Modelos De Desarrollo Y Medio Ambiente

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1 - El modelo de desarrollo económico VS el medio ambiente Monografía creado por Humberto Tobon. 26 de Noviembre de 2006 El modelo de desarrollo económico imperante en el mundo es altamente agresivo con el medio ambiente y ello se evidencia a través de la estructura productiva, los parámetros de consumo, las tendencias del comercio mundial, la exportación de industrias contaminantes, la pobreza, la baja calidad de las infraestructuras de servicios en las naciones pobres, la iniquidad en el acceso a la ciencia y la tecnología, y las normatividades ambientales. Es una situación muy grave que ha concitado el interés mundial, al comprobarse sus efectos negativos sobre la salud de las personas, la productividad y la biodiversidad. Los representantes de las naciones desarrolladas han adoptado ocho compromisos para el milenio, uno de los cuales tiene que ver con la protección del medio ambiente, creando las condiciones para que disminuya la contaminación, se modifiquen los hábitos de consumo y exista una mayor conciencia social sobre el entorno natural. Sin embargo, evaluaciones que se han hecho en este campo, arrojan como resultados que los avances son insignificantes y que los impactos negativos contra los recursos mantienen su curva ascendente, con mayores y más evidentes implicaciones sociales y ambientales que en el pasado. Una producción contaminante. La actividad productiva se sustenta en gran parte en la explotación de los recursos naturales y en la utilización de algunos de ellos como recipientes de desechos. Para el primer caso, por ejemplo, las industrias se han apoderado de miles de hectáreas para desarrollar sus proyectos madereros y los colonos se han quedado con extensas tierras para iniciativas agrícolas y ganaderas, generando un proceso de deforestación que está convirtiendo en zonas áridas lo que ayer fueron bosques y selvas. Exactamente es lo que sucede en el Amazonas, territorio donde se regula buena parte del clima del continente suramericano y se producen grandes cantidades de oxígeno. Allí se talaron en los últimos cinco años por parte de la industria maderera árboles que habían logrado capturar alrededor de 15 millones de toneladas métricas de carbono, una cifra superior en un 80 por ciento a las estimaciones previas que tenían los científicos[1]. El modelo que se está aplicando en esta región del mundo se vuelve mucho más crítico al comprobarse que antes de 2050 la mitad de la selva amazónica desaparecerá[2] y que los esfuerzos relacionados con la protección de reservas naturales no serán suficientes para evitar el crecimiento de las áreas ganaderas y de cultivo de soja. Esto ha hecho que seis cuencas hidrográficas del Amazonas estén perdiendo casi toda su capa forestal, lo que acabaría con 382 especies endémicas[3]. Las consecuencias no se hacen esperar y la principal de ellas es la sequía en el vasto territorio amazónico, de acuerdo con los resultados de los estudios realizados por el Observatorio de investigación del

Medio Ambiente para esta cuenca. Una investigadora[4] explicó que "el flujo de vapor de agua que de costumbre riega sobre todo las regiones interiores de la Amazonía es menos importante que lo acostumbrado, en consecuencia las precipitaciones también lo son, al igual que el caudal de los ríos, porque allí la mitad del vapor de agua proviene de la evaporación de sus suelos y de su vegetación". Es importantes destacar que en algunos sectores de su recorrido, como en Iquitos, el río Amazonas en 2005 había disminuido en tres metros su nivel promedio, el cual es el más bajo desde 1969. La utilización irregular de los recursos también se observa cuando muchos ríos del mundo han dejado de circular por sus tradicionales cauces y millones de personas han visto cómo las fuentes de agua que pasaban cerca de sus viviendas desaparecieron. La causa radica en que los caudales han sido desviados hacia grandes represas. El efecto social se mide en el número de personas que ya no acceden con facilidad a este recurso y la propagación de enfermedades generadas por aguas mal tratadas. Es de tal dimensión este problema que a nivel mundial se conmemora el 14 de marzo de cada año el Día Internacional de Acción Contra las Represas y en Defensa de los Ríos, el Agua y la Vida[5]. La caída de la oferta hídrica en los ríos y quebradas afecta la posibilidad de surtir a la comunidad del líquido suficiente para sus necesidades, y eso hace, como lo ha manifestado la Unesco, que se ponga en grave riesgo la supervivencia de vastos conglomerados humanos. En otros casos, los bienes ambientales son utilizados como depósitos de desechos. La atmósfera es un recipiente de por lo menos 6.000 millones de toneladas de carbono por año, contenidas en el petróleo, carbón y gas[6], una cifra que supera cualquier opción de que la naturaleza pueda autolimpiarse, originando una situación de características muy críticas para la calidad de vida de las personas. Los ciudadanos ya están asistiendo a una realidad espantosa: varias de las ciudades más grandes del mundo tienen unos niveles de contaminación de su aire que impiden respirar libremente. Lo que ayer era una imagen de ciencia ficción, donde las personas aparecían con máscaras de oxigeno o entrando a cabinas para desintoxicar los pulmones, hoy es una situación relativamente normal en algunas capitales. Hace mil años apareció en Europa el carbón como un combustible de alta calidad calorífica, abundante y durable. Hoy todavía sigue vigente. Las estelas de humo negro que expele son incomodas, sin embargo, se acepta su presencia dado que se usa masivamente para las actividades domésticas y productivas por su bajo precio y fácil adquisición. La lenta combustión del carbón se extendió por el mundo deteriorando la salud de las personas y convirtiendo a las ciudades en unos habitáculos sucios, infecciosos e irrespirables. Pero quién lo creyera, ese producto que se mira con desdén y que se sabe es altamente perjudicial para la salud, goza de la preferencia en la generación de energía a pesar de los avances tecnológicos y científicos en áreas como la hidráulica, la transformación atómica y el gas natural. Un estudio realizado por Brown[7] (1997), revela cómo increíblemente el carbón es la principal fuente de generación de

