Los Mandamientos De Dios

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LOS MANDAMIENTOS DE DIOS. Un Freno a la Codicia y una propuesta de Humanización de la Economía Jaime Alarcón V. Introducción. Nos confrontamos con la irrupción de una gran recesión económica a nivel mundial, originada en los ajustes económicos realizados por Estados Unidos. Frente a esta crisis, en Chile, se comienzan a oír frases como: para controlar la inflación es necesario que todos deban apretarse el cinturón”. Haciendo evidente que el Sistema Capitalista Neo-liberal es altamente sacrificialista. El libro de Éxodo, el segundo libro del Pentateuco, forma parte de una gran obra que pretende preparar al pueblo de Israel en la santidad, para poder entrar a tomar posesión de la “Tierra Prometida”. Es decir, la santidad propuesta por el libro es para vivirla en forma relacional, entre hombres y mujeres, entre Israel y los otros pueblos. Se trata de una santidad necesaria para construir una “nueva sociedad”, la sociedad del pueblo elegido por Dios, en cuyas relaciones se refleja la justicia social y la equidad entre hombres y mujeres. Los cinco libros del Pentateuco nos enseñan, a través de sus leyes, el correcto sentido de la convivencia humana. La economía es uno de los sistemas creados por el ser humano para permitir el desarrollo y convivencia entre las personas y los pueblos. Pero estos sistemas, a pesar de su valor tan importante para la vida humana, generan relaciones de poder, posesión y dominación entre las personas, fruto de la ambición humana. Según el filósofo francés, René Girard, el “deseo mimético” genera la violencia social, la que solamente puede ser equilibrada acudiéndose al sacrificio como ‘chivo expiatorio’1. Lo curioso es que la Biblia nos habla de una “economía de Dios”, un sistema diferente en donde la economía es un instrumento de servicio para el ser humano, y no éste concebido al servicio del sistema económico. El Dios que nos describe la Biblia, Yahweh, es un Dios liberador y su voluntad es que el ser humano viva esa libertad en todas las dimensiones de su vida. Por esta razón, la ‘economía de Dios’ tiene estas características liberadoras para el ser humano. Hablar de una “economía de Dios” implica que Dios valora la ‘economía’ como sistema útil y necesario para el intercambio de productos materiales y culturales entre los seres humanos. Esto significa que la economía no es un sistema intrínsecamente malo, sino que la ambición o codicia por acumular riquezas y tener poder es lo que se condena, y esta ambición contamina a cualquier sistema económico. 1

Ramón Cota Meza, “El Chivo Expiatorio y los Orígenes de la Cultura”. Artículo virtual, consultado el: 11/10/2008; encontrado en: http://www.letraslibres.com/index.php?art=13050

1.- El Respeto por la Tierra y la Vida en la Economía de Dios. La ‘economía de Dios’ posee un profundo respeto por la tierra, la base productiva de toda economía. Levítico 25:1-7 describe la relación que el campesino israelita debía tener con la tierra. Seis años podía trabajarla y hacerla producir sin interrupción, pero al séptimo año la tierra no se podía someter a ningún tipo de explotación, quedando así libre de toda forma de producción. Sin embargo, a pesar de cesar el trabajo sobre la tierra, lo que ella produzca espontáneamente alcanzará para que todos coman: los dueños, los criados/esclavos, el extranjero. Pues la economía de Dios es un sistema que funciona al servicio de la vida del ser humano y, no al servicio de la codicia2, entendida aquí como ese impulso por acumular riquezas. La economía de Dios al estar liberada de la ambición por acumular riquezas, liberada ésta de la codicia funciona plenamente sirviendo a la vida del ser humano, pues el origen de toda la violencia del ser humano radica en su ambición de poder, en su codicia. Es decir, en el deseo mimético, según René Girard. El hecho que la economía sea dependiente del ritmo productivo de la tierra, implica que la ‘economía de Dios’ no se rige por la ideología de una ‘producción sin límites y, de una maximización de las ganancias especulando con los precios’. La economía divina se rige por los principios de los pulsos de la vida. Por esta razón el séptimo año la tierra, la base de todo el sistema productivo, hace huelga, es decir descansa para renovar sus fuerzas. Aquí la tierra tiene vida y con sus frutos da vida, así que la tierra es concebida como un organismo vivo que debe ser respetado para mantener el equilibrio de la vida. La tierra hace huelga para re-crearse, renovarse y fortalecerse con el propósito de adquirir más fuerza y producir frutos más sanos y alimenticios para todos los que la habitan. La ‘economía de Dios’ contempla un nuevo orden social, que derriba toda codicia, todo intento egoísta de apropiación de los medios de producción (la tierra) y de acumulación de riquezas. El jubileo es el año cincuenta, en este año todas las deudas son perdonadas, y la tierra vendida a sus legítimos dueños. Levítico 25:8-17 describe esta utopía 2

