Salvador Fornieles - Que Te Conozcan A Tí.pdf

  • Uploaded by: Joaquin Rafael Flores Sosa
  • 0
  • 0
  • June 2020
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Salvador Fornieles - Que Te Conozcan A Tí.pdf as PDF for free.

More details

  • Words: 36,997
  • Pages: 153
Que te conozcan a Ti

Fornieles, Salvador Que te conozcan a Ti. - 2a ed. - Rosario, 2014 176 p .; 20 x 14 cm

1. Cristianismo. 2. Reflexiones. I. Título. CDD 230 Fecha de catalogación: 03/02/2014

© Salvador Fornieles

Diseño de tapa e interior: Violeta Alastra

Hecho el depósito que indica la Ley 11.723

IN T R O D U C C IÓ N

on estas breves reflexiones quiero llegar hasta tu alma con la intención que te enamores de Dios, el primer y principal mandamiento, no siempre primero en la intención. Al escribirlas ciertamente m e'he beneficiado, avi­ vando esos deseos de santidad que descubrí cuando conocí el Opus Dei hace más de cuarenta años.

C

He querido titular el libro con las palabras de la última Cena del evangelista san Juan: “Que te conozcan a Ti” (Jn 17, 3), para que conociéndolo, le amemos. ¡Esta es la vida eterna!, de algún modo incoada aquí en la tierra. Quizá los capítulos sean breves y aparentemente inconexos entre sí, pero encontrarás en ellos un común denominador, provocar las ansias de conocer más a Jesús y enamorarte de Él. El origen de los capítulos son las homilías de los domingos que he ido publicando en internet en estos últimos tiempos. No quise extenderme en las mismas sino dejarlas abiertas de­ trás de algún comentario un poco más incisivo, para que per­ sonalmente las podamos hacer vida, sacando nuestras propias conclusiones. A esto le he añadido algunas citas que no son más que cosas que han caído inopinadamente en mis manos y he guardado

en mi fichero. Como son aprovechables, no dudé en copiarlas consignando la fuente; para compartirlas con muchos, es decir, que tengan difusión para el bien de quién las conozca. En algu­ nos casos pudo ser un testimonio personal de alguien que ha decidido tomarse en serio la vida espiritual, como espero que nos suceda a todos nosotros. Para finalizar, he querido incluir un par de cartas muy im ­ portantes para mí, tanto por las personas que las han escrito, como por el contenido, y, sobre todo, por las circunstancias en que fueron escritas: mi ordenación sacerdotal. El sencillo material que ahora te ofrezco, no tiene más aspi­ raciones que las que te he dicho. Si en algo nos ayuda, en este sentido, las reflexiones han cumplido con su objetivo. También he aprendido en el Opus Dei a invocar a la San­ tísima Virgen cuando empiezo y cuando termino de rezar. La invoco ahora, y firmo esta introducción en el día del Santo Nombre de María, para que todos aprendamos a caminar de la mano de Ella, en el itinerario de la vida, o mejor dicho, en la aventura apasionante de almas enamoradas. Rosario, 12 de septiembre de 2014.

POR A M O R A LA EUCARISTÍA

ulton J. Sheen fue un conocido obispo americano nacido en el Paso, Illinois, en 1895 y fallecido en Nueva York en 1979. Hoy se encuentra en proceso de canonización1. Se había ordenado sacerdote en 1919, y luego, obispo auxiliar de New York en 1951. Más tarde fue trasladado como titular a la diócesis de Rochester.

F

Su fama le viene por distintos lados, tanto porque fue autor de innumerables libros2, como por usar la televisión de palestra para difundir la doctrina cristiana, o dilucidar los problemas más candentes de la época. A través de él mucha gente se acer­ có a la fe. Antes de fallecer fue entrevistado en un programa de televi­ sión. El extracto de ese reportaje fue publicado en un artículo que quiero compartir nada más empezar esta obra con la segu­ ridad que nos hará mucho bien.3

1 A fin e s de ju n io de 2012 fue d eclarado venerable, es decir, que se le reconocieron sus virtudes en grado heroico. E sto significa el p aso previo a la beatificación. 2 E n español, sus obras m á s conocidas son Filosofía de la religión; El Cuerpo Místico de Cristo-, La vida hace pensar, La vida merece vivirse c o n el que ganó el P rim er P rem io de la te lev isió n n orteam ericana. 3 Rev. M artin L ucía, “L e t th e Sun Shine” , publicado p o r C ath o lic.n et en: http:// es.catholic.net/santoral/articulo.php?id= 21212

“Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo. ¿Quién lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa? El obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un cardenal, u otro obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña china de once años de edad. Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de Chi­ na, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los comunistas penetraron en la iglesia y se dirigieron al Sagra­ rio. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el co­ pón y lo tiraron al piso, esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuántas Hostias contenía el copón: treinta y dos. Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la Iglesia, la cual vio todo lo sucedido. Esa no­ che la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró a la Iglesia. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, se adentró al santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Co­ m unión1. La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.4

4 E n aquel tiem po n o se p erm itía a los laicos to c ar la E ucaristía con las m anos.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacer­ dote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda. Cuando el obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado, que prometió a Dios que haría una hora santa de ora­ ción frente a Jesús Sacramentado todos los días, por el resto de su vida. Si aquella pequeñita pudo dar testimonio con su vida de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería atraer el mundo al Corazón Ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.”

A M O R A LA LIBERTAD

afarnaúm era una ciudad de la región de Galilea que estaba a orillas del mar de Tiberíades o Genesareth, donde Jesús ejerció gran parte de su ministerio: predicación y milagros. Aun se conservan las ruinas de la antigua ciudad, incluida la sina­ goga que costeó un centurión romano, simpatizante de los judíos.

C

Desde Cafarnaúm, Jesús y los discípulos se dirigieron a un lu­ gar desierto cercano a Betsaida con intención de descansar. Sus buenos deseos se vieron insatisfechos porque les seguía una gran muchedumbre (Jn 6,2) a la que Jesús compadecido dio de comer. Cuando estaba atardeciendo, bajaron sus discípulos al mar, em­ barcaron y pusieron rumbo a la otra orilla, hacia Cafarnaúm (Jn 6, 16-17), es decir, regresaban al lugar de donde habían salido. Jesús no iba con ellos. A media noche, viendo que los discípulos tenían serias dificultades en medio del mar de Galilea a causa de una tormenta, Jesús se les apareció caminando sobre las aguas y calmó la tempestad. Después llegaron a Cafarnaúm como que­ rían. A un portentoso milagro le sucedió otro no menor. Mientras tanto la muchedumbre lo buscaba a causa de la multiplicación de los panes y los peces, pero no lo encontraron y se fueron a Cafarnaúm por si estaba allí. Cuando lo reconocieron se agolpó mucha gente porque quería que los curase, pero Jesús les hace ver la falta de rectitud

de intención, vosotros me buscáis no por haber visto los signos, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre. (Jn 6, 26-27) A continuación viene el conocido discurso del Pan de Vida que termina en la sinagoga, para escándalo de los judíos por­ que queda claro que Él es el verdadero P an... El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en m í y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Pa­ dre, así, aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaúm. (Jn 6, 56-59) Es la primera vez que se habla de la Eucaristía, del Cuerpo de Cristo y de su Sangre. Jesús, cuando terminó el discurso, les pidió a sus discípulos que crean en Él, que Él es el Pan vivo, y que es necesario comer su carne y beber su sangre para poder poseer la vida eterna. Estas palabras, ciertamente, fueron muy duras para quien lo escuchaba, porque aún no creían en Él, porque era un vecino más de Galilea, conocido en todo el pueblo. ¿No es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo •es que ahora dice: He bajado del cielo? (Jn 6, 42) Otros se asustaron ante la idea de tener que comer su carne y beber su sangre. ¡Muy fuerte! Todos, en fin, quien más quien menos, se asombraron de esta proposición y protestaron: duro es este lenguaje. Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla? (...) Desde ese momento

muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. (Jn 6, 60.66) A la vista del Señor una buena cantidad de seguidores le abandonaron, es decir, dejaron de seguirle. ¿No podría el Señor cambiar su mensaje para que no le abandonen? O al menos, si hiciese en ese momento un milagro importante podría detener la inmediata “desbandada” de sus amigos. Pero Jesús no hace nada de esto, los deja ir. Incomprensiblemente, los deja ir. Cuando uno mira a un Crucifijo tiene ganas de decir “Señor, ¿por qué no bajaste de la Cruz, para que creyeran los que te insultaban? ¿De ese modo, no hubiesen creído?” Cuando Dios nos llama, no nos fuerza, sino que nos invita, porque respeta nuestra libertad. No se impone, sino que nos propone: he aquí que estoy a la puerta de tu corazón y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en él y cenaré con él, y él conmigo. (Ap 3, 20) Dice el Quijote: “La libertad, querido Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el m ar encubre; por la libertad se puede y debe aventurar la vida”.5 ¡Qué sabiduría la del Quijote! Sí, la libertad es un don no del todo apreciado, pero no hay nada más ajeno a la naturaleza hu­ mana que la coacción. El Señor espera que sepamos adherirnos a su voluntad con plena libertad, es decir, con discernimiento y voluntad, y abrirle libremente la puerta de nuestro corazón. “En esa tarea que va realizando en el mundo, Dios ha queri­ do que seamos cooperadores suyos, ha querido correr el riesgo de nuestra libertad. Me llega a lo hondo del alma contemplar la 5 CERVANTES Y SAAVEDRA, M iguel, El Quijote de la Mancha, 2da. Parte, Cap. 58.

figura de Jesús recién nacido en Belén: un niño indefenso, iner­ me, incapaz de ofrecer resistencia. Dios se entrega en manos de los hombres, se acerca y se abaja hasta nosotros. Jesucristo teniendo la naturaleza de Dios, no tuvo por usur­ pación el ser igual a Dios, y no obstante se anonadó a sí m is­ mo tomando forma de esclavo. Dios condesciende con nues­ tra libertad, con nuestra imperfección, con nuestras miserias. Consiente en que los tesoros divinos sean llevados en vasos de barro, en que los demos a conocer mezclando nuestras defi­ ciencias humanas con su fuerza divina.”6 La violencia, interior o exterior, nunca ha sido el camino hacia la verdad. “Para perseverar en el seguimiento de los pasos de Jesús, se necesita una libertad continua, un querer continuo, un ejercicio continuo de la propia libertad.”7 En la Catedral Saint Paul de Londres se encuentra el cua­ dro de William Holman Hunt (1827-1910) llamado La luz del mundo (1853-1854), donde se representa a Jesucristo golpean­ do una puerta. “He pintado el cuadro por lo que yo pensaba - a pesar de lo indigno- era por un mandato divino, y no sim­ plemente como un buen tema. La puerta en la pintura no tiene picaporte, y por lo tanto sólo se puede abrir desde el interior, lo que representa la mente obstinadamente cerrada. Hunt, 50 años después sintió la necesidad de explicar el simbolismo.”8 El Señor respeta nuestra libertad de abrir cuando Él llama, pero la puerta sólo se abre desde dentro. 6 SA N JO S E M A R ÍA , Es Cristo que pasa, N ro. 113. 7 SA N JO S E M A R ÍA , Forja, N ro. 819. 8 http://en.w ikipedia.org/w iki/T he_L ight_of_the_W orld_(painting) E sta historia está contada de otra m anera en m uchas páginas de internet, sin m encionar la explicación que dio el propio autor. Se dice m ás bien que en la presentación un com edido le pregun­ tó p or el picaporte d e la puerta. Es m ás verosím il la versión que trascribí de W ikipedia.

BIEN A V EN TU R A D O S LOS POBRES DE ESPÍRITU íiíTí

' ■"

l Emperador Augusto, que gobernó el imperio romano desde el 27 a.C. hasta el 14 d.C., mandó que se realizase un censo sobre todo su territorio, sin duda muy extendi­ do en los tiempos conocidos como los de la paz romana.

E

En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. (...) Todos iban a ins­ cribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraban allí, le llegó la hora del parto. (Le 2, 1.4-6) Como los romanos respetaban las costumbres locales de los pueblos dominados, según la ley judía cada uno debía em­ padronarse en el lugar de origen, es decir, en este caso, Belén. “Sin saberlo, el emperador contribuye al cumplimiento de la promesa: la historia del Imperio Romano y la historia de la salvación, iniciadas por Dios con Israel, se compenetran recí­ procamente. La historia de la elección de Dios, limitada hasta entonces a Israel, entra en toda la amplitud del mundo, de la historia universal.”9 9 B E N E D IC T O X V I, La infancia de Jesús, Planeta, B arcelona, 2012, p. 71.

San José y la Virgen, dos desconocidos habitantes de Pales­ tina, se pusieron en marcha, obedeciendo esta orden imperial, no sin fatiga. En aquel tiempo, como hoy, cualquier caminante tarda tres o cuatro días en hacer el trayecto de Nazaret a Belén10, obvia­ mente hay que agrégarle la incomodidad del embarazo de la Virgen María. Pero no se iban a oponer al emperador de Roma, cuyo imperio incluía Palestina, pese a que María llevaba consi­ go, escondido en sus entrañas, al Rey de reyes y Señor de seño­ res. (Ap 19,16) Dios se vale de lo que puede ser un acto administrativo o de gobierno para poner en marcha la Redención, desde la senci­ llez de un pueblo perdido del Imperio Romano. Llegado el momento del nacimiento de Jesús, un ángel se encargó de proclamarlo a los pastores. Los profetas, cuando querían anunciar algo importante, acompañaban sus profecías con algún signo extraordinario, para que se les creyese. En este caso, al ángel se le une un coro celestial, y “la señal” que se da para reconocer al Redentor será la humildad del pesebre y los pañales con los que es envuelto el Niño. i

Debajo del altar principal de la Basílica de Santa María Maggiore de Roma, hay un relicario que custodia unos trozos de madera que, según la tradición, son del Pesebre de Belén. Vinieron del cielo a la tierra, para anunciar algo que era su­ blime; traían un mensaje a unos sencillos pastores de Palestina, que dorm ían al raso, es decir, distantes de los palacios del Rey Herodes. ¡Qué paradoja!

10 Cfr. P E R E Z D E U R B E L , F ray Justo, Vida de Cristo, E ditora de R evistas SA, M éxico, 1989, p. 57.

“Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cfr. Le 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cfr. Le 2, 8-20).”11 Una lección del Señor para que aprendamos que la Reden­ ción se hace primero en la humildad de nuestra alma, que es el reducto o morada de Dios. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los Cielos! (Mt 5, 3) “Ni voy de la gloria en pos, ni torpe ambición me afana, y al nacer cada mañana tan sólo le pido a Dios; casa limpia en que albergar, pan tierno para comer, un libro para leer y un Cristo para rezar; que el que se esfuerza y se agita nada encuentra que le llene y el que menos necesita tiene más que el que más tiene.”12 Pero también es paradójico que nosotros busquemos la for­ taleza en los emperadores de este m undo -los que tienen po­ der-, en vez de buscarla en la sencillez del Pesebre. La disyun­ tiva es clara, o vamos a Belén a adorar al Rey, o somos como el abyecto Herodes que con el falso pretexto de un poder terrenal, entró en Belén “a saco y espada”, matando a los inocentes. Por­ que cada vez que usamos la violencia, hay inocentes.

11 C atecism o de la Ig lesia C atólica, N ro. 525. 12 P E M Á N , Jo sé M aría (1 8 9 7 -1 9 7 1 ), De la vida sencilla, V. H. S anz C alleja, M a­ drid, 1923.

Ojalá que la próxima Navidad nos encuentre rezando hu­ mildemente ante el Pesebre que hemos hecho con cariño, en nuestra propia casa. “Si hubiese servido a Dios -decía Thomas Wolsey, Canciller del Inglaterra- con la diligencia que he puesto en el servicio del rey, no me hubiera desamparado ahora que blanquean mis cabellos. Pero ésta es la justa recompensa que debo recibir por los trabajos y diligencia m undana que me he tomado por sa­ tisfacer tan sólo sus vanos placeres sin consideración de mis deberes piadosos.”13

13 V A Z Q U E Z D E P R A D A , A ndrés, Sir Tomás Moro, R ialp, M adrid, 1975, p. 328.

C O R A Z Ó N M ISERICO RDIO SO ■ P l i'' •Mrí,.

C C x T o fue fácil convencerlo de que accediera. ‘Las enI trevistas periodísticas no son mi fuerte’, suele deX cir. De hecho, en el prim er encuentro sólo con­ sintió, inicialmente, que se glosaran sus homilías y mensajes. Cuando, finalmente, aceptó no puso-condiciones, aunque sí cierta resistencia a hablar de sí mismo frente a nuestro intento de mostrar su costado más humano y su dimensión espiritual. Y todos los encuentros terminaron invariablemente con un cardenal manifestando su duda sobre la utilidad del cometido: ¿Creen que lo que dije puede resultar útil?’”14 Estas palabras pertenecen a la Introducción del libro “El jesuita” de Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, publicado en 2010 en base a una serie de entrevistas mantenidas con el en­ tonces Arzobispo de Buenos Aires Mons. Jorge M. Bergoglio, hoy el Papa Francisco, a lo largo de casi dos años. Por razones obvias, este libro se reimprimió en marzo del 2013. No podría decir en qué mes lo leí, si fue en abril o mayo, pero seguro, al poco tiempo que fuese elegido Papa. Necesitaba

14 R U B IN , S .-A M B R O G E T T I, E , El jesuíta, C onversaciones c o n Jorge B ergoglio, E diciones B , B arcelona, 2013, p. 22.

tener información de él, más siendo un argentino que vive en el extranjero. “¿Creen que lo que dije puede resultar útil?” A mí me resultó muy útil y alguna anécdota del libro me conmovió profunda­ mente por lo que digo en el párrafo siguiente. Hoy el libro es conocido, muy conocido. Desconozco las cifras de ventas pero en los ambientes que frecuento se ha convertido en una biblio­ grafía obligatoria. La anécdota que te trascribo ahora de “El jesuita” también es conocida, con cierta autonomía de todo el texto del libro. En mi caso, como sacerdote, me hizo reflexionar y meditar bastan­ te, y por eso me ha hecho -y me sigue haciendo- mucho bien. Es una verdadera lección de entrega y de servicio a los demás, en fin, de celo sacerdotal. Por otro lado, es claro que la miseri­ cordia de Dios con los hombres habitualmente llega mediante otros hombres, verdaderos mediadores, y esos somos nosotros. “El entonces obispo auxiliar de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, cerró la carpeta en la que estaba trabajando en su oficina del arzobispado y miró la hora. Lo esperaban para un retiro en un convento a las afueras de Buenos Aires y tenía el tiempo casi justo para tomar el tren. Aun así, no dejó de recorrer el breve trayecto hasta la Catedral. Como todos los días, quería rezar, aunque sea unos minutos delante del Santísimo Sacramento, antes de continuar con la intensa actividad. En el interior del templo se sintió aliviado por el silencio y la frescura, en contraste con el calor de una tórrida tarde de verano. Cuando estaba saliendo se le acercó un joven, que no parecía estar del todo bien psíquicamente, para pedirle que lo confesara. Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular un gesto de fastidio por la demora que implicaba esa circunstancia.

El muchacho, de unos 28 años, hablaba como si estuviera ebrio, pero presentí que probablemente estaba bajos los efec­ tos de alguna medicación psiquiátrica, recuerda el cardenal. Entonces yo -agrega-, el testigo del Evangelio, el que estaba haciendo apostolado, le dije: Ahora nomás viene un Padre y te confesás con él porque tengo que hacer algo. Yo sabía que el sacerdote llegaba recién a las cuatro, pero pensé que, como el hombre estaba medicado, no se daría cuenta de la espera y salí muy suelto de cuerpo. Pero a poco andar, sentí una vergüenza tremenda; me volví y le expresé: el Padre va a tardar; te confie­ so yo. Bergoglio recuerda que después de confesarlo lo llevó delante de la Virgen para pedirle que lo cuidara y, finalmente, se fue pensando que el tren ya se había ido. Pero, al llegar a la estación, me enteré de que el servicio estaba atrasado y pude tomar el mismo de siempre. A la vuelta, no enfilé directamente para mi casa, sino que pasé por donde estaba mi confesor, por­ que lo que había hecho me pesaba. Si no me confieso mañana no puedo celebrar Misa con esto, me dije.”15 Esta historia sin duda tiene mucha fuerza, pero más si se la relaciona con el contenido de la Ex. Ap. Evangelii Gaudium publicada en noviembre del 2013, cuyo tema principal es la m i­ sión evangelizadora de la Iglesia. Más aun, a través de ese docu­ mento el Papa Francisco nos propone entender a la Iglesia en clave de misión. No podemos dejar desamparadas a las almas que nos están buscando; a las almas que nos están necesitando. Es más, tenemos que ir a buscarlas. ¿Será este el momento indicado para salir de la modorra o despertar de nuestro absurdo letargo? Me lo pregunto como sacerdote... “Dios mío, ¿cuándo me voy a convertir?”16 15 R U B IN , S .-A M B R O G E T T I, F., El jesuíta , C onversaciones con Jorge B ergoglio, E diciones B, B arcelona, 2013, p. 67. 16 SA N JO S E M A R ÍA , Forja, N ro. 112

DAM E, SEÑOR, U N PO C O D E SOL, ALGO D E TRABAJO Y U N PO C O D E ALEGRÍA

on el capítulo 12 del Evangelio de san Lucas comienza lo que algunas ediciones de la Biblia han denominado “el discurso escatológico”, es decir, uh conjunto de ense­ ñanzas de Jesús que tienen por objeto prepararnos para la vida eterna. Obviamente que, en estos capítulos, al tema principal le acompañan otros.

C

Por el contenido, se ve que están dirigidas a sus discípulos, aunque los espectadores sean una multitud, como indica san Lucas. Uno de la muchedumbre le dijo: Maestro, di a mi herma­ no que reparta la herencia conmigo. (Le 12,13) Jesús le respon­ dió, pero añadiendo una advertencia -estad alerta y guardaos de toda avaricia; porque aunque alguien tenga abundancia de bienes, su vida no depende de lo que posee (Le 12, 15)-, y una parábola: Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. Y se puso a pensar para sus adentros: ¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha? Y se dijo: Esto haré: voy a des­ truir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces le diré a mi alma: Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa,

come, bebe, pásalo bien. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para quién será? (Le 12,16-20) La parábola trata de un hombre rico y previsor, que habien­ do acumulado tanta riqueza debía organizarse como para p o ­ der pasar el resto de su vida sin preocupaciones económicas. Solo que en este caso, se le escapó un importante factor -o lo ignoró-, ya sea porque no lo tuvo en cuenta o no tenía dominio sobre él: la muerte; insensato, esta misma noche te van a recla­ mar el alma. El sensato es el que actúa con sentido o tiene seso, en cam­ bio el insensato es el que se comporta como si no lo tuviera. El hombre rico de la parábola parecía prudente con el manejo de sus bienes, o previsor, como dije antes, pero sus obras no ' tenían el sello de eternidad, le faltaba una proyección que fuese más allá de su vida terrena. A nosotros nos sucede lo mismo cuando vivimos con intensidad el momento presente, pero sin pensar que el ahora es parte del mañana. Esto le pasa al que acumula riquezas para sí y no es rico para los ojos de Dios. (Le 12, 21) Quizá podamos pensar que esta parábola está dirigida sola­ mente a los que más tienen, pero en realidad se dirige a todos, porque todos tenemos algo para compartir, y hacernos agrada­ bles a los ojos de Dios. Todos podemos levantar la vista y ver un poco más allá de la inmediatez. “Despégate de los bienes del mundo. -A m a y practica la p o ­ breza de espíritu: conténtate con lo que basta para pasar la vida sobria y tem pladam ente.. ”17

17 SA N JO S E M A R ÍA , Camino. N ro. 631.

Fue muy edificante atender a un enfermo de cáncer durante los últimos meses de su vida. Tuve la sensación que, a medida que la enfermedad avanzaba, él iba entregando su vida, semana a semana. No es que “estaba preparado” para la muerte, eso era así, desde ya, sino que además “se ofrecía a Dios” en holocaus­ to, mientras más se acercaba a Él. A veces nos conformamos con estar en gracia en el momento final, pero..., el amor nos pide más: “Señor, tú me diste la vida, yo te la devuelvo, yo te la entrego; la vida no se me va, no se me escapa, no la pierdo.” Tenemos que ser más responsables con el don de la vida, porque al final el Señor nos preguntará qué has hecho con ella, ¿enterrarla? Pensar en la vida eterna, y darle a nuestras accio­ nes sentido de eternidad, relativiza nuestras preocupaciones: no querer más que una vida sobria y templada. “Dame, Señor, un poco de sol, algo de trabajo y un poco de alegría. Dame el pan de cada día, un poco de mantequilla, una buena digestión y algo para digerir. Dame una manera de ser que ignore el aburrimiento, los lamentos y los suspiros. No permitas que me preocupe demasiado por esta cosa embarazosa que soy yo. Dame, Señor, la dosis de hum or suficiente como para encontrar la felicidad en esta vida y ser provechoso para los demás. Que siempre haya en mis labios una canción, una poesía o una historia para distraerme. Enséñame a comprender los sufrimientos y a no ver en ellos una maldición. Concédeme tener buen sentido, pues tengo mucha necesidad de él. Señor, concédeme la gracia, en este momento supremo de miedo y angustia,

de recurrir al gran miedo y a la asombrosa angustia que tú experimentaste en el Monte de los Olivos antes de tu pasión. Haz que a fuerza de meditar tu agonía, reciba el consuelo espiritual necesario para provecho de mi alma. Concédeme, Señor, un espíritu abandonado, sosegado, apacible, caritativo, benévolo, dulce y compasivo. Que en todas mis acciones, palabras y pensamientos experimente el gusto de tu Espíritu santo y bendito. Dame, Señor, una fe plena, una esperanza firme y una ardiente caridad. Que yo no ame a nadie contra tu voluntad, sino a todas las cosas en función de tu querer. Rodéame de tu amor y de tu favor.”18

18 E sta oració n es atribuida a M oro, sin em bargo, co nsultado u n esp ecialista en las obras d e este autor, h a dicho que n o se encuentra n i en los quince v o lúm enes de sus obras com pletas, n i en el P ray er B o o k de M oro, ni en su C orrespondencia. T am bién es im portante a clarar que el p o em a n o sigue el estilo d e T om ás M oro.

