La Muerte Nuestra De Cada Vida - Cuentos De Yanitzia Canetti

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  • Words: 1,747
  • Pages: 12
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Otras obras de la autora Adiós, best-seller (CBH, 2009) La vida es color de Rosa (Versal, 1998; CBH, 2008)

Relatos de mujeres (Popular, 1999) Al otro lado (Seix Barral, 1998 Planeta De Agostini, 2000) Novelita Rosa (Versal, 1997)

9 Había OTRA vez (Everest, 2009) Solo como un perro (Everest, 2008) Las maravillas de una sencilla sombrilla amarilla (Everest, 2008)

Aquí encontraremos muertos que hablan; vivos que enmudecen y reflexiones sobre los problemas existenciales del hombre en torno a su corto tránsito por la vida. A veces con cierto sarcasmo y otras veces con indulgencia (y hasta con lirismo), estos cuentos abordan desde las cuatro esquinas, cómo asume la cultura occidental el hecho inevitable de la muerte. No hay salida; no hay prórroga: el amor parece ser la única manera de prevalecer. ADVERTENCIA: Una vez en el inframundo, nadie garantiza el eterno retorno.

la muerte nuestra de cada vida

Por el libro (Everest, 2007)

Con un puñado de narraciones mordaces y morbosas sobre nosotros, los mortales, Canetti nos enfrenta al mayor de los miedos humanos: la muerte.

El niño que nunca se reía (Edebé, 2008) El príncipe azul (Everest, 2006) Ay luna, luna, lunita (Everest, 2004)

Yanitzia Canetti

Un poquito más (Everest, 2002) Doña Flautina Resuelvelotodo (Edebé, 2002, 2006) Completamente diferente (Everest, 2000, 2002) Secretos de palacio (Gente Nueva, 1994)

ISBN 978-1-59835-097-5

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La lista completa de libros publicados puede encontrarse en

www.YanitziaCanetti.com

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Yanitzia Canetti nació en La Habana, donde la muerte precede siempre todas las disyuntivas del discurso cotidiano. Mientras estudiaba periodismo, Yanitzia solía ir al cementerio a reflexionar sobre la fragilidad de la existencia y a escribir estos cuentos. Era el sepulturero quien le avisaba de la hora en que ya debía marcharse de allí, cuando el sol se hundía en las penumbras. Luego emigró a Boston, donde ha publicado más de una centena de libros, como si supiera que la vida no le va a alcanzar para expresar su pasión por la vida y su fascinación por la muerte. Entre sus libros publicados se destacan sus novelas “Al otro lado” (Seix Barral, 1998), “La vida es color de Rosa” (Versal, 1998; CBH, 2008) y “Adiós best-seller” (CBH, 2009). Más en

www.YanitziaCanetti.com

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Copyright ©2009 Yanitzia Canetti All rights reserved. www.cbhbooks.com Managing Editor: Manuel Alemán Editor: Estela Serafini (In Memoriam) Designer: Ricardo Potes Correa Author photograph by Rolando Davidson Cover image: © Elultimodeseo | Dreamstime.com Back cover image: © Martha Andrews | Dreamstime.com Published in the United States by CBH Books. CBH Books is a division of Cambridge BrickHouse, Inc. Cambridge BrickHouse, Inc. 60 Island Street Lawrence, MA 01840 U.S.A. No part of this book may be reproduced or utilized in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system without permission in writing from the publisher. Library of Congress Control Number: 2009924603 ISBN 978-1-59835-097-5 Third Edition Printed in Canada 87654321

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A quienes existieron alguna vez, en especial a los muertos, esos que ya nadie recuerda que existieron

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“Porque la vida y la muerte son una misma cosa, así como el río y el mar son una misma cosa”. Jalil Gibrán

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Índice Prólogo La recién nacida Lila y Amor Una vez hace tiempo Caronte Diálogo El deudor Plazo fijo La actriz Los enemigos Hasta que la muerte nos separe Una vez nada más El sueño Tía Aurora Monólogo de la hermosa muerta Había una vez un hombre que no le tenía miedo a la muerte Anagnórisis Tributo La otra muerte

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Yanitzia Canetti

Prólogo

El primer parto de este libro ocurrió cuando era

muy joven y me preguntaba, como lo hemos hecho todos alguna vez, por qué la muerte nos pone límites al deseo, por qué tenemos que existir para dejar de existir, por qué ese morbo universal e infinito de hacernos perseverar como especie dentro de un ciclo generador y exterminador, sin que ninguno de los pretextos terrenales o divinos haya logrado despejar tangiblemente la eterna duda de la existencia humana. Fue así, buscando respuestas imposibles, que me fui a escribir estos cuentos al Cementerio de Colón, en la Habana. Mi proximidad a la infancia me hacía creer que allí encontraría la clave para ciertas inquietudes de entonces. Pero a las ligeras dudas de ayer, se han sumado las densas dudas de hoy. El primer cuento fue “Lila”. Es también el más naïf. No me culpen. Entre tantas búsquedas, también estaba mi afán de hallar el amor sincero, ese que no se rompe ni con la muerte. Como dije, era muy joven. 11

