No puedo con Marta Para algunos políticos de Madrid, como E. A., que consideran la Educación Infantil como un tramo no educativo, y las guarderías como lugares meramente asistenciales. Porque se merecerían unas buenas orejas de burro.
Me acuerdo de la alumna de cuatro años que, en cuanto yo me descuidaba, tiraba al water su ropa, sus zapatos y luego tiraba de la cadena. Los demás alumnos están en sus mesas hexagonales. Las manitas, los piececitos se mueven incansables. A veces, el cordón de un chándal se engancha entre el asiento verde y las patas, haciendo que el niño empiece a llorar con dramática desesperación, pensando que había sido encadenado para siempre a la silla. Entonces yo, heroína, su maestra, le libero. Él inspira profundamente y continúa pintando o jugando. Marta, mientras tanto, se ha ido al servicio, y se desnuda. Mira cómo se moja la ropa con un interés concentrado, como si fuera el bombo de la lavadora. Entonces hay que llamar a los padres, que aparecen con ropa seca. Es necesario regañarla, pero ella no se muestra muy compungida, ni da su brazo a torcer: -
No vuelvas a quitarte la ropa. ¡No! Vente conmigo ¡No! Siéntate con los otros niños ¡No!
…………………………………………………………………………………………………….. A principio de curso, hay que buscar estrategias para ir transformando el garabato en línea, el deseo de corretear en sedentarismo, la atención dispersa en atención voluntaria. Y, a la vez, hay que intentar que todo esto se haga sin violentar la naturaleza del niño, su inclinación al juego. Hay que seducirle, hay que ofrecerle como milagros los logros básicos sobre los que se asientan los demás. -
Clin, clan, clin, clan, las gotitas de la lluvia. Y otra vez: Clin, clan, clin, clan, las gotitas de la lluvia
La maestra traza rítmicamente verticales en la pizarra. Los niños miran, absortos, mientras la idea de lo vertical se abre espacio en su mente. Milagro de la tiza, milagro de la voz en el aire. Milagro de las veintitrés boquitas entreabiertas. Infinita paciencia de la maestra, alrededor de las mesas, quebrada la espalda, yendo, niño por niño, guiando la mano, borrando, explicando el movimiento del brazo, alentando. Marta se ha escabullido de nuevo. Ha cogido el taco de plastilina verde y lo ha tirado al suelo. Está encantada: lo pisa, deja la marca de la suela, resbala el pie, la extiende. -
Marta, no, no.
Marta echa a correr. No hay manera de cogerla. Marta, Marta, qué puedo hacer contigo. …………………………………………………………………………………………………….. Juego libre. Como una máquina bien engranada, cada uno acude al lugar donde están los juguetes con los que quiere jugar, registra con símbolos dónde va a estar, comprueba que
son menos de cuatro los que están, juega dentro del área permitida. Un murmullo de colmena indica que todo va bien. Dos van construyendo una torre; uno de ellos, imperativo y lleno de pasión, le hace ver al otro que no se le debe caer; la decepción cuando se cae es profunda. Otros están tapando con todo rigor a una muñeca de trapo: “yo era el padre, y tú también”. Una niña menuda se mira en un espejo de cuerpo entero, se aleja, se acerca y abre la boca, se vuelve a alejar y se mira con la cabeza entre las piernas. La clase, pequeño manicomio organizado, locura llena de método, lugar de crecimiento personal en el que el entusiasmo y el respeto es lo que prima. Marta ha vaciado un estante y se ha encaramado a él; está tumbada boca arriba, con sus gafitas puestas, el dedo en la boca, aislada. Me acerco, la saco en brazos y se va corriendo a un rincón, se queda en cuclillas, dedo en la boca, recelosa. …………………………………………………………………………………………………….. Los padres vienen a hablar con la logopeda y conmigo. Padres (ansiosos, con ganas de agradar): ¿Qué tal va Marta? ¿Da mucha guerra? Logopeda (asertiva, voz muy segura): Para nada, es un encanto, conmigo va estupendísimamente. Yo (voz insegura, cara muy seria): yo estoy intentando estar más encima, pero… (la logopeda me hace señas de que no siga por ese camino) pero… no acabo de conseguirlo. Logopeda (con falsa extrañeza): pues conmigo va fenomenal. Es muy receptiva. Es verdad que se distrae mucho y está mejor en las sesiones individuales que en las colectivas… Padres (dirigiéndose a mí): ¿entonces? Yo (vacilante, preocupada, dudosa): bueno, es que… (bajando los ojos, avergonzada) no me da tiempo. Tendría que estar con ella muchos más ratos, o tener a alguien para supervisarla constantemente…no sé, tal vez… Logopeda (cortando): hay que darle más tiempo. Padres (ignorando a la logopeda): hemos pensado que acuda a un centro especializado para niños con dificultades. A la salida, la logopeda me mira como a un rey caído, como a alguien que, a partir de un justo momento, deja de ser fan del mismo equipo de fútbol, como a una extraña: -
¿Por qué se lo has dicho? Es mucho mejor que esté aquí, que se relacione con niños normales aunque no aprenda mucho. Mira en qué lugar has dejado al centro.
…………………………………………………………………………………………………….. Me acuerdo de Marta, la alumna de cuatro años que, en cuanto yo me descuidaba, tiraba al water su ropa, sus zapatos y luego tiraba de la cadena: me encontré a su madre doce años después. Se había educado, finalmente, en un centro especializado. Había interiorizado todos los hábitos, leía y escribía ya hasta estaba aprendiendo informática. Cuando vi a la madre, me entusiasmé: iba a saber de Marta. La madre estuvo amable pero un poco reservada: yo era la maestra que había fracasado en la educación de su hija. Sin embargo, le pregunté sin ambigüedades si estaba contenta de que su hija hubiera ido a un centro específico. Me contestó que sin duda, que había sido una de las decisiones más acertadas de su vida. Yo soy la maestra que fracasó, pero éste ha sido, para mí, uno de mis grandes triunfos. ……………………………………………………………………………………………………..