SEMIÓTICAMENTE
GUATEMALA ¿UNA CIUDAD HOJALDRE? Ramiro Mac Donald Octubre 208 me obsequia una tarde iluminada por un refulgente cielo gris plomo, tras una corta y repentina lluvia fuera de temporada. Me dirijo hacia el centro de la capital guatemalteca, viajando en la burbuja personal que representa mi pequeño auto y recorro toda la Avenida Bolívar, una frontera invisible de las populares zonas 3 y 8. Paso frente a la iglesia de Don Bosco y la majestosa escultura de Jesucristo, me guiña el ojo, levantando su mano mágica que ofrenda amor y paz, extendiendo bendiciones con una leve sonrisa franca…y el signo de la cruz culmina con un beso -en la lejanía- como en una escena surrealista, tomada de una vieja película en blanco y negro… buñuelista imagen que me impresiona por su tamaño, forma, ubicación. Me encamino hasta la confluencia de “Las Cinco Calles” y en estos últimos minutos, centenares de comercios –uno detrás de otro- desbordan ante los ojos asombrados de asiduos compradores al por mayor que son llamados marchantes; palabra que proviene del francés marchand, que significa comerciante, el que intercambia productos…y que en otras partes del mundo, tiene relación con la compra/venta de piezas de arte. Aquí es denigrado, mal querido el pobre vocablo. Centenares de piezas de mercancía industrial danza al aire, frente a los ojos, gritando calladamente; presente, mostrándose, colgada en plena calle. No necesitan (siquiera) colocarle precios. Todos los almacenes están atiborrados de productos hasta la puerta, tanto que casi saltan por las ventanas. Estos pequeños locales son visitados por centenares y centenares de compradores al día, a donde entran y salen inquiriendo por diversas gangas y ofertas del día (aunque sean de ayer o de la semana pasada) “Docena de 13”, señala un cartelito hecho a mano, artesanalmente, sin mucha estética, pero confirma el segmento a quien se dirige. Centenares de buses urbanos pasan repletos, cargados de personas cual sardinas curiosas, que ven por todas las ventanas sin vidrios. Los camioncitos cargan y descargan bultos. Ese transporte es en propiedad o alquilado por de toda clase de comerciantes: medianos y grandes. Aquí nadie es pequeño, cualquiera te enseña una “rollo” de billetes, que impresiona. ¿Tal vez por eso hay tantos asaltos por estos días? Esta es una avenida de intensísimo intercambio mercantil. Me pregunto en voz baja: ¿cuántos millares y millares se trocarán aquí diariamente? Desde la infancia me atrae este movimiento comercial, que se mantiene vigente en pleno siglo XXI, en una ciudad que sigue creciendo, comunicándose, integrándose en nuevos y elegantes barrios, exclusivos, pero fuera de su entorno antiguo… del perímetro de lo que fue el trazado original de la andariega ciudad de Guatemala, que data de 1776. Pero la avenida Bolívar y su extensión hasta la zona 1, es ahora más intensa. Cada día con una concurrencia más masiva; abunda la venta a granel: sin empaque, sin factura y regateando a cada paso, aunque se ha saturado de expendedores de mueblería económica. Interesante realidad urbano-comercial que aprisiona mis sentidos, que embelesa y cautiva, por la dinámica visual tan fuerte que genera. Es como una plaza pública alargada, un centro de la informalidad… “Aquí encuentra usted mercadería de todo el mundo”, me dice un comerciante palestino, moreno, barbado, joven y de mirada agresiva, portando un celular de salió a