¿DE QUÉ H ABLABAN EN EL CAM INO?

esús buscaba un lugar apacible y solitario para poder ins­ truir mejor a los discípulos sobre los sucesos que iban a ocurrir en Jerusalén. Atravesaron toda la Galilea hasta llea Cafarnaúm.

I

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se entera­ se, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. (Me 9, 30-34) El Señor les habla de su Pasión más o menos próxima y los discípulos no entendían lo que les decía, pero tampoco querían preguntar porque tenían miedo. Es más, las palabras de Jesús contrastaban con las de los discípulos porque ellos discutían sobre quién sería el más grande en el Reino. ¿Es posible esto? Al parecer es lo que sucedió: al mismo tiempo que les explica­ ba los sucesos dramáticos que se aproximaban, ellos estaban pensando en su propia gloria. Una nueva manera de vivir el tristemente recordado seréis como dioses. (Gen 3, 5)

Entonces Jesús vuelve a corregirlos para que se vayan for­ mando la verdadera imagen del Mesías, no la de un conquis­ tador ni la de un líder político, sino la del paciente que carga con nuestros pecados, el que desde la Cruz hace nuevas todas las cosas. El Señor sabe lo que pasará en Jerusalén -siempre lo supo y lo tuvo delante de sus ojos a lo largo de su vida terrena- y está determinado a ir porque ha venido a la tierra para eso, para ir a Jerusalén. Los pensamientos de los discípulos están en otra parte, incluso en medio del cercano drama de la Cruz. Nosotros podemos distraernos en la Santa Misa -el sacrifi­ cio de la C ruz-, por ejemplo, mandando “mensajitos” o leyén­ dolos, revisando el correo. Lo dice algún cartel pegado en la puerta de una Iglesia: Jesús te llama pero no por el celular. ¡Es estar en otra cosa, en el mismo momento de la Cruz! El camino del cristiano es el camino de Cristo, al menos te­ nemos que intentar o pretender vivirlo en plenitud. El signo del cristiano con el que se nos bendice y con que se nos redime, es la Santa Cruz, por eso la buscamos, la tenemos y la besamos. “Quiero Señor aprender a ofrecerte dolores vírgenes, no quiero ofrecerte dolores ya manoseados por muchos consuelos humanos.”19 Para ejemplificar mejor esta historia, ciertamente es la nues­ tra, busqué en internet alguna anécdota sobre “la voluntad de Dios” que, sin duda, pasa por la Cruz. Encontré esta que te copio: ■i ?

19 S egún m e h a llegado, este te x to lo te n ía m i tía F in a en su ag en d a cuando falleció en 1979. N o sé cu ál es su origen.

“Cuando Jesús ascendía a los cielos se encontró por el ca­ mino al Arcángel San Gabriel que, como siempre, llevaba un mensaje importante. El arcángel le preguntó: -¿Q ué son esas once luces que brillan en la oscuridad de la tierra? -L a luz grande es mi Madre; las otras son los apóstoles... Uno ha salido ahora con dudas, pero volverá... Son las chispas que deberán prender de fuego a la tierra, según los planes de mi Padre. Se detuvo el arcángel y volvió a ver las onces pequeñas luces que se veían allí abajo -nada en comparación de la inmensa oscuridad del m undo-. Le preguntó a Jesús: -Señor, ¿qué tienes preparado por si éstos fallan? Y Jesús le respondió: NO TENGO NADA PREPARADO. ¡Y no fallaron! El Señor confía en todos los suyos de todos los tiempos. Detrás de cada uno hay también una larga historia por escribir. Él espera que no fallemos.”20 Señor, no te vamos a fallar, pero confiamos en tu gracia. Ma­ ría, con tu ayuda. “Invócala con fuerza: “Virgo fidelis!” - ¡Virgen fiel!, y ruéga­ le que los que nos decimos amigos de Dios lo seamos de veras v a todas horas”.21

11 http://w w w .anecdonet.com /m odules.php?nam e= N ew s& new _topic= 178 21 SA N JO S E M A R ÍA , Surco, N ro. 51.

IV o D O M IN G O DE CUARESM A, D O M IN G O LAETARE, D O M IN G O DE LAS ROSAS22 i

l IVo domingo de Cuaresma recibe estos nombres porque así comienza la “Antífona de Entrada” de la Santa Misa: Laetare, Ierusalem... “¡Alégrate Jerusalén! ¡Reunios, vo­ sotros todos que la amáis; vosotros que estáis tristes, exultad de alegría! Saciaos con la abundancia de sus consolaciones.”23

E

El color litúrgico de este día pasa del morado, propio de la Cuaresma, al rosa, para representar la alegría de la proximidad de la Pascua. Debo confesar que los sacerdotes no siempre te­ nemos el juego completo de ornamentos con los colores rosado y celeste, de la fiesta de la Inmaculada Concepción, pero debe­ ríamos tenerlos para vivir en plenitud la celebración. Este domingo también fue llamado “Domingo de las Rosas”, porque en la antigüedad, los cristianos acostumbraban obse­ quiarse rosas. Y es aquí que surge la simpática historia de la Rosa de Oro”.

’ Extraído de http://es.gaudium press.org/content/44630 23 Is 66, 1 0 -1 1 .

En el siglo X nació la tradición de la “Bendición de la Rosa”, ocasión en que el Santo Padre, en el IVo domingo de la Cuares­ ma, iba del Palacio de Letrán a la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, llevando en la mano izquierda una rosa de oro que significaba la alegría, como había dicho. Con la mano derecha, el Papa bendecía a la multitud. Regresando procesionalmente a caballo, el Papa al llegar, obsequiaba al prefecto de Roma la rosa, en reconocimiento por sus actos de respeto y homenaje. De ahí, entonces, tuvo inicio la costumbre de ofrecer la “Rosa de Oro”, para personalidades y autoridades que m ante­ nían una buena relación con la Santa Sede, como príncipes, emperadores, reyes... En los tiempos modernos los papas acos­ tumbran remitir este símbolo de afecto personal a santuarios importantes. Por ejemplo, el Santuario de Nuestra Señora de Fátima en Portugal recibió una Rosa de Oro de Pablo VI en 1965, y la Basílica de Nuestra Señora de la Aparecida en Brasil recibió una de Pablo VI en 1967, y otra de Benedicto XVI en 2007. Esta simpática historia, sin duda piadosa, no deja trasm i­ tirnos alguna enseñanza tan oportuna ahora que las fiestas pa­ ganas gozan de buena salud. Me refiero a Halloween y a tantas Otras que se nos imponen pacíficamente. Es bueno tener tradiciones cristianas, conservarlas, vivir las fiestas o celebraciones, aprovechando toda la riqueza de la Igle­ sia que se vuelca en esas ocasiones. Ojalá sigamos m andándo­ nos flores en el IVo domingo de Cuaresma para recordar que nos preparamos para la Pascua, que es una fiesta grande; las felicitaciones de Navidad o para el día del santo -deberíam os saber quién es nuestro santo patrono-; poner el pesebre en el Adviento, y un largo etcétera.

D O N DE LÁGRIMAS

l don de lágrimas o de llanto ha sido estudiado desde hace muchísimos años como un fenómeno místico ex­ traordinario. “La expresión aparece por primera vez en ‘De virginitate’, atribuida a San Atanasio -s. IV-, y su rareza está bien determinada, ya que son pocos los dotados”24por este don.

E

Hp-■

Son un regalo de Dios o una caricia de predilección que al­ gunos santos han “padecido”, aunque no muchos, por ser algo muy especial. San Ignacio de Loyola fue uno de ellos, que, como afirma el I)r. Munoa Roig, lo recibió con “suprema largueza”. La lectura ilc su “Diario Espiritual” pone en evidencia la profundidad, el >.irácter y la frecuencia de estas experiencias .25 “Llamaba la atención ante todo su misma abundancia, como I anota: ‘Viniendo en mucha grande devoción y muchas lágrias intensísimas’; cubriéndome tanto de lagrimas’; con gran­

11

M U N O A R O IG , Jo sé Luis: h ttp ://e n fe p s.b lo g sp o t.c o m .a r/2 0 1 0 /0 4 /e l-d o n -d e i im a s-e n -sa n -ig n a c io -d e .h tm l Id e m .

de efusión de lágrimas por el rostro’; ‘un cubrirme de lágrimas y de am or’. 26 Hay otros ejemplos como los de Santa Teresa o San Juan de la Cruz. Traigo a colación un poema de este autor que hace mención a las lágrimas y gemidos con que el alma suspira por amor el encuentro definitivo con el Esposo. “Con esta buena esperanza que de arriba les venía, el tedio de sus trabajos más leve se les hacía; pero la esperanza larga y el deseo que crecía de gozarse con su Esposo continuo les afligía; por lo cual con oraciones, con suspiros y agonía, con lágrimas y gemidos le rogaban noche y día que ya se determinase a les dar su compañía. Unos decían: ¡Oh, si fuese en mi tiempo la alegría! Otros: ¡Acaba, Señor; al que has de enviar, envía!”27 Buscando vaya uno a saber qué en internet, encontré este testim onio sobre el don de lágrimas, y algo m ás... porque se trata de una experiencia mística en prim era persona. Lo

26 M A R T Í B A L L E ST E R , Jesús: le s/6 6 4 /2 14 5 /a rtic u lo .p h p ? id = l 8762

http://w w w .es.catholic.net/escritoresactua-

27 S A N JU A N D E L A C R U Z . R om ance sobre el E vangelio “In p rincipio e rat Verb u m ”, acerca d e la S antísim a T rinidad.

trascribo textual con la referencia al final del sitio donde lo encontré. “Soy una fiel servidora del Señor, hago el Santo Rosario todos los días, y oro mucho durante el día, o sea, que casi siempre estoy en silencio porque he aprendido a través de ese silencio escuchar la palabra del Señor. Como también me en­ canta ir a la Adoración Perpetua donde aprendí en ese her­ moso silencio tener esa presencia herm osa de nuestro Padre y hablar con Él personalmente. No sé si es bueno, pero me he acostumbrado a ése silencio y a veces los ruidos más in ­ significantes me molestan, pienso que muchos vecinos dirán que soy antisocial, pero la realidad es que soy muy celosa con mis espacios y mi silencio. Ayudo a mucha gente a través de internet, tengo una página de la Santísima Virgen María en I acebook, tengo la de m i parroquia y la mía personal. Soy so­ breviviente de cáncer desde el 2000 y estuve desahuciada, con siete cirugías, shock séptico y paro cardíaco, y para la gloria ile Dios ese proceso de dolor me ayudó mucho a reconciliar­ me con Dios. ¡Bendito Dios! Bn estos días he sentido una tristeza muy grande y me la lie pasado llorando, incluyendo cuando estoy orando, es un llanto que sale desde lo más profundo de mí ser, y a veces no le encuentro el motivo. Claro, a veces, como estuve hace poco tiy enferma, me aterraba el hecho de quedar en cama y no poder seguir sirviéndole a Dios. También cuando comulgo lo lugo de rodillas, porque un día en la fila para comulgar escu­ lle claramente una voz que me decía “de rodillas”, mientras ñas me acercaba al sacerdote era más fuerte. Cuando llegué Ande él, usualm ente hacía una genuflexión, pues fue como i me hubiesen dado por la parte de atrás de las piernas y caí le rodillas. Desde ese entonces comulgo de rodillas y caigo m un llanto ¡que no puedo aguantar! Mucha gente me dice 111

que si estoy bien, que qué me pasa, pero les explico y ¡no me entienden!”28

i

28

http://encristiano.org/viewtopic.php?f=6&t=269

EL BU EN PASTOR

a fiesta de la Dedicación conmemoraba la liberación de Israel de los sirios y la purificación del Templo que había hecho Judas Macabeo después que lo haya profanado el rey Antíoco IV Epifanes. Era una fiesta nacional que se festei.iba con algarabía y congregaba a los judíos de todas partes en lerusalén.

L

Con ocasión de dicha fiesta Jesús se hizo presente en la Ciud.id Santa y se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. i ln 10,23) Rodeado de gente que se resistía a reconocerlo como el Mesías, y que lo acosaba para que lo dijera claramente, Jesús i rspondió al ser interrogado: Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre /<• mi Padre son las que dan testimonio de mí. Pero vosotros no nris porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, vo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no crecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. (Jn 10,25-28) 1a imagen del pastor era familiar para los israelitas en tiern­ os del Señor, por eso le entendían cuando les hablaba con *te, y también con otros ejemplos de la vida cotidiana. Pero

además, los judíos identificaban al rey con un pastor porque él debía cuidar de los habitantes de su reino y conducirlos a los “buenos pastos”, para que el pueblo no sintiese necesidades. Ciertamente no todos los reyes fueron buenos pastores, es más, en muchos casos tuvieron que ser reprendidos por los profetas -aquellos que hablaban en nombre de D ios- como Natán al rey David, por aprovecharse de las ovejas, “carnearlas” y servirse de ellas para vestirse con su lana. Ante semejante atropello, el pueblo fiel acudía con plegarias a su Dios con la certeza de que... el Señor es mi pastor, nada me puede faltar. (Sal 23) Nadie puede suplir al Señor porque Él es el auténtico Pastor, el que cuida, sostiene y lleva a los buenos pastos a sus ovejas. La liturgia año a año nos recuerda esta imagen en el IVo domingo de Pascua, conocido también como el domingo del Buen Pas­ tor porque en él se lee una parte del capítulo 10 del evangelio de San Juan, que es el conocido discurso del Buen Pastor.29 El problema se suscita cuando el hombre pretende reem ­ plazar al Buen Pastor por “otro” -en general ese otro soy yo m ism o-, y busca la felicidad por los propios medios: “Señor, no te metas en mi vida que yo me las arreglo solo para ser feliz”. O peor, pedirle a la naturaleza -a las cosas de la tierra-, que me den la felicidad que pretendo de modo absurdo, y así nacen los sucedáneos de Dios, con los que me dejo atar. y.

El Señor se sirvió de un burro para entrar en Jerusalén el Domingo de Ramos, pero antes hubo que desatarlo de aque­ llo que lo tenía atado a la tierra, lo que hoy llamaríamos un palenque.

29

E l p asaje que a h o ra com entam os se lee en el ciclo C.

Que nadie intente arrebatarnos de las manos del Señor, mui ho menos las cosas materiales. “Este es el testimonio de un anciano sacerdote de un pueblo de las afueras de Viena que acaba de jubilarse a los 85 años de edad: Durante decenas de años, todos los días, a las cuatro y media de la mañana estaba sentado en el confesionario. La gente de los alrededores sabía que lo encontraría y muchos, de i .imino a Viena para trabajar, daban un pequeño rodeo para pasar por el pueblo y confesarse. Él nunca fallaba. Había am­ pliado un poco el confesionario, donde hacía gimnasia m atu­ tina, leía, rezaba, esperaba... estaba allí. Era muy querido de l o s jóvenes; según ellos, uno de sus mejores pastores. Yo me descubro ante él, pues es digno de admiración.”30 'W m

S C H O N B O R N , C hristoph, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid, 2010,

EL CÍNGULO Y LA PUREZA

l cíngulo es un ornamento sagrado usado por los minis­ tros en las celebraciones litúrgicas que consiste en un cordón que sirve para sujetar el alba al cuerpo, y que se ciñe alrededor de la cintura, a modo de cinturón.

E

Para aclarar aún más lo que digo, la Instrucción General del Misal Romano31 se refiere de este modo al cíngulo: “La vestidu­ ra sagrada para todos los ministros ordenados e instituidos, de ^nalquier grado, es el alba, que debe ser atada a la cintura con el cíngulo, a no ser que esté hecha de tal manera que se adapte al cuerpo aun sin él.” Me comentaba un matrimonio amigo con el que estuve co­ miendo, lo que les sucedió en una Misa hace pocos años. El acerdote en la homilía dijo, ciertamente airado, que alguien le había puesto un papelito en la canasta de las ofrendas. Dicho papel decía más o menos así: “use el cíngulo y cuidará la casti­ dad”. Mis amigos se decían qué tendrá que ver una cosa con la ara, amen que, ciertamente no es manera educada de hacerle, ina sugerencia al alterado párroco por esta acción “subversiva”. Los escuché en silencio, pero pensé: esto tiene que saberse porque, en efecto, las dos cosas guardan estrecha relación. La

N° 336.

conversación siguió por otros derroteros sin que hiciésemos demasiado hincapié en esta “enorme minucia”. El sacerdote reza al revestirse con el cíngulo antes de una ceremonia litúrgica, con la intención de recordar la im portan­ cia de esta virtud, “cíñeme, Señor, del cíngulo de la pureza y extingue en mis entrañas la llama de la sensualidad, para que permanezcan en mí la virtud de la continencia y de la castidad”. Ceñirse, o ceñirse las entrañas, son figuras que se encuen­ tran a menudo en la Sagrada Escritura -L e 12, 35; Ef 6, 14- y tienen diferentes significaciones. Los obreros, los soldados y los viajeros tenían la costumbre de ceñirse para levantar y retener los vestidos que eran largos, sueltos, y muchas veces llegaban hasta el suelo. De ese modo se veían menos incomodados, más prontos para el trabajo, el viaje o la lucha. La vida cristiana es a menudo comparada a un trabajo, a un combate, a una peregrinación. “Ceñirse las entrañas signifi­ ca, pues, en primera instancia animarse, reunir y poner en ac­ ción todas las fuerzas espirituales y morales. Es en este sentido que Dios decía a Job: Ciñe tus entrañas como un hombre. (Job 38, 3) Es un signo de virilidad, de vigilancia, de actividad y de fortaleza.”32 También puede significar que el sacerdote se prepara para un Sacrificio -la Santa M isa- que lo eleva sobre la tierra, de la cual, debe estar desprendido. “Señor, soy tu sacerdote, te pertenezco todo entero a Ti, pero el pecado ha dejado profundas huellas en mí. Muchas ve­

32 Cfr.: h ttp ://p o rla fe c a to iic a .b lo g sp o t.c o m /2 0 0 8 /0 8 /lo s-o m a m e n to s-sa g ra d o s-e lc n g u lo -y -e l.h tm l

ces mi concupiscencia me inclina al mal; muchas veces descu­ bro en mi interior fuerzas oscuras, malignas, un fuego que me inclina al egoísmo y la sensualidad. Y todo eso me aparta de Ti, y me impide amarte sobre todas las cosas, y amar a la Iglesia con amor de pastor. Ahora que me preparo para celebrar el sacramento de la Caridad, te pido: apaga en mí el fuego de las pasiones desordenadas, y enciende el fuego de tu amor. Revís­ teme de tu pureza, ordena mis fuerzas instintivas, concédeme la auténtica libertad. Concédeme la verdadera castidad, para que mi corazón te ame con amor indiviso, para que en la pate­ na Tú y yo seamos una sola cosa ofrecida para gloria del Padre y como alimento para el m undo hambriento.”33

( Ir. blog d el P ad re L eandro B onnin: http://padreleandro.blogspot.com /2008/07/ i iu io n e s-a n te s-d e -c e le b ra r-la -m isa .h tm l

EL M A N D A M IEN T O DEL A M O R

n el marco de la Última Cena, el Señor nos regaló un mandamiento nuevo o el mandamiento de la caridad: amaos los unos a los otros como yo os he amado. (Jn 13,34)

E

No es un mandamiento más, porque está promulgado en el momento de la despedida, es decir, con toda la fuerza de las palabras dichas en esas circunstancias; con el aval de su vida entregada por Amor a los hombres, inmediatamente después de promulgarlo; con todo el peso que implica su cumplimien­ to: es el mandamiento del amor y signo por el que se distinguen los cristianos. En efecto, como atestigua Tertuliano en su obra más impor­ tante -Apologético-: “Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros lo que nos atrae el odio de algunos que dicen: mirad cómo se aman, mientras ellos se odian entre sí. Mira cómo están dispuestos a m orir el uno por el otro, m ien­ tras ellos están dispuestos, más bien, a matarse unos a otros. El hecho de que nos llamemos hermanos lo toman como una infamia, sólo porque entre ellos, a mi entender, todo nombre de parentesco se usa con falsedad afectada.”34

¿Es realmente un mandamiento nuevo? En la Antigua Ley se expresa de muchas m aneras el amor al prójimo, incluso para algunos era el mandamiento más importante -am ar a Dios y amar al prójimo como a uno m ism o-35, pero la medida del amor de los demás estaría dada por lo que uno quisiera para sí. Sin embargo, Jesús cambia el parámetro de referencia, como yo os he amado, es decir, en la Nueva Ley el amor al prójimo tiene toda la fuerza del Amor. El amor no se nos impone, sino que se nos regala -u n m an­ damiento nuevo os doy-, porque la caridad es un don de Dios que se ha revelado en Cristo, que ha bajado a la tierra, que sale a nuestro encuentro y que nos alimenta. Por tanto, nunca se agota ni muere. ¿Qué podemos hacer con el mandamiento del Amor, así es­ crito en mayúscula? Pedirlo, y lo pediremos en la medida que lo deseamos. Esperarlo, porque tanto amó Dios al m undo que envió a su Hijo. Buscarlo, en Jesús que es Amor; en el Sagrario que es prenda del amor futuro. Alimentarlo, con el Pan y la Palabra; practicando la caridad con aquellos que están margi­ nados, o en los márgenes del amor, en la periferia, dice el Papa Francisco. Finalmente, es un mandamiento nuevo porque siempre es­ tamos aprendiendo a vivir mejor del amor, porque el amor es la mejor manera de vivir. Don Alvaro del Portillo, tenía el grado militar de Alférez cuando terminó la guerra civil española y el Regimiento al cual pertenecía, fue trasladado a Olot, Gerona, en el norte de Ca­ taluña. La misión que tuvo ese Regimiento fue la reparación de puentes y carreteras, muy averiados como consecuencia de

la guerra. Pero Don Alvaro no estuvo mucho tiempo en Olot, porque en julio de 1939 consiguió que lo destinaran a Madrid. Su biografía cuenta el efecto que tuvo en su compañía dicho traslado. “También en Olot alcanzó prestigio entre los demás oficiales y los subordinados, por su hombría de bien. Un elo­ cuente testimonio de la huella que dejó en la unidad militar fue la pintada que una mano desconocida dejó en la pared de uno de los barracones de la tropa, cuando se conoció la noticia de su traslado a Madrid: “Soldados, no lloréis la marcha del alférez del Portillo. ¡Qué buen padre hemos perdido!”36 Se puede pen­ sar que los soldados no son gente de “sentimiento fácil”, pero la virtud de Don Alvaro removía a cualquier corazón.