Enciclopedia virtual ILUMINA, Caribe-Betania Editores. Artículo “Codicia”. Esta enciclopedia enfatiza que la codicia consiste en: “…desear lo que no nos pertenece. En el Antiguo Testamento, la codicia es una ofensa a Dios. El decálogo prohíbe el robo, el deseo de los bienes ajenos y el codiciar a la mujer ajena. Es pecado no saber renunciar, por obediencia a Dios, a lo que en sí mismo podría ser un deseo natural y legítimo (Nm.11:4ss.)… La palabra griega que algunas veces se traduce por “codicia” aparece cincuenta y tres veces en el Nuevo Testamento, tanto en forma verbal (epithymeo), como sustantiva (epithymia). Su raíz griega es thymós, “aquello que pulsa, hierve y bulle, en primera instancia la sangre y el corazón como sitios en los que están ubicadas las emociones”. (Clave lingüística del Nuevo Testamento. Elaborada por Isedet). Aparece más en las Epístolas que en los Evangelios. Se emplea a veces para referirse al deseo que el hambre provoca (Lc.15:16; 16:21) o a un anhelo legítimo (Lc.22:15; 1Ts.2:17; Ap.9:6). Pero la mayoría de las veces denota un deseo malo de algo que no es bueno. Pablo utiliza el término en 1Cor.10:6 en el sentido de deseo pecaminoso (cf. Ro.13:9; Gl.5:24). “La codicia es una manifestación del pecado que hay en el hombre y que lo domina. Para Pablo este deseo es consecuencia de la prohibición del pecado (Ro.7:7ss.). El Nuevo Testamento predica arrepentimiento, el cual conduce a la resolución de negarse a sí mismo (Mt.15:24; Ro6:11ss). Incluso después de haber recibido el Espíritu Santo, la codicia sigue siendo un peligro y hay que combatirla (Gl.5:17).”

