Paz Zea es escritora de relatos cortos. Nos envía este relato, premiado este mes de mayo, con mucho merecimiento:
Pseudónimo: Caballito de cartón
BAJO LA LUNA DE MARZO Dicen que cuando se ve una estrella fugaz, uno cierra fuerte los ojos, pide un deseo y se cumple. ¡Ojalá fuera cierto! Volver. Buen momento para volver bajo esta luna inflamada de marzo. Si lo haces con la luz del día, aún puedes ver la nieve pintando los cerros más altos. Encontrarás todos los ribazos y las veredas ya verdes; sí, es el vocabulario nuevo de cada primavera, el que ha hecho brotar a todas las plantas y zarzales. El paraje ha cambiado algo, pero no tanto. Las leves ráfagas de viento que desnudan las ramas de los almendros no son las mismas de aquellos años, pero se semejan tanto… Al cruzar la cancela, las piedras del suelo, llenas de verdín por las copiosas lluvias de este pasado invierno, reconocerán tus pasos. Ya estás en casa. Has vuelto, viejo, ahora cuando el jazmín amarillo está en plena floración y son sus diminutos pétalos derramados los que alfombran tu camino de vuelta a casa. Sube los dieciséis escalones; al que hace diecisiete, en el rellano, párate, viejo, y contempla en la loma del Camino de los Neveros el paso imperturbable del tiempo. En el porche hice algunas pequeñas reformas, nada importante, sólo quiero destacar la rocalla con cactus que se han adaptado tan bien al insolente airecillo norte que entra por aquí. Desde la ventana de la salita te saludarán el Cerro del Sanatorio y el Cerrajón. Ves, viejo, ¡qué placer! Estas vistas en los atardeceres ensanchan el alma, despliegan alegrías; a veces suelo contar los borreguitos de algodón que las nubes dejan desparramados; otras, veo delfines saltando
en el mar del cielo; también liebres grises tan largas y de hocicos tan abiertos que comerían zanahorias gigantes. Desde la otra ventana, en el salón, podrás contemplar el Cerro del Huenes y el de los Pollos. A eso de las ocho de la mañana, justo en el instante en el que el sol los alumbra como por primera vez, el corazón se me desborda tanto en ese hueco del tiempo sin tiempo que cada día dispongo de unos minutos de eternidad. ¡Qué generoso es el paisaje desde esta casa! La terraza es el mejor lugar para escuchar al río. Este año trae un buen caudal, como en los viejos tiempos. ¿Oyes a los patos? Sí, ahora nuestro río Monachil tiene patos. Sus aguas, que vienen tan bravas desde Sierra Nevada, aquí se apaciguan un poco, se entretienen jugando con los patos. Eterno y sabio este río que pasando ya del Barrio y del Puente, se torna más triste, y al juntarse con el Genil pierde su identidad sintiéndose sólo agua. De toda la casa, éste es el mejor espacio. Aquí también, cada primavera, los pájaros me traen sus cantos y gorjeos. Un día se me ocurrió construir una gran ‘volaera’, viejo, que todos necesitamos tener algo o alguien a quien cuidar. Tengo una pareja de canarios amarillos, el macho es un buen tenor y la hembra, que era toda ella un manojillo de nervios, ahora está en el nido siempre quieta; seguro que pronto tendremos diminutas crías. Hay dos parejas de isabelitas y mandarines compartiendo espacio; dicen que estas especies son originarias de Japón, yo los veo muy bien adaptados, son tan pequeñitos y caseros que la mayor parte de su tiempo se lo pasan dentro del cajón de la vieja máquina de coser Sigma; sí, se lo puse de pajarera, total, ya no tenía utilidad y a ellos les ha venido tan bien. Comen alpiste, lechuga, pero lo que más les gusta es el mijo. La pareja de tórtolas es mi favorita, con esos arrullos que se hacen, no encariñarse con ellas sería imposible. El macho, que es el que parece que tiene un collar en el cuello, va y le lleva a la hembra, cuando está en el nido empollando, una ramita seca de las que les dejé en el suelo, y ella la coge con su pico