M E D IN A B A Y O , Javier, A lvaro del P ortillo, u n hom bre fiel, R ialp, M adrid, 2012, p. 171.

EPITAFIO DE SA N TO TOM ÁS M ORO - A Ñ O 1532 -

CC f 1 1omás Moro, nacido en la ciudad de Londres, de familia honrada, sin ser célebre, y un tanto entendido en letras, tras haber ejercido en el foro durante al, tinos años de su juventud y administrado justicia como Unli r-Sheriíf en aquella ciudad, fue llamado a la Corte por el muy invicto rey Enrique VIII, (que fue el único entre los reyes Iwe mereció el justo título de Defensor de la Fe, como verdadeimente lo demostró con la pluma y con la espada: renombre ista entonces desconocido). Se le nombró miembro del Cono)o, siendo hecho Caballero, luego Vice-Tesorero, más tarde inciller del ducado de Lancaster y, finalmente, por admirable ivor del rey, Canciller de Inglaterra.”37

I

I stas breves palabras autobiográficas de Tomás Moro perte>meen al principio del epitafio, redactado por él mismo en 1532 l.i edad de cincuenta y tantos años. Además de la semblan i Je la que sólo incluimos algún párrafo más, el epitafio trae na poesía que había compuesto en su momento a causa de cosas que se dijeron de él por su segundo matrimonio. No •ría extraño pensar que la poesía intente justificar el deseo de

trasladar los restos de su prim era mujer, al lado de donde iría él y su segunda esposa. La historia, aunque abreviada, fue así. En 1505 se había ca­ sado con Jane Colt -Juana-, con la que tuvo cuatro hijos, pero el matrimonio no duró mucho. Efectivamente, a los seis años de casados Jane murió, por lo que Moro se casó nuevamente, con Alicia Middleton, por cierto, viuda y con una hija. Erasmo de Rotterdam gozó de la amistad de Moro y de su entorno familiar como si fuese el suyo propio. Esos sentimien­ tos los expresaba por carta a un amigo de Alemania. “Parece haber nacido ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel y paciente. Cuando encuentra alguien sincero y según su co­ razón, se complace tanto en su compañía y conversación que pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si quie­ res un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie mejor que en Moro.”38 También fue amigo personal del rey de Inglaterra y de su mujer Catalina de Aragón, pero más amigo de la verdad que de cualquiera. Es decir, no le tembló la mano cuando tuvo que decirle al rey lo que consideraba en conciencia aunque eso le trajera más tarde consecuencias gravísimas. Al principio el rey respetó las objeciones de Moro a sus deseos de anular su m atri­ monio, pero con el tiempo le sobrevino de modo implacable el resentimiento de Enrique VIII, y con él, la pobreza más abso­ luta, hasta la ignominiosa muerte. Gozaba de una gran clase humana, a su vez, una cultura su­ perior arraigada en sus lecturas y escritos, y una profunda vida espiritual. En última instancia era un hombre muy completo.

38 C arta de E rasm o a U lrich v o n H utten, del 23 de ju lio de 1519. Cfr. http:// ec.aciprensa.com /w iki/S anto_T om % C 3% A ls_M oro#.U 2vB I_15N M g

I)e él se han escrito bastantes biografías que podrían ampliar el perfil de este santo, modelo para el hombre de hoy. Su sentido de la justicia era muy fino, al mismo tiempo que indoblegable. En su extenso epitafio dice que “en el desempeño ile estos oficios y honores -Canciller del reino-, fue tal su con­ ducta que ni el rey desaprobó sus acciones ni se hizo odioso a los nobles ni desagradable al pueblo. Causó pesar, en cambio, a los ladrones, a los homicidas y a los herejes.” En una historia en la que dio muestras de buen adminis!rador de justicia estuvo involucrada su querida mujer Alicia. Una tarde se presentó en la casa una mujer pobre que pedía limosna en Chelsea, diciendo que le habían robado su perrito. I 1 animal, no se sabe cómo, fue a parar a manos de la mujer de Moro, que aseguró que se lo regalaron. Lo cual era verdad, i mientras la pobre mujeruca aguardaba en el vestíbulo, Sir I >más -que no en balde estudiaba los instintos y hábitos caniu is- se dispuso a dar sentencia. Llamando a su esposa construsn inmediatamente la escena del juicio: -Tú, Alicia -dijo a su mujer- ven aquí a la entrada del hall. Y usted, buena comadre, '«.ngase allá al fondo, que no le voy a hacer injusticia. El Can­ il ler tomó al perro en brazos y colocándose entre ambas les i'ieguntó si querían que decidiera el pleito. Cuando le contesu on que sí, les dijo -A hora, llamad al perro por su nombre, ; á de aquella a quien acuda. El animalejo, naturalmente, se ic hacia la pobre mendiga. Luego, Moro suplicó a la dueña si ma inconveniente en regalárselo a Alicia. Y aquella mujer, u lo único que buscaba era justicia, se lo entregó de muy bue\ma. El juez la recompensó con una espléndida limosna.”39 I

Trasladados aquí -sigue el epitafio- los huesos de su primeposa, cuidó la construcción de este sepulcro para avezarse, \ /.Q U E Z D E P R A D A , Sir Tomas Moro, R ialp, M adrid, 1962, p. 240.

día a día, a la idea de que la muerte se acerca arrastrándose sin tregua. Y, para que no haya erigido en vano esta tumba m ien­ tras vive, y no tiemble ante al horror de la inminente muerte, sino que la acepte con alegría por ansias de Cristo, y para que la muerte no le sea cruda extinción sino entrada a una vida más feliz, te suplico, buen lector, que le ayudes en vida con tus piadosas oraciones.y las continúes cuando muera. Aquí yace Juana, querida mujercita de Tomás Moro; sepul­ cro destinado también para Alicia y para mí. En los años de mocedad estuve unido a la primera: gracias a ella me llaman padre un chico y tres chicas. La otra fue para con ellos -cosa rara entre m adrastras- m a­ dre cariñosa, como si de hijos propios se tratara. De igual m odo vivo con ella como viví con la anterior: difí­ cil es decir cuál de las dos me es más querida. ¡Ay, qué gran suerte sería estar juntos los tres! ¡Ay, qué dicha si lo permitieran la religión y el destino! Y por eso pido al cielo que esta tumba nos cobije unidos, concediéndonos así la muerte lo que no pudo la vida.”40 En 1534 -dos años más tarde de esta redacción- le pidieron que se presentara a jurar el Acta de Sucesión del rey, es decir, a reconocer la unión de este con Ana Bolena, su pretendida segunda esposa, y su prole como legítimos herederos del trono. Además en dicha acta se repudiaba “cualquier autoridad ex­ tranjera, sea príncipe o potestad”. Moro se negó al juramento, por lo que fue condenado a prisión.

40

Idem ., p. 352.

No conforme con dicho juicio, al año siguiente fue nueva­ mente juzgado por alta traición ya que no quiso reconocer una nueva Acta por la cual el rey se convertía en el jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra. Moro fue condenado a la horca, pero el rey conmutó magnánimo la pena por decapitación. Fue ejecu­ tado el 6 de julio de 1535. El buen humor, mezclado de cierta ironía, que tenía Moro, lo caracterizó toda su vida, incluso en los momentos más difí­ ciles, como quedó manifiesto en su ejecución. “A poca más al­ tura se alzaba el cadalso, mal armado y un tanto endeble. Moro miró con recelo los peldaños por los que tenía que encaramar­ se al tablado. Y al poner el pie en uno de los travesaños vio que le faltaban energías. Con mucha decisión tiró el báculo solici­ tando apoyo del lugarteniente: -Ayúdame a subir seguro, que ya bajaré por mis propios medios’. (...) Y Moro le dijo (al que lo iba a ajusticiar): Animo, ¡hombre!, no tengas miedo a cumplir con tu oficio. Mi cuello es muy corto. Andate, pues, con tiento y no des de lado, para que quede a salvo tu honradez?’41 Su cuerpo después de ser enterrado dentro del recinto de la Torre de Londres, fue arrojado a una fosa común para que no se lo pudiera reconocer con posterioridad. Sin embargo, la cabeza, que había sido expuesta en una pica en la entrada del puente de Londres, fue recuperada por su hija Margarita bajo 'borno, y ahora descansa en la tumba de los Roper, en la Igle­ sia protestante San Dunstand de Canterbury.

41 Idem ., p. 3 3 5 -3 3 6 .

tt iÉgQ'i.

EN U N DESIERTO LUGAR DE LA M O NTAÑA p.aÉtoi..

l 30 de agosto de 1948 fue publicada, según los críticos, una las obras más importantes de la literatura argenti­ na: Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. El éxito no acompañó a la obra de forma inmediata, eso vino después. Digamos que el autor sufrió un “ostracismo interno” -así lo llamaba él- que lo apartó de la vida cultural y social en el país que lo vio nacer, de tal modo que el libro tuvo divulgación y reconocimiento recién en la década del ‘60.

E

Personalmente, lo he leído un par de veces con ánimo de volver a hacerlo en cuanto me sea posible. En este sentido me aento en falta con mi discreta afición literaria. He gozado con su lectura por eso lo recomiendo vivamente. Me causó una grai impresión una página, no muy extensa, de una simple, en ipariencia, excursión a la montaña, “por razones de arte y no ile piedad”, que quiero compartir con los lectores de este libro. ,Qué sensibilidad la de Marechal para descubrir esa “presencia visible que llena todo el ámbito y en silencio recibe aquel tri­ lito de adoración!” .1

111

‘Por senderos montañeses y huellas de cabras has ascendido l ista el viejo monasterio levantado en plena soledad. Una rai m de arte, y no un motivo piadoso, te ha guiado en aquel as­

censo matutino. Y al entrar en la capilla desierta se deslumbran tus ojos: frescos y tablas de colores paradisíacos, bajorrelieves adorables, maderas trabajadas, bronces y cristalerías gozan allá la inmarcesible primavera de su hermosura. Y estás preguntán­ dote ya quién ha reunido, y para quién, tanta belleza en aquel desierto rincón de la montaña, cuando una fila de monjes ne­ gros aparece junto al altar y se ubica sin ruido en los tallados asientos del coro. Y te asustás, porque sólo te ha guiado una razón de arte. No bien el Celebrante inicia la aspersión del agua, los del coro entonan el Asperges. La casulla roja, con su cruz bordada en oro, resplandece luego sobre el alba purísima que viste aquel mudo sacrificador: en su antebrazo izquierdo cuelga ya el manípulo rojo sangre como la casulla. Y cuando el Celebrante sube las gradas del altar lleno de florecillas rojas, los monjes de pie cantan el Introito. A continuación los Kyries desolados, el Gloria triunfante, la severa Epístola, el Evange­ lio de amor y el fogoso Credo resuenan en la nave solitaria. Y escuchas desde tu escondite, como un ladrón sorprendido, porque sólo te ha guiado una razón de arte. Ofrecidos ya el pan y el vino, una crencha de humo brota en el incensario de plata; y el Celebrante inciensa las ofrendas, el Crucifijo, las dos alas del altar; devolviendo el incensario al acólito, recibe a su vez el incienso y lo agradece con una reverencia; en seguida el acólito se dirige a los monjes y los inciensa, uno por uno. Y sigues atentamente aquella estudiada multiplicidad de gestos cuyo significado no alcanzas; y, no sin inquietud, piensas ya que tan solemne liturgia se desarrolla sin espectador alguno y en un desierto rincón de la montaña, tal una sublime comedia que actores locos representasen en un teatro vacío. Pero de súbito, cuando sobre la cabeza del celebrante se yergue la Forma blanca, te parece adivinar allí una presencia invisible que llena todo el ámbito y en silencio recibe aquel tri­ buto de adoración, la presencia de un Espectador inmutable,

sin principio ni fin, mucho más real que aquellos actores tran­ sitivos y aquel teatro perecedero. Y un terror divino humedece tu piel, y tiemblas en tu escondite de ladrón; porque sólo te ha guiado una razón de arte.”42

M A R E C H A L , L eopoldo, Adán Buenosayres, E ditorial C astalia, M adrid, 1994, < 5 7 9 -580.

EL HIJO M ENO R, EL PR Ó D IG O ...

CC

on muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo que ponen de manifiesto el amor-m isericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida. El evangelista que trata con detalle estos temas en las enseñanzas de Cristo es san I.ucas, cuyo evangelio ha merecido ser llamado ‘el evangelio de la misericordia?’43

Si bien es cierto lo que dice San Juan Pablo II referido a todo el evangelio de San Lucas, el capítulo 15 lo es de modo más específico porque incluye las así llamadas parábolas de la mise­ ricordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo. I as tres parábolas hacen del capítulo, un todo. De su lectura deducimos fácilmente el porqué de este título, la razón está a la vista. Tiene una introducción de un versículo -se le acercaban todos los publícanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban (Le 15, 1)-, y a continuación las tres parábolas.

4) SA N JU A N

PA B L O II, Dives in misericordia, N ro. 3.

Este comienzo sugiere la reacción del Maestro, sobre todo porque los fariseos y los escribas habían dicho este hombre reci­ be a los pecadores y come con ellos. (Le 15, 2) En efecto, todos los publícanos se habían juntado con Jesús para comer con Él. Estos habían sido expulsados de la comu­ nidad por haberse vendido al invasor romano, recaudando los impuestos para el imperio. ¡Cipayos, personeros de la depen­ dencia! Inadmisible. Compartir la comida es establecer un tipo de vínculo es­ pecial con quien está sentado a la mesa con nosotros, porque significa hacerse uno mediante el mismo alimento. Comer con los pecadores -¡con todos los pecadores!- es identificarse con ellos, es establecer un vínculo con el alimento que se parte y se reparte.

*

*

La consideración detenida de la parábola del hijo pródigo se puede encontrar en el libro de H. Nouwen, “El regreso del hijo pródigo”, cuya lectura también recomiendo. Desde que lo leí no he dejado de hacerlo. El subtítulo es “meditaciones ante el cuadro de Rembrandt”. El autor del libro nos plantea enfrentarnos con el cuadro para colocarnos en alguno de los tres papeles principales. ¿Quién soy yo? ¿El hijo menor, el pródigo? ¿El hijo mayor, el que está al lado del padre, pero con su corazón muy lejos de él? ¿El Padre, que abraza al hijo pecador, que pidió su herencia para dilapidarla?

Rembrandt recorre un itinerario a lo largo de su vida, consi­ derando distintos aspectos de esta parábola, y expresándolos a través del arte que dominaba: “Su predilección por este tema se remonta ya a 1636, momento en que pinta una tela en la que apa­ rece un hijo pródigo vividor con una jarra de vino junto a una dama en una taberna. Posteriormente, realiza un aguafuerte en el que representa el momento del regreso del hijo pródigo. En él, el padre y el hijo menor aparecen de perfil en el umbral de la casa paterna, a través del cual se dejan ver el resto de los personajes. Rembrandt en esta ocasión pone más énfasis en la pobreza del hijo que en su retorno. En cambio, en el cuadro que nos ocupa, el tema se concibe de forma distinta, ya que el autor lo despoja de toda anécdota y el padre se convierte en el protagonista, que con su abrazo absorbe la pobreza del hijo.”44

'' Cfr. http://w w w .ejoven.net/dentro/recursos/barroco/archiv/analisis.htm

EN V IÓ MENSAJEROS DELANTE D E ÉL

odría pensarse, tal como está estructurado, que el evan­ gelio de San Lucas sigue el recorrido que el Señor hizo desde Galilea hasta Jerusalén, pasando por Samaría. Es decir, el comienzo de la vida pública O de la predicación se da en el norte y se termina en la Ciudad Santa.

P

Con esta aclaración se entiende el comienzo del pasaje que quiero comentar. “Y cuando iba a cumplirse el tiempo de su partida, Jesús de. idió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, pero no le acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. (Le 9, 51-53) Como vemos, no se trata tan sólo de la marcha de Jesús a Jei usalén para padecer y morir sino también del seguimiento de los apóstoles, incluso yendo por delante de Él, para prepararle • I camino. No cabe duda que Jesús ha orientado su vida hacia la Pa­ tón, la Cruz y la Resurrección, y que no quiere ir solo: Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de amaritanos para prepararle hospedaje. Todos debemos sentir-

nos enviados, porque la vocación misionera nos afecta a to­ dos, incluso cuando el ambiente es hostil, como era la tierra de Samaría para los judíos y galileos, y para el mismo Jesús, al que no quisieron recibir. La primera forma de vivir esta vocación en medio de una sociedad que fue cristiana y tiene rasgos de pagana, es la co­ herencia de vida, que con tanta urgencia nos ha reclamado el Año de la fe. Pero además, tenemos que saber exponer las razones de la fe, es decir, acompañar con palabras elocuentes la verdad sobre Jesús, para que, conociéndolo, tengamos vida. “Haced de modo que, en su primera juventud o en su adolescencia, se sientan removidos por un ideal: que busquen a Cristo, que encuentren a Cristo, que traten a Cristo, que sigan a Cristo, que amen a Cristo, que permanezcan con Cristo.”45 El Catecismo es un invalorable punto de apoyo para esta tarea de dar a conocer a Jesús. Quizá tengamos que pensar que en cada hogar cristiano, tiene que haber un Catecismo. Tampoco las palabras solas... sin el acompañamiento de una vida verdaderamente cristiana, coherente, porque tenemos que dar el ejemplo. Esto me lo digo a mí mismo, sacerdote, pensan­ do en voz alta el conocido dicho: “lo escuché y me emocioné; le vi comer y me quedé tranquilo”. Decirle que sí al Señor es ciertamente un gran riesgo porque significa desprendernos de lo que parece valioso y seguro, pero incorporarnos a la vida de Cristo, a su lógica, es incorporarnos a la vida auténtica y definitiva, a la vida que llena el alma por­

45 SA N JO S E M A R ÍA , 24—X -1 9 4 2 , cfr. C anals, Salvador, Ascética meditada, E d i­ ciones L ogos, 2008, p. 17.

que dura para siempre; es la que da una alegría que nadie nos podrá quitar. (Jn 16, 20-23) “Había salido de prisión para disfrutar de un nuevo permiso de varios días. El prim er día, por la tarde, me fui a una Iglesia para asistir a la Santa Misa y hacer la oración. En esto último estaba cuando a mi lado se sentó una viejecita que apenas po­ día moverse, si no era por la ayuda que un chico joven le pres­ taba. Pensé en el sacrificio que hacía la pobre mujer, que a pesar de su semi-invalidez, asistía a la Iglesia. Di gracias por esas almas que no se olvidan de Dios. El joven, tal vez su nieto, salió de la Iglesia. También pedí por él, pues me dio la corazonada de que si tuviese oportunidad de hablarle de Dios, me entende­ ría. No obstante, me sobrecogió un tremendo desánimo. ¿Qué autoridad tiene un presidiario para hablar de Dios? Yo solo me respondí. ¿Fui yo quien dio la respuesta o fue tal vez, una ins­ piración en la oración? Lo cierto que me encontré con fuerza, por ser hijo de Dios. ¿Cómo no iba a tener autoridad para hablar de mi padre? Finalicé mi oración, cuando comenzaba una nueva Misa, dando gracias a Dios y encomendando al Señor a la viejecita y a su nieto. Cuando salí de la Iglesia, en la escalinata, sentado sobre 1 piedra, estaba el joven que ayudara, momentos antes, a su límela. El Señor, desde un principio, lo había preparado todo. No me cabía la menor duda: ‘Tú hablas, yo doy mi cara, le dije >1 Señor. Me coloqué, de pie, frente a él, en el escalón inferior. Por lo pronto, psicológicamente, ya le ganaba terreno al estar más alto que él. Me fijé que leía un libro de medicina y sobre u tema comenzó la conversación. Le comenté que estudiaba curso de enfermero y que estaba interesado en él. Le pedí uv me aconsejara bibliografía, si sabía del tema, pues estaba . sorientado. Una vez cortado el frío, inicial me senté junto a I.a conversación sobre libros de medicina duró poco. Le ha!r de mí, de mi situación en prisión. Al mismo tiempo, supe 1

11

que se llamaba Pedro Pablo y era estudiante de cuarto curso de medicina. -O ye, ¿tú ofreces tu estudio a Dios? -le pregunté. -¿Cómo? -respondió sorprendido, pero una vez que reac­ cionó me dijo - Yo... las cosas de Dios las dejé a los trece años. -P ues no sabes lo que te pierdes. Nada menos que ser santo. Y con el nombre que tienes... tienes en el bote a dos buenos apóstoles. Seguimos hablando de Dios. Bueno... solamente hablaba yo. ‘Algo irá quedando ahí dentro’, me decía. La Santa Misa aca­ bó y tenía que ir a buscar a su abuela. Le pedí su dirección para vernos otro día. Me la dio, pero noté algo extraño. Fue como un reflejo en sus ojos, que me decía que no estaba siendo since­ ro. Nos despedimos. Me decidí a seguirle cuando salió con su abuela. ‘Señor, hazme invisible. Que no vea que le sigo’. El paso que llevaban lo marcaba la anciana por lo que, de lejos, me era fácil verles. Y llegaron a su domicilio. El nombre era verdadero, pero no el domicilio que me lo había dado con posterioridad al nombre, en el inicio de la conversación. Al día siguiente, por la tarde, me presenté en su casa. -¿Sorprendido al verme? -Esta palabra no es suficiente para explicar la cara que me puso-. Hola Pedro Pablo. Solamente he venido para decirte que Dios no acepta mentiras. Salimos a dar un paseo. Ante la pequeña mentira se sentía obligado conmigo. Solamente le hice prometer que pensara so­ bre las cosas que habíamos hablado el día anterior, que pensara sobre Dios. Que fuera valiente.

Cuando le dejé me fui a la misma Iglesia del día anterior. Un poco antes de finalizar mi oración se repitió la escena, pero ese día, Pedro Pablo no se sentó en la escalinata a esperar a la abuela, sino que se arrodilló en el banco, junto a ella. Cuan­ do finalicé me acerqué a él y le comenté que esa noche debía incorporarme a la prisión, pero que le escribiría y haríamos planes para cuando volviese a salir. Pedro Pablo no esperó a mi nuevo permiso. A los pocos días se presentó en prisión, trayéndome libros de medicina, de sus estudios de cursos anteriores. -Estudia fuerte. Cuando salgas te haré un examen. Dime una cosa, ¿cómo puedo rezar y hacer las cosas de que me ha­ blaste? Es que lo tengo tan olvidadas...”46

46 F E R N A N D O , ¿R espetos hum anos? Te escriben desde la cárcel, F olletos M undo C ristiano, N ro . 393.

ESTAD PREPARADOS Hi

w istad también preparados porque a la hora que menos pensáis vendrá el Hijo del Hombre (Le 12,40), es una adverJ L -,/te n c ia del Señor a estar vigilantes hasta que Él vuelva al final de los tiempos. En realidad, el regreso de Jesús se da en una doble oportunidad: al final de nuestros días -encuentro personal-, y luego, en el juicio universal. Jesús nos hace la advertencia mediante la parábola del ad­ ministrador -Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando (Le 12, 37)-, y de otras parábolas que tienen en común “la llegada del Amo”, que no es otro que Él mismo. Respecto a nuestra muerte, nadie nos puede indicar cuál va a ser el momento exacto, ni siquiera nos sirven las experiencias ajenas. No sabemos cuándo, cómo, ni dónde. ¿Cuándo será el juicio universal? No hay respuesta porque queda oculto a los ojos humanos, ya que no sabemos ni el día ni la hora. (Mt 25,13) Algunos piensan que el reino llegará al final y no hay otra cosa que hacer mientras tanto, que esperar ese desenlace. Sin embargo, nosotros creemos que Jesús está aquí, a nuestro lado,

acompañándonos en todas las circunstancias de la vida, de dis­ tintas modos. Esto significa que el reino se va desplegando a lo largo de nuestra biografía, es decir, se va manifestando gradualmente en la vida. “¿Qué es lo que da temple a un cristiano? ¿Qué es lo que en­ recia su encarnadura para soportar las tallas, las muescas y los trallazos del vivir? ¿Qué es lo que, a fin de cuentas, le distingue de los demás hombres? Sin ninguna duda: la esperanza. Un cristiano es un hombre fiado a su esperanza. Todos los autén­ ticos bienes -los bienes sin código de barras ni fecha de cadu­ cidad- los tiene al otro lado de la vida. Y hacia allá se encami­ na. En definitiva, pues, un cristiano es un hombre que acude a una cita. Y su vivir es un ‘vivir preparándose para esa estación terminal. Pero importa decir que la esperanza del cristiano no es una nostalgia de paraísos perdidos. Es una certidumbre de cielos apalabrados que, de no ser reales, dejarían a Dios por embustero. Y contra esa certeza -m ás firme que una muralla de diam ante- se estrellan los acobardamientos, las angustias, los miedos.”47 Felices los que esperan al Señor. No sé si habrás tenido la experiencia -yo sí- de que te comuniquen que “el momento” puede estar cerca. Quizá por la inconsciencia provocada por la situación, o por superficialidad, no lo sé, no entendí completa­ mente qué me estaban diciendo los médicos. Gracias a Dios el momento pasó, pero quedó grabado en el fondo de mi alma, sobre todo cuando uno vuelve a reflexionar que en su vida hay dos cumpleaños, cuando nace, y cuando “nace de nuevo”.

