Los Hijos De Nadie

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46 MAGAZINE A fondo

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Los hijos de nadie

Melilla

Dentro y fuera Hicham Sadir (izquierda), de 16 años, dejó a su familia en Casablanca para llegar a España escondido en un camión. Ahora vive tutelado en el centro de acogida La Purísima (al fondo). A su lado, Mohamed Daudi, que vivió en el recinto hasta la mayoría de edad.

En España hay 7.000 menores inmigrantes que llegaron solos. La mayoría viene de Marruecos y recala en Melilla. El Estado debe tutelarlos hasta que cumplen 18 años, pero cuando eso ocurre los abandona a su suerte. Sin papeles, pero decididos a quedarse, malviven a la espera de poder rentabilizar lo que aprendieron en el centro de acogida. Ésta es su historia. Por Jon Cuesta Fotografía de Lucas García 'Garra'

22 DE ABRIL DE 2007 XLSEMANAL

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48 MAGAZINE A fondo

ohamed Daudi vino solo, como todos. Con 11 años se colgó una mochila al hombro y se separó de sus padres y sus cuatro hermanos. Nunca los ha vuelto a ver. Natural de Fez, la tercera ciudad marroquí tras Rabat y Casablanca, su familia malvivía vendiendo productos de contrabando en el mercadillo. «No había trabajo y decidí que tenía que escapar de allí.» Caminando y haciendo auto stop, Mohamed llegó a Nador, y poco después se coló por la frontera de Beni Enzar hasta llegar a Melilla, territorio español. Buscaba un trabajo digno y condiciones de vida impensables en un país, Marruecos, con altos índices de paro y analfabetismo. Hoy, el niño ya es un hombre de 19 años que vive en la calle. Su chabola, muy próxima al centro de menores en el que ha pasado los últimos ocho años, no tiene más de dos metros de ancho por seis de largo y está construida sobre un amasijo de hierros que en su día fue un remolque de camión. En su interior, un tejado hecho con desechos de obra, dos colchones, dos mantas, un trozo de pan con aceite y una botella de agua llena de arena, para sostener las velas que iluminan las noches de frío. «Cuando llueve se forma algún charco dentro, pero es mejor que estar en la calle». En Melilla, cualquier obra a medio hacer, vivienda en ruinas o coche abandonado es válido para vivir, y cientos de marroquíes que llegaron como niños y que ahora son mayores de edad no tienen más remedio que agudizar el ingenio para no pasar la noche al raso. Cuando Mohamed cumplió 18 años, la dirección del centro de menores La Purísima, un antiguo fuerte militar que hoy alberga a dos centenares de menores inmigrantes, le comunicó que hiciera las maletas y lo puso en la calle, acorde con una legislación que obliga a las autoridades a tutelar a los menores extranjeros no acompañados hasta la mayoría de edad. Lo único que conserva este joven es un certificado de residencia a punto de expirar, algo de ropa que limpia con cubos de agua en una mezquita melillense y a Chamaca, un compañero de penas en la misma situación que él. Para comer, acuden a la mezquita o caminan hasta un puente cercano al puesto fronterizo de Farhana. Allí, varios inmigrantes hindúes cocinan arroz típico de su país y llenan el estómago por poco dinero. «Nos ponen buenas raciones por menos de dos euros.» Otras veces, los menores que residen en el centro rescatan algo de comida del comedor y lo entregan a sus compatriotas. Después de ocho años en España, Mohamed está integrado en la sociedad melillense, pero se encuentra en tierra de nadie, pendiente de una regularización imposible que le permita cumplir sus sueños. «Quiero olvidar lo que ha pasado, conseguir un trabajo y alquilar un piso, como cualquier adulto», afirma. En el centro de menores, además de ir al colegio, com-

La casa común

Cualquier techo vale

El centro de menores La Purísima, en Melilla, fue antes un fuerte militar. Ahora acoge a 160 niños. Imad Akjou (debajo), de 19 años, vivió allí hasta hace un año. Ahora duerme en el campo.

Mohamed Daudi y Chamaca comparten la chabola de la imagen desde que fueron expulsados del centro. Su obsesión es conseguir los papeles que regularicen su situación.

