Miller Consumo Como Cultura Material Traducido

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TRADUCCION-ROCIO Horizontes Antropológicos, Porto Alegre, año 13, n. 28, p. 33-63, jul./dez. 2007

Consumo como cultura material Daniel Miller University College London – Reino Unido

Resumen: Este artículo pretende considerar las consecuencias de ver el consumo a través de las lentes de los estudios de cultura material contemporáneos. El artículo comienza reconociendo las razones por las que el consumo es a menudo visto como la destrucción de la cultura material y por lo tanto intrínsecamente maligna. A continuación, explora los diversos enfoques disciplinarios al consumo, tal como de la historia y sociología, antes de concentrarse en la antropología y en diversas perspectivas regionales. Entonces explora enfoques más específicos oriundos de los estudios de cultura material, primero teóricamente, y luego sustancialmente, en términos de cuatro géneros: la casa, la vestimenta, los medios de comunicación y el coche. Dos intereses más amplios siguen, el del análisis de la cadena de commodities y de la relación general entre personas y cosas. El artículo concluye que, en lugar de promover el materialismo, una perspectiva de cultura material enfatiza cuánto el consumo puede ser usado para entender a nuestra humanidad. Palabras clave: antropología, consumo, cultura material, mercancía. El objetivo de este artículo no es simplemente revisar trabajos sobre el tópico de consumo, y sí investigar las consecuencias específicas de pensar sobre el consumo como un aspecto de la cultura material. Intentaré de mostrar cómo una perspectiva de cultura material es particularmente relevante para el estudio del consumo, pero eso incluye no sólo mostrar las implicaciones positivas de la adopción de esa perspectiva, sino también reconocer cuántos otros enfoques del consumo se fundan sobre un peculiar preconcepto antimaterial. Este artículo comienza con una discusión de estos enfoques, que, por varias razones, se oponen a la cultura material. Resumiré, entonces, brevemente una amplia gama de estudios que reflejan la diversidad de enfoques disciplinarios y regionales. La sección final tratará de los estudios que ejemplifican la contribución de la cultura material en particular y su potencial impacto futuro en el estudio del consumo. La oposición a la cultura material Algunos enfoques oriundos de los propios estudios de cultura mate- rial y algunas perspectivas de economistas, la mayoría de los académicos que escribieron sobre consumo, y más especialmente aquellos que lo teorizaron, parecen suponer que es sinónimo del moderno consumo de masa. Ellos perciben 1

bien la vasta escala y el materialismo asociado con el consumo de masa y ven eso, primero, como un peligro, tanto para la sociedad y para el medio ambiente. Así, el consumo de masa se ha considerado más como un mal que como el bien. Ha habido poco reconocimiento de cuánto su crecimiento podría ser visto como sinónimo de la abolición de la pobreza o del deseo de desarrollo. La razón por la cual los estudios del consumo adoptaron ese aspecto inusitadamente moral o normativo comparado con el estudio de la mayoría de los otros fenómenos modernos, sin embargo, no es necesariamente resultado de algún atributo del propio consumo de masa. La percepción del consumo como una actividad maligna o antisocial es mucho más profunda y existía mucho antes del consumo de masa moderno. El propio término "consumo" sugiere que el problema es un tanto intrínseco a la actividad. Consumir algo es usar algo, en realidad, destruir la propia cultura material. Como Porter (1993) percibió, el significado alternativo del término "consumo" 11 como tuberculosis no es coincidencia. El consumo tiende a ser visto como una enfermedad definadora que se opone a la producción, la cual construye el mundo. Por eso, en el relato de Munn (1986) sobre las personas en una isla de Nueva Guinea, hay una exhortación a nunca consumir lo que usted mismo produce. Los bienes deben, primero, haber sido involucrados en intercambios, que son productores de las relaciones sociales. Meramente consumirlos es destruir su potencial para crear la sociedad, o lo que ella expresa como el deseo local de aumentar la fama de Gawa - la isla en la que ella hizo trabajo de campo. He argumentado que la misma lógica está detrás de la centralidad del sacrificio en la mayoría de las religiones antiguas (Miller, 1998a). El sacrificio tiende a venir justo antes del consumo de lo que la gente ha producido. Primero un segmento idealizado de aquella producción debe ser dado a los dioses para amenizar su impacto destructivo. De hecho, al menos un enfoque, asociado con Bataille (1988), celebró esa definición de consumo como inherentemente destructiva. Por lo tanto, el punto de partida para una consideración del consumo tenía una tendencia a ver este proceso en gran medida como el punto final de la cultura material. Mientras que la producción, a su vez asociada con la creatividad, como en las artes y artesanías, es considerada como la fabricación del valor, por ejemplo, en el trabajo de Marx, el consumo implica el gasto de recursos y su eliminación del mundo. Los debates morales que dominan este tema son, tanto, más viejos como más profundos que la preocupación por el materialismo contemporáneo, pero ellos adquirieron nuevas dimensiones cuando se aplican a la modernidad. Por ejemplo, con respecto a la crítica ambientalista contemporánea, la misma perspectiva moral se volvió arraigada en un sesgo semántico donde el consumo es nuevamente sinónimo de destrucción. Por ejemplo, la crítica ambientalista podría haber sido en gran parte dirigida a la destrucción de los recursos del 1

