La Voz De Una Con Ciencia Guiada Por Principios

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La voz de una conciencia guiada por principios 1 Hoy en día, la línea que separa lo aceptable de lo inaceptable o lo correcto de lo incorrecto, resulta un tanto confusa para las gentes de la mayoría de los países y culturas, porque las barreras creadas por unas normas de conducta tradicionalmente aceptadas, han sido prácticamente derribadas en un par de generaciones y sustituidas por nuevos criterios. Por diversos motivos, la complejidad y las exigencias de la vida diaria crecen, y podríamos preguntarnos si las nuevas pautas de conducta expresamente acomodadas a opiniones morales y conductas sociales muy diversas, permitan a las personas un desarrollo saludable de su conciencia. De hecho, son muchos los que debido al desconcierto, deciden seguir aquello que según ellos, es conveniente, e imaginando que todos los humanos comparten su propia percepción de lo correcto y de lo incorrecto, dicen: “Que cada cual siga su propia conciencia”; pero ¿Qué cosa es la conciencia? 2 Si preguntásemos a un filósofo cual sería el origen de la conciencia humana, es probable que contestase que es uno de los productos sociales de la evolución, cómo Charles Darwin dice en su libro “El Origen del Hombre”, (1871) escribiendo: “…cualquier animal, dotado de un fuerte instinto social… inevitablemente adquiere un sentido moral o conciencia cuando sus facultades intelectuales se desarrollan y llegan a ser similares a las humanas”. 3 ¿Concuerda este punto de vista con la evidencia? Según los registros históricos y la experiencia humana, puede responderse categóricamente que no. Todos los animales tienen un programa innato; muchos de ellos pueden aprender a comportarse según lo que a su amo le agrada y temer lo que le desagrada, pero ninguno posee ni ha desarrollado una conciencia que pueda siquiera compararse a la del hombre. Más bien, la investigación científica confirma la declaración del libro del Génesis, de que todas las formas de vida solo se reproducen “según su propia especie”. Esto no es solamente una teoría, es uno de los hechos contrarios a la hipótesis de que la vida animal de la tierra haya evolucionado diversificándose a partir de un mismo animal unicelular. Realmente, el hombre no es el resultado de una evolución y tampoco lo es su conciencia ¿Cuál es entonces el origen de la voz interior que toda persona posee? 4 En el libro del Génesis se nos explica que el Creador hizo al hombre a su imagen y semejanza, o sea con inteligencia y sentido moral; leemos: “…creó Dios al hombre a su imagen, los hizo varón y hembra y los creó a imagen divina; luego los bendijo diciendo: “Fructificad y aumentad, llenad la tierra y ocupadla; gobernad sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y sobre cualquier animal que se mueva en la tierra”. (Génesis 1:27-28) O sea que desde el principio, el hombre recibió del Creador autoridad y una conciencia para comportarse dentro de su libertad, de modo adecuado a su responsabilidad. Según esto, la conciencia es congénita al hombre y no fue fruto de un lento desarrollo animal, puesto que se nos dice que tras su desobediencia al mandato de Dios, “…el hombre y su mujer oyeron la voz de Yahúh Dios mientras pasaba por el jardín a la hora de la brisa del día” y “se ocultaron de su presencia entre los árboles del jardín”, (Génesis 3:8) y cuando Dios le preguntó a Adán “¿…Acaso has comido del árbol del que yo te había mandado que no comieses?” (Génesis 3:11) Él no respondió francamente, si no desviando la responsabilidad de su acción hacia su compañera ¿Por qué? Porque se sabía transgresor, en su interior una voz le acusaba, culpándole de su pecado.

