La Iliada

  • April 2020
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View La Iliada as PDF for free.

More details

  • Words: 6,635
  • Pages: 21
CARLOS RAFAEL DOMÍNGUEZ

LA ILÍADA Libro I.

2002

Criterios de traducción. A pesar de las varias traducciones tradicionales existentes en lengua española, me tomo el atrevimiento de ofrecer una propia, ajustada a los siguientes criterios: •

Preservar la máxima fidelidad posible al original. Hasta en las palabras. Sin utilizar rodeos ni circunloquios ni procurar un supuesto embellecimiento a costa del rigor literal. La idea es presentar al lector de nuestro medio universitario y público culto en general una versión que lo ubique, en la medida de lo posible, en el momento y lugar de los personajes actuantes.



Otra idea formal, generalmente no observada en las traducciones existentes, ha sido la muy difícil de preservar en la versión el contenido de cada línea, con el objeto de posibilitar una citación más puntual y no la usual de hacerlo por párrafos.



Se han tenido a la vista las siguientes traducciones:

+ La versión castellana presentada por el Prof. Juan Manuel Rodríguez en La Ilíada, Homero, Ed. ALBA, Alcobendas, Madrid, 1999. + La castellana de Luis Segala y Estalella en La Ilíada, Homero, Editores Mejicanos Unidos, S.A., Méjico, 6ª. reimpr., 1993. + La inglesa de William Lattimore. The Iliad of Homer, The University of Chicago Press, Chicago & London, Paperback Edition, 1961. + La francesa de Paul Mazon en la edición de “Les Belles Lettres”. . * Pero fundamentalmente la base principal ha sido el texto griego original ofrecido por “Les Belles Lettres”. Paris. Ed. 1972. Con estas premisas, presento aquí mi propuesta de traducción del Libro I.

Canta, diosa, la ira de Aquileo, hijo de Peleo, ira ruinosa, que acarreó penurias de mil maneras a los aqueos, arrojó al Hades, de entre sus multitudes, a muchas almas valerosas de héroes, mientras los entregó a ellos como despojos de los perros y de todas las aves de presa. Así se cumplió la voluntad de Zeus,

5

desde cuando por vez primera se dividieron en un conflicto el hijo de Atreo, señor de hombres, y el ilustre Aquileo. ¿Cuál de los dioses fue el que los puso a ambos a luchar en esta querella? Apolo, hijo de Zeus y de Leto, quien, encolerizado con el rey, suscitó esa horrible pestilencia sobre sus huestes y así la gente perecía ,

10

porque al sacerdote Crises lo había deshonrado el Atrida. Aquel se acercó a las ágiles naves de los aqueos, para redimir a su hija, llevando obsequios fuera de toda cuenta, sosteniendo en sus manos las guirnaldas de Apolo, el Flechador certero, y suplicaba a todos los aqueos

15

pero de manera especial a los dos hijos de Atreo, caudillos del pueblo: “Hijos de Atreo, y todos ustedes, aqueos de fuertes grebas, ¡ Que los dioses, que tienen sus aposentos en el Olimpo, les concedan saquear la ciudad de Príamo y luego un feliz retorno a la patria ! Liberen ustedes a mi hija y acepten el rescate,

20

honrando así al hijo de Zeus, Apolo, el que acierta los golpes.” Mientras todos los aqueos se pronunciaron con aclamaciones a favor de mostrar respeto al sacerdote y aceptar los espléndidos obsequios, sin embargo, esto no le agradó al ánimo del Atrida Agamenón. Lo despachó con rudeza y le ordenó con enérgicas palabras:

25

“Que nunca más te encuentre, anciano, cerca de nuestras cóncavas naves, ni quedándote ahora ni volviendo más adelante, pues ni tu cetro ni las guirnaldas del dios te aprovecharán. No la liberaré. Va a llegar a la vejez en mi propia casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en su telar y acompañándome en mi lecho.

30

Vete y no provoques mi ira; así estarás más seguro.” Así habló. El anciano, se atemorizó y acató su palabra. Se marchó en silencio junto a la playa del rugiente mar. Entonces marchando muy lejos, el anciano le suplicaba

35

al señor Apolo, a quien dio a luz Leto, la de hermosa cabellera: Óyeme, tú, el del arco de plata, que proteges a Crisa y a Cila, la sacrosanta; y riges con tu poder a Ténedos. Oh Esminteo, si por ventura te agradó que te haya edificado un templo y que en tu honor haya quemado pingües trozos de muslos

40

de toros y de cabras, haz que se cumpla este deseo: que los Dánaos paguen mis lágrimas con tus saetas.” Así habló suplicante. Febo Apolo lo escuchó. Descendió del pico del Olimpo, lleno de furia en su corazón, 45

teniendo en sus hombros las saetas y el carcaj, cerrado en ambos extremos. Las flechas resonaban en los hombros del dios enfurecido, mientras corría. Era semejante a la noche. Se sentó lejos de las naves y disparó una flecha.. Se produjo un terrible fragor del arco de plata. Primeramente disparó sobre los mulos y los ágiles mastines.