energía en Australia (79%), Estados Unidos (56%), Canadá (42%) y Unión Europea (46%), en tanto la nuclear apenas sí tiene importancia en la Unión Europea y Japón. El cóctel contaminante no se quedó supeditado a las emisiones de carbón, sino que se complementó con los hidrocarburos, luego de que en Pensilvania se perforó el primer pozo de petróleo a mediados del siglo XIX. Ya no era únicamente el carbón utilizado en la industria metalúrgica, la generación eléctrica y el transporte ferroviario el que afectaba el medio ambiente, sino la refinación de petróleo y la utilización de los combustibles fósiles en sectores como el automotriz. Además hay otros productos cuyos impactos ambientales son muy perjudiciales, tal es el caso de los originados en la industria química, cuyo crecimiento es tan acelerado que hoy existen 150.000 productos distintos en el mercado mundial y todo parece indicar que ese número seguirá ampliándose. Los análisis de impacto ambiental señalan un listado de 200 de esos compuestos sintéticos que son los más contaminantes del aire y más peligrosos para la salud de las personas, dada su alta toxicidad y que están presentes en plásticos, solventes, pinturas y plaguicidas, tales como la acroleína, benceno, cloroformo, tetracloruro de carbono, DDT, formaldehído, percloroetileno, tolueno y tricloroetileno. Así mismo, los compuestos halogenados como tetracloruro de carbono, fosgeno y cloruro de vinilo. Esta sopa química contaminante se complementa con el bióxido de carbono, dióxido de azufre, ozono, plomo, sulfuro, óxido de nitrógeno, xileno, fluorine y tetracloroéter, entre muchos otros. Las emisiones de estos componentes a la atmósfera por la acción del hombre se presentan en forma de gases, vapores, polvos y aerosoles, y a través de la termodinámica y la radioactividad. Igualmente, hay contaminación de origen natural a través de partículas y gases que emiten los volcanes, o se originan en el viento, incendios, ciclo hidrológico y distintas formas de energía. La contaminación ambiental regularmente se presenta de manera intencional en la actividad industrial y agrícola, dado que los inversionistas son concientes de los impactos del uso de ciertos elementos eficientes en el proceso productivo, pero sumamente dañinos para el entorno natural. También existen descargas ocasionadas por accidentes, tales como las fugas en válvulas, tanques y tuberías. Adicionalmente, hay elementos como el azufre y el nitrógeno que son esenciales para la vida humana por la ingerencia que tienen en los aminoácidos y, por lo tanto, en las moléculas proteínicas. Sin embargo, la mayoría de sus compuestos orgánicos son tóxicos como el sulfato y el sulfuro de cobre en el caso del azufre y el amoniaco, el cianuro y los cianatos para el nitrógeno. Además de la atmósfera, los cuerpos de agua se convirtieron en extensos basureros. Los ríos y los mares dinamizaron el comercio, impulsaron las infraestructuras industriales y desarrollaron el transporte multimodal, generando con ello nuevos polos de crecimiento en las nacientes ciudades de los siglos XVIII y XIX. A sus orillas y en sus puertos se construyeron las bases de la civilización moderna. Grandes factorías para la producción de celulosa y papel, procesamiento de alimentos y manufacturas químicas procuraron estar ubicadas cerca de las fuentes de agua, con el fin de verter allí directamente sus desechos. Durante varias centurias