1 No original, “consumption”. (N. de T.).

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mundo asociados a la producción, tal como el impacto de la industria pesada o de la agroindustria en lugar del consumo. Pero no es eso lo que pasa. La destrucción es primero identificada con la postura propia del consumo, con el consumidor visto como gastando recursos escasos o insustituibles, y la procreación en esa instancia es vista como auxiliar secundario al consumo. Esto hace que sea nada sorprendente que las primeras discusiones sobre el consumo sean muy parecidas a las discusiones contemporáneas (ver la mayoría de las contribuciones en las obras organizadas por Crocker y Linden, 1998 o Goodwin, Ackerman y Kiron, 1997). Tanto las críticas antiguas como las contemporáneas intentan definir y condenar la porción del consumo que se hace más allá de lo que se considera necesario de acuerdo con algún patrón moral de necesidad. Incluso en períodos, como el cristianismo medieval, que nosotros no pensamos como un tiempo extravagante, la consideración del sumario estaba enormemente dirigida a la cuestión de la lujuria. Esto es claro en la contribución de Sekora (1977), que también nos introduce a la noción de leyes suntuarias. Se debe percibir que tales leyes, que existían en China e India antiguas, así como en Occidente, casi nunca se basaban en un patrón absoluto (por ejemplo, Clunas, 1991: 147-155). En vez de eso, la moralidad era relativa a lo que era visto como la jerarquía natural de la sociedad, de tal forma que lo que un plebeyo podía vestir era definido en oposición al noble. En los días de hoy, mucho del disgusto en relación al consumo se dirige específicamente a productos tales como McDonalds o muñecas Barbie, considerados vulgares o de mal gusto, y asociados con las masas, en contraste con el consumo de élite (ver tamHebdige, 1981). Por lo tanto, no es muy sorprendente que uno de los primeros grandes estudios antropológicos de consumo hecho por Bourdieu (1984) investigara el modo por el cual clase y consumo se volvían naturalizados encuánto gusto. Es sólo en los tiempos recientes que la necesidad se vuelve una cualidad más absoluta que relativa. Tal vez la expresión más fuerte de este antimaterialismo venga en la forma de varias religiones del sur de Asia, como el hinduismo, el budismo y el jainismo, que tuvieron un interés mucho más profundo en la centralidad del deseo y del materialismo hacia la condición de humanidad y su relación con el judaísmo, el cristianismo o las enseñanzas clásicas. En esas religiones tal vez se hubiera desarrollado más claramente la idea de que la realización de los deseos a través del consumo llevaba al desperdicio de la esencia de la humanidad en mero materialismo. En la India la evitación del materialismo, que vino a cubrir casi cualquier implicación con el mundo material, se tornó esencial para la búsqueda de la iluminación espiritual. Cualquier esperanza para un renacimiento o iluminación dependía del repudio al mundo material, que era visto como más o menos sinónimo de ilusión. Una vez más esta oposición a la cultura material estaba asociada con una jerarquía, aunque esto estaba teológicamente sostenido en el hinduismo (Dumont, 1972), mientras emergía más por la práctica del budismo. 3

Entonces no es sorprendente, tal vez, que los orígenes de los estudios modernos del consumo estén dentro de un marco esencialmente moral de antimaterialismo. El ancestral fundador evidente es Veblen (1979), aunque, como Horowitz (1985, p.18) deja claro, una parte entera de comentaristas americanos, tal vez reflejando la fundación de aquel Estado en el puritanismo, tendía a constantemente subsumir el tópico del consumo dentro de la cuestión de la moralidad de los gastos. Los términos como consumo vicario y conspicuo, que fueron acuñados o Veblen, continúan como críticas de la expresión de la riqueza como cultura material. Hay una continuidad memorable entre los argumentos de Veblen a principios del siglo XX y de los críticos del consumo tal como Schor (1998), al final del siglo. Slater (1997: 74-83) documenta una ruta alternativa a esta crítica en Europa, que enfatizaba no tanto el consumo en sí, sino los efectos de la riqueza en la relajación de los lazos y reglas sociales. Para pensadores como Durkheim y Rousseau, la causa primordial de la ansiedad provenía de su idea de que la humanidad estaba perdiendo su integridad. Las versiones muy extremas de estas ideas se pueden encontrar en los escritos de Lasch (1979) y Marcuse (1964, véase también Preteceille, Terrail, 1985) todos influenciados por lo que se convirtió en una versión altamente ascética del marxismo occidental. Una versión del marxismo curiosamente fuera de sincronía con el marxismo oriental, donde la Unión Soviética proclamaba que iba a superar el capitalismo en traer riqueza a las personas. Pero el lado crítico también era fuerte en otra perspectiva, tales como las influenciadas por Weber, una de las cuales, de Campbell (1986), se convirtió en una contribución importante a intentos más recientes de definir el consumismo moderno, en ese caso, mientras sinónimo de hedonismo. Estos escritos dentro del marxismo occidental desarrollaron a su vez una crítica del consumo más general, como, simplemente, el punto final del capitalismo. Esto es más evidente en los escritos más recientes de sociólogos influyentes, tales como Baudrillard (1988); aunque otros como Bauman (1991) también se encajan en esta caracterización (ver Warde, 1994). De acuerdo con esta perspectiva, la difusión masiva de bienes de consumo como actos de simbolización alcanzó tal nivel que, mientras antiguamente los bienes representaban a personas y relaciones, por ejemplo, simbolizando clase y género, ellos ahora venían a sustituirlos (Baudrillard) (1988). Tal es el poder del comercio de producir mapas sociales basados en las distinciones entre bienes, que los consumidores de hecho están relegados al papel pasivo de simplemente encajar en tales mapas a través de la compra de los símbolos apropiados a su "estilo de vida". La humanidad se transformó meramente en los maniquíes que ostentan las cate- gorías creadas por el capitalismo. La combinación de esas críticas llevó, a su vez, a una caracterización del mundo moderno como un circuito sin fin de "signos" superfluos llevando a una existencia post-moderna superficial que perdió autenticidad y raíces. Tanto Baudrillard como Bauman han sido influencias poderosas detrás de esta postura. La 4

tendencia de tales contribuciones es de alguna manera sorprendente. Si este siglo vio poblaciones enteras identificándose a través del consumo en lugar de la producción, esto podría ser visto como progreso. Podríamos haber apreciado un cambio de identidad en cuanto que se creía en algo que la mayoría de la gente hace por un salario y bajo presión (ver Gortz, 1982), para encontrarla en un proceso sobre el que tienen mucho más control. Podríamos haber argumentado que el capitalismo tiene mucho más control directo sobre las identidades de las personas como trabajadores que en cuanto consumidores. Los problemas de las personas ser definidos por su trabajo también se extendieron a las mujeres siendo relegadas al trabajo doméstico como su dominio natural. Pero Marx y otros escritores que fueron fundamentales a los estudios críticos en la realidad apreciaron tal identificación con el trabajo como una forma de humanidad más auténtica. Un resultado de esa crítica del consumo fue una tendencia de la academia contemporánea a romantizar el trabajo manual, algo que la mayoría de los académicos no muestra ningún tipo de inclinación para realizar, y denigrar precisamente la cultura del consumidor en la que ellos se vislumbran La crítica del materialismo es extraordinariamente básica. Hay una noción duradera en esa literatura de que individuos puros o relaciones sociales puras son contaminadas por el cultivo de mercancías. En realidad, el punto central del término coloquial "materialismo" es que representa un apego o devoción a objetos que toman el lugar de un apego y una devoción a las personas. Esto es importante para los estudios de cultura material como un todo, ya que expuso una ideología subyacente en la posición llevada hasta el interés académico, que es potencialmente visto como un énfasis erróneo en los objetos en lugar de las personas. Uno de los problemas con ello, como postura moral que ha enfatizado la representención académica del tema, es que tal idea se plantea en oposición directa con una moralidad muy diferente: una ética basada en un deseo pasional de eliminar la pobreza. No hay reconocimiento en esa literatura de que vivimos en un tiempo en el que la mayor parte del sufrimiento humano sigue siendo el resultado directo de la falta de bienes. Hay continentes enteros, como África, donde la vasta mayoría de las personas desesperadamente necesita más consumo, más medicinas, más vivienda, más transporte, más libros, más ordenadores. Así, esa crítica del consumo tiende a ser tanto una forma de autonegación - ignorando el grado en que esos mismos escritores parecen favorecer en sus vidas privadas lo que ellos refutan en su escritura - cuanto una negación de la condición de pobreza como una causa originaria del sufrimiento humano. En la práctica, el deseo de dar crédito a la manera como los consumidores consumen y la autenticidad de algunos de sus deseos por bienes no necesita disminuir el valor de la crítica académica de la manera como las compañías intentan vender bienes y servicios, o explotar a los trabajadores al hacerlo. Entonces es muy posible adoptar una aceptación de los bienes como 5

