Mensajes de odio en Navidad Según informa la agencia AFP, el Papa Benedicto XVI se refirió al tema de la homosexualidad, la transexualidad y las reivindicaciones transgénero con motivo de sus saludos de fin de año en la Curia Romana. Esto tuvo lugar el lunes 22 de diciembre ante cardenales y prelados de todo el mundo en la Sala Clementina del palacio apostólico. Un típico mensaje de navidad, emitido al mundo entero.
Paradójicamente ha sido un mensaje de odio, intolerancia e intransigencia que, al mismo tiempo, constituye un llamado implícito, pero claro y vehemente, a la violencia contra las personas homosexuales, bisexuales, transgénero y transexuales.
Antecedente inmediato, que permite contextualizar mejor el alcance de las palabras del Papa, ha sido la oposición oficial del Vaticano contra la propuesta discutida el pasado 17 de diciembre en las Naciones Unidas, en la cual se hace un llamado a la despenalización de la homosexualidad en el mundo. Los gobiernos de Francia y Argentina aparecen como los principales promotores de este manifiesto, el cual finalmente recibió el apoyo declarado de 66 países: Albania, Alemania, Andorra, Argentina, Armenia, Australia, Austria, Bélgica, Bolivia, Bosnia Herzegovina, Brasil, Bulgaria, Canadá, Cabo Verde, Republica Central de África, Chile, Colombia, Croacia, Cuba, Chipre, República Checa, Dinamarca, Ecuador, España, Estonia, Finlandia, Francia, Gabón, Georgia, Grecia, Guinea, Holanda, Hungría, Islandia, Irlanda, Israel, Italia, Japón, Latvia, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Malta, Mauritania, México, Montenegro, Nepal, Nueva Zelanda, Nicaragua, Noruega , Paraguay, Polonia, Portugal, Reino Unido, Rumania, San Marino, San Tome y Príncipe, Serbia, Eslovaquia, Eslovenia, Suiza, Yugoslavia, Timor, Uruguay y Venezuela.
Se opusieron el Vaticano, los países islámicos, Estados Unidos, Rusia y China. El embajador de Siria ante la ONU, Abdullah al-Hallaq, leyó un discurso en nombre de 58 países islámicos. Ningún país centroamericano –excepto Nicaragua- lo respaldó.
Esta iniciativa ha surgido ante la evidencia de violación sistemática de los derechos humanos de personas homosexuales, bisexuales y transgénero alrededor del mundo. En más de 80 países todavía existen leyes que establecen diversas formas de castigo, incluso la pena de muerte (por ejemplo, en Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Irán, Mauritania, Nigeria, Sudán y Yemen). Son leyes siniestras que recogen tanto prejuicios religiosos como pérfidas herencias coloniales.
Si Costa Rica no apoyó está declaración ello cuanto menos tiene una virtud: pone en evidencia el estado de violación reiterada de los derechos humanos, imposible de ocultar no obstante la hipocresía oficial y el extendido reinado del doble discurso. En materia de orientación sexual e identidad de género no hay una penalización explícita, aunque hace muy pocos años aún se aplicaban políticas represivas indiscriminadas (las cuales siguen vigentes en el caso de los travesti). Si existen, sin embargo, penosas formas de discriminación, legalmente estatuidas e, incluso, constitucionalmente sancionadas (así lo afirma la Sala IV). Esto debería ser vergonzoso para una sociedad que se dice democrática. Mas lo cierto es que, con pocas excepciones, una cómoda indiferencia y un silencio cómplice domina entre la generalidad de los liderazgos – políticos, intelectuales o de otro tipo- que dicen estar comprometidos con la democracia. Otra faceta del asunto –sociológica más que legal o política- tiene que ver con la violencia simbólica, discursiva y a menudo física que se ejerce contra las personas cuya orientación sexual o identidad de género difiere de los cánones dominantes.
En resumen: en la sociedad costarricense la discriminación contra esta minoría está presente en las leyes y la Constitución, pero además prevalece un estado de violencia, enraizado en el inconsciente de la gente, la cual se hace efectiva y actuante en los discursos (por ejemplo, los chistes homofóbicos) y en las prácticas sociales cotidianas (como la burla en media calle, el maltrato en los hospitales o la imposibilidad de alcanzar puestos públicos relevantes).
El caso es que Benedicto XVI afirmó, en la alocución a que hice mención al inicio, que la homosexualidad, la transexualidad y la reivindicación transgenérica, constituyen una amenaza contra la humanidad tan grave y mortal como el calentamiento global. Esta es una afirmación prejuiciada e ignorante, pero, sobre todo, terrible desde el punto de vista de las consecuencias que podría tener.
Al tratar de identificar quiénes son responsables de la devastación asociada al calentamiento global, se entra necesariamente en un terreno escabroso. Hay que recurrir a una argumentación teórica muy elaborada para llegar a conclusiones relativamente sólidas, y aun en tal caso no es posible afirmar que fulanito o menganita son quienes deben cargar con las culpas. Además, al nivel del conocimiento popular el asunto se resuelve mediante fórmulas simplistas y difusas, y por ello mismo tranquilizadoras: la “humanidad” es responsable del calentamiento global. Y como todo mundo es culpable, nadie en lo particular lo es, de forma que no hay riesgo alguno que un vecino agarre a martillazos al de la par, culpándolo por el calentamiento global.
Distinto es el asunto cuando se habla de la orientación sexual y la identidad de género. En este caso son, sin más vacilación, seres humanos de carne y hueso, bien identificables. Ahí están. Hay quienes valientemente asumen las consecuencias derivadas de reconocer públicamente lo que son. O quienes inútilmente se desgastan
afectiva y sicológicamente intentando ocultarse, sin por ello evitar ser “personas sospechosas”. O quienes, por la razón que sea, tienen la necesidad de vivir una identidad de género distinta a la que la norma dominante les impone.
Sucede, pues, que, al decir del papa, estas personas causan un daño tan brutal y de la misma magnitud que el provocado por el calentamiento global.
Dicho la anterior, de aquí en más cualquier cosa queda legitimada: meter en la cárcel, perseguir, maltratar. Matar a gais, lesbianas o travestis no solo deja de ser un crimen sino, más aún, constituye un servicio a la humanidad. Se entiende, pues, que el Vaticano adverse la despenalización de la homosexualidad en el mundo.
Este es un típico discurso de odio. Como lo han sido los discursos racistas o fascistas. Como lo fue también el de la Inquisición católica medioeval. No muy distinto era lo que Hitler decía del pueblo judío a fin de justificar la persecución y el asesinato en masa.
En lo fundamental, este discurso de odio es reiterado –con apenas diferencias de formapor las llamadas iglesias evangélicas y, en general, por la derecha religiosa en el mundo entero. Y como es usual –en especial por la influencia de quienes lo emiten- tiene inevitables efectos prácticos: son una invitación a la intransigencia, la persecución y la violencia. Incluso la violencia física. Incluso el asesinato.
Y, entretanto, las pudorosas conciencias democráticas de Costa Rica se endulzan el oído con villancicos melifluos y se entretienen en reyertas de campanario. Luis Paulino Vargas Solís 2008-12-28