Mi Ansiado Tesoro.

  • May 2020
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  • Words: 1,980
  • Pages: 8
Mi ansiado tesoro

Mi ansiado tesoro. Abrí la puerta y entré. Dejé las maletas en el suelo y observé la casa, una pequeña estancia de pocos metros cuadrados que daba la impresión de una profunda dejadez. El pequeño comedor podía verse desde la entrada, desde allí se podía ver las cosas tal y como fueron en sus mejores momentos, sólo que un poco más polvorientas. Entré en el comedor y no me sorprendió, las cosas estaban tal y como yo las esperaba. La pequeña cocina situada en el interior del comedor ocupaba muy poco comparado con la superficie del mismo y sólo constaba de unos pequeños muebles. El sillón situado delante del televisor, que probablemente no funcionara, estaba rasgado y sucio y con unos cojines no muy grandes que se encontraban con el mismo aspecto. Lo único que me llamó la atención fue la gran estantería que dominaba el centro de la habitación, ocupada por una gran cantidad de libros de todas las clases; era lo más interesante que podría haber en esa casa. Salí del comedor y recorriendo el pasillo, ya sólo con un pequeño mueble aparador y un espejo, alcancé las escaleras e instantes después llegué a una habitación. Mi habitación. Seguía igual que antes. Nada cambió. La cama, el baúl con los juguetes a los que les dedicaba tanto tiempo cuando soñaba con ser un héroe, la estantería, en la que guardaba todos mis cuadernos y el armario en la que seguramente la ropa se encontrara como yo la había dejado, estaban en el mismo lugar. Crucé la habitación hasta llegar a la puerta y, llegué al único baño de la casa, ocupado en el centro por una gran bañera, tan elegante como siempre. Me faltaba todavía la habitación de mis ya fallecidos abuelos y no tardé mucho tiempo en llegar a ella. La cama tan grande que me fascinaba cuando tenía pocos años de edad debido a su majestuosidad, seguía ahí, acompañada en sus extremos por dos pequeñas mesillas. Al

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Mi ansiado tesoro otro lado de la habitación estaba el armario y por supuesto, el tocador de mi abuela. Cuando recordé todo lo que vi, bajé las escaleras y volví a la entrada, cogí las maletas y las dejé sobre el raído sillón. Ya sólo me faltaba el patio, por el que se accedía por la puerta situada en el extremo oeste del comedor, junto a la cocina. Las plantas, aunque ya secas, seguían allí, y la mesa y las cuatro sillas, mojadas por las recientes lluvias, también. Desde el patio, se veía el pequeño arroyo que cruzaba el pueblo, mi lugar favorito durante los tiempos de mi infancia. Acudiría allí después. Lo primero que hice fue coger la maleta, abrir el armario e intentar hacer un hueco entre tanta vestimenta infantil; los pantalones y los gorritos para las noches de invierno seguían allí. Guardé la ropa y recogí la comida que había en una bolsa que traje conmigo. Después coloqué la maleta encima del armario, en donde se quedaría hasta que volviera a guardar mis cosas, seguro que mucho tiempo después. Bajé con la bolsa en la mano y guardé la comida en el frigorífico. No me compliqué mucho en darme un buen banquete de bienvenida a la casa que había añorado ver de nuevo desde los 13 años, en lugar de eso, me preparé un bocadillo. Cuando terminé de comérmelo, cogí un cuaderno y un bolígrafo, y cogí las llaves de la casa. En ese instante vi a Carmen, la mejor amiga de mi abuela. No la recordaba así. Se notaba que el tiempo había transcurrido, y sobre todo para ella. Aunque estaba lo suficientemente lejos como para no verme, yo distinguía todas las facciones de su cara.