hubo consenso de que el lecho de los ríos o el cuerpo del mar fueran los depósitos de los residuos de las actividades comercial, poblacional y productiva. Con el surgimiento de la teoría ecológica, el interés por el cuidado de los recursos naturales y la urgencia de mantener el equilibrio ambiental, se empezaron a denunciar los efectos catastróficos que genera la contaminación del agua y la necesidad de construir infraestructuras que ayuden a recuperar los vertimientos residuales. Sin embargo, a pesar de lo loable e interesante de esos llamados, los ríos y los mares del mundo reciben diariamente cerca de dos millones de toneladas de desechos. El panorama actual es desolador debido a que la cantidad de residuos va en crecimiento y a que las aguas siguen siendo muy atractivas como lugares para su deposición. Obviamente, se hacen esfuerzos por recuperar la vida ictiológica, la calidad de las aguas de los ríos y su navegabilidad. Pero los resultados de estas iniciativas no logran igualar los efectos de los daños que produce la contaminación. La situación ha llegado a niveles tan preocupantes, que hay lugares donde las altas concentraciones de materia orgánica en el agua evitan la acción del cloro sobre los microorganismos. También se ha comprobado que la temperatura que está alcanzando el agua disminuye la solubilidad de oxígeno y con ello se altera el metabolismo de los alimentos[8]. Pero más grave aun, es que el proceso de contaminación se convierte en una cadena interminable. Vale decir, que hay centros poblados que toman el agua contaminada que le envían sus vecinos, le hacen el tratamiento adecuado, y cuando el liquido regresa al cauce es nuevamente dañado por las descargan de desechos, afectando a otras comunidades y usuarios, haciendo que se produzca un ciclo vicioso totalmente antieconómico e insalubre. El medio ambiente y especialmente el agua, tienen una capacidad natural de absorción y de autolimpieza determinada, pero cuando se la sobrepasa se pierde la biodiversidad, los medios de subsistencia disminuyen, las fuentes naturales de alimentos se deterioran y se generan costos de limpieza extremadamente elevados.

Hoy se estima que la producción mundial de

aguas residuales supera anualmente los 1.500 km3 y se cree que el futuro inmediato no ofrece muchas perspectivas de cambio y menos para revertir la tendencia. Debido a ese nivel de descarga se tienen contaminados 12.000 Km3 de agua, que representan el 10 por ciento del agua dulce disponible en la superficie del planeta[9]. Con el ritmo de crecimiento poblacional en las naciones en desarrollo y frente a la ausencia de políticas efectivas para detener la contaminación de las aguas, organismos internacionales como el Banco Mundial creen que al finalizar el siglo XXI se habrán contaminado irreversiblemente 6.000 Km3 adicionales del recurso agua si no se toman medidas contundentes. En los albores del tercer milenio, y para demostrar que poco o nada se está haciendo para evitar la contaminación hídrica, los países pobres dejan de tratar el 90 por ciento de sus aguas residuales, mientras que en las naciones desarrolladas ese porcentaje es del 30 por ciento[10], el cual sigue siendo muy alto, si se tienen en cuenta las innovaciones tecnológicas y las políticas de protección ambiental auspiciadas por los gobiernos.

[1] Estudio publicado por la revista 'Science' basado en conclusiones de una investigación del Instituto Carnegie encabezada por el profesor Gregory Asner. [2] Estudio publicado en la revista británica Nature. El estudio fue dirigido por Britaldo Silveira Soares Filho, de la Universidad Federal de Minas Gerais - Brasil. Marzo de 2006. [3] Noticia originada en Paris por la Agencia Francesa de Prensa el 22 de marzo de 2006. [4] Josyane Ronchail, investigadora de la Universidad Paris VII, citada por la agencia de noticias AFP desde Lima, marzo de 2006. [5] Establecido en el marco del “1er. Congreso Internacional de Afectados por las Represas”, realizado en la ciudad de Curitiba (Brasil), entre el 11 y el 14 de marzo de 1997. [6] Enciclopedia Agropecuaria. Vida, recursos naturales y ecología. Editorial Terranova, 2001, pp 265 [7] Brown, S. The Economic Impact of International Climate Change Policy. Australian Bureau Of Agricultural and Resource Economics, Camberra [8] Enciclopedia Agropecuaria. Vida, recursos naturales y ecología. Ed. Terranova pp. 264 [9] Recursos naturales y educación ambiental. Carder, 2003, p 50. [10] Informe de las Naciones Unidas sobre el desarrollo de los recursos hídricos del mundo

2 - Implicaciones ambientales del consumo. El nivel, la intensidad y la calidad del consumo inciden también negativamente sobre el medio ambiente, ya que presionan la sobreexplotación de los recursos, agotan las materias primas y generan una cantidad cada vez más creciente de residuos sólidos, cuyo tratamiento se dificulta por la utilización de elementos de tardía descomposición, impactando negativamente tanto el suelo y las fuentes subterráneas de agua por los lixiviados, como la atmósfera por los malos olores que produce la acumulación de gases. El consumo inicialmente se ve presionado por las necesidades de la población, o sea, se trata de un consumo para la supervivencia. Por lo tanto, el crecimiento poblacional es fuente contaminadora y depredadora, pues se consumen más recursos y se eliminan más residuos. El hecho de que la población mundial se haya quintuplicado en los últimos 80 años, implica que se debieron proveer cambios sustanciales en los sistemas productivos, introduciendo la biotecnología y la manipulación genética para ofrecer respuestas en términos de tiempo y cantidad de alimentos al creciente número de habitantes. Sin embargo, esos indudables avances científicos crean ambientes naturales dañinos, que le están restando capacidad regenerativa a la tierra, empobreciendo los suelos y acabando con gran parte de la diversidad alimenticia. La gran paradoja surge del hecho que a pesar de los excepcionales avances en producción de alimentos, cerca de 1.000 millones de personas que habitan los países más pobres no tienen acceso a la comida, lo que deja al descubierto un problema aterrador: hay alimentos pero no una racional distribución, lo cual se debe analizar no sólo como un hecho simplemente operativo, sino como un fenómeno cargado de implicaciones políticas y económicas. Las propias organizaciones mundiales relacionadas con los temas alimenticios, aceptan que cerca del 17 por ciento de la comida se pierde por mala manipulación y por deformaciones en el mercado, cantidad suficiente para evitar que hubiese hambre en el planeta.

