Identidad Texto correspondiente al primer capítulo del libro “Housing is not just Houses” del Arquitecto Fernando Michaels, fundador y director de la Corporación de estudios para la sostenibilidad
Quizás usted se encuentre en medio de una muchedumbre en donde no conoce a nadie, pero se siente seguro porque de alguna manera la gente se le parece. Seguramente, también comparte con ellos algún interés por el encuentro, o puede ser que usted esté vestido como los demás, o probablemente habla el mismo idioma, o mucha gente es parecida a usted. La identidad es un factor de seguridad que nos permite actuar libre y confortablemente, frente a una situación, en contraste con aquella en donde usted no reconoce elementos familiares en su memoria. O también, cuando usted camina por un vecindario en donde las calles son tan parecidas que usted podría decir que son todas idénticas, usted no sólo se sentirá inseguro, usted se creerá perdido. Esto puede sucederle indudablemente en cualquiera de los barrios populares construidos en las décadas pasadas en Manila, México, Lima, Bogotá, o tantas otras ciudades con altas tasas de crecimiento. Esta es la herencia que la ciudad “ideal” del renacimiento y que la producción masiva reciente (medio siglo) de vivienda en serie le dejaron a la ciudad actual. Un urbanismo que no refleja los accidentes del paisaje, niega la topografía y rellena los ríos y los humedales. En franca lucha contra la naturalidad del paisaje, el desarrollo urbano de la era industrial priorizó la línea recta sobre las formas orgánicas de esta. Volando a través de los E.E.U.U. se puede apreciar este contrasentido de líneas rectas sin reflejo con el paisaje (Foto 1),
Ilustración 1 Arizona-Nuevo México, E.E.U.U.
y paradójicamente cómo algunos caminos alrededor de yacimientos de petróleo sí reflejan las líneas orgánicas (Foto2),
Ilustración 2 Perforación petrolera en Texas, E.E.U.U.
o cómo las terrazas de cultivo de arroz, construidas hace dos mil años son espejo de la topografía de la montaña (Foto 3),
Ilustración 3 Terrazas de arroz, Bantad, Filipinas
No deseo sugerir que la tierra no pueda ser intervenida, lo que deseo resaltar es que no debemos cicatrizar el planeta. Las consecuencias de la no-identificación con el territorio, bien sabido es, son causa de muchos de los mal llamados “desastres naturales”. Así pues, construir un ambiente urbano postindustrial, como reflejo comprensible del territorio es un primer indicio para construir, o reconstruir, ciudades humanizadas, vecindarios amables y armónicamente sustentables. Este enorme paso de la evolución no viene solo. Para darlo, tienen que forjarse cambios culturales profundos que residen en el individuo. La recuperación de la identidad en los individuos para conducir a la sociedad hacia un mejor mundo urbano es un propósito de cambio inaplazable. Cambio que se debe dar desde ahora en el sistema educativo formal para las generaciones que vienen, y mediante un
acercamiento pedagógico no formal para los adultos y las poblaciones que viven en condiciones de privación por todo el mundo. Aquí el urbanismo y la educación se juntan en un pensamiento que un joven filipino de Ifugao me expresó, mientras recorríamos las milenarias terrazas de cultivo arroz, “… nos han dado educación, pero sin enfoque…” En ello radica toda la cuestión: ENFOQUE. Pero en sí, ¿Qué es el enfoque?, ¿Es un enfoque global, internacional, nacional, regional, o local?, ¿Mixto, privado? La respuesta es sí, a todas, pero dentro de una jerarquía. En primer lugar, el enfoque debe centrarse en el individuo, privadamente, interiormente; luego localmente, de forma mixta, con la presencia del enfoque del otro, del vecino y, gradualmente o concéntricamente a los otros niveles, el vecindario, el barrio, la zona, la localidad…el planeta e incluso conducirlo hasta la relación cósmica y de vuelta al individuo. Allí es donde la educación formal de las nuevas generaciones debe asumir su papel para enseñar a los niños enfocados a partir de sí mismos, su cuerpo y los territorios naturales y sociales primarios. La lectura, la observación y el reconocimiento del cuerpo y los espacios más próximos, luego del