MELILLA ESTÁ SATURADA DE MENORES INMIGRANTES, PERO NO CONSTRUIRÁN MÁS CENTROS DE ACOGIDA PARA EVITAR EL ‘EFECTO LLAMADA’ pletó cursos de albañilería, fontanería, carpintería, electricidad y jardinería. «Sé hacer cosas y sé trabajar y, si Dios quiere, lo conseguiré.» Como muchos otros jóvenes en su situación, Mohamed ha trabajado sin papeles y tiene un precontrato para trabajar en una empresa de albañilería, pero le falta un dato por rellenar. «En la Oficina de Extranjería me piden un número de pasaporte marroquí, pero ¿cómo lo voy a conseguir?», se lamenta. «Salí de mi país con 11 años, mi casa está a 400 kilómetros y no tengo un solo documento que acredite mi nacionalidad.» José Palazón Osma, presidente de la Asociación Pro Derechos de la Infancia de Melilla (Prodein), lleva casi una década luchando por los menores inmigrantes que cruzan la frontera. «Todo niño, sea cual sea su nacionalidad, debería obtener legalmente la residencia a los nueve meses de estar en España», afirma con

PARA COMER, CAMINAN A UN PUESTO FRONTERIZO DONDE UNOS HINDÚES LES DAN ARROZ PARA LLENAR EL ESTÓMAGO POR DOS EUROS XLSEMANAL 3 DE FEBRERO DE 2008

rotundidad. Eso, según Palazón, es pura utopía. Cuando cumplen 18 años, los jóvenes que han pasado por los centros de menores necesitan justificar su arraigo en España para renovar el permiso de residencia. «Legalmente, lo conseguirían con el certificado de haber sido tutelados por la Ciudad Autónoma –explica–. Y ése es justamente el documento que la Administración no les da para impedirles la renovación y obligarlos a marchar.» Uno de los chicos atendidos por Palazón es Abdel Monem El Fonti. Natural de Farhana, una pequeña localidad que limita con Melilla, llegó a España en 2005. Aunque él dijo tener 15 años, no le creyeron y la prueba médica determinó 16 y medio. Después de año y medio, cuando supuestamente había cumplido 18, el centro lo dejó en la calle y pasó una temporada viviendo en chabolas junto con otros marroquíes. Corría el mes de julio de 2007 y Abdel decidió volver a Marruecos para coger la partida de nacimiento que demostrara que había nacido en 1990 y que, por lo tanto, seguía siendo menor. Volvió a España y fue readmitido en La Purísima, aunque ahora tiene otros problemas. «Me han quitado la antigüedad que tenía acumulada para que cuando cumpla 18 años sólo consten seis meses en España y no pueda firmar la residencia.» Según la Consejería de Bienestar Social, encabezada por la consejera María Antonia Garbín, la Ciudad Autónoma se

encuentra «saturada» ante la llegada de menores inmigrantes no acompañados, aunque la Administración no tiene previsto llevar a cabo ninguna ampliación en los centros porque, según Garbín, producirían un ‘efecto llamada’. La responsable social sostiene que la actual saturación no supone ninguna merma en la calidad asistencial de los jóvenes, aunque muchos de los residentes declaran lo contrario y denuncian que en diciembre había una veintena de niños durmiendo en el suelo. Abdel, por ejemplo, declara haber estado dos meses con la misma ropa nada más llegar a La Purísima. Desde hace un tiempo, este joven trabaja sin contrato en una cafetería de Melilla. Le dan 300 euros por 40 horas semanales que parecen una miseria en España, pero que es tres veces más que el sueldo de un albañil en cualquier ciudad de Marruecos. Manda parte a su madre, viuda y enferma, y a sus cinco hermanos, todos en paro. El resto lo invierte en vestir dignamente y, de vez en cuando, en permitirse algún capricho que alivie una vida complicada y un futuro incierto. «Donde haya un trozo de pan, allí iré –concluye–. Donde sea.» Según un estudio estatal sobre los menores inmigrantes no acompañados promovido por la Fundación Pere Tarres y que todavía no ha concluido, el año pasado había en España cerca de 3 DE FEBRERO DE 2008 XLSEMANAL

14 MAGAZINE En portada

La mano amiga José Palazón y Linda Evers, de la Asociación Pro Derechos de la Infancia en Melilla, ejercen de padres y atienden uno por uno los casos de los niños, aconsejándoles y ofreciéndoles protección jurídica.

