Mater UnitatisTESTIMONIOS Te invitamos a conocer a algunos de nuestros integrantes. Juana Luna Jim�nez Beatr�z Gir�n Sebasti�n Intz�n Guzm�n Antonio M�ndez Intz�n Manuel Lanz LISTA DE CORREO SUBCRIBETE a nuestra lista de correo y recibe periodicamente los pensamientos del C. Van Thuan, adem�s se el primero en enterarte de los eventos y noticias de Mater Unitatis.
Revista Mensual Num.5 Vol. I A�o 1 San Crist�bal de las Casas, Septiembre 2002 Prisionero de guerra durante 13 a�os, hoy nos brinda un testimonio de gozo y amor. Conozca la biograf�a de nuestro fundador. Su testimonio de la prisi�n, su libro escrito en la misma y mucho m�s... Conozca los libros escritos por C. Van Thuan. Conozca nuesto proyecto de vivir en una comunidad, llevando los ideales del Evang�lio. Y, �por qu� no? �Unetenos!
Los �ltimos cincuenta cent�metros. por Jos� Carpinteiro. “Incumbe a la Iglesia asumir todas las lenguas de los hombres, todas
contenidas
las culturas de las que esas lenguas son una expresi�n y un veh�culo. Su tarea no consiste en llevar a todos los hombres a entender la lengua de ella sino en hablarlas en la lengua de ellos. Su vocaci�n universal le impide identificarse con una cultura particular. “Una cosa es el dep�sito de la fe, esto es, las verdades en nuestra doctrina y otra cosa es la f�rmula con que son presentadas”. Los �ltimos cincuenta cent�metros.
“El verdadero problema est� en los �ltimos cincuenta cent�metros”. As� anotaba alguien que parti� de su tierra para ir a llevar el evangelio a otros pueblos. Los miles de kil�metros de distancia que se recorren por tierra, mar o aire no son un problema. El problema – insisto – est� en los �ltimos cincuenta cent�metros cuando se enfrenta, cara a cara, una persona de cultura diferente y posiblemente de lengua diferente. Se podr�a pensar que si al menos la lengua no fuese diferente, esos cincuenta cent�metros no ser�an tan problem�ticos. Pero ello no es seguro. Se pueden transportar palabras m�s all� de las fronteras culturales pero la interpretaci�n de las mismas depende del contexto en que son ubicadas por los destinatarios. Uno no puede averiguar lo que otra persona quiere decir solamente estudiando algunas afirmaciones habladas o escritas. Para llegar a saber el significado preciso hay que conocer tambi�n cu�l fue el interrogante. Y si somos de los que creen saberlo todo o de los que concluyen precipitadamente sin hacer un esfuerzo por entender los interrogantes ajenos, con mayor facilidad nos equivocamos. Definitivamente, el verdadero problema est� en los �ltimos cincuenta cent�metros. Estos cincuenta cent�metros nos exigen algo muy importante: la inculturaci�n como �nico punto de referencia para anunciar el evangelio. El desapego de la propia cultura es parte importante de una espiritualidad misionera y de su genuino sentido de catolicidad. Inculturarse no quiere decir prescindir de la propia cultura – algo dif�cil de imaginarse – sino relativizarla con el fin de hacerse todo a todos como dec�a Pablo quien consideraba su cultura hebrea una “basura” y llamaba a su cultura griega una “tonter�a”. La inculturaci�n mira a poder comunicar, en forma comprensible a los dem�s, el evangelio, a partir de la riqueza cultural de ellos en primer lugar. La inculturaci�n implica, por tanto, vivir la vida sin hogar fijo, sinti�ndose peregrino que acepta la propia pobreza cultural sin llamar nada suyo ni siquiera la lengua. Como sea, el evangelio debe ser comunicado como buena noticia y as� captado por los destinatarios, no como enigm�tico jerogl�fico incomprensible. La inculturaci�n no es una especie de mortificaci�n �tnica para ganar m�ritos personales. Es un medio que desea facilitar al otro la comprensi�n del mensaje. El objeto de la inculturaci�n es instruir a los dem�s. Lograr comunicarles el mensaje de Jes�s en forma comprensible. “Incumbe a la Iglesia asumir todas las lenguas de los hombres, todas las culturas de las que esas lenguas son una expresi�n y un veh�culo. Su tarea no consiste en llevar a todos los hombres a entender la lengua de ella sino en hablarlas en la lengua de ellos. Su vocaci�n universal le impide identificarse con una cultura particular. Juan XXIII lo record� en el discurso de apertura del Concilio: “Una cosa es el dep�sito de la fe, esto es, las verdades contenidas en nuestra doctrina y otra cosa es la f�rmula con que son presentadas”. Su misi�n universal obliga a la Iglesia a traducir continuamente su propio mensaje para que sea comprensible a todos
los hombres, de todos los pueblos y de todos los tiempos, seg�n sus lenguas, culturas y modos de pensar. Es una tarea muy dif�cil pero precisamente para llevarla a cabo la Iglesia recibi� el Esp�ritu Santo el d�a de Pentecost�s”. Cuando empez� su profesi�n, el erudito profesor quer�a ense�ar todo lo que sab�a y todo lo que no sab�a. Pasados unos a�os, aprendi� que deb�a ense�ar solamente lo que sab�a. �ltimamente se dio cuenta, a ra�z de un despojo de su propio yo, de que deb�a ense�ar solamente lo que los dem�s pod�an comprender. Tambi�n esto es inculturaci�n. "Amar hasta lograr la unidad" Mater Unitatis AFP M�xico MMII Cualquier problema favor de reportarlo a
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