47 U R B A N O , Pilar, El hombre de Villa Tevere, P laza & Janes, 1995, p. 4 6 8 -4 6 9 .

Un amigo, escritor y poeta, escribió este poema para recor­ dar la muerte de su mujer. Te lo comparto porque me ha hecho mucho bien.

POEMA EN DOS TIEMPOS

Las cosas están bien en casa, nos hemos levantado con la conciencia en paz. Comienza una jornada de la vida que pasa, y paladeo el momento de su curso fugaz. Contamos con trabajo y, empleado con mesura, nos alcanza el dinero para pagar el pan, la sal, el vino, el diario, la carne, la verdura, la ropa y el tabaco, la cuota de algún “plan”. Las paredes sostienen el techo con firmeza, hay agua en las canillas y en las hornallas, gas. Al abrir las ventanas penetra la tibieza, de un sol que toma impulso, para otro viaje más. Sin embargo no ignoro que el instante que vivo, sólo es eso, un instante, la gota de un caudal, que fluye incontrastable y a la vez relativo, hacia el tiempo sin tiempo que será su final. Lo sé pero no quiero que se termine el día, sin una acción de gracias a Quien nos quiere dar esta nueva mañana con salud y alegría, con la conciencia limpia, con paz en el hogar.

Di principio a estos versos en otras circunstancias, -m i mujer parecía curada de su m al-, mas, Señor, pese a ello, que sirvan de constancia, respecto a aquel momento que te agradezco igual. Y aunque ella ya no rija nuestro orbe cotidiano, no obstante los silencios de esta gran soledad, comprobamos a diario la influencia de su mano, cuidándonos a todos desde la eternidad.48

48 G A L L A R D O , Ju a n L uis. E sta m p a recordatorio de su m ujer, M ariq u ita Ibarguren d e G allardo. N o v iem b re de 1995/Septiem bre de 1996.

EL A D M IN IST R A D O R INFIEL c

- tec / • ientras caminaba hacia Jerusalén, desde Galilea, pa­ sando por aldeas y pueblos, el Señor aprovechaba para dejarnos enseñanzas imperecederas, a veces con luminosas parábolas, o con sentencias cargadas de solemnidad, o con simples actitudes. Entre las primeras está la parábola del administrador infiel.

M

Había un hombre rico que tenía un administrador, al que acusaron ante el amo de malversar la hacienda. Le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuentas de tu adminis­ tración, porque ya no podrás seguir administrando. Y dijo para sí el administrador: ¿Qué voy a hacer, ya que mi señor me quita la administración? Cavar no puedo; mendigar me da vergüen­ za. Ya sé lo que haré para que me reciban en sus casas cuando me despidan de la administración. Y, convocando uno a uno a los deudores de su amo, le dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Él respondió: Cien medidas de aceite. Y le dijo: Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Después le dijo a otro: ¿Y tú cuánto debes? Él respondió: Cien cargas de trigo. Y le dijo: Toma tu recibo y escribe ochenta. El amo alabó al administrador infiel por haber actuado sagazmente; porque los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. (Le 16, 1-8)

Astuto es sinónimo de hábil, sagaz, sutil, según el dicciona­ rio castellano, pero extensivo también a cierta capacidad para el fraude o el engaño. El título que he querido ponerle a esta re­ flexión es el de “administrador infiel” más que “astuto”, porque, además de ser el que traen las ediciones del Nuevo Testamento más corrientes, el administrador fiel es el que cumple con su trabajo de custodiar los bienes de su señor y responde por ellos. Si no lo hace así, es decir, si se aprovecha de su posición para defraudar y cuidar sus propios intereses con astucia, es infiel y desleal. Es paradójica la enseñanza del Señor porque mediante la imagen del administrador, elogia la sagacidad porque los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. ¿Acaso Jesús pretende que seamos sagaces o astutos, prontos para el fraude? Se da por supuesto que el Señor no aprueba esta actitud del hombre infiel, pero para la misión apostólica hará falta el ingenio. Los cristianos nunca pueden ser personas apocadas, o débiles, cuando la tarea que nos espera ¡es inm en­ sa!, muchas veces cargada de contradicción. La historia de la Iglesia es testigo de esta verdad. Te transcribo un párrafo de la primera carta de San Pablo a Timoteo muy adecuado a las consideraciones que estamos haciendo, y, no lo podemos negar, es muy fuerte. ' Si alguien enseña otra cosa y no se atiene a los preceptos salu­ dables de nuestro Señor Jesucristo, ni a la doctrina que es confor­ me a la piedad, es un ignorante y un orgulloso, ávido de discusio­ nes y de vanas polémicas. De allí nacen la envidia, la discordia, los insultos, las sospechas malignas y los conflictos interminables, propios de hombres mentalmente corrompidos y apartados de la verdad, que pretenden hacer de la piedad una fuente de ganan­ cias. Sí, es verdad que la piedad reporta grandes ganancias, pero solamente si va unida al desinterés. Porque nada trajimos cuan-

do vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Con­ tentémonos con el alimento y el abrigo. Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y ala perdición. (I Tim 6, 3-9) Antes que nada debemos considerar que somos adminis­ tradores de bienes eternos; pienso en prim er lugar en los sa­ cerdotes, porque somos administradores de los Sacramentos. Debemos custodiarlos con fidelidad, y no como mercenarios. Estamos al servicio de las almas que el Señor ha puesto en nuestras manos para que sean amigos de Dios y no abandonar­ las cuando viene el lobo. “¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilu­ siones de honores, ambición de riquezas, preocupaciones de sensualidad. -Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres maduros y jóvenes y aun niños: todos igual. -C uando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obs­ táculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado.”49 “El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde hom ena­ je ‘instintivo’ la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ído­ los de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser conside-

rada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración.”50 • Además, el administrador tiene obligación de dar cuenta, de responder de su ministerio o su trabajo. Acudimos, una vez más, a la misericordia de Dios, para que tenga compasión de nosotros y nos ayude a responder por nuestras obligaciones. “Me hizo gracia que hable usted de la cuenta que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez -e n el sentido austero de la palabra- sino simplemente Jesús”. -Esta frase, es­ crita por un Obispo santo, que ha consolado más de un cora­ zón atribulado, bien puede consolar el tuyo.51

50 N ew m an , John H ., m ix. 5, sobre la santidad. Cfr. C atecism o de la Iglesia, N ro. 1723 51 S A N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 168.

HE V E N ID O A TRAER FUEGO A LA TIERRA

J

esús, después de manifestar que ha venido a traer fuego a la tierra, es decir, su Amor ardiente, y desear que ya arda, advierte que su presencia no será pacífica.

Él sabe que ha sido puesto en Israel como signo de contra­ dicción. Esto no es ninguna novedad. Simeón se lo había dicho a su Madre el día de la Presentación del Niño en el Templo. Mira, este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción. (Le 2, 34) También sabe que esto va no sólo por Él sino también por sus discípulos, por los que vendrán con los años, por la Iglesia en general. ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra. (Le 12, 51-53) No podemos admirarnos por esta advertencia del Señor ya que, quien se aleja del Evangelio se siente interpelado por el justo, o por el santo, y la respuesta suele ser la crítica, la burla

y hasta la violencia, incluso dentro del ámbito pequeño de las personas más allegadas o de las que están en la línea de nues­ tros afectos, los familiares. La santidad siempre golpea contra la mediocridad. “Y ¿en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?, me preguntas. -Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos; y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido.”52 De todos modos, el Señor se vale de esas contradicciones para forjar a las almas y hacernos crecer, porque el dolor forma parte de la pedagogía divina. Las almas santas se acrisolan en el dolor. “La amistad del Inspector del San Carlos -San Josemaríacon don Elias -D on Elias Ger Puyuelo- fue breve, pues éste fa­ lleció en noviembre de 1924. Sin embargo, jamás olvidaría una fabulilla que en octubre del año anterior, al comienzo del curso, les contó en clase don Elias: Érase un comerciante de canela. Compraba el producto en rama y, gracias a un molino de pie­ dras, lo reducía a finísimo polvo. Un día el molino dejó de fun­ cionar. Las piedras se habían desgastado y era preciso im portar otras de Alemania. Pasó el tiempo. El repuesto no llegaba y la canela estaba por moler. Un amigo, viéndole triste, aconsejó al comerciante que se fuese a un torrente a buscar unos cantos rodados del tamaño de las piedras inservibles, que las encajase en el molino y que, durante varios días, las hiciese girar y girar sin echar aún la canela.

Así lo hizo y, al cabo de quince días, comprobó que los can­ tos, de tanto rozar y chocar uno con otro, se habían pulimenta­ do, hasta quedar tan lisos como las piedras de Alemania. Hizo una breve pausa el profesor y, dirigiéndose a Josemaría, añadió: Así trata Dios a los que quiere. ¿Me entiendes, Escrivá?”53 El Reino de Dios se implantará; la muerte de Cristo en la Cruz no es un fracaso o un acto inútil, pero el despliegue de ese reino se da con el tiempo y en medio de luchas, dificultades y dolores. La vida de los santos es, en este sentido, un testimonio manifiesto. “Era el deseo del Fundador de Opus Dei, y nos lo recordaba cuando nos escribía que fuéramos siempre fieles a nuestro plan de vida espiritual; y que no dejáramos, por nada, de cumplir nuestras Normas. Naturalmente, don Ignacio54 y también no­ sotros estábamos de acuerdo en ello. Una parte de este cuidado de la vida interior se realizaba a través de los retiros que practi­ cábamos mensualmente.

n«Para ■ facilitar lo difícil de las distancias y de los caminos, se

hacían en dos lugares: en Ricardo Palma, adonde acudían los de Matucana, los de Huarochirí y los de Quinches. Y en Yauyos, con la asistencia de los de Huangascar, los de Alis, Pacarán y los que residían en la misma ciudad. Eran los días en que nos juntábamos todos, sin que nunca faltáramos ni uno. Se dejaba todo, y se acudía, hubiera o no hu­ biera dificultades. A modo de ejemplo, el P. Feliciano, de m a­ drugada, salió de su Langa residencial, a pie como cada mes, 53 V A Z Q U E Z D E P R A D A , A ndrés, El fundador del Opus Dei, T. I, Ed. R ialp, M adrid, 1997, p. 170-171. 54 D on Ignacio de O rbegozo, en ese entonces o b isp o -p re la d o de Y auyos-C añete.

para tom ar el ómnibus, en el pueblo de Antioquía. Después de cuatro horas de caminar,, se encontró con que el ómnibus no había acudido la tarde anterior. Las lluvias habían cortado la carretera por pueblos más bajos. Se echó las alforjas al hombro, y se dispuso a seguir camino. Cuando estaba a ocho kilóme­ tros de Lima, ya pudo agarrar ‘movilidad’, que lo llevó hasta la parada de los autobuses que subían a Ricardo Palma. Había andado, sin parar, setenta y cinco kilómetros en quince horas, pero llegó al retiro. Al llegar, quiso dar una explicación de su demora, y escuchó de don Ignacio: ¡Flojonazo!, por unos pocos kilómetros, has renunciado a completar una caminata que ya la tenías superada. ¡No tienes madera de deportista! Usted sabe que no la tengo -contestó el P. Feliciano, re­ signado a su condición de “flojonazo”-. Todos soltaron la carcajada.”55 “Agón” es una palabra griega que significa lucha, contienda, de allí el significado de “prot-agonista”, el primero que tiene que hablar en la discusión o la disputa. El Señor no se ahorró su “agonía”, siendo el “protagonista” de la lucha interior, y nos in­ vita a no eludir la dificultad porque el reino se consigue en base a violencia o vencimientos contra nuestros propios defectos. “Vive la fe, alegre, pegado a Jesucristo. -Am ale de verdad -¡de verdad, de verdad!-, y serás protagonista de la gran Aven­ tura del Amor, porque estarás cada día más enamorado.”56 El 22 de marzo del 2001 falleció en Bueno Aires, como una santa, Pretty Brignone, madre de familia y mujer ejemplar. No 55 V A LERO , Sam uel, Yauyos. Una aventura en los Andes, E diciones R ialp, M a­ drid, 1990, p. 9 4 -9 5 . 56 SA N JO S E M A R ÍA , Forja, N ro. 448.

podría decir con exactitud qué enfermedad tenía -y a me co­ rregirán quienes lo sepan-, pero supongo que fue un cáncer lo que acabó con su vida. Poco tiempo después, la familia editó una estampa con sus propias palabras, las que usó para entre­ garse más a Cristo, en medio del dolor de sus últimos mom en­ tos de vida. El recordatorio lleva como título “APRENDIEN­ DO A CRISTO”. “Enséñame Señor a ser dulce y mansa en todos los acontecimientos de la vida, en las desilusiones, en la irreflexión de los demás, en la falta de sinceri­ dad de aquellos en quienes confiaba, en la infideli­ dad de aquellos sobre quienes me fundaba. Haz que me ponga a mí misma de lado para pensar en la felicidad de otros, para esconder mis pequeñas penas y dolores de corazón, de modo que sea yo quien sufra por ellos. Enséñame a aprovechar el sufrimiento que se me cruza en el camino. Déjame usarlo de manera que me suavice y no me endurezca y me amargue; que me haga paciente y no irascible; que me haga ancha en el perdón, no estrecha, altanera e intole­ rante. Que nadie sea menos bueno por haber entrado dentro de mi influencia; nadie menos puro, menos veraz, menos bondadoso, menos noble por haberme tenido de compañera en el viaje de la Vida Eterna. Mientras hago mi ronda de una distracción a otra, déjame susurrar de tiempo en tiempo una pa­ labra de amor a Tí. Que mi vida sea vivida dentro de lo sobrenatural, llena de poder para el bien, y fuerte en su propósito de santidad. PRETTY

TRATÁDMELO BIEN, TRATÁDMELO BIEN

ifn f e f ■'

l Beato Manuel González, fallecido en 1940 siendo Obis­ po de Palencia, España, fue un ejemplo de amor a la Eu­ caristía, un difusor de su culto, en vida y después de fa­ llecido, con el testimonio de su piedad y sus escritos, como se verá a continuación.

E

Tuvo un deseo: “pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi plu­ ma en vida, estén diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No dejadle abandonado!” Estas palabras fueron escritas para que fueran el epitafio de su tumba, que se encuentra en la Catedral de Palencia. Una petición y un mensaje, centrados en el amor eterno de su alma, Cristo, oculto y vivo en la Sagrada Eucaristía. Fue Obispo de Málaga desde 1916, pero en mayo de 1931 tuvo que salir de esa ciudad a causa de la agitación revolucio­ naria, teniendo que ir a residir, primero a Ronda, y después a Madrid.57

Más tarde fue nombrado obispo de Palencia, el 5 de agosto de 1935, aunque su nuevo ministerio durará pocos años ya que el 4 de enero de 1940 falleció en Madrid, en olor de santidad. En esta ciudad -M adrid-, aun siendo obispo de Málaga, or­ denó el 15 de junio de 1935 a catorce presbíteros, de los cuales siete cayeron víctimas del furor de la persecución comunista en el segundo semestre de 1936. A él se refería san Josemaría cuando escribió en Camino -1939- “¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien!, decía entre lágri­ mas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acaba­ ba de ordenar.”58 Obviamente que el venerable obispo quería trasm itir a los sacerdotes su devoción eucarística procurando gravársela a fuego para siempre. El 29 de abril de 2001 el Papa Juan Pablo II lo beatificó en la Plaza de San Pedro.59

58 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 531. 59 E ste capítulo fu e extraído del artículo que se encuentra en el lin k que sigue, con el añadid© de algún com entario de la edición crítica de C am ino, dirigida p o r D on P edro R odríguez. h ttp ://an ec d o tasy cateq u esis.w o rd p ress.c o m /2 0 10/01 /0 4 /u n -e n a m o ra d o -d e -la -e u c a ris tia -b e a to -m a n u e l-g o n z a le z -g a rc ia -2 / L la m a la atención la inform ación p recisa, tanto de las fechas de o rdenación de los presbíteros co m o de las p alab ras dirigidas a ellos en este artículo de internet. Igual las consignam os, au n q u e es obligado d e c ir que la edición critica de C am ino, en el com entario a este p u n to , dice que no se h a “po d id o situar la fuente del A u to r a la h o ra de escrib ir este punto -¿ u n o de los o rd e n a d o s? -, ni la fech a de aquella ordenación. P o r o tra p arte, d esd e el A rchivo en el que se custodian los p ap eles y docum entos del B eato M an u el G onzález dicen: ‘N o hem os encontrado en ningún sitio que esas p alab ras: tratád m elo b ie n ..., las dijera a sacerd o tes.’”

SA BID U R ÍA

e pregunto por qué Salomón eligió la Sabiduría como regalo de Dios, y por qué se puso contento el Señor por tal elección, habiendo tantas otras cosas para pe­ dir. Fue grato a los ojos de Señor que Salomón hubiera pedido tal cosa. (I Re 3, 10) ¿Qué tiene la sabiduría para que la haya ele­ gido el rey de Israel? ¿Yo hubiese pedido*-o pido- lo mismo?

M

Le digo al Espíritu Santo, en la Secuencia de la Misa de Pen­ tecostés, “concede a tus fieles que en Ti confían, tus siete dones sagrados”, y uno de ellos ¡es la Sabiduría! ¿De qué se trata? Sabiduría viene de “sabor”, por eso el sabio es el que sabe saborear, el que le encuentra el gusto a las cosas. Pero, más aún, el verdadero sabio es el que descubre el sabor original de las co­ sas, el que Dios puso en ellas, y no el gusto que el mundo, o yo, le quiero dar. La Cruz fue necedad para los gentiles, pero para Dios fue Sabiduría. Señor, que yo sepa descubrir el verdadero gusto de las cosas, y así podré darte gracias cuando disfrute de ellas; o que te sepa pedir lo que verdaderamente tiene valor a tus ojos; o, en fin, que me sepa entregar a lo verdaderamente sabroso.

El sabio es el mejor consejero, no por inteligente, sino por sabio. Porque sabe o conoce el gusto de lo bueno, y se admira de la belleza de lo bueno. El loco es el que pone el gusto que quiere, por capricho, obsesión, ansiedad, etc., y no ve más allá de su propio sabor, por eso se desubica y no es buen consejero. Recordaba hace poco que una chica se había suicidado cuando su padre no la dejó asistir a un recital de Guns N ’ Ro­ ses en Buenos Aires. La historia es triste. “En 1992 esta (banda de rock) llegó en medio de escándalos y polémicas a Buenos Aires, para ofrecer dos conciertos. Los rumores publicados por la prensa acusaban directamente a Axl Rose de haber quemado una bandera argentina durante un concierto en París. Temien­ do lo peor, se extremaron las medidas de seguridad para el concierto. (...) El miedo se apoderó de los argentinos. Muchos padres de adolescentes prohibieron a sus hijos acudir al con­ cierto e incluso acercarse al hotel o al estadio River Píate donde se iba a celebrar el show. Cynthia, de 16 años y gran fan de Guns N ’ Roses, le pro­ metió a su padre que no se acercaría al hotel donde se hospe­ daban los Guns N’ Roses si le compraba unas entradas para el concierto. Su padre accedió, pero Cynthia no cumplió su pro­ mesa. Se escapó del colegio, se fue al hotel y allí las cámaras de televisión la entrevistaron. Cuando su padre la vio en la tele­ visión entró en cólera y, tras una fuerte discusión, le prohibió ir al concierto. Desesperada, Cynthia agarró un revólver de su padre, se encerró en su habitación, y allí puso fin a su vida dis­ parándose en la cabeza. Unas horas más tarde su padre la encontró muerta y, al no po­ der soportarlo, con el mismo revólver también se quitó la vida.”®60

60 h ttp ://an ec d o tario d elro ck .b lo g sp o t.co m .ar/2 0 0 9 /0 8 /cin th ia-tallarico -la-ad o le sc e n te -q u e -se .h tm l

¿Merecerá un recital de la conocida banda de rock, el costo de un par de vidas, padre e hija? Esta historia me dejó verdade­ ramente impactado, porque, me pregunto ¿cuál es el verdadero sabor de un recital de rock? O ¿cuál es el sabor de las cosas, en general? Por de pronto tengo que aprender a juzgar con sabidu­ ría, porque la verdadera caridad nos enseña que tenemos que dirigir a Dios toda nuestra vida y nuestros deseos, el cual debe ser amado con amor especial. Yo, ¿soy sabio o loco? “Yo, ¿para qué nací? Para salvarme. Que tengo de m orir es infalible. Dejar de ver a Dios y condenarme, Triste cosa será, pero posible. ¿Posible? ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme? ¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible? ¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto? Loco debo de ser, pues no soy santo.”61

61

FRA Y P E D R O D E L O S R E Y E S , Yo ¿para qué nací? Siglo X V I.

U N GESTO DE A M O R

ericó es una ciudad que hoy pertenece a Jordania y se en­ cuentra en el valle del Jordán. Es la ciudad más antigua del mundo; se la menciona en el Antiguo Testamento con ocai de la toma de la tierra prometida por parte del pueblo de Israel.

I

En el Nuevo Testamento las referencias a este lugar son abundantes. Cuando llegó el tiempo establecido por Dios, Je­ sús, estando en la zona del desierto, cercana a Efraín o Efrén, reunió a los apóstoles y les dijo: Mirad, subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que han sido escritas por medio de los profetas. (Le 18, 31) En efecto, se puso en marcha hacia la Ciudad Santa para completar su obra, tomando la ruta que une Efraín con Jericó, para ir después a Jerusalén pasando por Betania. Antes de llegar a Jericó le devolvió la vista a un ciego, que, al oírlo pasar lo llamó a gritos y le pidió que lo cure, Señor que vea. (Le 18, 41) “Ponte cada día delante del Señor y, como aquel hombre necesitado del Evangelio, dile despacio, con todo el afán de tu corazón: ‘Domine, ut videam!’ -¡Señor, que vea!; que vea lo que Tú esperas de mí y luche para serte fiel.”62

El Señor sigue su marcha. Entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre lla­ mado Zaqueo, que era jefe de publícanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí. Cuando Je­ sús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: Zaqueo, baja pron­ to, porque conviene que hoy me quede en tu casa. Bajó rápido y lo recibió con alegría. (Le 19, 1-6) Sicomoro es un árbol, también conocido como higuera afri­ cana, abundante en Palestina incluso actualmente. A él se su­ bió Zaqueo, un hombre importante -jefe de publícanos y rico-, para ver pasar a Jesús. Cualquiera puede pensar que era de baja estatura -así lo afirma San Lucas-, o también que era mucha la gente que ro­ deaba a Jesús, o las dos cosas, y por tanto, había que hacer algo para poder verlo mejor. No serían pocos los que estaban subi­ dos al árbol habida cuenta de la muchedumbre, pero el Señor elevó la vista y mirando entre el follaje se fijó en Zaqueo. ¿Pudo haber llamado la atención de los demás que, hombre tan ilustre, esté encaramado a un Sicomoro? No lo sabemos, pero el Señor lo miró y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque con­ viene que hoy me quede en tu casa. Bajó rápido y lo recibió con alegría. ¿Qué tenía la mirada de Jesús para conmover a Zaqueo de esta manera? No siempre podemos “sostener” la mirada de Je­ sús, porque, o no queremos recibirlo en “nuestra casa», o por indiferencia, porque estamos muy ocupados. Cuando Jesús, más tarde, miró a Pedro, este se largó a llorar.

