La Reforma Universitaria

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LA REFORMA UNIVERSITARIA (1918)

I. MARCO HISTÓRICO REFERENCIAL La educación impuesta a un país depende: 1º) del ideal de vida de la clase dominante; 2º) de las generaciones intelectuales que educan al servicio de esa clase dominante. Desde 1853 en adelante, la oligarquía liberal argentina ha inculcado permanentemente a toda la cultura del país -en lo pedagógicosus propias normas y valores, penetrando todas las instituciones -económicas, jurídicas, educativas, políticas, financieras, religiosas, militares-, y de esta manera impregnó y unificó a su alrededor el espíritu nacional, asegurándose el control político frente al poder amenazador del pueblo. Sus miembros están estrechamente unidos por un cohesivo sentimiento de clase, fundado en la conciencia de la usurpación latente del poder político por parte del pueblo. De ahí esa interna solidaridad de clase de la cual depende su supervivencia. Los estudiantes no deben olvidar que sus educadores fueron educados. Y que el sistema que los modeló a su imagen y semejanza cultural fue el de la oligarquía. La Universidad, asentada como institución modeladora y transmisora de la cultura oficial, sobre la dualidad del latifundio terrateniente y el imperialismo británico, venía cumpliendo la tarea de formar conciencias adictas al sistema de los valores culturales derivados de la propiedad territorial. La Universidad era solidaria con las demás instituciones vigentes -económicas, jurídicas, culturales-, pues era mero producto o expresión ideológica de los círculos sociales y culturales dominantes, y que a su vez era reproductora de esa cultura dominante. Ella fue el medio más sutil del predominio espiritual del coloniaje. Esto explica el peligro que veía la oligarquía en el movimiento estudiantil de la Reforma Universitaria, pues ésta aspiraba nada más y nada menos que -en líneas generalesa la democratización de la cultura, y por ende, a crear espacios de debate que permitan poner en cuestionamiento el pensamiento único y dominante contraponiéndole el pensamiento crítico y libre, como veremos luego. Nada más difícil para el hombre promedio, sumido en preocupaciones prácticas, acostumbrado a ver las cosas pero no las relaciones entre las cosas, que descubrir los fines sociales encubiertos de un sistema educativo. Entre la clase alta que educa y las clases inferiores educadas, hay capas intermedias que sirven a esa clase: maestros, periodistas, profesores. Por eso, el sistema educativo de la oligarquía ha dirigido férreamente la enseñanza de la historia, del derecho, de la literatura, materias formativas por excelencia, a los fines de afirmar y justificar ante las demás clases su dominio político y petrificar culturalmente su prestigio. Estas materias, enseñadas tendenciosamente, han sido las armas defensivas del conservatismo social de las clases altas. La aceptación acrítica y definitiva de innumerables imágenes cuidadosamente seleccionadas por la oligarquía gobernante, comenzará a forjarse en la representación psíquica del alumno desde la escuela primaria, continuando sin pausa hasta sus estudios universitarios. Algunos ejemplos prácticos posibilitarán la comprensión de lo anteriormente expuesto y, en especial, observar la relación existente entre la educación como reproductora de la cultura dominante y el aseguramiento -a través de la formación de conciencias adictas- del poder político y el prestigio social:

