La llorona de las salinas. A veces, la escucho de a ratos. Durante las noches suelo levantarme ante algún susurro, cuyo origen no alcanzo a descifrar. Por ello, pronunciar su nombre, me inspira un cierto temor. Recuerdo que alguna vez ha arrojado un par de piedras sobre mi frágil humanidad. Otras veces ha intentado tirarme desde lo alto de un árbol o hacerme perder el equilibrio. Durante mucho tiempo la presentí, pero no la pude ver. Hasta que un día, logré fotografiarla sobre mi ventana. Con su rostro huesudo y sus vestidos deshilachados, dejó que un rayo de luz me muestre su figura. Parecía un espectro o una sombra (quiñetru), con una consistencia inmaterial y algo etérea. No era una anciana fea y arrugada como suelen describirla, sino una joven de mirada calma. Pero también pude ver, el espíritu diabólico que salía de su imagen, dándole vida. Reconozco que no es fácil divisarla, pues le gusta permanecer ignorada. Dicen que siempre está llorando y gimiendo. Pero en su cara pétrea sólo vi los surcos que dejaron las lágrimas derramadas. Todos saben que es mucho más fácil escuchar sus gritos desgarradores, antes que encontrarla en las noches de luna llena. Recuerdo su lastimoso grito, que a veces me impedía dormir. Y aún veo en una foto ajada por el tiempo, sus inexpresivos ojos de piedra (nguecurá). Mi relato será breve y acaso el más pobre de todo lo que se ha escrito, acerca de esta leyenda milenaria. Pero lo hago, porque aún tengo miedo de sus silbidos. El espanto me mueve a describir lo que he visto, pues espero exorcizar ese extraño fantasma. Me agrada que en todas las naciones donde la han visto, se escriba algo de ella. Pues creo que describirla es una forma de ahuyentarla. El remoto lugar donde la intuí, fue en un lejano paraje de la provincia de La Pampa. En el valle de Quehué, donde los terribles indios, hacían sus simulacros de combate, escuche por primera vez su grito. Desde allí partían los malones que asolaban la llanura, comenzando su alarido de guerra, que resonaba por toda la región. Por ello Quehué, significa griterío. Aunque con el tiempo supe que ese grito era un llanto. Desconozco su nombre, pero se la ha nombrado de distintas formas a lo largo de la historia. Sólo puedo decir que una curandera del pueblo la llamaba “Ñukéngüman” que en español significa mujer que llora, o más bien llorona. Se dice que fue una mujer que perteneció a la tribu de los salineros, que vivían cerca de las salinas grandes. Nadie sabe si sus ancestros fueron puelches, tehuelches o ranqueles. Pero lo cierto es que en las salinas, había encontrado su lugar en el mundo. Solía predecir el futuro, evocando una serie de espíritus a los que llamaba los dioses del viento, la brisa y la lluvia (pichicüruv). Había aprendido el arte de la magia y la adivinación, junto a las hechiceras de la tribu, que la cuidaron desde niña. Y con frecuencia se ocultaba por las noches en una cueva, donde hacía sus trabajos (gualichos). La gente de su tribu comerciaba tanto con el blanco (huinca), como con los ranqueles, araucanos, puelches y peuenches. Dicen que en un tiempo lejano, la mujer fue seducida por el hijo de un cacique tehuelche, llamado Neculnamun (pie veloz). El joven cruzó el río Colorado, con un grupo de comerciantes en busca de sal, para mantener la carne de sus animales faenados. Allí se quedaron durante un año, en la toldería de los salineros. La mujer se enamoró del joven cacique, con quien concibió un hijo. Pero el joven, acostumbrado a la vida nómade, decidió abandonarla y volver a su tierra. Le prometió volver a visitarla pronto, pero eso no alcanzó para calmarla. Al poco tiempo, el hijo del cacique se casó con una joven de su tribu y se olvido de su vida en las salinas. Entonces, envió un emisario, con obsequios para su hijo y su antigua compañera. El enviado del muchacho, le avisó a la mujer que su jefe ya no volvería y
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que le enviaría regalos para la manutención de su hijo. Entonces, Ñukéngüman entró en llanto y enloqueció de dolor. Atravesada por la ira, planeó una serie de castigos aberrantes. Le envió a Neculnamun una serie de mantas para los niños de su pueblo, que había comprado a los cristianos (huinca) en sus hospitales. Estas mantas habían sido usadas por pacientes con viruela, que era una enfermedad mortal para los aborígenes. También le envió un poncho a su amado, bordado con finos hilos de oro, sobre el que había realizado un conjuro. La belleza de los espléndidos regalos, hicieron que Neculnamun se colocara el poncho y distribuyera las mantas entre los niños. Pero una vez que el muchacho se colocó la prenda, comenzó a arder en llamas junto a su nueva esposa. Al mismo tiempo, la viruela oculta entre las