50

Después lanzó contra los hombres mismos una rasgante flecha. Continuamente ardían las piras cargadas de cadáveres. Durante nueve días sobre el ejército cayeron las flechas del dios. En el décimo día Aquileo convocó al pueblo a una asamblea. Esto le había puesto en el pecho la diosa de los blancos brazos, Hera,

55

pues se había compadecido de los dánaos al verlos morir. Después que acudieron y se reunieron en asamblea, Aquileo, el de los pies ligeros, se puso de pie y así les habló: “Atrida, ahora muy pronto, yo creo, retornando, volveremos a nuestros hogares, si es que logramos escapar de la muerte.

60

La guerra y la peste de inmediato terminarán con los aqueos. ¡Ea! Convoquemos un adivino o un sacerdote, o un intérprete de sueños, (pues un sueño también proviene de Zeus) , que pueda decirnos por qué Febo Apolo se encuentra tan airado: Si acaso nos reprocha por un voto o una hecatombe;

65

o si acaso ante la fragancia del humo de los corderos y machos cabríos sin mancha quisiera mirarnos favorablemente y protegernos de la peste.” Dicho esto volvió a sentarse. Ante ellos se puso de pie Calcante Testorida, el mejor de los adivinos, que ve las cosas presentes, futuras y pasadas

70

y había guiado a Ilión los barcos de los aqueos, usando la visión profética que le otorgó Febo Apolo. Bien dispuesto hacia ellos, tomó la palabra y les dijo: “ Me has ordenado, Aquileo, amado de Zeus, explicar la cólera de Apolo, el señor gran flechador.

75

Voy a hablar. Pero antes prométeme y júrame, estar pronto a defenderme con tus palabras y tus manos, pues supongo que voy a irritar a un hombre, el más grande de todos los Argivos por su poder y a quien los aqueos obedecen. Más poderoso es un rey cuando está airado con un hombre inferior.

80

Si tal vez refrena su ira por un día, conserva sin embargo en el fondo el rencor, hasta satisfacerlo, en su propio pecho; dime, pues, si vas a protejerme.” Respondiéndole, dijo Aquileo, el de los pies ligeros: “Ten valor y manifiesta el vaticinio que conoces;

85

En el nombre de Apolo, amado de Zeus, a quien tú, Calcante, diriges tus plegarias, cuando interpretas los vaticinios a los dánaos, mientras yo viva y vea la luz sobre la tierra, ninguno pondrá sobre ti sus pesadas manos, junto a las cóncavas naves, de entre todos los dánaos, aunque hables de Agamenón,

90

que al presente se jacta de ser el más poderoso en el ejército”. En este punto, el intachable adivino, tomó coraje y habló: “No nos reprocha por algún voto o alguna hecatombe, sino por el sacerdote al que deshonró Agamenón, y no le devolvió su hija ni aceptó el rescate.

95

Es por eso que el Flechador certero nos ha enviado pestilencias y las seguirá enviando y no retirará la vergonzosa peste de los dánaos, hasta que devolvamos la niña de brillantes ojos a su querido padre, sin ningún pago ni rescate, y llevemos una sagrada hecatombe

a Crisa. De este modo lo propiciaremos y lo persuadiremos.”

100

Así habló y volvió a sentare. Se puso de pie entonces en medio de ellos el héroe, el Atrida, el gran caudillo Agamenón, enfurecido; sus negras entrañas, terriblemente, de pasión estaban repletas. Sus dos ojos parecían de fuego destellante.. Ante todo, mirando torvamente a Calcante, exclamó:

105

“Adivino de males, jamás me has anunciado algo agradable. Siempre le place a tu corazón profetizar lo malo, pero nunca has dicho una palabra buena ni has realizado algo bueno. Ahora hablas en la asamblea revelando un vaticinio a los dánaos por qué causa les envía desgracias el Flechador certero:

110

porque yo el espléndido rescate de la joven Criseida no quise aceptar. Por cierto que vivamente la deseo conservar en mi casa, pues me agrada más que Clitemnestra, mi propia mujer. Ella no le es en nada inferior, ni en sus formas, ni en su estatura ni en su ingenio ni en sus destrezas.

115

Sin embargo, acepto devolverla, si eso es lo mejor. Quiero que mi pueblo esté a salvo y no que perezca. Prepárenme una recompensa digna para mí, no sea que sólo yo quede sin ella entre los argivos, lo que no sería decoroso. Ustedes son testigos de que mi recompensa va a otra parte”

120

Le respondió el espléndido Aquileo, el de los pies ligeros: “Glorioso Atrida, el más codicioso de todos, ¿cómo te darán ahora una recompensa los valerosos aqueos? No sabemos que haya bienes comunes en reserva. Lo que hemos tomado de las ciudades como botín ya está repartido.

