Reseña_cads_revisada.docx

  • Uploaded by: Alejandra Guarin
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  • May 2020
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Universidad Nacional de Colombia Facultad de Ciencias Humanas Maestría en Estudios Literarios Nombre: Alejandra Guarín Téllez Cien años de soledad: lenguaje, subversión y estética Una nueva lectura de la obra de García Márquez, con quien tropecé por primera vez en mi adolescencia, por mandato escolar, me revela nuevas características de sus personajes y del movimiento que sigue la narrativa de la obra. Con inocencia y entusiasmo creía en ese entonces en la linealidad de lo narrado y en mi propia facilidad para reconocer los personajes aún dentro de la maraña de nombres repetidos. Esta lectura renovada me obligó, en primer lugar, a poner mayor atención a las palabras utilizadas y a reconocer la labor de orfebre del autor, que es así mismo resultado de un arduo proceso de investigación. Palabras antes irreconocibles, débilmente deducibles por su contexto, se me presentan ahora como expresión de la riqueza del español de una región colombiana concreta, reflejo de un mestizaje y sincretismo del lenguaje. Este proceso histórico, que ejemplifica Conrado Zuluaga en su texto A ambos lados del Atlántico con García Márquez, me obliga a reconocer el desarrollo de una obra tan compleja como esta no solamente como resultado del genio de su autor, sino como una producción colectiva. Es la sociedad que rodea al autor la que lo ha impregnado de las expresiones, vivencias, mitos, interrogantes que plasma en la obra. El uso de vocablos de origen indígena o negro implica una toma de posición desde un lugar determinado y la existencia de una preocupación, muy latinoamericana, por el lugar que ocupamos en el diálogo cultural con los demás puntos del orbe. Este lenguaje lo puede volver también un texto hermético, de compleja traducción. Sin embargo, su clamoroso éxito y el enorme numero de rendiciones a otras lenguas dan cuenta de un poder que trasciende las palabras. La estructura de la novela resulta, entonces, mucho más compleja de lo que yo concebía en la lectura inicial. La narrativa se mueve en toda una variedad de planos, que implican una serie de relaciones entre la ficción novelada y la realidad histórica, la anécdota personal y el proceso social y la tensión entre individuo y comunidad. García Márquez, o mejor sería decir Melquíades, se convierte en un demiurgo que crea una realidad encerrada, autocontenida, que puede narrar desde su posición de Dios omnisciente. El apelativo de novela total, acuñado por el escritor peruano Mario Vargas Llosa, hace referencia precisamente a esos planos. Lo real objetivo, comprendo, implica una conciencia del propio García Márquez sobre sus responsabilidades políticas y estéticas. La escritura de la obra lo obligó a reconocerse, en primer lugar, como heredero de una tradición colombiana. Posteriormente, lo fuerza a reconocer el contexto latinoamericano y aprehender las dinámicas y construcciones de la literatura universal para construir su propia estructura.

Lo real imaginario, por su parte, implica palpar la herencia viva de casi 500 años de existencia de ese crisol de culturas, imaginarios, prácticas y sentimientos que llamamos América. Cien años de soledad reconoce esas divergencias del modo de pensar racional, lógico y cientificista, y naturaliza la ocurrencia de lo insólito. Aún para nosotros, los habitantes del trópico nos chocan algunos de los eventos de la novela, una exotización por parte del exotizado. La profesora Alejandra Jaramillo, en su texto Cien años de soledad: una novela inteligente, expone las inquietudes estéticas de García Márquez, resultado de una conversación con la literatura que lo precede y las producciones de sus propios contemporáneos. El retraso característico del latinoamericano, a quien todo le llega tarde menos la muerte, implica una entrada relativamente tardía a los fenómenos literarios de la modernidad. Se trata entonces de un proceso de reconocimiento de la propia identidad, construida siempre en función de discursos impuestos por otros. El uso de la tradición oral, la construcción de nuevas mitologías y el desprecio implícito a los discursos religiosos y científicos implica tomar la posición de un interlocutor parejo, que pone el mundo patas arriba y reconoce que el camino del progreso es también la senda del caos, la locura y la destrucción. Cien años de soledad, más que una novela, es un mito de las letras en español y un patrimonio de la literatura universal, debido a la resonancia que encuentra en múltiples culturas y territorios. Esta nueva lectura me resultó más cálida, más clara, y más diciente. La atención a los adverbios, a las expresiones que nos devuelven y nos adelantan en el tiempo, me permitió comprender mejor la estructura circular de la obra y reconocer que el lector de la obra asiste, durante toda la lectura, al proceso culmen del texto, el develamiento de los manuscritos que señalan el funesto final del polvoriento pueblo. Cien años de soledad no se agota en una sola leída, sorprende siempre con detalles nuevos, con revelaciones sorprendentes, sus ejecuciones suspendidas y las borrosas resurrecciones de la memoria. Colombia y Macondo resultan ser sinónimos inseparables, y el aleteo de las mariposas amarillas nos seguirá señalando como los supervivientes de la ciudad de los espejos, los guardianes de los fantasmas y los custodios del tesoro de San José. Aplastados seguiremos, como la anciana Úrsula, bajo el peso del nombre de García Márquez.

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