoras que puedan ser bajo una visión desnuda– termina por afirmar lo que Calderón de la Barca, siglos antes y en un continente completamente otro, había establecido: la vida es sueño. A esta posada que plantea Kawabata como su etérea casa de las bellas durmientes, acuden con frecuencia ancianos que buscan disfrutar -o en el caso del personaje y quizá de todos, sufrir- con la compañía de jóvenes vírgenes que permanecen a su lado, durante toda una noche, desnudas y narcotizadas. El reglamento de la casa es implacable: los viejos no pueden tener sexo con las jóvenes, no pueden pasar la noche dos veces con la misma chica y no deben intentar despertarlas. Kawabata pereciera plantear el erotismo de la decadencia o la decadencia del erotismo. El voyerismo inicial de los ancianos da paso a lo único a lo que realmente pueden acceder: erotizar la memoria, invocar la excitación a fuerza de recuerdos o de analogías –en el mejor de los casos– entre

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las mujeres que yacen al alcance de la mano pero no del deseo y las mujeres del pasado que viven en recuerdos igualmente inaccesibles. Eguchi recuerda a sus mujeres. Cuando se cansa, sueña o adormece el deseo. Pero más que recordar mujeres, el viejo Eguchi recuerda lo que éstas hacían surgir en él. “Durante sus sesenta y siete años el viejo Eguchi había pasado noches ingratas con mujeres. De hecho, las noches ingratas eran las más difíciles de olvidar. Lo desagradable no tenía nada que ver con el aspecto de las mujeres, sino con sus tragedias, sus vidas frustradas.” Para Kawabata, la vida misma es, por un lado, un proceso de des-erotización. Por otro, el recuerdo más perdurable del viejo Eguchi resulta perturbador –casi mórbido– por lo mismo: “(…) la mujer que había dormido como si estuviera muerta se convirtió en una mujer inolvidable”. La semejanza con la muerte hace erótica a la mujer de sus memorias. Esta manera pasiva de sensualizar los recuerdos tiene sus ventajas: si tener al lado a una mujer permanentemente dormida le impide al viejo la comunicación personal sí le promete, a cambio, el anonimato. Desde el inicio de la historia, la mayor de las promesas es poder desnudarse ante un cuerpo nuevo sin tener que avergonzarse de la propia vejez. Pero es una promesa tramposa, como irá descubriendo Eguchi. Debajo de los recuerdos eróticos, el viejo carga consigo, en todo momento, la pesada loza de la ancianidad como proximidad a la muerte: “(…) los viejos tienen la muerte, y los jóvenes el amor, y la muerte viene una sola vez y el amor muchas”. Eguchi vuelve varias veces a la casa de las bellas durmientes y, si algo le va quedando claro, es que un viejo “vive en vecindad con la muerte.” Si por un lado la extraña situación de las bellas 36

permite a Eguchi evadir el temor de mostrar su cuerpo decadente de sesenta y siete años –una edad que no llegó a cumplir Kawabata, muerto a los 61, pero que llegó a intuir a través de la soledad y la enfermedad–, por otro lado, no poder tocar el hermoso cuerpo de una mujer jovencísima no es más que la confirmación de la derrota: la abdicación al erotismo genuino. El erotismo –el amor sensual exacerbado– no existe en una casa irreal donde está prohibido tocar, husmear, probar, oler, en resumen, “hacer cualquier cosa de mal gusto”. El erotismo se reduce a la vista; la vista, a la comparación; la comparación, a la memoria, y la memoria, a la erosión. Kawabata fue cineasta en su juventud, lector voraz tanto de los clásicos como de las vanguardias europeas, pero ante todo, un solitario empedernido. En 1920 ingresa a la Universidad de Tokio, en la carrera de Literatura en Lengua Inglesa, pero después de un año opta por la literatura japonesa. Mientras cursa la universidad pública algunos de sus trabajos y colabora en una revista que reúne a nuevos y prometedores escritores de la nueva escuela “de las sensaciones”. El estilo de estos jóvenes buscaba aprehender la realidad a través de los sentidos y lo que éstos evocan. La casa de las bellas durmientes no es otra cosa. Eguchi llega a la reflexión a través de acotar ciertas sensaciones y dar rienda suelta a otras. La respiración de las mujeres le recuerda música. La iluminación del lugar la describe “extraña en el fondo de una profunda oscuridad”. El olor a leche acosa al viejo, que no sabe si se trata del olor de su infancia o de las mujeres narcotizadas que yacen a su lado. Y este olor le hace sentir la falta de lo entrañable, de cobijo, de abrigo, de familia, de pertenencia. Es un olor que Kawabata, en su novela, dice emanar “del propio corazón del viejo Eguchi,

atraído por una mujer dormida”. Pero, debajo de todo ese fino tejido de sensaciones, se conjura la maldición que atormenta a Eguchi tanto como a Kawabata: la vejez como estado erosivo. A un par de páginas de haber iniciado la lectura, Kawabata pone sobre la mesa la pregunta de preguntas: “¿No habrá venido a esta casa buscando lo sumo en la fealdad de la vejez?”. En la página siguiente, vuelve a soltar: “La fealdad de la vejez le estaba acosando”. Más abajo: “Su curiosidad distaba de ser fuerte, porque ya la tristeza de la vejez se cernía también sobre él”. O en otro momento: “No conocería la respuesta, pero era pro-bable que procediera de una hendidura dejada por un vacío repentino en su corazón. Sintió una oleada de soledad teñida de tristeza. Más que tristeza o soledad, lo que le atenazaba era la desolación de la vejez.” El propio amigo que le recomienda al viejo Eguchi asistir a esta casa le había advertido con anterioridad: él acudía ahí “cuando la desesperación de la vejez le resultaba insoportable.” Y enseguida, le había confesado: “Parece haber pasado mucho tiempo desde que perdí la esperanza en cualquier mujer.” La desesperación de la vejez es proporcionalmente inversa a la esperanza en la mujer, también en el deseo y, por lo tanto, en la vida. La juventud es, entonces, sinónimo de erotismo: “(…) la exuberancia del cuerpo de una muchacha no era algo que pudiera percibirse contemplándola ni yaciendo en silencio junto a ella (…) Lo que fluía del brazo de la muchacha hacia el profundo interior de sus párpados era la corriente de la vida, la melodía de la vida, el hechizo de la vida, y para un anciano, la recuperación de la vida.” La erosión del erotismo, descubre Eguchi a poco, se ha llevado incluso la posibilidad de disfrutar no sólo del cuerpo ajeno, sino del propio.

Eguchi se avergüenza de la vejez, y no sólo de la suya, sino la de todos los que pasan por ahí, de todos los que envejecen dentro pero también fuera de la casa de las bellas durmientes. “La repelente senilidad de los tristes hombres que venían a esta casa no estaba a muchos años de la distancia del propio Eguchi”. La casa de las bellas durmientes extiende su manto de liviandad. El mundo entero envejece, y en un mundo donde la decadencia acaba con todo, “dormir con una muchacha semejante era un consuelo efímero, la búsqueda de la desaparecida felicidad de estar vivo… parecía haber una tristeza en el cuerpo de una muchacha que inspiraba a un anciano la nostalgia de la muerte.” Kawabata ha sido llamado el “maestro de la desilusión” de la literatura del siglo XX, no sólo por esta novela, sino por sus cuentos y demás obras donde los temas y obsesiones son los mismos: la atracción por la muerte, la devoción por la belleza y el silencio como experiencias extremas, la fragilidad de los sentimientos, la persistencia de la memoria y la naturaleza intrínsecamente contradictoria del ser humano. Congruente con la callada desilusión de su autor, el final de la historia al personaje de Kawabata sólo le resta preguntarse a dónde se llevan a la muchacha que ha dejado de respirar. Porque si la bella durmiente duerme para siempre, sólo queda la vejez sobre la tierra. Pero en esa última línea de la novela, la pregunta de Kawabata que subyace no es a dónde se va la mujer, sino a dónde se va la vida. La respuesta se sostiene, ingrávida, en el aire. En algún momento de la historia, Kawabata –en boca de Eguchi– se pregunta si la piel y aroma suaves y jóvenes de las muchachas no podrían significar el perdón por el mal hecho en vida. Pero cuando la mujer deja de respirar, el perdón se escapa, sin sentir, como un último aliento. ● México, D.F., octubre 30, 2008 37

Fifteen minutes of shame ............................. (no es lo mismo Corn Pops que Porn Cops)

Gabriela Torres Hace algunos años, Banksy, famoso personaje del arte urbano, sentenció en algún medio, el efecto setentero del Pop y la fama: “En el futuro todos tendremos derecho a nuestros quince minutos de anonimato” (o algo así); augurando de esta manera el perenne y ya notorio boom del acceso a Internet; decir ¡agua! cuando la lluvia es, de muchas maneras, re-crear la humedad con el significado. Pero inteligentemente fue el primero y al que se le debe tal síntesis del producto tecnomodernista –por más redundante que suene el término–. Refutar a Warhol es tan sencillo en la región 4 como no abrir una lata de sopa Campbell y hervir el agua en olla de peltre para una Maruchán. Asirse al anonimato cuando, precisamente, lo en boga es no ser famoso, es un recurso de piece of cake para los mercadólogos. Seudonominar la delgadez autoril, escondidos tras una bola de nieve, nos coloca en la comodidad de las gradas, donde la perspectiva permite la pronta huída si nuestro equipo no gana, pues tampoco traemos la camiseta. Nadie finge que esto es efecto de la sentencia de Banksy, mucho menos el parricidio que ya la contemporaneidad ha aplicado a Warhol. Esto del pseudónimo literario es tan antiguo y normativo como las dinosáuricas políticas culturales; una ludocracia bastante pertinente para estos tiempos de fama desbocada. 38