125

No es conveniente reclamarle a la gente cosas ya repartidas. No. De momento devuelve la joven al dios. Los aqueos te recompensaremos hasta tres y cuatro veces, si por ventura Zeus nos da para el saqueo la bien amurallada ciudad de Troya” En respuesta le dijo el poderoso Agamenón: “De ninguna manera, por más buen guerrero que seas, divino Aquileo. No me hagas trampa. No me vas a engañar ni me podrás persuadir. ¿Qué es lo que quieres? ¿Tú conservarás tu recompensa mientras yo mismo

130

estaré sin ninguna? ¿Me ordenas devolverla? O bien los magnánimos aqueos me van a dar una recompensa

135

eligiéndola a mi gusto, que sea del mismo valor, o bien si no me la dan, yo mismo la tomaré. Será la tuya , o la de Ayante o la de Odiseo. Iré yo mismo y aquel a quien yo visite sentirá amargura. Con todo, sobre estas cosas deliberaremos más tarde.

140

Ahora lanzaremos al brillante mar una negra nave, reuniremos remeros expertos y una hecatombe vamos a colocar; y a la misma Criseida, la de hermosas mejillas, la haremos ir; se elegirá un jefe, un hombre con voz en la asamblea, o Ayante, o Idomeneo, o el espléndido Odiseo

145

o tú mismo, Peleida, el más terrible de todos los hombres, para reconciliarnos con el Flechador, cumpliendo el sacrificio.” Mirándolo torvamente, Aquileo, el de los pies ligeros, habló así: “Tú, envuelto en desvergüenza y con tu mente siempre maquinando tu provecho, ¿cómo ha de obedecerte de buena voluntad alguno de los aqueos,

150

o para emprender un viaje o para combatir con fuerza a otros hombres? Por mi parte, no he venido por causa de los belicosos troyanos, para luchar aquí. Ellos no han sido culpables contra mí, Nunca arrebataron ellos mis vacas o mis caballos, ni en Ftía, muy fértil y nutricia,

155

destruyeron mis cosechas; pues entre nosotros se interponen muchas montañas sombrías y el mar sonoro. A ti, gran desvergonzado, te seguimos, para complacerte, para conquistarte honor para Menelao y para ti, ojos de perro, a expensas de los troyanos. Pasas por alto estas cosas o no te preocupa

160

Y ahora amenazas con arrebatarme personalmente mi recompensa, por la que me esforcé tanto ,que me dieron los hijos de los aqueos. Nunca he tenido una recompensa igual a la tuya, cuando los aqueos saquean alguna bien fundada ciudadela de los troyanos. La mayor parte de la dolorosa lucha ha sido siempre la obra

165

de mis manos. Pero cuando llega el momento de la distribución del botín, la recompensa para ti es mucho más grande y con alguna pequeña cosa, aunque

grata, regreso a mis naves, después de haber luchado fuertemente. Ahora regreso a Ftía, pues es mucho mejor regresar a mi hogar con las cóncavas naves. No pienso

170

permanecer aquí, deshonrado, amontonándote riquezas y lujo.” Entonces le respondió Agamenón, caudillo de hombres: “Huye, por cierto, si tu corazón a eso te arrastra. Yo no voy a invitarte a permanecer aquí por mi causa. Hay otros conmigo que me honrarán, y sobre todo Zeus, el gran Consejero.

175

Para mí tú eres el más odiado de todos los reyes, amados por los dioses. Siempre te son gratas la discordia, las guerras y las batallas. Si por cierto eres muy poderoso, eso te lo ha dado un dios. Vete a tu hogar con tus naves y tus compañeros. Reina sobre los mirmidones. Nada me interesa de ti.

180

No tengo en cuenta si estás airado. Pero te amenazaré así: Ya que Febo Apolo me quita a Criseida, en mi propia nave, con mis propios hombres, la voy a enviar. Pero tomaré a Briseida, de hermosas mejillas, tu recompensa, yendo yo mismo a tu tienda, para que aprendas bien

185

cuánto más importante soy que tú, y cualquier otro se refrene de hablarme de igual a igual y asemejarse a mí en mi presencia.” Así habló. La ira se apoderó del Peleida, y en el corazón dentro del velludo pecho, estaba dividido su pensamiento: si extraer la aguda espada de junto a su muslo,

190

disolver la asamblea y matar al hijo de Atreo, o contener su rencor y refrenar su ira. Cuando él estaba pesando esto en su alma y en su corazón y estaba sacando de la vaina la gran espada, descendió Atenea desde el cielo. La envió Hera, la diosa de los blancos brazos, que amaba a los dos por igual en su corazón y se preocupaba por ambos. La diosa estaba detrás y tomó al Peleida por su rubios cabellos, visible para él, pues ninguno de los otros la veía.