Al Señor le basta un gesto de nuestra parte -subirnos a un sicomoro; limpiarle la cara como la Verónica; el óbolo de la viuda, el buen ladrón, etc.- para volcarse en nuestro corazón, es decir, en nuestra casa. El entramado del amor está hecho de pequeños detalles, actos de amor -¡Jesús, te quiero!-, de aban­ dono, de culto y adoración. “La santidad personal no es una entelequia, sino una reali­ dad precisa, divina y humana, que se manifiesta constantemen­ te en hechos diarios de Amor.”63 Me decía no hace mucho una señora: “yo soy una persona buena, tengo muchas amigas”. No le dije nada, pero pensé que lo importante no es el número de amigas, sino ser amigos del Amigo. ¿Irán al cielo los que tengan más contactos en facebook, o los que reciben a Jesús en su casa, con alegría?

»

JURO QUE N O HE DE SERVIR A SEÑOR QUE SE H A DE M ORIR

na vez más, vemos que en san Lucas las enseñanzas del Señor están dirigidas a sus discípulos, mientras que está rodeado de una gran muchedumbre. Jesús los ins­ truye camino a Jerusalén, en donde le espera tanto la Pasión y la Cruz, como la Resurrección.

U

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y Él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere se­ guirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. (Le 14, 25-26) Este pasaje del Evangelio dice que a Jesús lo seguía un gran gentío y, “dándose vuelta”, se dirigió a los discípulos con la in­ tención de explicarles cuáles eran las condiciones para ser sus seguidores: cualquiera que venga a m í y no me ame más que... No dejan de ser fuertes estas palabras y seguramente pueden impactarnos, aunque hay alguna traducción que pone más én­ fasis aún, “odiar”, en vez de “amar más que”. Siempre se han entendido estas palabras en sentido de “preferencia”; seguir a Jesús es seguirlo de modo definitivo. “Se esfuerzan -los cristia-

n o s- por agradar a Dios antes que a los hombres, dispuestos siempre a dejarlo todo por Cristo”.64 De un modo o de otro, tanto da, el Señor pretende que le amemos sobre todas las cosas, y ejemplifica, sobre aquellas per­ sonas que están en la línea de nuestros afectos más queridos como la madre, el padre, mujer, hijos, hermanos. No es difícil asociar este pasaje con aquel de Mateo -quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de m í (Mt 10, 37)- porque uno como el otro exigen totalidad en la entrega. El amor a Dios no admite medianías. Igual el Señor no se deja ganar en generosidad, por eso ofre­ ce a cambio el ciento por uno. “Dice Jesús: ‘y cualquiera que deje casa o hermanos o hermanas o padre o madre o esposa o hijos o heredades por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna. -¡A ver si encuentras, en la tierra, quien pague con tanta generosidad!”65 Recordamos cómo es el final del discurso eucarístico del evangelio de san Juan: duras son estas palabras y muchos de­ jaron de seguirle (Jn 6, 60), sin embargo el Papa Francisco en su predicación diaria es exigente, y a la gente le gusta. Todos esperamos que ponga orden con mano dura para que nadie se aburguese dentro de la Iglesia, pero nos cuesta que nos exijan a nosotros.

64 VATICAN O II, Apostolicam actuositatem, N ro. 4. 65 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 670.

Q ue

t e conozcan a

T i | 93

“Aquí, en la solitaria celda escondida, un cráneo dice: ¡Muer­ te! Y una cruz: ¡Vida! ¡Muy alta está la cumbre! La cruz muy alta... ¡Para llegar al cielo, cuan poco falta!”66 La historia del Duque de Gandía es ejemplar en este sentido. “El mismo año que fue nombrado Virrey de Cataluña, re­ cibió la misión de conducir a la sepultura real de Granada los restos mortales de la emperatriz Isabel. Él la había visto muchas veces rodeada de aduladores y de todas las riquezas de la corte. Al abrir el ataúd para reconocer el cuerpo y jurar que era ella, la cara de la difunta estaba ya en proceso de descomposición. Entonces tomó su famosa resolución: Sí, lo juro (reconocerla), pero también juro que no he de servir nunca más a un señor que se puede morir. Algunos años más tarde, estando enferma su esposa, pidió a Dios su curación y una voz del cielo le dijo: Tú puedes escoger para tu esposa la vida o la muerte, pero si tú prefieres la vida, ésta no será ni para tu beneficio ni para el suyo. Derramando lágrimas, respondió: Que se haga vuestra voluntad y no la mía. La muerte de Doña Leonor fue un gran dolor para el Duque. El más joven de sus ocho hijos tenía apenas ocho años. En junio de ese año decidió entrar en la Compañía de Jesús y hoy se lo conoce como San Francisco de Borja.”67



66 F E R N A N D E Z G R IL O , A ntonio (1 8 4 5 -1 9 0 6 ), Las ermitas de la sierra de Cór­

doba. 67 http://w w w .corazones.org/santos/francisco_boija.htm ; Cfr. A U C L A IR , M arcelle, La vida de Santa Teresa de Jesús, P alabra, M adrid, 1984, p. 98.

LA TORRE DE BABEL

a historia de la Torre de Babel, que se encuentra en el pri­ mer libro de la Biblia, es la que explica porqué el hombre habla distintas lenguas. Si bien su nombre, Babel, signi­ fica “puerta de Dios”, en sentido popular, quiere decir “confu­ sión”, y realmente lo fue.

L

Hay indicios arqueológicos hallados en 1913 que ubican una gran torre en las proximidades de la antigua Babilonia. Se cree que son los restos de lo que fue la Torre de Babel, construi­ da y destruida en varias ocasiones a lo largo de tres milenios. Veamos qué dice el texto bíblico sobre la Torre y la confusión. Por aquel entonces toda la tierra hablaba una sola lengua y con las mismas palabras. (...) Entonces se dijeron unos a otros: ¡Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego! De esta forma, los ladrillos les servían de piedras y el asfalto de argamasa. Luego dijeron: ¡Vamos a edificarnos una ciudad y una torre cuya cúspi­ de llegue al cielo! Así nos haremos famosos, para no dispersarnos por toda lafa z de la tierra. Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que los hijos de los hombres estaban edificando; y dijo el Señor: Forman un solo pueblo, con una misma lengua para todos, y esto es sólo el comienzo de su obra; ahora no les será imposible nada de lo que intenten hacer. ¡Bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros! De esta ma­ nera, desde allí el Señor los dispersó por toda la fa z de la tierra,

y dejaron de construir la ciudad. Por eso se la denominó Babel, porque allí el Señor confundió la lengua de toda la tierra, y desde allí el Señor los dispersó por toda la fa z de la tierra. (Gen 11, 1-9) La imagen de la Babel me cautiva porque todos tenemos nuestra torre con la que pensamos llegar hasta el cielo. Los la­ drillos son los deseos, proyectos, ambiciones, anhelos, etc. En última instancia estoy construyendo “mi torre de Babel”, con la ilusión efervescente de mi inmadurez. Pero Dios la mira desde el cielo, nos contempla trabajando afanosamente y se pregunta ¿qué es lo que está haciendo el hombre? ¡Una torre con la que piensa llegar hasta el cielo! El Señor confundirá las lenguas y el proyecto quedará abandonado. El gran proyecto de mi vida, y los proyectos mayores y menores que, como los satélites que Jos rodean, se van a desvanecer cuando seamos confundidos, porque la soberbia de lo personal, que llegue hasta Dios con nuestros propios medios, no tiene un buen final. Quizá tengamos que meditar sobre lo que estamos constru­ yendo en nuestra vida, antes de ser confundidos por la sober­ bia. ¿Qué quiero hacer de mi vida? ¿Dónde la pongo? Pienso en el trabajo, y, movido por la ansiedad, deseo que tantas “torres” no empiecen a ser construidas, que se detengan antes que sea tarde, porque debo reconocer que no me puedo desprender “de lo mío” y el orgullo del propio monumento es tenaz. El Señor nos deja hacer porque la lógica y la pedagogía divina tienen otras coordenadas, para que aprendamos mejor. Ese proyecto en el que estás, desaparecerá, y los construc­ tores perecerán bajo los escombros de sus propios ideales. Por otro lado, los que hacen las obras de Dios, es decir, abandonan “sus” proyectos, o los ponen al servicio de Él, no se sentirán defraudados.

“Nunca olvidará Pedro Cantero aquel atardecer del 14 de agosto de 1931, cuando inesperadamente Josemaría (san Josemaría) se presenta en su casa de Madrid. Hace un calor de bo­ chorno y en el cielo de la ciudad aún parece flotar el humo de la violenta quema de iglesias y conventos. Pedro está decidido a dedicar el tiempo a su tesis doctoral. Ha disfrutado de unas vacaciones en Ginebra, donde ha recogido material para esa tesis. Al entrar Josemaría en su cuarto, le sorprende enfrascado en los libros. Pedro le cuenta el plan de su vida. Josemaría le escucha. A continuación, con palabras claras, incisivas y pene­ trantes, aunque empapadas de afecto y de amistad, le dice: -M ira, Pedro... estás hecho un egoísta. No piensas más que en ti y en tus estudios. Y no tienes más que abrir los ojos, para ver cómo está la Iglesia hoy en España... y cómo está España misma. Son momentos difíciles, y tú y yo en lo que tenemos que pensar es en el servicio personal que podemos y que de­ bemos prestar a la Iglesia... ¿Tu tesis? ¿Tus libros? Déjame que te diga que ahora lo que hay que hacer es ocuparse en las otras cosas... muy superiores. A finales de ese mismo verano, Pedro Cantero decide poner entre paréntesis su opción intelectual y universitaria.”68 “Elévate a Él. No desesperes. No digas: dista mucho de mí. Mucho más dista el oro que tal vez pretendes conseguir. Pues aunque anheles el oro, quizá no lo adquirirás. Pero cuando an­ heles a Dios, le tendrás. Porque, incluso antes de que le qui­ sieras, vino a ti; aunque tu voluntad se oponía a Él, te llamó; cuando te convertiste, te llenó de temor; y al confesarle atemo-* rizado, te consoló. Quien te dio todas las cosas, quien te llamó a la existencia, quien ofrece incluso a los malvados el sol, la llu­

68 U R B A N O , Pilar, El hombre de Villa Tevere, Plaza & Janes, B arcelona, 1995,

p. 137.

via, los frutos, las fuentes, la salud y la vida y tan innumerables consuelos, reserva para ti algo que no da a otros, sino a ti solo. ¿Y qué es lo que te reserva? A sí mismo. Pide otra cosa mejor, si puedes encontrarla; Dios se reserva para ti. Avaro, ¿por qué ambicionas el cielo y la tierra? Mejor es el que hizo el cielo y la tierra. A Él le verás, a Él mismo poseerás (...).”69 Al lado de nosotros hay ejemplos maravillosos de madurez; de personas que saben estar donde tienen que estar en el m o­ mento oportuno, ni antes ni después; sin ambicionar más de lo que les corresponde, ni abandonar los propios deberes de estado, asumiendo las responsabilidades que la vida les depara. Cuando murió Isidoro Zorzano, cuyo proceso de canonización está en marcha, un amigo suyo -D on José Manuel Casas To­ rres- escribió en su agenda: “Muere Isidoro, pasó desapercibi­ do, cumplió con su deber, amó mucho, estuvo en los detalles y se sacrificó siempre.”70 Es una manera sencilla de expresar lo que estoy comentando, Isidoro hacía lo que le correspondía, y estaba donde tenía que estar, sin ruidos ni estridencias. Y ade­ más le dio a Dios lo que Él le pedía...

69 S A N A G U S T ÍN , Comentario al Salmo 32, II. 70 P E R O SA N Z , José M iguel, Isidoro Zorzano, Ed. Palabra, M adrid, 1997, p. 368.

N T R A . SEÑORA DE LA SALETTE

engo un pariente que cumple años el 19 de septiembre, el mismo día del fallecimiento de mi padre. El año pa­ sado lo saludé, pero, fiel a mi estilo, no pude dejar de hacerle una broma en esa ocasión: es un día muy importante, le dije, porque es el día del chamamé. Ante su perplejidad añadí que era el aniversario del fallecimiento de Tránsito Cocomarola, el padre del chamamé. Me contestó que sabía que era el ani­ versario de las apariciones de la Virgen de La Salette (Francia). Yo no lo sabía. Ante mi ignorancia fui a fijarme en los mensajes de esa aparición y me quedé gratamente sorprendido con lo que encontré.

T

Antes que nada, La Salette es una localidad que se encuentra en el sudeste de Francia, en medio de los Alpes. Muy cerca de allí la Virgen se apareció a dos sencillos pastorcitos, analfabe­ tos, Melanie y Maximin, de 14 y 11 años, respectivamente. En el lugar de la aparición hoy se levanta un santuario en honor de la Virgen: Notre Dame de la Salette. “El 19 de septiembre de 1846 Nuestra Señora ‘le dijo a los jovencitos que la mano de su Hijo era tan fuerte y pesada que ya no podría sostenerla, a menos que la gente hiciera peniten­ cia y obedeciera las leyes de Dios. Si no, tendrían mucho que sufrir. La gente no observa el Día del Señor, continúan traba­ jando sin parar los domingos. Tan solo unas mujeres mayores

van a Misa en el verano. Y en el invierno cuando no tienen más que hacer van ala Iglesia para burlarse de la religión. El tiempo de Cuaresma es ignorado. Los hombres no pueden jurar sin tomar el Nombre de Dios en vano. La desobediencia y el pasar por alto los mandamientos de Dios son las cosas que hacen que la mano de mi Hijo sea más pesada. Ella continuó conversando y les predijo una terrible ham ­ bruna y escasez. Dijo que la cosecha de papas se había echado a perder por esas mismas razones, el año anterior. Cuando los hombres encontraron las papas podridas, juraron y blasfema­ ron contra el nombre de Dios, aún más. Les dijo que ese mismo año la cosecha volvería a echarse a perder y que el maíz y el trigo se volverían polvo al golpearlo, las nueces se estropearían, las uvas se pudrirían. Después, la Señora comunicó a cada jo­ ven un secreto que no debían revelar a nadie, excepto al Santo Padre, en una petición especial que él mismo les haría.”71 Como dije, fue un grato descubrimiento para mí este m en­ saje de la Virgen, por su actualidad y sobre todo porque me hizo pensar que no es alto el porcentaje de católicos practi­ cantes. Las estadísticas no nos favorecen. Aun así debemos ser también muy cuidadosos en nuestra participación en la liturgia dominical. “Despacio. -M ira qué dices, quién lo dice y a quién. -Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas. Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios.”72 En especial me aplico este mensaje porque de mí depen­ de que los fieles participen fructuosamente de las ceremonias en general y de la Santa Misa, en particular. Debería cuidar la

71 http://w w w .corazones.org/m aria/salette.htm 72 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 85.

Misa como si fuese la única que voy a celebrar en mi vida, o la última. Cuando vivía en La Plata, un día llegaba en auto a mi casa un poco apurado porque era tarde; ya estarían comiendo. Traía conmigo el maletín y unos paquetes. Con todo eso en las m a­ nos me costó cerrar el auto con llave. Es una situación difícil de describir pero el lector se la imagina. Estaba en esas cuando veo que se acerca un señor un poco desgreñado hablándome -o diciendo cosas sueltas- en latín. Pensé: un loco. Porque los sacerdotes son un atractivo muy fuerte para los locos. ¿Y ahora cómo hago para sacármelo de encima?, porque estaba llegando tarde y en mi casa estaban comiendo. Cruzamos la calle y casi en la puerta de mi casa me dijo: ¿se da cuenta que ud. hace lo que ni la Virgen y los santos del cielo pueden hacer, y ud. lo hace todos los días? Me quedé de piedra, y se me fueron los apuros. El “loco” se fue caminando mientras yo pensaba que era un ángel que me había mandado el Señor. El loco no estaba tan loco, y el que estaba apurado, sí estaba bastante loco. Con el tiempo encontré entre las obras completas de Hugo Wast este poema: “Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote; cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote. (...) Cuando se piensa que el m undo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese po­ quito de vino.”73 ♦

73 M A R T IN E Z Z U V IR ÍA , G ustavo (H U G O W A ST) (1 8 8 3 -1 9 6 2 ), Navega hacia

alta mar, O bras C om pletas, T. II, E diciones F ax, M adrid, 1957, p. 1750.

Entusiasmado con la lectura que me confirmaba lo que me había dicho ese “ángel” en medio de la calle -que no tuviera tanta prisa y me detuviera más seriamente en lo que hacía cada m añana-, seguí adelante con la lectura de Hugo Wast, y me encontré con este otro párrafo no menos impactante: “El sacerdote que escucha lo que le habla la Sangre de Cris­ to, cuando bebe el cáliz que él mismo ha consagrado es el único que tiene algo que decir al m undo moderno. ¡Qué decepción si ese hombre que cada día recibe mensajes divinos no sabe ha­ blarnos sino de cosas humanas! Podemos creer que es sordo.”74

X

74

Ibídem , p. 1751.

HIJOS DE D IO S

CCT

e pregunté acerca de una anécdota a él atribuida que podría formar parte de la antología del disparate. Se A. ^decía -casi en forma unánime con fuerza de dogm aque Lucas (Padilla), hacía muchos años, había ido a un circo y observó que los trapecistas efectuaban las más prodigiosas piruetas después de escuchar un silbato. Fue un par de veces más, estudió el momento adecuado y luego, compró un silbato. Apostado en la platea del circo, hizo sonar el pito pocos segun­ dos antes, lo cual hizo que un trapecista, después de la vuelta mortal, se diera de bruces contra la red. Ese no fui yo, confesó Lucas. Y nombró a otro célebre perso­ naje como autor de la hazaña. Noblesse oblige.”75 Esta anécdota la saqué del libro “Argentinos de raza” de Ovidio Lagos, lamentablemente fallecido hace un par de años. Además de que el libro me encantó, me pareció que podía sacar alguna moraleja o consideración espiritual de la anécdota y por eso he predicado mucho contándola. Sin duda no fue Dios el que hizo sonar el silbato antes de tiempo, porque Él es nuestro Padre, y no es que esté esperando la ocasión para que caiga­ mos del trapecio. Podemos sentirnos hijos de Dios, porque lo somos, y confiar en Él mientras damos “piruetas en el aire”. Sin 75

L A G O S, Ovidio, Argentinos de raza, EM ECE, Buenos Aires, 2003, p. 173.

duda, nuestra vida es una gran pirueta con un espectador de lujo que es Él. Cuando caminaba por una calle de Montevideo del ba­ rrio de Pocitos, me asaltaron unos chicos de un colegio cer­ cano para hacerme una encuesta. Seguramente los mandó la profesora de religión.- La pregunta era sencilla, y la respuesta, también: ¿quién es Jesús? El viejo catecismo daba una sintética respuesta y yo me la acordaba de memoria, como a muchas otras preguntas aprendidas en el colegio, en clase de religión. “El Hijo de Dios hecho hombre.” ¡Jesús es el Hijo! Tanta era su conciencia de Hijo que trataba a su Padre como Abbá, que en arameo es un diminutivo cariñoso, “papito”. En el Huerto de los Olivos Jesús decía: ¡Abbá, Padre! Todo te es posible, aparta de m í este cáliz; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. (Me 14, 36) Los judíos se escandalizaban porque trataba a Dios como abbá, término reservado al padre, pero en sentido natural. No se podía aplicar fuera de ese contexto; no se podía llamar a otra persona que no fuera el propio padre abbá. Y lo condenaron a muerte por ser Hijo de Dios. Parece que cambio de tema. ¿Qué es un cristiano? Otro Cristo, es decir, también un hijo de Dios, no por naturaleza como Jesús sino por adopción, por la gracia. Un cristiano es ún hijo, por eso trata a Dios como Padre, porque “es” su padre. Esto nos lo enseñó Jesús, y nosotros, cada vez que asistimos a la Santa Misa, lo recordamos para no olvidarlo. “Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir, Padre nuestro.. ”76 La enseñanza de Je­

76

M isal R om ano. R ito d e la com unión.

sús es que Dios es nuestro Padre, y nosotros nos atrevemos a llamarlo Padre. “Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y per­ donando. ¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nues­ tros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré más! -Q uizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a noso­ tros y en los cielos.”77



77 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 267.

LA MUJER PEC A D O R A

l fariseo que invitó a comer a Jesús en su casa se llamaba Simón, según los versículos que siguen al texto que voy comentar. Es uno de los tres protagonistas de la escena, junto a la mujer pecadora y a Jesús. Simón omitió las normas de cortesía cuando Jesús entró en su casa, como era de esperar en una persona importante. No me diste el beso. (...) No has ungido mi cabeza con aceite. (Le 7,45-46) Quizá porque quería negar por vía de los hechos que era el Mesías, tal como la gente lo creía al ver los milagros que hacía.