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Mi ansiado tesoro Se apoyaba en un bastón, y con gran esfuerzo intentaba regar dos macetas situadas a su derecha. No la veía desde hacía doce años y su aspecto vivaz y su capacidad siempre para alegrar a todo aquel que estuviese en un mal momento, se habían esfumado. Esperé a que entrara en su casa porque no quería dar explicaciones y cerré la puerta tras de mí. El viento que oscilaba por la calle me despejó la mirada y, me hizo comprender el verdadero significado de la nostalgia, de los recuerdos. Partí al arroyo y no me preocupé en mirar atrás, tenía demasiadas ganas de llegar. Cuando llegué, me sorprendí, el arroyo seguía tan bello y hermoso como siempre. El agua tan cristalina como la recordaba, corría entre las piedras y se perdía hasta donde llegaba mi vista. El arroyo, rodeado por las dos orillas de grandes árboles, se podía cruzar casi sin mojarte los pies, pero mi mente no se dedicaba a pensamientos tan pueriles. Me senté bajo la copa de un árbol y empecé a recordar. Me veía en ese mismo árbol, doce años atrás, estudiando para un examen que tenía el lunes siguiente, bajo el cielo cubierto por múltiples nubes que anunciaban tormenta. A mí no me importaba estar en ese lugar, pues para mí era un regalo del mismísimo Dios y no se iba a esfumar por un poco de lluvia que cayera encima de mí. Absorto en mis pensamientos, no me di cuenta hasta momentos después de que una muchacha me miraba con una cara de extrañeza. Era alta, delgada y con facciones finas. Sus ojos verdes destacaban entre su piel blanca, el pelo rizado y castaño que le caía suavemente por los hombros estaba limpio y bien cuidado. Antes de que pudiera proseguir con la descripción, me dijo: - Hola ¿te conozco?

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Mi ansiado tesoro - Yo creo que no ¿Con quién tengo el gusto de hablar? - Soy Ana y ¿usted es el hijo de Carmen? - No. Soy Carlos y si no me equivoco el hijo de Carmen se llama… ¿Antonio? - Sí. Claro. Se sentó en una piedra enfrente y dejó una cámara antes indiferente para mí en el suelo. - Soy fotógrafa y nieta del médico del pueblo, Don Alfonso ¿lo conocía? - Sí, por supuesto, cómo olvidarme del que me curó tantos catarros y el que le disminuía la preocupación a mi madre. -¿Es de aquí? -¿Yo? Me hizo un ademán afirmativo. -Aquí vivían mis abuelos y bueno quería después de doce años volver a su casa, y el pueblo que me gustaba tanto. -¿Es precioso, verdad? Yo no cambiaría por nada la casita que tengo aquí. ¿Y sólo ha venido para ver de nuevo el pueblo, si me permite preguntarle? -Trátame de tú, que sólo tengo veinticinco. -¡Perdón! Es lo que tiene pasarte dos meses aislada del mundo, solamente con la compañía del viento, de los árboles y de cuatro ancianos que no salen de casa por miedo a la caída. -No pasa nada, de verdad. -¿Ha venido sólo por eso? - No. Mire yo soy escritor y… he venido hasta aquí porque en al ciudad no era capaz de encontrar lo que buscaba, de encontrar la inspiración, por así decirlo. - Me va a tener que disculpar pero no conozco su nombre.