7.000 menores extranjeros tutelados. Un 64 por ciento procede de Marruecos, aunque, según Violeta Quiroga, antropóloga y directora del estudio, el fenómeno se ha diversificado y heterogeneizado. «Los marroquíes siguen siendo mayoría, aunque cada vez llegan más niños del Este de Europa», afirma. España, junto con Italia, es uno de los países que históricamente más niños inmigrantes recibe, «pero es que, además, la Constitución española es de reciente creación y trata a los menores como tales antes que como extranjeros», explica Quiroga. Así, la legislación vigente obliga a la Administración a tutelarlos hasta que cumplan 18 años «por su carácter de menores, no por ser demandantes de asilo». Hicham Sadir es uno de esos niños obligados por la vida a crecer antes de tiempo. Todavía no ha cumplido 16 años, pero ya sabe lo que es esconderse en la parte superior de un camión en Casablanca para llegar a España huyendo de una familia pobre y unas condiciones vitales pésimas. En Marruecos, tres de cada cuatro niños comienzan a trabajar antes de cumplir los 15 años, casi la mitad de la población es analfabeta y la tasa de paro es del 19 por ciento, 11 puntos por encima de España. En Melilla, Hicham se ducha, come y acude al colegio todos los días. Por las tardes, recibe junto con otros compañeros cursos de formación profesional, y su sueño es el mismo que el de los 200 niños que residen en el centro, conseguir documentación y trabajo. Hicham lleva casi un año en España y ha aprendido el idioma, algo que para otros es más difícil. Benhichou logró pasar la frontera entre el Tercer y el Primer

Mundo hace tres meses, y apenas habla español. La dureza de su mirada y las cicatrices faciales delatan una vida difícil en las calles de Errachidia, una ciudad de influencia militar situada cerca del desierto marroquí, al sureste del país. Desesperado y sin familia, atravesó su país de sur a norte y se coló en Melilla entre la multitud por el paso fronterizo de Beni Enzar. En un bosque próximo a la valla, el menor pasó una noche al raso hasta que la Policía local lo recogió y trasladó al centro La Purísima. Afirma tener 16 años, aunque la prueba forense que determina su edad a efectos legales le ha calculado 17 y medio. Sabe que tiene derecho a seis meses más de techo y comida, y no llegará a cumplir los nueve meses de estancia mínima para conseguir el ansiado permiso de residencia. «No quiero volver a mi país –reconoce–. Cuando me echen, volveré a España.» La misma desesperación por escapar de la pobreza hizo que Ibrahim, que no ha cumplido aún 17 años, a pesar de su metro noventa, se arriesgara hace un año a lanzarse al mar en una patera. Pagó 900 euros para viajar en una embarcación junto con 68 personas más durante 30 horas. El motor de 45 centímetros cúbicos acabó cediendo a la furia de las olas y un buque español que pasaba por allí los salvó de una muerte segura. «Claro que teníamos miedo, pero había que tirar para adelante y esperar la suerte.» En Marrakech, ciudad de la que procede, su vida no marchaba. Su padre está enfermo de una pierna, y los dos euros diarios que gana su madre trabajando 12 horas no son suficientes para alimentar a seis hijos. «Si Dios quiere, cogeré mis papeles y podré ayudar a mi familia –afirma–. Ellos han trabajado mucho por mí, y tengo que devolverles lo que me han dado.» Coincide con Mohamed, Chamaca, Abdel, Hicham y Benhichou en que no quiere volver. Han llegado lejos, y buscan un cobijo para no sentirse huérfanos, construir un proyecto de vida y dejar de ser lo que son: hijos de nadie. ■

ABDEL GANA 300 EUROS AL MES EN UNA CAFETERÍA. MANDA LA MITAD A SU MADRE, VIUDA, Y A SUS CINCO HERMANOS, EN PARO XLSEMANAL 3 DE FEBRERO DE 2008

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