E

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que había en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. (Le 7, 36-38) Cuando nos encontramos delante del Señor, se enfrentan la tremenda miseria humana -indiferencia, desamor, olvido", etc.- con la misericordia de Dios. Sólo que esta última es in­ finita y, por tanto, una gota de la Sangre de Cristo supera la inmensidad de nuestras faltas. Por eso, el pasaje de la mujer pecadora nos llena de consuelo, pero no olvidemos, hay que la-

varíe los pies a Jesús como hizo ella y no quedarnos con buenos deseos o disposiciones. . Tradicionalmente se identifica a esta mujer con María Mag­ dalena, pero San Lucas no dice el nombre de aquella, es decir, no la identifica con María Magdalena. No podemos olvidar que ésta fue la primera a la que se le apareció el Señor Resucitado -u n verdadero privilegio- y fue la encargada de anunciarlo a los apóstoles. Volviendo a la mujer pecadora, ella quiere demostrar lo agradecida que está con el Señor, llevando un frasco de perfu­ me, seguramente de lo más valioso. Todo es poco para el Señor, por eso en el culto a Dios tene­ mos que darle lo mejor. Recuerdo que cuando era chico íba•mos a Misa en familia los domingos de mañana, nos vestíamos con ropa elegante, justamente de domingo. No era para menos, porque cuando el sacerdote empieza la Misa dice: “En el nom ­ bre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Y todos respon­ den “Amén”, es decir, “que así sea”, que lo que se va a hacer será en el nombre del... El sacerdote se reviste con los ornamentos sagrados y reza una oración especial por cada uno de ellos, y le debe quedar claro que ya no es él sino que se revistió de Cristo. Él es Cristo, actúa in persona Christi, por tanto, deberá tener la unción que corresponde en el momento de subir al altar, y los fieles, que serán espectadores de los “sagrados misterios”, deberán tener el recogimiento que las circunstancias lo merecen. “Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios. -Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco. -Y contra los que ata­ can la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye

la alabanza de Jesús: lopus enim bonum operata est in me’ -u n a buena obra ha hecho conmigo.”78 Todo es poco lo que se pueda decir de la Santa Misa y la liturgia, y, como no me quiero extender, te copio unas palabras muy sugerentes del Santo Cura de Ars sobre la Eucaristía. “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacri­ ficio todas las mañanas!”; “La felicidad que hay en decir la Misa se comprenderá sólo en el cielo”; “Ved el poder del sacerdote: la lengua del sacerdote de un trozo de pan hace un Dios; es más que crear el mundo”; “Los dedos del sacerdote han tocado la carne adorable de Jesucristo, se han sumergido en el cáliz don­ de ha estado su Sangre, el copón donde ha estado su Cuerpo”; “el sacerdote debe sentir la misma alegría de los apóstoles al ver a nuestro Señor, al que tiene entre las manos”.79 “Sólo me encontré en una ocasión con el Padre Pío: tenía yo dieciséis años. El cura de mi parroquia me invitó a participar en una peregrinación a Asís, Roma, Loreto, etc., y a conocer al Padre Pío. A mis dieciséis años me horrorizaron las damas pia­ dosas, y los gritos y aullidos de la multitud congregada ante la puerta de la iglesia de San Giovanni Rotondo.80 Entramos a las cuatro de la mañana con idea de ser los primeros y situarnos cerca del altar cuando el Padre Pío celebrara la Misa. Y desde que le vi celebrar a él, nunca, ni antes ni después, he oído una Misa como aquella. Tuve la impresión de estar frente a la rea­ lidad misma, como si el velo del sacramento se hubiera alzado dejándonos contemplar la realidad. Acabada la Misa, acudí a la

78 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 527. 79 Cfr. S C H O N B O R N , C hristopher, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid, 2010, p. 9 0 -9 1 . 80 E l P adre P ío v iv ió desd e 1916 h a sta su m uerte en 1968 en el convento de lo s capuchinos de San G iovanni in R oto n d o (F oggia - Italia).

sacristía junto con unas cuantas personas más. El Padre Pío se arrodilló y se quedó un buen rato haciendo la acción de gracias antes de reunirse con nosotros. Y a continuación disfruté del inolvidable privilegio de besarle la mano.”81

r\

81 Cfr. SC H O N B O R N , C hristopher, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid, 2010, p. 92.

LA V IU D A DE NAIM

E

l pueblo de Naím es una pequeña aldea en la ladera del monte Pequeño Hermán, que se encuentra en Galilea. Está a 13 kms al sudeste de Nazaret, camino al Tabor.82

A las afueras de la ciudad, del lado oeste, se presume que de­ bía estar el cementerio, por la cantidad de enterramientos que se han encontrado en ese lugar. Como en muchas partes -hasta el día de hoy- las ciudades y poblados tienen el cementerio extramuros. En las puertas de la ciudad conforme se sale, Jesús resucitó al hijo de una mujer, viuda, de Naím.83 En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a ente­ rrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Se­ ñor, le dio lástima y le dijo: No llores. Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo,

82 Cfr. http://w w w .encinardem am re.com /lugares-de-la-biblia_y_su_significado.htnil 83 D onde la tradición dice que v iv ia la v iu d a de N aím , h o y se le v an ta u n a Iglesia que llevan los franciscanos, construida en 1881.

levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. (Le 7,11-15) Cuando Jesús llegó a Naím, se encontró con un cortejo fú­ nebre que se dirigía hacia el cementerio. No se conformó San Lucas en relatar el encuentro de Jesús con el dolor y el sufri­ miento de la madre sino que además, nos cuenta quién era el difunto: hijo único de una viuda. El Señor se compadece - “padece con”- del indecible dolor de la mujer y del pueblo que la acompañaba, pero no se queda con compartir el sentimiento sino que hace más, mucho más: le dice a la mujer que deje de llorar; detiene la marcha del cor­ tejo fúnebre y luego le habla al que estaba muerto para que vuelva a la vida. Lo mismo hace el Señor con nosotros cuando nos ve tran­ sidos de dolor, nos consuela secándonos las lágrimas, porque su presencia borra todo signo de pena; hace que la comitiva del pueblo se detenga, no vaya más allá de donde tiene que ir, para que vuelvan las cosas a su lugar, y, finalmente, le habla al difunto con autoridad para que resucite. ¡Qué invitación a la misericordia y a la compasión! Debe­ ríamos volcarnos hacia las necesidades de los demás, llevar el consuelo de Dios mediante las obras de misericordia -oración, lim osna-, y hablar del cielo donde no habrá más llanto ni lágri­ mas, sino la felicidad eterna.

La presencia misericordiosa de Dios en la tierra se realiza por medio de sus intermediarios, y acudimos a ella, a la fuente del Amor, cada vez que nos confesamos o concurrimos a la Santa Misa. Nos “metemos” en las ofrendas, y nos ofrecemos también al Padre, con su Hijo, gracias al Espíritu Santo, que nos eleva hacia el cielo. El Señor espera este encuentro porque Él es un m ar de misericordia. Santa Faustina Kowalska ha sido enviada por Dios como difusora de la imagen y de la fiesta de la Divina Misericordia. “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemni­ dad el prim er domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia”.84 Juan Pablo II, que le tenía gran devoción, la beatificó y la canonizó en ese día, y él mismo fue canonizado él prim er domingo después de Pascua. Estas “coincidencias” son muy providenciales. “Te envío a toda la humanidad con Mi misericordia. No quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanar­ la, abrazarla a Mi Corazón Misericordioso.”85 “Tú eres la secre­ taria de Mi misericordia; te he escogido para este cargo, en ésta y en la vida futura.”86 “Para que des a conocer a las almas la gran misericordia que tengo con ellas, y que las invites a confiar en el abismo de Mi misericordia.”87 Hay un “muro” o página en facebook que tiene un nombre muy sugerente, relacionado con estas reflexiones: “Si supieras cuánto te amo, llorarías de alegría”. Es verdad.

84 SA N T A FA U ST IN A , Diario, N ro. 49. 85 Idem . N ro. 1588. 86 Idem . N ro. 1605 87 Idem . N ro. 1567

Que el Corazón Inmaculado de María nos haga ver la hon­ dura del Amor de Dios, en el Sagrado Corazón de Jesús.

r-r

LOS PRIM EROS LUGARES

( ( \ T o quieras ser como aquella veleta dorada del gran I I edificio: por mucho que brille y por alta que esté, .1 . no importa para la solidez de la obra. -O jalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa.”88 Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fa ­ riseos para comer, y ellos le estaban observando. (...) Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que haya otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a este. Entonces avergonzado, irás a ocupar el último puesto. (Le 14, 1.7-9) No todos los fariseos eran hipócritas y arrogantes. Es más, había muchos fariseos muy buenos que trataban con severidad, tanto como Jesús, a los hipócritas. En este panorama, ciertamente simplificado, este tipo de co­ midas era para alegría de más de uno, y en el caso del Evangelio citado, de uno de los principales fariseos al que acompañarían

otros, que procuraban los primeros lugares para estar cerca del invitado, es decir, de Jesús. Aprovechando la situación que se daba y se da en circuns­ tancias similares, Jesús cuenta a continuación un par de pará­ bolas vinculadas con los banquetes que por ser extensas no las citamos en este momento, pero que igual hacen referencia al desordenado deseo de ocupar los primeros puestos. “¿Quieres ser grande? Comienza por lo ínfimo. ¿Piensas construir una gran fábrica en altura? Piensa primero en el ci­ miento de la humildad. Y cuanta mayor mole pretende alguien imponer al edificio, cuanto más elevado sea el edificio, tanto más profundo cava el cimiento. Cuando la fábrica se constru­ ye, sube a lo alto; pero quien cava fundamentos se hunde en la zanja. Luego la fábrica se humilla antes de elevarse y después de la humillación se remonta hasta el remate.”89 Pero también Jesús, a veces se refiere al reino de los cielos como un banquete, es decir, que esa comida tiene un signi­ ficado más profundo de lo que nos imaginamos: entraré a él, y cenaré con él y él conmigo (Ap 3, 20), por tanto, habla de la Parusía o de la segunda venida de Jesús al final de los tiempos cuando seamos una sola cosa con Él con la gracia de Dios, de­ finitivamente. • A ese último encuentro todos estamos llamados, y sí, ¡para ocupar los primeros puestos!, pero paradójicamente para eso hay que tener pobreza de espíritu, porque la humildad no deja que yo me crea importante y con derecho a ocupar los prim e­ ros lugares en el reino de los cielos.

89 SA N A G U S T ÍN , Sermón 69, 2; Cfr. C am ino, edición crítica, R ialp, M adrid, 2002, N ro. 590, p. 715.

“Dos discípulos de nuestro Señor, los santos y magníficos hermanos Juan y Santiago, según leemos en el evangelio, de­ searon que el Señor les concediese el sentarse en su reino uno a la derecha y otro a la izquierda. No anhelaron ser reyes de la tierra, no desearon que les otorgase honores perecederos, ni que los colmase de riquezas; no desearon verse rodeados de numerosa familia, ni ser respetados por súbditos, ni ser hala­ gados por aduladores; sino que pidieron algo grande y estable: ocupar unos asientos imperecederos en el reino de Dios. ¡Gran cosa era la que desearon! No fueron reprendidos en su deseo, pero sí encaminados hacia un orden. El Señor vio en ellos un deseo de grandeza y se dignó enseñarles el camino de la hu­ mildad, como diciéndoles: ‘Daos cuenta de lo que apetecéis, daos cuenta de que yo estoy con vosotros; y yo, que os hice y descendí hasta vosotros, llegué hasta humillarme por vosotros’. Estas palabras que os narro, no 'aparecen en el evangelio; sin embargo expreso el sentido de lo que en él se lee.”90 San Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo lo dice de modo plástico: “Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes. Para venir a poseer lo que no posees, has de ir por donde no posees. Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.”91

o?

MARTA LO RECIBIÓ EN SU CASA

o cabe duda que la aldea a la que se refiere el Evangelio es Betania, porque ya en otras ocasiones habla de ese lugar con cierta familiaridad, y también de Marta y de sus hermanos, amigos de Jesús.

N

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llama­ da Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada Marta, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, andas inquieta y nervio­ sa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. (Le 10, 38-42) Todo parece indicar que cuando Jesús llegó a allí se hospedó en la casa que era de Marta: Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana que se llamaba María -M aría de Betania- y un hermano, Lázaro. Marta lo servía, es decir,-se ocupaba de todo lo necesario para atender a Jesús, como es natural a la hospitalidad judía, y a todo aquel que viniera con

Él. La Iglesia ha reconocido este servicio declarándola santa: Santa Marta. Por su parte, María descansaba a los pies del Señor, contem­ plándolo, escuchando su palabra. Una le servía, la otra le con­ templaba, o como dice San Agustín, “aquella se agitaba, ésta se alimentaba; aquella disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas”.92 Cualquier lectura superficial de este pasaje puede suponer un cierto reproche del Señor a Marta por trabajar en “muchas cosas”. No creo que sea tan así, aunque ciertamente los santos puedan tener defectos como todos los mortales. Me parece que en este caso, más que una reclamo es una invitación a ser con­ templativos, en medio de ese quehacer, que era un servicio. Obviamente ella quería ocuparse de Jesús de la mejor m a­ nera posible, y está muy bien, pero cuando le reclama la “in­ actividad” de su hermana, Jesús le aclara que el mejor servicio es escuchar su palabra: el que escucha la palabra de Dios y la practica es como un hombre prudente. (Mt 7, 24) La Virgen también escuchaba la palabra de Dios según lo que nos cuenta el Evangelio: Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. (Le 2, 51) ¿Cuándo me habla Dios? Una vez más traigo a colación la cita del Apocalipsis: He aquí que estoy a la puerta de tu corazón y llamo. El que escuche mi voz... (Ap 3, 20) El Señor nos habla de muchos modos, hasta por medio de la maravillosa natura­ leza, pero en general lo hace en voz baja y en el fondo del cora­ zón, en nuestra casa, en el ajetreo normal de la vida doméstica, en medio de nuestras actividades, del trabajo.

Sin espíritu de recogimiento es muy difícil escucharlo y abrirle la puerta del corazón para hacer de él su morada. Q ui­ zá tengamos muchas preocupaciones en el alma, pero es im ­ portante encontrar esos momentos para estar a solas con Él, y, escucharlo, más que hablarle, porque Él tiene cosas más in­ teresantes que decirnos: “No te limites a hablar al Paráclito, ¡óyele!”93 No nos olvidemos que la palabra de Dios en la Santa Misa la escuchamos de pie; luego, al term inar de leer el Evangelio, el sacerdote lo besa, después de decir “Palabra del Señor”, a lo que todos responden: “¡Gloria a Ti Señor Jesús!” Cuando Jesús caminaba sobre las aguas, San Pedro quiso también hacer lo mismo, y le pidió ese milagro. Jesús sólo dijo “ven”, y Pedro saltó de la barca. Una sola palabra fue suficiente para que dejara todo y le siguiera, aun en medio de la torm en­ ta, la noche y el cansancio. Después el viento cruzado, violento, del ambiente, hizo que dejara de m irar a Jesús mientras cami­ naba y comenzó a hundirse. ¿Cuántas palabras me tiene que decir Jesús para que yo “salte de la barca”? ¿No nos estaremos dejando atrapar por el viento fuerte y cruzado, mientras cami­ namos hacia Él?

N O SOLO VEN D ER LO QUE TENEM OS

lo largo de la vida pública de Jesús, mucha gente se le acer­ caba para plantearle algún problema en general de difícil solución. Pero las respuestas del Señor, no sólo resolvían las cuestiones concretas, sino que se proyectaban en el tiempo como doctrina aplicable a todos los cristianos, y, lógicamente, a nosotros también. Por eso nos interesa mucho la pregunta del jo­ ven rico: ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Me 10,17)

A

Las circunstancias concretas de su vida pueden variar de un evangelista otro. Por ejemplo, en San Marcos no es un joven sino “una persona adulta”, que poseía muchos bienes. Igual le segui­ mos llamando “el joven rico” porque es así como se lo conoce. También nuestra vida puede ser distinta a la de él por m u­ chos motivos y porque cada biografía es un mundo aparte, sin embargo la pregunta para él era importante, y para nosotros, muy actual, por no decir fundamental: ¿Qué haré para heredar la vida eterna? Marcos dice que era una persona que había cumplido con todos los mandamientos desde la juventud, pero, ¿eso es sufi­ ciente para entrar en el reino de los cielos? Yo, ¿me estoy ganan­ do el cielo o necesito hacer algo más de lo que estoy haciendo?

El hombre se le acercó a Jesús “corriendo” porque, se ve, tiene prisa por preguntar. Movido por la ansiedad quería una respuesta pronta, a una cuestión que le urgía. A nosotros también nos urge. Una cosa tefalta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme. (Me 10, 21) Él se fue insatisfecho. Lo que le han dicho no colma sus expectativas porque poseía muchos bienes (Me 10,22), y se alejó de Jesús. Cuando no me gusta lo que me dicen en la dirección espiritual o acompañamiento, me voy, incluso lejos de aquel ante quien hace un instante me arrodillé pidiendo confesión. Quizá tengamos que pensar en la rectitud de intención, y no esperar que Jesús nos diga lo que nosotros queremos oír. Parece ser que no es suficiente cumplir con los mandamientos con más o menos entusiasmo, sino que hace falta dar un paso más, vender todo lo que tenemos y darlo a los pobres, participar con los demás de nuestra riqueza, sobre todo con los más necesitados. Y aún así, el Señor agrega, luego ven y sígueme. Despojarnos de los bienes no es todo, sino una condición, porque lo más importante es seguirlo a Jesús, pero no como quien va detrás, sino estableciendo un vínculo afectivo fuerte, de intimidad, de amor. El Señor lo quiere todo de nosotros. “Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a to­ m ar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación.”94

94 SA N JO S E M A R IA , Carta 9-1-1932, N ro. 9. Cfr. V A Z Q U E Z D E P R A D A , A n ­ drés, E l fundador del Opus Dei, T. I, R ialp, M adrid, 1997, p. 302.

A Q U IE N CONTARÉ M IS PENAS

"T" esús enseñó con esta y otras parábolas, que era necesario I orar siempre, y perseverar, aunque algunas veces tengamos I la sensación que no nos escuchan. No es así como pensa­ mos, según explica el Señor. Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respeta­ ba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: Hazme justicia ante mi adversario. Y durante mucho tiempo no quiso. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme. Concluyó el Señor: Prestad atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegi­ dos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? (Le 18,1-7) Lo propio del juez es hacer justicia, pero en este caso se tra­ taba de un inescrupuloso que le tenía sin cuidado su obligación más elemental, pero lo hará, para que no le fastidien continua­ mente. Una razón muy simple y elemental, pero ese fue el m o­ tivo para actuar en justicia. El Señor también pasó por los estrados del juez inicuo, como plásticamente lo representó van Honthorst95 en su cua­

95

G u errit van H on th o rst (1 5 9 2 -1 6 5 6 ), U trecht, H olanda.

dro “Cristo ante el Sumo Sacerdote” (c. 1617), que se conserva en la National Gallery de Londres. Es una imagen impactante. El sumo sacerdote, con el dedo levantado parece explicarle a Jesús el significado de la Escritura. ¡Soberbia manifiesta! Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Sin duda que sí, que el Señor nos hará justicia, sólo que lo tenemos que creer para pedir con más fe e insistencia. Debemos clamar día y noche, como dice el profeta Isaías, es decir, perseverando en la oración. “Me has escrito, y te entiendo: Hago todos los días mi ‘ratito’ de oración: ¡si no fuera por eso!”96 Este punto de Camino tiene su fuente inmediata en las cartas que escribió San Josemaría antes de la Guerra Civil Española, y en las que a él le escribieron por esos años, como la que sigue de diciembre de 1938: “Querido Padre: Hace tres días recibí las líneas de Paco [Bo­ tella] y la carta familiar de todos. Creo que es la vez que mejor recibimiento y más oportunamente llegó. Me tomó en unos días tristes, sin motivo alguno, y me animó extraordinariamen­ te su lectura, sintiendo cómo trabajan los demás. Hago todos los días el ratito, ¡si no es por él! -N o sé si es el aislamiento, lo que deprime enormemente.”97 En los momentos más duros de su vida, es decir, previos a la Pasión, el Señor se pone en oración, y su imagen orante nos resulta ya muy familiar. Su oración es confiada y abandonada: no se haga mi volun­ tad sino la tuya. El momento de la entrega generosa de nues­ tra propia vida es el de la oración -no se haga mi voluntad-, por eso, mientras el sacerdote presenta la ofrendas en la Santa

96 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 1Ó6. 97 Cfr. C am ino, ed ic ió n crítica, R ialp, M adrid, 2002, p. 310.

Misa, nos entregamos también nosotros, sin miedo ni temores. No dejemos de estar atentos y orantes en la Misa. Por último, el consuelo de Dios llega oportunamente cuan­ do estamos en oración, como a Jesús en el Huerto: se le apareció un ángel del cielo que le confortaba. (Le 22, 43) Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. (Jn 6 , 68 ) “A quién contaré mis penas, mi dulce amor, a quién contaré mis penas, sino a vos”.

*

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO

lo largo del Evangelio se lo ve a Jesús rezar, es decir, ha­ cer oración, reservar espacios y momentos a tal fin, por eso, no nos llama la atención la imagen del Jesús oran­ te. Las citas evangélicas podrían ser muchas, o muchísimas. A partir de la del Evangelio de San Lucas del párrafo siguiente, se pueden hacer algunas consideraciones sobre la oración en general. Rezar -hoy y siempre-, es una necesidad imperiosa.

A

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando ter­ minó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. (Le 11,1) En algunas ocasiones nos cuentan los evangelistas que se retiraba a cierto lugar, como en el Evangelio que meditamos, o, como dice más adelante el mismo San Lucas, era costumbre ir al Huerto de los Olivos a rezar -salió como de costumbre (Le 22, 39)-. Seguramente el propietario de ese Huerto era un amigo

o conocido del Señor y le prestaría aquel lugar, por eso Judas sabía dónde encontrarlo, porque era frecuente que fuera allí. Otras veces nos dice qué rezaba, como en la Última Cena -la oración sacerdotal de Jesús (Jn 17)-; también en el Huerto de los Olivos -Padre, aparta de m í este cáliz... (Me 14, 36)-; en la Cruz -Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Le 23, 34)-, etc. Además nos cuenta el Evangelio en qué momentos rezaba, por ejemplo, antes de empezar su vida pública se pasó cuarenta días en el desierto, orando; cuando estaba por elegir a los após­ toles pasó la noche entera en oración; en la resurrección de su amigo Lázaro elevó sus plegarias al Padre. En fin, los ejemplos pueden ser muchos. Los discípulos lo veían rezar porque convivían a diario con Él, por eso, le pide uno de ellos que le enseñe como Juan a sus discípulos, quizá porque era frecuente en Israel que los maes­ tros enseñaran a rezar. “¿Que no sabes orar? -Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: Señor, ¡que no sé hacer oración!..., está seguro de que has empezado a hacerla.”98 ¿Por qué el Padre nuestro? Porque..., como vimos en otro capítulo, “fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir, Padre nuestro.”99 “La expresión tradicional ‘Oración dominical’ (es decir, oración del Señor’) significa que la oración al Padre nos la en­ señó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es ‘del Señor’. 98 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 90.

99

Cfr. p. 95; M isal R o m an o , R ito de la C om unión.

Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su cora­ zón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.”100 El buen pastor es el que reza por sus ovejas, por los que no rezan y deberían hacerlo. Quizá haya mucha gente que necesi­ taría alabar a Dios y no lo hace. Tenemos que suplir esa caren­ cia con nuestra oración de sustitución. Nuestro prim er aposto­ lado es ponernos en el lugar del “otro”, y rezar en “vez de”. ¿Qué madre no está preocupada por la falta de piedad de algún hijo suyo? ¿No podría rezar en su lugar? No cabe duda que el Señor escucha esa oración como venida del “otro”. Por último, una sugerencia que me aplico a mí mismo, no salir de la tradición, es decir, rezar con la Palabra de Dios que está en la Escritura, para rezar con las mismas oraciones que rezaron los patriarcas, los profetas -¡los salmos!101- y la Iglesia desde siempre, la oración de los padres y del Magisterio. En definitiva, rezar con la vitalidad de los santos. “Lo que hace única la oración cristiana es la oración de Je­ sús: el Hijo de Dios ha orado al Padre con un Corazón humano y ese Corazón es, para toda oración cristiana, el ‘lugar de en­ cuentro’, el meeting point. Y para nosotros, sacerdotes, el Cora­ zón de Jesús es, por decirlo de alguna manera, nuestro ‘rincón de oración, ese lugar oculto en el que nuestra vocación, nuestra vida de servidores de Cristo, amigos de Jesús, encuentra su au­

100 C atecism o de la Iglesia C atólica, N ro. 2765. 101 Son invalorables los com entarios d e los salm os que hicieron los P ap as San Juan P ablo II y B enedicto X V I, en la catcquesis de los m iércoles.

tentico sitio. Os invito, pues, a alcanzar ese lugar del Corazón de Jesús como lugar de nuestra oración.”102

S C H O N B O R N , C hristopher, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid, 2010,

PORQUE V ER Á N A D IO S

or la mañana del domingo de Pascua o de Resurrección, muy temprano, Jesús se le apareció a María Magdalena junto al sepulcro, quien rápidamente anunció a los de­ más ¡He visto al Señor! (Jn 20,18)

P

De tarde, se les apareció por prim era vez a los discípulos, en el Cenáculo. Dice el Evangelio: Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros. (Jn 20,19) El cuerpo de los resucitados tendrá unas características es­ peciales, no se trata simplemente de “salir de la tumba” y unirse al alma como antes, porque las condiciones de vida son nuevas aunque se trate de la misma persona. El Evangelio nos mues­ tra a Jesús resucitado y en Él se descubren esas característi­ cas como la celeridad, la luminosidad o resplandor, etc., de tal modo que no todos lo pueden ver o descubrir. ¿Acaso no les sucedió a los discípulos de Emaús que lo reconocieron reciéñ en el momento de la fracción del pan? Sólo aquellos que tienen los ojos de la fe lo pueden ver; el m undo no creyente, en cambio, no puede ver a Jesús resucita­

do, porque Él está reservado a los que le aman y conservan su Palabra. Tanto los primeros cristianos como nosotros nos pregun­ tamos por qué Jesús no se manifestará con su poder y en su gloria para demostrar su victoria, y vencer a los incrédulos se­ pultándolos bajo los escombros de su vergüenza. Quizá no sea ésa la lógica divina, porque no se puede percibir con los ojos del cuerpo, hacen falta “otros ojos”. Jesús está presente entre nosotros de distintos modos: cuan­ do se juntan dos o más en su nombre, Él está en medio de ellos; en el centro de las almas en gracia; en el prójimo, o en el nece­ sitado; en la naturaleza como cabeza de toda la creación; en la Escritura, y en especial en los sacramentos, sobre todo la Euca­ ristía cuya presencia es única y singular: Tomad y comed, esto es mi cuerpo. (Le 22,19) ¿Cómo hacer para poder verlo o descubrirlo en todas sus manifestaciones? Cuando tengamos el corazón abierto a su amor; pero mientras que seamos unos “funcionarios” de la vida espiritual, cumplidores de rituales fríos, Jesús pasará al lado de nosotros sin ser visto; dicho con otras palabras, puede ser un papelón. No sé quién es el autor de esta historia. Alguien me dijo que erá Mamerto Menapace, pero no me dijo de cuál de sus obras. Al principio veía a Dios como el que me observaba, como un juez que llevaba cuenta de lo que hacía mal, como para ver si merecía el cielo o el infierno cuando muriera. Era como un presidente, reconocía su foto cuando la veía, pero realmente no lo conocía. Pero luego reconocí a Dios; parecía como si la vida fuera un viaje en bicicleta, pero era una bici de dos, y noté que Dios viajaba atrás y me ayudaba a pedalear. No sé cuán­ do sucedió, no me di cuenta cuándo fue que Él sugirió que

cambiáramos lugares, lo que sí sé es que mi vida no ha sido la misma desde entonces. Mi vida con Dios es muy emocionante. Cuando yo tenía el control, yo sabía a dónde iba. Era un tan­ to aburrido, pero predecible. Era la distancia más corta entre dos puntos. Pero cuando Él tomo el liderazgo, Él conocía otros caminos, caminos diferentes, hermosos, por las montañas, a través de lugares con paisajes, velocidades increíbles. Lo único que podía hacer era sostenerme; aunque pareciera una locura, Él solo me decía: “¡Pedalea!” Me preocupaba y ansiosamente le preguntaba: ¿A dónde me llevas? Él solo sonreía y no me contestaba, así que comencé a confiar en Él. Me olvidé de mi aburrida vida y comencé una aventura, y cuando yo decía “estoy asustado”, Él se inclinaba un poco para atrás y tocaba mi mano. No confié mucho en Él al principio, en darle el control de mi vida. Pensé que la echaría a perder, pero Él conocía cosas que yo no sabía acerca de andar en bici... secretos. Él sabía cómo doblar para dar vueltas cerra­ das, brincar para librar obstáculos llenos de piedras, inclusive volar para evitar horribles caminos. Y ahora estoy aprendiendo a callar y pedalear por los más extraños lugares. Estoy aprendiendo a disfrutar de la vista y de la suave brisa en mi cara y sobre todo de la increíble y deliciosa compañía de mi Dios. Y cuando estoy seguro que ya no puedo más, Él solo sonríe y me dice: “¡Pedalea!”

