La mejor melodía.
Siempre vivimos en Argentina, desde que nacimos, nos sentíamos parte. Con Angel hicimos la secundaria juntos y allí nos pusimos de novio. Después de terminar nuestra carrera universitaria, (él hizo ingeniria industrial y yo comunicación), aunque ya vivíamos juntos decidimos casarnos, formalizar. Luego de unos años nació Juan Ignacio. Los dos trabajábamos de “lo nuestro” y para cuidar a Juani nos turnábamos con Angel y se sumaba Ester, mi mamá. Todos saben lo complejo que es trabajar y tener un hijo de pocos meses. El bebé crecía rodeado de su familia, sus abuelos y mucha gente que lo quería. Poco a poco los días tormentosos que sucedieron a la cesárea, iban quedando atrás. Ya conocía sus horarios para tomar la teta, no tenía cólicos y se despertaba sólo una vez a la noche, para tomar una mamadera. Si estaba de buen humor, se reía de una manera, que yo podía estar muchas horas jugando con él. Cuando Juan Ignacio tenía tres años, en plena crisis del 2001, Angel se quedó sin trabajo. Fue un golpe muy fuerte para la familia. Con mi sueldo no alcanzaba para los tres y el panorama era desalentador. No me voy a olvidar nunca esa noche calurosa de diciembre, salimos los tres a tomar un helado para despejarnos y las calles de La Plata, por primera vez me generaron pánico. La gente con sus cacerolas, a los gritos, incertidumbre, miedo. Llegamos a casa, nos miramos y dijimos: ¡No da para más!. Lo que sucedió después fue todo muy vertiginoso. La comunicación con los tíos deÁngel, la propuesta de trabajo, hablar con nuestros padres, generar la documentación necesaria, las valijas, el vuelo. Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos en Boston. Llegamos a la casa de los tíos envueltos en una terrible tormenta de nieve. Costaba acostumbrar el oído al idioma. Dicen que uno aprende por necesidad, y en esos días, aprendí tanto o más, que en los años de facultad. La idea era quedarnos en su casa unos meses hasta organizarnos. La verdad ellos nos recibieron de maravillas. Tenían nietos pequeños, por lo tanto a Juani no le faltaban juguetes. Sus ojazos negros brillaban más que nunca. Llegó el momento de comenzar en la fábrica y nuestro hijo iba a la guardería. La maestra nos informaba que lloraba mucho, que no se adaptaba. Nosotros en casa creíamos que no entendía lo que le hablaban. No lograba comunicarse. Intentamos enseñarle el idioma, aunque no lográbamos abandonar por completo nuestro idioma en casa. Su sonrisa maravillosa
renacía cada vez que hablaba con su abuela. Duraba muy poco. Él se transformó en un niño serio, aislado, sin amigos. Todos los días nos preguntábamos con Ángel si nuestra decisión había sido la correcta. Nada estaba saliendo como habíamos planeado. El helado invierno comenzó nuevamente a dar paso a otra primavera, el frío de esos ojazos negros no desaparecía. No lográbamos adaptarnos, aunque ya habíamos pasado dos años allí, a ese clima tan hostil. La maestra de Juan Ignacio, nos comentó que él se estaba llevando muy bien con un nene que había llegado de Cuba, que entre ellos charlaban mucho en castellano y que participaba mucho más en clases. El idioma no era un impedimento para la comunicación, como nos sucedió a nosotros. Un martes soleado, mientras veníamos de la escuela, quiso hacerme escuchar un tema. Conectamos su celular al auto y una armoniosa y enérgica melodía comenzó a invadir el habitáculo. ¿Qué es eso? Pregunté. En determinado momento, las mamás nos damos cuenta que los que nos enseñan cosas nuevas, son ello. – mamá- dijo- es David, mientras hacía mímica de tocar el violín. Nuevamente sus ojos negros brillaban. Esa noche, lo comenté con Angel, gogleamos quién era David Garret, no podíamos creer que nuestro hijo nuevamente se interesara por algo, por la música. Cerca de casa, había una academia, averiguamos, lo charlamos los tres mientras tomabámos unos mates, y decidimos que Juan Ignacio comenzaría. Pasaron ya muchos inviernos, Juan Ignacio tiene 12 años y no se separa de su violín. La música invade mi casa lo mismo que las flores en las macetas del patio. Sus ojos negros brillan intensamente y su risa, para mí, es la melodía perfecta.