El avión mágico del Pentágono: segunda parte por Pierre-Henri Bunel* A pedido de la asociación neoconservadora Judicial Watch, el Departamento de Defensa de Estados Unidos hizo público el video completo del atentado ocurrido en el Pentágono el 11 de septiembre de 2001. La prensa neoconservadora se felicita por la difusión de estas imágenes que deberían contradecir definitivamente nuestros análisis. En realidad, el video en cuestión no contiene nada nuevo en relación con las imágenes ya conocidas desde el año 2002 y sigue siendo absolutamente imposible observar en ese material nada que se parezca a un Boeing 757-200. La secuencia confirma, por el contrario, el análisis del comandante Pierre-Henri Bunel que Thierry Meyssan publicó en su libro Le Pentagate, análisis que aquí publicamos.
Los videos entregados por el Departamento de Defensa de Estados Unidos a la organización neoconservadora Judicial Watch
«El efecto de una carga hueca», capítulo 4 del libro Le Pentagate ¿Qué tipo de explosión se produjo en el Pentágono el 11 de septiembre de 2001? Un análisis de las imágenes de video del impacto y de las fotos de los daños permite determinar el tipo de artefacto utilizado en el atentado. ¿Corresponde la explosión a la que podría producir el keroseno de un avión o a la de un verdadero explosivo? ¿Corresponde el incendio a lo que se puede esperar de un incendio producido por hidrocarburos o a un fuego clásico?
¿Deflagración o detonación? Como preámbulo, parece imprescindible aclarar al lector la existencia de una diferencia fundamental: la diferencia entre una deflagración y una detonación. La combustión de materias explosivas de tipo químico, como por ejemplo los diferentes tipos de pólvora, los explosivos o los hidrocarburos, causa un desprendimiento de energía que produce una onda expansiva. La difusión a gran velocidad de la enorme cantidad de gas producida por la reacción química está acompañada de una llama, de ruido causado por el desplazamiento de la onda expansiva por el aire y de humo. A menudo se observa, incluso antes de que se haga visible la
llama, una nube de vapor provocada por la compresión del aire alrededor de la zona de la explosión. Al no poder ponerse inmediatamente en movimiento, el aire se comprime ante la influencia de la onda expansiva. En el primer momento, debido a la compresión de las moléculas de aire, el vapor de agua invisible siempre presente en la atmósfera en mayor o menor cantidad se comprime y se hace visible bajo el aspecto de una nube blanca. Quiero insistir sobre la noción de onda expansiva. Una explosión es una reacción que proyecta gases a una velocidad más o menos grande. Las materias explosivas, según su composición química y la disposición física de sus moléculas, imprimen a los gases que ellas mismas generan una velocidad de propagación más o menos grande. Se dice que son más o menos progresivas. La observación de la onda expansiva resulta por consiguiente un indicio importantísimo sobre la velocidad de los gases proyectados por la explosión.
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Según el periodista norteamericano Alex Jones que ha realizado un fotomontaje animado ficticio (arriba) para recordarles a todos lo que se hubiera debido ver si fuera un Boeing estrellándose en el Pentágono. _____________________________________ Las materias explosivas se dividen en dos grupos, según su progresividad. Los explosivos producen una onda expansiva cuya velocidad de propagación es superior a un valor de
alrededor de 2 000 metros por segundo. Se dice por ello que los explosivos «detonan». Las materias explosivas cuya onda expansiva es inferior a esa velocidad no detonan sino que producen una «deflagración». Así sucede, por ejemplo, con diferentes tipos de pólvora y con los hidrocarburos. En un motor de explosión –y un turborreactor de Boeing 757 es un motor de explosión continua– el carburante a presión no causa una detonación. Si lo hiciese la estructura del motor no resistiría. El keroseno de un avión de pasajeros que se estrella se inflama, generalmente ni siquiera produce una deflagración o lo hace excepcionalmente y en puntos limitados de los motores. En el caso de Airbus que cayó en Nueva York, sobre el barrio de Queens, en noviembre de 2001, los motores no explotaron al estrellarse contra el suelo. El keroseno es un aceite pesado similar al gasoil, que ha sido sometido a un proceso de filtrado para adaptarlo a las condiciones físicas del paso a los inyectores de los motores a chorro. No es ese el caso de un explosivo. El color de las explosiones es también bastante importante. Durante las detonaciones, la onda expansiva se desplaza con rapidez. Si la explosión es aérea y sin obstáculos, la llama es a menudo de un color amarillo pálido en el lugar de la