Al ver verás II Al ver verás Apago la luz para regresar a casa; enciendo una vela y la llamita danza en la oscuridad y cuenta en un idioma olvidado la historia del fuego. Esta oscuridad es lo real, me digo y descubro al instante un nuevo reto cuando se apagan todos los brillos, un ejercicio para la simplicidad voluntaria y para la imaginación reflexiva. No son las sombras chinas de mis dedos en la pared pero bien podría ser la página robada al libro de un mago. Soplo la llama y abro enormes mis ojos en la noche. Cómo es ver sin ojos? Camino al interior de un bosque, ramas caídas, troncos desechos habitados por constelaciones de insectos y larvas, hojas podridas mezcladas con la tierra negra resguardando la humedad para la nueva vida. Humos viejos, enterrados secretos. Con el crujir de mis pasos recompongo los fragmentos del vivir, ya los cristales de mi nacimiento y de mi muerte no estallan, reflejan tan sólo el mundo en las orillas de una nube lejana. Un malestar difuso? Soy un niño arrodillado en la arena escuchando la música que late adentro de la caracola que sostengo en una mano. Adentro de los ojos llevo un tren cruzando la madrugada italiana. Hay dos caballos amarillos que flotan luminosos con el viento. Soy un viejo muy viejo, el viejo del faro oteando la inmensidad del mar con los pies llenos de espuma. Me siento sobre una piedra cuando el cielo se torna de un rosa antiguo. Miro una fuente de agua cubierta de pétalos y escucho su canto. Entonces abro el libro que llevo conmigo y respiro las palabras en el aire que como peces azules giran en zigzag y se convierten en pequeños fuegos sobre el agua. Beso mi libro.