potencialmente un aspecto integral de la humanidad moderna sin en verdad contradecir las doctrinas de algunos de los más estridentes críticos, como Klein (2001). En general, sugeriría, sin embargo, que la apropiación del estudio del consumo para el propósito de autodifamación de lo moderno o del occidental como superficial y engañado ha sumado a lo que llamé "la pobreza de la moralidad", en un paralelo con la crítica de Thompson (1978) a Althusser, en su La Pobreza de la Teoría, en el sentido de que esencialmente nos abstrae de cualquier estudio real de consumo o consumidores y lo sustituye con una proyección teórica de lo que podría llamarse consumidor "virtual" (Miller , 1998b). El problema no es la moralidad en sí, la cual, sin duda, muchas veces proclamada con la más honrada de las intenciones, pero que aprendemos casi nada con eso sobre la naturaleza del consumo. La crítica del consumo como el gasto de la cultura material es común tanto a la modernidad ya otros tiempos y lugares. Por contraste, lo que era quizás único en la modernidad occidental y que emerge claramente en Appelby (1993) es que, durante el siglo XVIII, surgió un poderoso contradictorio que afirmaba que el consumo podría también ser beneficioso a la comunidad al estimular lo que entonces estaba si, Que se define como economía. Esta línea lleva a lo que se ha convertido prácticamente en la ideología dominante del mundo moderno, lo opuesto a la crítica al materialismo, donde, en nuestros noticieros diarios, oímos informaticios económicos diciéndonos que nuestras economías nacionales están necesitando un estímulo, Que sólo puede ser hecho por los consumidores gastando más. A continuación, se produce con ideologías, esta promoción del consumo se efectúa en gran parte porque se vuelve lo racional esperado detrás de un conjunto de estructuras y prácticas. Así como la crítica del consumo necesita ser deshecha por su postura moral subyacente, lo mismo vale para el apoyo al con- sumo. En ese caso, sin embargo, el problema solía ser no tanto la naturalización del consumo como una actividad, sino la naturalización de un medio parti- cular de asegurar el consumo, que es el capitalismo. La principal forma tomada por esa naturalización es la disciplina de ciencia económica, que enseña como axiomática una serie entera de afirmaciones bastante extraordinarias sobre la relación entre consumidores y capitalismo. Esta naturalización del capitalismo, aunque al menos tan perniciosa, ya que ampliamente más poderosa, que la crítica al consumo, es, sin embargo, menos relevante en la cuestión del consumo como cultura material, ya que lo que es notable a su respecto es Su falta de preocupación por la especificidad de los bienes o con la naturaleza más amplia de la materialidad y de sus efectos. Los escritos académicos y filosóficos, sin embargo, permanecen dominados por la línea más antigua y más negativa (pero vea Lebergott, 1993 para "la excepción que confirma la regla").

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He comenzado con estas moralidades subyacentes implicadas en este tema, ya que me parece mejor exponer las estructuras ideológicas de investigación en esa área que dejarlas inexploradas, y ellas tendrán una presión considerable en el impacto de los estudios de cultura material que serán discutidos abajo. Sin embargo, sería también lamentable si los estudios de consumo fueran simplemente reducidos a ese debate a menudo bastante vacío sobre si el consumo es bueno o malo. Así, antes de mirar la perspectiva bastante diferente que surgió de los estudios de la cultura material, quiero brevemente mencionar algo de la vasta literatura que surgió primero de una perspectiva disciplinaria o regional y que no es necesariamente posicionada dentro de ese debate más amplio (ver también Miller , 1995). Perspectivas disciplinarias y regionales La historia de una postura moral del consumo no debe confundirse con la historia del consumo en sí. Las personas siempre consumieron bienes creados por ellas mismas o por otros. El consumo es un tema que está emergiendo, por lo tanto, en estudios arqueológicos, asociado con el aumento de la preocupación con la cultura material de una forma más general (por ejemplo, Meskell, 2004; Pyburn, 1998). Si vamos a entender la diversidad del consumo, necesitamos recordar los ataques del satirista Juvenal al consumo en la Antigua Roma, o la importancia de los objetos de lujo en el Tale of the Genji japonés del siglo XI, como cuidados contra afirmaciones sobre la centralidad del consumo en la ascensión del consumo el mundo moderno en general, y se puede mencionar el colonialismo en particular. Uno de los mejores estudios de consumo hecho en años recientes, Fish Cakes and Courtesans (Davidson, 1999), está ampliamente basado en material de Atenas, del quinto siglo antes de Cristo. Este estudio memorable hace muchas cosas que deben ser emuladas. La materialidad se destaca desde el principio, ya que los capítulos de apertura tratan particularmente del consumo de pescado. Pero el consumo es una actividad y, por eso, se dirige a la cuestión de la localización de la distinción entre el consumo apropiado de pescado y la gula. Pero también la cuestión de la materialidad se plantea respecto a la conceptualización de la persona. Esta es la cuestión crucial identificada en el otro lado del título del libro, "la cortesana", y la manera como los griegos de aquel tiempo entendían la distinción entre la humanidad de una persona y su comoditización. Pero el libro hace aún más que eso. También muestra cómo la cuestión del consumo, cuando se considera ampliamente, se vuelve fundamental para todas las otras cuestiones cuya discusión es la herencia de la Atenas del quinto siglo antes de Cristo para los días de hoy. Esta herencia es el significado de la democracia y el lugar de la filosofía y de otras arenas culturales como un elemento del proceso político emergente.