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Si tomamos la enseñanza de la historia, difícilmente la oligarquía -refiriéndose a la Conquista del Desierto-, lo haga hablando de exterminio vergonzoso o genocidio hacia el indígena, o de la usurpación de tierras pertenecientes a comunidades social y políticamente organizadas, o de la evangelización impuesta a grupos humanos que ya poseían una religiosidad propia. Todo lo contrario. Dirá que la civilización debe acabar con la barbarie y el salvajismo de esos indios facinerosos, que la civilización tiene mejores derechos que los pueblos incultos y que los pueblos civilizados deben defenderse de los ataques contra sus poblaciones indefensas. Así, a través de la reiterada propagación en las aulas de este tipo de discurso dominante, el poder de la oligarquía -obtenido por la fuerza de las armas, como vimos en este caso- no será cuestionado, estará justificado de generación en generación y su prestigio se mantendrá inalterado. Lo mismo ocurrirá, si la referencia se hiciera con relación al concepto abstracto de imperialismo, con lo cual no habría impedimento alguno en hacerlo, pero jamás la oligarquía hará mención concreta del imperialismo británico en la Argentina, pues éste justamente es el que ha posibilitado -con el beneplácito servil de esa misma oligarquíala dependencia económica y política del país de dicho imperialismo. Y no debemos olvidarnos de aquellos que han escrito la historia oficial -tal es el caso de Bartolomé Mitre-, quien ha contribuido durante mucho tiempo a mantener el sistema de poder establecido, siendo manejada su obra como instrumento ideológico que justificará la estructura de dominación existente. Si tomamos la enseñanza del derecho, más difícilmente aún la oligarquía -refiriéndose al derecho de la propiedad privada-, lo haga resaltando la importancia de la función social de la propiedad, y menos todavía, proponga la necesidad de implementar una reforma agraria en el país. Todo lo contrario. Dirá que la propiedad la explota únicamente para sí mismo quien la detenta legalmente, y detentarla no deberá implicar necesariamente explotarla. No podría ser de otra manera: la base del poder político de la oligarquía y su prestigio social es la propiedad de la tierra. Si a alguien se le ocurriera hacer referencia a la participación del trabajador en las ganancias de la empresa, para asegurar un reparto más justo de las utilidades y aspirar a la liberación del hombre, no sólo el oligarca rechazaría absolutamente tal propuesta sino que la tildaría al menos de subversiva o socializante. Dirá que un trabajador que no aporta capital alguno, no puede participar de ninguna ganancia extra, máxime si se le está pagando un salario por su trabajo. Prueba suficiente de tal oposición es la existencia en nuestra Constitución Nacional de una cláusula similar a dicha propuesta, y que jamás ha sido aplicada. Por lo tanto, vemos nuevamente que reproduciéndose la cultura dominante a través de los canales de la ideología institucional escolar -la cual será fuente de convalidación o legitimación del sistema dominante-, tanto el poder político de la oligarquía como su prestigio se mantendrán resguardados en forma perdurable. Si tomamos la enseñanza de la literatura, la selección del material literario que será utilizado por el estudiantado se hará escogiendo minuciosamente aquellas obras que destaquen y glorifiquen a esta casta superior de la sociedad criolla que es la oligarquía. No faltarán las páginas de Sin rumbo de Eugenio Cambaceres, o de Recuerdos de provincia de Domingo F. Sarmiento, o de Santos Vega de Rafael Obligado, o de Ariel de José E. Rodó, entre otras, para resaltar e impregnar la imagen de dicha superioridad y de minoría predestinada de esa aristocracia de la inteligencia y de la riqueza. El aparato cultural de la oligarquía y la intelectualidad a su servicio, son abundantes.

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La formación de la conciencia ideológica de las clases no aristocráticas, educadas en el respeto hacia los valores de la clase dirigente, comienza en la familia, se continúa en la escuela, se moldea en la enseñanza media, se cristaliza definitivamente en la Universidad. En el año 1918 el país contaba con tres Universidades nacionales y dos provinciales. Las tres primeras eran: la de Córdoba (fundada en 1613, de influencia clerical), la de Buenos Aires (fundada en 1821, de influencia positivista y liberal) y la de La Plata (fundada en 1890 y nacionalizada en 1905, de influencia cientificista). Las dos restantes eran: la del Litoral (fundada en 1889 y nacionalizada en 1919) y la de Tucumán (fundada en 1912 y nacionalizada en 1920). La realidad de la Universidad de entonces tenía las siguientes características: a) adecuada en contenido y forma a las necesidades culturales de aquel país feudal, casi monoproductor y aristocrático, y a la vez, formadora de su clase gobernante, se convertía así en elitista, prácticamente sin acceso para sectores sociales como la clase media y la clase obrera calificada, constituyéndose en un ámbito restringido a los hijos de las familias más poderosas. Esta realidad era un signo del liberalismo oligárquico imperante; b) predominaba un autoritarismo jerárquico que descartaba toda posibilidad de participación y de disenso, de polémica y de renovación, de la búsqueda de la verdad sin barreras de ningún tipo. De esta manera, el concepto de autoridad resultaba arcaico y anacrónico, pues si no existe un mínimo acercamiento espiritual entre el que enseña y el que aprende, una mayor libertad de interacción, toda enseñanza es hostil, y por consiguiente infecunda. Precisamente, autoridad y jerarquía eran principios sagrados e inmanentes de las clases conservadoras, siempre reacias a los intentos renovadores. Esta realidad era un signo del tradicionalismo reaccionario también imperante; c) el objetivo central de la carrera universitaria era el otorgamiento de títulos profesionales habilitantes de la disciplina elegida por el alumno. Todo el funcionamiento de la actividad académica se reducía casi exclusivamente al de un centro de formación profesional de médicos, abogados, ingenieros, limitada a un mero profesionalismo o academicismo sólo interesado en la erudición por la erudición misma, sin que importe enseñar a pensar para emancipar al alumno de toda deformación dogmática. Sin que importe además la formación de hombres a los que se les inculque normas éticas superiores. Sin que interese también la formación de ciudadanos, es decir, no alejar la capacitación recibida del compromiso y los deberes de los estudiantes con la comunidad civil (proyección social) y política (dirigentes del mañana) que los rodea. Esta realidad era un signo de la ortodoxia y la mediocridad imperantes; d) debido a la influencia de la filosofía tomista preponderante en esa época, las humanidades y el derecho, imbuidos de ese irracionalismo, se valoraban mucho más en desmedro de la actividad científica, la que a su vez recibía una actitud taxonomista y descriptiva por encima del método experimental. Era inexistente la investigación científica -ya sea en laboratorios, gabinetes o bibliotecas-, como forma de revisión permanente del conocimiento dentro