Atreverme a mencionar siquiera el ya lugarcomunesco World Wide Web como medio para cualquier fin, me antepondría en una situación de ingenua tecnológica, o tecnoingenua (¡bendita sociología! -¿o tecnosociología?-); prefe rible reptar el cotidiano y experimentar nuevos espacios. El oximorónico anonimato mainstream es la buhardilla de donde se espera salir sólo hasta que se escucha el clap clap clap de los aplausos. Incongruente, sí. Funcional, absolutamente. Pero no toda la sustancia del anonimato es vacuna del ego herido. Existen algunos seudónimos tan plausibles como clásicos. En el arte encontramos a un grupo ya veterano, las Guerrilla Girls que, ocultas tras máscaras de simios, han denunciado a través de intervenciones y performances la carencia de oportunidades a las mujeres en el arte. Sesentero, dirán unos, obsoleto, mencionarán otros; pero tan tristemente cierto. Quizá uno de los más loables ejemplos del anonimato femenino en el arte y la literatura contemporánea, se encuentre en el nombre Laura Albert, autora de uno de los libros más vendidos no sólo en Estados Unidos, sino en el planeta. Esta best seller neoyorquina, sedujo al mundo oculta tras el personaje del escritor JT LeRoy, un joven andrógino, víctima de los abusos de su madre y curado mila grosamente

por la catarsis de la creación literaria, gracias al sabio consejo de su psicólogo: escribir todas las vivencias y avatares al lado de su madre Sarah. La mentira anónima de Albert, conmovió a toda la nación norteamericana (por no mencionar que a todos los continentes al ser traducida a distintas lenguas). Como aquel clásico episodio de Los Simpsons en el cual Bart, por medio de un walkie talkie, finge la caída al pozo de un niño llamado Timmy O’Tool; Springfield, otrora mezquino, se unifica y solidariza para ayudar a esta falsa víctima; mas cuando la verdad sale a flote, junto con su autor intelectual, el pueblo vuelve todo ese sentimiento de apoyo a la otredad en un enojo desenfrenado por aquel que les mintió y revivió en ellos su efímera sensación de ayuda. Cuando un reportero del New York Times se dedicó a hurgar en el personaje de LeRoy para sacarlo del pozo, encontró tras el sospechoso escritor a una escritora, cuya artística vida frustrada estaba lejana del interés que suscitaba la de aquel adolescente prostituto. Laura Albert, al verse descubierta como el verdadero LeRoy, declaró en su defensa que se vio obligada a crear un narrador-personaje-escritor, puesto que la vida y el personaje-escritor de una cuarentona no le interesaría a nadie. Albert, como Bart Simpson, fue sentenciada al juicio de los decepcionados: el linchamiento visceral de sus lectores. En el caso de Laura Albert vs JT LeRoy es ri-

sible, de tan obvio, lanzar la cuestión: ¿no es la obra lo que importa en la literatura? Aunada a la bastante trillada sentencia maquiavélica de el fin justifica los medios. ¿Acaso no dijo Hitchcock que no importa la historia sino la manera en que ésta sea contada? La forma de los estructuralistas por encima del fondo romántico de una falsa compasión. Sólo conozco tres historias originales en la literatura, lo demás es intertexto (o algo así), diría Borges. Sin embargo, el trabajo artístico se vuelve minúsculo ante el culto de la mediocridad lectora con tendencias fanáticas (oh, c’mon, para eso existen las tarifas en la pizarra de los consultorios de psicólogos, no las librerías) hacia una persona que no un personaje. Esto sin sumarle el estatus de amistades famosas (escritores, directores de cine, actrices, rockstars, etc.), pues no es lo mismo decir mi compasión que la de Winona Ryder. Aunque Laura Albert ha desatado las opiniones más encontradas por su obra, fue declarada culpable en un juicio bastante películesco, su ficción superando su realidad, es decir, aquí el fin no es el justificante, sino son sus medios, aquellos que han justificado el fin. Asida a una filosofía duchampiana, donde cualquier acto realizado por un artista es arte (piezas vitales), afirmo que la saga de JT LeRoy es toda la actuación de Albert; desde el nacimiento mental de este personaje, las falsas llamadas a un psicólogo, la tridimensionalidad 39

de pasear a tu personaje frente a la cámaras de televisión, fotografiarlo en los periódicos y lo mejor… el personaje mismo dedicando firmas en la primera página de los libros. El personaje que produce películas dirigidas por Gus Van Sant, el personaje gastando horas de su tiempo de personaje hablando por teléfono con Denis Cooper. ¿Acaso no sobraría resaltar que ésta ha sido una de las mejores y más grandes ficciones de nuestro tiempo? Un anonimato sólo sostenido unos cuantos años, bien moldeado, cavilado infinitamente. No me sorprendería que su perspicacia haya llevado a LeRoy a pagar impuestos con su nombre, comprar un boleto de avión o un mayúsculo etcétera. De no haber existido el sospechosismo de aquel reportero del New York Times, quién sabe por cuántos años más se habría prolongado la historia de Jeremiah Terminator LeRoy. Pues es obvio que a Laura Albert no le interesaba jactarse de la autoría de las novelas, sino escribir ante la comodidad de sus regalías y la ganancia de más lectores: punto. La saga sigue. Desde su juicio hasta sus declaraciones, el postrero publicar bajo su nombre real, el ceder los derechos para una película en la cual se contarán los pasos para realizar su mentira, mientras el jovenzuelo rubio y andrógino se queda sólo como una parte, quizá la más importante, en la vida artística de la escritora, la que la convirtió en un clásico instantáneo de nuestra época, la eliminación de Laura travestida en LeRoy. El término de Literatura Budista no se refiere, en estos tiempos, a la escritura pedagógica de la filosofía oriental, sino a la eliminación del Yo autor. Si bien una de las propuestas del budismo (si no la más importante) es la de eliminar el Yo para encontrar la esencia real del ser, la propuesta de la Literatura Budista señala la eliminación del Yo autor para dejar la esencia del texto y así no interrumpir la verdadera 40

lectura con la lectura biográfica de quien escribe. Interesante, claro, pero un tanto imposible a la hora del análisis literario o la lectura puntillosa de un trabajo. Menciono interesante pues cuántas críticas o análisis hemos leído que parecen producto más de un diván que de un ensayo sobre las técnicas narrativas o poéticas. En la mayoría de los casos, los analistas o intelectuales se pasan justificando a los personajes o situaciones literarias porque el autor era así o asá. Rabelais era escatológico porque estudió medicina: great! Mishima era una jota oprimida en el oriente a la que le gustaba ver los cuerpos bien torneados de los samuráis y se puso a leer todo el Hagakuré para reprimir sus deseos sexuales: bingo! ¿Y? Con todo esto, cabe señalar que la Literatura Budista no es una propuesta tan loca, sino un extremismo que se puede bien encausar y que plurifica la propuesta de lectura y escritura. Aquí el anonimato es filosóficamente plausible, claro, con moderación. Ahora, con este aguacero que se pronosticó lluvia tropical, han aparecido otras muchas propuestas que van más allá de la coautoría. O la tetrautoría. O la poliautoría. Frente a la ma-sificación y la posibilidad de la escritura Wiki, nació, gracias a la editorial gringa Penguin Books, la idea de la novela multitudinaria: A million penguins. Una novela escrita por más de un millar de autores (anónimos) y que obviamente es ilegible por su sintaxis y cambio constante de ideas. La escritura, muchos dicen, es cosa personal. Quizá en el orden morfosintáctico, pero no en el caos que nos lleva a escribir una obra. Ya lo dijo Barthes: escribir es, en cierto modo, fracturar el mundo (caos) y rehacerlo (orden). La escritura colectiva debe seguir ciertas normas y reglas, no es un riot socialista. Y sobra mencionar que, para romper las reglas, hay primero que conocerlas. Y lo digo con gran apostura pues ninguno estamos

Laura Albert con Rufus Wainwright y otro tipo/ Cortesía de Laura Albert

ajenos de las llamadas nuevas literaturas. Que en paz descanse entonces este primer ciberintento: A Million Penguins. La sentencia de Banksy, acerca del anonimato como convicción y lujo, nos acerca a un paranoico deseo: el ocultamiento. ¿Cuántos de nosotros, creadores o no, tenemos una cuenta en Facebook? ¿Cuántos de nosotros a pesar de no tener una imagen en nuestro perfil, hemos sido taggeados en los álbumes fotográficos de otros ciberfriends? El anonimato hoy en día es un lujo, absolutamente. Incluso nuestros más veteranos amigos, enajenados de cualquier relación con el Internet, han sido expuestos en la Web. La información es poder, Sartori dixit, y conforme los años y la mediaticidad y lo inmediato del presente, el concepto fama se vuelve cuasi sinónimo de vulnerabilidad.