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No sorprendentemente, dado el tema de consumo, un foco particular en la investigación histórica ha sido el inicio del período moderno. Por ejemplo, Mukerji (1983), en relación a Europa, examina el cambio del arte de élite a popular (para un paralelo con Japón ver Akai, 1994), mientras que Shammas (1993) examina los cambios más generales en el consumo de alimentos y, bienes duraderos en el mundo angloamericano. También existe un trabajo histórico cada vez mayor sobre regiones no europeas, como el de Clunas (1999) sobre China, por ejemplo, incluyendo un amplio examen de por qué el consumo de masa surgió en Europa y no en China (Pomeranz, 2000). Este fue un correctivo importante a lo que, de otra manera, ha sido una literatura bastante eurocentrada. Para estas investigaciones históricas, la publicación clave inicial fue el nacimiento de una sociedad de consumo (McKendrick, Brewer, Plumb, 1983), que estimuló una amplia literatura tanto sobre si hay una forma distinta en el consumo contemporáneo como si, Cuando comenzó. Crucial para este debate es la cuestión de si el consumo moderno es en realidad un tipo de actividad diferente en intención y naturaleza del mero uso de bienes en tiempos anteriores. El más poderoso defensor de tal periodización es Campbell (1986), que define el consumo moderno en torno a la cuestión del hedonismo sin precedentes, aunque historiadores como Schama (1987 - trabajando bajo una inspiración paralela de Weber) sugieren algo más cerca de formas más antiguas de ambivalencia. Las dos disciplinas que permanecieron con un interés más o menos continuo en el tópico fueron la ciencia económica y los estudios de administración. Ambos representan la visión tradicional del consumo como esencial para el estudio de las relaciones de las personas con el mercado. En la práctica, la ciencia económica se concentró en teorías y modelos, basados ampliamente en datos agregados, y los estudios de administración desarrollaron un conjunto de estudios más enfocados, frecuentemente preocupado por un microambiente aislado de elección del consumidor. Lancaster (1966) puede ser visto como un clásico El ejemplo de las preocupaciones económicas más típicas marcadas por modelos abstractos y generales de toma de decisiones del consumidor, que están empezando a ser atacados incluso dentro de la disciplina (por ejemplo, Fine, 1995). En realidad, esos son los modelos de lo que el consumo necesita para otros aspectos de la teoría económica neoclásica del "trabajo". Recientemente, ha aumentado un tipo de imperialismo economicista que intenta proyectar esos enfoques en otros intereses disciplinarios con el consumo, como por ejemplo en el trabajo de Becker y algunos de sus seguidores (Becker, 1996; véase Fine, 1998). Esto puede explicar por qué las ciencias sociales mucho más a menudo hacen referencia a la economía política del siglo XIX y en muchos casos ignora ampliamente la ciencia económica que se desarrolló a lo largo del siglo XX. Los tópicos analizados por Perrotta (1997) parecen aproximarse a esos intereses que se refieren al desarrollo del consumo como una práctica. Por otro lado, hay varias ramificaciones de la teoría económica, las cuales, porque 8

incluyen un elemento aplicado, son actualmente más comprometidas. James (1993) ejemplifica un enfoque que mostró un interés consistente con el im pacto de modelos económicos de consumo en el mundo en desarrollo y con la necesidad de traer enfoques más generales del consumo dentro del cuadro de los modelos económicos. Los estudios de consumidores basados en las escuelas de administración produjeron tal vez el mayor corpus de material en este tema, y no es particularmente sano que esto haya sido ampliamente ignorado por los desarrollos más recientes en investigación sobre el consumidor dentro de las ciencias sociales. Muchos de los trabajos realizados en las escuelas de administración poseen premisas basadas en líneas de hipótesis estrechamente positivistas, probando cuestiones como qué estante del supermercado es mirado por los compradores con más frecuencia. Así, tiende a existir una división entre, por un lado, la ciencia económica, los estudios de administración y la psicología, que apoya los fundamentos epistemológicos de tales investigaciones, y las otras disciplinas que escapan de la epistemología subyacente dando preferencia a una contextualización más abierta Del comportamiento del consumidor. De mayor interés para los estudios de cultura material es el surgimiento de más estudios cualitativos e interpretativos que están ganando autoridad dentro de las escuelas de administración. El concepto de McCracken (1988b) del "efecto Diderot" es una consideración ampliamente citada en cuanto a las implicaciones de una elección específica del consumidor sobre bienes subsiguientes que ahora necesitan reconocer el respectivo objeto incumbente. El trabajo de Fournier (1998) sobre la relación entre consumidores y sus marcas también se volvió rápidamente influyente como un nuevo abordaje dentro del campo. Finalmente, Sherry y McGrath (1989) ejemplifican el surgimiento de enfoques cualitativos que se centran en temas tales como la naturaleza de los presentes o del capital cultural que tiende a atravesar intereses disciplinarios. Tal vez el más ampliamente citado investigador de estudios de neopreno dentro de las ciencias sociales haya sido Belk (ex 1993, 1995), pero existían otros compromisos, como, por ejemplo, el comentario de Holt (1998) sobre Bourdieu. Tanto la ciencia económica como los estudios de negocios fueron muy influenciados por la psicología en su desarrollo inicial, especialmente la psicología social. Libros como el de Bowlby (1993) y artículos como el de Miller y Rose (1997) indican cuán poderosas influencias fueron en el pasado. El trabajo psicológico sigue avanzando rápidamente según lo recapitulado por Lunt (1995), y ciertos trabajos, como el de Csikszentmihalyi (1993), siguen teniendo una influencia considerable, pero pienso que es justo afirmar que el dominio ejercido por la psicología hacia atrás de los años sesenta declinó considerablemente. En vez de eso, lo que encontramos es el rápido ascenso de la influencia de investigaciones en las ciencias sociales y en la historia sobre el consumo, que sólo empezaron en los años 1970.