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Luego fueron surgiendo, a lo largo de veinte y tantos años, otros cuentos que convergían en una misma ruta: entender el secreto que nos hace nacer y morir tantas y tantas veces, el sinsentido reproductivo y dialéctico y metafísico y evolutivo y… Al final, la sospecha de que no entenderé más de lo que estoy limitada para entender y que, seguramente, es un entendimiento relativo. Ninguna de las respuestas es la respuesta. Ningún camino me llevará a un lugar que no sea el principio del final o el final del principio: “el eterno retorno nietzschiano de lo mismo”. Como inútiles y efímeros intentos de respirar por un segundo la verdad, aquí les dejo mi ingenua búsqueda a través de narraciones breves, llenas de dolor, de miedo, de contradicciones y de amor. Amante de la vida, amada por la muerte,

Yo

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La recién nacida “Madre dijo que no demoraría. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso”. —César Vallejo

La recién nacida lloraba. El frío mármol hume-

decía sus huesillos aún blandos y anhelantes. Los muertos se hicieron cargo de amamantar su dócil tamaño ante la ausencia materna. ¡La niña les hacía sentir tan muertos...!

“¡Está viva! ¡Hoy empezó a morir!”, pensaban los desmoronados. Ninguno de los muertos pudo ver el cuerpecito de la pequeña, y no por ciegos o por falta de un vivo interés, sino por culpa de aquella densa cárcel marmórea que le aplastaba el ánimo a cualquiera, incluso al más vivo. Sin embargo, les bastaba imaginar 13

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a una recién nacida sobre una de las tumbas para verla en carne y hueso. —¿Quién es la madre? —preguntó la muerta del mil setecientos treinta y tantos. —La lluvia —respondió una voz desde el panteón de los Cabrera Roig. Los muertos rieron a carcajadas, y a algunos se les desencajaron las mandíbulas. (Ahora ya podrían reír para siempre). —¡Qué necedad! ¡La lluvia siempre ha tenido los párpados abiertos! Esa niña no puede ser hija de la lluvia de ninguna manera. Sus ojos llueven, sí, ¡pero están cerrados! —dijo la voz anciana con notable enojo. La voz salida del nicho de los Cabrera Roig calló por fin su ignorancia. Pero el llanto de la niña continuaba mortificando su sueño eterno. —¡Alguna madre tiene que tener esta criatura! —insistió al poco rato—. Debe ser la tierra, o quizás la sangre, o tal vez el fuego, o el color, o la música, o el miedo... Esta vez los muertos no rieron; lloraron. Y los de mandíbula suelta hicieron una mueca sarcástica. —¡Callen al Cabrera ese! —gruñó Ofá, la negra cimarrona de aliento sibilino, ante la insensatez del Cabrera Roig—. Ni la tierra, porque la niña no es 14

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fruto, sino semilla. Ni la sangre, porque la niña no es impulso, sino pedestal. Ni el fuego, porque la niña no es de manos ardientes. Ni el color, porque a la niña no le tiembla el arco iris en sus lágrimas. Ni la música, porque la niña no es eco. Ni el miedo, porque la niña es semilla y pedestal y frío y oscuridad y gruta desolada y sin quejidos... La negra cimarrona lanzó un grito que estremeció todo el cementerio y luego se hundió en su muerte una vez más. Pero los muertos revolvíanse en el lecho por la presencia de la ingenua criatura, que no hacía más que llorar a moco tendido. Aquel llanto les hacía recordar algo... Los que aún conservaban la sangre tibia, lucharon por regresar. Y a los que el frío y el calor no les olía a nada, lucharon por partir. Las lápidas fueron pronto iluminadas por trozos de sol, que caían como piedras gigantes desde un cielo en llamas. La tarde se dio a la fuga, con paso mudo y sin mirar atrás. Los muertos se aterrorizaron, temían otra muerte. Algunos se inquietaron tanto, que sus huesos se escurrieron como agua por entre las fosas anilladas de las lombrices de tierra. La recién nacida no lloraba ya; gritaba con largos aullidos de desesperación. Espantaba con sus gritos a las flageladas nubes del ocaso e inundaba de lágrimas el pozo cósmico. —¿Dónde está la maldita madre de esta chiquilla? 15

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¡Que la saque de aquí cuanto antes! ¡Que se la lleve de una vez! ¡No soporto tanta vida encima de mí! —vociferó una masa de carne maloliente y malhumorada. Apenas la noche se precipitó sobre el cementerio, la madre acudió por fin a la losa fría donde se hallaba el cuerpecito lloroso de su primogénita. Había llegado la hora de amamantar a la pequeña y detener su llanto fatigoso. Todos quedaron mudos... y sordos... y ciegos... La muerte dio de beber de su pecho a la recién nacida.

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