El Café

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El Café El señor Juan Basora ha muerto. Un ataque al corazón lo dejó fulminado en su cama la mañana de ayer. Nana, su criada de confianza, prepara una bandeja con café y té para sus nietos que se han reunido en la oficina del difunto después del entierro. Ella alinea las tazas en la bandeja, dejando espacio suficiente para una tetera de agua caliente, otra con el café marca "Bustelo" que tanto le gustaba a su difunto patrón y una pequeña cacerola rebosante de azúcar morena. No deja de recordar que justo a esa hora de antes de ayer ella preparaba la misma bandeja, sólo que con una taza, para llevarla al propio lugar al que se dirigía en ese momento. Piensa, cuando sostiene la bandeja y se traslada hacía la antigua oficina de su fallecido jefe, en las palabras que éste le dirigió cuando, al entrar a su estudio y servirle su café, lo encontró escribiendo algunas notas sentado en su amplio escritorio de caoba: Nana, este café está tan delicioso como siempre – le dijo Don Juan mirándola con respeto a los ojos - Ojala que el día de mi muerte le prepares a mis nietos un café tan rico como éste para que, al menos, por unos segundos, mientras uno de ellos sienta la travesía de la bebida por su interior, me recuerde por algo más que mi dinero. Nana retiró la taza de las manos de Don Juan y lo miró dulcemente: -

Don Juan, ¿cómo cree que una cosa así pueda pasar? Sus nietos lo adoran y el día que usted muera no solo un trago de café los hará recordarlo - le dijo Nana con su voz armoniosa – además, a ¡usted le quedan muchos años con nosotros! – culminó mientras le rellenaba la taza.

Don Juan, se tomó el nuevo café servido, sonrió y expresó: -

No lo creo Nana, estoy seguro que así será.

Menos de cuarenta y ocho horas después de su conversación con Don Juan, Nana se dirige con una bandeja llena de tazas, dos teteras, azúcar morena y una cajita de Té Verde, a su oficina, ocupada, en ese instante, por sus cinco nietos, cuyas voces traspasan los muros del salón. Toca la puerta con su mano izquierda procurando no dejar caer la bandeja. Abre, delicadamente y con dificultad; al entrar mira los ojos de Juanico, el nieto mayor, que inmóvil, le devuelve la mirada con un gesto de alivio: -

Oh Nana, ¡eres tú!, como siempre con el cafecito Bustelo; le dice con una amplia sonrisa en sus labios – sírvenos una taza a cada uno. Para mi no Nana- dice Giselle, la nieta menor, con igual gesto que Juanico – sabes que estoy a dieta, prefiero Té Verde. Nana asiente con una leve mueca, y se dirige con una taza colmada de café hacía Elian, el más grosero de la familia, quien, ignorando la presencia de Nana, toma la taza y continúa su conversación con Juanico: -

Juanico, verdaderamente sólo quiero mi dinero, es decir, si ustedes quieren lo venden todo y me dan el efectivo, o quédense con las casas, los yates y demás y a mí me dan las cuentas del banco. A mi también – dice Judith, la nieta altruista – las propiedades no me sirven de nada. He estado esperando este día para poner en marcha mis nuevos proyectos comunitarios, y de verdad no tengo tiempo para ofertar propiedades, después venderlas y traspasarla. ¡Yo quiero dinero! – concluyó Judith, a la par que tomaba la taza de la bandeja, sin permitir que Nana le sirviera el café. Nana se fija que Juan Enrique, el más joven de todos, está sentado en una esquina, en posición autista, saboreando con un placer un tanto peculiar la taza que acaba de colocar en sus manos. Cuanto termina de beberlo, Juan Enrique se queda mirando la borra del café y el chin[1] de azúcar que decoran el fondo del pozuelo.

Juanico comenzó a hablar con mucho estruendo, tratando de convencer a Elian y Judith de que no era posible darles únicamente dinero. Juanico criticaba a sus hermanos: a Elian por su prepotencia, a Judith por ser una santa en la calle y un demonio ambicioso en la casa, a Giselle su vanidad, y a Juan Enrique su abstracción, su mutismo, su indeferencia. -

No te das cuenta Juan Enrique, que aquí estamos discutiendo asuntos tan importantes… mi condición de mayor me exige trata de resolver esto como la gente decente – hace una pausa, traga, y se para frente a él, lo mira fijamente y continua hablándole - ¿Qué diablo haces viendo esa fuñia taza? ¿No te das cuenta de los problemas que tenemos arriba? ¡Podemos terminar como una maldita familia dividida, por tres malditos pesos!

Nana observa que el Te verde ya se disolvió en el agua caliente, y mientras coloca la taza sobre un platillo, y se mueve para dársela a Giselle, no puede evitar mirar a Juan Enrique cuanto dice: -

Saben muchachos, no puedo pensar en dinero sin detenerme en que enterramos a mi abuelo, y que hoy es el primer día en no sé cuanto años que él no se toma su café bustelo.

Magnolia Méndez Febrero 16, 2008

[1] Un poquito

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