5 Este relato que fue citado y revalidado cómo fidedigno por Cristo, nos muestra que la conciencia del hombre procede de su Creador y que se manifestó desde el principio de su existencia. En el primer siglo de nuestra era, el escritor e historiador judío Flavio Josefo señala en un comentario de su libro “Las Antigüedades Judaicas”, escrito en griego, el hecho, de que la confusa respuesta de Adán a la pregunta de Dios, demostraba “una mala conciencia”, y para el termino ‘conciencia’, emplea la palabra griega ‘synéidesis’, que propiamente significa: “la percepción que un hombre tiene de sí mismo, de sus sentimientos y de sus acciones”. La conciencia del hombre es la relación de su íntimo sentido moral con su inteligencia; como muestra la Escritura, el hombre fue creado a imagen de Dios y el obrar en oposición a su designio, le genera un conflicto interior. 6 Adán transmitió su imagen y su conciencia a sus descendientes, por esto, más de dos mil años después, José, uno de los hijos de Jacob que servía cómo esclavo en casa de un oficial de la corte del faraón de Egipto llamado Potifar, rechazó a la mujer de su amo que intentaba seducirle, sin considerar ni temer sus posibles represalias, y le dijo: “Mira que mi señor no tiene conmigo desconfianza; estoy en su casa y él ha puesto en mis manos todas las cosas que posee; nadie hay en esta casa con más autoridad que yo y nada ha retenido él de mí, excepto a ti, que eres su mujer ¿Cómo podría yo hacerle este gran mal y pecar contra Dios?” (Génesis 39:8-9) A pesar de la responsabilidad del encargo de que en la casa tenía, José era solamente un esclavo ¿Qué le indujo a desobedecer a su dueña y a considerar lo que ella le proponía cómo un gran pecado contra Dios? 7 Sus palabras no se basaron en una ley escrita cómo la que los Israelitas recibieron siglos más tarde. Lejos de su familia y de las reglas patriarcales que la regían, su bienestar dependía en gran parte de aquella mujer, pues José trabajaba dentro de la casa y su amo se ausentaba frecuentemente. Sin embargo lo que ella le proponía violaba su sentido moral porque significaba tomar a una mujer que pertenecía a otro, una cosa que su conciencia le impedía. Este sentir era innato en él porque su conciencia estaba en armonía con el propósito del Creador, de que marido y mujer fuesen “una sola carne” o persona. (Génesis 2:24) 8 La conciencia del hombre está estrechamente relacionada con la inteligencia, la franqueza y la honestidad, su actividad en los hombres ha sido y es, reconocida por todos, y tanto en las Escrituras cómo en otros tratados, pueden hallarse relatos relacionados con ella. Por ejemplo, el rey David decidió que se realizase un censo sobre la nación de Israel, cosa que Yahúh había explícitamente vetado, y leemos que “…después de haber censado al pueblo, a David le remordió su conciencia y dijo a Yahúh: ‘Con mi acción he cometido un gran delito, pero ahora, Yahúh, aleja por favor de tu siervo el pecado, pues he sido muy necio’…” (2Samuel 24:10) En realidad, por el malestar que su conciencia le provocaba, David deploró, aunque tarde, la grave culpa que cómo cabeza del pueblo de Dios, su transgresión suponía. 9 Pero otra de las características de la conciencia es la de prevenir anticipadamente al que tiene que elegir un proceder o tomar una decisión que implique una responsabilidad moral. El arzobispo australiano Joseph Eric D’Arcy, comentó: “Para los escritores paganos, la conciencia no entraba en escena hasta después de haber cometido la acción, y su cometido era exclusivamente judiciario, mientras que en la Biblia se atribuye a la conciencia

una acción legislativa” Este aspecto legislativo de la conciencia fue el que previno a José en contra de su participación en un adulterio. ¿Funciona nuestra conciencia de este modo, ayudándonos a elegir lo que es correcto? 10 Los ejemplos provistos en los relatos de los hechos de José y de David, nos muestran los dos modos de actuar de la conciencia. José fue prevenido por su conciencia y evitó cometer el mal, mientras que David después de haber obrado incorrectamente, fue afligido por su conciencia. ¿Hemos sentido nosotros esta clase de remordimiento o de aflicción alguna vez? Cuando una persona trae a su memoria las cosas obradas en el pasado, puede juzgar cuan moralmente correctas fueron sus elecciones y su comportamiento, igual que hizo David. Algunas veces, la voz interior que aflige a los que han obrado injustamente puede llegar a ser tan fuerte, insistente y persistente, que les obliga a realizar cambios drásticos en su vida para hallar alivio. 