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ha logrado c n poco tie mpo , 'racias a l es fue rzo creativo , marcar una tra 'n: lOI ia rn la literal lira diri gida a niños y jóvenes. Su nove la co n a para ni ños " El tren tumásti-
co" file desla cada por los j urados de l con curso ') Al: ( llJXl), la co lecc ió n de CUCI1\OS " Excurxió n a l arroyo" fue menci onada en el conc urso ,\ \I A " 1,\ OCA C,\\{J) de 1991 y ' U novela para ni ños y jó venes " t istcrio cn c l Mu sco " acaha de obtener el Primer Premio (co mpartido) en el conc urso '\~t ,\ rr.v-ocx C'\\{J)
1992 .
La autora. que vie ne trabajando desde hace al g ún tiem po e n e l taller literario Lago-Arb lec he, ha sido tambi én docente de idioma ing k;s, e nc ue ntra una vocación definida en e l qu eha cer literario diri gido a ni ños y j óvenes.
Misterio en el museo Mónica Dendi
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Editorial AMAUTA
Primer premie (compartido) Concurso Anual de Literatura Infrmtil y Juvenil-1992 .
tra. Edición Noviembre 1992 Impresoen Uruguay - Printed en Urugua y ISBN 9914--35-035-2 Editor. Agustín Cárpena Carátula e ilustraciones: Fernando Veira Coordlna d6n: Luis Neíra Composición y armado; La Galera 5.R.L. Fotomocánica : Puntograf S.R.L. DIstribución: Editorial AMAUTA José Enrique Rodó 1708 - Tel. 41 4868 Montevideo - Uruguay
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EDITDRIALAMAIlTA
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MINISTF.RlO DE EDUCAOÓN YCULTIlRA 0CA--eARD
Patroaruz:
Prólogo
Misterio en el museo es una de las obras ganadoras del
Mi agradecimiento al Director del Museo Zoológico
Dámaso A. Larrañaga, Sr. Julio González y al personal del mismo.
Concurso AMAUTA-ocACARD (1992). Se trata de un cuento para jóvenes donde la autora incursiona en la línea del género policial yel misterio, modalidad que --cine y televisión mediante- tiene cada día más aceptación a todos los niveles. La escritora sabe aprovechar en esta obra el excelente escenario que le brinda nuestra geografía, en este caso el Museo Zoológico Dámaso A. Larrañaga, el cementerio y el puertito del Buceo. Aprovecha asimismo el misterio que rodea, desde hace muchos años, estos recintos y las posibles conexiones históricas y presentes que, según las creencias populares de la zona, existen en esos lugares. Los protagonistas principales son los niños, el taxidermista, el guardián, algún dudoso propietario de yates del conocido club y otros trabajadores de la zona. Una historia detectivesca, poco usual en nuestro me5
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dio, pero de gran credibilidad que no apela al facilismo del horror, lo macabro o la violencia, y que no ocurre entre los clásicos animalitos sino entre seres reales y en un medio bien familiar que permite al niño y al joven una fácil identificación. Una historia que sin duda marcará rumbos en literatura infantil juvenil uruguaya, por la forma de abordar una temática de recibo, muy poco cultivada entre nosotros y que contiene claros elementos de identidad.
L.N
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-Vamos a entrar y no toques nada, ¿entendiste? .
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-Ufa, ya me lo dijiste quinientas cincuenta veces. Silvana miró a su hermano; realmente se lo había repetido varias veces a lo la~go de las ?iez cuadras q~e.ne vaban caminando. Pero 5ilvana temía que Nacho hiciera 6
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.alguna de las suyas y no quería tener problemas, ni quedar mal con Sebastián, que estaría esperándola. . Bajando la vertical cuesta de Batlle y Ordóñez hacia la rambla, 5ilvana señaló a Nacho un extraño edificio. "Allá abajo, ahí es". Cual si estuviese en una pequeña isla, el Museo Zoológico, único y solitario habitante, se yergue en actitud diferente sobre un terreno que abre y divide las sendas asfaltadas de la rambla, en una cerrada curva frente a las rompientes entre la playa y el puerto del Buceo. El intenso tráfico de la rambla se desvía rodeándolo, abrazándolo. A la serenidad de su aspecto: firmes y repetidas columnas rojas y su alta torre mirador; al inalterable e insensible silencio de los cipreses que al fondo, cruzando la rambla, señalan el cementerio, se superpone el bullicioso y constante movimiento marino y vial.
Lo que más llamó la atención del niño fue el alto mirador. ''Parece la torre del vigía de un barco pirata". Cuando llegaron al museo, Nacho se soltó de la mano de Silvana y corrió a una de las tantas columnas de la entrada. Giraba y corría alrededor de ellas. -Dejá de hacer payasadas y ven! de una vez. Saltando llegó al lado de su hermana y esquivando un tirón de pelos, entró al museo y casi se dio de cara contra un esqueleto que parecía querer tocar el techo. -¡Un Dino-rider! -exclarnóloco de maravilla. -No chiquito, -dijo el cuidador- es una jirafa. -¡Qué alta! -comentó Nacho alzando su cabeza. 8
-Buenas tardes , don Pedro -dijo la niña saludando al cuidador. . -Buenas, 5ilvana. Veo que hoy estás bien acompañada. -Es mi hermano. Es la primera vez que viene. -Mm, -murmuró don Pedro mientras buscaba algo en el bolsillo de su camisa celeste, bordada con las letras ¡MM. -Tomá, aquí tengo un chocolatín para los visitantes que vienen por primera vez. -Gracias. -Tu amiguito ya llegó hace quince minutos. Está en la sala del yacaré. -¿Qué es un yacaré? -quiso saber Nacho. -Es un reptil parecido a un cocodrilo. Los huesos de lo que en algún tiempo había sido una joven jirafa se hallaban en el pasillo central, que ocupaba todo el ancho del frente del edificio. El museo se desplegaba en dos salas que partían desde cada extremo del pasillo hacia el fondo, alrededor de un patio abierto . En realidad todo el edificio era una gran U de líneas rectas, en derredor del patio de estilo morisco. Los dos hermanos entraron a la sala de la izquierda, pasando frente al blanco esqueleto de un chimpancé. Nacho se detuvo no bien entró, gritó fuerte, mientras se escondía detrás de su hermana. Un yacaré de más de dos metros de largo estaba agazapado e inmóvil en el suelo. Su cola arqueada en semicírculo ondulante, sus patas en 9
tant ' t -n i ón, los ojos d e mirad a fija y su an cho ho io mtreabier to, da ban clara ev ide ncia de es tar listo para a taca r a su presa. Le cos tó trabajo a Silvana convencer a Na cho de que el animal es taba mu erto y embalsamado. - ¿No me come? - No, bobo, ¿no ves que está bien muerto? -Además los caimanes se alimentan de peces y caracoles, pero no de personas -dijo Sebastián llegando por d trás de él. - Bueno, yo como iba a saber -se disculpó molesto. - ¿Está muerto? - Sí, y embalsamado; está convertido en una especie de muñeco. - Hace rato que te espero -le cortó Sebastián. _ reo qu e aquí tenemos buen material para nuestro equipo . - ¿Qu é encon traste? bas tián llevó a su amiga hasta unas vitrinas próxi m a nseña rle los animales que allí habían. Nacho, m ientras tanto, con sumo cuidado y titubeando, estiró su manita y tocó el lomo del tranquilo yacaré. Retiró en seguida la mano y esperó a ver qu e sucedía, pero el animal no se movió. Entonces Nacho se paró delante del reptil, puso sus manos abiertas a cada lado de sus orejas y "Leru, leru", se burló en las propias fauces del yacaré mientras movía sus dedos. En ese momento la luz eléctrica hizo un guiño y Nacho corrió disparado al lado de su hermana, no fuera a ser cosa que el yacaré reviviese. 10
Los ojos de Nacho no alcanzaban para captar todas las ma rav illas que allí habían. La sala estaba iluminada con luz mu y tenue. Sólo las grandes vitrinas: cuadradas, rectangulares o redondas, mostraban toda clase de animales m uy bien iluminados por lámparas interiores. Nacho corría extas iado, de vitrina en vitrina: gatos de pajonal, carpinchos, mariposas, caracoles de hermosos colores y extrañas formas, cangrejos y comadrejas disputaban su atención. Del techo pendía el esqueleto de una ballena, y a su lado los huesos de una tonina. -¡Mirá ahí! -exclamó fuerte tironeando la campera de su hermana. ¡Mirá! -Ssssh! No grites. Ah, eso; es el cráneo de una elefanta. -Pero decime qué dice en ese cartel. -Ya te dije que es el cráneo de la elefanta Princesa que vivió en el zoológico. Ahora dejame tranquila. -Miró a Sebastián y continuó hablando. -Esta mariposa Artaeus alias me puede servir para copiarla y ponerla en la tapa del trabajo. Fijate que aunque los colores no son tan lindos como los de otras, la forma de las alas son fáciles de copiar: tan grandes y bien delineadas". -¿No es ésta la mariposa que se iba a recibir con la donación del exterior? -No se, creo que sí. - Entonces tuvieron que haber llegado los otros ejemplar es. Vamos a preguntarle a don Pedro. Los tres niños dejaron la sala y fueron a la entrada del J1
museo. Allí estaba el buen hombre cuidando que un pequeño infierno de dos años no subiera al esqueleto de la flaca jirafa. -Don Pedro -lo llamó Sebastián. -¿Ya llegó la donación? -¿Qué? -preguntó distraído el viejo. -¿La- donación? Sí, llegó hace un mes. Ya están colocando algunos ejemplares en las vitrinas. -¡Vamos a verlos! -dijeron los mayores y salieron los tres hacia la sala de la derecha. -¡Mirá! -gritó Nacho para variar, al ver una enorme caja de vidrio con cuatro ñand úes dentro. - ¡Qué bichos tan grandes!
Martín-pescadores, aves autóctonas y tropicales, destacándose las de Nueva Guinea por su espectacular plumaje. -Aquí -dijo Silvana. -Esta es nueva. Mirá que preciosos co~ores . Qué penacho raro y ese color naranja me copa. -Dejame leer. Rupicola peruoiana sanguinolenta. Sí, ésta debe de ser. Dice "ave del trópico sudamericana", La donación venía de Ecuador o Perú o no se, de algún lugar de ésos. -Es preciosa, ¿no? -Sebastián sacó su lupa y comenzó a examinarla detrás del cristal. -¿Qué hacés?
-Después te muestro, vení y no toques nada . -Ufa, no me dejás hacer nada, ni siquiera hablar.
- Investigo. Mi tío dice que si quiero ser un buen naturalista tengo que ser observador.
-Dejalo un poco -dijo Sebastián deteniéndose. Total, acá está todo detrás de vidrios y no va a hacer nada.
-¡Qué exagerado! -Silvana se alejó para encontrar nuevas especies.
-Está bien -asintió la niña- pero no te pierdas, quedate cerca de mí y no grites más, ¿entendiste? -Sí -<:ontestó Nacho afirmando con la cabeza al tiempo que se alejaba saltando a ver los ñandúes, que de pie en su vitrina central, parecían cortar el paso a los visitantes. Una pareja con dos niños recorrían la sala. Sebastián y Silvana comenzaron a buscar donde estarían los nuevos animales, que según sabían, eran aves. Diferentes especies se encontraban clasificadas: pájaros carpinteros, garzas,
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- Pobrecito -dijo Silvana y lo besó en la frente. Queda te conmigo. -Para distraerlo se pusieron a observar a otros ejemplares. - Aquí hay otro de la donación -dijo Sebastián sacando nuevamente su lupa del bolsillo. Veamos. -Es un picaflor -dijo Nacho. ¿Nunca viste uno?preguntó con suficiencia . -Sí, Pero éste es de cuello violeta y también tiene la panza como cosida o pegada. Esto es muy raro. Oaro que a simple vista no se nota, hay que observar con la lupa, como todo naturalista. -Sebastián, por qué no le preguntamos al embalsamador - sugirió Silvana.
