Carta de un niño a un soldado. Ésta ha sido una noche mágica porque por fin te vi, de cerca, caminando en el centro de la ciudad. Eres enorme, yo creo que casi mides tres veces lo que yo, y eso que soy el más grande de mi clase. Cargas un enorme fusil que ha de ser tan poderoso que mata al mismísimo diablo. No puedo mentirte: sentí cierto temor al acercarme, tu imagen es imponente, pero luego, cuando comenzaste a platicar conmigo y hasta bromeaste un poco, supe que sí, eres de los buenos. Y también sonríes.
A veces los adultos creen que los niños somos tontos, yo creo que no: escuchamos, observamos, nos damos cuenta de muchas cosas y, aunque no siempre nos callamos, hay ideas que nos guardamos para toda la vida. Tal vez nunca lo sepas y no me atreva a decírtelo, pero a partir de hoy, ya somos amigos. Te cuento, amigo, que ayer en mi fiesta de cumpleaños, después de haber partido el pastel, mi tío el mayor platicaba con su compañero de trabajo y le decía cómo algunos soldados, de esos que traen uniforme verde como tú, recibían dinero a cambio de hacer como que no veían cuando frente a ellos se
cometían robos, atentados a la nación, de todo tipo. Luego mi mamá me explicó que ustedes son especiales porque su más grande objetivo es el de proteger a la patria y por eso es que siempre que me preguntan en la escuela qué quiero ser de grande, contesto sin dudarlo: ¡Soldado, sí señor! Me gustaría ser soldado porque soy un niño bueno y quiero ser un hombre bueno que sirva a México, pero te confieso que me ha costado comprender quiénes ahora son los buenos y quiénes los malos. Dijeron en las noticias que están investigando a jefes de los meros meros, que usan uniforme del equipo de los buenos, pero que protegían
a los malos. Y por eso te escribo, desde este rincón casi oscuro de mi habitación, para pedirte que no me defraudes, que tu poderoso fusil no mate ese sentimiento que nace en mí y que me hace aplaudir, saltar, y saludar con la mano en la cabeza, con respeto, al verte. Ninguna de las historias fantásticas que me cuentan se acerca en emociones a lo que sentí cuando te vi salvando a una familia en plena inundación, destruyendo drogas para que no llegaran a nosotros, o a tu llanto cuando encontraste el cadáver de una niña tras el terremoto. Sé que no te reuniste con tu
familia en Navidad, fuiste el único que no llegó a la boda de tu hermana, tus hijos te reprochan en casa que no asististe a las ceremonias de graduación, pero en el fondo sabes que por México ha valido la pena. Con esa idea me quedo de ti, amigo anónimo. No me defraudes, no defraudes a México, y por favor, cuando pases por aquí en tu todoterreno, nunca dejes de saludarme. Con el corazón, tu amigo niño.