Cuidado, que no digo que el escritor debe tachar su nombre en los libros publicados. Pero parece que el medioevo returns, pues la obra anónima que conocemos de esa época era anónima por condición. Aquí la condición es la fama y el anonimato una causa inteligente. Sí, que todo el mundo sepa (porque el mundo sabe) que Alonso de Ercilla escribió La Araucana (1569) detrás de una piedra. Yo (cómo eliminar mi pronombre si soy tan singular), bellatinesca recito: En ese momento surgió, nuevamente, la escritura como el punto más importante de la existencia. Como si su ser fuera sólo un pretexto para que esta escritura pudiera existir. Eso significa tal vez que la única misión y lo único verdaderamente importante es la escritura que soy capaz de generar. Y juro que así debe de ser. ● 41

Notas acerca de la fundación mítica de “Tajimara” ........................................................ manuel Llanes La mano del narrador acaricia el sexo de una muchacha hasta que la superficie se humedece. El hombre retuerce uno de los pezones de la joven, para luego quitarle el vestido. Hay otros detalles, no menos interesantes, pero luego, cuando ella finalmente se rinde, después de una tibia resistencia, el protagonista interrumpe el relato de ese día lluvioso, cuando acarició a Cecilia en el interior de un automóvil con los cristales empañados: “ésta no es la historia que quiero contar”. Pienso en esa escena mientras leo un artículo académico, “‘Tajimara’: historias en espejo”, de Magda Díaz y Morales, que analiza el relato en cuestión. Los datos de rigor: “Tajimara” es un cuento de Juan García Ponce (Mérida, Yucatán, 1932-2003) incluido en su libro La noche, de 1963. El artículo revisa, por medio de una metodología llena de términos abstractos, un texto erótico (algo recurrente en la poética del autor). Un relato que habla de una muchacha muy difícil de penetrar es abordado por medio de verbos como “figurativiza” “performancia transformadora” y “focalización externa”. García Ponce no es ajeno a ese lenguaje, como se puede comprobar en su libro La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski (1981), con todo y que no se trata, en sentido estricto, de un ensayo académico. Después de la lectura de éste 42

no puede afirmarse sin más que el autor haya sido un defensor a ultranza de un discurso más accesible, más propio de los textos de divulgación. Sin embargo sólo hay que leer sus colaboraciones para la revista Letras Libres (la serie “Biografías”, por ejemplo), para descubrir que también era capaz de transmitir su conocimiento enciclopédico de una forma mucho más accesible. Así que García Ponce resulta ser una suerte de pornógrafo erudito, entregado a la prosa de la vida (como los grandes novelistas) y al mismo tiempo un acabado buzo del metalenguaje. Literatura y fracaso: el narrador de “Tajimara” da cuenta de una derrota. El cuento es la historia de su fallido amor con Cecilia (“ella no se llama Cecilia”), una mujer que se niega a estar con él y en cambio se entrega a otro, Guillermo, por motivos que no quedan claros: “Me vengo en él directamente”. O bien: “Tal vez esté todavía enamorada de él”. Por cierto, hay un error en la síntesis de la historia que hace Díaz y Morales: Cecilia no se casa con Guillermo para luego divorciarse, sino que se casa con alguien cuyo nombre no se menciona en el cuento. El narrador sólo menciona el hecho y se sugiere que el esposo es un personaje anodino. Es en el presente del relato (“presente enunciativo”, como dice Díaz

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y Morales), cuando Cecilia le dice al narrador que va a casarse con Guillermo. El conflicto existencial de la protagonista es indudable, pero el problema es que Díaz y Morales quiere ver en la separación del narrador y Cecilia (que ocurre a instancias de ésta) la obediencia ante lo establecido, un rendirse a la voluntad de una sociedad dominante: Las exigencias de la ética tradicional obstaculiza, entre otras cosas, la realización de la pareja en un nuevo espacio: el de la identidad donde vida y cuerpo son sinónimos, romperlas es casi imposible en una sociedad donde existe una red de convenciones siempre iguales que no sirven más que para enrevesar, complicar y reprimir el cambio; “apenas pensamos en la naturaleza del hombre, en esa vida que descansa en el cuerpo, la legitimidad de la cultura puede ponerse en duda”. Mujer, hombre y mundo consti44

tuyen un enlace recíproco donde la importancia de estar unidos debe fundamentarse en la necesidad de “redescubrir no lo más lejano sino lo más íntimo y diario: el misterio que es cada uno de nosotros”. Hasta donde entiendo la primera cita es de una obra ensayística de García Ponce, Imágenes y visiones (1988); la segunda, de La llama doble (1993), de Octavio Paz. Estamos ante el uso político de “Tajimara”, su fundación mítica, que para Díaz y Morales denunciaría el efecto de la “ética tradicional” y sus “convenciones”. Pero eso implicaría obtener una verdad trascendental de un cuento, que así pasaría a ser bastión de una ideología libertaria: las “convenciones […] que no sirven más que para enrevesar, complicar y reprimir el cambio”. Bueno sí, ojalá que los seres humanos se amaran con libertad, pero de eso a hacer proselitismo por medio de “Tajimara” hay un gran trecho. Claro que en la vida cotidiana muchas veces no se hace otra cosa: los lectores aplican la crítica temático-moral o el impresionismo para convertir un texto literario en una vía aleccionadora. La relación de la literatura con la vida no es sólo necesaria: también es ineludible. La literatura es posible porque existe la vida, de ahí que los textos de García Ponce no sean la descripción de una forma fantasmal y hueca. Al contrario: lo que “Tajimara” relata es tan real que entra en conflicto precisamente con esos convencionalismos que Díaz y Morales alude. La ficción es un estatuto de lo real, dice Juan José Saer, como puede verse en El concepto de ficción (1997); o bien en la obra de Jesús G. Maestro. De ahí que sea legítimo contrastar la versión de García Ponce con el lado represor de la sociedad donde su literatura se inscribe. Pero lo que se vuelve problemático es no aclarar que el cuento “Tajimara” no es una forma de la propaganda, por mucho que correspon-

da ésta con una idea libertaria. “Tajimara” no es un panfleto. Las ideas de García Ponce bien pueden coincidir con el juicio de la autora, pero resulta problemático extraer una filosofía coherente del cuento, porque no estamos ante uno de esos escritores del realismo socialista. La literatura difunde ideas, desde luego, pero ¿cuál es la naturaleza de esas ideas? Una cita más: “Por desgracia para la moral y el orden y por fortuna para el arte, no hay una verdad, sino distintas verdades, que cambian, se transforman y se contradicen a su vez sin obligarnos a abandonar ese propósito de llegar a una sola y definitiva, sino, al contrario, alimentándolo con su variedad y riqueza. ¿Cómo enfrentar entonces la necesidad de comunicar una verdad única, íntima y personal, cuando es muy posible que se haya escogido la tarea de escritor con la esperanza de llegar a ella sólo a través de otra, general y colectiva?”. Lo anterior puede leerse en la Autobiografía precoz (2000) de cierto escritor mexicano. Transcribo no sin el recelo de que no se trata de un texto proveniente de uno de sus ensayos, sino de una obra que por su naturaleza igual y debe ser leída con todas las precauciones del caso. El narrador de “Tajimara”, traductor de literatura policiaca, tal vez estaría de acuerdo: “en todo lo que he dicho hasta ahora hay algo falso, aunque los sucesos sean verdaderos”. Porque igual alguien podría decir que Cecilia es la manifestación de un espíritu libre ante los chantajes del narrador, indefenso ante la inexistencia de cualquier justicia poética. Cecilia puede ser un ejemplo de una fuerza liberada, la encarnación de una neurosis ejemplar que se mantiene hasta las últimas consecuencias. (¿Puede decirse eso?) Díaz y Morales aclara que la suya es una propuesta, “una dirección posible de lectura”, lo cual es prudente; pero esa actitud es sólo temporal.

Propongo un juego: hay una escena de “Tajimara”, en la cual Cecilia relata uno de los desaires de Guillermo: “¿Sabes lo que me hizo el día que cumplí quince años? Nunca se lo he contado a nadie antes. Había estrenado vestido y lo estuve esperando toda la tarde, pero no llegó”. ¿“Tajimara” denuncia los convencionalismos sociales que obligan a una muchacha a celebrar sus quince? “Entra. Pero salte antes. No quiero que pase nada”, dice la muchacha. ¿“Tajimara” denuncia la interrupción del coito como método anticonceptivo? Hagan el suyo. No se trata de renunciar a la interpretación, desde luego, sino de entender que es hora de reinventarla, porque perspectivismo no es la fiesta del desorden en la cual todas las interpretaciones son válidas, sino desconfianza ante el dogma. ● 45

Desnudarse ...................... eve gil La alusión a la ropa interior en el título del nuevo poemario de la cubana Wendy Guerra (La Habana, 1970), refiere a algo más abstracto que lo que llamamos “alma”. Menos aún tiene que ver con la lencería. Como la foto de la portada, la poesía de esta joven autora cubana sugiere más que sensualidad: inocencia, melancolía, represión, soledad, etcétera. Ropa interior (2008), según Wendy Guerra, es aquella que nos arropa por dentro, que nos devuelve inviernos en pleno trópico, a voluntad de la nostalgia que a su vez produce luces de bengala. Ropa interior es el otro nombre del silencio. Lo que callamos, del mismo modo que insistimos en disfrazar nuestros complejos con prendas estratégicas. En ese sentido la escritura es el striptease, por así decir, que termina por lograr la verdadera desnudez sólo posible mediante el acto de impudor por antonomasia: escribir. Wendy Guerra se dio a conocer internacionalmente gracias a su espléndida novela Todos se van (2006), Premio Bruguera de Novela, donde a través de un alter ego de nombre Nieve, nos lleva de la mano por una experiencia común a los jóvenes de la generación de la autora: nacidos en una Cuba desencantada de la revolución, a un tiempo familiarizados con la carencia y la promiscuidad y no obstante curiosos respecto a las “delicias” que ofrece el mundo capital46

ista para los jóvenes. Ropa interior reproduce un par de poemas que acompañan a la novela, como “Nieve en la Habana”, en la que se alude a un imposible, metafórico invierno en una isla donde no existe el paisaje navideño ni la Navidad misma: “Zambullo el cuerpo en la clarividencia de la playa/ Rompo la inmovilidad del miedo haciendo equilibrios/ en la punta./ Un malecón nevado un espacio inundado por la duda.” Para los enamorados y enamoradas de la citada novela de Wendy Guerra, Ropa interior representará el retorno a aquel mundo de secretos, de gritos ahogados, de diversiones y abrazos clandestinos, a través de la complicidad de la poesía que admite todavía menos caretas que la novela. En este caso la desnudez es total. Wendy no es Nieve sino la joven del sombrero rojo que ha decidido permanecer en la isla –el suyo, de hecho, es un caso casi único en este sentido–, lo que no le ha impedido viajar y ejercer, en cada destino, esa clase de observación propia de quienes sienten gula por el conocimiento, por paisajes y climas, circunstancias asociadas, invariablemente, al cuerpo y sus emociones: “Deportes de invierno/ Juegos de la nieve que nunca conocí hasta tragar la tuya/ Cacería que termina en un hambre de fieras tirados por/ trineos arrastrada por tu sexo/ Sin más vencedor que mi cuerpo en

