El Más Allá Es Más Acá

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El más allá es más acá EL MÁS ALLÁ ES MÁS ACÁ Por: Zoraida Rodríguez Junio 10 de 2008 Hace 23 años cuando estudiaba teatro en el bloque 24 de la Universidad de Antioquia ocurrían muchas cosas parecidas a las que todavía ocurren allá. Disturbios, gases lacrimógenos, bombas papas, marchas producto de inconformidades y reclamos eran acompañadas por los temas de Ana y Jaime, Pablo Milanés o Silvio Rodríguez que se escuchaban por los lados de “Tronquitos” al ingresar a la la U. “¿Qué se estará conmemorando hoy?” era la pregunta; pero desde el cómodo escenario del bloque 24 eso pasaba “allá en el 9”, en Educación. Tal y como ocurre ahora, las audiencias nos acomodábamos a ver el espectáculo de los encapuchados como esperando el momento en que los gases no nos permitieran ver más y tuviéramos que apresurar el paso hacia la salida de Ingenierías (luego la salida hacia el metro) o confundirnos con los habitantes regulares de la U que continúan jugando cartas, trotando, almorzando, fumando, en fin; la tensión del desalojo era parte de la espera. Allá, en el 24 seguíamos haciendo piruetas, repasando diálogos, haciendo ejercicios de respiración para mejorar la emisión de la voz, algunos soñando más con la fama que otros, creyéndonos diferentes aunque seguíamos iguales a nosotros mismos y a los demás y eventualmente, viendo como algunos de esos encapuchados llegaban a cambiarse, esconderse o refugiarse en los baños del bloque. Lo que pasaba allá apenas si nos tocaba; solo recuerdo haberme asustado cuando alguien nos dijo que uno de esos encapuchados era un compañero que ahora vive en el extranjero. Todo ocurría allá, en el 9 lejos del 24; el resto relativamente tranquilos y en ocasiones molestos porque el semestre se podía cancelar, esperábamos la orden de desalojo. Casi 15 años después yo estaba allá, en el bloque 9 haciendo mi maestría. Muchas cosas seguían pasando en la salida de Barranquilla ahora un poco más cerca de mí, pero a los estudiantes de posgrado no nos afectaba tanto porque de todas maneras las clases se daban “aquí no se puede perder tiempo”. Aunque en varias ocasiones evadimos los enfrentamientos ubicándonos en otros espacios fuera o dentro de la universidad recuerdo que en una ocasión, refugiados en el tercer piso del bloque 9, escuchábamos las explosiones y los gritos que se producían allá abajo; sólo después de una explosión muy fuerte, más gritos y algunos gases, tuvimos que salir definitivamente de la universidad. En la noche por el noticiero me enteré que a un joven del colegio El Sufragio que venía entrando a la U se le explotó el morral que

traía cargado de explosivos y que había muerto allá, por la entrada de Barranquilla. Era la época de los problemas en la Comuna 13, de la Operación Orión, tal vez las protestas tenían que ver con eso pero no estoy segura, en todo caso allá, en la Comuna 13 ocurrían cosas muy duras, terribles. Una de las noticias hablaba de cómo una bala perdida acabó con la vida de una joven estudiante familiar de un profesor de la universidad quien tranquila en su apartamento fue víctima de los acontecimientos que ocurrían al otro lado de su barrio. Por primera vez recuerdo haber pensado que aunque yo estaba acá, donde yo creía que esos eventos no me tocaban directamente o donde estaba a salvo como espectadora, algo de lo que ocurría allá tenía que ver conmigo. Ahora, junio de 2008, estoy allá, en la Comuna 13. Allá donde las cosas ocurren en silencio. Donde después de esa famosa operación dicen que muchas cosas mejoraron, donde las profesoras ejercen con pasión su oficio “maestril”, donde también llegó la hora de aprender inglés para “mejorar la calidad de la educación y de la vida.” Allá encontré al llegar a dar mi clase de inglés una mañana, como 10 policías cerca al acceso de la institución. Las profesoras de primaria que bajan desde una de las escuelas a la clase me dijeron que no sabían qué pasaba pero que, como en otras ocasiones simplemente les dijeron "dejen todo y bajen ya". Ellas están en la escuela de arriba, de donde vienen y hacia donde se van juntas como pollitos que se protegen entre si, donde la situación ha cambiado en algunos momentos pero no tanto. En cortas catarsis entre el What’s your name y What day is today, las/los profesoras/es comparten sus “allá”. “¿qué vamos a hacer cuando algo pase de verdad? “¿Qué va a pasar cuando esto estalle de verdad?” “Estamos preparadas para reaccionar?” “Qué hacemos si a un niño lo hieren o si es una compañera?””Hay alguien que nos diga cuál es la mejor forma de evacuar, qué hacer? “Y yo que estoy en el salón que da a la calle…”. "Lo que vivimos no es visible, hay solo rumores, uno no ve nada pero ellos allá saben que algo está pasando y nos dicen cuando hay que irse; muchos niños han dejado de venir porque están amenazados ellos y/o sus familias" Lo viven en silencio, sin preguntas ni repuestas “es un problema de territorio, dicen que se están disputando el túnel para sus negocios”, continúan las profesoras. Sin quererlo me viene a la mente el nombre la película de María Luisa Bemberg “De eso no se habla”, la historia de la rica viuda Leonor, quien ha tenido una hija enana y cuya realidad intenta ignorar durante años haciéndole llevar a la menor una vida "normal". Lo “normal” allá en la 13 es que muchas de estas cosas sigan ocurriendo en silencio.

