REFLEXIONES DE UN VIEJO Me encuentro caminando lerdamente por las aceras de la ciudad colonial, mis pasos evidencian el correr de los años que se han apoderado de mi cuerpo. Para todos soy una persona de buen vivir, calmo, aplomado, buen hombre, aunque más parezco la vetusta figura de un hombre ya decrépito, casi acabado. La mente la tengo fresca, como las quinceañeras que me sobrepasan con su tranco adolescente. Ya no cabe la menor duda de que lo que me han hallado en el consultorio no es otra cosa que cáncer, un cáncer silencioso, como esta reflexión que invade mi mente. Otrora quedó el joven atleta que corría por la vida aventurando de amor en amor. Ya no soy más que esa sombra casi extinta de un hombre prominente, sobresaliente. Cada paso que doy, ahora con la dificultad de los años, me dicen que el próximo tal vez nunca llegará. Todavía me alimento de las imágenes de mis hijos correteando por la casa, escondidos entre tanta sabana colgada en el patio trasero y que mas de alguna vez hicieron rabiar a mi amada. Los recuerdo por ahí jugueteando por los senderos de mi mente. Recuerdo que de vez en cuando nos juntamos a conversar, aunque ya no es lo mismo, a veces tengo ganas de cargarlos en mis piernas pero eso ya no puedo hacerlo, una porque ya son adultos y otra porque este cuerpo apenas se sostiene a si mismo. Vienen a mi memoria imágenes de cuando destapamos alguna botella de buen vino, y lo que me recomiendan es que debo beberlo con el cuidado que requiere un viejo como yo. Cada vez que nos reunimos, nos reímos un tanto, otra veces hablamos acerca de las cosas que podríamos hacer para que éste país cambie, y otras tantas, hablamos acerca de los nietos, sus esposas, sus estudios, etc. La calle que es mi ruta obligada, me parece interminable, ya que cada paso aletargado que doy, se me dificulta un poco más todavía. Una de mis manos, ya callosa, y trémula, danza díscola, independiente. El bastón que me ayuda en mi apoyo lleva una inscripción sobre su mango de marfil de la India. Dedicatoria que me hiciera mi hijo mayor cuando supo que tendría que usar uno de estos. ¿Quien pensaría que después de haber sido un hombre que me desenvolvía libremente por la vida, ahora lo hacía controlado por los que yo ayudé a criar, a formar, a educar, a amar?, al menos se que me aman, porque todavía nos vienen a ver hasta la casa vieja, la casa que se ha llenado de fotografías de ellos cuando eran niños, adolescentes, jóvenes, la casa que conserva cada dibujo, cada juguete que logró sobrevivir a los embates de los niños traviesos, cada espacio ahora vacío por la carencia de ellos. Estoy llegando a la esquina. En mis años mozos, estos pensamientos jamás habrían alcanzado para tanto, ahora se han multiplicado por muchos. Espero pacientemente a que los vehículos terminen su vertiginosa marcha por la avenida, observo con dificultad el semáforo que me avisa que es tiempo de cruzar la calle, estoy en eso cuando a un costado mío, la voz suave y tierna de un pequeño que me 1
toma del brazo, me hace sonreír y me alegra escucharla – vamos señor, yo lo ayudo a cruzar la calle – fueron las palabritas que me sacaron de mis cavilaciones, lentamente el niño me llevó hasta la otra esquina, me dio la impresión que él tenía un abuelito, o tal vez el suyo estaba muerto, no se, pero el me llevó con mucho cuidado, dando pasito tras pasito muy lentamente. Al llegar a la esquina solicitada, me dejó con una sonrisa en sus labios y con un gesto de haber hecho una buena obra, mientras comenzaba a correr con su mochila acuestas y sus cabellos ondeados por el viento frío de la tarde. Al verlo alejarse, me recordé como cuando yo tenía esa edad, ya ha pasado casi un siglo y todavía los recuerdos llegan frescos, diáfanos. Por segundos me pareció que era yo el que corría y dejando de lado mi bastón, me ceñí bien ceñido y me largué a correr también. Todo terminó cuando el golpe en mis rodillas me recordó que ya no estaba para esos trotes. Caí como plomo pesado sobre la acera que me recibió como pedernal. Alicaído, me levanté con la ayuda de unos obreros de una construcción cercana, los que después de ponerme en pié, de acercarme mis quevedos, de ponerme mi gorra de lana que mi vieja me tejió, me dijeron entre risas y carcajadas – usted ya no está pa’ correr pus’ tata, a usted la cuerda se le esta acabando – me limpié como pude con mi mano buena, la otra para que decir, esa andaba por cualquier lado, me arreglé el sweater que el mas chico me regaló hace poco para que ya no pasara frío, para luego seguir caminando, sin rumbo ni norte, ahora ya ni se donde estoy o hacia donde voy, la verdad es que salí de mi casa sin saber si volvería o mejor dicho si sería capaz de volver. Me vi sólo, la gente pasaba indiferente a mi silencioso lamento, acababa de olvidarme de quien soy o como me llamo, solo se que veo juguetear a todos mis niños por la casa que ya se empieza desaparecer de mis recuerdos, sentado en un escaño resquebrajado por la herrumbre y la intemperie, comienzo a intentar recordar, a traer a mi memoria esos momentos que cada día alimentaban mis largos y tristes días. El frío empezó a congelarme los huesos, ya habían pasado muchas horas, no se quien soy y la rabia por recordarlo me hizo llorar como si fuera un niño, me quedé sentado largas horas, casi congelándome, ahora ansiaba que mis niños estuvieran aquí, los anhelaba, así como ellos quizás muchas veces me anhelaron y yo no llegué donde ellos; solo espero que ellos si lo hagan. Estaba ya muy entumido, cuando veo que un auto que me pareció familiar, se detuvo cerca de donde estaba, pude ver que dentro había niños, muchos niños, vi salir de ese vehiculo una mujer y un hombre que se acercaron a mi, por la forma que me miraban se notaba que me conocían, me tomaron de los brazos y me levantaron, el hombre me besó en la frente desarticulando bellas palabras que me volvieron a la realidad que cada vez se hace mas distante – ya viejo, soy yo tu hijo, Fernando, otra vez te perdiste, vamos a casa viejito, no teni’s que salir solo – Me subieron al auto entre risas, abrazos y besos de tanto chiquillo y chiquilla linda que tengo por nietos, mañana, ya veré hacia donde la emprendo. Pablo Arestizabal 2