liberadora y sanadora de todo sistema humano. El año cincuenta, se tocará trompeta anunciando el inicio de un nuevo tiempo, en donde la tierra descansa y, la tierra perdida por deudas, vuelve a sus legítimos dueños. Porque ella es ‘inalienable’ y no se puede vender, pues pertenece a Dios. Ese año será considerado ‘santo’ y la tierra descansará de toda actividad productiva. Si la tierra descansa, en medio de un año santificado (Jubileo), la sociedad sufre una reestructuración social y económica. La tierra vuelve a ser redistribuida entre los ciudadanos israelitas, para que todos nuevamente vuelvan a tener un pedazo de tierra para cultivar y, así, reiniciar el proceso productivo de esta economía diferente, en donde no hay acumulación de riquezas, en donde no hay espacio para cultivar la codicia; pues los excedentes son redistribuidos entre los pobres y desamparados. Con la modalidad del jubileo la sociedad israelita pretendía protegerse de la voracidad humana de acumular riquezas. El ciclo productivo de la tierra viva les recordaba este principio, para no sucumbir en los impulsos depredadores de la naturaleza y de la vida humana albergados en la codicia. En la ‘economía de Dios’ la tierra no se puede vender, porque ella le pertenece solamente a Dios (cf. Lv.25:23). El ser humano sólo es un ocupante de la tierra, un forastero y extranjero, un ser finito y transitorio. Por lo tanto, el ser humano solamente ocupa la tierra por un breve lapso de tiempo y, luego debe partir y dejarla en las manos de una nueva generación. En esta concepción y relación del ser humano con la tierra, se puede comprender el rol de su ‘mayordomía’ con ella. Esto quiere decir que debemos cuidarla, preservarla y pasarla, sin daños, a las nuevas generaciones. Ella no nos pertenece. El Pentateuco al introducirnos en la utopía de los principios de la ‘economía de Dios’, nos invita a despojarnos de todas esas falsas seguridades que hemos construido en nuestra sociedad occidental postmoderna, toda una seguridad construida en torno a mitos y espejismos, que lo único que hacen es fortalecer la codicia, el anhelo egoísta de acumulación de riquezas. Hemos construido sistemas económicos que generan ganancias, a través de especulaciones y cosas abstractas, fundamentada en presupuestos irreales y, hemos perdido de vista lo real y lo único que sostiene la vida y todo tipo de sistema económico: La tierra y la vida. Por esta razón, se hace urgente y necesario recuperar esta visión divina de la economía, para salvar la vida y la tierra, pues sin ella nada existe. 2.- ‘No Robarás’ por el deseo de tener lo que posee tu Prójimo. De acuerdo con la ‘teoría documentaria’ del Pentateuco, Ex. 20:117 pertenece a la fuente Elohísta, elaborada alrededor del año 850 a.C. en el Reino del Norte, Israel. Por lo tanto, estas leyes surgen en medio

de un contexto histórico de un fuerte crecimiento económico impulsado por la dinastía del rey Omrí, pero en medio de un profundo ambiente de idolatría. Uno de los descendientes de Omrí, el rey Acab, se adhirió plenamente a la religión baalista, convirtiéndola en la religión de Israel, dejando a la religión yavista marginada y clandestina. Apoyada y defendida, esta última, por los profetas Elías y Eliseo (cf. 1Rs.17-19; 2Rs.1-7). Acab, como rey israelita, dejó las tradiciones hebreas antiguas de la tierra inalienable y adoptó el principio monárquico de todo rey del Antiguo Cercano Oriente, el llamado: “Derecho del Rey” (cf. 1Sm 8:1118). De esta forma él se apoderó de la Viña de Nabot (cf. 1Rs.21:1-26), practicándose, de esta manera, la expropiación de tierras en Israel. Práctica que pasó a ser un derecho legal de la corona. Es decir, el Estado hizo legal el robo de tierras, convirtiéndose de esta manera, el Estado, en el primer generador de la codicia, y por consiguiente de la violencia social según la teoría del ‘chivo expiatorio’ de René Girard, en medio del pueblo. Lo mismo podríamos decir del rey Salomón, quien generó una grandiosa riqueza mediante la explotación de su propio pueblo. Aunque gran parte de la narrativa perteneciente a Salomón tienen carácter legendario, sin embargo, el biblista holandés-brasileño Carlos Mesters describe este reino de la siguiente manera: “Por ejemplo, el rey Salomón llegó a tener una renta anual de seiscientos sesenta y seis talentos de oro (1Rs.10:14), (son más de 22 toneladas de oro). Llegó a emplear en los trabajos forzados para la construcción del templo más de 180.000 obreros (1Rs.5:27-30) (…) Era dueño de una flota de navíos (1Rs.9:26-28; 10:22). En su palacio, los platos, los vasos y los cubiertos eran de oro puro (1Rs.10:21). Tenía 1.400 carros y 12.000 jinetes (1Rs.10:26). Diariamente recibía 13:500 litros de flor de harina y 27.000 litros de harina común, diez bueyes cebados y 20 para la crianza, además de muchas cosas, entregadas por los alcaldes, nombrados por él en todo el país (1Rs.4:22-23, 27-28). Sin embargo, nadie nunca lo tildó de ladrón, pues era un derecho que le daba la ley.”3

