Reflexiones sobre la coyuntura del 2018 José Luis Hernández Ayala Presento esta aportación personal a la discusión interna de la Organización Política del Pueblo y los Trabajadores (OPT), de cara a un futuro aún incierto pero que encierra grandes retos para la izquierda revolucionaria mexicana. Aún falta un año para las elecciones presidenciales del 2018 y el país ya se está convulsionando ante esa perspectiva. Es necesario iniciar en la OPT la discusión al respecto. La enorme crisis del régimen ha adelantado las expectativas electorales, de entrada se presentan los siguientes hechos: el EZLN a presentado una candidata indígena, que ha sido respaldada por el Congreso Nacional Indígena (CNI); las encuestas dan a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) una mayoría inicial; toda la maquinaria del régimen se ha echado en su contra; se ha iniciado una cargada de sectores empresariales, populares, intelectuales, e incluso religiosos, en apoyo a Morena. Las elecciones para la gubernatura del Estado de México también alimentan esta fiebre electoral. La posibilidad de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) pierda las elecciones en un estado --que es la guarida de su principal grupo dirigente, el “Grupo Atlacomulco”-, ha creado la expectativa de una agonía anticipada de este partido. En el Estado de México el PRI se está jugando el todo por el todo y por lo mismo está utilizando todas las malas artes de que son capaces, en alianza tácita con el Partido Acción Nacional (PAN). Es muy importante evitar una visión meramente “electoralista” de lo que está en juego, lo fundamental es ubicar este proceso en el marco de la aguda crisis que vive el régimen, del agotamiento del paradigma neoliberal y del surgimiento de nuevas tendencias en la lucha de clases que van mucho más allá de lo electoral. El camarada Edgard Sánchez, del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), ha escrito una buena respuesta al historiador Pedro Salmerón -que intenta establecer un símil de cuando Lenin y Trotsky reclutaron oficiales del ejército zarista, para el Ejército Rojo, en defensa del poder soviético durante la guerra civil-, para justificar las alianzas de AMLO con sectores de la oligarquía nacional. Esta maniobra de Lenin y Trotsky revela su extraordinaria flexibilidad táctica para alcanzar sus objetivos, pero no tiene nada que ver con la política de conciliación de clases que propone López Obrador. No obstante es importante detenerse en algunos detalles importantes. Cuando el camarada Edgard afirma que “El barco neoliberal se hunde y las ratas con el olfato que les caracteriza, empiezan rápidamente a brincar para salvarse. Morena, el Arca de Noé de AMLO parece querer reunir ejemplares de todas las especies del barco que se hunde. Priístas y empresarios de la Mafia del Poder, ex perredistas temerosos de quedar fuera del presupuesto y oportunistas de toda laya, e influyentes elementos del “ancien regime””, nos está diciendo una verdad parcial. Esta afirmación es muy cierta en casos como el de Miguel Barbosa, Benito Mirón, Pablo Gómez y muchas otras ratas que se están pasado a las filas de Morena. Pero no es el caso de conspicuos representantes de la oligarquía como Alfonso Romo, Esteban Moctezuma o María Asunción Aramburuzabala, ellos van por cosas mucho más importantes que simples y vulgares curules o chambas en el gobierno federal. A mi modo de ver la incorporación de un amplio sector de la oligarquía mexicana a las filas del obradorismo refleja fenómenos de mayor calado: 1.- La existencia de una crisis política en el seno de la clase dominante que la está fracturando. Las causas son diversas: desplazamiento de capas importantes del capital nacional en favor de sectores ligados tanto al capital imperialista como al grupo Atlacomulco y del ex presidente Carlos Salinas de Gortari; divergencias sobre la política económica para enfrentar la larga recesión (recuerden los llamados de Carlos Slim para fortalecer el mercado interno); y cuestionamientos al carácter mafioso del grupo hegemónico. A diferencia de los procesos electorales del 2006 y 2012 -en donde grupos sectarios de izquierda acusaban a AMLO de ser lo mismo que los candidatos del PRI y el PAN-, hora sí existe una fracción de la clase dominante que lo apoya. 2.- Aunque esta fractura tiene una dinámica propia, también está vinculada a la división de la burguesía, a escala mundial, ante el fracaso de neoliberalismo y la globalización. Lejos de establecer un “nuevo orden”, basado en el desvanecimiento de los “estados nacionales” ante el poder “civilizador” de las multinacionales, de la “estabilización y autorregulación de los mercados financieros”, etc., vivimos en un mundo cada vez más caótico, con inestabilidad financiera permanente, mayores déficit púbicos, migraciones masivas hacia las grandes metrópolis y más violento. El desvanecimiento del poder del estado ante la supremacía de las multinacionales sólo ocurre en los países periféricos, como el nuestro, mientras que las empresas multinacionales continúan apoyándose en el poder de sus estados para obtener enormes beneficios.
