La sombra en el cielo
Le llevó casi una hora encontrar el camino principal que cruzaba el bosque, y cuando llegó a casa, calculó que ya haría buen rato que había pasado de medianoche. Khalen vivía de una forma bastante austera, y su casa así lo demostraba: una simple caseta de madera, compuesta de apenas tres habitaciones, conformaba lo que se podría llamar su hogar, aunque no le gustaba pasar demasiado tiempo encerrado en ella. Cuando abrió la puerta nadie salió a recibirle. Sólo se escuchaban los ronquidos en forma de gruñidos de su fiel amigo Yako. Cansado y magullado como estaba, empezó a sacar las presas que ocupaban la parte baja de la mochila, en su mayoría pequeños roedores, como liebres, y alguna que otra perdiz. Extendiendo una cuerda entre dos de las paredes de la habitación que hacía las veces de cocina, fue colgando cada uno de los pequeños animales con el fin de ocuparse de ellos a la mañana siguiente. Se preocupó también de limpiar bien sus utensilios de caza, dejándolos luego de forma ordenada sobre la mesa. De camino hacia su habitación, se asomó al que antes era el dormitorio de sus padres, vacío desde hacía ya tres años. Tras unos breves momentos de nostalgia, dio unos cuantos pasos más a lo largo del pequeño pasillo hasta la puerta que daba a su cuarto, y se dejó caer pesadamente sobre el duro lecho. Antes de caer rendido por el sueño, rasgó unas tiras de tela de una sábana vieja para vendarse fuertemente el pie herido con ellas. Sumiéndose en sus pensamientos, fue cerrando poco a poco los ojos y se dejó llevar por el cansancio acumulado de todo el día. ******
A la mañana siguiente, el sol entraba con fuerza a través de la ventana sin cortinas del dormitorio de Khalen, pegándole de lleno en la cara. Cuando por fin decidió que era hora de despertarse, abrió los ojos para acto seguido tener que cerrarlos de nuevo a causa de la luz. Mascullando para sus adentros y cegado por el sol, trató de levantarse de la cama, metiendo uno de sus pies en el cuenco con agua que usaba para acicalarse un poco por las mañanas, lo que le obligó a apoyar el pie vendado con fuerza para no perder el equilibrio, haciendo que un fuerte dolor le recorriera toda la pierna. Esta vez no pudo contenerse. Empezó a lanzar improperios a voz en grito, tan fuerte que hasta los pájaros cercanos salieron asustados. Malhumorado ya nada más levantarse, anduvo hasta la cocina dando tumbos por el estrecho pasillo, con una ceguera momentánea, uno de sus pies empapado y el otro dolorido. Ya en la cocina, tanteó con la mano dónde había una silla, y cuando la encontró se sentó en ella aliviado. Sin embargo sus problemas no parecían acabar ahí. A poca distancia de donde se encontraba, a su izquierda, podía escuchar cómo se desarrollaba una furiosa batalla compuesta de gruñidos, golpes y bandazos, que hasta ahora le había pasado desapercibida debido a su violento despertar. Cuando por fin pudo abrir los ojos y ver lo que pasaba, descubrió como un enorme perro-lobo, gris como el metal, se debatía contra una de las presas que Khalen había colgado la noche anterior. No hizo falta que el muchacho dijera o hiciera nada, sólo se quedó mirando fijamente como se revolvía y saltaba el animal, intentando descuartizar una liebre a base de potentes dentelladas. Cuando éste se dio cuenta de su presencia, cesó su pelea, y se acercó lentamente a él. Una vez que hubo llegado a la altura del chico, se sentó sobre