Como habíamos advertido el séptimo mandamiento es ambiguo, porque le falta al verbo su objeto directo (lô nâgab = no robarás), por lo tanto, puede referirse a una persona o a cosas. Puede referirse a la advertencia de no robar una persona un bien ajeno, pero también puede referirse a no secuestrar a una persona (cf. Ex.21:16; 22:1; Lv.19:11.13; Dt.24:7)4. Por lo tanto, este mandamiento necesita ser interpretado en su contexto histórico para precisar su significado. La obra completa del Pentateuco está concebida como una especie de constitución para habitar en plena libertad la “tierra prometida” por Dios. Desde esta perspectiva los 10 mandamientos son una guía para 3

Carlos MESTERS. Los Mandamientos de la Ley de Dios. Herramienta de la Comunidad. Rehue, Santiago, 1986, p.61. 4

Guijarro Oporto, Santiago – García, Miguel Salvador (Eds.). Comentario al Antiguo Testamento. Vol.I, La Casa de la Biblia, 2ª edic., Estella (Navarra), 1997, p.153.

preservar esa libertad, sin caer nuevamente en la esclavitud de ningún tipo y, especialmente en la esclavitud de la codicia. Además, esta nueva sociedad se construirá sobre las bases de una economía que no acumula riquezas, es decir se construye una sociedad en donde la codicia no tiene lugar, no tiene espacio para corromper el sistema económico, bajo el modelo de lo que hemos denominado como la ‘economía de Dios’. Es dentro de este contexto utópico que debemos interpretar el séptimo mandamiento: “No Robarás”. ¿Qué es lo nuevo de esta propuesta divina de libertad? Si comparamos los códigos legales existentes en esta época, especialmente el Código de Hammurabi5, originario de Mesopotamia de alrededor del año 1692 a.C., las 284 leyes contenidas en esta estela de basalto, hacen mención a diversas penas y delitos sociales y económicos entre personas civiles. Aunque este conjunto de leyes pretende uniformizar el derecho en todo el reino de Hammurabi, no hace ninguna mención al robo por parte del Estado. Al contrario lo abala, a través del impedimento de vender tierras, dadas por el rey, a los militares protegiendo así la propiedad que le pertenece al rey. En este código, así como en todas las leyes del mundo antiguo, se condena el robo de bienes ajenos y también el secuestro de personas. Por lo tanto, por ese camino no vamos a encontrar nada nuevo en las leyes del Decálogo de Israel, el que también contiene las mismas leyes y preocupaciones. Sin embargo, al comparar la pena por delitos similares descubriremos que el Decálogo tiene penas más livianas, o reparatórias que las cananeas y mesopotámicas. Por ejemplo, una breve descripción de esta particularidad es la siguiente: “La legislación en cuanto al robo y el hurto distaba de la severidad de los códigos babilónico, asirio y principalmente heteo. Exigía simplemente la devolución de lo robado o hurtado, aunque con una indemnización por daños (Restitución). Había una especie de multa que llegaba hasta el doble si se trataba de dinero (Ex.22.7), y hasta el cuádruple y quíntuple, si se trataba de animales (Ex.22:1-4). Si el ladrón no podía restituir lo robado, podía ser vendido como esclavo para asegurar la reparación (Ex.22.3). En Mesopotamia y en otras partes la compensación se elevaba a diez, treinta o incluso hasta sesenta veces el valor de la cosa robada, y en algunos casos se señalaba la pena de muerte.”6

Por lo tanto, mi propuesta hermenéutica es que nos ubiquemos en el propósito orientador global del Pentateuco: Orientar a Israel para entrar en la “tierra prometida” y establecer allí una “nueva sociedad”. Tomando en cuenta que en el Antiguo Testamento se hace una aguda crítica a la monarquía y al ‘derecho del rey’, como algo indeseable y contrario a la voluntad de Dios (cf. 1Sm.8:11-18). Por lo tanto, el séptimo mandamiento: “no robarás”, al carecer de su objeto directo nos hace 5

El Código de Hammurabi. Consultado el: 18/08/2008, encontrado en: http:/www.historiaclasica.com/2007/05/el-codigo-de-hammurabi.html. Este artículo ofrece una traducción en español de estas 284 leyes antiguas. 6

Enciclopedia Virtual ILUMINA. Caribe-Betania Editores, Articulo “Robo”.