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La sociología ya fue discutida en detalle como una contribución esencial a los debates ideológicos más amplios sobre el consumo. Otros trabajos influyentes incluyen el de Ritzer (2004), cuyas ideas sobre la mcdonaldización generaron muchos clones. Otro tema desarrollado por Cross (1993) y evidente en Schor (1991) identifica el consumo con la presión que nos reubica en jornadas de trabajo largas para pagar por los nuevos deseos de consumo, nuevamente un tema particularmente americano. También hay un considerable trabajo dedicado a las perspectivas de desarrollo y bienestar, muchas veces en conjunción con otras, como el economista Sen (1998), y un científico político como Etzioni (1998) escribiendo sobre simplicidad voluntaria. En un nivel más mundano, hay una cantidad considerable de trabajo sobre temas particulares, por ejemplo, Warde (1997) y muchos otros en el consumo de alimentos, mientras que Savage et al. (1992, p. 99-131) representan el tipo de análisis estadístico del gusto, que es una prima cercana al trabajo de Bourdieu. Hay también contribuciones teóricas que no encajan totalmente en la ideología dominante, como de Slater (1997). Recientemente Ritzer y Slater se unieron para editar el Journal of Consumer Culture, el primero en el tópico que no está orientado principalmente a los imperativos comerciales. Antropología y perspectivas regionales El estudio del consumo fue revolucionado por dos libros publicados en 1979. Douglas (Douglas e Isherwood, 1979) abogó por un enfoque de los sistemas de gestión de la calidad de los servicios públicos (Barthes, 1973) Como un sistema de comunicación en una analogía con el lenguaje (pero en aspectos críticos también distintos de ella). Una vez que los bienes de consumo son pensados como un sistema simbólico, eso abre la posibilidad para de algunas formas "leer" la propia sociedad a través del patrón formado entre los bienes. Esta era la premisa del otro libro publicado en aquel año por Bourdieu (1984), que enfocaba los bienes no sólo como reflejo de distinciones de clase, sino como un medio primario por el cual éstas eran expresadas, y así reproducidas, sin que eso fuera aparente. El poder del consumo como un medio de reproducir patrones sociales era escondido por una ideología que veía el consumo meramente como una expresión del gusto individual. Este mapeo de varias distinciones sociales (especialmente de género) a través del estudio de los bienes como un sistema cultural se ha convertido en algo como una industria propia (ver también Sahlins, 1979). Esta industria tiende a dominar los enfoques en los estudios culturales y el análisis semiotico ha sido altamente influyente en el comercio, por ejemplo, como parte de una búsqueda consagrada por una brecha en tales mapas sociales que pueda rellenarse cuajo producto bien dirigido. La primera ola de los estudios más preocupados con la semiótica fue consolidada en un enfoque antropológico establecida al consumo, a finales de los años 1980, con la publicación de otros tres libros (Appadurai 1986, McCracken, 1988a, Miller, 1987). De estos tres, Appadurai representaba una 10

trayectoria oriunda del estudio de regalos y mercancías en la antropología social, McCracken estaba preocupado por la contribución de la antropología a estudios comerciales como el marketing, mientras mi propio libro intentaba localizar tales estudios en los intereses centrales de la cultura material. Aunque todos ellos han contribuido con la teoría del consumo más amplia, porque todos surgieron bajo los auspicios de la antropología, también generaron una amplia literatura en consumo regional y consumo que examinan las trayectorias, muchas veces diferentes, seguidas para convertirse en parte de una sociedad de consumo. Esto ha sido un importante antídoto a la hegemonía de regiones particulares como Estados Unidos y el Reino Unido en la mayoría de las otras disciplinas. Ayudan a evitar una postura que ve, por ejemplo, una sociedad usando computadoras y jeans como menos auténtica que otra. Muchos aspectos del consumo emergen de esta área de investigación, y tomando una región, la del sur de Asia, Gell (1986) presenta una población tribal cuyo consumo está siendo afectado no por importados extranjeros, sino por las comunidades vecinas hindúes. En esas condiciones, esas personas necesitan encontrar una manera de "domar" lo que se ve como consecuencias negativas de la nueva riqueza. Como Cohn (1989) muestra, el consumo colonial de los británicos en la India tenía a menudo ser muy cuidadoso con su potencial articulación con formas de consumo previamente existentes, que de alguna manera podrían frustrar los significados que las autoridades Los coloniales deseaban imponer sobre la manera en que las personas se vestían y aparecían en público. Finalmente, a través de una etnografía cuidadosa, Osella y Osella (1999) demuestran que tal localización del consumo se vuelve, por encima de todo, más importante para personas como las que ellos investigó en Kerala que, como en muchas regiones periféricas del capitalismo metropolitano, Muy afectadas por remesas de dinero de los que trabajan fuera del país. Ellos pueden usar ese dinero para desarrollar sus prácticas de consumo en líneas altamente específicas que sólo pueden ser entendidas en términos de las estructuras e intereses particulares de cada uno de los grupos que forman una región específica. Las evidencias del este de Asia han sido particularmente importantes para desafiar presupuestos sobre globalización inevitablemente significando homogeneización. Incluso los iconos de la globalización como McDonalds tienes una reflexión particularmente china por Yan (1997) a través de su estudio de su consumo en Pekín (véase también Miller, 1997, sobre Coca-Cola). Por ejemplo, Davis (2000) indica a través de su recapitulación de una serie entera de artículos los muchos matices y contradicciones que tendríamos que tener en cuenta al evaluar el ascenso de la riqueza en una región particular, en este caso el área alrededor de Shangai, que se convirtió en la vanguardia del consumo de masa en la China contemporánea.