explosión. Al alejarse del punto cero, se hace naranja y luego roja. Cuando encuentra un obstáculo, como las paredes de un edificio, no se ve prácticamente la parte amarillo claro. La duración de la iluminación de ese color es breve. La forma de la llama da una impresión de «rigidez» debido a la velocidad de propagación. El humo no aparece hasta que empiezan a quemarse, debido a la brusca elevación de la temperatura, los polvos levantados por la onda expansiva. Se trata, en ese caso, de humos de incendio que tienen poca similitud con las volutas negras y pesadas que produce la quema de hidrocarburos. Pero los explosivos sólidos no son simples combinaciones químicas. Su eficacia se puede mejorar mediante la modificación de su forma física. En principio, la onda expansiva de los explosivos se propaga perpendicularmente a la superficie del material que se hace reaccionar. Modificando la forma de la carga es posible, por consiguiente, orientar la onda expansiva para enviar el máximo de energía en una dirección dada, como si se tratara de un reflector que permite dirigir la luz de un faro. Existen así cargas esféricas cuya onda expansiva va en todas direcciones, cargas cilíndricas como las que llevan los obuses shrapnell (el tipo de arma que explota barriendo el campo de batalla con minúsculos pedazos de acero del tamaño de un cuadrado de chocolate), cargas planas que permiten hacer agujeros en obstáculos planos con un
mínimo de pérdida de energía en las direcciones inútiles, así como cargas huecas. Estas últimas concentran la onda expansiva principal creando un dardo de alta temperatura capaz de vehicular una cantidad de energía capaz de atravesar blindajes de acero, de materiales compuestos o de concreto.
Control de la explosión El elemento explosivo del arma [1] debe explotar en el momento deseado. Para que esto suceda exactamente según los deseos del utilizador, el explosivo debe tener cierta estabilidad. El explosivo que constituye la carga principal de un arma es demasiado estable para explotar a causa de un simple choque. En realidad, para iniciar la reacción química es necesario someter la carga a una onda expansiva provocada por un explosivo más sensible y menos poderoso que se denomina detonante. La carga explosiva detonante reacciona a un choque, una chispa o un impulso eléctrico o electromagnético. Se crea entonces una onda expansiva que provoca la detonación de la carga principal. El sistema que controla la explosión de la carga detonante se llama mecanismo de fuego. Los dispositivos existentes son muy variados y llevaría demasiado tiempo estudiarlos todos. Me limitaré por tanto a mencionar los dos sistemas que podrían haberle servido al Pentágono, o sea el controlado por el operador o los sistemas para carga hueca de percusión instantánea y de explosión ligeramente retardada. Los obuses, bombas o misiles llevan un mecanismo de fuego que comprende una espoleta, un sistema de retardo y detonador. Este dispositivo se llama cohete. Se fija en el arma, ya sea durante la fabricación de esta o durante su preparación para el disparo. El dispositivo incluye un sistema de seguridad que impide su funcionamiento hasta el momento en que se prepara el arma para ser utilizada. La espoleta puede ser activada mediante un choque (en el caso de los cohetes de percusión), por un radar detector de distancia (en el caso de los cohetes radioeléctricos) o mediante la reacción provocada por una fuente de calor o una masa magnética (en el caso de los cohetes térmicos y magnéticos. La espoleta puede provocar la detonación instantáneamente o poner en marcha el sistema de retardo para que la detonación del arma se produzca varios milisegundos después del impacto. En este último caso, el arma penetra en el objetivo perforándolo físicamente gracias a su blindaje. La detonación
de la carga se produce cuando el arma ha penetrado ya en el objetivo, lo cual acrecienta su efecto destructivo. Para ciertas fortificaciones muy duras, existen incluso armas equipadas de varias cargas. Las primeras rompen el concreto y la o las siguientes penetran y detonan. En general, las cargas para romper el concreto son cargas huecas. El dardo de energía y de materias fundidas perfora la fortificación y difunde dentro de ella cantidades de materias calientes empujadas por una columna de energía que perfora los muros como un taladro. El tremendo calor que produce la detonación de la carga hueca incendie toda materia combustible que se encuentre dentro del recinto atacado. Durante la guerra del Golfo, los misiles o las bombas teledirigidas antifortificaciones perforaron todos los búnkers alcanzados, como en el fuerte de As Salman. Una sola bomba era capaz de perforar tres capas de hormigón armado, comenzando por la más gruesa, la del exterior.
