Foro: Acogida en la Comunidad Parroquial 4ª línea de acción del Plan Pastoral Diocesano Curso 2007-2008
LA PARÁBOLA DE LA CASA Hoy hemos escuchado una de las páginas más bellas del Nuevo Testamento. La que llamamos parábola del hijo pródigo, que también podríamos llamar parábola del padre misericordioso. Podríamos decir que esta parábola es el retrato más perfecto del padre del cielo. Si alguna vez nos vienen dudas sobre Dios, vale la pena leer poco a poco esta parábola y seguro que nuestra fe se volverá más sólida. Nos costará menos creer en Dios. En esta parábola hay tres protagonistas, además de los personajes secundarios como los trabajadores de la casa, el propietario de los cerdos, el criado que habla con el hijo mayor, los músicos. Los grandes protagonistas son el hijo pequeño, que se va de casa; el hijo mayor, que cuando ve que su padre perdona al hermano no quiere entrar en casa; y sobre todo, el padre, que es Dios mismo, el dueño de la casa. A veces, en la homilía se comenta la actitud equivocada del hermano pequeño, quizá ahora se insiste más en la poca sensibilidad del hijo mayor, o bien se comenta la figura del Padre que lo perdona todo. Pero este año me gustaría fijarme en un detalle que llama la atención: la casa. No se la cita mucho en el transcurso de la parábola, pero siempre está como trasfondo. En la casa habitan los tres personajes, además de los criados. Parece que el Padre se encuentra a gusto en la casa, por lo menos mientras están todos juntos. Da la impresión de que es un hombre de casa. Pero si conviene también sale de ella. Con la partida del pequeño, cada día sale de casa, y se adentra por los caminos de la vida por si vuelve el pequeño. Porque el hijo pequeño no se encontraba a gusto en casa. La casa se le venía encima. Lo debía encontrar todo aburrido y monótono, siempre igual, y por esto se va, seguramente con el corazón de su padre dolido. Pero cuando las cosas van mal, el pequeño vuelve a casa, y se le abren sus puertas. Es entonces que el hijo mayor se niega a entrar en casa, cuando oye el ruido de la música y de la fiesta para celebrar la vuelta a casa de su hermano tarambana. Entonces el 1
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Padre, lleno de paciencia, vuelve a salir de casa para apaciguar a su hijo mayor, buen chaval, pero más bien intolerante e intransigente,… La casa de aquella familia era un continuo entrar y salir. El padre entra y sale, el pequeño sale y vuelve, el mayor no quiere entrar aunque parece que al fin entra. Da la impresión de que la puerta de la casa estaba siempre abierta o de que todos tenían llave. ¡Hay tantas familias que han vivido en su propia carne esta historia del padre misericordioso! A mí me gustaría mucho que la Iglesia se fuera pareciendo a esta casa de la parábola. Casa abierta, en la que no se fuerza a nadie a vivir en ella, dispuesta siempre a acoger a los que vuelven o a los que vienen por vez primera. Casa en la que deben convivir mentalidades diferentes, casa en la que se trabaja mucho pero en la que no faltan momentos de alegría y de solaz. La parroquia también tiene que parecerse a la casa del Padre misericordioso. En las parroquias hemos visto a más de uno que se iba, hemos visto a algunos que regresaban, a otros que han desaparecido, otros que se han quedado. Pero la parroquia tiene siempre las puertas abiertas, incluso físicamente. Una iglesia abierta en el corazón de la ciudad o del pueblo puede ser una llamada de Dios. Dios está siempre y nos espera a nosotros y a todos los hijos, tanto a los que se han ido, haciendo de las suyas, como a los que se han quedado refunfuñando y reprochando a los demás sus maldades. Debemos alegrarnos sobre todo cuando vemos que muchos hermanos nuestros vuelven a casa. Una casa abierta como la de la parábola. FREDERIC RÁFOLS (Proyecto de homilía para el domingo 24 del tiempo ordinario del ciclo C)
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