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Por una salida lateral se metieron en un pasillo que corría junto a la sala y llevaba al taller del museo. El taxidermista -<> embalsamador como le decían los niñosera un hombre alto, corpulento, de rostro de rasgos recios, mirada profunda y negra que inquietaba a los niños. Siempre estaba apurado, de mal humor y no quería verlos en su taller . Cuando los ni ños entraron, se sobresaltó y cerró de un golpe una caja de madera que estaba sobre su mesa de trabajo, junto a una zancuda "corocoro roja" de pico curvo, que tenía el abdomen abierto. -Ustedes otra vez. ¿Qué hacen aquí? -pareció rugir. -Queremos hacerle una pregunta. -No pueden entrar aquí y menos sin mi permiso. Vamos, salgan en seguida. 15
-¿Qué está haciendo? -quiso saber Nacho pero no recibió respuesta. -¿Por qué las aves de la donación tienen la panza remendada? -¿Qué!? Eh, ... de dónde sacaron esa idea? -Las vimos y están todas rotas y cosidas dijo más explícita Silvana. -Las recibimos así. Ya conocen el refrán; "a caballo regalado no se le mira el pelo" . Ahora, largo de aquí y dejen de preguntar bobadas. Los niños lo miraron decepcionados y se volvieron por donde habían entrado. -Este tipo no me gusta -rezongó Sebastián- y yo digo que aquí está pasando algo raro . Ninguna donación 16
al museo llegó nunca así. -Además no es cierto que las hayan recibido arregla das. En la mesa tenía un pajarraco con la barriga abiertadijo Silvana. Sebastián la miró pensativo. "Sí, ésto creo que es ur caso para"el investigador Sebastián".
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la tarde siguiente don Pedro estaba de pie en el frente del museo, contemplando el mar, que embravecido y mugroso, se deshacía contra las rocas en hilachas de espuma achocolatada. Vio llegar a Sebastián y le hizo señas para que se acercara. -Hola, don Pedro, ¿qué le pasa? -Hola, hijo. Se te ve muy apurado por entrar, pero antes debo hablar contigo. Vení, entremos, que mis piernas necesitan descansar, ya no me aguantan mucho rato de pie. Entraron al museo yel viejo se sentó en su silla, junto al esqueleto de la jirafa. -Decime, ¿qué le hicieron ayer al taxidermista? -¿A Ortega? Nada -respondió alzándose de hombros con cara de inocente. -Nada bueno querrás decir, porque me dio órdenes terminantes de que no quiere verlos más por aquí. 17
ebas tián frotó sus manos. "Mm, eso es buena señal, qu iere decir mucho" . - ¿Qu é decís? ¿Buena señal que no los deje entrar?
-Entrar podemos porque es entrada libre para todo público, pero si él no quiere vemos, es porque no quiere que averigüemos cosas. -Escucha hijo, a mí tampoco me gusta nada ese tipo. A d ir verdad -continuó como para sí- si yo hablara ... Pero ya estoy muy viejo. Si no cumplo bien lo que me ord 'na me manda para mi casa, y la verdad: ¿qué haría yo con una jubilación miserable? Toda mi vida estuve en este museo. y antes también, mucho antes del cabaret, cuando aquí estaba la morgue. Ortega todavía andaba en pañales y ahora amenaza con echarme. No, si es de no creer. A veces pienso qu e si yo hablara ~ontinuó el viejo como dialogando consigo mismo; alzó la vista para mirar como el vi nto movía las palmeras del patio trasero. -Sí yo dijera • lgun co as que se ...
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-Cuente, cuente. -Sebastián se sintió picado por la curiosidad y la intuición le decía que el viejo debía saber algo de lo que estaba sucediendo con los ejemplares de la donación. . -No, hijo, no puedo. Pero te contaré otra cosa, si me prometés no molestar más a Ortega. -Trato hecho. -¿Conocés el departamento de Durazno? -No, pasé una vez con la escuela, de camino a Paso de los Toros y nos detuvimos en el zoológico de Durazno, pero no pude ver nada más . -Sebastián conocía al viejo y sabía que se venía una historia de esas largas y con muchas referencias a personas del pasado que el muchacho n~ conocía. Se sentó en el piso y se dispuso a escuchar pacíentemente.
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-Te contaré de las costas del Cordobés. Un día el director del museo, en aquél entonces era el tano Benavente, nos pid ió a Sánchez y a mí que fuéramos a Durazno para hacer un relevamiento de especies en un campo cerca del arroyo del Cordobés, a donde solíamos ir seguido. Allá nos fuimos, instalamos el campamento en la estancia de don Clotardo y nos pusimos a trabajar. El viejo Clotardo era macanudazo, nos mandaba todos los días guiso de capón, o mazamorra. Claro que cuando el tano Benavente caía por allá, don Clotardo nos mandaba mulita o asado con cuero. No era cosa de quedar mal con el "Doctor", no señor. Un día que llovía a mares y oceános, estábamos empapados hasta los huesos, pero entre la cortina de agua 19
vimos llegar a Anastasia, una gurisa ahijada del patrón, que andaba prendada de Sánchez. La gurisa nos traía una fuente de tortas fritas. Claro, después Sánchez en retribución, tuvo que llevarla a bailar el sábado siguiente. Esos bailongos con piso de tierra se ponían buenazos. Sebastián consultó disimuladamente su reloj: 10 minutos de preámbulo. -Como te decía, estábamos trabajando una noche cerrada, de esas en que no ves ni a la luz de la linterna. Ibamos tras el rastro de una familia de perdices; pero debo confesar que no era con intención de estudiarlas, sino de comerlas. De todas formas, estábamos caminando por el yuyal cuando Sánchez reculó como cachorro con correa y dijo "A-a-a-ahí a-a-ade-Iante hay unos b-b-bichos". Yo alumbré y ¿qué vi? -don Pedro abría grandes los ojos. _ Una familia de zorrillos: papá, mamá y tres hijitos, todos zorrillos negros con su senda blanca sobre el espinazo: lindos y apestosos. Al alumbrarlos se dieron media vuelta rápidamente y quedaron con sus colitas levantadas hacia nosotros. Se apoyaron en las patas traseras y golpearon tres veces las delanteras contra el suelo y ... páfate ... madre mía!! Nos rociaron de lo lindo. Todo sucedió tan rápido que no atinamos a nada, cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde. Salimos corriendo como alma que lleva el diablo y nos tiramos de cabeza al arroyo. El olor que nos quedó en la ropa fue tan fuerte que ese sábado Anastasia se quedó sin pareja. -El viejo hizo una pausa. -Sí señor, si tendré historias vividas en este museo. Por
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eso no voy a permitir que un tipo de ésos me v~nga a amenazar. Si yo dijera algunas cosas ... a veces pienso que hasta debe de estar usando el viejo pasadizo ... En fin ... -¿Qué pasadizo? -¿Pasadizo dije? No me hagas caso -dijo sobresaltado poniéndose de pie. -Bueno, ya está bien de cháchara, ahora a volar pajarito. Ortega está en el taller y no quiero líos. -Está bien don Pedro, ya me voy. Sebastián salió del edificio y apoyándose en una de las columnas exteriores, sacó de un bolsillo trasero de su pantalón, una libretita y una birome y anotó: "El viejo algo sabe. Averiguar qué quiere decir "morgue", ¿Pasadizo?".
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1sol brillaba fuerte en la mañana despejada. El viento que había estado soplando y embraveciendo al mar la tarde anterior, había cesado para dejar paso a una suave brisa. El campito de césped que se extiende a un costado del edificio rojo de la Aduana de Oribe, en la rambla del Buceo, estaba soportando el trilladero de una escasa decena de niños. Algunos rodaban sobre el pasto aún húmedo del rocío, otros corrían tras una pelota, algunas niñas jugaban con sus muñecas paseándolas en cochecitos. Nacho corría tras un panadero, que huidizo, no quería detenerse entre sus manos. Silvana, con la espalda recostada contra la vieja construcción de ladrillos, contemplaba las ondulaciones de un wind-surf entre los veleros
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del puerto del Buceo. La vela, anaranjada y violeta, era hábilmente conducida por una chiquilina de no más de once años. Giraba, iba y venía sobre el manso del puerto, cual mariposa de única ala revoloteando sobre el mar. Sebastián, llegando por detrás de la Ad uana, se detuvo junto a su amiga y bajó de su bicicleta. -Hola. -Hola -saludó Silvana hoscamente. -Me dijiste que tenías algo muy importante que contarme y hace flor de rato que te espero, ¿por qué me hiciste apurar tanto? -Bueno, che, no te pongas nerviosa. Mi abuela, -dijo a modo de explicación- que me pidió que fuera al puesto a buscar huevos para la pascualina. Pero acá estoy. Escuchá bien porque me parece que descubrimos algo muy gordo. Vamos a ser famosos. Quién sabe, capaz que d ) cubrimos un tesoro. -Sebastián, sentado a lo indio sobre 1pasto soñaba despierto. Sílvana distraída miraba como el wind-surf se acercab a la playita del puerto y la surfista dejaba la tabla para hablar con un chico que la esperaba sobre la arena. -¿Un tesoro? No seas niño . Además ya no quedan tesoros. -Está bien, no me creas pero yo sé cosas. -No te entiendo, explicate. -Estuve trabajando duro, hice algunas investigado- . nes con referencia a la donación del museo. Averigüé que en ese mismo predio antes había una margue.
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-¿Una margue? ¿Ese lugar a donde van los muertos y los destripan? ¡Qué asco! -No tan así, pero es un depósito de cadáveres para estudiarlos, supongo, si no, ¿para qué los quieren? Pero como sea, aro funcionaba una margue y tan-ta-ta-tan ... existía un túnel desde la margue al cementerio que hay detrás. -¿Yeso qué tiene que ver con la donadón? -Mucho. Porque Ortega está metido en todo ésto. Supongamos que adentro de los pájaros hay algo, que él lo saca y dónde lo escondería? ¡En el túnel, por supuesto! Silvana lo miró desconfiada. "Me parece que estás loco". -Sí tenés miedo sigo yo solo. -¿Qué pensás hacer? -Tracé un plano. -Sebastián sacó su libretita y le mostró a su
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amiga. -Ves, el túnel debe de ir desde el taller, pasar por debajo de la rambla y llegar al cementerio. Ahora solo falta que encontremos la boca en el cementerio, porque al museo Ortega dio orden de no dejarnos entrar. -¿Al cementerio? ¿Estás loco? -repitió. -Yo no piso ahí. Molesta, miró hacia otro lado, de cara al mar. Los dos jovencitos de la playa seguían hablando. El muchacho señalaba algo, parecía indicarle a la joven el lugar del cementerio, del que se veían las altas copas de los cipreses verde oscuros, que como altivos centinelas, custodiaban la quietud de los sepulcros.
-Sí, nene . No te pongas nervioso. Yo de estas cosas se mucho. Silvana y Sebastián no pudieron evitar la risa. Luego se separaron; la niña y el hermano, tomados de la mano entraron al museo, mientras Sebastián se ocultaba detrás de una columna. -Buen día don Pedro. -Buenas tardes, querrás decir. ¿Otra vez tienen un trabajo para la escuela? -No, esta vez quería pedirle un favor. -Tú dirás. -Verá, el otro día cuando estuvimos aquí mi hermano se quedó encantado de la vida con todo lo que vio. ¿Verdad Nachito? -¿Quién, yo? Ah, sí, sí, sí, quedé "cantado" .