Imagen tomada de www.havana-cultura.com/ES-literatura-cubana/wendy-guerra/poesía#1379

tu cuerpo/ resguardado/ Deportes de invierno en que somos/ La gloria de nuestros propios territorios derretidos.” Aunque por momentos se advierte el discurso de la niña narradora de Todos se van, se palpa también el proceso de madurez entre uno y otro libro. El lenguaje suyo, desenvuelto, confortable, ágil sin ser gimnástico propio de esta autora, adquiere un tono ligeramente más alto: el de la mujer que escapa de su cuerpo de niña y habla desde un cuerpo maduro que contempla a aquella niña que intenta jugar “con muñecas tan frías como comprarse un hijo”, con una mezcla de ternura y compasión. De ahí que la escritura de Wendy Guerra fluya naturalmente, sin saltos

mortales ni giros abruptos, al compás de la sangre que hace palpitar el pulso de quien escribe: “De Rusia/ De Viena/ De los montes Cárpatos/ De qué sitio remoto viene George Sand huyendo en su/ caballo/ Perseguida por dos pianistas locos deshechos en sus / libros Desatados.” Wendy Guerra colabora para publicaciones de todo el mundo, entre ellas la revista Nexos y el suplemento “Laberinto”, de Milenio. Tiene inédita una novela cuyo solo título hace agua la boca: Posar desnuda en la Habana. Diario apócrifo de Anäis Nin, autora presente, por cierto, tanto en el epígrafe del libro como en uno de los poemas mejor logrados de este libro titulado “Lo peor del incesto”. ● 47

“A sweet taste in the mouth” por Rodolphe Simeon 48

Actualidad del cuento David Miklos * Rogelio Villarreal * Paola Tinoco * Paco Inclán * Entrevista con Antonio Ortuño

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Notas rápidas sobre el cuento .................................. David Miklos Esto comienza, de pronto. Le ha pasado a todo el mundo. Pensemos, por ejemplo, en J. D. Salinger. Cuentista de origen, acudió a un editor cuando su nombre pasó de boca en boca hasta quedar grabado en las páginas de The New Yorker. Llevaba consigo un volumen de cuentos. No, cuentos no, le dijo su editor, mejor tráigame una novela. Salinger regresó a su casa y volvió tiempo después con la versión mecanografiada de The Catcher in the Rye (El guardían entre el centeno, 1951). El editor pasó el manuscrito a consejo. No, dijo el consejo, esta novela no es la primera novela que esperamos, no es una primera novela adulta. Algo así. El caso es que el editor al que acudió Salinger tuvo que decirle que no, que no publicarían ni esa novela ni sus cuentos. Y el resto es historia. Salinger publicó una sola novela, misma que se estudia en las escuelas de su país, un libro de cuentos y un par de volúmenes de prosa narrativa variopinta y breve. En ese sentido, el americano se parece a nuestro Juan Rulfo, al que le bastaron una novela y un libro de cuentos para consagrarse como un clásico nunca superado en nuestro terruño. Aquí la pregunta es la siguiente: ¿Rulfo sería Rulfo si no hubiera publicado Pedro Páramo (1955), si su única obra hubiera sido El Llano en llamas (1953)? La pregunta, claro, no tiene respuesta 50

y es necia. Así que regresemos a la fábula encarnada por Salinger: el cuentista que es obligado a escribir una novela y, de la noche a la mañana, se convierte en un clásico, gracias al consejo editorial que rechazó The Catcher in the Rye, no quiso sus cuentos y lo obligó a buscarse otro sello para su obra. Una cosa es clara y se desprende de la leyenda anterior: la novela es un fenómeno incitado por el mercado, seductor de los consumidores. Allí está Dickens para comprobarlo, novelista de folletín, el más exitoso de su época en Inglaterra y luego en la otra costa del Atlántico. Y acá tenemos, décadas después, a nuestros autores del Boom, muchos de ellos cuentistas obligados a escribir novelas para figurar no sólo en el mercado, sino en las aulas y en los cubiles de los académicos dedicados a la buoyante narrativa latinoamericana de mediados del siglo XX. Pero pongámosle una lupa a una de esas novelas: Rayuela (1963), de Julio Cortázar, el otro cuentista excelso de nuestras letras continentales (el primero es Borges, ajeno a la novela). ¿Qué es Rayuela sino la suma de fragmentos, la reunión de narraciones breves, unidas por el capricho y los puentes que juntan sendas orillas del río Sena? Rayuela, sí, es un libro de cuentos y prosas variadas disfrazado

J. D. Salinger. Archivo El País

de novela. ¿No pasa lo mismo, digamos, con Los detectives salvajes (1998), del sobrevalorado Roberto Bolaño, Cortázar de hoy para nuestros jóvenes lectores? ¿No es Bolaño un mejor cuentista que el novelista que nunca terminó de ser? ¿No es 2666 (2004), mamotreto infumable, una estrategia más de mercado del abarrotero catalán Jordi Herralde, fundador del otrora cuidado –e intransigente en su calidad– sello editorial independiente Anagrama? Demasiadas preguntas, de pronto. A lo que vamos, ya para concluir: el cuento, desde las tradiciones y leyendas orales convertidas en fábulas y relatos, hasta Raymond Carver, pasando por su máximo representante Chéjov, es el género narrativo por excelencia, es decir, la narrativa en estado puro. La novela, por su parte, es la puta

del mercado, apostada en cada esquina de las librerías-tianguis macro de hoy. Ser cuentista es heroico. Ser novelista es sucumbir ante el canto de las sirenas lanzadas al mar por los mercachifles. Y acomodarse. Pero no nos engañemos. Confesémoslo. Las novelas actuales que nos gustan, es decir, las novelas actuales que se escriben en nuestra patria chica, son todas obra de cuentistas cada vez más consumados, que esconden entre las páginas de sus obras de “largo aliento” cuentos perfectos. Y esto, sin más, se acaba. Así la brevedad, así las cosas. ● 11 de noviembre de 2008, entre las 7.44 y las 8.13 de la mañana, Centro de Tlalpan, México DF. 51

Cuentos mexicanos ........................ Rogelio Villarreal “Soy homosexual, soy drogadicto, soy alcohólico, soy un genio”, declaró Truman Capote, el celebrado y vanidoso autor de Otras voces, otros ámbitos (1948) y Música para camaleones (1980), entre varias obras más de grueso calibre. También afirmó en muchas ocasiones que el género que mejor conocía era el cuento; en suma, en el que más se acomodaba y el que más le interesaba. Sin embargo, su megalomanía le hizo apostar todo a una gran novela —A sangre fría (1966)—, lo cual lo sumió en una angustiosa crisis creativa que duró dos décadas, prácticamente hasta su muerte en 1984. No es necesario hablar de los grandes cuentistas de la literatura mundial —de la Rusia zarista a la América sajona e ibérica, del África negra y sahariana a China y las ignotas islas del Pacífico— para asentar una vez más que el cuento no es un género menor ni la hermanita fea de la novela, como tampoco hace falta apelar a los analistas de las letras universales para entender las particularidades de uno y otro ni al agobio existencial por el cual atraviesan algunos escritores que quieren convencerse de que el cuento es un mero ejercicio de estilo, una etapa necesaria de ardua preparación mientras conciben y paren la gran novela que habrá de consagrarlos de una vez y para siempre. Para demostrar que esto último es una falacia hay 52

escritores que transitan con solvencia de un género a otro, como lo han hecho con suficiencia desde el vasto Balzac hasta el parco Rulfo —para arribar a territorio mexicano— y tantos autores más antologados en pujantes compilaciones regionales y nacionales de la variopinta narrativa del siglo XX, y hasta del XXI, como las de Christopher Domínguez (Antología de la narrativa mexicana del siglo XX, Vol. II, Fondo de Cultura Económica, 1991), Leonardo da Jandra y Roberto Max (Dispersión multitudinaria, Joaquín Mortiz, 1997), Bárbara Jacobs y Eduardo Antonio Parra (Los mejores cuentos mexicanos, ediciones 2001 y 2004, respectivamente, Joaquín Mortiz), Martín Solares (Nuevas líneas de investigación, Era, 2003) y las descuidadas recopilaciones anuales que hace el Fonca con sus precoces becarios —prestos para tomar por asalto el cielo de las estrellas literarias—, por hablar sólo de unas cuantas de las decenas disponibles, al menos en teoría, en las 380 librerías —sin contar los Sanborns— de todo el país [según Luis Gómez Hernández, miembro activo de la Asociación de Libreros de México, “cifra realmente ínfima para una población de más 120 millones de mexicanos. Por cada librería hay hasta dos mil 500 cantinas”, Milenio Diario, 13 de enero de 2004]. El catedrático madrileño Eduardo Becerra in-