El misil Es evidente que para realizar un ataque con ese tipo de arma se necesita un dispositivo de lanzamiento. En el caso de las bombas teledirigidas, el arma se lanza desde un avión o mediante un helicóptero de gran potencia. La velocidad inicial del arma es entonces la del vehículo portador. El arma desciende en vuelo similar al de un planeador y es dirigida generalmente por una especie de carril láser. En el caso de un misil, el alcance del arma es mucho mayor ya que el misil dispone de su propio motor. También es posible disparar el misil desde una rampa de lanzamiento terrestre. Incluso existen misiles tierra-tierra capaces de servir de vector para el uso de armas antifortificaciones. El modelo reciente de misil crucero moderno tiene generalmente tres etapas de vuelo. El lanzamiento, etapa durante la cual el misil adquiere su velocidad de vuelo al salir de la panza de un avión o de un tubo lanzamisiles. Propulsado por un motor a velocidad máxima, el misil alcanza su velocidad óptima de vuelo y despliega sus alas y alerones de cola. Luego desciende hasta su altitud óptima de vuelo y sigue su trayectoria de acercamiento al blanco. Durante esa fase del vuelo las maniobras del misil obedecen a un programa de vuelo que lo hace tomar altitud o bajar lo suficientemente cerca del suelo como para permitirle escapar a los medios enemigos de detección, al igual que un avión de combate en vuelo táctico. El misil mantiene ese comportamiento hasta que llega a cierta distancia del objetivo, dos o tres kilómetros
según el tipo de misil. A partir de ese momento, el misil vuela en línea recta hacia el blanco bajo el impulso de una fuerte aceleración que le imprime el máximo de velocidad posible para que golpee su objetivo con el máximo de fuerza de penetración. Para ello se necesita, por consiguiente, que el misil llegue al punto de entrada con la máxima precisión y que se encuentre no sólo en el lugar preciso sino orientado en la dirección precisa antes de entrar en la fase de aceleración. Es por ello que el misil termina frecuentemente su vuelo de aproximación con un viraje cerrado que le permite «alinearse» correctamente. Un observador atento vería que el misil reduce entonces su velocidad antes de «acelerar».
El tipo de explosión observada en el Pentágono El 8 de marzo de 2002, un mes después del principio de la polémica en Internet y tres días antes de la publicación del libro L’Effroyable Imposture (publicado en español como La Gran Impostura), la CNN publicó cinco nuevas imágenes del atentado. [2] Enseguida, una agencia fotográfica difundió ampliamente dichas imágenes a numerosos periódicos de todo el mundo. No fue al parecer el Pentágono el que hizo públicas aquellas imágenes, provenientes de una cámara de vigilancia. El Pentágono se limitó a autentificarlas. En ellas se aprecia el desarrollo de la llama del impacto sobre la fachada del edificio del Departamento de Defensa.