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del proceso indagatorio de acercamiento a la verdad. Esta realidad era un signo del anquilosamiento intelectual y del conformismo docente imperantes. La Universidad es un producto de la sociedad que la rodea, que no puede interpretarse ni en su organización, ni en su espíritu, sino partiendo de las condiciones objetivas en que se desenvuelve el medio exterior. Históricamente, a todo tipo de organización social ha correspondido una determinada Universidad. La circunstancia que inmediatamente después del descubrimiento de América comenzaran a fundarse las Universidades de este continente (Santo Domingo, 1532; México, 1551; Lima, 1555 y Córdoba, 1613), indica claramente la importancia que se les asignó como instrumento intelectual de la colonización. A esta Universidad evangelizante sucede otra, cuya función es llenar las necesidades de administración colonial, formando a través de la enseñanza de ciencias seculares, a quienes después concretarían el proceso de la independencia política. Alcanzada luego la organización nacional, la Universidad tendrá la tarea de formar profesionales adaptados al modelo económico agroexportador, cuyo beneficiario -el sector oligárquico terrateniente- adoptará la mentalidad de su mejor cliente, el Imperio Británico. La realidad anteriormente descripta, generó gradualmente en los estudiantes universitarios el plantearse la necesidad de construir una Universidad nueva, abierta, libre, democrática, humana, científica, pedagógica, heterodoxa y comprometida con el país y su transformación. Los jóvenes universitarios, que se sentían por fin reconocidos como ciudadanos plenos de su país con la llegada de Hipólito Yrigoyen al gobierno, no podían seguir aceptando ser manejados en las casas de altos estudios como súbditos de grupos cerrados que gobernaban los claustros con rigidez y paralizaban todo intento renovador. El movimiento estudiantil fue consecuencia de un proceso dialéctico:

▪ nuestro país venía de arraigadas prácticas fraudulentas desde 1880, llevando a cabo una sistemática e inexorable democracia restrictiva; ▪ una poderosa oligarquía terrateniente había impuesto un régimen dominante que mantuvo su influjo -relativo pero firme- aún finalizado el mismo; ▪ el ascenso del radicalismo al poder con Yrigoyen asegura el cese del fraude, iniciando un proceso de democratización institucional, alcanzando los sectores medios y bajos de la sociedad un protagonismo cívico que anteriormente les había sido negado; ▪ el crecimiento poblacional, las migraciones internas y la expansión de la urbanización transformaron a la sociedad y la predispuso a expresarse abiertamente y ser propensa a explosiones combativas; ▪ la influencia ideológica y el ambiente revolucionario que habían fomentado tanto la Revolución Mexicana -en el ámbito latinoamericano-, como la Revolución Rusa -a nivel mundial-, propagaron la convicción de que cualquier manifestación de autoridad ilegítima debía ser desobedecida y destituida, animando de este modo todo tipo de fantasías juveniles; ▪ la finalización de la Primera Guerra Mundial trajo efectos negativos como la recesión económica, y junto a ella el incremento de los conflictos sociales; ▪ este escenario estimuló y contagió en la juventud un estado de efervescencia, que sumado a su natural rebeldía y justas aspiraciones reivindicatorias,