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A veces esta influencia es muy matizada. Por ejemplo, el estudio de Burke (1996), basado en materiales históricos de Zimbabue, muestra que ciertamente existen casos en que el aumento de la demanda, en este caso por jabón, parece desarrollarse de acuerdo con la presión de la publicidad y del marketing mientras que otras demandas, como por margarina, provienen de prácticas culturales que permanecen fuera de la autoridad capitalista. Otros estudios concuerdan más fácilmente con el énfasis en la sociología sobre la hegemonía capitalista. Por ejemplo, también en África, Andrae y Beckman (1985) documentan bases alimentarias nativas e inmediatamente disponibles siendo reemplazadas por el ascenso de una cara base alimentaria importada (ver también Weismantel, 1988). Estas tienen, particularmente, muchas consecuencias en tales áreas, dadas las enormes desigualdades de renta y poder. Esta preocupación con el impacto del capitalismo trae el otro lado de la moneda antropológica. En cuanto a examinar lugares específicos, la disciplina también contribuyó al crecimiento de nuevos estudios de la globalización. Siguiendo el mundo histórico, como Braudel (1981) y Wallerstein (2000), uno de los más claros exámenes de cómo la producción en una región se volvió ligada con el consumo en otra fue el innovador estudio de Mintz (1985) sobre el azúcar que ahora ha resonado en muchos otros productos, como el café, etc. (Pendergrast, 1999; Weiss, 1996a, 1996b). Otros estudios enfatizaron el juego complejo entre heterogeneidad y homogeneidad crecientes en esos encuentros. A veces esas recaen sobre aspectos de estilo bien específicos (por ejemplo, Wilk, 1995), en otros casos el consumo se vuelve importante para forjar la identidad nacional, tal como en el estudio de Foster (1995) sobre Nueva Guinea. El consumo puede ser, como demuestra Heinze (1990) en lo que se refiere a los inmigran tes judíos en los Estados Unidos, un medio por el cual grupos se identifican con un proyecto nacional más amplio de desarrollo. Pero esto no siempre ocurre fuera de fuerzas contrarias y contradicciones. Las personas, estudiadas por McHeyman (1997), viviendo en la frontera entre Estados Unidos y México, pueden tener aspiraciones a formas de consumo que sólo exacerban su posición geográfica ambigua. En otros casos, fenómenos como cooperativas de consumidores -que han sido de gran importancia históricamente en Europa, pero ahora están muy disminuidas- permanecen centrales para el consumo en otra área, en el caso de Japón (ver Furlogh y Strikweda, 1999). Un ejemplo final de la complejidad de estos procesos viene con el consumo de nuevas tecnologías que se presuponen como instrumentos de globalización que destruyen fronteras locales o nacionales. En la práctica, Miller y Slater (2000) argumentan que en su consumo, Internet se ha convertido en uno de los más importantes elementos de localización.22 Consumo - el enfoque de la cultura material

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La mayoría de la sección anterior se basa en las relaciones de lectura encontradas en Miller (2001b).

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Se sugirió al principio de este artículo que la mayoría de los enfoques del consumo tomaba una postura decididamente anticultura material, viendo la propia materialidad como una amenaza a la sociedad y en particular a los valores espirituales y morales. En esta sección mostraré cómo un enfoque de cultura material hace bien lo opuesto de lo que se le atribuye a ella. Estudios de cultura material trabajan a través de la especificidad de objetos materiales para, en última instancia, crear una comprensión más profunda de la especificidad de una humanidad inseparable de su materialidad. En uno de los estudios más influyentes que iniciaron este enfoque del consumo, Hebdige (1988, originalmente 1981) examinó el uso de motocicletas y lambretas por grupos de subcultura, como mods y rockers. Hebdige argumentó que el consumo no era sólo comprar bienes, pero a menudo implicaba una apropiación altamente productiva y creativa de esos bienes, que los transformaba con el paso del tiempo. Pero, de la misma forma, que fue a través de esta práctica dedicada a la transformación material que ciertos grupos sociales fueron creados, por ejemplo el rocker en asociación con la motocicleta, y el mod con el scooter, respectivamente. Mi propia contribución inicial (Miller, 1987) fue de teorizar el consumo usando ejemplos tales como ese estudio de Hebdige. En aquel tiempo el consumo era usualmente considerado como simplemente el punto final y así la expresión del capitalismo que producía esos bienes para vender. Por el contrario, he argumentado que, mientras que a veces puede ser cierto, había también la posibilidad de que el consumo pudiera ser visto como la negación de la producción capitalista. Así, siguiendo Simmel (1978), se argumentó que el consumo retornaba los bienes para la creación de la especificidad y de las relaciones después de extraílos de las condiciones anónimas y alienadas de su producción. Esta teorización debería ser vista contra el telón de fondo de un tiempo en que la antropología estaba dominada por una versión particular del marxismo que había llevado a un enfoque exclusivo en la producción y en los bienes como expresiones del capitalismo. Esta postura ya no es necesaria hoy. Escribí recientemente sobre por qué pienso que normalmente el consumo no alcanza ese potencial, pero en sí mismo puede convertirse en un medio para mayores abstracciones y alienación en la forma de virtualismo (Miller, 1998b). Sin embargo, la emergencia de una serie de estudios que miraron al potencial productivo del consumo a través de un foco en la transformación de mercancías produjo una literatura extensa que se desvió del consumo como un objeto general sociológico, y en la dirección de la especificidad de formas particulares de consumo y géneros particulares de mercancías. La virtud de teorizar el consumo en aquel tiempo fue que eso liberó el tópico de ser meramente un servicio en la caracterización del capitalismo, y permitió que se volviera a su especificidad, la cual, en muchos aspectos también significó una vuelta a su materialidad. Si la teoría debería tener algún uso sustantivo, éste sugería que había muchas maneras diferentes por las que el consumo podría mani- festar 13

como producción de grupos sociales, y que esos tenían que ser examinados cada uno de su manera. Hay muchas maneras por las que esto podría hacerse, pero para destacar la contribución de la cultura material, quiero brevemente mencionar varios tipos de objetos y mirar las investigaciones etnográficas que se han dedicado a ellos, mostrando cómo cada uno tiene, de su propia manera, contribuido a ese referencial teórico más amplio. Después de considerar cada tipo a la vez encerraré mencionando brevemente nuevos trabajos que están a la vanguardia de tales estudios de la cultura material, en parte porque rearticulan el vínculo con la producción y el cambio y en parte porque llevan a repensar la materialidad de vuelta a una consideración sobre la naturaleza de la humanidad dentro de una sociedad consumidora. Una de las razones por las cuales el enfoque de cultura material sobre la casa y las posesiones ha sido tan influyente es que demostró la extraordinaria ceguera en relación al consumo en las dos disciplinas más responsables de la forma de nuestra cultura material contemporánea -que son la arquitectura y el diseño. En realidad, esto significó que las personas produjeron el ambiente construido con muy poca noción de las consecuencias que esos objetos tendrían para aquellos que los utilizaban, o los procesos por los cuales los consumidores podrían intentar apropiarse de ellos y transformales. Había muchas anécdotas sobre proyectos de construcción que ganaron premios, pero en los que, en realidad, a nadie le gustaba vivir. En verdad, es ampliamente bajo la influencia de los estudios de cultura material que aquellos que trabajan en diseño y en la historia del diseño comenzaron a volver su atención hacia esas mayores consecuencias de su disciplina, por ejemplo, Attfield (2000) y Clarke (1999). Buchli (1999) proporciona un estudio de caso extenso de un bloque de apartamentos en Moscú con una noción de sus sucesivas transformaciones por los usuarios bajo el impacto de varios regímenes ideológicos. El equivalente en términos de un tratamiento etnográfico de este asunto fue la innovadora etnografía de Gullestad (1985) del uso de la casa por amas de casa trabajadoras noruegas. En Miller (2001a, véase también Chevalier, 1998) es la propia casa que se convierte en el foco de investigación. Mucho del consumo moderno se preocupa por la casa tanto como el objeto de consumo o como el escenario para la organización y uso de las mercancías, y los participantes de aquel libro usan un amplio abanico de perspectivas sobre la relación de las casas y sus posesiones. En el caso de que se produzca un cambio en la casa (Marcvey, 2001) y la organización de los muebles (Garvey, 2001) al cuestionamiento de la creencia de la casa organizada en Japón (Daniels, 2001) y la casa como una expresión de la discrepancia entre la aspiración y la práctica (Clarke, 2001). Otras colecciones, incluyendo Birdwell-Pheasant y Lawrence-Zúñiga, 1999 y Cieraad 1999, incluyen trabajos sobre consumo. A pesar de todo esto, el impacto