la venta hace pocos días, valorado en miles de quetzales y maneja una elegante camioneta BMW del año. Sus ademanes son fuertes, su gesticulación intimida a cualquiera…tiene unos ojos de lince: cada vez que entra un cliente a su comercio. Con todo y el subdesarrollo que implica la vida en esta parte deprimida de Guatemala, en estas calles se escuchan acentos de Israel, la India y Arabia Saudita, que se entrecruzan con cachiqueles, mames, zutuhiles, chinos y coreanos, entre otros idiomas. Productos para “pacas” y otras empresas comerciales, distribuidoras grandes y medianas. Al por mayor y menor, pero todos al puro contado y en “chashito”. Ni siquiera se aceptan cheques, mucho menos “tarjetazos”. Hay almacenes de mercadería (chucherías de toda clase) que usted ni se imagina o de aquellas cosas que siempre quiso adquirir. Eso sí: todos dicen ser importadores directos. Carlos García Velásquez, escribió, en 2004, un libro que se titula Ciudad Hojaldre. Visiones urbanas del siglo XXI (Barcelona: Editorial Gustavo Gili) y señala que son doce las ciudades dentro de la ciudad típica, en el mundo entero, que nos remiten distintas sensibilidades y que componen las capas de la Ciudad Hojaldre, ese espacio donde millones y millones compartimos la vida diariamente, alrededor del globo terráqueo. Según Velásquez, están: La Ciudad de la Disciplina, la Ciudad Planificada, la Ciudad Posthistórica, la Ciudad Global, la Ciudad Dual, la Ciudad del Espectáculo, la Ciudad Sostenible, la Ciudad como Naturaleza, la Ciudad de los Cuerpos, la Ciudad Vivida, la Ciberciudad y la Ciudad Chip. En Guatemala, a la hojaldra le llamamos milhojas un delicioso pastelito elaborado de capas delgadas de harina crujiente, combinadas con turrón dulce, inventada por el pintor impresionista francés Claude Gelée, nacido en el año 1600 ¿Esa deliciosa imagen identifica a nuestra ciudad? No, no lo creo…pero si la analizamos es como urbe hojaldre, construida como en capas o etapas histróricas. De acuerdo con Carlos García Velásquez (2004) la Ciudad Hojaldre es “aquella donde se superponen, a modo de capas, una serie de visiones compuestas a su vez por subcapas que comparten la misma sustancia”. Seguramente Guatemala, se encuentra entre aquellas denominadas como Ciudades Duales, metrópolis complejas, de altísimo contraste, donde se registran interesantísimos signos de todo tipo, que pueden ser analizados desde una óptica semiótica. Por su parte, la socióloga holandesa Saskia Sassen opina que se trata de un “fenómeno intrínseco a un nuevo orden capitalista, donde los trabajos de bajo nivel salarial son claves para el crecimiento económico. Ello convierte al declive social en algo complementario del desarrollo, y no ya, como ocurría anteriormente, en un indicativo de decadencia”, señala en su obra Ciudades y economía mundial. Londres: Pine Forge Press, 2000 Una ciudad en la que prevalece una desigualdad tan marcada, como la nuestra, forma parte de esa Ciudad Dual del capitalismo tardío, donde el mercado laboral sufrió una radical y profunda transformación. “Esto ha supuesto la desaparición de la estabilidad en el empleo y el consiguiente aumento de las subcontrataciones, el trabajo informal, el trabajo a tiempo parcial... y la pobreza”, señala Sassen. Por eso hay tantas “Avenidas Bolívares” en nuestros países. ¿Seguirán surgiendo? Y agrega la socióloga: “esta degradación laboral confluyó con la aparición de numerosos nuevos ricos, personas que supieron aprovechar las oportunidades ofrecidas por la globalización”, como aquel comerciante palestino de Las Cinco Calles (pienso) En tanto, la mercadería colgada en la puerta de su negocio, pasa rozándole
los ojos a los marchantes que pasan tocando (curiosamente) las delicadas prendas femeninas colocadas sobre maniquís, que solo les falta hablar y exudan sexo virtual. El concepto de Ciudad Dual, sin embargo, fue desarrollado por el español Manuel Castells, en su obra “La ciudad informacional” (Madrid, Alianza Editorial, 1995), una confluencia de dos fenómenos contrarios pero complementarios, que ha instalado en la ciudad contemporánea la lógica de la desigualdad social. Ejemplo: un alto edificio ultra moderno, al lado de varias casitas de cartón, y lo vemos por doquier. En tanto, Mario Trejos H., costarricense estudiado en España, señala que la Ciudad Dual representa “el primer y el tercer mundo (juntos) dentro de un