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convergió en una movilización estudiantil espontánea que produjo finalmente una nueva concepción de la cultura representada en la Reforma Universitaria. II. LOS ACONTECIMIENTOS No fue casual que el movimiento estudiantil de la Reforma Universitaria se iniciara en la ciudad de Córdoba. La Universidad de Córdoba era altamente elitista, dominada por la Iglesia Católica y las familias más influyentes de la aristocracia provincial, cuyos representantes monopolizaban tradicionalmente los cargos docentes de generación en generación. El apego a los dogmas religiosos y los contenidos retrógrados de la enseñanza eran un obstáculo insalvable para la libertad de cátedra y el avance del conocimiento. Un catolicismo intolerante dominaba toda la Universidad bajo la dirección de la llamada Corda Frates y del Arzobispado. La Corda Frates era una logia o círculo católico integrada por legisladores, altos funcionarios y políticos de distintas vertientes, unidos por lazos de amistad o de parentesco, que en reuniones de tertulia decidían los destinos de la vida universitaria, principalmente imponiendo siempre sus candidatos al frente de la docencia. Traducido en términos más vulgares: la trenza que gobernaba la Universidad. Si bien el creciente entusiasmo juvenil por los problemas culturales y políticos reconoce antecedentes en las grandes huelgas llevadas a cabo entre 1903 y 1906 que paralizaron la Universidad de Buenos Aires, e inspiraron la fundación de los Centros de Estudiantes de Medicina e Ingeniería (1904), de Derecho (1905) y la Federación Universitaria de Buenos Aires (F.U.B.A.) (1908), el malestar universitario que habría de encender la chispa inicial del conflicto cordobés comenzó a fines de 1917 a raíz de la supresión del internado en el Hospital Nacional de Clínicas dependiente de la Universidad de Córdoba -que servía de vivienda a alumnos de medicina de menores recursos- y, también, la ordenanza de decanos que establecía nuevas condiciones para la asistencia a clase de todos los alumnos de la Universidad, tras lo cual los Centros de Estudiantes de Medicina e Ingeniería protestan enérgicamente por dichas medidas. Finalizadas las vacaciones de verano, y como aquellos reclamos iniciales no fueron atendidos, los estudiantes volvieron a la carga, empleando un tono perentorio. Mientras, se constituye el Comité Pro-Reforma, que va a dirigir el movimiento estudiantil hasta el día 16 de mayo de 1918 -fundación de la Federación Universitaria de Córdoba (F.U.C.)-, integrado por delegados de las tres Facultades de la Universidad: Medicina, Derecho e Ingeniería. El día 20 de marzo, el Consejo Superior de la Universidad resuelve “no tomar en consideración ninguna solicitud de los estudiantes”. Estos reaccionaron con violencia, y como el día 31 debían iniciarse las clases, el Comité Pro-Reforma recién constituido proclama la huelga general del alumnado. El día 2 de abril, ante los hechos, el Consejo Superior resuelve “clausurar las aulas de la Universidad Nacional de Córdoba hasta nueva resolución ... Queda prohibida la entrada al instituto a toda persona que no sea académico, profesor o empleado del mismo”. Entonces, forzado por las circunstancias y como último recurso, el Comité Pro-Reforma pide al ministro de Instrucción Pública de la Nación la intervención de la Universidad. El día 11 de abril Yrigoyen designa interventor de la Universidad cordobesa al Procurador General de la Nación, José Nicolás Matienzo, quien tendrá la tarea

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de normalizar la casa de altos estudios. Ese mismo día, queda constituida en Buenos Aires la Federación Universitaria Argentina (F.U.A.). Una vez que la intervención consideró normalizada la situación y reformado el estatuto universitario para democratizarlo, resolvió convocar a elecciones para la designación del rector, fijando el 15 de junio para la realización de la Asamblea Universitaria. Cabe señalar que poco antes ya se habían elegido nuevos decanos y vicedecanos de las Facultades, triunfando casi todos los candidatos propuestos por la F.U.C., quienes inmediatamente fueron puestos en posesión del cargo por el interventor. Existían tres candidatos para el cargo de rector: Enrique Martínez Paz, apoyado por la F.U.C.; Antonio Nores, perteneciente a la Corda Frates; y Alejandro Centeno, de origen transaccional. El núcleo de la Corda Frates consiguió que los jesuitas y el clero cordobés presionaran a los electores por medio de sus madres, esposas e hijas. De esta manera, llegado el día de la elección, algunos votantes que se consideraban democráticos dieron su voto por el candidato de la Corda Frates. Tras dos votaciones fallidas, pues ninguno de los tres candidatos obtuvo la necesaria mayoría absoluta, se efectuó una tercera por los dos más votados. Entonces los votos de Centeno se volcaron a Nores, que totalizó 24 contra 13 de Martínez Paz. Pero no se llegó a proclamar el resultado ni a aprobarse el acta respectiva -elementos necesarios, según el nuevo estatuto, para perfeccionar la elección-. Sin dar tiempo a la consumación legal, los estudiantes invaden la sala, se forman tumultos, denuncian a los jesuitas el haber digitado la elección, intiman a la policía a abandonar el edificio, y ante la negativa, los arrastran hasta la puerta de calle. Un estudiante es herido en el brazo al desarmar a un hombre que llevaba un puñal en su mano, quien supuestamente era guardaespaldas de un profesor. La Asamblea de estudiantes decide decretar la huelga general. En la puerta de la Universidad se fijó un cartel que decía: “se alquila”. El período de las palabras había terminado. Dos días más tarde Nores intentó asumir el rectorado, produciéndose nuevos actos de violencia. Reunido en su despacho con los tres presidentes de F.U.C. que venían a pedirle la dimisión, habría dicho -luego lo negó-, que prefería que “quedase el tendal de cadáveres de los estudiantes, antes que renunciar”. Los delegados estudiantiles pudieron escapar por una ventana a la policía que los acosaba dentro del edificio universitario. A todo esto, el conflicto asumía proporciones nacionales. Todas las Federaciones Universitarias y los estudiantes secundarios prestaban su adhesión a la F.U.C., así como también numerosos sindicatos e instituciones, y muchos hombres destacados: José Ingenieros, Juan B. Justo, Alfredo Palacios, Mario Bravo, Enrique Dickmann, Nicolás Repetto, Augusto Bunge, etc. Los días subsiguientes se realizaron actos y manifestaciones callejeras, siempre bajo los ataques de la policía. Contemporáneamente a la creación del Comité Pro-Reforma, los sectores antirreformistas habían creado el Comité Pro-Defensa de la Universidad, y luego los Centros Católicos de Estudiantes. Este Comité efectuó una marcha callejera en respuesta y “desagravio a la cultura cordobesa”. El día 21 de junio se da a conocer el célebre Manifiesto Liminar, publicado en La Gaceta Universitaria, donde la F.U.C. expone su posición revolucionaria, utilizando un lenguaje emparentado con los episodios

