Lepra La lepra (enfermedad de Hansen) es una infección crónica, causada por la bacteria Mycobacterium leprae, que daña principalmente los nervios periféricos (aquellos nervios localizados fuera del cerebro y la médula espinal), la piel, la membrana mucosa de la nariz, los testículos y los ojos. La forma de transmisión de la lepra no se conoce. Cuando un enfermo no tratado y gravemente enfermo estornuda, las bacterias Mycobacterium leprae se dispersan en el aire. Alrededor de la mitad de las personas con lepra probablemente la contrajeron a través del estrecho contacto con una persona infectada. La infección con Mycobacterium leprae probablemente provenga también de la tierra, el contacto con armadillos e incluso el contacto con chinches y mosquitos. Alrededor del 95 por ciento de los individuos expuestos a Mycobacterium leprae no desarrolla la enfermedad porque su sistema inmunitario combate la infección. En aquellos que sí lo hacen, la infección puede ser de carácter leve (lepra tuberculoide) o grave (lepra lepromatosa). La forma leve, es decir, la lepra tuberculoide, no es contagiosa. Más de 5 millones de personas en todo el mundo están infectadas por Mycobacterium leprae. La lepra es más frecuente en Asia, África, América Latina y las islas del Pacífico. Muchos de los casos de lepra en los países desarrollados afectan a personas que han emigrado de países en vías de desarrollo. La infección puede comenzar a cualquier edad, pero más frecuentemente entre 20 y 30 años. La variedad de lepra grave, llamada lepromatosa, es dos veces más frecuente entre los varones que entre las mujeres, mientras que la forma más leve, llamada tuberculoide, es igual de frecuente en uno y otro sexo.
Síntomas Debido a que las bacterias causantes de la lepra se multiplican muy lentamente, los síntomas no suelen comenzar hasta al menos un año después de que la persona se haya infectado, si bien lo habitual es que aparezcan de 5 a 7 años más tarde y a menudo muchos años después. Los signos y síntomas de la lepra dependen de la respuesta inmunológica del enfermo. El tipo de lepra determina la predicción a largo plazo, las posibilidades de complicaciones y la necesidad de un tratamiento con antibióticos. En la lepra tuberculoide, aparece una erupción cutánea formada por una o varias zonas blanquecinas y aplanadas. Estas áreas son insensibles al tacto porque las micobacterias han dañado los nervios. En la lepra lepromatosa, sobre la piel aparecen pequeños nódulos o erupciones cutáneas sobreelevadas, de tamaño y forma variables. El vello del cuerpo, incluidas las cejas y las pestañas, desaparece. La lepra limítrofe (borderline) es una situación inestable que comparte rasgos de ambas formas. En las personas con este tipo de lepra, su enfermedad tanto puede mejorar, en cuyo caso acaba pareciéndose a la forma tuberculoide, como empeorar, en cuyo caso resulta más parecida a la forma lepromatosa. Durante el curso de la lepra no tratada o incluso en la que sí recibe tratamiento, pueden producirse ciertas reacciones inmunológicas que en ocasiones producen fiebre e inflamación de la piel, los nervios periféricos y con menos frecuencia de los ganglios linfáticos, las articulaciones, los testículos, los riñones y los ojos. Dependiendo del tipo de reacción y de su intensidad, el tratamiento con corticosteroides o talidomida puede resultar eficaz. Mycobacterium leprae es la única bacteria que invade los nervios periféricos y casi todas sus complicaciones son la consecuencia directa de esta invasión. El cerebro y la médula espinal no resultan afectados. Debido a que la capacidad de sentir el tacto, el dolor, el frío y el calor disminuyen, los enfermos con afectación de los nervios periféricos pueden quemarse, cortarse o herirse sin darse cuenta. Además, la afectación de los nervios periféricos puede causar debilidad muscular, lo que en ocasiones provoca que los dedos adopten forma de garra y se produzca el llamado “pie caído”. Por todo ello, los leprosos pueden acabar desfigurados. Los afectados por esta enfermedad también pueden tener úlceras en las plantas de los pies. El daño que sufren los conductos nasales puede hacer que la nariz quede crónicamente congestionada. En ciertos casos, las lesiones oculares producen ceguera. Los varones con lepra lepromatosa pueden quedar impotentes e infértiles, porque la infección reduce tanto la cantidad de testosterona como la de esperma producido por los testículos.
Diagnóstico
Ciertos síntomas, como las características erupciones cutáneas que no desaparecen, la pérdida del sentido del tacto y deformidades particulares derivadas de la debilidad muscular, constituyen las claves que permiten diagnosticar la lepra. El examen al microscopio de una muestra de tejido infectado confirma el diagnóstico. Los análisis de sangre y los cultivos no resultan útiles para establecer el diagnóstico.
Prevención y tratamiento En el pasado, las deformaciones causadas por la lepra conducían al ostracismo y los enfermos infectados solían ser aislados en instituciones y colonias. En algunos países, esta práctica continúa siendo frecuente. A pesar de que el tratamiento precoz puede prevenir o corregir la mayoría de las deformidades más importantes, las personas con lepra son propensas a sufrir problemas psicológicos y sociales. El aislamiento, no obstante, es innecesario. La lepra es contagiosa sólo en la forma lepromatosa que no recibe tratamiento, e incluso en esos casos no se transmite fácilmente. Además, la mayoría de las personas tiene una inmunidad natural frente a la lepra y sólo aquellos que viven junto a un leproso durante mucho tiempo corren el riesgo de contraer la infección. Los médicos y las enfermeras que tratan a los enfermos de lepra no parecen estar más expuestos que los demás. Los antibióticos pueden detener el avance de la lepra o incluso curarla. Debido a que algunas de las micobacterias pueden ser resistentes a determinados antibióticos, el médico puede prescribir más de un medicamento, en particular para los afectados de lepra lepromatosa. La dapsona, el antibiótico más frecuentemente utilizado para tratar la lepra, tiene un precio relativamente accesible y, por lo general, no tiene efectos secundarios; sólo en algunos casos produce erupciones cutáneas de naturaleza alérgica y anemia. La rifampicina, que es más cara, es incluso más fuerte que la dapsona; sus efectos colaterales más graves son la afección hepática y síntomas similares a los de la gripe. Otros antibióticos que pueden ser administrados a los leprosos incluyen clofacimina, etionamida, minociclina, claritromicina y ofloxacina. El antibiótico debe continuarse durante mucho tiempo, porque las bacterias son difíciles de erradicar. Dependiendo de la gravedad de la infección y de la opinión del médico, el tratamiento puede continuarse por un período que oscila entre 6 meses y muchos años. Muchas personas afectadas de lepra lepromatosa toman dapsona el resto de su vida.
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