Guillermo Fadanelli Cortesía Archivo Anagrama

cluye en Líneas aéreas (Lengua de Trapo, 1999) a trece mexicanos entre un total de setenta noveles escritores iberoamericanos. Si algo caracteriza a esta horda de tundemáquinas —escribe en el prólogo de su voluminosa antología—, a pesar de sus peculiaridades, es que “el rechazo al realismo mágico merece para ellos, entre otros calificativos, el de superstición decorativa, truco localista y falsamente folclórico o narrativa para grandes almacenes”. Añade: “Su rechazo a las etiquetas homogeneizadoras es conciencia de la falta de principios aglutinadores de lo americano, de

marcas históricas y referentes generacionales de carácter global; como consecuencia de esta fragmentación del imaginario narrativo se facilita el viaje hacia el individuo, hacia una experiencia del mundo que se asume desde el comienzo como parcial”. He aquí una de las claves de las nuevas narrativas hispanoamericanas y, en particular, de las mexicanas. Un universo ancho y complejo donde caben la tradición y lo que se llamó posmodernidad, donde se desgranan diversas y contradictorias maneras de explicarse la existencia y el mundo mismo, de abordar his53

torias y anécdotas, fantasías y perversiones, complacencias e impertinencias, desde el involucramiento psicótico hasta la distancia más glacial. Desde la frontera norte hasta los estados del sureste, pasando por el altiplano, nombres como los de Cristina Rivera Garza, Heriberto Yépez, Rafa Saavedra, Luis Humberto Crosthwaite, Daniel Sada, Alberto Chimal, Patricia Laurent Kullick, Enrique Serna, Guillermo Fadanelli, Sergio González Rodríguez, Jaime Muñoz, Jorge Volpi, Naief Yehya, Mauricio Carrera, Pepe Rojo, Élmer Mendoza, Mario González Suárez, Eduardo Antonio Parra, Juan Manuel Servín, Vivian Abenshushan, Mauricio Montiel y decenas o centenas más que descuellan con mayor o menor fulgor y glamour en el espinoso y abigarrado paisaje de las letras impresas (de la novela al cuento al ensayo y viceversa; de las grandes editoras transnacionales a las austeras independientes; de las metrópolis a las rancherías; del anonimato infame al apadrinamiento más descarado por los jerarcas de la República de las Letras), y cientos o miles más que han decidido, ¿por qué no?, autopublicarse en el ciberespacio, contribuyendo al auge inusitado de los blogs, alacenas virtuales donde caben confesiones, diarios, diatribas, conjeturas, pensamientos y hasta, con cierta saludable frecuencia, sorprendentes dosis de creación literaria refrescante y novedosa. Pero es imposible leerlo todo. De haber nacido

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hace treinta años Emmanuel Carballo y Huberto Batis —dos de nuestros críticos literarios más persistentes— ya se habrían vuelto locos. Uno quisiera detenerse parsimoniosamente en cada libro, en cada revista, en cada una de sus páginas, en cada biografía. Imposible. ¿Qué hacer? Rastrear. Husmear. Escoger cuidadosamente. Discriminar. Tuvo que venir de Australia la sobresaliente crítica Diana Palaversich para hacerme descubrir a la tamaulipeca Patricia Laurent. Guillermo Fadanelli debió fundar la revista Moho y la editorial del mismo nombre para que algunos lectores pudieran leer los ácidos y desencantados relatos de Wenceslao Bruciaga (de Torreón), Alejandra Maldonado (de Pachuca), Constanza Rojas (de Mazatlán), Ari Volovich (de Ashdod, Israel), Tanya Sandler y Guadamur (chilangos estos dos) y hasta las fugaces road movies de papel del tapatío Enrique Blanc. A veces uno quisiera que, al igual que el atribulado Capote, el noventa por ciento de los escritores sufrieran prolongadas crisis de creatividad, que tuvieran el extraño pudor de Rulfo, que antes de sentarse a escribir repasaran algunos capítulos de la historia de la literatura —por lo menos la de los últimos decenios. Con todo, siempre hay sorpresas que complacerían a los editores más exigentes si éstos no estuvieran más ocupados en buscar al autor de la gran novela anual que ganará el excelso premio que debe llenar arcas y bolsillos de billetes y lucir por el mundo su flamante prestigio, tan dudoso como fugaz. ●

Mito y realidad del cuento ............................... Paola Tinoco Mito: El cuento está en vías de extinción. A nadie le gusta leerlo y en breve dejará de publicarse. Realidad: Se han publicado más antologías de cuento en México y el extranjero en los últimos veinte años que en los cincuenta años anteriores. Hace ya bastante tiempo se habla de la dificultad para comercializar los libros de cuentos, sin embargo, es un rumor tan viejo que los abuelos aún lo recuerdan. Lo cierto es que la industria editorial actúa en función de la lógica del mercado y de acuerdo a esto, lo que más se consume es la novela histórica y los diccionarios. A pesar de ello, el cuento se sigue escribiendo y leyendo, aún no da señales de estar en vías de extinción, sino todo lo contrario. Los libros de cuentos, como producto editorial vendible, están considerados en un rango menor: no se vende igual que la novela, pero es menos complicada su comercialización comparada con los libros de poesía. El punto de vista de los libreros es que su desplazamiento es lento, razón por la cuál la importación de los mismos no es mayor a 50 ejemplares por título, o entre 500 y 1, 000 si se trata de autores consagrados. Este es el motivo por el que los distribuidores hacen pedidos en cantidades semejantes, ya que el ámbito editorial, permanentemente en crisis, no permite que se con-

serven cantidades de libros que no será posible colocar en librerías a corto plazo. La razón es que hace pocos años se aprobó un impuesto para la mercancía acumulada en bodegas que va desde un 17 hasta un 33% de acuerdo a la cantidad de mercancía almacenada, e incluye a los libros como si se tratara de zapatos o bicicletas. Los directores de grandes sellos editoriales por su parte, se ven obligados a responder a la lógica del mercado y ordenan que se produzca lo que tiene mayor demanda. Las editoriales que publican libros de cuentos lo hacen con poca regularidad o sencillamente los sacan de su plan anual de publicaciones hoy en día. Un ejemplo claro es el caso de Planeta, donde el cuento dejó de existir al mismo tiempo que desapareció la editorial Joaquín Mortiz, de la misma forma que la antología de los mejores cuentos mexicanos que publicaban cada año. Sobre este género, Alfaguara publica cuentos completos de Sergio Pitol, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Francis Scott Fitzgerald, Leopoldo Alas “Clarín”, José María Merino, Guillermo Cabrera Infante, es decir, apuestas sin pérdida. Tusquets, sin contar con una colección dedicada al cuento, mezcla en algunas de sus colecciones libros de relatos, con la contraindicación de que los cuentos publicados en países 55

Sergio Pitol por Aberto Ibáñez “El Negro” 56

de Latinoamérica pocas veces son editados en España, con lo cuál, los cuentos producidos en nuestro continente se topan con un límite, y esta historia se repite en Planeta y en Alfaguara en cuanto a la publicación de escritores mexicanos. A finales del 2008 vimos que son las editoriales independientes y pequeñas quienes arriesgan su capital para apoyar este género literario, como ejemplo, Páginas de espuma, sello que se dedica a publicar únicamente cuento y ensayo. Siruela Ediciones, que conserva, a pesar de los cambios de dirección editorial (de Jacobo Siruela a Ofelia Grande) la serie de cuentos populares que incluye relatos de diferentes países y culturas: Cuentos populares italianos, Cuentos populares gitanos, Cuentos populares de China, Irlanda, Alemania, etcétera. Editorial Anagrama promueve también el género publicando no solamente los cuentos completos de escritores consagrados como Sergio Pitol o Truman Capote sino apostando por los cuentistas más jóvenes, como Guadalupe Nettel por ejemplo. La editorial oaxaqueña Almadía también apuesta por este género: en sus inicios publicaba a los 15 finalistas del concurso Relato breve, convocado en Oaxaca, y después siguió el camino haciendo sus propias antologías y libros de autores poco conocidos en nuestro país. Un editor que vive del cuento Con tan poca expectativa económica en torno al género del cuento, uno pensaría que nadie puede vivir de eso, sin embargo, Juan Casamayor asegura lo contrario cuando dice “Yo puedo vivir del cuento. A finales de los 90’s, coincidiendo con una concentración de grandes grupos editoriales, la especialización es una alternativa en el panorama de la edición española. Surgen así lo que el editor Jorge Herralde denominó los “nuevos insumisos”, aquellos

quienes con su actividad se enfrentan a la censura comercial (de modo semejante a cómo en los años 60’s otros editores lo hicieron frente a la dictadura franquista). Nuestra elección es el género del cuento, ya que no había ninguna editorial especializada en un género de tradición y presencia real tan importante en las letras en castellano a finales del siglo XX”. Opina, respecto a la situación actual del cuento, que en su décimo aniversario, a cumplirse en este año (2009), su editorial ha registrado ciertos síntomas que hablan de la vitalidad del género: “Uno, hay toda una generación de nuevos escritores españoles y latinoamericanos nacidos después del año 60 que están escribiendo muy buenos libros de cuentos; hay un crecimiento sostenido de lectores, lo que no supone un boom ya que, en palabras de Fernando Iwasaki, ni todo lo que es oro reluce, ni todo lo que es boom explota; y por último, la existencia en España de tres proyectos editoriales que giran todos en torno al cuento, con el nuestro como el más antiguo, el mayor número de ediciones de libros de cuentos, entre los que se halla algún best seller como Los girasoles ciegos (Anagrama), o una librería, Tres rosas amarillas, en Madrid que sólo vende libros de cuentos, hacen que de la lúgubre máxima de “el cuento no vende” hayamos pasado a proyectos que pueden hacer gala del lema “vivir del cuento”. Ante todo esto, podemos ver que si bien el cuento no es un género literario de altos vuelos comerciales, no estamos ante el momento de su extinción sino todo lo contrario, si consideramos (y las grandes casas editoriales y los libreros deberían hacer lo mismo) que el cuento puede estar a la alza en el sentido en que pertenece a la tendencia de la brevedad, en sincronía con lo contemporáneo: zapping, e-mail, posts, blogs, es decir, narrativas episódicas que van de la mano de las nuevas generaciones. ● 57