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revolucionarios de México y Rusia, con un tono heroico y romántico -propio del carácter juvenil-, y recogiendo la tradición panamericanista y emancipadora de San Martín y de Bolívar. Los pasajes más relevantes del mismo son los que a continuación se transcriben: “Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. La rebeldía estalla en Córdoba ... Las universidades han sido...el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y...el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara ... Nuestro régimen universitario...es anacrónico ... La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando ... El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes ... Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que...es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia ... si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección ... La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante, sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien ... El espectáculo que ofrecía la asamblea universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído por los intereses de la Universidad. Otros -los más- en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!) ... A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la suma de la represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical ... No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, ni al juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar ... el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión. La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa. La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su federación, saluda a los

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compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia”. Del 20 al 30 de julio de 1918 sesionó en la ciudad de Córdoba el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, convocado por F.U.A. e integrado por delegaciones de Buenos Aires, Córdoba, Litoral, Tucumán y La Plata, cuyas deliberaciones fueron agitadas y tenaces, aportando como resultado valiosísimo interesantes proyectos de ley y estatutos universitarios, en los cuales quedará plasmado definitivamente el ideario o el extenso repertorio de los principios o postulados reformistas, inconfundibles más tarde por la gran notoriedad que lograron alcanzar. Se trata de los siguientes: ►Autonomía universitaria: consiste en la capacidad que tienen las casas de altos estudios de gobernarse por sí mismas, sin injerencia gubernamental de ningún tipo. Abarca tres aspectos: administrativo, financiero o autarquía y científico-pedagógico. ►Cogobierno o gobierno tripartito: es la intervención y participación en el gobierno de la Universidad de los profesores, estudiantes y graduados, todos en igualdad de condiciones (integración paritaria), para la fijación de las metas y la toma de las decisiones. Crea hábitos de trabajo y genera poco a poco el sentido de la responsabilidad en la cosa común y el interés en la cosa pública. ►Popularización de la cultura: este principio es contrario al limitacionismo o malthusianismo como política reaccionaria que impide el acceso de grandes capas de estudiantes a la Universidad mediante cupos de ingreso o admisión en cada carrera. Este principio, en cambio, promueve el libre acceso de los sectores populares o hijos de obreros a la Universidad, es decir, una Universidad abierta al pueblo, que no es fácil de cumplirlo y que tampoco depende exclusivamente de los esfuerzos de la propia Universidad. ►Gratuidad de la enseñanza: este principio es contrario al elitismo excluyente del arancelamiento universitario, y tiende a asegurar la igualdad de oportunidades educativas, favoreciendo el acceso de los sectores populares a los estudios superiores y garantizando su permanencia en los mismos. ►Régimen de concursos para provisión de cargos: a fin de evitar la rutina, el estancamiento, la pedantería docente y las camarillas, y a la vez, estimular la competencia académica entre los profesores, se ha establecido el sistema de concurso por antecedentes, títulos y oposición, que por otra parte es el que más garantías de imparcialidad ofrece a los aspirantes. ►Publicidad de los actos universitarios: este es un principio de carácter republicano que aplicado a la Universidad consiste en la exigencia de que la comunidad universitaria debe ser y estar bien informada de los actos ejecutados por sus integrantes, garantizándose así transparencia y control. ►Periodicidad de la cátedra: este principio consiste en que al cabo de determinado tiempo, toda cátedra vuelve a concursarse. Si el profesor que la ejerce aspira a continuar, debe “reconquistarla”. Con esto se pretendió terminar con el feudalismo universitario de la época anterior a la Reforma, donde los cuerpos directivos y docentes no se renovaban jamás, los cargos se ejercían ad vitam. La cátedra vitalicia solía anquilosar al profesor, que sintiéndose seguro de ella, dejaba de producir y estudiar, mientras cerraba