3.- La hegemonía de la ortodoxia neoliberal es cosa del pasado, ahora están perdiendo su capacidad de imponer gobernantes a su gusto, su poder está cuestionado desde dos francos: a su derecha están grupos semifascistas y ultranacionalistas que rechazan la globalización y promueven el racismo, la xenofobia y la misoginia. Hablamos de Donald Trump en los Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia, Theresa May en Gran Bretaña y de muchos otros que están a las puertas del poder en sus respectivos países. A su “izquierda” –por decirlo de alguna manera, se encuentran economistas neokeynesianos, como Jeffrey Sachs y Joseph Stiglitz, que cuestionan los dogmas neoliberales y apuestan por políticas económicas que incentiven el mercado interno, generen empleos y la diversifiquen el comercio internacional. Estas fracturas al seno de la clase dominante, en casi todos los países capitalistas, no pueden ser tomadas a la ligera, son factores que ayudan a comprender la intensa conflictividad de clases, establecen nuevos giros geoestratégicos, así como las crisis humanitarias y ambientales que envuelve al mundo. El giro a la derecha mostrado en los recientes discursos de AMLO (sus llamados a “serenar” los ánimos, “perdonar” a integrantes de la mafia en el poder o resolver la conflictividad social por la vía electoral), responde a su intento de formar gobierno con ese sector de la oligarquía que se ha integrado a sus filas. ¿Qué podemos esperar de un eventual gobierno encabezado por AMLO? Quizá algunas acciones espectaculares en contra de la corrupción y la impunidad de los actuales gobernantes, un moderado crecimiento del mercado interno, reducción del déficit y deuda pública, la diversificación del comercio exterior y quizá la reversión de algunas reformas estructurales, como la educativa. Pero ninguna medida de fondo para reducir drásticamente la desigualdad social, auditar la deuda pública, renacionalizar la industria energética, terminar con el extractivismo o realizar una radical reforma democrática del estado. En el mejor de los casos sería un gobierno “progresista” tipo Kirchner de Argentina o Lula en Brasil. Independientemente de que estemos o no de acuerdo en dar nuestro voto crítico a López Obrador, es completamente claro que los socialistas no podríamos formar parte de un gobierno burgués de coalición. Es más, de inicio seríamos los primeros en exigir que cumpla con las expectativas creadas. El objetivo de los socialistas no es solo echar a la mafia del PRI-PAN-PRD del gobierno, también sus políticas. No obstante lo anterior, no es poca cosa sacar a esta mafia del poder -dado el desastroso estado de la economía, la miseria existentes y el alto grado de descomposición social-, es razonable el argumento de que un triunfo de Morena, aún en el caso del Estado de México, significaría la posibilidad del desplazamiento del poder del sector más retrogrado y corrupto de la oligarquía mexicana y una clara señal de que las masas están iniciando un proceso de ruptura con el viejo régimen. Elecciones, conflictividad social y debilidad de la izquierda radical El surgimiento de una real fractura al interior de la clase dominante en México, aunada a la creciente descomposición del grupo en el poder y los crecientes síntomas de revuelta popular, permite augurar un hecho de suyo evidente: las elecciones del 2018 se realizarán en medio de una polarización social mucho mayor que en las anteriores. Fuerzas muy poderosas –tanto de arriba como de abajo-, se están aglutinando detrás de la campaña de López Obrador, lo mismo que en su contra. Ahora, que las fuerzas se están equilibrando, sí podemos especular de la posibilidad de un auténtico “choque de trenes”. ¿Qué capacidad tiene de incidir la débil, orgánica y socialmente, izquierda revolucionaria mexicana en la coyuntura electoral del 12018? Muy pocas. Llamar a la abstención es ahora más ineficaz que nunca. Las posibilidades de la candidatura independiente del Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) –con todo y el enorme salto que significa irrumpir en la escena política nacional con una propuesta electoral propia-, sólo alcanza para intentar aglutinar en un mismo polo anticapitalista a grupos indígenas y los círculos más radicalizados del movimiento social. En sí misma esta posibilidad sería muy saludable. Pero eso depende de que este polo sea capaz de actuar con un verdadero espíritu unitario e incluyente, lo cual está todavía por verse. Además está el problema de recabar las 800 mil firmas (con credencial de elector) necesarias para registrar su candidatura, recordemos que los compas de la CNTE, para presentar su iniciativa ciudadana de Ley Educativa”, apenas juntaron 200 mil a pesar de ser una organización de masa y contar con un enorme apoyo. Impulsar el “voto crítico” en favor de Obrador quizá despierte la simpatía de muchos de sus seguidores, pero poco incidirá en nuestro crecimiento ya que la mayoría preferirá estar con el posible ganador. En estas condiciones no tiene sentido que la izquierda radical se enfrasque en disputas brutales y estériles sobre si llamamos a la abstención o votamos por la candidata del CNI o por AMLO. No negamos la necesidad de discutir las consecuencias de nuestro voto, pero hay que reconocer que estos debates no tienen mucha incidencia en el mundo real. Dentro de Morena existen muchos compañeros, muy respetables por cierto, pero que consideran