La primera vista (ver cuaderno fotográfico, p. II) nos muestra una erupción blanca de lo que parece ser humo blanco. Esta imagen recuerda inevitablemente la vaporización de la humedad ambiental en el primer instante del despliegue en la atmósfera de una onda expansiva supersónica producida por una materia detonante. Se distinguen sin embargo algunas llamas rojas características de las altas temperaturas que alcanza el aire bajo la presión de una onda expansiva rápida. Lo que salta a la vista es que la onda expansiva comienza en el interior del edificio. Se distingue, sobre el techo, la salida de la bola de energía que no se ha convertido aún en una bola de fuego. Se puede pensar entonces en la detonación de un explosivo de alto valor energético pero no es posible determinar aún, en ese momento preciso, si se trata o no de una carga de efecto dirigido. A ras del suelo, partiendo de la derecha de la foto y yendo
hacia la base de la masa de vapor blanco, se distingue un surco blanco de humo que recuerda ni más ni menos que el humo que sale por la tobera del propulsor de un artefacto volador. Contrariamente al humo que despedirían dos motores alimentados con keroseno, se trata de un humo muy blanco. Los turborreactores de un Boeing 757 habrían dejado una cola de humo mucho más negro. El examen de esa única foto hace pensar en el paso de aparato volante de un solo motor mucho más pequeño que un avión de pasajeros, no en dos turbopropulsores General Electric.
En la segunda imagen (cuaderno fotográfico, p. III) se ve todavía el surco de humo horizontal pero se distingue muy
claramente el desarrollo de la llama roja. Resulta interesante la comparación de esta imagen del impacto del Pentágono con la del impacto del avión contra la segunda torre del World Trade Center (cuaderno fotográfico, p. III). La llama del impacto del World Trade Center es de color amarillo, síntoma de una temperatura de combustión más baja, y está mezclada con humo negro y pesado, producto de la combustión de hidrocarburos en el aire. Se trata, en ese caso, del keroseno contenido en un avión. Arrastrada por la caída del carburante, esa llama desciende lentamente hacia delante frente a la fachada por donde penetró el avión. Por el contrario, la llama de la explosión del Pentágono se proyecta bruscamente hacia arriba, desde el interior del edificio, arrancando escombros que se ven mezclados con la llama roja. Ya no vemos la nube de vapor provocada por la onda expansiva que no dejaba ver la llama en la primera foto del impacto del Pentágono. El intenso calor ha evaporado aquella nube, lo cual, como ya hemos visto, es característico de las detonaciones producidas por un explosivo de alto rendimiento. Aprovechemos para fijarnos en el aspecto del humo que sube en la primera torre atacada mientras se desarrolla el incendio. Se trata de volutas pesadas y gruesas. En cuanto al paso del avión por el aire, a diferencia del aparato que parece haber golpeado el Pentágono, no se observa ningún surco de humo aunque el impacto acaba de producirse.
Las fotos de la página IV del cuaderno (que reproducimos aquí) fueron tomadas poco después de la explosión. Los bomberos no han entrado todavía en acción. En la foto de arriba vemos que la llama de la explosión se ha apagado. El incendio provocado por el explosivo no se ha propagado aún y las llamas no son todavía visibles, con excepción del nivel del punto de impacto donde se aprecia la luminosidad roja en el eje del poste que sostiene la pancarta de la autopista. No nos encontramos, por tanto, ante la configuración de un incendio provocado por un avión de pasajeros ya que el keroseno se habría incendiado instantáneamente. La fachada no se ha desmoronado aún. No presenta ninguna huella visible de destrucción mecánica de envergadura mientras que los
pisos y el techo ya han sido afectados por la explosión. En la foto de abajo, tomada –según el autor– alrededor de un minuto más tarde, los incendios provocados dentro del edificio por la onda de calor comienzan a propagarse. La flecha indica un agujero en la fachada a través del cual se ve el foco de un incendio que va cobrando fuerza. La fachada no se ha caído aún y el humo inicial se disipa. Sólo más tarde, después de la unión de los incendios que los convierte en uno solo, aparecen humaredas más fuertes pero que no presentan nunca el aspecto de las humaredas que produce el incendio de un avión de pasajeros y de sus tanques de keroseno. En resumen, el simple examen de estas fotos que todo el mundo pudo ver en la prensa permite hacerse una idea de las diferencias evidentes entre las dos explosiones. Si la llama del World Trade Center corresponde evidentemente a la llamarada provocada por el keroseno de un avión, todo indica que algo muy distinto se produjo en el Pentágono. El aparato volante que golpeó el Departamento de Defensa no tiene, a primera vista, nada que ver con el avión de pasajeros de la versión oficial. Es necesario, sin embargo, proseguir el estudio para poder progresar en la búsqueda de elementos que nos permitirán quizás determinar la naturaleza de la explosión que afectó el Pentágono.