una invitación a contextualizarlo dentro de esta crítica al poder políticoeconómico. Afirmamos que estamos frente a un mandamiento que, además de condenar el robo de bienes y el secuestro de personas, como lo hacen todos los códigos legales de esta época; también incluye la condena a las gestiones depredatorias y codiciosas por parte del Estado, el que también puede legalizar el robo7. Solamente de esta forma, condenando el robo del Estado, Israel podía caminar plenamente en libertad, liberado de la codicia. Esto es lo nuevo y original de la propuesta divina de los “Diez Mandamientos”. 2.- Deseo Mimético y Chivo Expiatorio según René Girard. Aunque la obra de Girard es muy grande, sin embargo su pensamiento gira en torno a los siguientes postulados: Surge la ‘Rivalidad mimética’ cuando se entra en conflicto con el prójimo al que se toma como modelo, luego surge del deseo de apropiarse de sus bienes: pareja, tierras o fortuna. Por lo tanto, para que surja el ‘deseo Mimético’ tiene que haber un modelo al que se quiere imitar8. La violencia consecuente es disparada por la frustración del deseo no consumado; gatillado por un contexto de escasez. Esta dinámica empieza con la mutua observación de dos grupos; en cuanto uno de ellos desea apropiarse de un objeto, el otro lo imita. Muy pronto se hallan en presencia de dos deseos en vez de uno, deseos que rivalizan, pues se dirigen al mismo objeto, el cual pasa a un plano secundario en cuanto la violencia aumenta9. Según Girard, la escalada de violencia es frenada solamente por la elección unánime de un ‘chivo expiatorio’ al que, por mecanismo de proyección, se le considera la causa del desorden. El sacrificio del chivo expiatorio pone fin a la crisis por el hecho de que su elección es unánime. Ahora bien, si las rivalidades vuelven a empezar, después de cada conclusión sacrificial es porque siempre aparecen nuevos objetos que suscitan nuevos deseos, los cuales provocan a su vez nuevas rivalidades que son calmadas a través de nuevos sacrificios, práctica que puede permanecer indecisa durante mucho tiempo, pero que siempre acaba inclinando la balanza a favor de los dioses. Cuando el deseo mimético se apodera de las personas, éstas lo proyectan sobre cualquier cosa que encuentren, enfocándose las personas sobre modelos y adversarios sustitutivos. Aunque el mundo moderno es muy diferente del mundo antiguo, éste se puede definir como constituido por una serie de crisis miméticas cada vez más intensas, pero no susceptibles de resolución mediante el mecanismo cruento del chivo expiatorio. Sin embargo, cuanto más indiferenciadas 7

Carlos Mesters. Op. Cit., pp.60-63. El autor establece la condena del robo realizada por la corona, bajo la modalidad del “Derecho del Rey”. 8

Ramón Cota Meza. “El Chivo Expiatorio y el origen de la cultura”. Artículo virtual consultado el: 05/11/2008, encontrado en: http://www.letraslibres.com/index.php?art=13050 9

Su libro más completo es: Los orígenes de la cultura. Conversaciones con Pierpaolo Antonello y Joao Cezar de Castro Rocha. Trotta, 2006.

