Las Ruinas Del Avaro Capitalismo

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Las ruinas del avaro capitalismo. En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos. Mahatma Ghandi. La debacle del sistema capitalista, es la crisis de una forma de pensamiento de nuestra cultura Occidental. Para esta forma de pensamiento la avaricia, la usura y la codicia están justificadas, no sólo culturalmente sino también por un sistema legal que las fomenta. No hay límites para el extremo egoísmo y en nombre del individualismo, se permite cualquier ventaja, sobre quienes poco entienden de economía. Según santo Tomás de Aquino, la avaricia es “un apetito desordenado de toda clase de bienes temporales, que son necesarias para la vida humana”1. Este deseo inmoderado de adquirir bienes y posesiones a cualquier precio, nos hace sumamente dependientes de lo que adquirimos, centrado toda nuestra vida en el dinero. La avaricia se opone a la virtud de la justicia, que busca darle a cada uno lo que le corresponde, encerrándonos en una insensible indiferencia, ante el dolor ajeno. Buscando moderar este excesivo deseo de bienes, san Basilio nos dice que nuestras posesiones también están para compartirse con otros. Pues “el pan que a ti te sobra, le pertenece al hambriento, la túnica que conservas al desnudo y el dinero que te sobra al indigente”. Hay entonces, una especie de hipoteca social, sobre los bienes que adquirimos. El encierro en nuestro frío egoísmo y la preocupación excesiva por nuestros deseos y necesidades, van limitado la vida social. Hemos hecho de nuestros trabajos una selva, en donde debemos destruir a la competencia o morir en el intento. El prójimo se me presenta como alguien de quien debo desconfiar y no como aquel con quien puedo desarrollar emprendimientos colaborativos. Recuerdo que por la década de los noventa, recibimos la visita del ex vicepresidente Dan Quayle, en campaña por las internas del partido demócrata, en la facultad en donde estaba haciendo un curso de inglés. Luego de su breve discurso, le pregunté ¿qué podemos hacer por los pocos homeless que tiene Estados Unidos? Ante esta sencilla pregunta, el candidato se sorprendió y me respondió con tranquilidad: “Nada”. Luego agregó que deben ser los ciudadanos y no el gobierno quienes se ocupen de ellos. A mi regreso a Buenos Aires, le hice la misma pregunta al sabio economista Gary Becker y su respuesta fue la misma. Aunque el noble anciano, alegó que en una sociedad libre y abierta, debería surgir una sana competencia por servir al prójimo de manera espontánea. Pero lo cierto es que para la cultura americana, esos escasos homless, eran unos vagos y no merecían ayuda. En esa próspera nación, donde sólo triunfan los codiciosos y avaros, quienes no tienen la suerte de ganar en ese mercado competitivo, son una lacra. Entonces recordé la película “Wall Street”, en donde su protagonista, Gordon Gekko, dice: “La ambición es buena, es necesaria y funciona, la ambición clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución… la ambición salvará a Estados Unidos”. Hoy vemos con un triste dolor, que esa tenebrosa ambición, está arrastrando al mundo en una fenomenal crisis. Las raíces de este tipo de pensamiento, que fomenta la ambición y la lucha por la supervivencia, son muy antiguas y representan la esencia del orgulloso sistema Americano. Sus fundamentos defienden la supervivencia del más apto, que permite que Tomás de Aquino, Summa Theologica I, q. 63 a. 2 ad 2: Ad secundum dicendum quod avaritia… est immoderatus appetitus rerum temporalium quae veniunt in usum vitae humanae, quaecumque pecunia aestimari possunt 1