11 Puesto que Adán había transmitido un cierto nivel de conciencia a sus descendientes ¿No podía comprender la mujer de Potifar que lo que se proponía era incorrecto? Seguro que lo comprendía, pero había decidido ignorarlo para dejarse dominar por su capricho y entregarse a su pasión, ya que también los egipcios, lo mismo que la una gran mayoría de las civilizaciones de la tierra, consideraban el adulterio cómo una grave ofensa moral. Sus textos religiosos asociaban el juicio final con la evaluación del corazón, que era sopesado en una balanza, y el antiquísimo “Libro de los Muertos” representa a los difuntos mientras declaran su inocencia diciendo: “No he robado, no he matado a ningún hombre, no he mentido, no he contaminado a la mujer de ningún hombre…”, porque la conciencia de la humanidad es universal. 12 Por esta misma conciencia, también las naciones que no conocían los mandatos entregados a Moisés, condenaban el robo, la mentira, el asesinato, el incesto y el adulterio, de modo que el apóstol Pablo podía decir: “…ante Dios no son declarados justos los que escuchan la Ley si no los que la ponen en práctica, y si personas de las naciones que no conocen la Ley, instintivamente cumplen lo que la Ley establece, aunque no estén bajo la Ley, tienen la ley en sí mismos y demuestran que tienen los mandatos de la Ley escritos en el corazón, cómo lo atestigua el veredicto íntimo de su conciencia, (synéidesis) cada vez que los acusa o los disculpa“. (Romanos 2:13-15) En verdad, no ha sido hallada cultura que no considere la conciencia cómo una realidad y por esta razón, con respecto a los individuos que aparentemente carecen de ella, el Doctor Geoff Stephenson, director médico del Sunderland Teaching Primary Care Trust in Washington, escribe que el hecho de no tener conciencia “…era y es considerado un modo de auténtica locura o psicosis”. Aún así ¿Podemos confiar ciegamente en la conciencia? 13 Puesto que todos los hombres están dotados de conciencia, seguramente podrían amar por instinto los principios que la Ley de Israel prescribía, sin embargo, Pablo escribe que si bien “lo que puede llegar a conocerse con respecto a Dios es evidente y él mismo lo pone de manifiesto, ya que tanto sus cualidades invisibles como su eterna potencia y su divinidad se ven con claridad desde la creación del mundo, comprendiéndose a través de las cosas hechas…” las naciones “no tienen excusa, porque habiendo intuido que Dios existe, no le han dado gloria ni gratitud. La vanidad de sus razonamientos ha ofuscado

su torpe entendimiento y considerándose sabios, se han desviado, sustituyendo la gloria del Dios incorruptible por imágenes semejantes al hombre mortal, a los pájaros, a los animales cuadrúpedos o a las criaturas que se arrastran…” (Romanos 1:19-23) Y exhorta así a los discípulos: “Os digo y os suplico en el Señor, que no imitéis a las personas de las naciones, que viven en un estado mental deplorable por la vacuidad de sus pensamientos y por la ignorancia que la insensibilidad de su corazón les produce, mientras permanecen apartados de la vida que depende de Dios y se abandonan a una conducta disoluta más allá de cualquier sentido moral, al intentar apagar con insaciable avidez sus vergonzosas pasiones”. (Efesios 4:1719) 14 Aunque todas las antiguas naciones seguían ciertas normas morales dictadas por su conciencia, esta no les protegía de contaminarse con prácticas impropias. Las cosas que Pablo describe demuestran sin lugar a dudas, que un cierto grado de conciencia no es suficiente para conducir al hombre a la personalidad que Dios le ha designado. Así pues, por sí mismo, el hecho de poseer una conciencia no garantiza una guía siempre correcta, hace falta algo más. El hombre debe alimentar su conciencia y sensibilizarla a los errores, aprendiendo a cultivarla mediante un conocimiento cabal y profundo de los principios que provienen del espíritu de Dios, unos principios morales que