Los doce hijos de Israel
Rubén Simeón Leví Judá Dan Neftalí Gad Aser Isacar Zabulón José, representado eventualmente por sus hijos, Manasés y Efraín Benjamín
Kochav.15Coincidente con ambas es la posición del rabino e historiador Josy Eisenberg.16
Territorios de las doce tribus israelitas
Mapa con las tribus israelitas, 1200-1050 a.C.
De todas las tribus, la de Leví se dedicó al sacerdocio por mandamiento divino, por lo que no se le asignó tierra. En cuanto a José, en el reparto de las doce tribus se trató como tribu a cada uno de sus descendientes, es decir, sus hijos Efraín y Manasés, dado que eran poderosos y podrían conquistar las tierras que les asignaba;17 es por esto por lo que a Efraín y a Manasés se les otorgó tierras entre los doce, sin que se mencione a la tribu de su padre, José (de la que ambos eran representantes).18 La división geográfica que se practicó fue la siguiente:
La tribu de Judá obtuvo el territorio de la parte occidental del Mar Muerto, conteniendo los desiertos de Idumea. La de Simeón o Simón, al oeste de la de Judá y confinada al sur con el desierto y a la parte occidental con el Mediterráneo y los filisteos. La de Benjamín tenía al sur la de Judá y por el este lindaba con el Jordán y el Mar Muerto. La de Dan se hallaba al norte de la de Simeón. La de Efraín estaba al norte de las de Dan y Benjamín, lindando al este con el Jordán. La de Manasés, una parte estaba al oriente del Jordán y la otra tenía el territorio a la parte del norte de la de Efraín. La de Isacar tenía al oriente al Jordán, al sur la segunda mitad de Manasés y por el oeste llegaba hasta el Mediterráneo. La de Zabulón estaba situada al norte de la de Isacar. La de Aser tenía al este las de Zabulón y Neftalí, al norte el Líbano y por el oeste Fenicia y el Mediterráneo. La de Neftalí estaba entre la de Aser y primera mitad de Manasés y tenía al norte el Líbano y al sur la de Zabulón. La de Rubén y la de Gad estaban a la parte oriental del Mar Muerto y del Jordán.
En cuanto a las ciudades levíticas y de refugio se constituyeron como tales las siguientes: Hebrón, Lábala, Jether, Ain, Gabae, Ion, Gazer, Cesión, Bet-Horón, Kibsaim, Damna, Masal, Ceder, Jaser, Manain, entre otras. Las doce tribus se agruparon en dos reinos: Judá (esencialmente la tribu de Judá, la de Benjamin y parte de la de Leví, que no tenía tierras) e Israel (todas las demás).
Las cuatro mujeres de Jacob Ya se vio que Jacob —cuya vida ha descrito un biblista como "una continua serie de luchas"— tuvo que huir del campamento de sus padres para librarse de la cólera de su birlado hermano. De lo que en adelante pasó al cocinero de platos deliciosos y usurpador de bendiciones dan cuenta los capítulos 27 a 36 del Libro del Génesis, donde aparecen las cuatro mujeres que hoy les presentaré.
Al salir de su país se dirigió Jacob a la tierra de Jarán, donde vivía sus familiares maternos. En el camino hizo un alto para pasar la noche, tomó una piedra por almohada y tuvo el famoso y conocido sueño: el de la escalera entre el cielo y la tierra por donde subían y bajaban los ángeles del Altísimo. También soñó que Yahvé estaba de pie junto
a el, y le hacía grandes promesas sobre la tierra en la cual reposaba y sobre su descendencia. El soñador dio a ese lugar el nombre de Betel (en hebreo Casa de Dios).
Reanudado el viaje llegó Jacob a cierto paraje donde había un pozo. Junto a él estaban varios pastores de ganado lanar, a quienes preguntó de dónde eran y si conocían a Labán, su tío. Ellos dijeron conocer a su pariente y le informaron que estaba bien de salud. Al poco rato una muchacha se presentó en el abrevadero, llevando su rebaño de ovejas. Enterado por los pastores de que era hija de Labán, el viajero la ayudó a sacar el agua para los animales y luego, emocionado, la saludó con un beso fraternal y se dio a conocer. Ella —que se llamaba Raquel— fue corriendo entonces a su casa, para informar al padre de la llegada del sobrino.
Labán recibió con los brazos abiertos al hijo de su hermana, y no queriendo que trabajara gratis para él le preguntó por el precio de sus labores. Pero sucedió que en las tiendas de aquel rico ovejero había dos muchachas, sus hijas, de una de las cuales ya se habló. "La mayor se llamaba Lía o Leah (en hebreo vaca salvaje, leona o cansada), y la menor Raquel (en hebreo oveja madre o noche) —relata el Génesis—. Lía tenía unos ojos muy tiernos, mas Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer" (Génesis 29, 16-17).