III asando frente al laboratorio de la Facultad de Veterinaria, a pocos metros del museo, los niños se detuvieron. -Ya lo saben -dijo Sebastián. -Ustedes entran tranquilos y vos le pedís a don Pedro que le cuente a tu hermano alguna historia sobre los bichos. Nacho, tratá de quedarte quieto y hacé como que te gusta montones lo que cuenta.
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-Me parece muy lindo -dijo riendo el viejo- y hoy vas a visitarlo nuevamente. -Bueno, no precisamente, ya sé que Ortega no nos quiere -se interrumpió Silvana esperando un comentario del viejo . -Este ... quería pedirle que le enseñe a mi hermano algo sobre los animales que están aquí. -Mm, dejame ver. Vengan, los llevaré a ver un Yacú-toro, que es un ave muy particular. Emite un grito similar al rugido de un toro. Vengan . -El viejo se puso d e pie y comenzó a cam inar hacia la sala de la derecha. -No, -<:asi gritó Sílvana- por ahí no. Quiero decir, esa sala ya la vimos y no le interesa, verdad Nacho?
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- Son todas iguales -dijo Nacho sin entender a su herm ana, lo que le costó un pellizcón. -¡Ay! Está bien, quiero ir para el otro lado. -Qué niños jorobones -rezongó el viejo por lo bajo. Silvana suspiró aliviada. Si hubiesen ido a la sala de la derecha, Sebastián no habría podido pasar hasta el taller sin que el viejo lo viera. Así que los tres fu~ron .hacia la sala de la izquierda. El viejo miró en todas dírecciones como bu scando con qué animal agarrárselas. - ¿Ves este yacaré que el otro día te asustó tanto? Mientras el viejo hablaba, Silvana disimuladamente dio unos pasos hacia atrás y vio como su amigo se escabullía dentro del museo haciéndole señas con el dedo pulgar de su mano derecha hacia arriba y el resto del puño cerrado . bastián sabía que Ortega nunca llegaba tan temprano, in embargo el taller estaría abierto porque los útil~s d Iimpi za se guardaban allí mismo y la señora que ~eah . b sa tarea aún no había finalizado su jornada. ASl que l , nt ~ la puerta del taller y entró. La pieza era bastante amplia, de unos seis metros por cuatro de ancho. Estaba bien iluminada por dos ventanas: una que dejaba ver la rambla, los tamarises sobre la playa y el mar; la otra daba hada el patio abierto del museo, con su fuente rectangular y fresca. Dos puertas en la pared opuesta, una junto a la otra, estaban cerradas. Sobre la mesa de trabajo habían dos pingüinos emperadores con sus alas entreabiertas y separadas de sus cuerpo, como queriendo equilibrar su inerte
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paso chueco. Sebastián tocó a las aves y siguió buscando algo sin saber lo qué. Cuatro cajas de madera se amontonaban en una esquina con leyendas: "Frágil", "Donación para Museo Zoológico Dámaso A. Larrañaga - Montevideo - Uruguay", ''Mantenga este lado hacia arriba". Sebastián intentó abrir una pero no pudo, estaban bien claveteadas. Varias herramientas que el jovencito veía por
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primera vez, se desparramaban sobre una larga y alta mesa. Sebastián oyó pasos acercarse por el pasillo. Buscó rápidamente donde esconderse. Un placar blanco estaba entreabierto, pero se veía repleto de escobas, trapos y plumeros. Intentó entonces con uno marrón, sobre el cual se alzaba el esqueleto de una tonina . Lo abrió y no pudo reprimir un pequeño grito. Una piel peluda y marrón de lo que parecía había sido un chimpancé, colgaba vacía de cuerpo. Las voces se acercaban a la puerta y no pudo detenerse a pensar en esa piel. Tanteó una de las dos puertas que viera antes, pero estaba cerrada. Probó con la de la derecha, la puerta cedió, mostrando un pequeño espacio ocupado totalmente por una escalera de caracol que partía de allí hacia arriba. Sin pensarlo dos veces subió unos pelda ños y cerró la puerta, justo cuando alguien entraba al taller. . -No te preocupes. Todo va a salir bien -se oyó la voz de Ortega. -Eso espero -contestó una voz ronca. -¿Cómo hacemos para sacarlos de aquí, cómo abro? - agregó en un tono con cantito. Sebastián transpiraba de nervios. Desde donde estaba podía escuchar muy bien, pero sentía un miedo que lo traspasaba. -Esta tarde abriré los bicharracos de esas cuatro cajas. Pondré los diamantes en pequeñas bolsitas blancas
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que ya tengo preparadas y las esmeraldas en bolsitas verdes. Entonces te dejaré todas las bolsas en esta caja azul. Luego al irme, dejaré la puerta del túnel sin llave. -¿Estás seguro que nadie entrará aquf? -Claro, yo soy el último en irme. Además hoy todos nos retiraremos temprano para asistir a la fiesta de cum pleaños del director. Sebastián se ahogaba en el calor de su transpiración. Para estar encerrado estaba bastante iluminado. Levantó la cabeza. Un rayo de sol bajaba por la espiral de peldaños que, allá arriba, se remataba en una baranda rodeada de una pieza circular con pequeñas ventanas y un techo cónico. "La torre del mirador" murmuró. -Ja, ja. Te imaginás si mis tíos, los viejos Casaravilla, se levantaran de sus tumbas y vieran que están "descansando" en medio de una guarida de contrabandistas, de seguro se volverían a morir. -Sí, pero antes te desheredan -dijo el desconocido. -Compañero, tengo que irme. Ah, espera un poquito. Hoy no va a poder ser. Le encargué a un carpintero del astillero que construyera un doble fondo debajo de mi cama . Al infeliz le hice un cuento bárbaro. Lo va a terminar el sábado, así que esperemos hasta entonces para subir las piedras abordo. En cuanto las tenga en mi poder nos hacemosa la mar . -Entonces el sábado al irme del museo, te dejo el túnel abierto. Vamos, te alcanzo con el auto hasta el puerto. Sebastián esperó hasta escuchar la puerta cerrarse de29
trás de los dos hombres. Después salió de su escondite y asustado de todo lo que escuchó, corrió afuera del taller hasta llegar al lado de Silvana.
-Ah, Sebastián, no te vi llegar muchacho. A los cazadores los detuvieron cuando traían el yacaré a Montevideo, sobre la baca de un vo1kswagen - continuó. -iPá, qué bueno! -exclamó el más chico. Sobraba lagarto por todos lados, la cola colgaba hasta el paragolpes trasero y la cabeza con el viento de frente, se levantaba a cada rato como saludando. -¿La policía los detuvo por eso?
-Así es como los cazadores mataron a este yacaréexplicaba don Pedro. -El pobre animal no hacía ningún daño, sólo quería beber agua en el arroyo. Pero el ser huma no es un bicho desconfiado y malo, destruye todo porque sí. - Pobrecito -dijo ya sin temor Nacho . -Habría que haberlos matado a ellos. Yo les hubiera dado unos golpes de karate: jus, jus, jus -sus manos y pies se agitaron cortando el aire.
-Lo que pasa es que la gente que los vio por la carretera se asustó y hubieron algunas denuncias. Los detuvieron los de represión de ilícitos contra la fauna. Imagínense que quedan muy pocos yacarés. Si a los pocos que hay los matan por deporte, pronto se van a exterminar. Sebastián dio una cabezada indicando la puerta. Silvana comprendió que ya se podían ir. . -Sería un desastre ecológico -explicó el viejo. - Eso no puede ser, pobres animalitos, hay que respetarlos -dijo Nacho. Don Pedro lo miró con simpatía, sonriendo extrajo un caramelo de un bolsillo .
-Eso no -dijo el viejo. -Pero por suerte los metieron presos un par de días. -¿De qué está hablando? -preguntó Sebastián respirando con dificultad por la carrera que corrió desde el taller, al salir Ortega. 30
-Sos un buen chico -
IV Ante la gran puerta de acceso al cementerio, sobre la avenida Rivera, Sebastián, 5ílvana y Nacho parecían indecisos. Querían entrar pero no habían reunido suficiente valor. -Será mejor que entremos, tenemos solo una hora para buscar esa tumba, antes de que cierren. Nacho apretaba fuerte la mano de 5ilvana. Con la boquita como trompita, haciendo puchero la miró suplicante. "Yo me asusto". -No seas tontito, mi amor, no pasa nada . No vamos a ver a ningún muerto, sólo vamos a pasear. -Entonces vamos al Parque Rodó. -Otro día, hoy no. ¿Qué tal si hacemos un trato? Tú paseas conmigo por el cementerio y yo te consigo figuritas para tu álbum, ta? Nacho asintió con un movimiento de cabeza. Con paso lento traspasaron la entrada. Una larga calle bajaba desde el portón hasta casi la rambla. Altos apreses esparcían su penetrante aroma entre las losas de las tumbas. Cada pocos metros habían canillas que goteaban hilos de agua. Algunas mujeres aquí y allá se veían cambiando el
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agua a los jarrones, barriendo alrededor de las tumbas o reponiendo flores. Los niños comenzaron a caminar por la calle, mirando curiosos. Panteones familiares se alzaban de granito negro y a veces de frío mármol blanco. Angeles de piedra se indinaban rezando por el alma de los difuntos y algunos túmulos se alzaban con la apariencia de muertos dormidos sobre su lecho, como si estuvieran esperando la llegada del día del juicio final. Nacho miraba cada nueva tumba por la que pasaban y luego seguía caminando con los ojos cerrados, para volver a abrirlos de inmediato venado por la curiosidad. 5ilvana observaba
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so brecogida. Con la mano izquierda llevaba a Nacho. La d erecha iba rígida haciendo cuemi tos. Sebastián, en cambio, se acercaba con su lupa a leer los múltiples lapidarios, mensajes horadados en piedra que se dejaban a los seres queridos. "¿Será que los muertos pueden leer?" . Una pareja de ancianos, subiendo por la calle trabajosamente y con paso cansino, pasó frente a ellos. -Pobreátos -murmuró la mujer. De seguro son huerfanitos. Sebastián, lupa en mano, continuaba su pesquisa. " onzález, ... Murillo, .. . Acosta, ... Saravia ... " - ¿Saravia? -Sí. -Sebastián se acercó más al panteón. ¿Será el que murió- en la Guerra entre blancos y colorados? Mi abuela muchas veces lo nombraba. - Pued e ser. Qué calma hay aquí, la verdad que yo m lo imaginaba muy distinto. - ¿Qu é creías, que ibas a encontrar fantasmas? - No, pero no se, distinto. No estoy asustada. - Yo tampoco, es un lugar muy interesante. - Yo sí estoy asustado -intervino Nacho-. Quiero irme. Además quiero hacer pichí. -Uf, siempre que salimos es lo mismo. Andá atrás de ese árbol. -Pero vení conmigo. Silvana y Nacho se alejaron. "Era por aquí, por algún lugar de éstos" se oyó la voz 34
de un jovencito. Sebastián giró y vio a un muchacho de unos 12 años con larga vistas colgándole del cuello y un ninjaku en su mano derecha. Junto a él caminaba una niña esbelta, pero de no más de 11 años, llevando una linterna en una mano. Parecían estar buscando algo. -No grites. Hay que dejar descansar a los muertos, susurró la niña. -El otro día había mucha niebla, pero los vi salir de por algún lugar de éstos -contestó su compañero. Los hermanos regresaron de regar los espíritus. "Parece que están buscando algo" -comentó Sebastián mientras cabeceaba indicando a los dos extraños jovencitos. De pronto los cinco quedaron mirándose, como preguntándose "¿Y éstos quiénes son?". Luego cada grupo siguió en lo suyo. Sebastián y Silvana se metieron, con el pequeño, por entre los caminos que separan a los panteones. -¿Qué apellido dijiste que era? Sebastián consultó su infaltable libreta. "Casaravilla", leyó. Estuvieron buscando un buen rato sin éxito. A distancia veían que el otro grupo estaba en lo que sería la manzana enfrente, también en busca de algo. Un cuidador se les acercó.