El gran nivel de consumo se concentra sólo en un 25 por ciento de la población mundial, que mayoritariamente vive en las naciones más ricas y tiene gran capacidad de compra. Sus características son las que han motivado una revolución consumista que promueve la individualización, la diferenciación y la exclusividad. Las teorías relacionadas con el consumo para las elites han impulsado no sólo el surgimiento de guetos sociales sino avances tecnológicos sin precedentes en alimentos, empaques, vestidos, electrodomésticos, sistemas satelitales, muebles, materiales de construcción, etc., casi todos muy agresivos y desafiantes con la capacidad de absorción de la naturaleza. La realidad muestra el 58 por ciento de personas que tienen un nivel medio de consumo de artículos que le brindan satisfacciones a sus necesidades básicas sin llegar a los niveles tan ostentosos de los más ricos. Los residuos son igualmente dañinos para el entorno natural. Mayoritariamente este grupo vive en las naciones subdesarrolladas, cuyos principales activos tienen que ver con la producción y provisión de materias primas, especialmente biomásicas. El desaforado aumento de consumidores (ostentosos o no) genera impactantes cifras de residuos, cuya gestión aun se enfrenta a grandes dificultades técnicas y operativas que la ciencia no ha sido capaz de solucionar y frente a los cuales los gobiernos son totalmente ineficientes. Si se parte del hecho que hay un generación de basura diaria per capita de 300 gramos (incluyendo en el cálculo de la media a una sexta parte de la población hambrienta) se producen en el mundo 1.8 millones de toneladas métricas de residuos, de los cuales son recuperables para que reingresen al sistema productivo poco menos del 15 por ciento. Ahí está de cuerpo presente uno de los más graves problemas de la actualidad: ¿qué hacer con semejante cifra diaria de residuos? Algunas propuestas se dirigen a disminuir el nivel de consumo, a evitar la producción de artículos que no se degradan, a reducir los envases y artículos desechables, y a aplicar impuestos altos para productos como baterías y llantas. Para completar este panorama de iniquidades consumistas, Naciones Unidas aseguró en un reciente documento[1] que el mundo está repartido en 240 naciones y compara las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres. Veinte paises más Concepto Renta Líneas telefónicas del

Veinte países más

ricos US$ 32,339

pobres US$ 267

74%

1,5%

el mundo Energía mundial Consumo de papel

45% 58%

5% 4%

producido en el planeta

87%

1%

mundo Carne bovinos y pescado producidos en

3 - Las tendencias del mercado mundial Las que se llaman naciones subdesarrolladas, del tercer mundo, marginadas o simplemente pobres, basan sus economías en las biomasas y a través de ellas generan empleos, ingresos y utilidades. Paralelamente, aplican un modelo de explotación sustentado en el arrasamiento y la contaminación, lo que implica rendimientos decrecientes en el mediano futuro, acrecentamiento de la pobreza y pérdida de competitividad en los mercados internacionales. Es una realidad incomprensible desde la racionalidad económica, que se hace mucho más notoria al desconocer la dimensión de su riqueza natural, dado que el sistema de cuentas nacionales que utilizan marginan estos ítems, y los análisis macroeconómicos sólo se concentran en la masa monetaria, el gasto, la inversión y las exportaciones netas. Dicho de manera mucho más clara: la mayoría de los países pobres son muy ricos ambientalmente, pero ellos no saben su dimensión e ignoran cómo utilizarla, lo cual los hace más vulnerables frente a las presiones de la industria contaminante, donde “los resultados pueden ser ganancias ilusorias en términos de ingreso y perdidas permanentes en términos de riqueza” [1]. En las regiones pobres del sur del mundo toma cuerpo un obstáculo bastante crítico en materia ambiental, y es su pérdida de competitividad comercial frente a los grandes mercados por los negativos impactos naturales que genera la producción. Por efectos de la pobreza se le ha ido ganando terreno a las áreas protegidas y a las zonas forestales, con el fin de utilizar la tierra en proyectos de producción de alimentos. Sin embargo, debido a las ineficientes prácticas productivas que se utilizan en las regiones más subdesarrolladas por la falta de tecnologías adecuadas, el suelo queda inservible, contribuyéndose de esta manera a crear una espiral de los problemas sociales y ambientales, traducidos ellos en hambre, desnutrición, deshidratación, enfermedades gastrointestinales, contaminación, retrazo de los ciclos naturales y erosión. A pesar de saber que esto sucede, tanto en Europa como en Estados Unidos les exigen a los productores una serie de condicionamientos basados en la protección de la naturaleza para permitirles el ingreso de alimentos bioorgánicos a sus economías. Obviamente ellas en la mayoría de las ocasiones no se cumplen debido a que los estándares de protección ambiental que se aplican son muy reducidos o inexistentes. Este tipo de acciones se conocen como biocomercio, el cual se erige como una barrera adicional para el desarrollo de las naciones pobres disfrazada bajo el ropaje de una política de incentivos para fortalecer los precios e impulsar la biodiversidad. Los supuestos “beneficiados” son los países africanos y latinoamericanos, que deben certificar sus productos a través de firmas instaladas en las naciones ricas, las cuales les venden las tecnologías y los productos esenciales para la elaboración de las mercancías que pretenden importar. Las prácticas biocomerciales son inconvenientes e injustas dentro de un mercado global y abierto, en el cual las economías más avanzadas imponen barreras comerciales encubiertas, restricción de acceso a los conocimientos biotecnológicos y subsidios excesivos a favor de sus productores

