Reina De Bastos - Novela De Vanessa Luma

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  • Words: 1,887
  • Pages: 12
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Colección Novela Abalorios

Vanessa Luma

Vanesa nació en 1974 en Barcelona, España, donde vivió hasta los 21 años. Obtuvo la Licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y posteriormente una Maestría en Relaciones Internacionales en la Escuela Diplomática de Madrid y una especialización de postgrado en Gestión de la Comunicación Política y Electoral de la UAB. Actualmente cursa estudios de doctorado en materia de Paz y Seguridad Internacional. Con su libro, Reina de bastos, Vanessa le pone un rostro a una realidad y a un momento histórico de Colombia, que habitualmente conoce el mundo únicamente a través de los medios de comunicación. Este libro es el resultado de muchas horas de entrevistas con “Lucía”, en cuya historia se basa esta novela.

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Reina de bastos

“Esta es la historia de una puta del Medellín de los ochenta, que mamó algunos de los falos más temidos de este siglo. De manos audaces y lengua afilada, saboreó los primeros copos de oro blanco que corromperían después al mundo y ha sobrevivido en el exilio para contarlo”. Reina de bastos narra el ambiente de los años 80 en el Medellín de una Colombia azotada por las luchas entre narcotraficantes. La lujuria por el poder y el dinero contrasta endiabladamente con la pobreza e injusticia extremas que padecen las clases más desprotegidas del país, lo que constituye un escándalo nacional, ante tanto derroche y violencia. Es una historia que habla acerca de la supervivencia en un mundo desolado que ni el Diablo desearía como morada; en un mundo que comienza en las puertas del sufrimiento más temprano y acaba postrado sobre el ombligo de la más recóndita perdición.

13.97cm X 21.59cm

ISBN 978-1-59835-104-0

51499

$14.99

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9 781598 351040

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Copyright ©2009 Vanessa Luma All rights reserved. www.cbhbooks.com Managing Editor: Manuel Alemán Editors: Estela Serafini and Francisco Fernández Designer: Ricardo Potes Correa Published in the United States by CBH Books. CBH Books is a division of Cambridge BrickHouse, Inc. Cambridge BrickHouse, Inc. 60 Island Street Lawrence, MA 01840 U.S.A. No part of this book may be reproduced or utilized in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system without permission in writing from the publisher. Library of Congress Catalog Number: 2009021479 ISBN 978-1-59835-104-0 First Edition Printed in Canada 10 9 8 7 6 5 4 3 2 1

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... Y es que estoy en ese punto de la vida en que todo duele... y te la estoy entregando...

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A Ti, la dueña de esta historia y a Gabriela, la dueña de la mía

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Índice Capítulo 1

11

Capítulo 2

15

Capítulo 3

21

Capítulo 4

32

Capítulo 5

38

Capítulo 6

42

Capítulo 7

59

Capítulo 8

73

Capítulo 9

85

Capítulo 10

93

Capítulo 11

105

Capítulo 12

118

Capítulo 13

131

Capítulo 14

155

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Capítulo 15

164

Capítulo 16

175

Capítulo 17

187

Capítulo 18

201

Capítulo 19

209

Capítulo 20

220

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Reina de bastos

Capítulo

1 Esta es la historia de una puta del Medellín de los

ochenta, que mamó algunos de los falos más temidos de este siglo. De manos audaces y lengua afilada, saboreó los primeros copos de oro blanco que corromperían después al mundo y ha sobrevivido en el exilio para contarlo. Es una historia que habla acerca de la supervivencia en un mundo desolado que ni el Diablo desearía como morada; en un mundo que comienza en las puertas del sufrimiento más temprano y acaba postrado sobre el ombligo de la más recóndita perdición. Más allá de la lujuria del pecado no hay nada y nadie espera allí ningún perdón. Si encontraste alguna vez el camino de regreso al mundo de los ingenuos después de haber sobrepasado el infierno que toqué yo con mis manos, entenderás mejor que nadie lo que aquí voy a narrar; si no, el hálito oscuro de una libido descontrolada nunca rozó tu piel con sus pupilas húmedas y suaves. Entonces, espero que disfrutes estas páginas como si fueran solamente una ficción. Esta es mi historia:

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Vanessa Luma

Nací a mediados de los sesenta en un mundo hecho

y deshecho por los hombres, condimentado por las mujeres y sufrido por los hijos del pecado como yo. El poder, el dinero y la carne han gobernado mis días; el sexo ha sido mi antídoto contra la marginación; el erotismo de mi corazón vacío y mi boca sedienta, mi salvación; y la venganza, las drogas y el amor, lo que casi acaba conmigo. Nací en un país entroncado en la violencia, donde el que mata vive y el que no, acaba botado en la cuneta. Tenía cuatro años cuando mi madre me vendió a la abuela y esta, a su vez, me regaló a su hermana menor. Poco antes de que esto sucediera, recuerdo una casa pequeña en la montaña, a mi madre bordando vestidos y a mis dos hermanas. Ninguna de ellas tiene hoy rostro y solo la menor de las niñas —que era entonces un bebé— tiene aún nombre. Se llamaba Claribel. Un día de mucho calor salimos del pueblo colina abajo y de alguna forma llegamos al mar. No guardo imagen de aquel instante, pero puedo aún sentir, cuando me esfuerzo, la primera brisa caliente y húmeda y el sabor de la sal quebrar mis labios y quemarme el paladar. La abuela vivía junto al mar, en una casa grande de color blanco, rodeada de palmeras y anunciada por un amplio patio que la guardaba del calor. Las gallinas corrían sobre baldosas rosadas cubiertas de granos de maíz cuando llegamos. —¡Mamá! ¡Maíz! ¡Maíz, y se lo están comiendo los pollos, mamá! —grité acelerada y me lancé al suelo en plancha. —Estate quietica de una vez —me reprendió nerviosa mamá, mientras las gallinas acababan con el maíz y yo notaba cómo la saliva me chorreaba entre las comisuras de los labios. 12