que en este momento lo más importantes es sacar al PRI-PAN-PRD del poder. ¿Vale la pena dividir o romper cualquier organización social por divergencias en la táctica electoral? En absoluto. ¿Entonces que alternativa puede ofrecer la OPT? Lo principal es volver a nuestros orígenes: construir, sin sectarismos, un auténtico poder popular, convertir la rabia en contra del sistema en ORGANIZACIÓN. En este sentido la OPT no está bordando en el vacío. Estamos insertos en movimientos sociales en constante crecimiento y radicalización: la Nueva Central de Trabajadores (NCT), la Asamblea Nacional de Usuarios de la Energía Eléctrica (ANUEE), la Confederación Nacional de Jubilados, Pensionados y Adultos Mayores (CNJPAM), el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), tenemos presencia en otros movimientos y somos un referente político respetable. Nuestra prioridad no debe ser ir detrás de nadie, sino de consolidar nuestro propio proyecto creando un espacio articulador de los que mencionamos en el párrafo anterior. En la construcción de estos espacios debemos actuar con la mayor consecuencia, ser los activistas más resueltos en impulsar las demandas de los movimientos sociales y rodear de la más amplia solidaridad cualquiera de sus luchas. Ser los más democráticos e incluyentes, no anteponer ningún interés particular a los del movimiento, respetar la autonomía de cada organización para definir su postura electoral y no engancharnos en disputas que nos dividan sin sentido alguno. La lucha social es mucho más importante que lo electoral. Tampoco despreciamos la necesidad de participar en elecciones, el problema es que actualmente somos muy débiles para influir en el curso de los acontecimientos. Ante la disyuntiva, puramente electoral, de optar por la candidatura del CNI-EZLN o la de AMLO, es preciso considerar lo siguiente: con los primeros compartimos la necesidad de construir un horizonte anticapitalista, pero diferimos en que, hasta ahora, no han tenido capacidad de construir alianzas amplias y es evidente que ha mermado su capacidad de convocatoria; con López Obrador somos adversarios de su propuesta de gobierno nacionalista-burgués, aún reconociendo la importancia de sacar del poder al PRI-PAN-PRD y de su enorme arrastre popular. En mi opinión, la respuesta no pude ser un sí incondicional o un no absoluto a cada una de ellas. Si en México se abriera la posibilidad de una segunda vuelta cabría la posibilidad de apoyar la campaña indígena en la primera vuelta y otorgar un voto crítico a Morena en la segunda. ¿Cabe una posibilidad intermedia de apoyar la candidatura indígena, involucrándonos en la búsqueda del registro de su candidatura y, al mismo tiempo, llamar a votar críticamente por AMLO o dejar en libertad de votar a nuestra membresía? Por lo pronto no tengo una respuesta. Pero creo que debemos hilar fino en este sentido. El dilema de otorgar votos críticos al “mal menor”, no es excepcional y mucho menos una ruptura con los principios revolucionaros. En muchas circunstancias la izquierda radical lo ha hecho. En Francia se ha llamado a votar por candidatos reformistas (PSF) y aún liberales, tapándose las narices, para evitar el triunfo de candidatos fascistas. En noviembre de 2015 la izquierda Argentina cometió el grave error a llamar al “voto en blanco” (en la segunda vuelta), por considerar que Cristina Fernández de Kirchner era igual que Mauricio Macri, con graves consecuencias para la clase trabajadora en la actualidad. En ese momento el camarada Guillermo Almeyra comentó: “La esperanza del FIT (Frente de la Izquierda y los Trabajadores) de canalizar la crisis capitalista con una política meramente electoral con el pobre argumento de que ambos candidatos eran iguales llevó a la pasividad”. Recordemos también que en el pasado el SME realizó acuerdos electorales con el PRD de aquellos años. Una mala táctica electoral puede acarrear resultados funestos para las organizaciones revolucionarias. Debemos evitar que se repita la desventura del PRT en 1988. En ese año defendimos con todo la candidatura socialista de Doña Rosario Ibarra de Piedra ante la alternativa de Cuauhtémoc Cárdenas. Pero el resultado fue desastroso. En principio se escindió entre un 20 o 30 por ciento de la organización. En muchas casillas ni nuestros representantes votaron por nuestra candidata. Después surgió en enorme sentimiento de desmoralización que propició el retiro silencioso de una mayoría de miembros y de posteriores escisiones. La política del EZLN, en el 2006, de establecer un signo de igualdad entre AMLO y Felipe Calderón, también fue la causa de su aislamiento. Por eso considero muy importante el giro zapatista de hace dos años, cuando el comandante Moisés declaró que: “lo importante no es por quien votes, lo importante es que te organices” o de haber presentado ahora una candidatura indígena independiente. Confío en que, desde la OPT, tengamos la capacidad de construir una mejor alternativa.