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el paso a los más aptos. La periodicidad es un medio para la mejor selección docente y no un mero fin autónomo. ►Libertad de cátedra o cátedra libre: la libertad de enseñanza está íntimamente relacionada con la libertad de cátedra; si no hay libertad de cátedra, la libertad de enseñanza es una ficción. La libertad de enseñanza es el derecho constitucionalmente reconocido para ejercer la docencia, mientras que la libertad de cátedra es la docencia ejercida libre de toda subordinación o injerencia externa de tipo ideológica, filosófica, científica, pedagógica o religiosa, respetándose el pensamiento o la orientación propia del docente. Se ha asimilado laicismo a libertad de cátedra. Las Universidades nacionales, por ser laicas, son prescindentes en materia religiosa. Laico no es sinónimo de ateo. La libertad no equivale a la suma de los sectarismos. La enseñanza no será libre cuando existan Universidades católicas, masónicas, fascistas, judías, protestantes, etc. La libertad no consiste en el derecho a encerrarse en la propia cueva donde refugiarse o a taparse los oídos, sino justamente en lo contrario: implica la obligación de mantener el espíritu abierto a todas las formas fecundas de pensamiento. La educación es educación para la libertad. Para poder elegir libremente. No es verdad que el hombre nazca libre; el hombre aprende a ser libre en dura lucha contra el prejuicio, la ignorancia, el sectarismo y el totalitarismo. La personalidad del alumno se forma en contacto directo con las distintas teorías filosóficas, económicas y políticas. Querer encerrarlo en una jaula, con el pretexto de que es la auténtica y verdadera, es un atentado a la libertad del espíritu y una monstruosidad pedagógica. Lo expuesto, refleja claramente el espíritu de la Reforma en esta cuestión, y significa otro aporte más para terminar con el antiguo dogmatismo universitario. ►Cátedra paralela o docencia libre: este principio es derivación del derecho constitucional de enseñar y aprender, y se basa en que cualquier persona, con sólo acreditar suficiente idoneidad, pueda ejercer la docencia en Universidades nacionales. Se crean así cátedras paralelas a las existentes, para establecer competencias superadoras, aumentar el número de profesores con la consiguiente descongestión de espacio y tareas, permitir que los alumnos escojan el enfoque más acorde con sus preferencias y suavizar discriminaciones ideológicas, de esta manera se asegura el debate y la libertad ideológica suprimiendo la aristocratización de la docencia. ►Asistencia libre: se tiende con ella a estimular al docente a la renovación permanente de su cátedra, pues al no ser obligatoria la asistencia, podría disminuir ante la pérdida de atractivo para el alumnado; al mismo tiempo, permite a los estudiantes elegir la cátedra más afín a sus exigencias. ►Extensión universitaria: este principio está relacionado con la proyección e integración social universitaria. Los estudiantes reformistas mostraron preocupación porque la Universidad no fuese reducto de clase y devolviera a la sociedad que la sostiene, parte de los bienes que recibe de ella. Se parte de un reconocimiento de la existencia de una contradicción inadmisible entre la igualdad de derecho establecida por las leyes, y la desigualdad de hecho que no permite distribuir equitativamente los beneficios de la cultura. De esta manera, la Universidad va hacia el pueblo para conocer sus problemas, ilustrarlo y colaborar en la creación de normas que lo protejan contra la violencia y el privilegio. Por ejemplo las tareas de alfabetización o asistencia

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de la salud pública en “villas miseria” a cargo de los estudiantes, o la organización de conferencias o espectáculos artísticos en lugares públicos, etc. ►Libertad de juramento: antes de la Reforma, por lo menos en la Universidad cordobesa, el juramento profesional se prestaba obligatoriamente sobre los Santos Evangelios. Esta negación arbitraria e intolerante de la libertad de culto y de conciencia fue eliminada en forma definitiva, siendo en la actualidad el juramento religioso de carácter optativo. Para la democratización de la Universidad y la enseñanza universitaria, tanto el gobierno tripartito, la popularización de la cultura y la libertad de cátedra, resultan ser sus instrumentos básicos, pues la Universidad debe corregir para democratizarse no sólo sus prácticas internas, sino también asegurar el libre acceso a sus claustros conjuntamente con la ausencia de discriminaciones ideológicas. En los meses subsiguientes se produjo la renuncia del rector Nores y el envío de un nuevo interventor nacional en la persona del propio ministro de Instrucción Pública, don José S. Salinas, que ante la prolongada demora para dicho envío (Yrigoyen vacilaba en hacerlo, por eso pedía “Producid hechos”, para provocar la intervención), la Universidad fue tomada por los estudiantes asumiendo la F.U.C. su dirección hasta que llegase la intervención. Interinamente fueron cubiertos todos los cargos directivos y docentes, la huelga cesó y se reabrirían las clases y la biblioteca, invitándose al pueblo a concurrir a la inauguración de las clases. La proclama se fechaba en “Córdoba Libre”. Pero la “ceremonia oficial de inauguración de los cursos” fue interrumpida por un centenar de soldados y un fuerte contingente policial. Las puertas se cerraron, el ejército las derribó, los ocupantes fueron detenidos y procesados. Pero la “toma” había cumplido su objetivo: el interventor comunica ese mismo día que arribaría a Córdoba inmediatamente. El proceso judicial cayó en rápido olvido. Para el 12 de octubre la Universidad ya contaba con un nuevo rector -Eliseo Soaje-; todos consideraban que el triunfo revolucionario era total. Tan extraordinaria fue la sensación de victoria, que años después la juventud no parecía repuesta de la alegría del triunfo, mostrándose satisfecha y orgullosa por la obra alcanzada. El movimiento estudiantil reformista excedió los límites de Córdoba, e inclusive de la Argentina, propagándose rápidamente su impulso renovador hacia La Plata, Buenos Aires, Tucumán, Chile, Perú, Cuba, México y Bolivia, en estos países como respuesta a un estado de la conciencia continental de carácter antioligárquica y antiimperialista, que venía gestándose, desde muy atrás, por similitud de condiciones históricas de la realidad latinoamericana. No sólo la Reforma pretendía plantear temas de proyección latinoamericana, sino que además expresaba anhelos de solidaridad con los obreros, cuya lucha en pro de la redención social estaba dispuesta a apoyar, lo que reflejaba una real convergencia de clases. El estudiante reformista no se concibe sino como hombre que a la vez que propugna la transformación institucional de la Universidad y de la educación toda y de sus contenidos pedagógicos, lucha en el campo político, como ciudadano, por la transformación político-social indispensable (“emancipación del brazo y de la inteligencia”, se llegó a denominar a la Reforma Universitaria). Hoy, ya en el siglo XXI, la dominación que somete a toda América Latina es económica, pero la batalla emancipadora deberá ser cultural, con ese mismo

