RELACIONES INTERPERSONALES Son las doce y media del mediodía en algún punto del conurbano bonaerense. En una habitación inmersa en la oscuridad, Claudio Míguele duerme. De pronto suena el teléfono. Míguele despierta exaltado. Mira el reloj y se putea por no haber despertado cuando aquel sonó a las ocho de la mañana. El teléfono se encuentra en el living, junto a la ventana. Míguele lo observa todavía de lejos y piensa que ese puede ser el llamado que estuvo esperando todo este tiempo. Desde aquella entrevista hasta hoy han pasado apenas tres días y dos noches. Desde entonces Míguele siente que al levantar ese aparato su vida podrá cambiar. Sucede el segundo timbre. Sale de su cama y corre hacia él con desmedida excitación. De pronto se detiene en la mitad del living, se quita las lagañas de sus ojos y arregla su pelo canoso y enmarañado. Míguele sigue dormido y no comprende que nadie puede verlo desde el otro lado de la línea. Comienza el cuarto timbre. Al quinto atenderá la casilla de mensajes de la compañía telefónica. Míguele prueba su voz al aire hasta notar y estar seguro de que sus cuerdas vocales están más templadas. Piensa, a su vez, que el lunes en la entrevista no le fue tan mal. Acaso sea la consecuencia del fracaso y la experiencia sumada a ella lo que ha hecho que perdiera el temor ante cualquier tipo de empleador. Además, lo necesita. En dos años cumplirá sus treinta años y sólo piensa en conseguir trabajo, porque sabe que sin él se volverá difícil enfrentar esa edad tan crítica. Antes de cesar el cuarto timbre, Claudio Míguele atiende y saluda como quien no espera ningún llamado. La desilusión, como la soledad y la tristeza, no tardaría en llegar. Del otro lado de la línea oye la voz de una mujer que, por su timbre solamente, podría tener unos cincuenta años de edad. Ella se presenta y dice llamar en nombre de una reconocida empresa de servicios médicos ambulatorios. En menos de un minuto la mujer larga un discurso que a cualquiera podría llevarle más de diez. Por su forma de hablar, monologuista e irrefrenable, Claudio Míguele resuelve su hipótesis: Aquella mujer debe tener más de cincuenta años. No da tiempo a confirmarlo y corta. Todo su cuerpo no siente más que pura violencia. Piensa qué hacer… La cama le llama acariciadora, consoladoramente. Da unos pasos, entra a la habitación y se disuelve.