de
-Hace rato que los veo dando vueltas. ¿Qué tumba buscan, niños? -Este, ... Casaravilla. Es que nuestro abuelo se murió y no sabemos donde está - se le ocurrió decir a Silvana. 35
obr ogida. Con la mano izquierda llevaba a Nacho. La d 'r h, iba rígida haciendo cuemitos. Sebastián, en cambio, se acercaba con su lupa a leer los múltiples lapidarios, m nsajes horadados en piedra que se dejaban a los seres queridos. "¿Será que los muertos pueden leer?". Una pareja de ancianos, subiendo por la calle trabajosamente y con paso cansino, pasó frente a ellos. - Pobrecitos -murmuró la mujer. De seguro son hu rfanitos. Sebasti án, lupa en mano, continuaba su pesquisa. .onzález, ... Murillo, ... Acosta, ... Saravia ... " - ¿Saravia? - SÍ. -Sebastián se acercó más al panteón. ¿Será el que murió en la Guerra entre blancos y colorados? Mi abuela muchas veces lo nombraba. - Pued e ser. Qué calma hay aquí, la verdad que yo m • lo imaginaba muy distinto. - ¿Qu é creías, que ibas a encontrar fantasmas? - No, pero no se, distinto. No estoy asustada. - Yo tampoco, es un lugar muy interesante. - Yo sí estoy asustado -intervino Nacho-. Quiero irme. Además quiero hacer pichí. - Uf, siempre que salimos es lo mismo. Andá atrás de ese árbol. - Pero vení conmigo. Sílvana y Nacho se alejaron. "Era por aquí, por algún lugar de éstos" se oyó la voz 11
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de un jovencito. Sebastián giró y vio a un muchacho de unos 12 años con larga vistas colgándole del cuello y un ninjaku en su mano derecha. Junto a él caminaba una niña esbelta, pero de no más de 11 años, llevando una linterna en una mano. Parecían estar buscando algo. -No grites. Hay que dejar descansar a los muertos, susurró la niña. -El otro día había mucha niebla, pero los vi salir de por algún lugar de éstos -
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-Hace rato que los veo dando vueltas. ¿Qué tumba buscan, niños? -Este, .. . Casaravilla. Es que nuestro abuelo se murió y no sabemos donde está - se le ocurrió decir a Silvana. 35
-Ajá, ... Casaravilla .. . No saben si está en un nicho o en tierra? -Nicho, ¿qué es eso? -Ven por los costados del cementerio, todas esas losas cuadradas unas sobre otras? Cada cuadrado de ésos es un nicho y tiene lugar para cuatro o seis cajones. -Parecen apartamentos de muertos ~ atrevió a decir Silvana. -¡Pero ahí no entra nadie de pie! -agregó sin darse cuenta Sebastián. El guardián lo miró extrañado. "Claro que no, ¿para qué podríamos poner un cajón parado?" Sebastián captó entonces su error y corrigiéndose dijo"Abuelo debe de estar en tierra o en estos tipos de casa que hay aquí." -En panteón querrás decir. A ver, Casaravilla dijiste, Casara .. .Ah, sí, creo que está ahí enfrente, cruzando esta calle, detrás del panteón negro de los Díaz-Edison. -Gradas. Se encaminaron hada la manzana de enfrente y tal corno indicara el guardián, dieron con un panteón detrás del de los Díaz-Edison. Sebastián tomó su lupa y leyó las ya de por sí grandes letras, a través del vidrio concéntrico: "casaRAVilla". Los otros dos niños con los que se encontraran minutos antes, estaban parados tumba por medio, mirándolos curiosos. El muchacho entonces se les aproximó. -Hola, ¿están buscando algo? 36
-Sí, no, ... este .. . sí ~ decidió Silvana. -Buscamos una trampa -soltó Nacho. -Callate -Silvana sin mucho disimulo le aplicó un pellizco. -¿ Una trampa? Nosotros también. Los cinco intercambiaron miradas y se echaron a reír. -Nosotros buscamos la tumba de los Casaravilla y ya la encontramos. Creemos que esconde una trampa de ladrones - explicó Silvana. -Una guarida ... -completó en tono confidendal el jovendto.-Yo entré hace unos días al cementerio a buscar mi cometa: se me reventó el hilo y la vi caer por aquí. Era tarde, ya habían cerrado pero uno de los cuidadores me dejó pasar. Había una llovizna fina, no se veía muy bien, pero yo los vi. -¿Qué viste? -A unos hombres salir de uno de estos panteones, llevaban dos cajas azules . -¿Unos hombres saliendo de aquí? ¿Y con cajas? Debe ser todo lo mismo, lo que buscan Uds. y nosotros. Debe de haber una forma de averiguar como se abre este panteón. -¿Estás loco? ¿Abrir una tumba? -dijo asustada la joven de la linterna en mano. -Es la única forma de estar seguros de que no nos equivocamos y de descubrirlos. Mientras tanteaban las paredes del panteón, dando 37
golpecitos, Sebastián y Silvana con~aron a sus acompañantes lo que sabían de los contrabandistas. Las paredes no cedían, la puerta tampoco. Silvana se apoyó sobre un lado y recostó su cabeza contra el borde de una lápida en fonna de pergamino. La piedra, que decía "Con amor, tus sobrinos", se movió. Ante la sorpresa de todos se sintió un suave chirrido y la puerta se abrió. Los niños miraron en derredor: no había nadie cerca.
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a pesada puerta de grani to se había abierto unos 45 grados. Un aire extremadamente frío y de desagradable olor a humedad golpeó la piel de los profanadores de tumbas. Por unos instantes que les parecieron minutos, quedaron paralizados, con la vista hipnotizadamente fija 38
en el hueco negro que invitaba a entrar. Un escalofrío les recorrió los huesos. Indecisos, se acercaron instintivamente unos a otros. Silvana alzó en brazos a Nacho. -Esto es perfecto ~xcIamó saliendo de su mutismo Sebastián. Lo vaya anotar antes de que se me olvide - extrajo entonces un lápiz y escribió entre sus notas: "Para abrir: mover lápida de los sobrinos". -¿Y ahora qué hacemos? -preguntó la jovencita. -Entramos -resolvió Silvana bajando a Nacho de sus brazos. -Pero está muy oscuro, además ¿qué pasa si se cierra la puerta? -tembló la voz de Sebastián. -La volvemos a abrir moviendo la lápida. -Entonces alguno de nosotros tiene que quedarse afuera. Vamos a decidir quién entra al túnel y quién no. -Yo voy -
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que mamá o papá salen es lo mismo: "Silvana, cuidá a tu hermanito" Yo tengo derecho a hacer mi vida, así que yo voy a entrar. -¡Mala! -el pequeño descargó un puñetazo contra el brazo de su hermana. -¡Cállense! -dijo Sebastián. Van a descubrimos si gritan así. Debemos apurarnos. Nacho tiene razón Silvana, no podés dejarlo solo, se asustaría y se armaría flor de lío. Quedate con él. lí-Está bien -refunfuñó alejándose unos pasos para recostarse contra un árbol. -Tú que tenés linterna podés ir conmigo. -¿Y yo qué? -Quedate con estos dos, Gonzalo, porque si la puerta se tranca necesitaremos a alguien con más fuerza para abrirla. Yosoy la que trajo la linterna, así que tengo que ir. -Podrías prestármela y quedarte vos, Ximena. Esto es cosa de hombres -No seas estúpido, además la linterna no la puedo prestar porque es de mi papá. -Entonces que se quede él y voy yo - porfió. -No, porque así vamos uno de cada grupo. Ya dicho todo, Sebastián y Ximena entraron con mucha precaución en el inhóspito recinto. Ximena entonces encendió la linterna. En el panteón habían tres ataúdes, cada uno apoyado sobre un estante: dos a la derecha y uno a la izquierda.
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-Esos dos deben de ser los tíos, los viejos Casaravilla. -¿Y el otro? -Andá a saber, de algún pariente. Algunas telarañas colgaban del techo pegándose a los cabellos de Ximena. El redondel luminoso recorrió las paredes del panteón. Hacia el fondo, Sebastián notó un poco de tierra barrosa sobre el frío piso. -Este debe de ser el acceso al túnel. El barro debe de venir del pasadizo. Entre los dos probaron a empujar la pared, la que comenzó a girar sobre sí misma . Formando un eje en su mitad, la pared quedó abierta a 90 grados, fija por su medio al piso y al 41
ha, dividiendo en dos la entrada al túnel. Los dos muchadútos bajaron varios escalones de madera y se encontraron en un túnel de alrededor de metro y medio de ancho por otro tanto de alto. Estaba excavado en la tierra y era apuntalado a cada metro por vigas de madera.
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-Por aquí un adulto no pasa si no es agachado. - ¡Qué barrial! Tené cuidado de no resbalar. Los chicos tenían la nariz fruncida, contraída por el mal olor a encierro, humedad y descomposición, que seguramente se filtraba de alguna tumba. El túnel se cortaba contra una pared de cemento, pero para sorpresa de ellos, hacia izquierda y derecha se extendía otro túnel. -¿Qué es esto? -preguntó Ximena. -Debe de ser el antiguo túnel que iba de la margue I em nt no. Los contrabandistas lo encontraron y excav ron la conexión hasta el panteón. - ¿Para dónde vamos? - Para el lado del mar, o sea hacia la izquierda. El barro había desaparecido, pero el frío yel olor a humedad putrefacta continuaba. El túnel era un pasaje prolíjamente excavado y forrado de grandes piedras de laja, con el techo curvo, a una altura de dos metros. Los chicos, sugestionados por el ambiente, creían que todo olía a muerto y con asco, se apoyaban a veces contra las paredes, pues aunque alumbraban su camino, la sensación de caminar en Penumbras por un estrecho sendero, les hacía tambalear el paso. Después de haber avanzado unos treinta metros, llegaron a una escalera. La
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subieron y quedaron frente a una puerta. Detrás de ella se escuchaba un murmullo de voces. . -Ese debe de ser Ortega, pero no se puede entender lo que dice. -No importa, encontramos el túnel yes la prueba de que Ortega está contrabandeando. Ahora cualquiera nos creerá. Vámonos, tenemos que salir de aquí antes de que nos descubra. Los dos jovencitosemprendieron el regreso sin tanto míedo como antes y presurosos de salir de tan lúgubre lugar. -Me querías dejar solo, mala. Le vaya decir a mamá -llorisqueaba Nacho. Le vaya contar que vinimos al "ceterio" , sí, que no fuimos a lo de Sonia como dijiste. -Sos un cuentero. No vas a decir nada, tao Vos sabías que veníamos para acá y quisiste venir, así que aguantate. -Pero me querías dejar, sos mala, mala -y rompió en llanto. Gonzalo los escuchaba distraído. El estaba atento de que nadie se acercara al panteón. Silvana dejó que su hermano se desahogara mientras las lágrimas del chiquito la hacían olvidar su "empaque" por no haber podido bajar al túnel. Finalmente pudo más su amor y su sentido común y abrazándolo, pidió perdón. -No soy mala, es que quería mucho acompañar a Sebastián. -Sí, porque es tu novio. -No, nene, no es mi novio. 43
Corno los minutos pasaban y los amigos no regresaban, para no llamar la atención de la gente que ya se retiraba del cementerio, se pusieron a arreglar las flores. Tornaron prestados unos crisantemos amarillos del panteón de al lado, y ron mucho respeto los pusieron en los jarronesde los Casaravilla. -Sabés -dijo Silvana- yo creo que a ustedes dos los he visto en alguna parte. -No se, yo nunca te había visto antes. -¿Dónde viven? -Yo en Melitón González y Rizal. -¿Y Ximena? -En el astillero, en el puerto del Buceo. -¡Ah! Terminaron de acomodar los crisantemos y siguieron con unos claveles. -Claro, ya sé. ¿Ustedes no estaban ayer en la playa del puerto? ¿Ximena hace wind-surf? -Sí. Ximena estaba practicando y yo fui justamente a contarle lo que vi en el cementerio cuando se me voló la corneta. -Qué casualidad, estar todos tras lo mismo. -Sí, la vida está hecha de coincidencias. Silvana lo miró admirada, qué bien que se expresaba Gonzalo. -¿La encontraste? -¿La qué? -A la corneta.