¿Un incendio de hidrocarburos? Cuando los bomberos llegan al lugar se ve claramente que utilizan agua para atacar el fuego (cuaderno fotográfico, p. X). Varias fotos oficiales muestran un camión de bomberos de los llamados en francés CCFM (camión cisterna para fuego medio). El agua que sale de las mangueras es de color blanco. No contiene, por consiguiente, la sustancia que se utiliza para ciertos fuegos, sustancia denominada retardante. Por lo general, los retardantes dan al agua un color rojizo o carmelitoso. Por consiguiente, el incendio principal que están atacando no es un fuego producido por hidrocarburos ya que no se ve el cañón de espuma característico de las operaciones que se realizan en los casos de accidentes de aviones ni mangueras que proyecten productos adecuados para esos casos.
A pesar de ello, el examen de la primera foto de la página VI (ver arriba) muestra residuos de espuma carbónica. Esto se explica en testimonios recogidos durante el 11 de septiembre acerca de la explosión de un vehículo cerca de la fachada –un helicóptero según algunos, un camión según otros. En todo caso, varias fotos muestran un camión en llamas a la derecha del lugar del impacto. Sin embargo, la cantidad de residuos de espuma es bastante reducida y estos aparecen principalmente no sobre el incendio del edificio sino sobre el césped que se encuentra frente a este, como si se hubiese apagado un fuego provocado por el incendio ya producido por el atentado. Es lo que los bomberos llaman un “incendio por simpatía”. O sea que el cañón de espuma se utilizó para apagar uno o varios
incendios secundarios. En las imágenes difundidas por el Departamento de Defensa se ve un camión equipado de un cañón de espuma que apaga un fuego situado delante de la fachada mientras que las bombas de gran potencia atacan el fuego principal dentro del edificio. Es evidente que la manera en que está dirigida la aspersión tiene como objetivo reducir la temperatura general mojándolo todo a priori, antes de poder penetrar en el edificio para apagar los incendios punto por punto. O sea, aunque el incendio producido por los tanques casi llenos de un avión exigiría el empleo masivo de medios especializados para la extinción de fuegos de hidrocarburos, los bomberos están utilizando agua normal como en los llamados fuegos urbanos en los que no intervienen combustibles especiales. Además, se puede ver que el humo corresponde precisamente al humo de un incendio normal en un inmueble urbano, tanto por su color como por el aspecto de las volutas. No hay comparación posible con el humo que salía del World Trade Center en aquellos mismos instantes.
Artillería, inteligencia y BDA Después de reaccionar como antiguo bombero, lo haré como oficial observador de artillería. Este último tiene entre sus tareas las de señalar los objetivos, determinar el tipo de arma que será necesario utilizar en función de los objetivos y la cantidad de proyectiles que habrá que usar para ponerlos fuera de combate. Ya realizada la operación contra los objetivos, queda por realizar la evaluación de los daños reales para determinar si el primer golpe fue suficiente o si habrá que continuar el fuego. Se trata de hacer un balance de la destrucción provocada, balance que se transmite después a los diferentes niveles de la cadena de mando y al servicio de inteligencia. Esa evaluación de los daños ocasionados en el campo de batalla responde en inglés a las siglas BDA (battlefield damage assessment). Por supuesto, esa evaluación debe realizarse con un máximo de objetividad ya que ordenar nuevos disparos sobre un objetivo ya neutralizado o destruido sería tan estúpido como hacer creer que un objetivo ha sido neutralizado cuando en realidad sigue representando una amenaza. Durante la guerra del Golfo, los tres comandantes en jefe –el francés, el británico y el estadounidense– se reunían diariamente en el puesto de mando del general Schwarzkopf. Parte del tiempo dedicado al punto «inteligencia» durante el
briefing estaba consagrado al examen de las fotos de BDA. Y Schwarzkopf les dedicaba especial atención. En aquellas imágenes se veían los efectos de las armas y la envergadura de los daños causados a los objetivos. No hay que creer que los tres generales eran una especie de fisgones. Aquello les permitía no sólo decidir si era necesario seguir atacando los objetivos ya atacados sino decidir también la utilización de armas menos potentes para evitar que los daños infligidos a los objetivos militares tuviesen consecuencias para el medio civil. Esto quiere decir que para quienes se dedican a la interpretación de las imágenes, para los observadores de artillería y los oficiales de la inteligencia, la evaluación de los daños constituye una materia clave que estudiamos con sumo cuidado. Y cuando la teoría se une a la experiencia, como en mi caso, uno dispone de ciertos elementos de apreciación objetiva que le permiten examinar los daños infligidos a una edificación, sobre todo cuando se conoce bastante bien esta última, lo que también es mi caso.
