Una
pequeña
historia
sobre
la
memoria
Ella
no
sabe
quién
la
despertó
una
mañana
y
le
dijo
que
tenía
cosas
en
su
escritorio
dispuestas
para
ser
recordadas.
Y
es
aún
más
sorprendente
que
nunca
le
dijeran
qué
era
eso
de
recordar.
Se
dispuso
entonces
a
sacar
su
cuerpo
del
estado
de
reposo,
tomó
conciencia
de
sí
misma
poco
a
poco,
parte
por
parte,
como
queriendo
asegurarse
que
todo
estaba
en
su
sitio…
pero
un
segundo…
¿qué
sitio?
Retrocedió
unos
pasos
frente
a
la
puerta,
mente
en
blanco.
Notó
que
su
pecho
se
movía
sin
aparente
permiso,
sus
ojos
también
eran
así
de
rebeldes,
dando
vueltas,
ocultándose
detrás
de
un
trozo
de
piel
que
bajaba
y
subía.
¿Qué
era
todo
esto?
¿Desde
cuando
mi
materia
se
volvió
autónoma,
y
más
aún,
viva
por
voluntad
propia?
Algo
estaba
mal.
Siguió
tres
pasos:
1) Colocó
su
mano
derecha
sobre
su
rostro.
Algo
tibio
salía,
etéreo,
mientras
un
frío
entraba.
Todo
rítmicamente
coordinado.
Los
otros
le
dijeron
que
ese
acto
tenía
nombre:
respiración.
2) Mordió
una
parte
de
su
piel.
Sintió
un
fuerte
impulso.
No
le
gustó.
Con
esto
aprendió
lo
que
ellos
llamaban
dolor.
3) Por
último
tocó
su
ser.
Tan
distinto
en
cada
parte,
pero
todo
de
su
pertenencia.
Pensaba
algo
y
ésta
masa
la
realizaba.
Finalizó.
Tomó
conciencia.
Trató
de
reconocerse,
buscaba
nombres
para
esas
piezas
que
la
conformaban,
era
muy
difícil
distinguir
entre
ella
y
el
resto.
¿Qué
soy?
Al
parecer
soy
lo
que
mi
pecho
mueve,
mi
piel
siente
y
mis
partes
hacen.
¿Qué
es
el
resto?
Lo
que
no
cambia
por
más
que
yo
respire,
sienta
y
controle.
Con
estos
lineamientos
se
propuso
entender
lo
que
pasaba.
Alguien
(otro
que
podía
hacer
las
mismas
cosas
que
ella,
pero
que
no
era
parte
de
su
engranaje
controlable)
le
había
pedido
recordar.
Sabiéndose
existente,
ahora
debía
interactuar
con
otras
existencias.
¿Son
esas
existencias
como
la
mía?
Externamente
se
parecen
bastante,
pero
no
soy
yo.
¿En
qué
nos
diferenciamos?
Pues
no
lo
sé,
ellos
parecen
saber
que
no
son
yo,
pero
que
soy
algo
que
merece
el
mismo
trato
que
ellos
dan
a
sus
propios
yos
.
Comienza
a
ver
que
hay
igualdad,
pero
derepente
algo
viene
a
su
mente.
No
es
igualdad,
es
semejanza.
Gracias
a
ese
cambio
semántico
es
que
alguien
puede
oprimir
su
pecho
sin
que
ella
lo
consienta,
morder
su
piel
con
libertad
y
adueñarse
de
su
engranaje
sin
fundirse
con
el.
Ordenó
su
mente,
se
dio
cuenta
que
estaba
más
cerca
de
entender
esa
primera
tarea
que
inició
todo
esto:
establecer
similitudes
entre
ellos
y
ella,
hasta
tal
punto
de
poder
narrar
cosas
que
ya
pasaron
en
un
perfecto
presente
ficticio.
¡Y
lo
entendió!
Debía
ser
ella
en
otros
y
conservarse
como
unidad
sin
perder
de
vista
la
semejanza,
el
discurso
y
la
imaginación.
Aprendió
a
recordar.