se vuelven las personas, más fácil es decidir que cualquiera de ellas es culpable. Según Ramón Cota Meza, el origen del conocimiento es el mismo que el del orden, es decir, que el de la clasificación simbólica. Para tener un símbolo hace falta una totalidad, la cual es suministrada por la religión; y la religión, como institución, emerge a través del mecanismo victimario. El primer símbolo, el chivo expiatorio, es la fuente de la totalidad que organiza las relaciones sociales de una forma nueva. Luego, gracias al ritual, el sistema se transforma en un proceso de aprendizaje. Obviamente, las sociedades primitivas no repiten los actos para aprender, sino para que no haya más violencia, pero a fin de cuentas viene a ser lo mismo. Se trata de un proceso de aprendizaje cuya raíz se encuentra en una determinada experiencia tomada como modelo. Girard insiste en la rivalidad y conflicto asociados a la mimesis porque descubrió el tema analizando tragedias griegas, novelas y el teatro de Shakespeare, donde lo esencial es la representación de las relaciones conflictivas. Sin embargo, aclara, en las relaciones humanas predomina la mimesis “buena”. Sin ella no habría conocimiento, educación, transmisión cultural ni relaciones pacíficas. La imitación lleva al conflicto, pero también es el fundamento de toda transmisión cultural. El otro es a la vez modelo y rival. El chivo expiatorio es lo inmundo y lo puro a la vez, el mal que hay que expulsar y, al mismo tiempo, el elemento trascendente, ya que el equilibrio social únicamente se recupera a través de su muerte, que viene seguida de su divinización, como ocurre en el panteón prehispánico, pletórico de divinidades descuartizadas y degolladas. Para la evolución cultural de la humanidad, el cristianismo representa lo mismo que representó la cultura para el proceso de selección natural, cuando el hombre dejó de ser víctima del mecanismo selectivo ciego y empezó a liberarse de él. La secuencia histórica del nacimiento del cristianismo a partir de los Evangelios representa el proceso en que el ser humano se libera de la necesidad de recurrir a la inmolación de chivos expiatorios para cerrar los conflictos y crisis de las comunidades, el momento en que el hombre se hace consciente de la inocencia de las víctimas. “No desearás nada de cuanto pertenece a tu prójimo. No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No hablarás falso testimonio” (Éxodo 20, 13-16). Así, la noción de deseo mimético es claramente sugerida en el Antiguo Testamento. La creación del Dios del monoteísmo hebreo está totalmente “desvictimizada”, mientras que los mitos de creación de las religiones politeístas son el resultado de muchas fundaciones victimarias, a partir de las cuales se revelan estos dioses como inexistentes, divinidades falsas pero también protectoras a pesar de todo y en razón del orden cuyo respeto sacrificial imponen. El judaísmo es el rechazo absoluto de la máquina de fabricar dioses, porque en él Dios deja definitivamente de

ser víctima y las víctimas ya no se divinizan. Esto es lo que llamamos Revelación. Antes del judaísmo y el cristianismo, el mecanismo del chivo expiatorio era legitimado porque no se era consciente de él. Lo que hace el cristianismo, en la figura de Jesús, es denunciar tal mecanismo, dejando al descubierto lo que realmente es: un simple asesinato de una víctima inocente. Jesús nos recomienda imitarle a él más que al prójimo para protegernos de las rivalidades miméticas. 3.- Una Nueva Sociedad Estructurada para controlar el Deseo Mimético o Codicia. Al atacarse directamente la fuente de toda violencia social, la codicia manifestada en la ambición de riquezas y poder generada por y desde el Estado, Israel, puede caminar por el sendero de la libertad. Por lo tanto, sostenemos que el séptimo mandamiento: “No Robarás”, además de incluir los delitos civiles y económicos propios de todo código legal de esta época, también incluye una crítica y advertencia al robo institucionalizado, es decir al “derecho del rey” o robo legal por parte del Estado. Por esta razón, este mandamiento debe leerse en complemento con el décimo mandamiento: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.” (VRV). Este último mandamiento desenmascara el afán de lucro y la codicia por parte de los ricos y poderosos comerciantes y latifundistas de la sociedad israelita. Eran ellos los que hipotecaban las tierras de los campesinos libres endeudados por un sistema económico que sólo protegía los intereses de los terratenientes. Según las críticas del A.T., al sistema monárquico, podemos deducir que el lucro desarrollado por la corona era grande. La acumulación de riquezas y de tierras, tanto por Salomón y por el rey Acab, son ejemplos paradigmáticos. Por esta razón, no basta con prohibir el robo como un hecho, si antes no se combate la codicia que genera la acumulación de riquezas y el robo entre las personas. “Así, el último mandamiento ataca la raíz de la opresión, combate a su causa más profunda: ‘No codiciarás nada de lo que pertenece a tu prójimo’. Esta ley es para impedir que el sistema de la esclavitud vuelva a reinar y a dominar al pueblo”10.

10

Carlos Mersters. Op. Cit., p.73.

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