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sobre la arquitectura sigue siendo limitado y la necesidad de que los arquitectos toman conocimiento de las consecuencias de su trabajo para los consumidores. El mismo punto general - de que cualquier tipo de mercancías necesita reconocerse sus implicaciones por los efectos que tiene en los consumidores permanece para un amplio abanico de otros tópicos. Por ejemplo, el estudio de la ropa ha sido tradicionalmente obsesionado con el estudio de diseñadores, especialmente diseñadores de alta costura, descuidando casi completamente los efectos de la ropa sobre los usuarios. Aunque existe un buen trabajo histórico que muestra la integridad de la vestimenta y el sentido del "self" (por ejemplo, Sennet, 1977) y también trabajo antropológico sobre sociedades no industriales con un argumento similar (por ejemplo, Küchler, en el prelo, Henare, ), Sólo recientemente se ha aplicado al estudio del consumo masivo de la confección. Se necesita más trabajo etnográfico que busquen considerar la vestimenta del punto de vista de lo que en verdad significa usar ropa específica (por ejemplo, Banerjee, Miller, 2003, Clarby, Miller, 2002, Dalby, 2001; Freeman, 2000, Woodward, (en prensa). También hubo un acercamiento con nuevos escritos sobre la historia del vestuario, desde el valioso estudio de Summers (2001) sobre el corsé victoriano al trabajo histórico de Breward (1995) sobre la vestimenta de forma más general en Gran Bretaña. Los recientes trabajos sobre la relación entre el estilo y el ser gay también han contribuido a este nuevo trabajo (por ejemplo, Mort, 1996, Nixon, 1996). Una manera definitiva por la cual la materialidad del vestuario ha venido a la superficie es a través de nuevos escritos sobre ropa de segunda mano, tanto las vendidas como accesorios (por ejemplo, Hansen, 2000) o, concretamente, las implicaciones de su materialidad cuando Es recortada y remanufacturada para reventa (por ejemplo, Norris, en prensa). Tal vez aún más sorprendente que la negligencia de la vivienda como algo en el que se vive y de la vestimenta como algo que se usa ha sido la misma laguna en lo que se refiere al consumo de los medios, ya que mientras el consumo de la ropa no ha sido visto como merecedor de derecho propio de atención periodística, los efectos y consecuencias de los medios de comunicación se destacan en muchas discuciones en la sociedad contemporánea. Sin embargo, ese interés sólo surgió, realmente, con el desarrollo de investigaciones de audiencia representadas por figuras tales como Morley (1992) y Ang (1985). De nuevo, estudiosos de cultura material han buscado ampliar esos cambios prestando mayor atención en el papel de la materialidad en formas de medios específicos y en el impacto subsecuente sobre la creación de la socialidad. Esta es una actividad particularmente privada, especialmente ya que se concentró en madres solteras y la relación bastante personal que sienten con la radio. Lo que Tacchi así demostró es cuánto ese tipo de investigación demanda para ese tipo de encuentro, en el que se pretende entender seriamente el consumo de los medios. La creciente globalización de este sector puede ser relacionada con el 15

creciente consumo privado del tipo destacado por los estudios etnográficos de medios como cultura material. El contraste es con los estudios de medios más convencionales, en los que la tendencia era reducir el estudio del consumo para el estudio de las audiencias. Hay también importantes contribuciones de los estudios de los medios que se concentraron en la materialidad de medios específicos, como Manuel (1993) sobre la cinta de cassette y McCarthy (2001) sobre la televisión ambiental. Dada la relación cercana entre nuevos estudios en cultura material y las preocupaciones más amplias de la antropología, una de las consecuencias de aplicar una perspectiva de la cultura material al estudio del consumo ha sido la aplicación simultánea del relativismo antropológico. En realidad, la búsqueda de entender el consumo específico de un objeto a menudo se aborda de una manera más eficaz si se demuestra la diversidad de tal consumo. Por ejemplo, enfrentado con un sentido común de que un coche es siempre sólo un coche, hubo pocos intentos en la antropología más convencional de someter el coche a perspectivas relativistas. Es principalmente a través de la cultura material de su consumo que comenzamos a comprender que el coche no es lo mismo para los aborígenes australianos (Young, 2001) que es para los conductores de taxi del Oeste Africano (Verrips; Meyer, 2001), y Es, en parte, debido a las extensas transformaciones que tienden a suceder en el propio coche. Estos cuatro ejemplos (vivienda, ropa, medios de comunicación y el coche) sugieren que el desarrollo de un enfoque de cultura material es algo que ayuda a desmembrar la especificidad del consumo, y mostrar que la materialidad de cada género es en sí misma importante. Esto es para decir que podemos escapar del determinismo tecnológico, pero aún conseguir contemplar los potenciales específicos de, por ejemplo, nuevas tecnologías de computación en el lugar de trabajo (por ejemplo, Garsten, Wulff, 2003, Lally, 2002) en relación al marketing de accesorios (Por ejemplo, Storr, 2003) o de la manera como los visitantes reaccionan a un diseño específico de una muestra en un museo (por ejemplo, MacDonald, 2002). A su vez, el enfoque etnográfico no se reduce para proporcionar parámetros sociológicos tales como género y clase. En vez de eso, tenemos categorías matrimoniales como trabajadores de oficina usando computadoras, pero haciéndose "geeks", o adolescentes que adoptan un estilo específico y un estilo de vida para convertirse en "góticos", que atraviesan parámetros sociales más convencionales. Sin embargo, sería una pena reducir esa contribución a categorías contingentes de objetos incluso evitando categorías convencionales de sujetos. Mucho del trabajo más reciente e importante en la cultura material del consumo se ha preocupado más con una serie de contribuciones y preocupaciones teóricamente y analíticas que se aplican a casi cualquier tipo de sujeto materializado u objeto personalizado. Uno de los más importantes temas que se han desarrollado recientemente, y que probablemente tiende a expandirse aún más en el futuro, 16