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La abuela Dolores era una mujer grande, tozuda, seria, de piel blanca y ojos profundos, educados para no dejar saber lo que veían y no decir lo que pensaban. No nos abrazó cuando llegamos. Apenas nos miró, nos ofreció asiento junto a la ventana y durante un largo rato, mientras yo observaba todo a mi alrededor en silencio, acomodada en un taburete de madera demasiado alto para que mis pies rozaran el suelo cubierto de tierra, negoció con mi madre el precio que estaba dispuesta a pagar por mí. Al parecer mi madre pedía demasiado por una niña flacucha y sucia que no prometía llegar a ser una buena ayuda en el hogar. Hablaron y hablaron —no recuerdo cuánto— y, después de un rato, mi madre se marchó y me dejó allí, con una pequeña caja de cartón llena de ropas que ella misma había cosido y un paquete de galletas Gloria rellenas de crema de limón. Lloré cuando se fue. Era un mes de agosto. Lo sé porque la abuela lo marcó sobre la madera blanca de una de las ventanas de la casa. Pasé dos o tres meses en La Guajira antes de irme a Bogotá. Solo recuerdo de aquel tiempo el chirrido a óxido de la cancela de hierro y el olor a cemento mojado del saco sobre el que me sentaba en el patio esperando que regresara mi mamá. Para el viaje a la capital, la abuela me regaló una caja de cartón algo mayor que la que tenía donde, además de mis vestidos, encontré un cepillo para el pelo, un par de sacos de lana para el frío y unos zapatos de domingo. Unos zapatos brillantes con un moño color azul. Cruzamos medio país en autobús. Primero tomamos una chiva en el pueblo que nos llevó hasta Riohacha, donde comimos una avena helada y una arepa de huevo. Después 13

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llegó la flota que nos conduciría hasta la ciudad. En algún momento del camino supe que me quedaría a vivir en Bogotá, en casa de la hermana menor de la abuela, la tía Elvira, la que tenía cinco hijos varones y quería tener una niña. Cuarenta horas de carretera, sentada sobre mi cajita de cartón, nos llevaron finalmente a la ciudad en las alturas. Era un día muy frío. El frío era tan largo y tan intenso que se me metió en el cuerpo y me bañó los huesos. El cielo estaba cubierto de nubes negras al alcance de mi mano. Lo sentí tan cerca y parecía tan enfadado, que pensé que en cualquier momento iba a explotarnos en la cabeza y a romperse en trocitos sobre nosotras, pequeñas, insignificantes pulgas bajo su manto grueso de cenizas inflamadas. La ciudad, en cambio, ajena a la amenaza, inmensa y bulliciosa, se mecía con holgura entre las sombras. Tanta oscuridad no era sin duda un buen presagio. Tenía solo cuatro años cuando llegué a Bogotá pero recuerdo muchas cosas de aquel viaje, porque todo fue por primera vez. Por primera vez vi un abrigo; por primera vez me empapé de lluvia; por primera vez reconocí el asfalto, los edificios, el viento gélido y aquellas montañas monstruosas que bordean la capital y parecen fantasmas perezosos en las noches, rascando sus lomos contra las puntas cristalinas de las estrellas. Vi una paloma por primera vez y me enamoré del ruido y de la gente y de la aparente falta de tedio en la ciudad.

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Capítulo

2 La tía Elvira, la hermana de la abuela, no se en-

contraba en casa cuando llegamos. Nos recibió su esposo, Pinzón, y el menor de los cinco hermanos, Pipe, quien me abrazó y me prestó un carrito color rojo que halaba por el suelo con una cabuya* vieja. La casa tenía dos pisos. En el segundo se encontraban las alcobas, que eran cuatro. A mí me acomodaron sola en la más pequeña. Y había un solo baño. Las paredes eran blancas y los espacios diminutos. Los muebles eran de madera oscura y mi primer pensamiento fue que había muchos lugares allí donde esconderse. La abuela se quedó un tiempo, no recuerdo cuánto, y luego se marchó.

C

ada jueves, la tía Elvira salía temprano a hacer mercado y no volvía hasta pasadas las cinco. El tío Pinzón aprovechaba esas horas para meter en la casa mujeres de faldas cortas y piernas gordas en pantis color camel, que se desnudaban entre risas histriónicas y falsos ataques * cabuya: cuerda 15

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