Aportaciones de Galileo a la Astronomía Además de ser uno de los primeros físicos experimentales y teóricos, Galileo también contribuyó poderosamente al progreso de la astronomía abriendo a la humanidad ilimitadas perspectivas del universo circundante. Dirigió por primera vez su atención a los cielos en el año 1604, cuando una brillante estrella nueva (de las que ahora llamamos novas) apareció de repente una noche entre las constelaciones inmutables conocidas desde hace milenios por los observadores de las estrellas. Galileo, que entonces contaba cuarenta años, demostró que la nueva estrella era realmente una estrella y no alguna clase de meteoro de la atmósfera terrestre, y predijo que se desvanecería gradualmente. La aparición de una estrella nueva en el cielo, que se suponía absolutamente inmutable de acuerdo con la filosofía de Aristóteles y las enseñanzas de la Iglesia, le valió a Galileo muchos enemigos entre sus colegas científicos y el alto clero. Pocos años después de este primer paso en el estudio del cielo, Galileo revolucionó la astronomía construyendo el primer telescopio astronómico, que describió con las siguientes palabras:
Hace unos diez meses llegó a mis oídos el rumor de que había sido construido por un holandés un instrumento óptico con cuya ayuda objetos visibles, aunque muy distantes de los ojos del observador, se veían distintamente como a un palmo de la mano, con lo que se enlazaron algunas historias de este maravilloso efecto al cual algunos dan crédito y otros niegan. Lo mismo me fue confirmado pocos días después por una carta enviada desde París por el noble francés Jacob Badovere, que acabó por ser la razón de que me aplicara a indagar la teoría y descubrir los medios de que yo pudiera llegar a la invención de un instrumento análogo; una finalidad que conseguí más tarde por las consideraciones de la teoría de la refracción. Primero preparé un tubo de plomo a cuyos extremos fijé dos lentes de cristal, ambas planas por una cara, pero por la otra una era esférica convexa y otra cóncava. Apuntó con él al cielo y ante sus ojos se desplegaron las maravillas del universo. La Luna: La superficie de la Luna y de los demás cuerpos celestes no es de hecho lisa, uniforme y de esfericidad exactísima, tal y como ha enseñado una numerosa cohorte de filósofos, sino que, por el contrario, es desigual, escabrosa y llena de cavidades y prominencias, no de otro modo que la propia faz de la Tierra, que presenta aquí y allá las crestas de las montañas y los abismos de los valles. Los planetas: Los planetas presentan sus globos exactamente redondos y delineados y, a modo de lunitas completamente inundadas de luz, aparecen orbiculares, mientras que las estrellas nunca se ven delimitadas por un contorno circular, sino que presentan como fulgores cuyos rayos vibran en torno y centellean notablemente. Con el anteojo
aparecen de forma semejante a la que ofrecen a simple vista (¡Esta tuvo que ser la primera vez que se usó la expresión!), aunque hasta tal punto mayores que una estrellita de quinta o sexta magnitud parece igual que el Can (la estrella Sirio), la mayor de todas las fijas. La Vía Láctea: ... La Galaxia (Vía Láctea) no es otra cosa que un conglomerado de innumerables estrellas reunidas en montón. Júpiter:
He aquí que el séptimo día de enero del presente año de mil seiscientos diez, a la hora primera de la consiguiente noche, mientras contemplaba con el anteojo los astros celestes, apareció Júpiter. Percibí que lo acompañaban tres estrellitas, pequeñas sí, aunque en verdad clarísimas; las cuales, por más que considerase que eran del número de las fijas, me produjeron cierta admiración por cuanto que aparecían dispuestas exactamente en una línea recta paralela a la Eclíptica, así como más brillantes que las otras de magnitud pareja. Por la parte oriental había dos estrellas, pero solo una hacia el ocaso. Habiendo vuelto a contemplarlas al octavo día, no sé por qué hado, observé una disposición muy otra, pues las estrellas eran todas tres occidentales, más próximas que la noche anterior unas a otras y a Júpiter y mutuamente separadas por similares distancias.