se origina de dos tendencias en el abordaje de la cultura material al consumo. Por un lado, hay la percepción de que, habiendo habido dos décadas en las que, bajo la influencia del marxismo, se enfatizaron los estudios de producción, seguidos por dos décadas en que se concentraron en el consumo, lo que es más necesario hoy son enfoques Que enfatizan la relación entre los dos. Hay muchos enfoques diferentes a estas cuestiones. Por ejemplo, Fine y Leopold (1993) argumentaron a favor de lo que ellos llamaron cadenas verticales de integración, por las cuales el sistema específico de consumo de, por ejemplo, vestuario o comida, era en gran medida un resultado del modo específico de producción que, pertenecía a la industria del vestuario oa la industria alimenticia. Miller (1997) argumentó, en contraste, usando el ejemplo de la industria de refrigeración, que puede existir un sorprendente grado de autonomía en esas varias áreas, y que el consumo no puede ser a menudo entendido como un determinante de la producción. Recientemente varios investigadores en el University College London realizaron tesis de doctorado con el objetivo de mirar más de cerca esta cuestión, Así. Por ejemplo, O'Connor (2003), mostró el grado por el cual los productores pueden fallar en entender la naturaleza de los mercados, de tal forma que la producción no puede ser supuesta para seguir el consumo, mientras que otros, como Petridou (2001), enfatizaron la importancia de las conexiones en áreas tales como marketing y minorista, que tienden a ser descuidadas si sólo nos concentramos en la producción y el consumo. Este enfoque entonces se combina con otro, en que el aspecto de la cultura material es dominante, ya que sigue de una estrategia en la cual el propio objeto es reconocido como el que une poblaciones a menudo distantes. Es el análisis de las cadenas de mercancía, que se han desarrollado, particularmente, en la geografía humana (ver por ejemplo Leslie y Reimer, 1999; Hughes y Reimer, 2004). Por ejemplo, un estudio de los alimentos en Jamaica (Cook, Harrison, 2003) puede implicar no sólo un interés por la relación con el trabajo en la producción, pero también debe considerar el impacto del consumo en el Reino Unido, la economía política del comercio minorista y los varios intermediarios involucrados en áreas como el transporte y el tratamiento de los alimentos que están en medio de ella. El punto dominante aquí es que es la mercancía que, en realidad, produce la relación, entre ella misma y las varias personas que trabajan con ella, pero también la relación entre estas personas a lo largo de la cadena. Fundamentalmente hay un fallo en la educación si seguimos viviendo en un mundo en el que, en continuidad con la crítica de Marx al fetichismo, no consigamos ver los patrones de trabajo y relaciones sociales que, conectando después de la conexión, siguen los diversos eventos a través de los cuales bienes crear esta cadena entre la producción y el consumo. La cultura material del consumo parece ser el punto de referencia ideal para encajar en el continuo fetichismo de la mercancía, no sólo en un nivel teórico (por ejemplo, Spyer, 1997), sino también en un nivel práctico de intentar considerar qué transformaciones en conocimiento y producción son necesarias para hacer que 17

los consumidores reconozcan los productos que compran y, entre otras cosas, la realización (corporización) del trabajo humano (Miller, 2003). Esta cuestión moral de cómo traer de vuelta nuestra conciencia del elemento humano del consumo y sus consecuencias nos lleva enteramente de vuelta a la acusación inicial con la que comenzó este artículo. Esta sugería que el consumo es un aspecto del materialismo que reduce nuestra humanidad con su enfoque sobre el objeto. Lo que hemos visto es que, por contraste, es precisamente un abordaje de cultura material, con su enfoque sobre el objeto, que nos ayuda a ganar un sentido de humanidad mucho más rico, ya que ya no está separado de su materialidad intrínseca. Es por eso que uno de los puntos más comunes de afinidad entre la cultura material y la antropología social es el trabajo de Mauss sobre el don, en el que el papel del objeto en la formación de las relaciones sociales es dominante. En muchos de los estudios discutidos aquí el mismo argumento se hace en relación al consumo. La compra, por ejemplo, se transforma en un enfoque que nos permite acceder a la tecnología del amor, de la manera como el cuidado y la preocupación se expresan dentro del hogar (Miller, 1998a, también Chin, 2001, Gregson y Crewe, 2002). Un llamamiento se hace para un análisis de la cadena de mercaderías en la que el objetivo es deshacer la mercancía y mostrar las conexiones humanas que se crean a través del capitalismo, no para valorarlas, sino para reconocerlas y entender las responsabilidades que surgen cuando nos beneficiamos en cuanto consumidores a través de precios bajos para el perjuicio de otros. Uno de los ejemplos más punzantes de la lógica detrás del enfoque de la cultura material, para entender cómo nos constituimos como humanidad, puede ser encontrada en un estudio que equilibra la adquisición de objetos con nuestro abandono de los mismos. Layne (2000, 2002) se centró en las mujeres que habían sufrido una pérdida fetal en un punto avanzado del embarazo o tuvieron hijos nacidos. Ella descubrió que la principal preocupación de los padres que habían sufrido esa pérdida era demostrar que para ellos lo que se había perdido no era simplemente una cosa, sino una persona real, una relación, un niño. La manera más efectiva por la cual ellos podrían realizar esa construcción de la pérdida de una persona estaba en la relación con las cosas que ellos habían comprado en la expectativa del nacimiento y, así, posesiones del muerto. A través de su separación gradual de estos objetos y de la inclusión continuada del individuo perdido en el regalo, como compras de objetos para lo que habría sido su cumpleaños, o para el muerto en sus propios cumpleaños, ellos fueron capaces tanto de constituir cuanto entonces de separarse De aquellos que habían perdido. Lo que este estudio demuestra es cómo un enfoque genuino de cultura material al consumo comienza y termina con una comprensión intensificada y no reducida de la humanidad, al reconocer también su materialidad intrínseca.

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