mantas, mató a todos los niños de la tribu. Y la peste fue tan fulminante, que desapareció un ochenta por ciento de la población tehuelche. Cuando Ñuquéngüman se enteró de lo sucedido con su amado y de la calamidad que asolaba a los tehuelches, tuvo algo de paz. Pero al poco tiempo, ese gozo se trastocó en ira. Queriendo vengar el ultraje a que había sido sometida, tomó a su hijo y lo ahogó en una de las lagunas del sur de Quehué. Entonces, trastornada por la furia y por el engaño, arrojó el cadáver de su hijo en lo profundo del agua y luego se suicidó. Arrepentida de su asesinato aberrante, quiso recomponer su error. Pero ya era tarde y fue condenada a vagar por la tierra, como un espectro que busca a su niño perdido. Por ello se la suele ver vagando por las lagunas, que en otros tiempos fueran tierras de salineros. Allí busca a algún niño asesinado, pero nunca lo puede encontrar. Ella cree que lo va a ubicar por la zona, pero no sabe que ya murió. Va llorando a lo largo de lagos, lagunas o charcos, persiguiendo el alma de su hijo. Pero cuando lo va a rescatar de las aguas, este desaparece. Me han contado que el encargado de un campo de la zona, don Pedro Mayor, la ha visto. El ánima en pena, emitía una extraña energía que paró el motor de su tractor. Parada frente a la laguna de Utracán, el horrible espectro le gritaba: (¿Tuchu ñaüe?), es decir: ¿Dónde está mi hijo? Aunque al parecer, el tractorista no logró ver su cara, debido a que los perros corrieron al espectro mientras gemía entre los caldenes. Pero al poco tiempo, Mayor se hizo pastor evangélico y sus perros murieron de una extraña enfermedad. Durante las noches de luna llena, algunos creen verla flotar sobre el valle de Quehué. La suelen distinguir como un espectro luminoso, con cara de anciana, sentada sobre la barranca que da al oeste. A veces, se suelen escuchar sus gritos y sus carcajadas diabólicas. Quienes la han visto vagar por el cementerio del pueblo, dicen que suele llevar en sus brazos un niño muerto. Pero no puedo dar fe de ello. Algunos la relacionan con la creencia de las mujeres muertas en el parto. Otros la llaman rodillona, la viuda blanca o la dama verde. Se la ha asociado con la Malinche, quien fuera la amante predilecta de Hernán Cortés y una traidora para su pueblo. Los mapuches, la han transformado en uno de los personajes femeninos más característicos de la mitología chilena. Allí se la llama, la Calchona, la Viuda o la Condená. También se la ha confundido con la diosa azteca, mitad serpiente mitad mujer, llamada Chiuacóatl. Esta divinidad era considerada la protectora de los partos y de las mujeres muertas al dar a luz. Otros creen que es la misma Medea, quien es transportada a la tierra en un carro de fuego tirado por dragones y acompañada por los cadáveres de sus hijos, que ella misma asesinó. Pero en verdad, creo que se trata de un demonio, que toma la forma de un fantasma, para asustarnos y hacernos creer extravagantes leyendas Aún no he podido descifrar el significado de toparse con ella. Algunos la consideran el origen de malos presagios o un indicador de malos augurios. Dicen que ha enfermado a algunas personas o ha sido la causante de grandes desgracias. Pero debo confesar, que
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mi vida no ha cambiado en nada desde el momento en que la vi. Sin duda, que podría atribuirle algunos males que he padecido. Pero ellos no han sido nada fuera de lo común. Otros sugieren que se presenta como un ser necesitado de consuelo y ayuda. Como una mujer digna de compasión que sólo busca a sus hijos. Pero tampoco creo en ello. Me han dicho, que hay varias formas de evitarla y olvidarse de ella. Algunos me han recomendado llevar una medalla de san Isidro labrador, otros me han recomendado el uso del escapulario o la medalla de san Benito. Se que algunos han intentado con cuchillos colocados en cruz, agua bendita, alguna cruz de plata, estatuas de sal o colocándose la ropa interior al revés. Una curandera algo estrafalaria, me ha sugerido hacer una danza y una limpieza con ruda. Aunque creo que la única forma de evitarla consiste en tratar de llevar una vida coherente. Tal como me lo dijo el vidente Pedro Mayor: “No hay forma alguna, que los espíritus molesten a quien tiene fe”. Por ello, sostengo, que detrás de todo esto, está el jefe de toda confusión y padre de la mentira. Detrás de esta leyenda universal, se oculta el jefe de los malignos espíritus, que está intentando engañarnos permanentemente. Por las dudas, si ve un espectro gritando y vestido con una sábana muy cerca suyo, salga corriendo en la dirección contraria. Horacio Hernández. http://www.horaciohernandez.blogspot.com
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