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-Sí, claro, pero estaba rota. Se había enganchado en una rama y se rasgó el naiJon. -Qué lástima. Sebastián y Xirnena asomaron las cabezas por la puerta y al comprobar que no habían moros en la costa, salieron. "¡Buh! ¡Somos fantasmas!". Entre los cinco empuja-
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ron I pu erta hasta lograr cerrarla y corriendo se alejaron c He arriba hacia el portón. Cuando vieron al guardián con el qu e habían hablado antes, dejaron de correr y caminando fueron a pasar frente a él con cara compungida. - ¿Todo bien, chiquilines? - Sí, gradas señor. Ya le pusimos floresa abuelito. Adiós. - Ad iós.- El guardián se acercó a un compañero.Hubie ra jur ado que no traían flores. En fin, che, ¿ya salió lo lo el mu nd o? Entonces ayudame a cerrar.
que corre hacia Pocítos, Recostó luego la chiva contra una columna del museo. Pasó la cadena por entre los rayos de la rueda trasera y abrazando el rojo cilindro que sostiene a la pasiva, colocó un candado sujetándola. Consultó su reloj: las dos y media. Había quedado citado con los chicos para encontrarse a las cuatro en el viejo barco, así que tenía tiempo de sobra. Entró al museo y buscó a don Pedro. Lo encontró junto a un grupo de turistas, enseñándoles el panel que ilustra sobre la evolución de la especie, desde el primate hasta el homo-sapiens, nuestro antepasado. Sebastián esperó que terminara la explicación que estaba dándoles. Cuando al fin el grupo se alejó para interesarse en el esqueleto de un oso polar, Sebastián aprovechó para saludar al cuidador. -Hola, don Pedro. ¿De dónde son?
VI I ju ' ves había amanecido un día hermoso, de d iáfano zul y sol radian te. La brisa primaveral sacudía las frescas hoja de los lamarises de la rambla y agitaba los largos y numerosos dedos de las palmeras. Los autos pasaban raudos como siempre, corriendo a lo largo de la costa, mientras sus cond uctores con un ojo observaban el tránsito y con el otro soñaban con la tibia arena y la promesa de las próximas vacadones. Los más arriesgados tiraban la curva frente al museo como si estuviesen en una final de fórmula uno. Sebastián cruzó con su bícicleta en mano la doble senda
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-¿Los turistas? Son brasileños, muy simpáticos los bayanos, pero preguntan de todo . Me cansaron. Correte que me voy a sentar -dijo mientras se apoyaba en el respaldo de su silla. -¿Se acuerda que usted me contó que aquí antes funcionaba la morgue?
-Sí. - ¿Y que existía un túnel por debajo de la rambla que comunicaba con el cementerio? - ... Sssí ... ~l viejo frunció el ceño mirando al niño con recelo. -Descubrimos algo muy importante. Como usted es
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amigo nuestro se lo vaya contar para que nos ayude, porque ahora no sabemos bien lo que tenemos que hacer . -Desembuchá de una vez -dijo el viejo mientras se movía inquieto en su asiento. -Fuimos al cementerio, encontramos el panteón de los tíos de Ortega, movimos la lápida y entramos al pasadizo secreto - sintetizó queriendo contar todo de una vez. -Bajá la voz, gurí del diablo . ¿Querés que nos echen a los dos a patadas? Además no te entiendo nada ni quiero saber nada. -Pero no se enoje, viejo -Sebastián estaba desconcertado. -No me enojo, pero tanto misterio: que el cementerio, que el pasadizo, que el contrabando, ... No, no quiero saber nada. Vamos, afuera, que tengo mucho trabajo. Es mejor que te vayas. -Pero si no me dejó contarle nada . Además ¿cómo sabe que se trata de un contrabando si yo no se lo dije? El viejo se puso de pie todo lo rápido que pudo; al hacerlo, la silla cayó hacia atrás, retumbando el sonido por las espaciosas salas. -Tengo que atender a los turistas y no tengo tiempo para pavadas de mocosos. Acá se viene a aprender cosas serias. Andate y no quiero volver a verlos a ninguno de ustedes. -El hombre empujaba a Sebastián hacia la puerta. El niño, en su asombro, no atinaba a reaccionar. Una vez que Sebastián traspasó la puerta, el viejo dio media vuelta y rezongando se alejó. -Mocosos atrevidos, uno
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los recibe, les cuenta historias yen cuanto pueden a uno I quieren meter en líos. A mis años y en líos. No, esa n 1lH. la juego. Che, Gu tiérrez -llamó a un compañero. _ 11. { me un favor. Si ves otra vez a ese gurí o a alguno de 11 amigos por acá, no los dejés entrar. Vienen solo el moh-s tar, habrase visto!
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ebastián llevaba cerca de una hora dentro del viejo ve lero de madera, varado sobre la arena. Ocho años atrá un temporal de viento había castigado muy duro a los vel ros que dormían al amparo del pequeño puerto. El "lslz de las Gaviotas" era ya entonces un viejo casco al qu e su dueño hacía mucho que no le prestaba buen mantenimiento. Con el fuerte Viento no fue difícil para el "Isla" romper sus amarras e irse de estribor sobre la arena, a pocos metros del astillero. Desde entonces nadie se había interesado por él. Allí yacía, siempre amenazado por un po-
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ible desguace. Mientras tanto se había convertido en el r >fug io preferido de Ximena. La niña, sin hermanos con qui nes compartir sus juegos, gustaba de meterse en su vientre hueco, de áspera madera, para dar rienda suelta a su fantasía. También corría a refugiarse en él cuando sentía su soledad o cuando discutía con sus padres. Unos pasos sonaron sobre la gastada cubierta. Sebastián se asomó y se encontró con Gonzalo y Ximena. Unos minutos después llegaron los hermanos. - ¿Les gusta mi barco? -preguntó Ximena sintiéndose im ] irtan te por ser la anfitriona . - Es precio so - Silvana y Nacho estaban maravillados. - Está un poco podrido, no? '-Sebastián golpeaba la rnad rra con s us nudillos. - Debe de tener termitas. - No diga pavadas. Está algo estropeado pero es her11\0 o. - Xim 'na sintió que algo oprimía su garganta -No lt' lu rl !S d >mi barco. - V. m s a empezar la reunión -dispuso Gonzalo.-A v rr, ¿qui én ti n alguna idea para descubrir a Ortega? - Esperen. Antes tengo que contarles lo que me pasó. Fui a hablar con d on Pedro. No sé qu e le picó al viejo. Se p uso furioso cua ndo empecé a contarle lo qu e descubrimos. Me echó. Pero yo sé que él sabe más que nosotros. P r lo menos sabía qu e se trata de un contrabando sin que yo lo dijera . - Mald ito; qué viejo podrido -fueron las palabras de Xime na. 50
-A lo mejor es de la banda. -No, Silvana. A mí me parece que está asu stado. Capaz que lo amenazaron de muerte. Le pusieron un cuchillo al cuello y le dijeron : "Cállate, maldito montón de huesos. Si hablás te embalsamamos". -Sí, seguro Gonzalo. Mejor sentate. -Pero yo creía que era mi amigo -se lamentó Sebastián. -El sábado será cuando retiren las cajas con las piedras del museo. Nos quedan dos días -dijo cerrando su libreta y guard ándola en un bolsillo. -Dos días -repitió Silvana. -Tenemos poco tiempo. ¿Cómo era que se iban a llevar las cajas? 51
Nuevamente el investigador aficionado consultó su libreta. "Dijeron que las iban a subir abordo y que luego se iban al mar" . -Se harían a la mar -murmuró pensativa Ximena. -También tengo anotada una palabra que la verdad no se que quiere decir y creo que me olvidé de averiguarlo. -¿Qué palabra? -"Astillero". Dijeron que un carpintero del astillero estaba haciendo un doble fondo. Parece que el carpintero es medio nabo y se creyó una historia que le hicieron. -El astillero está acá en este puerto y el carpintero no es ningún nabo, ¿entendiste? Tu padre puede ser un idio.ta y yo no te digo nada, ta? -Pará, Xímena -la tranquilizó Gonzalo. -El no sabía que tu padre es el carpintero del astillero. -¿Tu padre? ¡Qué metida de pata! Yo no sabía ... -Está bien. ¿Qué pasa con mi padre? -Eso, que está haciendo un trabajo para esos tipos. ¿Vos sabés algo? -No. Papá está reparando el "Bravo". También tiene empezado un trabajo en "La Compañera" y en el "Exótico". -¿Entonces? -El ·"Exótico" ... ése debe de ser. Es un crucero de unos paraguayos y Sebastián dijo que el cómplice de Ortega tiene cantito para hablar. El otro día yo estaba haciendo
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toind-suri y pasé cerca de ellos. Me dijeron de todo. Como si el puerto fuera de ellos y no me pudiera acercar a ninguna embarcación. -¿Cuántos tipos eran?
-Dos. Pero más tarde cuando desembarcaron los vi conversando con otro más. -Así que deben de ser tres. -Vengan, vamos arriba que les muestro cual es. Subieron a cubierta y desde allí vieron un hermoso crucero blanco de puntiaguda proa, amarrado al muelle. Flameaba a popa la bandera uruguaya yen lo alto, una bandera a franjas: roja, blanca y azul, con una especie de escudo al centro del campo blanco. -Debemos hacer algo -propuso Silvana.-Algunos podríamos ir a la policía y otros a los diarios. -No, a la policía no. Gonzalo y yo iremos a la prefectura - dijo Ximena. -Yo conozco a alguno de ellos, a veces vienen por acá. - y nosotros dos podemos ir a algún diario. -¿Y yo qué? Nunca se acuerdan de mí -protestó como de costumbre Nacho. -Vas al diario también. -Pero antes que nada vaya hablar con papá. Le voy a contar lo que está sucediendo. Como él va abordo nos puede ayudar, ¿no creen? Ximena dijo estas palabras con orgullo, como para bo-
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rr: r d el aire las que pronunciara Sebastián: "el carpintero , m xí ío nabo".
VII X imena entró al taller del astillero. Buscó con la mira d a en tre los tres o cua tro botes que allí esp eraban una reparación , y vio a su padre al fondo, trabajando con el cepillo y I pu lidora. Se ace rcó como hacía siempre: en silencio para sorpr end erlo. El padre se sobresa ltó como de costurnl re y le dio una suave palmada en la cola.