sus cuartos traseros y se le quedó mirando con una mirada tierna e inocente. Khalen no pudo sino echarse a reír a carcajadas mientras acariciaba la cabeza del animal y decía “¡Yako, eres un completo desastre!”, a lo que éste contestó pegando fuertes ladridos y saltándole encima, derribándolo de la silla. Aunque no fuera intencionadamente, Yako siempre conseguía hacer que Khalen volviera a sonreír, y esa era una cualidad que el chico apreciaba en gran medida. Cuando por fin consiguió desembarazarse del animal, que se puso a juguetear con los restos de su particular cacería, aprovechó para apretarse las vendas, que se habían aflojado durante la noche. Todavía sentado en el suelo, no pudo evitar recordar los primeros momentos que pasó con Yako. Lo encontró poco después de la muerte de su madre, y de la consiguiente huida de su padre de casa. Vagaba por el bosque sumido en la tristeza de esa doble pérdida, cuando escuchó unos aullidos y ladridos procedentes del interior del bosque. Movido por su carácter curioso, se abrió paso entre la maleza hasta llegar a un pequeño claro donde se encontraba Yako, que todavía no tenía ni la mitad de su tamaño actual, que al parecer había quedado atrapado en una trampa para osos. Parecía que no había ocurrido recientemente, ya que el animal se encontraba casi sin fuerzas y apenas pudo resistirse cuando Khalen lo liberó y lo cargó hasta su casa. En un principio el perro-lobo se mostraba receloso y desconfiado, y lo demostraba con gran agresividad. Aun cuando lo hubo alimentado y se hubo repuesto, seguía guardando las distancias con el joven. Pasaron unos cuantos días hasta que Khalen pudo acercarse a prestar atención a la herida de su pierna, la cual ya había atendido en un principio cuando el animal estaba más débil. Sin embargo, el tiempo que había pasado con la herida al descubierto en el bosque, había tenido sus consecuencias y, aun pasados más de dos años desde entonces, el animal seguía mostrando una leve cojera. Pero no todo fue mal, y con el paso del tiempo, acabó forjándose una sólida relación entre los dos. Volviendo de sus cavilaciones, Khalen se acordó que tenía que empezar a preparar leña para el invierno que se acercaba. Así pues, salió de la casa seguido muy de cerca por Yako, al que le gustaba intentar hacer que Khalen tropezara colándose entre sus piernas al andar, aunque esto le resultaba bastante complicado debido a que casi llegaba a la altura de la cintura del muchacho. Ya en la parte trasera de la choza, le esperaba un buen montón de gruesos troncos sin cortar provenientes de la zona de bosque que lindaba con su casa, y que ahora presentaba una gran área llena de gruesos tocones, excepto en aquellas zonas donde éstos habían sido arrancados de raíz para construir un modesto huerto. Utilizando unos de estos tocones como base, Khalen colocó uno tras otro los maderos que se apilaban contra la pared trasera de la casa, partiéndolos por la mitad con un golpe seco. En poco tiempo, empezó a formarse un nuevo montón, esta vez de madera ya cortada y lista para usar en la chimenea o el hogar. Ya casi había terminado su trabajo, cuando de repente oyó un extraño graznido proveniente del cielo. No fue un sonido normal, como el que emitiría un ave cualquiera, sino que éste tenía un tono que, por alguna razón, le heló la sangre. Cuando levantó la cabeza para observar de que se trataba, se cayó al suelo debido a lo que vio: una gran ave negra surcaba los cielos a media altura, volando prácticamente por encima de él. Khalen intentó retroceder asustado ante aquella visión, y antes de que pudiera fijarse
más detalladamente, el animal ya se había perdido por encima de las copas de los árboles. En el estado en que se encontraba Khalen, con una mezcla entre estupor y miedo, no se había dado cuenta de que Yako había salido corriendo detrás de la extraña ave. Cuando por fin se percató de aquello, el perro ya se estaba adentrando en el bosque ladrando, y no pudo oír los gritos del chico que le instaban a volver. Sin pensarlo ni siquiera un momento, Khalen salió corriendo tras los pasos de su compañero con la esperanza de poder alcanzarlo ya que, a pesar de su gran tamaño, Yako era muy veloz.