Y como Jacob se había enamorado de una de sus primas, de la que conoció en el pozo, le propuso al tío:
"—Por Raquel, tu hija menor, trabajaré siete años para tí" (Génesis 29, 18).
Y Labán le dijo:
"—Es mejor dártela a ti que dársela a un extraño. Quédate conmigo" (Génesis 29, 19). "Y así Jacob —prosigue la narración— trabajó por Raquel durante siete años, aunque a él le pareció muy breve tiempo, porque mucho la amaba" (Génesis 29, 20).
Cuando transcurrió el término pactado, Jacob pidió a Labán que cumpliera su promesa de darle por esposa a la más joven de sus hijas. Entonces aquel hombre, astuto y oportunista, organizó un gran banquete de nupcias al cual fueron convidados todos sus vecinos. Como era costumbre en el país de los arameos, durante la celebración matrimonial — larga y abundante en alimentos y bebidas fuertes— la novia permanecía cubierta con
un velo similar a los que hoy usan las mujeres musulmanas en poder de los fundamentalistas (el niqab y el burka). Esto permitió al tramposo Labán engañar a su yerno —quizá un poco achispado, digo yo—, haciendo que pasara la noche de bodas con Lía y no con su querida Raquel.
Cuando al día siguiente Jacob se dio cuenta de que había sido embaucado, hizo el reclamo a su tío, y éste, con algo de cinismo, le respondió:
"—No acostumbramos en este lugar que la hija menor se case antes de que lo haya hecho la mayor. Cumple con tu semana de casamiento con Lía [los siete días de los festejos nupciales] y entonces te daremos también a Raquel, siempre que te obligues a trabajar otros siete años para mí" (Génesis 29, 26-27).
Al timado Jacob no le quedó más remedio que aceptar prestarle servicios a su mendaz patrono durante otro septenio. Así pudo, una vez concluidas las celebraciones por el matrimonio con Lía, desposar también a Raquel, que se convirtió en su cónyuge predilecta. Como dice la novia en el Cantar de los cantares 8, 6 "el amor es más fuerte que la muerte".
Como regalo de casamiento Labán dio a sus hijas sendas esclavas. La de Lía se llamaba Zilpá (en hebreo la tierna o la ñata). La de Raquel, Bilhá (en hebreo despreocupada). De sus dos esposas y de las siervas ya nombradas tuvo Jacob, en el transcurso de pocos años, doce hijos y una hija. Las relaciones del patriarca con las domésticas de sus esposas se dieron por voluntad e iniciativa de estas últimas. De los hijos de Jacob —que en Génesis 32, 28 Dios llamó con el nombre de Israel—, Judá (en hebreo alabado o tierra abarrancada), Rubén (en hebreo Yahvé miró mi aflicción o vean, un hijo), Simeón (en hebreo acogida favorable o Yahvé escuchó), Leví (en hebreo unido, rodeado, cercado o recluido), Isacar (en hebreo jornaleroo salario), Zabulón (en hebreo regalo o pequeño príncipe) y Dina (en hebreo litigio, causa, proceso o juez) nacieron de Lía; José (en hebreo Yahvé añada nuevos hijos) y Benjamín (en hebreo hijo de la dicha), de Raquel; Gad (en hebreo suerte o afortunado) y Aser (en hebreo feliz), de Zilpá; Dan (en hebreo hacer justicia o poderoso) y Neftalí (en hebreo mi lucha o he luchado), de Bilhá. Por Génesis 37, 35 es sabido que el patriarca tuvo, a más de Dina, otras hijas.
Los hijos de Jacob fueron cabezas de tribus que con el tiempo se identificaron con símbolos. El de la tribu de Rubén fue el sol naciente; el de la tribu de Gad, la tienda del nómada; el de la de Manasés, una palmera; el de la de Judá, un león; el de la de José, una enredadera sobre el muro; el de la de Benjamín, un lobo; el de la de Simeón, una torre; el de la de Zabulón, un navío; el de la de Isacar, el sol y las estrellas; el de la de Aser, un olivo; el de la de Neptalí, una cierva; el de la de Dan, una balanza.
Años después de haberse convertido en yerno de Labán, Jacob decidió volver a su país natal. Por la narración del Génesis sabemos que en aquel entonces Raquel y Lía continuaban siendo idólatras y veneraban las figuras de dioses domésticos llamadas terafim (en hebreo los putrescentes, los que se están pudriendo)[1]. En su Historia social de Israel explica Rainer Kessler que esas figuras "no sólo tenían uso ritual y adivinatorio, sino que se consideraban títulos jurídicos para la recepción de la herencia". (Por ello en Génesis 31, 17-34 se relata cómo el hurto de algunos de aquellos objetos provocó un incidente entre Labán y su yerno).