-¿Tenés mucho trabajo? Quiero decir, ¿qué estás haciendo, por ejemplo en ese crucero tan lindo? -¿En el "Exótico" , decís? -Sí, en ése. -Estoy reformando un poco la cama. Va apoyada sobre una especie de baúl pequeño. Está quedando muy bien. No se nota para nada el baúl. Les voy a cobrar bien a esos paraguayos. Se ve que tienen guita, así que paguen. -Papá ... -Claro que a veces son los peores, no? Acordate lo que me costó cobrarle al porteño aquél. Empiezan a buscar excusas: que si esto no está en escuadra, que si aquello .. . -Papá ... - .. . quedó desprolijo; siempre encuentran algo de qué quejarse. ¿Qué querías? -¿Para qué es el baúl? - ¿Para qué va a ser? Para guardar cosas. Parece que
- ¿ . t ás abu rrida? ¿No tenés nada qu e estudiar? ¿T mni nas te los deber es? - Sí, los hice después de almorzar . Ten go qu e estud iar geografía pero voy a esperar qu e vu elva mamá. No en tiend o nada cuando leo sola. - Sí, y meno s cuando tenés la tele encend ida, ¿no? el padre la miró de reojo, mientras pasaba la mano por el canto de la madera. - A veces - reconoció inclinando la cabeza. -Papá ... -Sí, mi amor.
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el hombre tiene la manía de coleccionar cosas como caracoles y .. . - y piedras -lo interrumpió su hija. -Sí, ¿cómo sabías? Sos inteligente, la pucha que saliste a tu madre. -Así que junta caracoles y piedras raras y entonces? -Parece que a la paraguaya no le gusta nada y se las tira al mar cada vez que se las encuentra, así que el marido me encargó este baúl secreto para guardar a gusto sus cosas. Ya está -dijo mirando el trabajo en sus manosquedó lisito -dejó la madera sobre la mesa y se cebó un mate. Mientras lo hacía, giró recostándose a la mesa para mirar de frente a su hija. -Papá, ¿vos le creíste? Es una mentira. Lo que quiere es esconder diamantes y esmeraldas o .. . -Sí claro, y yo soy Supennan y vos Superniña y vamos a desenmascarar a esos malvados. -No te burles, estoy hablando en serio. -Pero chiquita, si hablaras en serio tendrías que saber que en Uruguay no hay ninguna de esas piedras preciosas. -Pero las traen adentro de pájaros que vienen de Ecuador y Colombia . -Adentro de pájaros, ¿eh? Ximena, que tengo mucho trabajo. .
-Está bien, después me hacés la historia, ahora andá que mamá debe de estar por llegar y así meriendan. -Nunca me toman en serio. Ximena hizo una triste mueca entre chau-me-voy y no-me-importa-ya-van-a-ver. El viernes por la tarde, Gonzalo se acercó al puerto para encontrarse con su amiga. Ya antes de llegar, la vio como amarraba su pequeño y blanco bote "optimist" , a un ya vetusto muelle de madera. Por señas se saludaron. Cuando Ximena se hubo cerciorado de que el cabo estaba bien amarrado, enfiló sus pasos hacia Gonzalo. Se alejaron ambos de los muelles y entraron al elegante predio del Yacht Club, luego de saludar al portero que les franqueó la entrada. Gonzalo ya había estado allí alguna vez, también acompañando a Ximena, pero igualmente disfrutó el ambiente marino : un timón adosado a una pared, el cuadro de honor de una célebre regata que había tenido lugar unos cuantos años antes, los banderines y una campana de bronce proveniente quién sabe de qué barco, seguramente rescatada de algún naufragio.
so.
Ximena se adelantó y entró a un salón de brillante parqué donde habían varios hombres sentados alrededor de una mesa ovalada de caoba lustrada. Gonzalo supuso que estarían celebrando alguna sesión, tomando importantes deliberaciones. Pero en realidad, los tres hombres vestidos informalmente y uno que vestía uniforme azul
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-Pero es cierto -dijo dando una patada contra el pi-
prOI jo de la prefectura, estaban apasionadamente inrnero -n un partido de truco. - v nga a mí compañero. omo bu en marino que soy por el ag ua a usted voy . Pero asómes e por babor pa ra recoger esta flor . - La pucha con el marino jardinero ----comentó otro. Ximena se detuvo aliado del hombre de la prefectura. - Hola . El marino apenas torció su cabeza, miró rápidamente la ni ña y volvi endo su mirada a las tres cartas que sostenía apretad as en su mano, rezongó un "Hola, ¿qué hacés acá? - Lo e taba busca ndo Teniente. - Ahora no, m'hi jita. Estoy ocupado. - Pero es muy importante, - Esto también . Empa rde, compañero ! -el hombre seguía su juego. -Pero es qu e se trata de un contrabando que va a salir por aquí, po r el pu erto del Buceo. Los cua tro hombres miraron a Ximen a y la risa brotó spontánea. -Andá a jugar a las muñecas -dijo uno de los jugadores, un hombre con escasos pelos en la cabeza, que le crecían desparejos desde sus parietales.
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-Sí, and á a ver si llueve -agregó un viejo que fumaba una apestosa pipa. -Para mí son buenas -dijo el Teniente dirigiéndose a su compañero. -Para mí también -le contestó el otro, cerrando en un haz las dos cartas que quedaban entre sus dedos y poniéndolas boca abajo en la mesa. -Así no se puede jugar -agregó visiblemente molesto. -Ximena, querés dejarnos solos, por favor ~I Teniente giró sobre su silla y quedó de frente a la niña. Su mirada fija, quieta, logró impresionarla. Ximena bajó sus ojos. Los dedos de su mano derecha se apretaban contra el respaldo de la silla. -¿Es que nadie nos
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va a creer? En el "Exótico" van a sacar un contrabando de esmeraldas, a través del cementerio, por un túnel que va del Museo Zoológico al panteón de los "Casaravilla". El embalsamador está .. . -Esperá, esperá gurisa. No te parece que estás crecidita para inventar tanto. Andá para tu casa y ponete a estudiar, sino mañana le digo a tu viejo que no te deje ver más la tele, ni leer todas esas historietas. Ahora dejame jugar tranquilo. Viendo que el Teniente había dado por concluida la entrevista, Gonzalo se acercó y tomó del brazo a su amiga. ''Vámonos''. Cuando se alejaban aún oyeron decir: "A sus años mis hermanas todavía jugaban a las muñecas, jamás se hubieran atrevido a molestar a los mayores con semejante aventura; qué imaginación". "Qué juventud, dios mío. Nosotros éramos unos nenes de pecho al lado de éstos". "Andá, no exageres que también hacíamos de las nuestras. Nunca fuimos angelitos, o te olvidás de cuando le tiramos ... "
VIII Ya era cerca de las diez de la noche cuando el teléfono sonó en casa de Sebastián. -Sebastián, es para vos, una amiga: Ximena. El padre pasó el tubo a su hijo y volvió a su tarea en 60
la cocina. El tubo estaba mojado y Sebastián buscó con qué secarlo. Tomó un papel que había sobre la mesita del teléfono, lo secó y recién luego se lo acercó. -Hola, Xi mena , ¿qué pasa? -Estoy preocupada. No consigo que nadie me escuche. Mi padre no me dio ni cinco de bolilla y mi madre no largó la carcajada, pero casi. -¿Y tu amigo, el de la prefectura? - ... Estaba jugando al truco ... -fue la lacónica respuesta. -Pero él es una autoridad, no? -¿Y qué tiene? El es una autoridad y nosotros no somos más que unos niños . Pero te llamé por otra cosa. Decime, ¿cómo les fue en el diario? -No se. -¿Cómo que no sabés? -Es que no estoy seguro si nos tomaron en serio o no. Cuando dijimos que queríamos hacer una denuncia de un hecho que iba a tener lugar en el puerto del Buceo, nos pasaron a la sección marítima. El de marítima nos escuchó y después nos mandó a hablar a la sección deportiva. Como ahí tampoco era y se rieron, 5ilvana pidió para hablar con el director. -¿Eso hizo? ¡Qué bueno! ¿Cómo se animó? ¿Qué pasó entonces? -Fue peor. Nos empezaron a tomar el pelo. -Qué malditos. 61
-Entonces una mujer, una periodista supongo, les dijo a los demás que no era esa la forma de tratar a los lectores y a los informantes. Que era muy serio lo que queríamos denunciar y nos envió a la sección policial. Pero al salir de allí escuchamos como todos se quedaron riendo. Silvana se puso a llorar de rabia. - ¿Y .. .? - Bueno, en policiales nos atendió un tal Leonardo Chucru t y al menos nos escuchó.
-Nosotros no podemos hacer nada más. A no ser que mañana de mañana volvamos a insistir con Leonardo. -¿Con quién? -Con el periodista. Yo lo vaya llamar en cuanto me despierte y nos encontramos todos en el viejo barco a las diez, está bien? - Ta, mañana a las diez -asintió Ximena. -Chau. -Chau.
- ¿Dijo qué es lo que va a hacer? - Tomó nota de todo. Ahora está cubriendo un crimen que ocurrió en Panda, pero que dijo que trataría de investigar. - No queda más tiempo, ¿no le dijeron eso? l
- Sí, se lo dijimos : que se van a llevar las piedras ma( na. - ¿y qu é diablos te contestó? -chilló Ximena.
- No grites, que no soy sordo. Eso, dijo que trataría de investigar. -Ya veo, o sea que mañana nos tendremos que arreglar solos . ¿Qué vamos a hacer? - No se, dejame pensar esta noche -fue la respuesta de Sebastián. -¿Averiguaste a qué hora tienen prevista la salida? -Sí, papá me dijo que el "Exótico" zarpará a eso del mediodía.
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r Gonzalo, Ximena, Silvana y Nacho estaban sentados sobre la inclinada cubierta del "Isla de las Gaviotas" . Nacho se entretenía, de espaldas al grupo, en arrancar pequeñas astillas de la reseca cubierta. -Allí viene -dijo Gonzalo señalando a Sebastián que se acercaba en bicicleta. -Dijiste a las diez y son casi las once -fue el recibimiento de Sílvana . -Ya están 'abordo dos hombres y hubo mucho movimiento. Te perdiste lo mejor. A todos se nos había pasado por alto campanear cuando sacaran los bultos por el cementerio: menos a mí -Gonzalo infló de aire su tórax y estiró unos centímetros el cuello. -Desde que abrió el cementerio me lo pasé adentro, a pocos metros de la guarida, vigilando. En seguida llegó un auto con chapa roja, creo que se trata de un coche de alquiler, con dos hombres. La cosa es que bajaron y cuando creyeron que no los veía nadie, uno de ellos movió la lápida. El otro se mantuvo de guardia. A esa hora el cementerio está vacío. El que había entrado al panteón salió más tarde con gran disimulo, y le fue pasando las cajas al otro. El que había quedado de guardia era un rancho enorme, cubría tan bien, que supongo que en caso de que los hubieran visto, hubiese sido difícil a alguna vieja darse cuenta lo que pasaba. Subieron las cajas al auto y salieron por la puerta de Basañez. Ahí los perdí de vista. Después me vine corriendo para acá. El auto está estacionado cerca del muelle. -Gonzalo miró al 64
"Exótico" a través de sus prismáticos. -Ahora está todo en calma. -¿Subieron las cajas azules? -preguntó Sebastián dejando la bicicleta atada con la cadena a lo .que quedaba de la baranda del barco. . ,-Todavía no. ¿Por qué demoraste tanto? -Sílvana lo rruro con el ceño fruncido. -Porque no lograba comuIÚcarme con el diario. Cuando pude hablar. Me dijeron que Leonardo había salido, que estaba haciendo una investigación especial. -¿Será sobre 10 que le contaste? -¡Ojalá! -¡Ay, ay, mi dedo! ¡Sílvana, mi dedito! -Nacho lloraba, las lágrimas corrían rápidas por sus rosadas y mofletudas mejillas. -¿Qué te pasó? Dejame ver. -Nacho mostró su mano derecha. -Aquí, en el dedo chiquito. Me pincha -sollozó. -~s u~a astilla -observó Sebastián. -Dejame a mí -tomo su Inseparable lupa con la mano izquierda y con ~a derecha trató tres veces de tirar de la astilla. Al cuarto mten~o 1,0 logró. -Ahora queda te quietito y no te metas en mas has .
