Sed Literaria

Sed literaria Rafael Peñaloza N.

Hacía ya más de dos días que no tocaba un libro. Sus ojos ardían en desesperación, posándose en cualquier sombra, grieta o mancha que asemejase un símbolo. No había ahí nada que pudiera calmarlos. Esta carencia no era un ayuno; era una tortura absoluta, una desintoxicación que ni quería ni necesitaba, pero que le había sido forzada sin advertencia. Empujó la puerta de la biblioteca por quinta vez en el último minuto. Nada. Nada había cambiado, y no se sorprendió. Sin energía para continuar su búsqueda, su única satisfacción consistía en imaginar los cientos de volúmenes que durante tantos años acumuló tras esa puerta. Una abertura ahora bloqueada sin remedio. Un olor lo despertó de su ensoñación. Un ligero aroma a celulosa alcanzaba sus napias. Papel nuevo. Sólo podía provenir de un lugar. ¡Publicidad! Esa palabra antes demoniaca, se convertía ahora en sinónimo de éxtasis. Un río salado en labios de un sediento. Ni siquiera intentó ponerse de pie. Se arrastró agonizante hacia el buzón, saboreando las palabras que encontraría en él; términos baratos e insustanciales; botanas capaces de saciarlo por algunos instantes. Incluso habría salivado, de no estar tan seco. Pero al llegar no halló a su mesías. En su lugar apareció un simple sobre blanco sin dirección, sin estampilla, sin marcas distintivas. Rasgó impaciente el envoltorio, rompiendo incluso una esquina de su contenido. Las fibras rozaban la piel reseca de sus dedos. Sacó la única hoja que había dentro. Se desplomó. La imagen del papel en blanco llenando sus últimos momentos, acompañados de una exhalación abatida. Ni siquiera pensó en voltear el folio.