PRO CESIÓ N DE CO RPUS CHRISTI

a fiesta del Corpus Christi “pide” una procesión como se hace tradicionalmente. ¿Por qué? Porque Cristo hizo una procesión en la que dio todos los pasos que había que dar para nuestra salvación: salió del Cenáculo hacia el Huerto de los Olivos, de allí a Jerusalén, -la casa de Caifás, Pilatos, Herodes, ida y vuelta-, Calvario, aparición, Betania y Ascensión a los cielos.

L

Después se quedó en el Sagrario, haciendo otro “recorrido”, desde el cielo a la tierra, por las palabras consagratorias del sa­ cerdote en la Santa Misa. Los judíos celebran la Pascua recordando la huida de Egip­ to. Antes de la partida comieron el cordero y marcaron con su sangre el dintel de sus puertas para que el Ángel exterminador siga de largo y no se detenga en sus hogares. En el caso de la Úl­ tima Cena, el Cordero -el Pan vivo- no sólo es comido por los apóstoles, sino que también “sale” para hacer su vía crucis y ser inmolado. Es una variante: sí, hay sacrificio porque se inmola la Carne del Cordero, pero en este caso, después de ser comido, el Cordero recorre el camino hacia la muerte, y de la muerte a la resurrección, a la vida.

Cuando Jesús hizo el recorrido desde el Cenáculo fue acom­ pañado por sus discípulos, es decir, por toda la Iglesia. Ahora, el nuevo maná alimenta a todos los hombres, a toda la Iglesia. El Señor armó todo, a unos los puso más cerca que a otros, cada cual ocupando su lugar, pero todos “siguiendo” al Corde­ ro que se pasea por las calles de nuestra ciudad, o por todo el mundo. La infinita misericordia de Dios que se pasea por nues­ tras calles, contrasta con nuestra incomprensible indiferencia. “Ante todo, nos hemos reunido alrededor del altar del Señor para estar juntos en su presencia; luego tendrá lugar la proce­ sión, es decir, caminar con el Señor; y, por último, arrodillar­ se ante el Señor, la adoración, que comienza ya en la Misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el m om en­ to final de la bendición eucarística, cuando todos nos postre­ mos ante Aquel que se inclinó hasta nosotros y dio la vida por nosotros.”103

103 B E N E D IC T O X V I, H o m ilía en el atrio de la B asílica de San Juan de L etrán, S olem nidad del C o rp u s C hristi. 22 de m ayo de 2008.

BIEN A V EN TU R A D O S LOS LIM PIOS D E C O R A ZÓ N

esde siempre el hombre ha querido presentarse delan­ te de Dios de la mejor manera posible. En general, las religiones -el Corán en el caso de los musulm anes- de­ term inan cuáles son las cosas que agradan a Dios y, por tanto, qué es lo que hay que hacer para conseguir su beneplácito, y qué es lo que no hay que hacer para evitar su enojo.

D

La religión judía también está plagada de normas o leyes que reglamentan tanto los elementos que manchan al hombre, como los llamados procesos de purificación. Por ejemplo, los leprosos y otros enfermos de la piel caían en la impureza que los inhabilitaban para participar del culto, como del trato con los demás; por eso vivían en lugares apartados. Los animales que comían cosas inmundas como los cerdos, eran animales impuros, por consiguiente, no se podía comer carne de cerdo o beber del agua de un pozo donde había caído un cerdo. * Una antífona del Salmo de la Misa dice:104 ¿Quién será grato a tus ojos Señor? El Salmo contesta: El que procede honrada­ mente y obra con justicia; el que es sincero en sus palabras y con 104

Sal 15.

su lengua a nadie desprestigia. En definitiva son agradables a Dios los puros de corazón, los que cumplen con las exigencias de la moral, no sólo con los signos externos. Muchos caen, o caemos, en la tentación de considerar las obras exteriores como manifestaciones de la santidad o del pe­ cado, olvidándonos que lo importante está en el interior de la persona. “Pureza de intención. -Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gra­ cia, vences. Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá den­ tro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo -p o r puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloria. Reacciona en seguida cada vez y di: ‘Señor, para mí nada quiero. -Todo para tu gloria y por Amor?’105 Desde el fondo de nuestro corazón es de donde salen las buenas obras; Jesús no dejó de señalarlo. Si tenemos pureza de corazón se reflejará en el resplandor del semblante o en la cara pura y limpia. “Sin duda que has purificado bien tu intención, cuando has dicho: renuncio desde ahora a toda gratitud y pago humanos.”106 ¡Señor, dame un corazón puro!

105 SA N JO S E M A R IA , Camino, N ro. 788. 106 Idem ., N ro. 789

“La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intencio­ nes. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de ver­ dad en el mundo de nuestra intim idad y presida toda nuestra intención!”107 Jesús manso y humilde de Corazón, haced mi corazón se­ mejante al tuyo.



107

C A N A L S , Salvador, Ascética meditada, R ialp, M adrid, 1962, p. 143.

QUÉ O PIN A LA GENTE DE MÍ

l Evangelio de San Marcos se divide en dos grandes par­ tes fácilmente reconocibles una de otra. En la primera Jesús se muestra, mediante los milagros, como el Hijo de Dios; en la segunda se manifiesta el Cristo de la Pasión.

E

La escena de la confesión de; Pedro, y a continuación la pro­ mesa de su primado, que la liturgia la trae en bastantes oca­ siones sobre todo cuando se trata de una Misa por el Romano Pontífice, se sitúa al final de la primera parte. Jesús se aparta del territorio judío, o se acerca a los límites de la región de los gentiles. Cesárea de Filipo es una localidad que se encuentra en la ladera sur del monte Hermón, bien al norte de Palestina, junto a donde nace el río Jordán. En el camino hacia esa ciudad -sin que tengamos la certeza que el Señor haya habitado en ellaJesús les pregunta a sus discípulos lo que la gente opina de Él. En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las al­ deas de Cesárea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípu­ los: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: Unos, Juan Bautista; otros, Elias; y otros, uno de los profetas. Él les pre­ guntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Pedro le contestó: Tú eres el Mesías. (Me 8, 27-29)

Las respuestas parecen decepcionar bastante ya que hay opi­ niones de todo tipo entre los judíos: Juan el Bautista, Elias o alguno de los profetas. Pedro es el que, bajo inspiración, acierta a decir el Mesías. Nosotros, ¿qué respuesta hubiésemos dado? ¿A quién segui­ mos? ¿Al Cristo del que pretendemos milagros, al líder políti­ co, al triunfador reconocido socialmente? Ninguno de ellos me habla de abrazar la Cruz. En cambio cuando Pedro le dice que Él es el Mesías, Jesús comenzó a hablarles de la Pasión. Es importante seguir al verdadero Jesús, no al que el mundo dice que es, ni al que me separa de la Cruz, porque el que quiera salvar su vida la perderá. (Mt 16, 25) La verdadera imagen de Jesús se descubrirá cuando empiece á hablar de su misión que es la de vivir y m orir por la salva­ ción de los hombres. Seguir a Cristo es caminar por donde Él camina, es decir, hacia Jerusalén, como cuando Él caminaba de prisa y les llevaba la delantera porque ellos tenían miedo.108 “Señor, que yo me decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis miserias... Entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la expia­ ción, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de Tu vida. Nos iremos pareciendo más y más a Ti. Seremos otros Cristos, el mismo Cristo, ipse Christus.”109

108 Cfr. M e 1 0 ,3 2 . 109 SA N JO S E M A R IA , Vía Crucis, V I estación.

¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

n la Biblia, la Ley de Dios se expresa por medio de m u­ chos mandamientos. Bastantes más de los que nos ima­ ginamos. Nosotros hemos aprendido en la catcquesis de la Primera Comunión que hay diez, redactados de modo sinté­ tico, pero los judíos estudiosos de la Sagrada Escritura llegaron a contar seiscientos trece. En definitiva, y para zanjar esta cues­ tión, cabe preguntarnos ¿realmente, cuántos son los m anda­ mientos? La pregunta no es vana porque ellos son la puerta de entrada al reino de los cielos, por eso, queremos saber.

E

Las discusiones al respecto no se remontan a la época de Je­ sús, sino antes, porque las escuelas son anteriores a la era cris­ tiana y cada una tenía su respuesta, para todo. Un doctor de la Ley se lo preguntó a Jesús para tentarlo: ¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna?Él le contestó: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú? Y éste le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Has respondido bien: haz esto y vivirás. (Le 10, 25-28) La intención del doctor no era recta, porque él sabía la res­ puesta que daba la ley, y de hecho se lo dice al Señor cuando le pregunta qué está escrito. No responde con el texto de las

tablas de Moisés sino con un mandamiento del Deuteronomio -el amor a Dios- y otro del Levítico -el amor al prójim o-. Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús: ¿quién es mi prójimo? (Le 10, 29) El que está al lado, el que está cercano. ¿A cuánto llega la proximidad? Para los judíos de aquel entonces el prójimo era el israelita, y el que no lo era, aunque viviese al lado, era un forastero o extranjero. Con este último no se apli­ caba el segundo mandamiento porque era una persona exótica, o procedente “de un país lejano”, al cual la caridad o el amor no vinculaba. El Evangelio nos vuelve a preguntar, ¿quién es mi prójimo? La respuesta está relacionada con el tamaño del corazón, por­ que cuanto más grande es, tiene mayor alcance, incluso hasta nuestros enemigos. Siempre tendremos a alguien cercano para ejercitar la cari­ dad o el amor al prójimo. Tiende tu mano al vecino, porque sí, por elegancia; que no todo sea ganancia a lo largo del camino. Cambia de sabor el vino cuando no hay con quién brindar... ¿Qué harás con atesorar y ser opulento en bienes, si entre tus bienes no tienes el bien supremo de dar?110

110 G IL , A ntonio A lejan d ro (1 8 8 4 -1 9 5 2 ), Tinaja, Y en silencio, B uenos A ires, 1951.

Hace unos años estuve pasando unos días en González Ca­ tán, a las afueras de Buenos Aires. Al regresar por la transitada ruta que lleva a Buenos Aires nos pusimos detrás de un camión que tenía un mensaje en el paragolpes: “cambio cuñada por ví­ bora venenosa.” Pensé, de esto no me voy a olvidar porque me puede servir en mis predicaciones como en este caso, y porque muchas veces la sabiduría popular se expresa a través de estos medios sencillos, no convencionales. ¿Serán las cosas así? No debiera serlo porque una persona vale lo que vale su corazón, o la medida de su amor es la medida de su calidad, y cuando este es más fino, es decir, cuando ama lo más alto, lo más valioso, vale más. Sí, no deja de ser graciosa la poesía “El cementerio de Momo”, -Epitafios-, dónde se dice, entre otras cosas: “Yace aquí un mal matrimonio, dos cuñadas, suegra y yerno... No fal­ ta sino el demonio, para estar junto el infierno.”111 Amén de la irónica humorada es bueno recordar que con el amor al próji­ mo no se juega porque el prójimo es algo serio. “-H ijo: ¿dónde está el Cristo que las almas buscan en ti?: ¿en tu soberbia?, ¿en tus deseos de imponerte a los otros?, ¿en esas pequeñeces de carácter en las que no te quieres vencer?, ¿en esa tozudez?... ¿Está ahí Cristo? -¡¡No!!”112

#

111 M A R T ÍN E Z D E L A R O S A (1 7 8 7 -1 8 6 2 ), F rancisco, Poesías, M adrid, 1833. 112 SA N JO S E M A R IA , Forja, N ro. 468.

SE ABR IERO N SUS O ID O S

uando Jesús volvía a Galilea desde las regiones de Tiro, pasando por Sidón, le presentaron a un sordomudo para que lo curase. No es un dato menor situarnos en esa región de paganos que estaba más allá de los límites de Israel. Los habitantes de esos pueblos eran considerados por los judíos, impuros, por tanto, al margen del proceso redentor de salvación: no conocían al verdadero Dios, no cumplían los mandamientos y estaban llenos de vicios y supersticiones.

C

De nuevo, salió de la región de Tiro y vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. Le traen a uno que era sordo y que a duras penas podía hablar y le ruegan que le imponga la mano. Y apartándolo de la m u­ chedumbre, le metió los dedos en las orejas y le tocó con saliva la lengua; y mirando al cielo, suspiró, y le dijo: -Effeta -que sig­ nifica: Ábrete. Y se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar correctamente. Y les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, más lo proclamaban; y estaban tan maravillados que decían: Todo lo , ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos. (Me 7, 31-37) Jesús no rechazó al sordo ni tuvo en cuenta su condición de exótico sino que lo curó igualmente aunque fuese pagano, y además enfermo, por tanto, impuro. Le puso los dedos en las

orejas y con la saliva tocó la lengua al tiempo que decía “Effeta” que significa “ábrete”. La palabra de Jesús llegó hasta el sordo­ mudo y se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y empezó a hablar normalmente. ¿Cuál será el mensaje de este pasaje evangélico? Obviamen­ te que se trata de un mensaje que llega hasta el día de hoy a todos nosotros, como la palabra de Jesús llegó al sordomudo. La palabra de Dios impacta en el alma de quien la escucha, por eso no es lo mismo leer la Biblia que cualquier otro libro. Es un consejo muy saludable leer el Evangelio cinco minutos todos los días, porque penetra y perfecciona, y nos identifica con el protagonista del Evangelio. La Palabra tiene una fuerza que se manifiesta en la sanación corporal de alguna enfermedad. Si esa palabra no produce ningún efecto en nosotros no será a causa de Él sino porque le hemos puesto obstáculos personales o no la hemos asumido. La palabra no es algo ajeno a nosotros sino que penetra hasta el fondo de nuestra alma y exige una conversión, un cambio de actitud, de hábitos, a salir del estado de postración. “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que to­ dos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo.”113 Es posible que estemos sordos y mudos, pero no podemos dejar pasar la oportunidad que tenemos cuando nos encontra­ mos con Jesús, y nos encontramos muchas veces. Señor ábreme los labios, y mi boca proclamará tus alabanzas. (Sal 51,15)

113

SA N JO S E M A R IA , Camino, N ro. 2.

LA LEYENDA DE 1900

o soy un especialista en cine, es más, no tengo mucha idea del así llamado “séptimo arte”; sin embargo, por invitación de unos amigos extranjeros, volví a ver con gusto “La leyenda de 1900”, una película de 1998 que te reco­ miendo.

N

Está dirigida por Giuseppe Tornatore, en base a un guión que él mismo hizo, y con la actuación extraordinaria de Tim Roth como protagonista. Más de estos datos elementales ex­ traídos de internet, no tengo. Hay que verla, aunque tenga sus años. El argumento de la película gira alrededor de la vida de un hombre llamado “1900”, que nació en un barco, fue abandona­ do en el mismo barco, y nunca se bajó de él. No podía hacerlo. Psicológicamente estaba impedido a ampliar los horizontes de su vida, más allá del “RMS Virginia”. Te confieso que disfruté, como la primera vez, sobre todo con el impresionante diálogo final en el que el protagonista -1900- explica porqué no se bajó ni se bajará del barco, aunque lo dinamiten. En una oportunidad estuvo a punto de hacerlo, pero no lo hizo.

Sobre esto último quería hacerte un breve comentario para justificar haber incluido en el libro algo de cine, en medio de textos de la Escritura, habida cuenta que no entiendo nada. El protagonista era el pianista del barco, porque una noche, siendo niño, se sentó frente al piano y prodigiosamente empe­ zó a tocar. Era un superdotado, y se convirtió en el pianista del barco, en el pianista de la orquesta del barco. Su mundo no iba más allá del trasatlántico que unía Europa con América a principios del siglo XX, es decir, que tenía una extensión no mayor de 164 metros de popa a proa; no más de 2000 pasajeros en cada viaje, y un piano de 88 teclas. Eso era todo. Cuando tomó la decisión de bajar, tras la insistencia de sus amigos -especialmente del trompetista de la orquesta, su m e­ jor amigo-, no lo pudo hacer porque vio la inmensidad de la ciudad, y de las posibilidades que ésta le ofrecía. Al llegar a la mitad de la escalerilla, tiró su sombrero al agua, y, ante la m ira­ da atónita de los tripulantes, dio media vuelta y volvió al barco. ¿Qué habrá pensado en ese momento, después de tantos años de deliberar sobre la posibilidad de bajar? Según contó después, a punto de que dinamiten el barco y m orir en él, am ­ pliar el panorama de su vida lo había cohibido absolutamente. • Diríamos que patológicamente. Se decía a sí mismo, “con un teclado de 88 teclas, yo puedo sacar infinitas melodías, pero el panorama que se me abría era de “infinitos teclados”, y esos yo no los puedo tocar, los toca Dios”. Sin duda que 1900 tenía problemas psicológicos severos, pero dentro de su enfermedad tenía cierta coherencia, aunque con una visión humana -enferm iza- y sin trascendencia. So­ bre esto quería reflexionar, porque ciertamente nos deja alguna

enseñanza, y a eso quería llegar. Obviamente no soy psicólogo y no lo intento hacer. Muchas veces no queremos enfrentar la vida que nos toca vivir, y nos cohibimos ante el panorama que se nos presenta, ya sea huyendo, o replegándonos ensimismados. De una manera o de otra, nos paralizamos, como el pianista. Es verdad que tenemos que ser realistas y no aspirar a más de lo que somos, porque vamos a hacer ridiculeces. Mi capa­ cidad está dentro del ámbito de las 88 teclas. Más no puedo pedir, ni quiero exigir. Me tengo que contentar cómo soy; no debo pretender un mundo que no es para mí. Esto es muy sen­ sato, pero no tenemos que olvidarnos algunos conceptos que te quiero resumir: - hay otro sumando -debe haberlo- en nuestras ecuacio­ nes: Dios; - el m undo que nos ofrece Él es mucho mayor y más m a­ ravilloso al que nosotros podemos imaginar con nues­ tra pequeña visión de las cosas. La tierra es mucho más grande de lo que nosotros pensamos, y el cielo, ni siquie­ ra lo podemos imaginar, aunque estamos hechos para él; - tenemos que estar dispuestos a lo que Dios nos propone, aunque nos de vértigo y asuste; - con frecuencia nos olvidamos que las mejores ofertas de vida, son las de Dios, aunque las apariencias nos puedan engañar; - que el mejor lugar para vivir es allí donde nos puso Él, y asumirlo es un paso de madurez muy importante;

- que contamos con su gracia para hacer frente a lo que Él dispuso; - que el Señor con los talentos que tenemos, sacará “infini­ tas melodías”, pero cuidado, las tocará Él; - sólo tenemos qu.e identificarnos con su voluntad y así saldrán esas melodías que no imaginamos, para alaban­ za y gloria de su nombre.

¿SON M U C H O S LOS " QUE SE SALVAN?

esde siempre el hombre se pregunta cuándo y cómo sucederá el juicio final, cuáles son las señales, si falta poco o mucho tiempo para que llegue ese día. Obvia­ mente que todo esto enciende la curiosidad humana que no se satisface con respuestas sencillas o indiferentes. ¿Cuántos se salvan? ¿Qué es lo que hay que hacer para salvarse?

D

Una persona le preguntó a Jesús si son pocos los que se salvan. La respuesta en números, no sé qué le añadiría a este hombre en orden a su salvación, por eso el Señor reconduce la curiosidad porque esta nos hace evadir de la responsabilidad concreta. Saber el número exacto de los que se salvan, no nos va a ser más o menos amigos de Dios, pero sí nos puede dis­ traer del compromiso de amor adquirido en el Bautismo o con la vocación. La respuesta de Jesús a este hombre, cuyo nombre pasa ocul­ to, es fuerte: ¡no os conozco! ¡¡¿Cómo que no nos conoce, si hemos comido juntos, ha predicado en nuestras ciudades?!! El Señor no se acordará de nosotros porque la falta de amor nos distancia de Él, aunque estemos cerca, como el hijo mayor en la parábola del hijo pródigo. O como el rico epulón, cuyo nombre desconocemos, porque epulón significa comilón y bebedor, es decir, no es nombre propio, porque no era nadie a los ojos de

Dios por haber elegido la buena vida, en lugar de la caridad. En cambio el pobre sí tenía nombre: Lázaro. “Ama mucho al Señor. Custodia en tu alma, y foméntala, esta urgencia de quererle. Ama a Dios, precisamente ahora, cuando quizá bastantes de los que le tienen en sus manos no le quieren, le maltratan y le descuidan.”114 ¿Nos habremos puesto a pensar alguna vez qué más podía hacer el Señor por nosotros que no haya hecho? ¿Cómo corres­ pondemos a tanto amor? ¿Qué más podemos hacer nosotros? Al Señor le basta sólo un gesto para volcarse, como lo hizo con el buen ladrón, la Verónica, Zaqueo, la pecadora, etc. El Señor necesita gestos de buena amistad, de cariño y de amor. Si un día hemos hecho un sencillo acto de amor a Dios -¡Je­ sús, te quiero!-, ese día valió la pena haberlo vivido. Tengamos esa experiencia y se llenará nuestra alma de amor. “¿Cómo debe ser para usted la experiencia de orar? A mi juicio debe ser, de cierta manera, una experiencia de claudica­ ción, de entrega, donde todo nuestro ser entre en la presencia de Dios. Es allí donde se producirá el diálogo, la escucha, la trans­ formación. Mirar a Dios, pero sobre todo sentirse mirado por Él. En ocasiones la experiencia religiosa en la oración se produ­ ce, en mi caso, cuando rezo vocalmente el Rosario o los salmos. O cuando celebro con mucho gozo la Eucaristía. Pero cuando más vivo la experiencia religiosa es en el momento en que me pongo, a tiempo indefinido, delante del sagrario. A veces, me duermo sentado dejándome mirar. Siento como si estuviera en manos de otro, como si Dios me estuviese tomando la mano.”115

114 SA N JO S E M A R IA , Forja , N ro. 438. 115 R U B IN , S -A M B R O G E T T I, F., El jesuíta, C onversaciones con Jorge B ergoglio , E diciones B , B arcelo n a, 2013, p. 51.