-Pero me duele, me duele mucho -Nacho escondió la cara contra el pecho de su hermana, que lo abrazó en seguida, palmeándole la espalda. -¿Ahora qué hacemos? -preguntó Sílvana . 65
- Noso tros, la verdad, no podemos impedir que zarp en, ni siquiera quitarles el cargamento. Pero, ... -Gonza lo hizo una pausa, captando la atención de los presentes. Abrió la mochila que llevaba a la espalda y .. , -VoilA! - ¡Una máquina de fotos! -fue la exclamación del coro. - ¿Para qué queremos una máquina de fotos? -preguntó Ximena. - Pru ebas claro -reaccionó Sebastián. -Es fantástico, macho. -Gracias, gracias. Ahora tenemos que estar atentos al momento en que suban la cajas abordo. --Gerto, entonces será mejor que nos pongamos a trabajar. Silvana tomó los largavistas de Gonzalo y enfocó al ru c ro que brillaba en su blancura. - ¡Oh no! ¡Ya las están subiendo! - Ráp ido, sacale fotos -urgió Sebastián. - No puedo, a esta distancia no salen. -¿Quéee? Entonces tanta bulla y no sirve para nada Silvana, molesta, dio media vuelta y pateó el casco del "Isla". -No te la agarres con mi barco -la amenazó desde lejos Ximena . -Pero en el cementerio sí habrás sacado fotos, no? Silvana lo miró con visible enojo. -Saqué sólo dos. Se me trancó el disparador. -Tenemos que pensar en otra cosa. ---dijo Sebastián. 66
-En otra cosa ... -musitó Ximena- en otra cosa ... ¡Ya lo tengo! -todos clavaron sus ojos en ella. -Lo único que tenemos es la esperanza de que el periodista haya creído la historia y llegue a tiempo. Así que lo que podemos hacer es entretener al "Exótico". ----cIaro, y si Leonardo no nos creyó, sonamos. No podemos capturarlos, tampoco podremos entrar más al museo y ya nadie nos creerá. Dirán que todo fue una fantasía -fue el lento comentario de Sebastián. -Eso es verdad -bajó la cabeza Xírnena, -Pero qué otra cosa nos queda? -No sé. -Para entretener el zarpe tengo una idea. -Ximena y sus ideas ---dijo Nacho meneando la cabeza -Callate, piojo. Sí, tengo una idea. Con mi wind-surf y el optimist podemos molestar lo suficiente, cruzándonos delante de ellos . -Pero yo nunca subí a nada de eso ---dijo Silvana. -Ni yo -agregaron los varones. -¿Cómo que no, Gonzalo, tú has andado en wind-surf. -Ah, es verdad. -Yo navego el optimist y ustedes vienen conmigodijo Ximena señalando a los otros tres. -¿Qué es un "otimis"? -quiso saber Nacho. -ttOptimisttt es un velero chiquito, lo usamos en el puerto para aprender a navegar. -Sí, sí, sí, yo quiero. Silvanita, yo quiero ir. 67 "
-Pero no sabemos nadar -lo miró su hermana. No, nosotros nos quedamos vigilando. -Pero ... -quiso comenzar a argumentar Nacho. -No, escuchame Nacho. Si el bote se da vuelta nos ahogamos. -Está bien -Ximena había tomado la batuta. -~ bastián sube conmigo. Entre los sollozos de Nacho, los cinco se encaminaron al astillero a buscar el wind-surf y el optimist. Silvana y Nacho en la playa, ayudaron a Gonzalo a extender la vela ya colocarla en la tabla. El crucero había encendido los motores hacía ya una media hora y por lo que se veía, no demoraría en levar anclas y soltar amarras.
IX -La peste, si hubiera sabido que iba a tener que hacer esto me venía en short.
-Sacate los pantalones, Gonzalo -rió Nacho. -¿De qué color son tus "canzoncillos"? -Turquesa con lunares rojos -Silvana coreó la risa. -Dale, no seas bobo, quién va a darse cuenta, si los "esli" son casi como las tangas. ¿No vas a llegar a tu casa con los pantalones mojados, no? Sin más titubeos el muchacho se quitó los championes, las medias y el vaquero. A la tabla ya le habían colocado la vela en su lugar y entre los tres la llevaron al agua. Tuvieron que caminar un buen trecho porque el nivel del agua no pasaba de la mitad de sus pantorrillas, aunque a Nacho le llegaba a las rodillas . -Creo que ahora ya puedo largarme. No se rían si me caigo, que solo lo intenté dos veces. -Me encantaría aprender -a Silvana se le iluminó el rostro. -Es todo tan lindo: el día está precioso, miren que belleza los veleros meciéndose mansos sobre el mar, tan azul hoy, la brisa que golpea ...
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- Ay, qué romántica ella -se burló Nacho haciendo u n quiebre con su cuerpo y aspavientos con sus manos.
gados a su cuello, Silvana trató de ver que sucedía con el resto del grupo.
-No te burles, m'hijito, que muchos pintores se dedican a pintar marinas como este paisaje, sabés?
El puntiagudo yate blanco comenzaba a moverse en ese preciso instante. Con delicadeza el crucero se fue alejando en línea recta del muelle al cual había estado amarrado por su popa.
- Sostengan la tabla mientras trato de subir. Gonzalo apoyó un pie sobre el borde de la tabla y cua ndo fue a subir el segundo, inevitablemente se fue al ag ua . Como para algo tenía la cabeza, según decía su maestra, al seg und o intento probó de otra suerte: apoyó el pie izqui erdo al centro y sosteniendo los tres la tabla lo más firme posible, se impulsó y apoyó el derecho también al cen tro. El equilibrio ya estaba logrado. Levantar la vela d el agu a fue otro suplicio. La botavara parecía estar muy lejos de su alcance, pero con la colaboración de Silvana, p udo fina lmente asirla. Inmediatamente, la misma vela anaranjada y violeta qu e viera Silvana una mañana, ondu1, r por el puer to, comenzó a cortar el aire y dibujar extralOS arabescos sob re el azul cielo-mar. Una vez la vela estuvo henchida por la brisa del norte, Gonzalo pareció recordar las enseñanzas que le diera Ximena, y tras titubeos iniciales, fue poco a poco logrando d ominar la situación lo que más dificultad le presentaba era trasluchar la posición de la vela: cambiarle el ángulo seg ún soplara el viento. Viendo al amigo wind-surfeando aceptablemente, con un slip verde y su remera roja, Silvana sonrió. Recordó entonces que estaban en una misión importantísima .y no paseando, así que con los prismáticos de Gonzalo col70
Silvana tomó a Nacho de la mano y empezó a correr por la playa . A poco de hacerlo retrocedió a recoger la ropa y calzado de Gonzalo, que había quedado tirada sobre la arena. ''Vamos'', apuró al chiquito, "tenemos que ver donde están Sebastián y Ximena". -Allá van -Nacho señaló un diminuto velero blanco con los dos chiquilines abordo. La vela también blanca, con la inscripción U27 escrita en caracteres grandes y negros sobre el cateto vertical, ya estaba empujando a la embarcación, que dejaba tras de sí una pequeña estela . "El yate, el yate" les gritó Silvana . Ximena ya lo había visto. En realidad su velero estaba en estupenda posición para obstaculizar el paso del yate . Con la agilidad del optimist había llegado hasta la cabecera del muelle aún antes de que el crucero hubiera soltado amarras y desatracado. El yate, luego de alejarse unos metros, viró unos noventa grados a estribor. En cubierta no se veía a nadie. Era una embarcación lo suficientemente importante como para tener la cabina cubierta y a su tripulación protegida por e~pesos vidrios oscuros, que le conferían un inquietante aire de misterio y sofisticación. Cuando el timonel se disponía a pasar entre la cabecera del muelle al que antes ha71
bía estado amarrado y la cabecera de un segundo muelle de madera, el velero optimist se cruzó en su camino. El yate, insultando un fuerte pitazo, viró rápidamente a babor. Esta maniobra casi le cuesta la nave, pues se fue encima de una goleta fondeada: "La viajera". Logró hábilmente eludirla a tiempo y pasó por detrás de ella. El puerto da cobijo a numerosas embarcaciones que anclan a su abrigo, desperdigadas en su espejo de agua. Por babor de una barca de pescadores fondeada a pocos metros, apareció el wind surf . Gonzalo no se atrevió a cruzarse delante del yate paraguayo, pero se acercó lo bastante como para poner nervioso a sus tripulantes. 72
Desde un velero de ancha popa y borda de delicada línea, que estaba preparando la maniobra de zarpe, izando la vela mayor, un hombre mientras cazaba el cabo de la vela, le gritó a Gonzalo: "Estás loco, gurí, ¿qué querés hacer?". El "Exótico" debía .avanzar muy lento para evitar a los otros veleros. Aprovechando el buen viento, tanto Xímena por estribor, como Gonzalo por la otra banda, lograban estar cerca del "Exótico". Tanto que escucharon claramente la radio de abordo, con su sonido fuerte y áspero. - ... una cuñatai ... ¿cómo se dice? ... una niña y un muchacho están maniobrando imprudentemente delante nuestro. -Entendido "Exótico". Proceda con cuidado. Usen altavoz para advertirles. Repito "Exótico" use altavoz para advertirles. -Comprendido. Gradas Buceo,cambio y fuera . -Buen viaje, "Exótico". Fuera. El yate viró unos 45 grados a estribor, tratando de poner proa a la salida del puerto. Gonzalo quedó entonces alejado del crucero. Ximena y Sebastián por su parte debieron trasluchar rápidamente la vela para cambiar el rumbo y virar también, al ver venirse la imponente mole blanca hada el frágil velero. Un pitazo les indicó claramente que se corriesen. Ximena no se iba a dar por vencida tan fácilmente . El yate ya estaba próximo a la salida. El optimist trataba de avanzar oblicuamente sobre las olas que levantaba el yate con su estela, con el objeto de evitar ser alcanzados de frente por la ondulación, lo que sería 73
p Iigroso para la estabilidad. Lo que no pudieron evitar fue embarcar agua. Valiéndose de una lata que a tal efecto siempre había abordo, Sebastián se ocupaba del achique, tirando por una banda el agua que entraba por la opuesta. Ximena mientras tanto dirigía con mano segura el timón con su sin ies tra y cazaba o filaba el cabo con la diestra, según el viento y la orientación exigiesen abrir o cerrar el ángulo de la vela con respecto al rumbo. Pese al consejo del radio operador de la prefectura, el pa trón d el "Exótico" no creyó necesario una advertencia a los cuatro vientos. Gonzalo con su wind-surf había quedado atrás y el velerito pronto haría lo mismo. Ximena dio un puñetazo contra la borda de su barco, cuando comprendió qu e la persecución no tenía más objeto. El hermoso yate blanco cruzó frente al faro de la esco11 ra, saliendo del pu erto . Ximena entonces decidió volver al punto d e partida. Gonzalo sin embargo parecía divertir paseando dentro del puerto, esquivando a los botes y v leros, "Es to es bárbaro" gritó a su amiga.