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espíritu revolucionario que tuvieron los estudiantes universitarios de 1918, con la diferencia que -ahora- el desafío involucra a todos los sectores sociales. III. LAS CONCLUSIONES Sin pretensiones de clausurar el análisis de los hechos hasta aquí referidos, sino más bien ofrecer a modo de epílogo algunas ideas iniciales que permitan ampliar a futuro la investigación, podemos exponer las siguientes:

 El movimiento estudiantil de la Reforma Universitaria fue un movimiento de carácter social y político. Fue social porque representó a un sector de la sociedad integrado por los estudiantes universitarios. Fue político porque cuestionó la estructura universitaria de poder en ese momento, y no se detuvo en esa sola cuestión, sino que avanzó irremediablemente cuestionando también a la Iglesia, a la familia, a la propiedad privada y al Estado, proponiendo un discurso alternativo -crítico y libre- que sea opuesto y quiebre al discurso hegemónico o dominante difundido e impuesto con carácter uniformizante en esa época, el cual mantiene su predominio en la actualidad. Así la Reforma pasó a ser antioligárquica, antiimperialista, anticlerical, partidaria de la reforma agraria, de la acción de los trabajadores, de la política de nacionalización y latinoamericanista. Por supuesto que esa politización fue criticada por aquellos que desean erradicar “la política en las aulas”, desde la proscripción de los partidismos estudiantiles hasta la amenaza de censura en la exposición científica de las doctrinas políticas desde las cátedras, tal vez porque esa política perjudica la suya. Pretenden un verdadero desdoblamiento de la personalidad del estudiante, como si pudiera dejar en los umbrales universitarios sus ideales políticos, y cuando sale de la clase recogerlos nuevamente. Ser “apolítico” significa, quiérase o no, tomar una posición política, de signo negativo y vergonzante, contraria a toda renovación, conformista con la situación presente. Quienes postulan el apoliticismo están sirviendo y facilitando una política. No se trata de militar en grupos banderizos. Ni siquiera en partidos. La Reforma ha hecho y hace política, entendida como compromiso, diálogo, debate, interacción, construcción, búsqueda de la verdad, transformación, defensa del interés público y apasionamiento por el destino común. Las malas ideas se deben combatir con ideas mejores, no con censura o con medidas policiales, por haber cometido sus autores el terrible delito de pensar.

 En el proceso de lucha estudiantil, la Universidad fue para la juventud una especie de microcosmos social. Allí descubrió el problema social. Advirtió que Estado, Sociedad, Universidad, se alimentaban de la misma amarga raíz. Y los mismos comandos. Lo que empezó como defensa contra la toxicidad de los malos maestros y la mala enseñanza -motivaciones inicialmente pedagógicas-, se convirtió finalmente en enjuiciamiento al sistema social, que es de donde arranca el dogmatismo, el elitismo, la anquilosis y la mediocridad de la Universidad de entonces. Habían advertido que no todo se arreglaba modificando el estatuto universitario, y que en verdad no habría auténtica reforma en la Universidad sin transformación social y política. Era muy claro ver quiénes tenían la Universidad en su poder, para qué servía la Universidad, quiénes pugnaban por tener acceso a ella, qué objetivos perseguían. Las banderas de la Reforma fueron emergentes de un determinado contexto social y político. Por eso sus consignas tuvieron un reconocido sentido de progreso social con una amplia repercusión continental.