toda contenta… Sólo les falta hablar. Las perdices las tengo por ti, viejo, eran tus animales favoritos, nunca lo olvidé. No sé diferenciar quién es quién por más empeño que pongo observando sus cabezas y sus espolones. Lo que a mí más me gusta de ellas son sus ojillos enmarcados en rojo y sus patitas granate y, sobre todo, que cada día al mirarlas, me traen tu recuerdo. Igual que ellas disfrutan dándose un baño de tierra, yo me contento rescatándote del pasado. Comprendes, viejo, por qué paso tanto tiempo aquí… Aquí el tiempo vuela, me siento más cerca del cielo, percibo hasta los suspiros de las hierbas creciendo ladera arriba. Si vuelves de noche, la luz de la nueva farola alumbra bien el camino, verás la casa asomándose contenta a la verja. Toca la campana, que está a mano derecha de la cancela, bajaré inmediatamente para abrir y nos daremos un abrazo tan largo y fuerte… Después, juntos, sentados en el sofá, charlaremos. ¡Tengo tantas cosas que contarte, viejo! ¿Tú nos habías olvidado? Dime, viejo, ¿te acordabas de la vieja y de mí? Aquí seguimos celebrando San Antón y San José; también la Virgen del Rosario y de las Nieves, ¡benditas tradiciones! Un pueblo sin sus tradiciones pierde su identidad. Tenemos parques, caminos y carreteras nuevas; y en la Casa de la Cultura, en el Barrio, un auditorio; sí, Príncipe Felipe se llama. Veintisiete años lejos son muchos días y meses… ¡Cuánto tiempo! La rondalla en la que tú tocabas desapareció; unos se hicieron viejos, otros murieron. Mira en la estantería, ahí enfrente tengo tu bandurria y tu laúd. Los conservo en buen estado, esperándote. Sólo tienes que poner sus cuerdas a punto, afinarlos, y te incorporarás en el coro o en la charanga, viejo, donde tú quieras. Dime, en todos estos años, ¿tú has visto a alguno de tus amigos? O quizás a tu hermano el mayor o a tu hermana Piedad. Es que se fueron también, pero ellos de viejos, murieron de años muy cumplidos. Lo tuyo fue otra cosa.
¿Tienes hambre? Tengo tortilla de espinacas, que esta misma mañana me trajo el chache José dos manojos recién cortados. ¿Sabes? Aún sigue cultivando su huerto. Y ella, la tita Rita, tu hermana, se ríe igual que siempre. Su risa es eterna. ¡Qué contentos se van a poner los dos de verte! Aunque yo lo estoy más, viejo, esto es como un sueño. Tengo que decirte algo triste para que no te coja por sorpresa; es de la vieja… La vieja anda con pasos cortos y encorvada. Su cara es un mapa, se nos seca como el nogal de la puerta. Lo peor de todo es que no tiene este ni oeste; tampoco norte ni sur. Sin puntos cardinales y sin brújula… Perdida anda la vieja. Ahora, para ella, el pasado a veces se hace presente y el presente se le pierde. Comenzó perdiendo las llaves y ahora es como si con una goma hubiesen borrado las páginas de algunos capítulos del libro de su vida. Cada día desaparecen algunos renglones, viejo. ¿Tú te acuerdas de todo? Cuéntame otra vez lo contento que te pusiste el día que yo nací; y el mal rato que te llevaste la tarde que me perdí en la feria. Háblame de aquellos primeros y blancos inviernos; de las eternas primaveras y los veranos interminables. Mi infancia, viejo. Necesito rescatar el paraíso de mi niñez. Siento miedo, viejo. Por las noches en la casa tan sola con la mujer sin recuerdos, todo es desolación. Abro los ojos, no sé cuánto tiempo los he mantenido cerrados. ¡Qué extraño! Estamos en marzo y creí ver una estrella fugaz. Y pedí un deseo. Ahora no hay estrellas, no es de noche y tampoco de día. Los colores están detenidos y también el sonido. No te veo, viejo, pero sé que estás aquí conmigo. Te siento cerca. Estoy comenzando a tener frío. Tenemos que volver, viejo, aunque la mujer sin memoria no se acuerde de nosotros. Ahora, bajo esta hermosa luna de marzo, es un buen momento para volver juntos, viejo.