Para entender el origen de la Agricultura, debemos analizar qué impulsó a los seres humanos a cultivar la tierra. El Hombre se auto preservaba por aquellos remotos tiempos del Paleolítico, hasta hace más de diez milenios, en pequeñas tribus de cazadores recolectores que buscaban su alimento cazando animales y recogiendo frutos, cereales y otros vegetales de la Naturaleza. Seguramente había por entonces muchos animales salvajes y muy pocos humanos tratando de cazarlos. Es muy probable que hasta hace unos treinta milenios el hombre haya sido carroñero, alimentándose de restos de caza de otros animales, pero hay indicios de que desde aquella época comenzó a adiestrarse en la confección de armas para cazar directamente su comida. La caza y la recolección le permitieron al hombre subsistir, con mayor o menor éxito, hasta que, hace trece milenios, finalizó la última era glaciar y las praderas comenzaron a desaparecer. Ya no fue tan sencillo encontrar animales para cazar. Los bosques se hacían más extensos y los animales, los más grandes en particular, migraban retirándose de las zonas tropicales. Quizás los herbívoros que no se alejaron sufrieron una más intensa persecución por el hombre, que pudo haberlos diezmado en sus cercanías. Es otra razón más para que la caza, como forma de conseguir el alimento, se fuese dificultando. En el continente euroasiático, algunos grandes herbívoros pudieron ser domesticados y salvados con ello de la extinción. La domesticación fue una primera intervención del ser humano, quizás involuntaria, en la conservación de especies que, dejadas a su suerte, hubiesen sucumbido. Domesticar y tener que alimentar animales fue el primer paso hacia la Agricultura y el asentamiento humano en poblaciones estables. Paralelamente a la conservación de algunas especies contadas, que la actividad humana determinó, la extinción de animales salvajes siguió aumentando en la medida que recrudecía la caza por parte de los cazadores recolectores que necesitaron ir perfeccionando sus técnicas de caza a medida que acuciaba la escasez. A dos puntas, el hombre intervenía ahora con más incidencia en la fauna de su entorno, asegurando la supervivencia de las especies elegidas para domesticarlas, y menguando las que se volvían más buscadas para la caza. En el continente americano las tribus se afincaron tardíamente, porque había menos animales supervivientes. Como no sobrevivieron grandes herbívoros que se pudieran mantener alimentados con productos agrícolas y aplicándolos al labrado de la tierra, la Agricultura tardó más en expandirse. La llama y la alpaca no servían, por falta de fuerza y actitud, para jalar del arado. Tampoco pudieron avanzar mucho con el transporte de cargas, a pesar de que conociesen la rueda, porque carecían de animales apropiados para tirar de eventuales carruajes. Las especies herbívoras que perduraron en Eurasia encajaban mejor con la producción agrícola. Los hombres disponían de burros, bueyes y caballos. El desarrollo de la Agricultura en Eurasia implicó un aumento sostenido de la población. La mejor alimentación aumentó la fertilidad de las mujeres, que además disponían de más tiempo para criar numerosas proles, porque ya no tuvieron que salir a recolectar. En todo el planeta, muchos humanos se asentaron definitivamente recién cuando los animales más pequeños se volvieron escasos y no hubo más remedio que alimentarse con granos. La transformación de una economía nómada, de caza, pesca y recolección, a una economía sedentaria de agricultura y ganadería, fue absolutamente revolucionaria. El aumento de la población provocó el crecimiento del tamaño de las tribus y la concentración de viviendas en aldeas. También incitó la generación de guerras y grandes migraciones intercontinentales. La Gran Revolución iniciada con el Neolítico, hace unos diez milenios, siguió desarrollándose a través de los siglos. En nuestros tiempos la transformación todavía no ha finalizado completamente. Sorprende constatar que, aún hoy, sigue habiendo tribus nómadas que no conocen la Agricultura. Se podría decir que los humanos continúan exhibiendo en el mundo entero, en mayor o menor medida, una veta contrarrevolucionaria que se opone a que se complete su implantación. Esto es así aún en donde los frutos del Neolítico han sido alcanzados con el mayor éxito. Mal que nos pese, todos llevamos un cazador recolector en algún rincón de nuestro ser, que se niega a producir su alimento y pretende seguir hallándolo en la Naturaleza. Paradojalmente, allí donde el Neolítico se ha impuesto más claramente, es donde hay más contrarrevolucionarios, porque el sistema neolítico derrama sobre ellos sus logros y les da tiempo y energías para presentar pelea. A los más rebeldes parece no importarles que su batalla esté perdida y que nadie se beneficiaría con una marcha atrás. Si la hubiera, no obstante, serían ellos los que más pronto se perjudicarían, porque sería imposible ser cazador recolector ahora, cuando somos más de 7.000 millones de personas superpoblando el planeta. Así las cosas, los cazadores recolectores, depredadores del Paleolítico, siguen comportándose como depredadores en el Neolítico. Pretenden seguir pudiendo cazar y recolectar lo que necesitan, también en el presente. Creen tener derecho y exigen, convencidos de que alguien les retacea su parte, un mejor “reparto de la torta”.
En las sociedades más avanzadas les pagan para apaciguarlos y en las menos avanzadas, donde no hay recursos para actuar tan benévolamente, se los debe soportar quejumbrosos y en revueltas permanentes. Los productores actuales, los agricultores del Neolítico, en cambio, siguen incidiendo en beneficio de toda la población del planeta, mejorando las semillas y las técnicas de la Agricultura, así como aumentando la cantidad y calidad de la producción agrícola. Cada año que pasa se acrecienta la variedad de especies vegetales y animales, y se desarrolla una gran diversidad de productos industrializados, así como de infinitos servicios terciarios que fueron agregando durante los últimos tiempos. Son los que elaboran y hornean “la torta”. Sin reconocerlo, los cazadores que llevamos dentro siguen reclamando que se liberen las tierras y todas las posesiones. Afirman que los hombres podemos y debemos vivir repartiendo equitativamente las riquezas de la Naturaleza. Siguen exigiendo el “reparto de la torta”, como si se tratara de los frutos del bosque primigenio. Ingenua o cínicamente, reiteran desde hace diez milenios que la riqueza debe alcanzar para todos, y que si no alcanza es porque no se comparte con justicia. Hoy es imprescindible acabar el viejo litigio Agricultores-Cazadores, se debe terminar la persistente disputa entre Productores y Depredadores, por el bien de la Humanidad en su conjunto. Y esto sólo será posible mediante la Educación. Es indispensable apostar a la Educación. Una Educación que disipe de nuestra cultura los restos del Paleolítico, para que se pueda culminar de una vez la Gran Revolución de los diez mil años.