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sólo los avaros y prósperos puedan subsistir. Este tipo de darwinismo social, consiste en una aplicación de la teoría de la selección de las especies de Darwin a la vida de las sociedades. Considera que la pobreza es un signo de debilidad y una limitación de la especie humana. Por lo tanto, querer ser pobre es lo mismo que querer estar enfermo. Su más acérrimo defensor, Herbert Spencer, sostiene que “se supone que todos los pobres son buenos, cuando en realidad, muchos son vagos: La pobreza es el castigo inmoral de su conducta; querer separar la pena del mal comportamiento es ir contra la naturaleza”2. Entonces, la indiferencia de toda la sociedad con estos pobres e indigentes, no es más que el justo castigo que merecen por su conducta viciosa. Todo dinero que el estado invierta en ellos, es una mala inversión que nunca dará ganancias. Ellos no son necesarios para el sistema, por lo tanto son despreciables y desechables. Aún en medio de esta lamentable debacle, algunos voraces banqueros, siguen pensando en acumular ganancias usurarias. En medio de un fenomenal naufragio, siguen derrochando dinero, sin importarle los miles de desocupados y pobres que sus actitudes están generando. Caminando en medio de las ruinas, un alto ejecutivo como John Thain, tras incorporarse a una institución con problemas financieros, hizo que gastaran en la remodelación de su despacho, algo más de un millón de dólares. No es nada raro que los banqueros en problemas, derrochen fortunas en champaña, lujosos hoteles o alfombras orientales. Mientras tanto, una oleada de bancos, caen y se tambalean, como consecuencia de los activos tóxicos que envenenaron su cartera. Su caída es la consecuencia de esa avaricia sin límites, que busca ganar dinero sin importar los medios para adquirirlos. La terrible corrupción de algunos poderosos ejecutivos encargados de las inversiones, ha generado un colapso descomunal, que incluye tanto el alza del desempleo, como los corralitos bancarios, los cacerolazos y la caída de gobiernos. El nuevo presidente electo de la mayor economía del mundo, señaló que: “Nuestra economía se ha debilitado enormemente como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos”. Pero resaltó que “sin un ojo vigilante, el mercado puede descontrolarse” y que “un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que son ya prósperos”. Obama sostiene que principales figuras de Wall Street y los banqueros de las altas finanzas, son los causantes de la debacle. Pero la codicia y la avaricia, que han sacudido a la economía mundial, se extienden mucho más allá de las fronteras y comienzan a mostrar consecuencias impredecibles. La “codicia desenfrenada” en los mercados y el desaforado egoísmo, son una de las causas principales de la crisis norteamericana. Pero la salida a esta recesión, no está en una mayor intromisión del estado en los asuntos privados, ni en la nacionalización de cuanto banco se declare en quiebra. La solución está en el desarrollo de una nueva cultura, alejada del frío egoísmo y el desenfrenado espíritu de lucro. Si para Obama, la regulación de las firmas de Wall Street para combatir la “ética de la codicia” es la única solución, podemos esperar el recrudecimiento de un estado más totalitario, que comience a limitar la iniciativa privada. Pero si buscamos fomentar una nueva cultura, en donde esta ambiciosa ética sea reemplazada por una “cultura solidaria”, lograremos encontrar la salida. También para la moderada ética del capitalismo protestante, el máximo bien consiste en la adquisición incesante de más y más dinero, evitando todo goce inmoderado. Para ellos “la ganancia no es un medio para la satisfacción de las necesidades vitales materiales del hombre, sino que más bien éste se debe adquirir, porque tal es el fin de su Herbert Spencer, El hombre contra el Estado, Librería Goncurt, Buenos Aires, 1980, pág 27. 2

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vida”3. Es decir, que la gracia de Dios se percibe en aquellos que tienen una vida más próspera. El trabajo y el espíritu de lucro, son el medio ascético más firme, para recibir la bendición de Dios. De allí entonces, que no haya vicio más grave y deleznable que la vagancia y la pobreza. “Lo que realmente es reprobable para la moral es el descanso en la riqueza, el gozar de los bienes, con la inevitable consecuencia de la sensualidad y ociosidad y la consiguiente desviación de las aspiraciones hacia una vida santa… Perder el tiempo en la vida social, en lujos, incluso en dedicar al sueño más tiempo del indispensable para la salud, es absolutamente condenable desde el punto de vida moral. Todavía no se lee como en Franklin: “el tiempo es dinero”, pero el principio tiene ya vigencia en el orden espiritual; el tiempo es infinitamente valioso, puesto que toda hora perdida es una hora que se roba al trabajo en servicio de la gloria de Dios”4. Lamentablemente, el capitalismo Americano se alejó de esta versión ascética y optó por el derroche de los recursos naturales. Esto ha hecho de nuestro mundo un basural, ha fomentado el gasto sin límites y un flujo de crédito, que algún día debían dejar de financiar los austeros ahorristas del resto del mundo. Ante semejante hecatombe, cabe hacerse la antigua pregunta que ya hiciera hace tiempo Juan Pablo II. “¿Se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y sociedad?.. Si por capitalismo se entiende un sistema en el cual la libertad no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral… cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es negativa”5. El derrumbe de esta civilización de la codicia, nos ha legado las fantásticas burbujas económicas que se desmoronan, las hipotecas que se transforman en basura y el crédito que se contrae. Entonces los ciudadanos comienzan a desesperarse y la angustia comienza a derribar al altanero espíritu de lucro. La antigua codicia comienza a transformarse en desconfianza y los enemigos comienzan a aparecer por todos lados. Cuando John Rockefeller, quiso explicar el esplendor del capitalismo americano, utilizó la metáfora de la rosa, con las siguientes palabras: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto… La bella rosa estadounidense puede lograr el máximo de su esplendor y perfume que nos encantan, si sacrificamos a los capullos que crecen a su alrededor. Esto no es una maligna tendencia en los negocios. Es simplemente el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios”. Sólo esperamos, que en esta lamentable crisis que esta viviendo, el pueblo americano, no tengan que desaparecer muchos capullos. Horacio Hernández. http://horaciohernandez.blogspot.com/

La ética protestante y el espíritu del capitalismo, pág 48. Ibidem, pág 212. 5 Juan Pablo II, Centesimus anus, 42. 3 4

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