ambiente natural, más adelante del ámbito económico, social, y político. Se debe introducir en todos los niveles del sistema educativo formal de la escuela una “Cátedra del territorio”, obligatoria desde la guardería y el jardín infantil, hasta los niveles de enseñanza medios, superiores, tecnológicos y profesionales. Pero dejemos esta tarea de urgencia para las generaciones futuras a los especialistas quienes deberán en muy corto plazo introducir los cambios necesarios en el plan de estudios nacional, para referirnos como es nuestro propósito, a millones de seres por todo el mundo que viven hoy bajo riesgo, en un ambiente supremamente insatisfactorio, lleno de injusticia, segregación, discriminación, degradación, injusticia, carencia de tenencia segura, falta de agua potable, hambre, entre muchas otras condiciones inhumanas. Para erradicar estas condiciones injustas no sólo es necesario enseñar valores, sino inculcarlos, instalarlos (al decir de los especialistas) profundamente dentro de los individuos, para que estos sean parte de sus sensaciones y emociones, y la actitud automática, no racional, de los actos cotidianos, sea inducida por la aceptación y el gusto por los valores positivos ó de rechazo y desacuerdo ante los antivalores. Cuando los valores quedan instalados en la moral, los pensamientos y los actos son coherentes y conscientemente “correctos”, podemos vivir satisfechos consigo mismo y a la vez
avanzamos hacia el bienestar común del hecho que nuestras acciones sean útiles para todo el mundo. Los derechos humanos están escritos desde la Revolución Francesa, incluso son reconocidos institucionalmente por las constituciones políticas de las naciones, pero aún culturalmente no se aplican, no han sido plenamente apropiados. Para lograrlo, además del cambio institucional en el sistema educativo, es necesario llevar a cabo procesos formativos-pedagógicos-culturales con actividades educativas no formales de “aprender haciendo” para instalar cambios en el comportamiento de los individuos que repercutan en que sea la sociedad civil quien conduzca hacia un mundo más feliz y más próspero. Siendo la cultura algo particular a cada individuo, los acuerdos para el cambio, se construyen desde lo personal hacia lo mixto y estos constituyen la cultura local, lo que hacemos. Como la unidad constitutiva de la cultura se origina en lo personal, es necesario fortalecer la coherencia entre lo que cada cual piensa y desea, lo que dice y lo que en efecto hace, para llegar a consolidar consensos de nivel cultural colectivo. En la práctica es imposible ser feliz siendo incoherente o haciendo (cultivando) lo que sabemos que es “incorrecto”, viviendo en una lucha interior constante. Una pista para determinar la coherencia en nuestras vidas es evaluar nuestro comportamiento respecto a la moral y a ley o nuestro tránsito por las zonas grises. Somos recordados por nuestros actos, las palabras se van con el viento. Ya es hora de ir del dicho al hecho. Además de la reconocida incidencia de la convergencia de la ley, la moral y la cultura en el desarrollo social y económico, cómo se manifiesta esta en el “habitar”, en la vivienda. En una situación convergente la corrupción no prevalece, lo “correcto” es construir las viviendas con condiciones de habitabilidad óptimas. Lo que sucede en la realidad, puesto que la construcción de vivienda también es un negocio que debe generar utilidades, es que se producen viviendas de muy baja calidad. No importa proceder “incorrectamente” respecto a las insuficientes condiciones de habitabilidad con que se produce la, a mala hora, llamada vivienda popular. No es esto en sí un acto de corrupción. ¿Cómo podemos cambiar este error histórico? Para el cambio más adelante propongo una metodología para poner en marcha procesos de planeación y ejecución comunitaria de entornos, vecindarios y ciudades mejor construidos en donde los individuos observan, reconocen e identifican en primer lugar su territorio y las condiciones particulares para
establecer acuerdos sobre objetivos comunes y las acciones posibles para lograrlos, a partir de la premisa única de que lo que se haga sea “útil para todos”.