creando un mercado con precios ficticios. Por eso el Biocomercio es visto como una subvención para los productores de los países desarrollados y, además, como una estrategia proteccionista que les impide a las naciones tercermundistas penetrar esos mercados[2].

La exportación de la contaminación La aceleración de la desertización, la contaminación atmosférica, el cambio climático, la creación de productos no biodegradables, la falta de agua para una cuarta parte de la humanidad, la inexistencia de tratamiento a las aguas residuales a una tercera parte de los habitantes de la tierra, el aumento del nivel del mar y la disminución de la capa de ozono son problemas que no surgieron de la nada. Ellos son el resultado de la acumulación de focos contaminantes y de acciones de devastación localizadas a lo largo y ancho del planeta, impulsadas por capitales que sólo se interesan por su lucro y no tienen en cuenta los impactos ambientales de sus acciones. Muchos de estos impactos negativos son irreversibles y han afectado la calidad de vida de los seres humanos, a pesar de que ellos surgen de los deseos del hombre por acrecentar su progreso y bienestar. En medio de esta paradoja, los recursos naturales se diluyen de manera paulatina y algunos para siempre. Los primeros grandes afectados son las personas que viven en torno a esos focos productivos contaminantes. Después aparecen los ciudadanos de otros lugares, incluidos los habitantes de los países más desarrollados. Es paradigmático que Estados Unidos y Europa central estén sufriendo inundaciones, oleadas de calor, sequías, pérdida de cultivos, enrarecimiento de la calidad del aire y lluvia ácida, con su carga de muerte y destrucción. Estos hechos en el pasado reciente sólo eran previsibles para las naciones más pobres y marginadas. Sin embargo, la exportación contaminante sigue siendo una constante a pesar de que organismos como el Banco Mundial lo nieguen. En efecto, las naciones pobres aceptan que en sus territorios se instalen proyectos industriales y de extracción altamente contaminantes arguyendo la necesidad de emplear su mano de obra y de acceder a la inversión extranjera para mejorar sus perfiles productivos y competitivos. Los empresarios extranjeros miran con interés hacia Latinoamérica, Asia o África, donde es posible contaminar gracias a que las legislaciones ambientales de los distintos países son muy laxas, cosa que no ocurre normalmente en las naciones más desarrolladas. Además, las instancias gubernamentales encargadas de ejercer la autoridad, el control y la aplicación de los mandatos legales sobre el ambiente, no tienen en general la estructura administrativa, la solvencia técnica, los elementos científicos, los recursos económicos ni la voluntad política para actuar en concordancia con su papel. Un ejemplo reciente[1] que ratifica esta visión se presentó en Uruguay, donde se le dio autorización a una inversión española-finlandesa de 1.000 millones de dólares para instalar dos fábricas productoras de papel en la frontera con Argentina, obligando al gobierno de este último

país a denunciar que el proyecto contaminará el aire y el agua, mientras manifestantes argentinos bloquearon los puentes de acceso a Uruguay en señal de protesta. Las construcciones, sin embargo, siguieron adelante. A pesar de la evidencia constante de que la contaminación se exporta a través de la inversión del gran capital, el Banco Mundial asegura tras seis años de investigación que es falso que los países en desarrollo donde las restricciones ambientales son menos rigurosas acepten la instalación permanente de industrias contaminantes. Incluso, dice este organismo que ha comprobado que “las comunidades más pobres están adoptando medidas para reducir la contaminación porque han llegado a la conclusión de que los beneficios que ello reporta son mayores que los costos”[2].