Se pregunta San Juan Pablo II: “¿Qué es la oración? C om ún­ mente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un ‘yo’ y un ‘tu. En este caso un Tú con la T mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el ‘yo’ parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.”116

*

116 JU A N PA B L O II, Cruzando el umbral de la esperanza, P laz a & Janes, B arce­ lona, 1994, p. 38.

F

TESTIGOS DEL A M O R DE JESÚS

e los cuatro domingos de Adviento, dos de ellos están dedicados a San Juan Bautista. Cuando toca el Evan­ gelio de San Juan, el relato está hecho bajo una óptica especial, como es lógico, porque cada evangelista pone su im ­ pronta en su Evangelio.

D

Sin duda, lo que llama la atención en San Juan, es la distan­ cia que establece entre el Bautista y el Mesías: no era la luz sino testigo de la Luz, o, no soy el Mesías. Pasados los años, algunos de los discípulos de San Juan Bau­ tista continuaron venerándolo por encima de Jesús y aún hoy subsiste en oriente con sus peculiaridades la secta de los m án­ deos. La intención del autor del Evangelio es darle al Bautista el verdadero lugar de “testigo”, despojándolo de todos los otros títulos que vayan más allá de esta condición. Todos los aconte­ cimientos en los que San Juan pueda quedar enaltecido como un santo, pasan a un segundo plano o se omiten en San Juan.» El testigo es el que da testimonio de lo que vio. A veces la gente se pregunta ¿quién puede ser testigo del matrimonio? Cualquiera que dé testimonio de que los novios/esposos pres­ taron su consentimiento. No me refiero al testigo cualificado,

que debe reunir además alguna condición especial, por otras razones. El testigo solo tiene que tener la “capacidad” de dar fe, y haber presenciado los hechos. Los primeros cristianos fueron testigos de Jesús, y dieron fe de su predicación, milagros, muerte y resurrección. A lo largo de los siglos el Señor suscita en el seno de la Iglesia testigos que dan crédito de la presencia de Dios en el mundo. Sin duda que los santos son testigos, y su testimonio hace que la gente crea en Jesús, por eso provocan conversiones. Sirve de ejemplo esta conmovedora anécdota de San Juan Pablo II: “Sucedió en la preparación del Congreso sobre la acción de los Católicos durante la Inquisición. Daría como fruto la pe­ tición pública de perdón por parte del Papa, por el daño cau­ sado por los católicos en relación a la Inquisición. Como es costumbre, se llamó a muchos expertos a Roma, sin distinción de religión, raza o sexo. Y allí apareció un historiador español, de religión protestante. Después de algunos días de ponencias y conclusiones, se invitó a una audiencia privada de los partici­ pantes con el Papa, Juan Pablo II. Este hombre -e l historiador español-, al ser protestante, pensó que no había venido a ver al Papa, ya que había ido a un •congreso. Por la noche le dio vueltas y no se atrevió a decírselo a su mujer, que compartía habitación con él, en el hotel. Total, que en contra de su opinión y creyendo contentar a su mujer, al día siguiente se desdijo y decidió apuntarse. En­ tonces, después de la clásica espera corta en la antesala, fueron llamados a la audiencia. Una vez dentro éste abrió los ojos y lentamente cayó de rodillas al suelo. Cuando su atónita mujer fue a ayudarle a levantarse dijo que no estaba viendo al Papa

sino a Cristo. La audiencia entera fue para él un auténtico valle de lágrimas, y el que entró protestante salió católico.”117 Todos somos testigos de Jesús, en la medida que tengamos la experiencia de su presencia en nuestra vida, de la que poda­ mos acreditar luego. La religión católica no es una religión del libro que contiene preceptos que hay que cumplir sino que es una invitación a establecer una relación personal con Jesús, un encuentro con una Persona. De allí que nuestra vida consiste en enamorarnos de Jesús -n o en “portarnos bien”, que es otra cosa- y contarles a los demás la experiencia que tenemos de ese amor, que cier­ tamente es mutuo, porque Él nos amó primero.

117

http://www.anecdonet.a)rrVmodules.php?name=News&file=article&sid= 117

USTEDES SO N TESTIGOS DE T O D O ESTO

’ esús no se conformó con que los discípulos se hubiesen dado cuenta que Él era el Resucitado. No bastaba con una comprensión -si bien necesaria- de la Buena Nueva, o, dio de otro modo, con tener buena formación o doctrina. El cristianismo no es una filosofía de vida o un sistema de pensa­ miento, sino que es mucho más. El cristianismo es vida, es la Vida de Jesús en nosotros, compartida e incorporada, hasta la identificación con Él: “por Cristo, con Él y en ÉL”

I

Jesús se encargó de recordárselos: ustedes han sido testigos de todo esto. (Le 24, 48) ¿Quién es el testigo? El que ve y da testimonio de lo que ha visto. No sólo ve sino que lo trasmite a otros. Muchos vieron lo que ellos vieron, pero, por no com­ prender no fueron testigos, al menos inmediatamente, más adelante quizá sí. No todos los que ven y oyen son testigos porque muchos viendo no creyeron, o no comprendieron el valor de lo que estaban viendo. Los apóstoles lo vieron y lo comprendieron, y experimentaron en su vida la salvación que venía de lo que habían visto, por eso se llenaron de alegría con la Resurrección, y alabaron a Dios permanentemente después de la Ascensión. Casi todos ellos, según lo que nos dice la tradición, fueron tes­ tigos hasta el martirio.

¿Nosotros somos testigos? ¿Cuál es nuestro testimonio? ¿Hablo de Jesús resucitado? El testigo no puede callar, tiene que hablar para que muchos oyendo crean, y amen a Dios. El sacerdote es el testigo, que, como un faro luminoso en medio de la oscuridad, debe iluminar, pero todos somos sa­ cerdotes -co n el sacerdocio común recibido en el Bautismo- y testigos presenciales de la Resurrección.

Y USTEDES Q U IÉ N D IC EN QUE SOY YO

uando el Señor se aparta para orar a solas con sus dis­ cípulos, les pregunta sobre lo que opina la gente de Él. Habitualmente se lo confunde con un gran personaje de la historia, o con un profeta que ha vuelto a la vida. Pero volver al presente desde el “más allá” significa tener poderes especia­ les y milagrosos, y el Señor hacía milagros.

C

Da la impresión de que la gente se queda, en el mejor de los casos, con lo maravilloso de su presencia entre los hombres, pero no llega a captar su mensaje más profundo, ni a conectar con Él, en cuanto Persona, y establecer una relación de amis­ tad, de intimidad, de amor. ¿Pero ustedes quién dicen que soy yo? (Le 9,20) Cuál es nuestra opinión de Jesús, nos pregunta el Evangelio. A veces no consegui­ mos salir del círculo de nosotros mismos, por eso pensamos que Jesús es el que nos da algo -paz-, o calma nuestras angustias y ansiedades, o soluciona nuestros problemas, pero aún no hemos dado un paso adelante en esta relación: amar al otro, desearle el bien, hacerle el bien, sin pensar en el beneficio que me reporta. El verdadero amor es el que no espera retorno, sino que sale de nosotros y se queda en la persona amada. Te quiero y me alegra -m e hace feliz- tu felicidad, no espero más.

En un reportaje que le hizo la cadena EWTN al Papa Fran­ cisco cuando era Card. Arzobispo de Buenos Aires118, contó que cuando hablaba con alguien sobre su vida cristiana le pregun­ taba cómo era su oración. En general las respuestas se movían en el horizonte de la petición -porque los católicos somos muy pedigüeños, dijo el entonces Cardenal- o del perdón, por eso él los interpelaba: ¿y la adoración? ¿Cuándo vas a tener un espacio de adoración? Señor, te adoro con profunda reverencia... El otro enemigo del amor a Dios, es la actividad, o el activis­ mo, que nos come, porque caemos en la trampa de pensar que lo importante es hacer las cosas bien, o portarnos bien, pero Jesús nos debe estar preguntando en medio del trajín de cada jornada: ¿cuándo me vas a decir “te quiero mucho”? El primer mandamiento y más importante es amar a Dios sobre todas las cosas, es bueno recordarlo. Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, muérame yo luego. Vea quien quisiere rosas y jazmines que si yo te viere veré mil jardines, flor de los serafines, Jesús nazareno, véante mis ojos muérame yo luego.119

118 http ://w w w .y o u tu b e.com /w atch?v= N Z 1Z czyyK w M 119 A U C L A IR , M arcelle, La vida de Santa Teresa de Jesús, Palabra, M adrid, 1984, p. 246.

D O S CARTAS

ara term inar este diálogo que he mantenido contigo lector, a través de las reflexiones hechas hasta aquí, me pongo nostálgico, porque mi modo de ser es así. Vuelvo mis pasos hasta el momento de la ordenación sacerdotal el día 15 de agosto de 1986 (fiesta de la Asunción de la Virgen), en el Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad (Aragón, España).

P

Me había ido a estudiar a Roma, en lo que hoy es la Univer­ sidad Pontificia de la Santa Cruz, donde hice la licenciatura en Derecho Canónico. En julio de 1985 me fui a Pamplona (Espa­ ña), para hacer el doctorado. La preparación inmediata para la ordenación sacerdotal, ju ­ lio-agosto de 1986, fue en el mismo Santuario de Torreciudad, del que guardo un recuerdo imborrable como es comprensible. El Señor además me concedió la gracia de poder ir de vuelta cuando se cumplieron las bodas de plata sacerdotales. Con ocasión de recibir el sacramento del Orden, mis padres y mi familia fueron desde Argentina, alojándose en lugares cercanos a Torreciudad. Después de la ordenación, y de pasar unos días en España, se volvieron a Argentina. Desde allí me llegaron muchas cartas de ellos -familiares y amigos-, que aún guardo con mucho cariño, porque, entre

otras cosas, más de uno ha partido a la casa del Padre. Quiero en esta oportunidad trascribirte un par de ellas muy especiales, la que me escribió mi padre desde Argentina, al regreso de su viaje a Torreciudad, y la del que era Prelado del Opus Dei en ese momento, ya próximo a ser beato, Alvaro del Portillo. Esta última está dirigida a todos los que nos ordenábamos.

****

Buenos Aires,

noviembre de 1986

Querido hijo Salva: Has sido ordenado sacerdote para siempre. Dios ha puesto su mirada en ti y en nosotros. ¿Por qué en nosotros? Insonda­ ble misterio de la bondad divina. No tenemos cómo expresar nuestro gozo. ¡Pensar que es sangre de nuestra sangre el que ofrece la sangre del Cordero! Sólo nos queda bendecir, alabar y glorificar, y darle gracias al Señor por este regalo del cielo. Pero, ¡qué responsabilidad de los padres de un sacerdote! Son los cireneos que deben ayudarle a llevar la Cruz sacerdotal, brindándole todo el apoyo espiritual y también humano, ne­ cesario para el mejor desempeño de su ministerio. Debemos ser peldaños en tu ascenso, en el camino de tu perfección, y no obstáculos que te lo impidan. Tu sacerdocio es para nosotros un motivo más de satisfacción, considerando que actúas en la persona de Cristo, y eres parte de nuestro ser. Pedimos a Dios un sacerdote santo, crucificado con Cristo que ame y glorifique al Señor desde la Cruz; predique desde la Cruz, santifique desde la Cruz; y desde la Cruz sea el mediador entre Dios y los hombres. Junto a tu Cruz coloca a la Virgen

Santísima. No separes nunca a la Madre de su Hijo: “en todo Cristo y siempre María”. Ciñe en tu frente la corona de espinas, para iluminar tu mente con la luz de la fe y así conocer y amar la Verdad. Sé un sacerdote docto para enseñar la buena doc­ trina y no un cura de “misa y olla”, como solía decir tu abuelo. Sé un sacerdote de profunda vida interior; es fundamental, lo demás vendrá por añadidura. Establece tu morada en el costa­ do abierto de Cristo en la Cruz, y a solas con Él, despójate de ti mismo y de todos, y en silencio, goza de su Divina presencia; contempla, medita y ora, en una continua alabanza de Gloria, adoración y acción de gracias a la Beatísima Trinidad. Allí, ama con locura y déjate amar, guiar y conducir por la voluntad Di­ vina. Allí nutre y hunde las raíces del árbol de tu Cruz, para que crezcan y se desarrollen frondosas ramas, cargadas con los abundantes frutos de tus buenas obras. •

Clava tus pies en el madero y camina por el sendero estre­ cho de la Cruz, siguiendo los pasos de Cristo, sin detenerte ni desviarte. Clava tus manos en la Cruz y extiende generoso tus brazos, para atraer todo hacia Él. Extiende también tu sonri­ sa, tu simpatía, desbordante de alegría, y ocurrencias que con­ forman tu modo de ser, que son dones del Señor que debes emplear para tu labor apostólica. De ellos también te pedirán cuenta. Pero no olvides que son simples medios, no te dejes seducir, huye de los éxitos que el mayor éxito fue el “fracaso” de la Cruz. Con la madera de la Cruz, construye la barca de pescador de almas. Con el leño de la Cruz, alimenta el fuego de la Caridad, con­ súmete en él, para purificarte, santificarte y santificar, amando al prójimo, que es la única forma de poder amar a Dios. Reduce a cenizas al hombre viejo, y renace en el nuevo Adán crucificado. Lleva la Cruz que Él te ofrece y no tanto la que te impongas, muchas veces deformada por nuestro amor propio. Cuídate de

los recuerdos y nostalgias, producidas por el alejamiento de los tuyos, para seguir a Cristo; son embrollos de “mandinga”, para debilitar tu fortaleza, ante las exigencias del compromiso de tu entrega total a Dios. Únete a la Pasión de Cristo, para ser como Él, obediente, paciente, humilde, fuerte y perseverante, hasta ofrecer la vida en la C ruz por Amor. No seas un sacerdote mediocre, o “mistongo” como diría Castellani120; vive con heroísmo las virtudes teologales y demás que le preceden. Practica los consejos evangélicos, lo exige tu vida de perfección, no olvides que recibiste mucho y se te pedi­ rá más. Compórtate con la dignidad de tu investidura sin per­ der tu peculiar forma de ser, con naturalidad, sin afectación, en un sentido ni en otro. Ama la Iglesia y al Papa, que es amar a Cristo. No empañes su rostro, sele fiel y obediente aun en las pequeñas cosas. )

Ama a la Obra y a sus directores; da continuas gracias a Dios por haberte brindado este medio excepcional para encauzar tu vocación. No sabes la paz y la alegría de tus padres al ver a su hijo a salvo de tantas desviaciones y calamidades que hoy afli­ gen a la Iglesia, gracias al espíritu y a la formación que recibes de esta bendita Obra de Dios. Por último pedimos, que al final de tu jornada, puedas ex­ clamar desde el madero de la Cruz “Todo está terminado”, Se­ ñor, te devuelvo centuplicados los talentos que me diste, y así recibirás tu corona de gloria. Con un gran abrazo de tus padres en Cristo Nuestro Señor.

120 L eonardo C astellani (1 8 9 9 -1 9 8 1 ), sacerdote católico argentino, escritor y p e ­ riodista.

Roma, 29-V II-86 Queridísimos hijos: ¡que Jesús os guarde! Pocos momentos después de que os lean estas letras mías, comenzará la ceremonia en la que mi buen amigo, el querido Sr. Obispo de Barbastro, Don Ambrosio Echebarría, os im pon­ drá sus manos episcopales, confiriéndoos el sacramento del orden, y convirtiéndoos así en sacerdotes de Jesucristo. Vaya a Don Ambrosio mi más cordial agradecimiento, por haber ac­ cedido gustosamente a mi petición de que fuera él el Obispo ordenante. ¡A vosotros, mi felicitación más cariñosa, hijos míos! Cuan­ do recibáis ese sacramento, vuestras almas quedarán transfor­ madas, porque recibirán el carácter sacerdotal, que es como el sello de la acción del Espíritu Santo, y que indicará indele­ blemente que sois -lo vais a ser enseguida, por querer divino aceptado libérrimamente por vosotros-, sacerdotes de la Nue­ va Ley, que participáis del único Sacerdocio de Cristo, Señor Nuestro. Seréis -cada uno de vosotros-, de esta manera, y de un m odo inefable, alter Christus, otro Cristo: o como decía audazmente nuestro Santo Fundador, el mismo Cristo, ipse Christus, con el que os identificaréis tan perfectamente que po­ dréis hablar en Su nombre, utilizando la prim era persona del singular: “Este es mi Cuerpo”; “Este es el Cáliz de mi Sangre”; “Yo te perdono tus pecados”. ¡Es inimaginable la grandeza del don, que vais a recibir! Pero pensad, hijos míos, que Dios Nuestro Señor tiene el de­ recho de pedir mucho a aquel a quien tanto da. Mucho os da a vosotros -a cada uno de vosotros; a ti hijo m ío-, y mucho os pide; exige de ti, hijo, la santidad: que luches por ser santo, con el fin de poder convertirte én un instrumento idóneo para servir a las almas.

El sacerdocio no es una carrera, sino un servicio, un apos­ tolado. Es una entrega generosa, plena, sin cálculos ni limita­ ciones, para ser sembradores de paz y de alegría en el mundo, y para abrir las puertas del Cielo a quienes se beneficien de ese servicio y ministerio vuestro. Esta entrega supone mucha gracia de Dios, y podéis estar bien seguros de que el Señor os concederá con extraordinaria abundancia todos los dones que os serán precisos. Y supone también, de vuestra parte, mucha corresponden­ cia a esas gracias divinas: sé que lucharéis, en todos los instan­ tes de vuestra vida -hasta el momento supremo de rendirla a Dios-, para corresponder con amor a tanto Amor divino. Este amor vuestro se traducirá en una constante búsqueda, hum il­ de y apasionada, de Dios, para demostrarle que le amáis; y se manifestará en deseos y en acciones de servicio desinteresado a todos; en una perfecta sumisión -¡unión! - y en un gran amor al Papa, a vuestro Ordinario el Prelado del Opus Dei y a los Obispos en Comunión con la Santa Sede; y particularmente, en el gran celo con el que trataréis de ejercitar el ministerio, para el que vais a ser ordenados sacerdotes, entre los fieles y en los apostolados de nuestra Prelatura, para el bien de la Santa Igle­ sia de Dios y en gran beneficio de las diócesis donde trabajéis. ¡Que Dios os bendiga, hijos míos! Tratad mucho, filialmen­ te, a la Santísima Virgen, la gran Madre de Dios y Madre nues­ tra, Madre de Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, y por este m o­ tivo Madre, de un modo especialísimo, de los sacerdotes. Ella quiere que se cumpla siempre la Voluntad de su Hijo Jesús: y la Voluntad de Jesús es que seáis santos. ¡Ella os ayudará! A vuestros padres y hermanos, y a todos vuestros parientes, mi felicitación llena de afecto: estoy muy unido a ellos, dando gracias a Dios por este honor que les dispensa y por esta cari­

cia que les hace, con vuestra ordenación sacerdotal. ¡Que recen por mí, como yo rezo por todos ellos! Al Señor Obispo de Barbastro, le repito mi agradecimiento, y le envío un fuerte y fraternal abrazo. A vosotros, hijos míos queridísimos, que no dejéis de en­ viarme vuestra bendición sacerdotal, y de recordarme en la celebración de la Santa Misa. Nuestro Padre, desde el Cielo, os sonreirá, y os llenará de bendiciones. Recibid, junto a esa pléto­ ra de bienes que ciertamente os conseguirá nuestro Fundador, en el día de vuestra ordenación sacerdotal, la bendición que, en su nombre, os envía también este Padre vuestro, que mucho os quiere. Alvaro

IN D IC E

IN T R O D U C C IÓ N .............................................................................................................

3

P O R A M O R A LA E U C A R IST ÍA ................................................................£ ...............

5

A M O R A LA LIB ERTA D .................................................................................................

9

B IEN A V EN TU R A D O S LOS POBRES D E E SPÍR IT U ...........................................

13

C O R A Z Ó N M ISE R IC O R D IO SO ............ ....................................................................

17

D A M E, SEÑOR, U N P O C O D E SOL, A LG O DE T R A B A JO .............................

21

¿DE Q U É HABLABAN EN EL C A M IN O ? ................................................................

25

IV D O M IN G O DE CUARESM A, D O M IN G O LAETARE, D O M IN G O DE LAS ROSA S...........................................................................................................................

29

D O N D E L Á G R IM A S .......................................................................................................

31

EL BU EN P A S T O R ............................................................................................................

35

EL C ÍN G U L O Y LA P U R E Z A .......................................................................................

39

EL M A N D A M IE N T O DEL A M O R .............................................................................

43

T E X T O DEL EPITA FIO DE T O M A S M O R O - A ño 153 2 - ..............................

47

E N U N D ESIERTO LUGAR D E LA M O N T A Ñ A ..................................................

53

EL H IJO M E N O R , EL P R Ó D IG O ..........................................

57

E N V IÓ M ENSAJEROS D ELA N TE D E É L ................................................................

61

ESTEN P R E P A R A D O S ....................................................................................................

67

EL A D E M IN IST R A D O IN F IE L ....................................................................................

71

H E V E N ID O A TRA ER F U E G O A LA T IE R R A ....................................................

75

TRA TÁD M ELO BIEN, TRA TÁD M ELO B IE N ........................................................

81

SA B ID U RÍA .........................................................................................................................

83

U N G ESTO D E A M O R ....................................................................................................

87

JU RO Q U E N O H E D E SERVIR A SEÑ O R Q U E SE H A D E M O R IR ..............

91

L A TO RRE DE BABEL.......................... ¿...... ..................................................................

95

N T R A . SEÑO RA DE LA SALETTE.............................................................................

99

H IJO S DE D IO S .................................................................................................................

103

LA M U JE R P E C A D O R A ................................................................................................

107

LA V IU D A DE N A IM ......................................................................................................

111

LOS PRIM ERO S LU G A R ES..........:................................................................................

115

M ARTA LO RECIBIÓ E N SU C A SA ...........................................................................

119

N O SOLO V EN D E R LO Q U E T E N E M O S ................................................................

123

A Q U IÉ N C O N TA RÉ M IS PEN A S..............................................................................

125

PADRE N U ESTRO Q U E ESTÁS E N EL C IE L O .....................................................

129

PO R Q U E V ER Á N A D IO S .............................................................................................

133

PR O C E SIÓ N D E C O R PU S C H R IST I..........................................................................

137

B IEN A V EN TU R A D O S LOS LIM PIOS D E C O R A Z Ó N .......................................

139

Q U É O PIN A LA G E N T E DE M i...................................................................................

143

Q U IÉ N ES M I P R Ó JIM O ?...............................................................................................

145

SE A BR IER O N SUS O ID O S ...........................................................................................

149

LA LEYEND OA DE 1 9 0 0 ................................................................................................

151

¿SO N M U C H O S LOS Q U E SE SALVAN?..................................................................

155

TESTIG O S DEL A M O R D E JESÚS..............................................................................

159

U STED ES SO N TESTIG O S DE T O D O E S T O .........................................................

163

Y USTEDES Q U IÉ N D IC E N Q U E SOY Y O .............................................................

165

D O S C A R T A S .................................................................................................

Related Documents

Desde Que Te Fuiste.docx
November 2019 22
Que Nada Te Turbe
October 2019 16
Que Te Quier1
June 2020 11

More Documents from "Carlos Herrerav Rozo"