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Mi ansiado tesoro -No me puede conocer porque todavía no he terminado el libro que estoy haciendo y el problema es que no sé cómo continuar. La verdad es que me encuentro en una situación bastante complicada. -¿Y aquí cree que la va a encontrar? - Sí, porque yo he pasado entre estos árboles los mejores días de mi vida y supongo que por intentarlo no pasa nada. - Espero de todo corazón que te vaya bien. Seguro que te conviertes en un gran escritor. - ¿Ya te marchas? - Lo siento pero hay otras zonas demasiado interesantes para pasarme inadvertidas. - Me alegro mucho de haberte conocido. - Igualmente espero ver tu nombre entre las listas de los más vendidos. - Gracias. Así se marchó y nunca más la volví a ver. Más tarde, me fui a mi casa sin encontrar ningún tipo de continuación ante mi relato, lo cuál no me sorprendió, pues llevaba semanas en la misma situación. Así transcurrieron tres meses, día tras día la misma rutina, sin encontrar la inspiración que tanto ansiaba. No recibí muchas llamadas, exactamente cuatro de mis padres y no fueron de larga duración así que me pasé todo el día pensando, buscando mi lugar en este mundo que parecía no quererme entre sus tierras. ¿Lo qué pasó después? No hay mucho que contar, siempre era lo mismo, minuto tras minuto, hora tras hora, hasta que me acostumbré. Me acostumbré a estar solo, sin compañía alguna y mi cuaderno empezó a coger polvo, debido al poco uso que le daba.

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Mi ansiado tesoro Pero un día, unas semanas después todo cambió. De la noche a la mañana acudió a mí un haz de luz que me proponía seguir con mi relato. La idea no me pareció demasiado mala, así que acepté la oferta. Me fui al arroyo, con mi cuaderno y mi bolígrafo en mano, y me senté bajo la misma copa del árbol y enfrente de la misma piedra en la que se sentó Ana no mucho tiempo atrás. “Y bajo el mismo cielo encapotado anunciando lluvia, vio salir el sol en su máximo esplendor. La mirada triste que siempre existió en su ojos se esfumó y la idea de poder empezar de nuevo acaparó toda su atención. Miró las nubes, las mismas que vieron cómo su vida se desvanecía poco a poco, ahora pareció vislumbrar libertad entre sus huecos y supo qué debía hacer y cómo actuar. Tanto tiempo sin notar el más mínimo detalle, sin notar sus sentimientos le hicieron comprender el significado de lo que la rodeaba. Sus amigos. Su familia. Sus hijos. Su vida. Sentada sin sentir las piernas vio llegar a sus hijos que la recibieron con gran estruendo. ¿Por qué Dios le permitió volver a ver la luz del sol? Ella nunca lo supo, pero sí se lo agradeció, porque al fin pudo ver de nuevo la sonrisa de los que la querían, que vieron cómo ella volvía a renacer y cómo ella volvía a tener otra oportunidad.” Al día siguiente volví a mi ciudad, a ver a mis padres, a mis amigos y cómo no, volví a sentirme feliz. Mi destino finalizó, encontré lo que más añoraba, mi inspiración y nunca volvió a desaparecer, gracias a ella me convertí en un buen escritor, mucha gente leyó mis libros,

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Mi ansiado tesoro lo cual me provocaba una gran felicidad y mucha gente, me incluyó entre la lista de sus escritores favoritos. Mi vida ya nunca volvió a ser la misma y pude cumplir mi sueño desde la juventud, llegar a ser escritor y que mis obras fueran leídas. Aquí digo adiós y me complace afirmar que ésta fue mi historia, que os hago llegar plasmándola en un papel y espero de todo corazón que os agrade.

Agradecimientos: En primer lugar a mi esposa Marina que, con gran apoyo y paciencia, me ha llevado por el buen camino. En segundo lugar, a mis abuelos, gracias por haberme regalado tantas horas de diversión en el arroyo. Esperadme hasta que nos volvamos a ver. También a mis amigos y a mis padres, que están orgullosos de mí, yo también lo estoy de vosotros. A mis hijos, por haber leído mis numerosos libros y por último agradezco mi libro a Ana, la chica fotógrafa que mencioné anteriormente, el ánimo que me brindaste fue maravillo. Si escuchas mi nombre espero que leas el libro, ya que sin ti no hubiera podido llegar hasta aquí. Es curioso saber que en tan solo unas horas pudiste marcar tanto en mi vida. Y por último a todas las personas que lean este libro, sin vosotros, todo lo que he mencionado antes no tendría sentido A todos vosotros, gracias. El autor

Atenea

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