5 - Pobreza vs. Medio ambiente Uno de los grandes debates ambientales gira en torno a qué nivel de responsabilidad tiene la pobreza en la devastación de los recursos y la contaminación del entorno, ante la existencia de una correlación negativa entre los dos fenómenos en los países en desarrollo. El número de pobres en el mundo crece dramáticamente y hoy se habla de la existencia de 3.000 millones de personas en estas condiciones[1], las cuales viven con menos de dos dólares diarios y se calcula que ese número podrá aumentar un sesenta por ciento en las próximas cinco décadas si fracasan las políticas internacionales para reducir a la mitad la pobreza del planeta[2]. Al comenzar el siglo XXI las zonas urbanas del mundo congregan en promedio al 48 por ciento de la población. En los países más desarrollados vive en las ciudades el 76 por ciento de la gente y la tasa anual de crecimiento urbano entre 2000 y 2005 fue del 0,4%. En tanto, en las regiones más pobres y menos adelantadas la población citadina es del 26 por ciento, pero su crecimiento urbano para el primer lustro fue del 4,6%. El proceso de urbanización mantendrá su espiral creciente y en pocos años el 50% de la población en promedio vivirá en ciudades con más de un millón de habitantes y en muchas otras de más de 10 millones[3]. El problema radica en que de las 24 ciudades del mundo que hoy tienen más de diez millones de habitantes, 18 están localizadas en los países en desarrollo, lo cual implica grandes impactos sociales, económicos y ambientales y demuestra un crecimiento demográfico desproporcionado. El crecimiento urbano es más acelerado cuando las poblaciones son pobres, ya que los emigrantes llegan a las ciudades impulsados por el deterioro del medio ambiente, las penurias, la violencia en sus zonas rurales, o por la esperanza de mejorar su situación económica[4]. Este desmadre demográfico y el crecimiento constante de la pobreza han creado una realidad agobiante, donde se pasó del respeto por el entorno natural a la devastación. Los culpables se encuentran entre la comunidad que busca en los bosques la madera para levantar sus

viviendas, tener fuego y ganar terreno para la siembra de alimentos. Este comportamiento acelera los procesos erosivos e incrementa los niveles de riesgo por deslizamientos de tierra e inundaciones. Sus excretas y los residuos que se originan en su vida cotidiana van a parar especialmente a las fuentes superficiales de agua, que son utilizadas para su ingesta, con lo cual se crea un círculo de contaminación y enfermedad que desmejora la calidad de vida de las personas y obliga a múltiples inversiones públicas en saneamiento básico y atención hospitalaria. Pero la culpabilidad de ese desastre ambiental no es exclusiva de las comunidades pobres, sino también del sector productivo que se niega a invertir en tecnologías limpias y prefieren seguir enviando sus desechos a los ríos, al aire y a los botaderos a cielo abierto. El impacto ambiental de estas acciones industriales iguala e incluso supera la dimensión del problema que ocasionan las comunidades pobres y marginadas. Los efectos más próximos se observan en la tierra arrasada por nuevos conceptos técnicos de productividad; disminución de especies de flora; eliminación de bosques por propósitos agrícolas o agroindustriales; desaparición de ríos que cubrían largas extensiones territoriales y déficit en el inventario de biodiversidad. [1] Cálculos realizados por el Banco Mundial [2] Este es uno de los ocho objetivos del milenio aprobado por las grandes naciones y cuyo periodo de concreción es 2015. [3] Gilpin, Alan. Economía Ambiental. Un análisis crítico. Ed. Alfa Omega. pp 269) [4] Informe sobre “Estado de la población mundial 2002”. Fondo de Población de las Naciones Unidas

6 - Calidad de las infraestructuras de servicios A las causas del desabastecimiento de agua potable se suman los problemas de infraestructura de los sistemas de acueducto, dificultades geográficas para distribuir el líquido en las áreas marginales, gran contaminación y utilización en propósitos distintos al consumo humano. Por estas razones es que en América Latina existen poblaciones sin agua, a pesar de que la relación de disponibilidad del recurso es cuatro veces mayor a la población de acuerdo con la participación global de cada una, tal como se observa en el siguiente cuadro: La geografía mundial del abastecimiento de agua Continente América del Norte y Central América del Sur Europa Africa Asia Australia y Oceanía

%Disponibilidad de Agua 15 26 8 11 36 4

% Población 8 6 13 13 59 1

Esta realidad geográfica que crea iniquidades en la distribución del agua, se refleja en el hecho de que sea Asia la que más población tenga con problemas de abastecimiento, seguida por África y Europa.

La realidad de la disponibilidad y de la distribución muestra que en la Tierra hay 1.200 millones de personas (22% del total de la población) sin fácil acceso al agua. Esa cifra podría aumentar significativamente, al punto de hablarse por parte de los expertos que a mediados del siglo XXI, cuando la población del planeta llegue a 10.700 millones[1], el 60 por ciento estará afectada por el insuficiente abastecimiento del liquido, entre otras razones, porque el 90 por ciento de los nuevos habitantes estarán ubicados en los países más pobres, los cuales no tienen los recursos suficientes para garantizar la prestación de un servicio que cobije a la mayoría de sus gentes. Sumado al problema de la oferta hídrica, está el hecho de que 2.000 millones de personas no cuentan con infraestructura de saneamiento básico.