manifiestan la personalidad del Creador y el modo que tiene de tratar con su creación y ponen al alcance de quienes le buscan, la oportunidad de cultivar una personalidad acorde a la de Jesús, que según dice Pablo, es “la imagen del Dios invisible”. (Colosenses 1:15). David oró: “Enséñame a hacer tu voluntad porque tú eres mi Dios; tu bondadoso espíritu me guíe a una tierra de rectitud” (Salmo 143:10) porque: “me deleitaré en tus disposiciones ¡Yo no olvidaré tu palabra!” (Salmo 119:16) La guía de la sana enseñanza que se halla en las Escrituras procede de la revelación de Dios y ha sido registrada por sus profetas y sus servidores, el conocerla y amarla ayuda a cultivar la conciencia, reforzándola y haciendo su voz clara y su guía fidedigna. Ninguno que la haya adquirido podrá engañarse ante un error y decir: “No creo que esto sea malo, mi conciencia me lo permite”. 15 A través de la enseñanza que Dios provee, se aprende a confiar y a esperar en su justicia. Dice el libro de Job que “lejos de Yahúh esta la maldad y del Omnipotente, la injusticia, y retribuirá al hombre su obrar, le tratará según haya sido su senda. Por tanto, Dios no causará sin duda daño; el Omnipotente no pervertirá la justicia”. (Job 34:10-12) Por esta razón dice Pedro al ver que las personas de las naciones recibían el espíritu santo del mismo modo que los judíos: ”…me doy cuenta de que Dios no es parcial, si no que en cualquier nación, todo el que le teme y practica la justicia, le es grato”. (Hechos 10:34-35) Y sabiendo que Dios es justo e imparcial ¿No se hará nuestra conciencia más sensible a la injusticia y la parcialidad? La imparcialidad es también una muestra de clemencia y de amor al prójimo, por esto Salomón aconsejaba: “También esto es de sabios: No es correcto favorecer a personas en un juicio”. (Proverbios 24:23) Cuando se desea la aprobación de Dios, se debe aprender a amar la imparcialidad. Nuestra conciencia debe siempre estimularnos a obrar con justicia y ecuanimidad, y su sensibilidad a estas cosas nos demostrará que ha sido bien adiestrada. 16 Por otro lado, para que la conciencia esté en situación de reaccionar correctamente, también es necesario adiestrarla en el ejercicio de las dos

funciones analizadas, o sea, la de reparar y la de legislar, sin desatender ninguna de los dos, puesto que ambas nos hacen sensibles a su voz, avisándonos de las cosas perjudiciales, igual que lo hacen los receptores sensoriales de nuestro cuerpo, avisándonos del peligro cuando acercamos la mano al fuego. Sin embargo ¿Qué ocurriría si la mano estuviese insensibilizada por una gran cicatriz? Ocurriría que no podríamos recibir el aviso, y lo mismo sucedería con el aviso de nuestra conciencia, si la refrenamos habitualmente y desatendemos sus advertencias. Refiriéndose a los hipócritas que sin sentir remordimiento, mentirían y pervertirían intencionadamente la buena nueva, Pablo escribió que tendrían “la conciencia insensible cómo la cicatriz de una quemadura”, (1Timoteo 4:2) porque una conciencia que ha sido repetidamente reprimida e ignorada queda insensible y ya no produce dolor ni sirve de guía. Debemos esforzarnos en mantener activa nuestra conciencia, escuchándola y dando prioridad a sus advertencias, porque todos hemos nacido pecadores y para llegar a estar en la misma condición que aquellos a quienes Pablo se refería, solamente hace falta que ignoremos sus advertencias cuando creamos que nos conviene. 17 Otro de los resultados importantes y ventajosos de la acción de la conciencia, es el de estimular al arrepentimiento. David escribió: “Cuando guardaba silencio, se consumían todos los días mis huesos a causa de mi gemir, porque de día y de noche pesaba tu mano sobre mí y se tornó mi savia cómo el ardor del verano. Te di a conocer mi culpa y no oculté mi delito. Me dije: ‘Reconoceré mis pecados a Yahúh’, entonces tú perdonaste la culpabilidad de mi delito.