«Tenemos cuatro estrellas que, como la Luna alrededor de la Tierra, nuestros sentidos nos ofrecen errando en torno a Júpiter, a la vez que todos ellos recorren junto con Júpiter una gran órbita en torno al Sol en el lapso de doce años». Saturno: La estrella de Saturno no es una sola, sino un agregado de tres que casi se tocan y que nunca se mueven o mudan entre sí; están dispuestas en fila a lo largo del Zodíaco, siendo la del medio tres veces mayor que las otras dos laterales.(1611) ...Lo he hallado solitario, sin la asistencia de las acostumbradas estrellas, y en suma, perfectamente redondo y delimitado como Júpiter.(1612) ...Las dos compañeras suyas ya no son dos pequeños globos perfectamente redondos como antes, sino que ahora son cuerpos mucho mayores y de forma no redonda, dos medios eclipses con dos triangulillos oscurísimos en el medio de dichas figuras contiguas al globo central de Saturno que se ve como siempre se ha visto, perfectamente redondo.(1616)
Venus: Me puse hace cuatro meses a observar Venus, la cual siendo vespertina, se me mostró perfectamente redonda, aunque bastante pequeña. Con tal figura se mantiene muchos días, si bien crece notablemente de tamaño. ... comenzó a menguar respecto a la redondez por la parte oriental, reduciéndose en pocos días a la semicircularidad, y manteniéndose con esa forma cerca de un mes sin más cambio que el del tamaño, que aumentaba notablemente. ... al retirarse del Sol, comenzó a ahuecarse por donde era recta, tornándose paulatinamente cornuda, viéndose ahora reducida a una sutilísima hoz semejante a la de la Luna de cuatro días. Sin embargo, el tamaño de su esfera se ha hecho tan grande que desde su primera aparición hasta que se mostró mediada y hasta lo que se ve ahora se da la diferencia que muestran estas tres figuras.
« Los planetas todos son oscuros por naturaleza propia. Venus necesariamente gira en torno al Sol, así como también Mercurio y todos los demás planetas, cosa que bien creían los Pitagóricos, Copérnico, Keplero y yo, aunque no se había demostrado sensiblemente como ahora con Venus y Mercurio». Las obervaciones telescópicas de Galileo están relatadas en sus libros «Sidereus Nuncius» (El mensajero celeste) de 1610 e «Istoria e dimostrazioni intorno alle machie solari» (Historia y demostraciones acerca de las manchas solares) de 1613, así como en su correspondencia con personajes de la época.
La existencia de uno sólo de los satélites de Júpiter era un golpe a las ideas tradicionales por dos razones:
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En primer lugar, muchos filósofos estaban plenamente convencidos de que existían, exactamente, siete cuerpos celestes (no contando las estrellas); por tanto el descubrimiento de uno más era una imposibilidad metafísica.
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En segundo lugar, mientras todos los restantes objetos celestes aparecían girando alrededor de la Tierra con un movimiento que sólo podía explicarse o entenderse por teorías bastante sofisticadas, los satélites de Júpiter, lenta, pero claramente, giraban alrededor de Júpiter; por tanto, la Tierra no era el centro de rotación de todos los cuerpos del Universo.
El astrónomo florentino Francisco Sizzi afirmaba en 1611 que no podían existir satélites alrededor de Júpiter por las siguientes razones: Hay siete ventanas en la cabeza: dos orificios en la nariz, dos ojos, dos oídos y una boca; así, en los cielos existen dos estrellas favorables, dos no propicias, dos luminarias y, Mercurio, sólo, indeciso e indiferente. De éste y muchos otros simples fenómenos de la Naturaleza, tales como los siete metales, etc., que sería tedioso enumerar, llegamos a la conclusión de que el número de planetas es, necesariamente, siete... Además, los judíos y otras antiguas naciones, así como las europeas modernas, han adoptado la división de la semana en siete días y las han denominado según los siete planetas; si incrementamos este número todo el sistema falla... Asimismo los satélites son invisibles a simple vista y, por tanto, no pueden tener influencia sobre la Tierra, son inútiles y, en consecuencia, no existen.