Más corto que el de Monterroso ..................................... Paco Inclán En la cultura del youtube y el zapping lo hiperbreve está de moda. Abandonar un producto cultural para pasar a otro –sin aguantar el primer fallo de ritmo o la primera sensación de aburrimiento- nos convierte en consumidores caprichosos; antes, si una película de cien minutos flaqueaba en su primer tercio todavía le dabas una oportunidad que resurgiera el interés de la trama. Ahora ya no, cualquier obra debe ofrecernos todas sus virtudes en el primer impacto. Esta manera de relacionarnos con el consumo de cultura ha afectado igualmente a la literatura; no corren buenos tiempos para mazacotes ni mamotretos cuyo entendimiento requiera esfuerzo. En las sociedades occidentales, los espacios de lectura quedan reservados a efímeros momentos tales como el trayecto en el metro o la siempre relajante visita al baño para defecar. Nos hemos acostumbrado al consumo acelerado y frenético (no sólo de cultura, también de sexo, ropa, zapatos, emociones)… rápido, rápido, que si me aburro en veinte segundos me busco otra cosa (en forma de pareja, película o mejor me hago una chaqueta a mi ritmo y como a mí me gusta). Pasa también con los cuentos: mejor si nos los cuentan con pocas palabras, que no hay tiempo para cultivar la mente de manera sosegada. Vamos corriendo de aquí para allá. La cultura visual –mucho 58

más instantánea- está desbancando a la escrita, que se tiene que adaptar a este ritmo acelerado, sin excesivas descripciones. Abundan las antologías y concursos de micro-poemas, minificciones, relatos hiperbreves y sucedáneos. Con tantas prisas, temo que al presente texto, acabado este párrafo, ya no le queden lectores. Ni modo, prosigo. Llevo ya un tiempo (años ha) preguntándome por qué el cuento “El dinosaurio” del escritor guatemalteco, nacido en Honduras, Augusto Monterroso es considerado el relato más breve de la literatura hispana (algunos incluso afirman que de la literatura universal). Seguro que lo conocen: “Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí”, un relato de siete palabras que ha sido interpretado desde una infinidad de puntos de vista (la que más me gusta: es esa que afirma que el dinosaurio es una metáfora de lo que fue el Partido Revolucionario Institucional). Y es que lo enriquecedor de un relato breve es que deja la posibilidad a la imaginación del lector para que le dé el sentido que considere pertinente. No en vano, “El dinosaurio” es también uno de los relatos más estudiados de la literatura universal; ha sido objeto de numerosas investigaciones y tesis doctorales que le han otorgado un significado incluso mucho mayor que el que quizás Monterroso pensó al

concebirlo. En este caso, hay un parangón con las obras artísticas de carácter abstracto que adquieren mayor significación a través de la mirada del espectador que la de su creador. Intentado rebelarme contra los ‘dinosaurios’ de la literatura hispana –y universal– hace un tiempo escribí un relato más breve que el de Monterroso al que titulé precisamente así. Decía: “Me multaron en la calle Libertad” (seis palabras). La historia estaba basada en hechos reales, un suceso que me había ocurrido tiem-po atrás en una calle con nombre tan poco dado a penas y castigos. Me pareció una contradicción digna de ser relatada. Pecaría de soberbio si dijese que me parece mejor que el de Monterroso, pero en mi defensa alego que el concepto “breve” hace alusión a una cuestión de cantidad no necesariamente cualitativa. Lo presenté a varios agentes literarios, concursos, editores, escritores con intención de desbancar al cuento de Monterroso como relato más breve de la historia. No hubo manera (bueno, gané un premio de la chingada convocado por una pequeña editorial que quebró antes de poder publicarlo). He de decir en mi deshonra, que posteriormente encontré otro relato todavía más corto. Un tal Alfredo de Hoces aseguraba que el suyo –titulado “De la inmortalidad a través de la voluntad”- era el más breve de la historia. Puede que esté en lo cierto pues sólo tiene cuatro palabras: “Sí -dijo y renació”. Interpreté entonces que, en el cuento de Monterroso, el que se despertaba era un escritorzuelo y que el dinosaurio representaba a los autores consagrados que cierran su círculo literario para impedir que otros los desbanquen de su pedestal. No pasa nada, seguí mi camino como si nada. No corren buenos tiempos para la cólera. Otra cuestión: ¿Qué pasaría si en lugar de un relato breve “El dinosaurio” fuese la primera frase de una novela que Monterroso dejara inacababa porque no supo cómo continuarla y, sólo entonces, decidiera presentarla como re-

lato hiperbreve? Al contrario que sucede con la antológica primera frase que sirve de entrada a La Metamorfosis de Kafka: «Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto». ¿No es el micro-relato de Monterroso una libre versión apocopada de la frase que abre la novela corta de Kafka? Todo lo que sigue a esa obra ya está implícito en su primera línea. ¿Qué diferencia hay entonces en el proceso de construcción de una novela inacabada y un relato hiperbreve? Cuando viví en México intenté escribir mi opera prima, una novela que, llegada a la página 235, decidí abandonar al verme enredado en una trama imposible. No había por dónde atraparla. La revisé a fondo, borré los párrafos que entorpecían el ritmo narrativo y, finalmente, la dejé así: “Llamaron a la puerta, fui a abrir. Era yo”. A simple vista pudiera parecer un relato breve, pero en realidad la historia está concebida como una novela larga después de haber sido eliminadas las partes que consideré insustanciales. No puedo reprimir acabar este texto sin referirme al, esta vez sí, ensayo (o quizás sea un cuento) más breve de la historia. Lo firmó el escritor y psiquiatra chileno Sergio Pesutic. No contiene ni una sola palabra y aún así fue censurado por la dictadura de Pinochet. ¿Por qué? Porque al autor se le ocurrió titularlo “La Hinteligencia militar” (así, con hache). Hacer alusión en un texto blanquecino a la falta de neuronas en el ejército fue suficiente para que la obra fuese perseguida y prohibida. Por suerte, Pesutic pudo sacar clandestinamente el manu(no)escrito de su país. El éxito fue tan mayúsculo que todavía hoy es reeditado y ha sido “traducido” a varias lenguas (yo tengo la versión en vasco). En su contraportada una frase resume el libro: “Nunca se dijo tanto con tan poco”. Y contra esto no tengo nada más que decir. ● 59

Entrevista con Antonio Ortuño ....................................... A propósito de Recursos Humanos (2008), novela finalista del Premio Herralde 2007, platicamos con su autor, Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976), de quien Rafael Lemus dijera “Es el autor más vital -y, de paso, vitalista- de su generación. Su noción de la novela es básica y casi física: el género -piensa- debe comunicar el vacío”. Aprovechamos esta entrevista hecha por la redacción de Shandy para conversar sin enfado sobre una de las novelas más reconocidas de uno de los autores de esta polémica generación de los 70’s.

-¿Tu gorra, Antonio, es un homenaje a Witold Gombrowicz?

-¿Tú crees que Barak Obama podría ser el nombre de un personaje de Mortal Kombat?

Ya no utilizo gorras. Y mal podría homenajear a Gombrowicz, porque no me causa la menor simpatía.

No conozco el Mortal Combat más que por referencias de un vecino retardado que lo jugaba.

-¿Es cierto que tienes un tatuaje en letra gótica en el vientre que reza: ORTUÑO No. Eso lo tatúo en el vientre de mis enemigos, cuando doy cuenta de ellos. -Naciste en los setentas, por lo que tuviste un mejor ojo crítico sobre las series ochenteras. En mi casa nunca hubo televisión. Bueno, sí, pero era pequeña, a blanco y negro y para uso de mi madre. Alguna vez vi esos programas, sin embargo. Me parecieron nauseabundos. 60

-Dice la solapa de Anagrama de Recursos Humanos que fuiste empleado en una empresa de efectos especiales. ¿Qué hacías? ¿Matabas personajes? ¿Bañabas cuerpos con sangre? ¿Explotaste algún automóvil como en la novela? Nada de eso. Fui obrero batidor de látex y niño de los recados. Y ya. -Hablando de incendios. En la portada de Recursos Humanos aparece un tipo, ¿se parece a tu Gabriel Lynch ese pirómano? Quizá. Pero tiene el cabello más largo de lo conveniente.

EFE. Archivo Anagrama

-Cuando le el nombre de Gabriel Lynch no dejo de pensar en Peter Gabriel y David Lynch. ¿Hay alguna relación? Sí: odio a Gabriel Lynch como odio a Peter Gabriel y a David Lynch. -”Hay -son varios, en realidad- un problema esencial con la propiedad, que es por supuesto, carecer de ella. Uno debe poseer algo, lo que sea, para ser capaz de mostrar benevolencia hacia la vida.” ¿Qué posee Antonio Ortuño? Libros. Una computadora. -Antonio. Yo sí tuve una tía puta (aunque no sé si todavía es puta, bueno tengo dos, ahora que lo

recuerdo). Qué personaje tan bello el de Carla. Me dieron muchas ganas de visitar a mi tía. Bueno, pero nada más para platicar con ella. ¿Quieres que te la presente? No. Gracias. -Recuerdo una presentación en el Centro Cultural España. Nicolás Cabral comentaba que tu libro estaba bien alimentado de teorías socioeconómicas, creo que hasta marxismo mencionó. Esto de la conciencia de clases. Cuando veo a Gabriel Lynch y su resentimiento social pienso en Nicolás. Es decir, no porque Nicolás esté resentido sino porque él lo dijo. Me pareció un gran texto crítico. ¿Sigues inconforme con eso? Recuerdo que dijiste que no lo habías escrito con esa intención. 61

Rafael del Río. ArchivoAnagrama

Son dos momentos distintos de la reflexión. Mis preocupaciones al escribir son fundamentalmente estéticas y las teorías sociales sólo entran en segundo plano. Pero entiendo que la proporción puede invertirse en un trabajo crítico. Coincido en que es un gran texto. Antonio. Está David Miklos conmigo. Quiso intervenir. Te pego su pregunta. -”Antonio, ¿por qué una “polémica de señoritos? ¿Por qué crees que los escritores no salen a golpearse o a discutir frontalmente?” Porque es más cómodo, mental y físicamente, conspirar que discutir. El mayor grado de “valentía” de algunos es formarse a pedirte la firma del libro y luego decir en su blog que eres un idiota que firma libros. -Si tuvieras que romperle las piernas a alguien. ¿Qué herramienta utilizarías? (Éste soy yo) Si hiciera esas cosas, sería un habitante del siglo V. Y entonces usaría una espada para cortar piernas.