Las fotos oficiales de la fachada Una vista general de la fachada resulta sumamente interesante. Esta imagen, que también proviene de los organismos oficiales estadounidenses, es presentada en la página V del cuaderno fotográfico (ver arriba). En momentos en que los bomberos han terminado ya su trabajo en el exterior del edificio, se distinguen varios elementos que aportan información. Primeramente, el hollín que cubre la fachada es una mezcla de los tipos de hollín que produce el humo de un incendio clásico. Otro es característico de los que produce la onda expansiva de un explosivo de alto rendimiento. Pero no se ve por ninguna parte la capa grasienta y espesa que se deposita en un fuego de keroseno. Los cristales han sido rotos por una detonación pero no fundidos por un incendio de hidrocarburos que hubiese durado varios días. Lo más notorio es que hay pocos cristales rotos y que las ventanas afectadas están situadas principalmente cerca del punto donde se produjo la explosión y al nivel de los pisos bajos. Por consiguiente, cerca del punto cero. Es muy probable que la onda expansiva se haya propagado a lo largo de los pasillos, como bien se ve en la foto de conjunto de la página XI del cuaderno. Eso corrobora el testimonio de David Theall [3]. Este oficial de enlace del Pentágono describe haber oído de pronto un ruido violento acompañado de una proyección de escombros que arrasó el pasillo al que daba su oficina.
Al principio del desplazamiento, la onda expansiva rompió los cristales y, una vez canalizada por las paredes de los pasillos, se orientó de forma tal que no tuvo tanto efecto sobre las ventanas. Hay que precisar que se trata de ventanas con cristales dobles y que el cristal exterior es particularmente sólido. Eso fue lo que declaró el representante de la empresa que las instaló [4] y fue también lo que me habían explicado mucho antes del atentado durante una visita oficial al Pentágono como intérprete. Una foto tomada más de cerca y más detallada, en la parte baja de la página V, ofrece una vista de la zona del impacto después de haber sido retirados los escombros. La imagen permite distinguir claramente los pilares de concreto de la armazón del edificio y los pasillos que recorren los pisos. Esto permite comprender mejor cómo fue que la onda expansiva pasó a lo largo de las ventanas antes mencionadas. La foto muestra que los pilares verticales, algunos de los cuales están envueltos por encofrados de madera, fueron evidentemente fragilizados en la planta baja, o sea en el nivel donde se produjo la detonación. Pero no fueron fracturados ni partidos en pedazos, como debería haber sucedido si hubiesen sido golpeados por el borde de ataque de las alas de un avión de cien toneladas. En ese caso habrían sido alcanzados por la parte del borde de ataque situada más o menos en el lugar en que van los motores, o sea en la parte más sólida. Es evidente que ningún ala golpeó esos pilares verticales de la armazón de concreto. Si un avión se hubiese estrellado contra el Pentágono, como tratan de hacérnoslo creer en la versión oficial, las alas habrían tocado los pilares verticales aproximadamente al nivel del suelo en que están parados los hombres. Resulta evidente que la zona fragilizada se encuentra debajo, allí donde se ven los encofrados de madera y los puntales de acero de color minio. Por tanto, el vehículo portador de la carga que fragilizó los pilares golpeó por debajo del nivel al que habría golpeado un enorme avión de pasajeros. Y me remito aquí a la primera foto estudiada, en la que se ve la estela de humo de un propulsor casi rasante al suelo. Esa imagen permite además relativizar las declaraciones de ciertos expertos, según las cuales «el Pentágono está construido con materiales extremadamente sólidos». Es cierto que los empresarios utilizaron materiales endurecidos para los cristales y los revestimientos exteriores, pero la relación entre el Pentágono y un bunker es la misma que existe entre un auto
blindado y un tanque de guerra.