~ segu~ : este hacia Punta del Este y Brasil, u oeste hacia
rgentin~. I¿1 boya es como un mojón en medio de las olas que indica a las embarcaciones que allí termina 1 nal del puerto. e caLo que tanto llamaba la atención de los herrn l h anos, era una anc a con motor fuera de borda de la prefectu La lancha zodi c ra . u w. avanzaba desde el Noroeste, lo cual indicaba q e ~roce(ha ~el destacamento de TrouvilIe. Más atrás la segiua u~ canonera gris. Ambas embarcaciones de la refectura díeron rápido alcance al "Exó' tico" El' íaP id f . aire tra un rUI. o con uso que aunque no llegaba a captarse sonidos ~r~culados" hizo suponer a 105 chiquilines, que las autoría es estanan ordenando por altavoz, que la nave ara guay~ se detuviera. Al verse requerida intentó una hP'd La canonera no esperó más, efectuó una ráfa a de dis a. r~s de advert~~cia.. La zodiac interceptó el pa~ a la pa~:~ g aya. Los runos, Impacientes observaban G l ' . onza o, ya
Desde la escollera, Silvana y Nacho gritaban algo inaud ible. Na cho saltaba y bailaba alrededor de su hermana . Si no fuera por la derrota que todos estaban sufriendo, se d iría que festejaban algún acontecimiento. Sebastián observó atentamente la escena y vio a Silvana señalando hacia el mar. Los dos marineros siguieron la indicación. Vieron la ampulosa popa del "Exótico", con su bandera al viento, acercándose a la boya ciega del Buen Viaje, donde debería montar la boya, virando hacia el rumbo que fuera
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alertado, se había dirigido a la playa y arrojó sobre la arena al wind-surf. Olvidándose ya de que estaba en slip, corrió a la escollera para no perder detalles. Al cabo de unos largos minutos, las tres embarcaciones pusieron proa al puerto, quedando el yate en el medio, custodiado por ambas. Al acercarse a la escollera, Sebastián, cual si hubiese estado sentado sobre un resorte, saltó disparado. -¡Leonardo! ¡Leonardo! -gritó agitando ambos brazos, saludando a un hombre parado sobre babor de la cañonera. El hombre respondió al saludo. -¡Lo hizo, me creyó! ¡Grande, Leonardo! "No saltes" fue el grito histérico de Xirnena. El bote se meció rápido, agitado por los saltos del muchach~., Sebastián siguió gritando y saltando. El bote se sacudió sobre las olas que empezaban a llegar, al pasar frente a ellos las tres naves . Sebastián perdió el equilibrio: su espalda se arqueó hacia atrás, los brazos trataron de asirse de la nada, las pantorrillas tocaron la borda y el muchacho cayó de espaldas al agua, en medio qe la gritería general.
x
Un
ómnibus de turismo estacionado en la parte posterior del Museo Zoológico, dejó oir insistentemente la bocina. Argentinos, chilenos y algún boliviano salían conver-
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sando del museo, apurando el paso para continuar en el ómnibus la excursión por la ciudad. Silvana, Ximena y Nacho esperaron que salieran los turistas y luego ingresaron al edificio. Un cuidador los saludó con una amplia sonrisa. -Pasen, pasen, el Director los está esperando. Es por aquel corredor, a la derecha . -Gracias -contestó Silvana devolviendo la sonrisa. Luego miró a su amiga y por lo bajo le comentó - ¿Habrán echado a don Pedro? -A lo mejor. Bastante asqueroso se portó. Siguiendo la indicación del hombre, llegaron hasta la Dirección. La puerta estaba abierta. -Pasen, pasen -los invitó un hombre cuarentón, también vestido con el unifonne del museo. Adentro estaban Sebastián y Gonzalo conversando con Peralta, el Director. Leonardo y un fotógrafo escuchaban atentamente al viejo don Pedro. Los recién llegados saludaron a los presentes, pero Silvana sólo inclinó apenas la cabeza al contestar el saludo del viejo. -Siéntense, niños. No sé que pasa que están demorando en traer algo que tengo para ustedes. Veré personalmente qué sucede. Discúlperune. - Peralta dio la vuelta a su escritorio y salió de la oficina. -¿Qué nos regalará? -preguntó Sebastián.
-Me gusta tu vestido -Xirnena tocó con las puntas de sus dedos la suave pana azul pálido del vestido de Sílvana. 77
-Capaz que algunas esmeraldas del decomiso que hicieron la Prefectura y la Aduana -sugirió Gonzalo. -Lo hizo mi tía, la hermana de mamá. El tuyo también es muy lindo. ---o a lo mejor nos regala un auto de carrera -Nacho arqueó las cejas abriendo grandes los ojos. -¿Te gusta? Era de mi prima, pero mamá me 10 arregló . Es muy habilidosa. - Pues sí, jefe -se escuchó fuerte la voz de don Pedro. -Encontramos uno, cerca de la laguna de Castillos -el viejo había alzado la voz como reclamando ser escuchado por todos. Por alguna razón deseaba que los muchachos, que hasta ese momento lo habían ignorado le prestaran atención. -Cazamos al carpinchito y lo llevamos para el campamento. Total que era manso, feo como todo carpincho, pero querendón ya la vez arisco. Lo atamos a un tala du rante varios días. Luego lo empezamos a soltar para comer. El animal se fue acostumbrando a nosotros y a tener la comida a mano, o a la pata, según se mire -hizo una pausa que aprovechó para dar una ojeada a su auditorio. Gonzalo y Ximena lo escuchaban sentados, esperando el final del cuento. Sebastián terna los pies cruzados deba jo de la silla, las manos crispadas aferrándose a los bordes del asiento, la cabeza inclinada, la vista fija en una baldosa del piso. Nacho, de pie, examinaba y tocaba, creyendo no ser visto, una garza rosada, que embalsamada, descansaba incansablemente sobre una sola pata, en el mueble de78
trás del escritorio de Peralta. 5ilvana por su parte, sentada, terna las rodillas juntas, ambos pies separados, trabados por detrás de las pa tas delanteras del asiento. Entre sus manos, un pañuelo se arrugaba. El periodista y el fotógrafo aguardaban. -Una madrugada, yo ya estaba encendiendo el fogón para calentar el agua para el mate, cuando escuché aquel lamento. El carpinchito daba unos chillidos que me rompían el alma, pa recía llorar: "iuup ... iuup... iuup . No entendíamos que estaba pasando. El bicho estaba nervioso. Así que lo dejamos atado al tala como estaba y salimos a buscar por los alrededo-
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res -el vi.ejo hizo una pausa. ~¿Lo estaba asustando algún animal? . El viejo gratamente sorprendido, le contestó a Gonzalo: -Se trataba de un animal, sí, pero no lo asustaba -miró a Sebastián y a Silvana, quienes continuaban hoscos. Sebastián, sintiendo el peso de la mirada del viejo sobre sí, descruzó y volvió a cruzar los pies, cambiando el punto de apoyo. -Era un carpincho adulto que se había acercado a tomar agua a la laguna. El chiquito lo olfateó en el aire. Por eso lloraba. -¿No le gustó el olor? -fue la inocente observación de Nacho. -No, todo lo contrario --
jo Peralta, al tiempo que hacía ademanes a todos para que se sirvieran. Cuando todos tuvieron un vaso en .mano, alzaron los mismos y brindaron, entrechocando los cristales. Sebastián se acercó a Leonardo comiendo un sandwiche de jamón. Tragó de apuro un bocado para poder hablar. -Leonardo, sos un amigazo. Ayer le contaba toda la historia a mi viejo y él me dijo lo mismo. Que vos confiaste en nosotros, me creíste, sos macanudo che -palmeó el brazo del periodista. -La verdad es que la historia parecía bastante fantasiosa, pero me dije "¿Por qué no?". Así que fui primero al cementerio. Me llevé a Padilla que es el fotógrafo de policiales. Ubicamos el panteón de los Casaravilla, cuando intentamos mover la lápida, la puerta se abrió. Padilla tomó unas fotos. Vimos las huellas que serían de ustedes, dentro del panteón. Entonces hicimos lo que me contaste: encontramos el túnel y tomamos más fotos. [Qué corajudos e inconscientes que fueron en entrar ahí! -¿Nadie los vio? -Un guardián. Pero todo se soluciona, no? -¿Entonces? -Al museo no pudimos entrar, estaba cerrado. A la noche Padilla reveló las fotos. Llamamos al director del diario a la casa -los demás se iban acercando a escuchar. -El viejo estaba durmiendo pero igual nos atendió. Dijo que teníamos una historia entre manos, que no la perdiéramos. 81
- y no la perdimos -agregó Padilla.
-Cierto. A la mañana siguiente fuimos a hablar con el carpintero, que tú me habías dicho que estaba haciendo un trabajo para los "paraguas". -Sí. -Hablé con el hombre... -¿Con mi padre? -10 interrumpió asombrada Ximena . -Sí. Eso fue el sábado de mañana. -Ah, sería mientras nosotros estábamos en el "isla". - Después fue fácil hilvanar toda la trama y dar crédito a la historia. Nos fuimos con Padilla hasta Trouville, a hablar con un amigo y luego ya saben lo que sucedió. -Sí, que el museo se quedó sin "envasador" -<:ortó Nacho provocando la risa. - Eso es un amigo, que se juega por uno -dijo Sebasti án pasando fugazmente sus ojos sobre don Pedro. Leonardo, que no dejó pasar por alto ese detalle, se acercó al jovencito y se lo llevó aparte, mientras el resto seguía conversando. -Entiendo que Sílvana y tú tienen una diferencia con don Pedro. -Sí, yo creí que era mi amigo. Siempre nos contaba historias, algunas repetidas, pero nosotros igual 10 escuchábamos, porque justamente, éramos amigos y había que perdonarle la falta de memoria. -Yo creo que sí te creyó, pero no podía hacer nada. 82
-¿Por qué no? -¿Vos sabés lo que significa tener 65 años, haber trabajado toda la vida en un mismo lado; vivir con un sueldo miserable y saber que si molestás mucho a alguno que está arriba tuyo, podés quedarte sin nada, sin lo poco que tenés? El pobre hombre tenía miedo -Sebastián inclinó la cabeza hada el piso. -¿Te das cuenta que lo habrían despedido? -Podría haber hecho como vos, podría haber ido a la policía. -Pero botija, yo tengo contactos. ¿Quién creería .a unos chiquilines y a un viejo? -Puede ser ... Después de todo ni el mismo Ortega nos había tomado demasiado en serio. Pero ... -Pensalo. Me parece que toda esa historia del carpincho que quería ir con el otro congénere pero que no podía hacerlo por estar atado, todo ese cuento a lo mejor es sólo eso: un cuento. El viejo quiere que lo entiendan y lo perdonen. -No sé, puede ser ... -Silencio, por favor.-pidió Peralta. -Vaya hacer entrega de un obsequio a nuestros cinco héroes, a nuestros cinco investigadores. -Peralta abrió el paquete que esperaba bien atado sobre su escritorio, mostrando su contenido. -Con este libro, escrito por mí, sobre la vida de nuestros roedores, tanto de ciudad como de campo, titulado "El mundo tras los dientes", quiero testimoniar el agradecimiento del Museo por haber descubierto una situación irregular, que dejaría en entredicho la reputación de esta casa.
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Peralta entregó un ejemplar a cada uno, en medio de aplausos. Los niños agradecieron, aunque Padilla luego comprobaría al revelar las fotos de ese acontecimiento, la cara de "poco entusiasmo" de los homenajeados por el premio a su labor.
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