Maria Mujer De Espera

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  • Pages: 2
Revista Bimestral Num.2 Vol. I A�o 1 M�xico, D.F. Abril 2002 Mujer en Espera. Una perspectiva espiritual de la espera de Mar�a. La aut�ntica tristeza se apodera de nosotros no cuando llegamos a casa por la noche y nos topamos con que nadie nos espera, sino cuando nosotros ya no esperamos nada. Sufrimos la m�s oscura soledad no cuando el fuego del coraz�n se extingue, sino cuando ya no queremos encenderlo, ni siquiera para la llegada de un posible hu�sped. La verdadera tristeza sobreviene cuando creemos que la m�sica ya no tocar� para nosotros, y que nadie volver� a llamar a nuestra puerta. Pensamos que ya nunca saltaremos de gusto ante una buena noticia, y que ya nada nos volver� a sorprender jam�s. No esperamos estremecernos de dolor por una tragedia humana, porque no podemos imaginarnos amar a alguien a tal grado. Y as� la vida transcurre directo hacia un ep�logo que nunca llega, como una cinta que termin� y sigue desenroll�ndose sin producir sonido, hasta que por fin se detiene. Esperar significa experimentar un gusto por la vida. Se ha dicho que la profundidad del deseo que uno tiene es la medida de la santidad; tal vez sea cierto.

hombre Mar�a

Si es as�, entonces Mar�a es la m�s santa de todas las criaturas, ya que toda su vida marcada por los ritmos gozosos de alguna persona que aguarda a alguien m�s. Las primeras palabras de Lucas acerca de su papel como portadora de la promesa de la esperanza son: ella estaba “desposada con un llamado Jos� de la casa de David (Lc. 1, 27)”. Para entonces,

estaba comprometida. Estas palabras se refieren a la cosecha de la esperanza y al ensanchamiento del coraz�n que toda persona enamorada siente como preludio de una misteriosa ternura. Aun antes de que el evangelio anuncie su nombre, dice que ella estaba desposada. Era una virgen en espera: en espera de Jos�, del sonido de sus sandalias al caer la tarde, cuando, perfumado por la madera y el barniz, �l iba a verla para platicarle de sus sue�os. Es m�s, incluso en su �ltima aparici�n en las Escrituras, el texto captura a Mar�a en actitud de espera. Estando con los disc�pulos en el Cen�culo, ella aguardaba la llegada del Esp�ritu. Escuchaba el susurro de sus alas conforme se aproximaba el d�a en que el Esp�ritu descender�a sobre la Iglesia para dirigir su misi�n de salvaci�n. Mar�a era una virgen en espera al comienzo, y una madre en espera al final. Bajo un arco que envuelve estos dos sucesos, uno tan humano y otro tan divino, ella experiment� incontables esperas desgastantes. Ella esper� a Jes�s durante nueve largos meses. Ella aguardaba el cumplimiento de la ley con las ofrendas de los pobres y el regocijo de parientes. Ella esperaba el d�a, el �nico que quiso posponer, en que su Hijo se ir�a de casa y nunca volver�a. Aguardaba la “hora” en que la abundancia de la gracia de derramar�a sobre la mesa de los hijos de Dios. Ella esperaba el �ltimo aliento de su Hijo �nico, clavado en la cruz. Ella esper� hasta el tercer d�a, vigilante y sola, ante la tumba. “Esperar” es la contraportada del verbo “amar”.

En el vocabulario de Mar�a esperar siempre signific� amar. Santa Mar�a, virgen a la espera, danos un poco de tu aceite porque nuestras l�mparas se apagan y no tenemos nada de reserva. No nos env�es otros vendedores. Reaviva en nuestros corazones al antiguo fervor que se encend�a en nosotros cuando alg�n peque�o detalle nos hac�a saltar de gusto: la llegada de un amigo que estaba lejos, el tono rojizo del cielo despu�s de una tormenta, el crepitar de un le�o en el invierno, el sonido de las campanas en un d�a de fiesta, el aroma perfumado de una vela encendida. Si hoy en d�a no sabemos aguardar, es porque tenemos poca esperanza. Las fuentes de han secado; padecemos una profunda crisis de deseo. Satisfechos con los miles de sustitutos que nos rodean, ya no nos arriesgamos a esperar en nada, ni siquiera en las promesas eternas selladas en sangre por el Dios de la alianza. Santa Mar�a, consuela a aquellas madres que lloran por sus hijos: aquellos que padecen alguna enfermedad o se topan con una muerte imprevista; hijos que libran una batalla contra las adicciones o sufren por una u otra causa. Conforta a aquellas madres cuyos hijos est�n esparcidos a causa de la furia de la guerra, revolcados por los vendavales de la pasi�n o agitados por las tempestades de la vida. Santa Mar�a, danos un coraz�n vigilante. De pie, ante los comienzos del tercer milenio, ay�danos a ser profetas del futuro. Centinela de la ma�ana, despierta en nuestros corazones la pasi�n de anta�o por llevar el mensaje de Dios a un mundo que se siente viejo. Por �ltimo, tr�enos el arpa y la flauta, para que, levant�ndonos temprano contigo, podamos saludar el amanecer. Frente a los cambios que agitan la historia, d�janos sentir la emoci�n de nuevos comienzos. Haz que entendamos que no basta con la aceptaci�n; aceptar es a veces signo de resignaci�n, pero aguardar es siempre signo de esperanza. Haznos ministros de la espera. Virgen del adviento, a trav�s de tu seguridad maternal, haz que el Se�or que ya llega nos sorprenda con las l�mparas en la mano.

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