En Asia, la región más habitada del

mundo, sólo le ofrece saneamiento a un 20 por ciento de las familias. África deja de brindarle saneamiento al 13 por ciento de su población, mientras en América ese problema afecta al 5 por ciento de la gente y en Europa sólo se presenta para el 2 por ciento, según cifras de la Organización Mundial de la Salud. El desmedido incremento de la población, especialmente en las áreas urbanas, ha convertido la disposición de las aguas residuales y el abastecimiento de líquido potable en serios problemas sociales, que se traducen en enfermedades y muertes. En el año 2000, por ejemplo, la tasa de mortalidad estimada por enfermedades relacionadas con el saneamiento del agua fue de 2.2 millones de personas, siendo los más afectados los niños menores de cinco años y los adultos mayores de las poblaciones más pobres del planeta.

[1] Estado de la población mundial 2002. Fondo de Población de las Naciones Unidas

7 - Iniquidad en el acceso a la ciencia y la tecnología Los países pobres no tienen un acceso real a los desarrollos científicos y tecnológicos. Eso se debe en gran medida a la falta de voluntad política de los gobiernos y a la actitud mezquina de los empresarios de destinar partidas económicas suficientes para la Investigación y el Desarrollo. Los miembros del círculo de la pobrería invierten menos del uno por ciento de su PIB en los temas relacionados con la ciencia, mientras en las naciones desarrolladas ese porcentaje supera los tres puntos. De aquí surge una brecha insalvable que genera desigualdad, iniquidad, fricciones y dependencia. Las regiones pobres del mundo no han adoptado políticas de Estado que conviertan la educación y el acceso al conocimiento como un eje orientador de su desarrollo y crecimiento, y ello se refleja en cifras tan críticas como que en América Latina existen 42 millones de analfabetas, o que el número de científicos es 30 veces menor al que tienen los países más avanzados, o que el número de inventos patentados es exiguo frente a lo que sucede en Estados Unidos, Europa y Japón. Esta realidad nos indica que si las sociedades pobres no avanzan en una revolución educativa de fondo, no será posible que tengan la materia prima

que interprete la nueva realidad del mundo, que es impulsada esencialmente por el conocimiento. En la otra orilla aparece un reducido grupo de naciones desarrolladas, que han comprendido que la lucha por la preeminencia contemporánea se basa en el saber y la creación, de los cuales se deriva el poder. Dicho de otra forma, los descubrimientos científicos y tecnológicos son instrumentos de dominación económica, penetración ideológica y sometimiento político. Por esto, “mientras que en algunos lados del mundo se planea la instalación masiva del Wi-Fi (las conexiones inalámbricas a Internet), y se debate sobre el poder de los blogs y los podcasts, en otros lados del planeta apenas se tiene acceso a una computadora”[1]. Cuando se habla de desarrollo y crecimiento siempre se mira hacia unos puntos específicos del mapa, que de vez en cuando aumentan como cuando ingresaron al club de los más innovadores China, Brasil e India. Las referencias sobre ellos tienen que ver, además, con el poder político que han acumulado, con la fortaleza económica que exhiben y con el mejoramiento de los indicadores de calidad de vida, que para el trío de países novatos aun no son lo suficientemente destacable, pero ya iniciaron la marcha por el camino correcto. Las cifras corroboran estas apreciaciones. “Los nuevos esquemas globales han dado paso a un mundo de excluidos, de desigualdad mundial, donde el ingreso del 1% de la población (los más ricos) equivale al del 75% más pobre. El 10% más rico de la población de USA (25 millones de personas), tiene tantos ingresos como el 43% más pobre de la población mundial (2.000 millones de personas)”[2]. Frente a un panorama tan desolador, donde el 81% de los habitantes del planeta están sometidos a los países que hacen parte de la OCDE[3], la UNESCO proclamó en 2002 el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, pretendiendo alcanzar nuevos compromisos éticos en los que el uso de la ciencia contribuya a erradicar la pobreza y a fortalecer la seguridad humana. Para lograr estos buenos propósitos es necesario que se modifique sustancialmente la política de cooperación técnica y científica que enarbolan en sus discursos desarrollistas los embajadores del primer mundo. El acceso limitado de las naciones subdesarrolladas a la tecnología de avance tiene efectos igualmente graves en el entorno ambiental y principalmente sobre el hombre, que se muestra impotente frente a los fenómenos de la naturaleza, muchos de los cuales son la consecuencia de una prolongada acción depredadora del sistema productivo utilizado por la sociedad. Por eso, “cuando la gestión del desarrollo es deficiente y perjudica al medio ambiente, es frecuente que los pobres resulten los más afectados, porque ya viven en entornos frágiles, que los hacen particularmente vulnerables. Desde África meridional hasta América Latina, y desde Bangladesh hasta Afganistán, son precisamente los pobres los que más sufren las consecuencias de la variabilidad climática y de la degradación ambiental”[4].