“ (Salmo 32:3-5) La conciencia puede hacer que una persona reconozca la necesidad de obtener el perdón de Dios y decidir a partir de entonces seguir sus caminos. Dice la Escritura que después de que David tomó a Betsabé, la esposa de Urías, Natán fue a visitarle para hacerle comprender la gravedad de su culpa, y arrepintiéndose de corazón, David escribió: “Muéstrame misericordia, Dios, según tu amor bondadoso, según la abundancia de tus tiernas compasiones. Borra mis transgresiones, enjúgame por completo de mi culpa y purifícame de mi pecado, porque yo reconozco mis transgresiones y mi pecado está siempre frente a mí… …expíame con hisopo y quedaré limpio, lávame y quedaré más blanco que la nieve… …No me expulses de tu presencia y no tomes de mí tu santo espíritu; devuélveme el gozo de tu salvación y me sostenga un espíritu de buena voluntad”. (Salmo 51:1-4, 9, 13-14) 18 Por lo tanto, aunque la conciencia de una persona se haya debilitado a causa de la educación recibida o a su ambiente y experiencias, si se acerca a las Escrituras hallará en ellas todas las disposiciones y mandatos que pueden aproximarle al Creador y ofrecerle una guía fidedigna, que le permita alcanzar la imagen que fue en un principio, otorgada al hombre. En el veinteavo capítulo del libro del Éxodo, pueden hallarse los principios fundamentales de una conducta digna ante Dios, unos principios que la enseñanza apostólica ratificó e interpretó para los seguidores de Cristo. 19 Pablo escribe para los discípulos de todos los tiempos: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? Vigilad que nadie os extravíe, porque ni los fornicadores, ni los idólatras, ni los adúlteros… ni los codiciosos, ni los ladrones, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni aquellos que practican la extorsión, heredarán el reino de Dios”. (1Corintios 6:9-10) Por esto, “Vosotros, hijos, estad sujetos a vuestros padres, porque justamente ‘Honra a tu padre y a tu madre’ es el primer mandamiento seguido de una promesa: ‘para

que seas feliz y vivas largo tiempo sobre la tierra’”. (Efesios 6:1-3) Además “… no os mintáis unos a otros, porque ya os habéis desnudado de la vieja personalidad con sus prácticas y habéis revestido la nueva, que por medio del conocimiento exacto, va renovándose en armonía con la imagen de aquel que la creó”. (Colosenses 3:9-10) Por tanto: “El que sea ladrón, que deje de robar y trabaje honradamente con sus manos, para que también él pueda distribuir algo entre los necesitados”. (Efesios 4:28) Y “No debáis nada a ninguno, si no es el amor que os debéis unos a otros, porque el que ama a los demás ha cumplido la Ley. Los mandamientos ‘no cometerás adulterio, no asesinarás, no robarás, no codiciarás’, y todos los otros, pueden resumirse en estas palabras: ‘Debes amar a tu prójimo como a ti mismo’ y puesto que el amor no hiere al prójimo, el amor es el cumplimiento de la Ley”. (Romanos 13:8-10) Y el apóstol Juan advierte de que “…quien no actúa con justicia y no ama a su hermano, no procede de Dios. El mensaje que desde el principio habéis escuchado, es este: 'debemos amarnos unos a otros'”. (Juan 3:10-11) además, también nos recuerda que “…los cobardes, los que no tienen fe, los depravados, los asesinos, los fornicadores, los que practican magia, los idólatras y todos los mentirosos, hallarán su lugar en el lago de fuego que arde con azufre y que significa la segunda muerte”. (Apocalipsis 21:8) 20 El rey Salomón registró este afectuoso consejo de Dios a los que le aman: “Hijo mío, no debes olvidar mi ley y en tu corazón debes guardar mis mandatos, entonces se te añadirá largura de días y años de vida y de bienestar. Átalos a tu cuello, grábalos en la tabla de tu corazón; no te abandonarán el afecto y la estabilidad, y hallarás favor y un buen juicio ante Dios y el hombre. Confía en Yahúh con todo tu corazón y no te apoyes en tu opinión, reconócele en todos tus caminos y él enderezará tus sendas. No seas sabio a tus ojos, teme a Yahúh y apártate del mal”. (Proverbios 3:1-7) La sensibilidad de nuestra conciencia a los principios divinos nos ayudará a resolver los problemas y a tomar las decisiones adecuadas, siguiendo el camino de integridad moral que conduce a la vida eterna y que solamente requiere un corazón dispuesto. Dios no pide a los hombres cosas que no pueden hacer, cómo expresó el profeta Miqueas con estas palabras: “Se te ha explicado, hombre, lo qué es el bien ¿Y que es lo que Yahúh requiere de ti, a no ser el obrar con rectitud, amar la clemencia y ser modesto al tratar con tu Dios?” (Miqueas 6:8)

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