Ayer en la mañana la catarsis fue total, intentando traducir lo que expresaban las profesoras al entrar a clase fue inevitable parar: I am bored, I´m very tired, I’m too stressed, I am scared. Yesterday we saw a dead person; it was a difficult situation, they left him in front of the School , traducía yo. Tuvimos que retener a los niños para que no vieran nada hasta que recogieran el cadáver. “Yo no sé, yo solo vi un paquete: I just saw a package” Que terrible que ya hablamos solo de paquetes, de bolsas… Así fue, yo no vi una mano, ni una cabeza, ni un pie, yo vi un paquete. Que va a pasar cuando esto estalle de verdad? What’s next? What to do? Cathartic English, “inglés catártico” una nueva aproximación a la enseñanza de la lengua del mundo y las oportunidades en la era del bilingüismo. Las caras de incertidumbre, de temor, se reflejan en los rostros de los profes que como en turnos asignados involuntariamente empiezan recordar historias casi hasta las lágrimas. “En esa época había muchos enfrentamientos y un día empezó la balacera, los niños me gritaban ¡profe, tírese al piso! No sé como bajé hasta el preescolar y allá estuvimos hasta que pudimos salir. Al otro día llegué y supe que a una de mis niñas la había matado una bala perdida”. “Cuando trabajaba en Bello yo era el sico-orientador” continúa otro de los pofes, “un día me tocaba avisarle al papá de uno de los muchachos que habían matado a su hijo, no sabía cómo hacerlo, a él le dieron seis balazos a la salida del colegio, lo único que pude hacer fue tirarle el delantal encima. Yo tuve que salir de allá porque no podía más, a veces llegaba a mi casa llorando”. “Yo no vuelvo a trabajar en Necoclí, prefiero estar acá”, dice la otra profesora. “Cuando llevaba como tres meses en la vereda llegó un señor moreno, alto, fornido; me preguntó que por qué había niños sin zapatos, no supe qué decir; me ordenó que llamara a los papás y que en media hora debían estar en la escuela; ¿y usted quién es? Le pregunté, “llamé a la rectora y ella de inmediato ordenó llamar a los papás. En media hora estuvieron allí, como no lo hacían nunca. Al final algunos padres me agradecieron que no los hubiera “aventado” contando que algunos niños no tenían sus cuadernos o su zapatos”. Yo no entendía: “si lo hubiera hecho a muchos nos hubieran aporreado” decían algunos padres. Luego volvió otro señor a ordenar lo mismo. Al primero lo habían matado. Yo no vuelvo a trabajar allá, mil veces prefiero estar acá.” Y esto es apenas una parte del problema. Ahora hay que sumarle los que llegaron con el invierno lo deslizamientos, las inundaciones, el riesgo de cierre de la biblioteca por la situación física, problemas que no son atendidos por los organismos de seguridad de manera adecuada porque

todavía no representan peligro; las inundaciones "sólo" han alcanzado 7 cms. y ellos van cuando hay mínimo 20 cms (¿¿??). Sí; ahora estoy allá y aunque ya es más cercano, no deja de asombrarme la lejanía que una gran cantidad de habitantes de este país creemos tener ante esas historias. Allá donde la vida sigue y profesoras y profesores tienen tanto por hacer que no encuentran ni tienen espacios para tantas preguntas, donde su pasión, vocación u obligación los mantiene: “Con que vengan los niños que puedan venir y logremos que se entretengan mientras están aquí, hacemos mucho” Y yo, todavía tratando de entender el acto educativo como un hecho social y mis acciones como posibilidades de acercarme a la realidad de esta ciudad!! Salta en mis recuerdos de recreacionista el payaso Chiruca del show de Charles; en uno de sus actos cómico-mágicos invitaba a la audiencia a invocar los espíritus para que le ayudaran a que le saliera su magia “espíritus del más allá, vénganse pa’ más pa’acá”. Tal vez sea la invocación que necesite mantener presente. Zoraida Rodríguez Vásquez,

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