Debido a la discriminación del conocimiento, en las regiones pobres del mundo poco se sabe de geotectónica, vulcanología, oceanografía y sismología, a pesar de que muchas de ellas viven en zonas altamente vulnerables a los riesgos naturales. Los instrumentos técnicos para tratar los residuos sólidos y líquidos son sumamente costosos, lo que impide que muchas sociedades del tercer mundo puedan adquirirlos. Así mismo, las tecnologías para el saneamiento básico, el monitoreo de la contaminación atmosférica, la georreferenciación del territorio, la vigilancia satelital de los ecosistemas, la sistematización de la información ambiental, el cálculo de costos naturales y la utilización de energías limpias, son temas casi vedados para ellas.

[1] ¿Tecnología que acerca? BBC World News, noviembre de 2005 [2] Lafuente, Marianela y Genatios, Carlos. “Ciencia y Tecnología para el desarrollo endógeno”. Red de Prensa No Alineados, 2005 [3] Organización de Cooperación para el Desarrollo, los que con sólo un 19% de la población mundial concentran el 71% de intercambios mundiales de bienes y servicios. [4] Paul Wolfowitz, Presidente, Grupo del Banco Mundial en la sesión especial del Foro de Sao Paulo sobre Cambio Climático. Sao Paulo, Brasil 20 de diciembre de 2005

8 - La normatividad ambiental Los ciudadanos del mundo han presionado a sus gobiernos para que apliquen medidas jurídicas y administrativas más efectivas para el control de la contaminación y evitar que se siga poniendo en peligro la salud de las personas. Por ello, se han implementado leyes relacionadas con el aire limpio, firmado acuerdos internacionales sobre descarga de gases y exigido a la industria innovaciones tecnológicas no contaminantes en sus procesos, las que hoy permiten que en muchas ciudades se hubiesen instalado equipos para monitorear la contaminación atmosférica; que en otras los vehículos tengan catalizadores para sus descargas de carbono; que se hayan construido en muchos lugres los canales interceptores y las plantas de tratamiento para aguas servidas; que no se permita la instalación de botaderos a cielo abierto; entre muchas otras acciones, que no son suficientes para contrarrestar los esfuerzos de los contaminadores, quienes prefieren seguir utilizando el entorno natural como botadero de residuos o como epicentro de explotación irracional. Los intereses económicos de industrias tan poderosas como la petroquímica y la automotriz, responsables del 60% de toda la contaminación del aire atribuible a las actividades del hombre, por ejemplo, se han convertido en un obstáculo para garantizar que en el futuro inmediato se pueda respirar un aire menos contaminado. Ellas, que encabezan las exclusivas listas de empresas multimillonarias, tienen una gran capacidad de lobby y un poderío político inigualable, y por eso logran demorar la entrada en vigencia de normas que intentan aminorar los efectos dañinos de sus tecnologías. Esta situación nos deja en evidencia que el desarrollo alcanzado durante los últimos dos siglos en materia tecnológica se sustenta en un costoso proceso de deterioro ambiental y un aminoramiento de la calidad de vida de las personas. De aquí se desprende la gran paradoja de la contaminación del aire: es aceptada socialmente con el fin de gozar con los avances y las comodidades de la modernidad, a pesar de sus gravísimas

consecuencias. O dicho de otra manera, este tipo de contaminación constituye un concomitante inevitable de la vida moderna[1]. La estructura legal en materia ambiental en los países pobres en general es muy laxa, aunque algunos avances han generado una nueva concepción teórica, la que sin embargo queda en el limbo porque la legislación no tiene elementos de presión suficientes para que sus mandamientos se cumplan acordemente o porque contiene vacíos a través de las cuales se eluden sus principios. Adicionado a esto, la normatividad se basa casi exclusivamente en el ejercicio de la autoridad policiva y se le ha hecho el esguince a la aplicación complementaria de instrumentos e incentivos que podrían producir buenos resultados gracias a la concertación pública y privada, la información compartida entre ambos y la eliminación de las externalidades en los costos de abatimiento de la contaminación. A los inconvenientes jurídicos se le suma la debilidad institucional, dado que en muchas naciones el tema ambiental está en un segundo plano de las prioridades administrativas y políticas de los gobiernos, lo cual se traduce en partidas presupuestales marginales, que sólo permiten el financiamiento de los gastos de funcionamiento, pero restringe la inversión en temas como la investigación, la educación, el incentivo de la participación ciudadana y la comunicación. El bajo nivel de inversión en el área ambiental marcha en dirección contraria con la cantidad de descargas contaminantes y con la gravedad de los impactos ambientales que sufren las naciones pobres. La participación de los costos de control a la contaminación en el PIB según la CEPAL[2], sumados los niveles de inversión privada y de gasto público no superan el 0,3 por ciento en los países del tercer mundo, mientras en los desarrollados llega al 1 por ciento. Una conclusión dolorosa pero cierta, es que los daños ambientales poco importan frente a los “beneficios” económicos de una inversión contaminante, la que destina cifras marginales e insuficientes para la innovación tecnológica orientada a la producción limpia y el abatimiento de las emisiones. [1] American Association for the Advancement of Science. Air Conservation. Washington, D.C., 1965. [2] Jean Acquatella - División de Desarrollo Sostenible y Asentamientos Humanos. Economía Ambiental: Curso CEPAL/ Banco Mundial/ Asdi/ Aeci

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