Una carga hueca anticoncreto La última foto fue realizada por el Departamento de Defensa y publicada en un sitio de la Marina de Guerra [5]. Aparece en la página XII de nuestro cuaderno fotográfico. Al examinarla, se ve en ella un hueco casi circular encima del cual se aprecia una huella negra. Esa perforación tiene un diámetro de alrededor 2,30 metros y se encuentra en la pared de la tercera línea del edificio, partiendo de la fachada. Habría sido hecha por la nariz del avión. Eso implicaría que la nariz del avión, hecha con una fibra de carbono que está muy lejos de ser un blindaje, atravesó, sin destruirse, seis paredes de carga de un edificio considerado más bien sólido. ¿Cuál sería entonces el origen de la huella negra que se ve en la pared encima del huevo? ¿La combustión del hidrocarburo? Si así fuese, toda la fachada del edificio estaría marcada de hollín y no sólo los pocos metros que realmente lo están. ¿Y los vidrios rotos? ¿Se rompieron por efecto del impacto? Hay que recordar que son cristales muy sólidos. El aspecto de la perforación que se ve en la pared recuerda inevitablemente los efectos de las cargas huecas anticoncreto que yo he podido ver en algunos campos de batalla. Esas armas se caracterizan por su «dardo». Ese dardo es una mezcla de gas y de materias en fusión que es proyectado en dirección del eje del paraboloide que constituye la parte delantera del arma. Propulsado a una velocidad de varios miles de metros por segundo con una temperatura de varios miles de grados, ese dardo perfora una pared de concreto de varios metros de grosor. Así que puede perforar sin problemas cinco paredes de un edificio. Cinco de las seis paredes, ya que la fachada fue perforada por el propio vector. La detonación de la carga militar no se produce, en efecto, hasta que la carga no se encuentra dentro del objetivo. Como expliqué anteriormente, los sistemas de detonación de las cargas anticoncreto no funcionan instantáneamente sino que son de acción retardada. Es por eso que la llama de la explosión se desarrolló del interior del edificio hacia el exterior. Como puede verse en las fotos tomadas por la cámara de seguridad, la onda expansiva parásita afectó la fachada, los pisos y el techo y se propagó a través de los pasillos a la altura del punto de impacto del vector: la planta baja. El dardo contiene gases a alta temperatura que se vuelven más
lentos y que terminan por detenerse antes del recorrido de las materias fundidas. Los gases incendian todo objeto combustible que encuentren a su paso. En la página XIII del cuaderno fotográfico se presenta una imagen esquemática de la llama y del dardo de una carga hueca en el momento de perforar una pared. Las materias fundidas van más lejos que los gases y, en este caso, la imagen recuerda inevitablemente el efecto provocado por las materias fundidas de un dardo al final de su trayectoria. Estas materias se habrían detenido en la última pared que se encontrara al final de su recorrido. Estando aún lo suficientemente calientes, habrían dejado en la pared esa huella negra, precisamente encima del hueco. El calor levanta materias que luego se enfrían y por tanto marca la pared solamente encima del punto de impacto. En ese estado terminal no hay ya temperatura suficiente como para marcar más aún el cemento. En cambio, los restos de la onda expansiva conservan todavía suficiente energía como para romper los cristales que se encuentran inmediatamente alrededor del hueco. Se comprende entonces por qué fue que los bomberos utilizaron agua. Se trata del fluido extintor que presenta el mayor calor específico. Es por tanto el más adecuado cuando se trata de enfriar materiales que han sufrido un «golpe calorífico» y de apagar los fuegos urbanos declarados por simpatía. Para los bomberos no se trataba, por consiguiente, de apagar un fuego de hidrocarburos sino diferentes fuegos aislados y de enfriar materiales recalentados. Esta foto, y los efectos descritos en la versión oficial, me hacen pensar por tanto que lo que afectó el edificio fue la detonación de una carga hueca de gran potencia destinada a destruir edificios duros y transportada por un vector aéreo, un misil.