mismo Estado, con el resultado de Megaciudades de crecimiento disperso y fragmentario, creando archipiélagos monofuncionales y guetos residenciales”. El fenómeno lo entiende el urbanista español José Ramón Navarro, como la ciudad real y la ciudad ideal, en el que intervienen procesos de apropiación de espacios -ilegalmente- y el marketing inmobiliario de soluciones de alto nivel urbano de viviendas modernas. Como sea, la Ciudad Dual, es un fenómeno de expresión social en este siglo, que se erige por arquitecturas de autoría (planificadas y mercadeadas) con sus extraordinarios edificios fuera del contexto de nuestras falencias, así como la cotidianidad territorial donde desarrollan sus vidas los seres comunes y corrientes, ajenos a esos desarrollos inmobiliarios de millones de dólares. ¿Lavado de dólares? Aquí, en la dualidad de esta capital, convivimos una clase media que sufre un drástico proceso de enflaquecimiento de sus finanzas, y la clase baja, que padece un proceso de transformación hacia un nuevo nivel de mayor pobreza, por esos procesos de desindustrialización. Y pasamos cerca, muy cerca de ciertas elites (aunque no revueltas) que viven segregadas urbanamente en zonas altamente calificadas, pero conviviendo con otras donde impera una decadencia física sin precedentes (colonias valoradas en millones de dólares, al lado de las barriadas más marginales). Expresión visual patética de ese fenómeno citadino dual lacerante, que ocupa este análisis semiótico y que refleja la falta de compromiso social que tienen nuestras autoridades municipales capitalinas, porque además de demostrar incapacidad por más de dos décadas, nadie está dispuesto a contarle las costillas a una administración que sigue pintando de verde “chinto” cuanta pared pública encuentre… para hacerse presente a cada instante en nuestro transitar por calles y avenidas. Travesías diarias que representan, a cada paso, una ciudad hojaldre, pero más que eso, dual: terriblemente contrastada. Fiel reflejo de nuestra realidad social y económica. Y termino por dar una “vuelta en u”, exactamente en la 18 calle… sin alcanzar mi destino: el centro de la capital. Una saturación interminable de automóviles, camionetas de colores despintados, camiones de todos los tamaños, motos y más motos… y ahora taxistas imprudentes, me lo impiden. Retorno, entonces, por la misma Avenida Bolívar de mis recuerdos de niño, buscando el Trébol, que se me esconde entre los hombros de un volcán de Agua que siempre vigila de nuestros anhelos. Ahora la tarde tiene ese sabor a gris plomo opaco, nebuloso… después que la lluvia lava toda la atmósfera brillante, para esconder esa luz natural que lograba el contraste hasta hace pocos minutos, de una extraordinaria fotografía de medios tonos, que tornaron hacia un color púrpura. Creo que en la penumbra es más fácil comprender esta sociedad, esta ciudad triste… porque es cuando todos parecemos iguales, tal vez porque se esconden más fácilmente las diferencias.
Una vieja alarma acústica que suena todos los días a las 18 horas, como si fueran a bombardear esta ciudad perdida en un valle quebrado, hace salir apresuradas a las jóvenes que trabajan en los almacenes, en las oficinas. Van en búsqueda de un transporte colectivo barato, pero de pésimo servicio. Con todo y que ahora hay modernos vagones de Transmetro, pintados de ese verde chinto, color obsesivo del alcalde Arzú, todos los días peligra su vida hasta llegar a casa, a la que arriban tras varias horas de camino, abriéndose paso como puede cada quien, sin seguridad de nada y mucho menos garantías. Solo queda encoger los hombros y persignarse… una y otra vez. Una y otra vez. El cielo se ha puesto oscuro. La gente huye de las céntricas calles de la capital, que quedan vacías, vacías. La lluvia ha dejado esa sensación de desencanto, en el resbaloso asfalto de una ciudad que se despinta con la llegada de la noche.