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 Se ha querido explicar -desde un enfoque sociológico- las causas generadoras del fenómeno social reformista, habiendo surgido dos teorías que resultan las más significativas y esclarecedoras de dicho fenómeno: a) Teoría de las generaciones: sostiene que la historia se mueve por la divergencia entre cada generación, diferenciada de la anterior por la sensibilidad, por los ideales y por la misión diversa que tienen que cumplir. El conflicto generacional explicaría el divorcio absoluto entre una generación y la subsiguiente. Así, la elite universitaria y gobernante anterior a la Reforma al estar integrada por hombres intelectualmente caducos que no se ajustaban a los nuevos tiempos, fue reemplazada por espíritus jóvenes, con toda la carga de pasión, desinterés y energía creadora propia de la juventud. Esta teoría no es equivocada, pero sí incompleta. El factor generacional es innegable, pero no es el único que puede explicar por sí mismo la totalidad de dicho fenómeno. Existen otros móviles de tipo económico, social o político que determinan la conciencia del grupo con fuerza imperativa suficiente para producir hechos de esta naturaleza. La circunstancia hace al hombre como éste a la circunstancia, en una interacción indivisible. La circunstancia de cada uno está compuesta por muchos elementos: condición social, medio, amistades, cultura, momento histórico. El factor generacional forma parte de esa circunstancia. Esta teoría proviene del filósofo español José Ortega y Gasset. b) Teoría de la lucha de clases: afirma que el motor de la historia de la humanidad es el factor económico reflejado en la lucha de clases. Y esa lucha es la que se desarrollaba en la Universidad: por un lado están los profesores aristócratas y los estudiantes reaccionarios que constituyen la representación más típica de la gran burguesía argentina; y, por el otro, están los estudiantes reformistas y los profesores que adhieren, representación -también típicade la clase media del país. Se completa esta teoría, explicando que esta lucha de clases llevada a cabo por los estudiantes es parte integrante de un movimiento progresivo de la sociedad que forma parte de la lucha de los oprimidos contra los opresores, que a su vez tiende a producir una forma superior de la lucha de clases que es la denominada revolución social, la cual tiene como objetivo esencial la demolición del viejo régimen capitalista y la instauración de otro más progresista. Finalmente, la acción conjunta de los estudiantes con la clase obrera posibilitaría en algún momento la liberación de los explotados. Esta teoría proviene del filósofo alemán Karl Marx.

 La Universidad argentina sufrió más tarde las consecuencias derivadas de la conflictuada política nacional (golpes de Estado, clausuras, intervenciones, persecuciones, odios y revanchismos políticos, etc.) y los períodos de plena vigencia de la Reforma fueron pocos y no demasiado extensos. Pero siempre fue en esos lapsos en los que floreció con más vitalidad la creatividad y creció el prestigio de nuestras casas de altos estudios. La Reforma Universitaria sigue vigente, y hay que resguardarla de las fuerzas impopulares que todavía ambicionan recuperar la Universidad como instrumento de dominación, o desean asfixiar a ésta para matar a la Reforma.

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El presente trabajo ha sido elaborado sobre la base de la siguiente selección y adaptación de textos: * La formación de la conciencia nacional, Juan J. Hernández Arregui, Editorial Plus Ultra. * La primera presidencia de Yrigoyen, Gabriel del Mazo, nº 1, Centro Editor de América Latina (CEAL). * Yrigoyen, Roberto Etchepareborda, nº 20, CEAL. * La Reforma Universitaria, Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti, nº 38/39, CEAL. * Educación popular, Héctor Félix Bravo, nº 42, CEAL. * Propuestas para el debate educativo en 1984, compiladoras: Cecilia Braslavsky y Graciela G. Riquelme, nº 63, CEAL. * Sabattini y la decadencia del yrigoyenismo, Roberto A. Ferrero, nº 81, CEAL. * La Vanguardia: selección de textos (1894-1955), compilador: Roberto Reinoso, nº 90, CEAL. * Manuel Gálvez: 60 años de pensamiento nacionalista, Mónica Quijada, nº 102, CEAL. * Los estudiantes universitarios y la política (1955-1970), Carlos A. Ceballos, nº 103, CEAL. * Estudiantes secundarios: sociedad y política, R. Berguier, E. Hecker y A. Schifrin, nº 154, CEAL. * Historia argentina 1806-1995, Teresa Eggers-Brass, Maipue. * Historia argentina contemporánea, E. Miranda y E. Colombo, Kapelusz. * Historia de la Argentina contemporánea, L. de Privitellio y otros, Ed. Santillana. * Historia argentina contemporánea, Germán Friedman y otros, Puerto de Palos. * Historia Argentina. La democracia constitucional y su crisis, D. Cantón, J.L. Moreno y A. Ciria, vol. 6, Ed. Paidós. * Historia Argentina 1820-Argentina Hoy, Juan Antonio Bustinza, A-Z editora.

Prof. Luis Horacio Isabel Correo electrónico: [email protected] La Plata

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