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-Una vez pasamos una velada metalera en el hotel donde vivíamos. ¿Sigues siendo bien metalero? Nunca he sido metalero. Me gusta el rock ruidoso, especialmente el punk, y el metal puede ser un sucedáneo cuando uno bebe. Pero escucho poco metal. -En la dedicatoria del libro, mencionas a Mariño, ¿se trata de Mariño González? Cuéntanos de la Old School Punks. Así es: Mariño González. Se les suele decir Old School Punks a los punketos de camadas anteriores a la actual. Es decir, chicos y chicas que ya tienen pelo en el pubis y cambiaron de voz. Aunque parezca mentira a estas alturas, el punk era respetable todavía en los noventa. -Antonio, ¿tú eres shandy? Sólo a Vila-Matas le está dado serlo. - (carita triste)...

“Madame” por Rodolphe Simeon

Cajón Fitzgerald

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Foster Wallace el último metaficcionario

David Foster Wallace nació en Ithaca, Nueva York, el 21 de febrero de 1962. Es autor de las novelas The Broom of the System (1987) Infinite Jest (1996) traducido al español por Mondadori en 2002, La niña del pelo raro (1989), Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999), Oblivion: Stories (2004) traducidos también al español por la editorial mencionada atrás. Se quitó la vida en su casa, en Claremont, el pasado 12 de septiembre de 2008. Se trata quizá del primer escritor que ha recibido el diagnóstico: muerte por depresión clínica. Víctima de una enfermedad: metástasis depresiva.

Cómo no leer a David Foster Wallace. La primera lectura de David Foster Wallace es propiamente mediática, lo compruebo en las reseñas y obituarios que leo. Mediática en tanto que la inteligentsia hip neoyorkina nos presenta un Foster Wallace de una intimidad que nos sobrepasa, que no deseamos saber, quizá. Wallace escribiría un artículo titulado “Borges on the couch”, (Borges en el sillón) una reseña sobre el libro de Edwin Williamson, Borges: A Life (2004), donde es posible apreciar su animadversión a las biografías hechas sobre grandes autores. La razón: muchas veces la vida personal no tiene nada que ver con la obra que escriben sus autores. “Cómo -ni remotamente- esa persona que se nos muestra por el biógrafo pudo haber escrito los obras que admiramos”. En la entrevista que da a Mark Costello, que fuera su compañero de cuarto durante sus estudios en Amherst y con quien escribió Signifying Rappers: Rap and Race in the urban present (1990), se exhibe un Wallace siempre al borde de la crisis, una figura patética que dependía de la aprobación y el reto constante a su profesores y que pasaba sus noches encerrado viendo la televisión, sobre todo a su regreso a Amherst después de su caída. En varias entrevistas hechas a Dave se hace referencia a esta “caída”, una amenaza constante de suicidio durante sus años en la universidad. La marca de la opinión omnipresente. También sería gracias a Costello que Wallace pasó una noche en guardia psiquiátrica ya que existe todo un procedimiento en las universidades norteamericanas por si alguien hace alusión al suicidio. Costello aparece en el reportaje que hace la revista Rolling Stone como el amigo que interviene para salvarlo, toda la saña disfrazada de crónica de la bondad. En otro tono, Elizabeth Wurtzel autora de Prozac Nation: Young and depressed in America: A Memoir (1994) y Bitch: In Praise of Difficult Women (1999) se une a la larga lista de escritores que se quejan de la depresión, una característica de los autores que se encuentran en la cima, y que parecen decir: “Se los 64

dije, estamos tan llenos de insatisfacción que la vía ética es el la muerte”. Estos autores así como Wallace son parte de este grupo que se encuentra en sus cuarentas y que escriben en NY Times, NY magazine o Harper´s, y que el mismo Foster llamaría: la generación de los escritores ridículamente bien educados. ¿Cómo no leer a David Foster Wallace? En su lectura mediática. Uno de los personajes de Entrevistas con Hombres Repulsivos, concluye que el mal está encarnado por los medios: The media, el responsable de todos nuestros males sociales y personales, por ejemplo, el de la condición ambivalente de la mujer en el mundo moderno. Los personajes no tienen “responsabilidad” alguna. E: Even if modernity itself is a historical phenomenon, Foucault would say. K: I’m just pointing out that nobody can honor two logically incompatible sets of perceived responsibilities. This has nothing to do with history, this is pure logic. E: Personally, I blame the media. Sobre la traducción de Wallace. A pesar de que he leído la traducción española de Wallace no me imagino cómo sería una verdadera traducción; el autor es esencialmente un escritor norteamericano, debe ser leído en su idioma original, el intercambio de signos publicitarios no puede ser entendido en un contexto de traducción europea. Aunque sepamos a qué marcas se refiere, cuáles son los días que se celebran, el tono extendido es el de un adolescente norteamericano, su huella: el consumo. El último metaficcionario. David Foster Wallace durante la década de los noventa había ya previsto el fin del posmodernismo en las letras, el exceso de formas que hipertrofiaba a la literatura norteamericana y su enfoque absurdo, una metafísica del vacío. Y es que David Foster Wallace fue precedido por el boom posmoderno, el boom que rompe la narración lineal, pues “la realidad es más compleja para ser abordada por los recursos tradicionales. Infinite Jest está compuesta en gran parte por pies de página que se desdoblan ante el lector para darle la sensación de mera dificultad o de un mal chiste. Abismos de supuesta autoconciencia desplegados por una nota al final de la página. Experimentación que se agota a sí misma. Los recursos de la posmodernidad –recordemos que Norteamérica es su principal exportador– estaban acabados para la vanguardia estadounidense desde la década de los 90’s. Infinite Jest cumplió con este trabajo, los redujo al absurdo. No hablo de un absurdo kafkiano sino de un absurdo de índole estilística. ¿Cuánto tiempo más se puede hacer parodia de las limitaciones del realismo? ¿Qué importa que una escritura sea realista o no lo sea? ¿Esto la hace en verdad más conservadora? Estas preguntas parecen ser respondidas por Wallace. 65

D. F. W. Por Steve Rhodes

El chiste que no fue. El siguiente rebelde, el rebelde que Wallace propone es en realidad uno que muere al instante, uno que se acaba con el primer uso. Es el rebelde que en el fondo es un conservador. ¿Hasta qué punto Wallace fue un rebelde de la escritura? Sus precursores fueron los escritores que llevaron teorías posmodernas al texto literario y que él mismo llevó al extremo. El rebelde de Wallace es un Óscar Wilde, un esteta sin autoparodia. La posmodernidad anuncia la unificación estética de la literatura, el pie de página como Brand. La experimentación como conditio sine qua non de la escritura. ¿La propuesta es entonces el regreso al realismo? Tampoco se trata de eso. Wallace no quería ser celebrado por posmo, o por hip, “quería ser verdaderamente triste”, comenta en una entrevista con Charlie Rose. Wallace siempre fue un cómico sin intenciones de serlo. En una lectura que hace en el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego la gente ríe, y ríe de la historia que está narrando, entonces Wallace levanta la vista y haciendo referencia a su personaje, hace una pausa a la lectura, desconcertado agrega mirando al público, “no era chistoso para él”. Wallace es así un síntoma de las formas.

Sidharta Ochoa 66

Botón Rigaut Elma Correa * Óscar Benassini

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Prima Ballerina Assoluta Elma Correa

Por eso decidí poner fin a la amargura de mi padre. Porque por las noches podía escucharlo gemir durante minutos y después de una pausa, si ponía atención, algo similar a un sollozo. Además, cuando encontré la caja sobre mi cama, supe que debía pasar los días realizando mis actividades disfrazada de Prima Ballerina Assoluta. Siempre fuiste demasiado regordeta como para enfundarte un tutú. Ese delicado faldellín que con tanta gracia y majestad portan las invariablemente escuálidas bailarinas. Etéreas gasas y tules que no encontraron jamás un sitio en tu cintura de pre púber. Lo mismo las inoportunas zapatillas, con sus lazos de seda llenos de afectación rodeando entretejidos tus pantorrillas, y su punta, la suprema inquisidora de tus piececillos, torcidos sin remedio después de varios años bajo su yugo. Los callos en esos tiernos dedos de ninfa eran trofeos para mi madre, los exhibía a cuanto familiar o extraño se atravesara en nuestro camino, me sacaba las calcetas y mostraba los enrojecidos tumores, para ella constancia irrefutable de mis avances en el arte de la línea, las cabriolas, adagios, arabescos, pliés, brisés y demás técnica de terminología francesa o italiana mientras se regodeaba en la ilusión de verme como solista en cualquier cosa que sonara un poco a ruso. A nadie engañaba, todos podían notar tus nulas aptitudes no sólo para el ballet, sino para toda clase de 68

danza: absoluta falta de flexibilidad, coordinación y ritmo musical. Tropezabas a cada momento andando con paso torpe y desenfadado por más que se empeñaba en obligarte a caminar con garbo. Sumir la barriga, enderezar la espalda, sacar el pecho, tensar los hombros, soltar los brazos. Me esforzaba, pero solamente conseguía pellizcos y manotazos por no ser capaz de mantener la postura más de unos minutos. En clase eras la típica alumna a la que la instructora no ponía atención, ni linda ni espigada ni talentosa para asumir con orgullo la tarea de hacer de ti una verdadera bailarina, ni lo suficientemente inepta para tomarse la molestia de echarte del grupo. Así que mientras la miss se esmeraba con las chicas que parecían tener futuro, yo me dedicaba a colgar de cabeza en la barra o patinar en la duela dándole un mejor uso a las vadanas. La mayor parte del tiempo llevabas dulces dentro del leotardo, los escondías en las mangas y comías gomitas azucaradas, mazapanes o pastillas de menta mientras tus compañeras se desgarraban los ligamentos en el tendré. Aún en esa época de tortura y aburrimiento, no odié a mi madre. Yo era una niña comprensiva, entendía

que la mayoría de las mamás tratan de culminar a través de los hijos por lo menos una de tantas frustraciones que arrastran. También comprendías a tu papá, ¿quién querría pasar tiempo con una mujer amargada e hipócrita?, los ataques de celos, el rictus acartonado y su pedantería sin escrúpulos eran patéticos incluso para ti. No es que no amara a mi madre, sólo quizá, la compadecía un poco. Era realmente insulsa, de un vulgar insoportable. Nunca me quedó claro cómo papá se había relacionado con alguien así. Por eso no me extrañó que la dejara. No lloraste cuando se fue, no te resentiste con él, no trataste de consolarla. Seguiste chupando caramelos a escondidas en la eterna clase de ballet hasta el día feliz en que tu madre perdió el interés por todo lo relacionado contigo. Al principio mi madre pasó por una etapa de preocupación encarnizada acerca de mi estado emocional: volcando todas sus empalagosas atenciones en mí pretendía que había una conexión profunda entre nosotras. Me abrazaba sin razón, sollozaba un poco mojándome las mejillas de saliva espesa, repetía con voz fangosa que todo estaría bien y se arrojaba en un sillón llorando arrebatadamente. Agradezco que sólo haya durado algunos meses. Con tu papá mantuviste una correspondencia cordial y mesurada donde narrabas anécdotas banales, no hacías mención del estado nervioso de tu madre y procurabas terminar siempre con un, te quiero papi, antes de la firma. El día de tu cumpleaños pediste como regalo un boleto sólo de ida a la ciudad donde tu papá había encontrado un nuevo empleo y una nueva esposa. En una pequeña maleta cargué algunos vestigios de mi infancia reciente, moños para mis coletas, calcetines de colores, un paquete de bombones para el viaje y fotografías del último recital de ballet que tuve que sufrir.

La segunda esposa estaba encinta. Nenúfar, llamaba a su vientre hinchado y te tomaba las manos para que lo acariciaras. El nenúfar pateaba bajo la piel tirante cuando le agitaban una sonaja o entonaban una melosa canción de cuna; tu papá sonreía benévolo ante la escena y tú te retirabas resignada a la habi-tación de huéspedes, con una mezcla de pena y nauseas, a pensar en el sino de tu padre, condenado sin remedio a la cursilería y a la simpleza. Fue cuando el nenúfar se transformó en cardo y los médicos condenaron a la segunda esposa a pasar los meses restantes de la gestación recluida en una clínica, que empecé a notar ciertas manías en papá. Cuando dormías la siesta, se acercaba y ponía sus labios muy cerca de los tuyos, respiraba tu aliento unos segundos, y en ocasiones le gustaba detenerse un poco más en el aroma de tus senos incipientes mientras observaba las fotos de tus actuaciones de ballet. Una tarde, después de la siesta, desperté con la sensación de haber tenido un sueño extraño, papá estaba frente a mí, con un tutú rosa en la mano. No volvió a sonreír. Aparecía en cualquier parte arrastrando el tutú; mientras te duchabas podías sentirlo en el pasillo, esperando; durante el desayuno, escuchabas el rumor de los encajes frotados contra la tela de su pantalón; si salías al jardín, aparecía de repente para podar los arbustos o regar las plantas, y un trozo de tul rosa asomaba de sus bolsillos. Cuando encontré la caja sobre mi cama, supe que debía pasar los días realizando mis actividades disfrazada de Prima Ballerina Assoluta. Por las noches tomaba tu vestuario y ponía llave a su habitación. Podías escucharlo gemir durante minutos y después de una pausa, si ponías atención, algo similar a un sollozo. Por eso decidiste poner fin a la amargura de tu padre. 69

Motor 1 Óscar Benassini A continuación reproduzco un par de fragmentos del último libro de Ilmar Laaban titulado El amor es la vida. Nota 266 Y yo, he besado a diosas de aireadas y desnudas axilas y desnudo agua y cielo y cielo y el aire Higiene acuidad unos edenes energía nervioso yo voy allí unas ayuda idea ateo ¿Es para comprar? ¿Está comprado? Ellas compraban ocas está petrificado cedido fallecido he sido he tenido tengo unos he ido a compra unos he secado he intentado ella tenía he pagado y aquí yacen huesos y nalgas y la efigie Ella tiene calor en las axilas Axila tiene calor y chica ha caído de cuidadosa elección Alto y cae en el país de los héroes unas cucharas ayer crié oise y d efebo y efímero a gato compra hay 70

Ella ha comprado héroes y encarga unos esmaltes. Ella ha cagado en el país y sólo le gusta bajar el culo y las nalgas a ella le gusta errar ella erró ella me tuvo y me engañó es ella ella hace ella obedeció a ella le gusta a ella le gusta atrapar bruscamente con agudeza aireado y su compra unas compras espada Eiffel Pederasta en el culo agitar

Nota 267

ella obedeció emocionado ayudado oca Héroe veló auer limpiar a escoger alto y actúas actúa mamar y hace con efecto y el abate ipecacuana especular

agua y cielo chica ha caído aquí yacen huesos y nalgas y la Higiene. y la energía. y la efigie. y la agudeza y chica ha caído aquí yacen huesos y nalgas con agudeza ella obedeció y le gusta atrapar bruscamente Agua y cielo con aspecto nervioso fui a comprar ocas al país de los héroes y La efigie de los edenes Probar Higiene agua y cielo unas cucharas agudeza enérgica con higiene agua y cielo efigie y es la higiene de los edenes a efigie agua y cielo con agudeza ayer sequé cucharas voy con agudeza y chica ha caído con agudeza aquí yacen huesos y nalgas Ella cagó con agudeza (?) y sólo le gusta bajar el culo y las nalgas

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La máquina de Walter Benjamin Presenta la exposición de Rudolph Simone (Vancouver. 1970) en el interior de las páginas y portada de esta edición dedicada al Erotismo y la Erosión. A continuación un texto de Christian Cortés sobre esta obra titulada The M People del artista canadiense que busca analizar y hacer suya la interpretación para luego reflejarse en los rostros de esta gente misteriosa.

Cuando veo las fotografías de “The M-People” veo a dos fotógrafos distintos. Paralelos en su grito silencioso, pero dos Yo expresivos nontheless. Uno, el más salvaje, es el fotógrafo de “Madame” o “Mother”, fotografías donde hay referencialidad mezclada con el metalenguaje propio de la pintura. Es en este Yo fotográfico en el que la convergencia entre la pintura y la fotografía, que pretende la alteración digital, alcanza su homogeneidad. Lo violento de las miradas calmadas, las posiciones rígidas, la indiferencia de la cámara. Todo eso atina hacia un signo abstracto de humanidad. Signo que intentan expresar tanto la pintura como la fotografía. Una con una valoración o desvaloración proveniente del artista, la otra con la representación visual del elemento. En la mayoría de las imágenes, el valor del color es superior al del humano como elemento. Los magentas son los que dominan sobre el blanco común de los modelos, quedando estos relegados a segundo plano visual. Eso parece en la primera mirada. Sin embargo, en varias ocasiones Rodolphe Simeon, utiliza esto para resaltar a la empobrecida figura humana. El color en las piezas hacen de las personas sentimientos. El blanco mata al modelo, el magenta le da vida artificial. Lo que queda es un signo deshumanizado de sentimiento. El otro fotógrafo, el más domado, es el autor del resto de las fotografías. La manera en la que se nos presenta este trabajo es a través de imágenes que intentan expresar sentimientos vagos, indefinidos. Sentimientos propios de la música, no del visual. Ver fotografías como “A sweet taste in the mouth” o “Scissor brothers” me hacen pensar en bares del high street, alguna calle de alternativos en Nueva Zelanda. Son imágenes demasiado limpias, demasiado cuidadas. La imagen contrasta entonces con el signo. Se pelan. Mickey mouse nos mira, amenazando con saltar hacia nosotros: nadie le quite su manzana. Pero no está lo suficientemente sucio. Aun cuando sangre le escurre por el rostro, está demasiado pulido, demasiado limpio. Sin embargo, hay algo de interesante en esta imagen. ¿Es Mickey mouse el héroe que ha robado la manzana o es él y todos sus secuaces los monstruos protectores de las manzanas doradas? No me agrandan las referencias en las artes visuales. Mucho plástico. Fotografías al plástico. Demasiada cultura. Aun así, se puede percibir una calidad estética en cada una de las fotos. Una idea de espacios y elementos complementarios. El conocimiento de la perspectiva de el, la tercera persona. El artista. Otra persona M mas importante que sus objetos de estudio, al dar el clic. 72

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