195

Se asombró Aquileo, se dio vuelta, e inmediatamente reconoció a Palas Atenea; los ojos brillaban terribles.

200

Hablándole a ella pronunció estas aladas palabras: “¿Por qué has venido, una vez más, hija de Zeus, el de la égida? ¿Es para contemplar el ultraje del Atrida Agamenón? Te diré esto, y creo que ha de ser cumplido: obrando con arrogancia, puede llegar a perder su vida.”

205

Le respondió Atenea, la de los ojos grises: “He bajado para calmar tu ira y presuadirte, desde el cielo. Me ha enviado Hera, la diosa de los blancos brazos, que los ama y los cuida por igual a ustedes dos. Vamos, cese la querella; no tomes la espada en tu mano.

210

Solamente lo ofenderás con palabras, sólo será de ese modo. Y también te diré esto, cosa que se ha de cumplir: Algún día se te darán brillantes regalos tres veces mayores en razón de este ultraje. Refrénate y obedécenos.” Respondiéndole, habló Aquileo, el de los pies ligeros:

215

“Diosa, es menester que obedezca la palabra de ustedes dos, aunque esté airado en mi corazón. Así será mejor. Si un hombre obedece a los dioses, también será escuchado por ellos.” Así habló. Y posó su pesada mano sobre la empuñadura de plata Y deslizó su gran hoja dentro de la vaina. No desobedeció

220

la palabra de Atenea. Ella regresó al Olimpo, a la casa de Zeus, el de la égida, con las otras divinidades. Pero el Peleida una vez más con palabras de burla le habló al Atrida y no abandonó su ira: “ Tú, saco de vino, con ojos de perro, con corazón de ciervo. Nunca

225

hasta ahora tuviste coraje ni para tomar las armas con tu gente ni para ir a una emboscada con la flor de los aqueos. No. En tales cosas tú veías la muerte. Mucho mejor es para ti ante la hueste desplegada de los aqueos, tomar los presentes de cada hombre que se atreve a hablar contra ti Rey que te alimentas de tu pueblo, puesto que gobiernas nulidades;

230

de otra manera, hijo de Atreo, éste hubiera sido tu último ultraje. Pero te diré esto y lo afirmaré con un gran juramento: En el nombre de este cetro, que ya nunca producirá hojas ni ramas, ahora que ha dejado su tronco en las montañas;

235

ni florecerá nuevamente, pues el bronce lo privó de hojas y de corteza, y ahora los hijos de los aqueos lo sostienen en sus manos cuando administran la justicia, y el derecho, en nombre de Zeus, defienden. Éste será un gran juramento delante de ti: Alguna vez llegarán, echando de menos a Aquileo, los hijos

240

de los aqueos, todos ellos. Entonces, aunque acongojado, no podrás serles útil, cuando muchos, frente a Héctor, matador de hombres, ellos caigan y mueran. Tú devorarás tu corazón dentro de ti lleno de angustia, por no haber honrado al mejor de los aqueos.” Así habló el Peleida y arrojó al suelo su cetro,

245

tachonado con clavos de oro, y se sentó. El Atrida, por su parte, estaba furioso. En medio de ellos, Néstor, el de dulce lenguaje, se levantó, el sonoro orador de Pilos, de cuyos labios brotaba la voz más dulce que la miel. Para él, dos generaciones de hombres de voz articulada

250

habían perecido, quienes habían crecido con él y quienes habían nacido en la sagrada Pilos; y él ya era rey sobre la tercera generación. Con la mejor disposición hacia ambos, se levantó y les dijo: “¡Ay! Gran pesar cae sobre la tierra de Acaya. Se alegraría Príamo y los hijos de Príamo

255

y todo el resto de los troyanos serían felices en sus corazones si oyesen todo esto sobre lo que ustedes dos están discutiendo, ustedes, que superan a los dánaos en prudencia y en el combate. ¡Escúchenme! Ustedes dos son más jóvenes que yo. En mi tiempo yo con hombres mejores que nosotros he tratado y ni una sola vez me desatendieron. Nunca hasta ahora he visto ni veré hombres tales, hombres como Piritoo y Drias, pastor de gentes, Kaineo y Exadio y el divino Polifemo,

260

o Teseo, el Egeida, semejante a los inmortales.

265

Ellos fueron los más fuertes de los hombres terrenos, fueron los más fuertes, y lucharon contra los más fuertes, monstruos hijos de las montañas; y terriblemente los aniquilaron. Yo me uní a esos hombres, viniendo desde Pilos, una tierra muy lejana, pues me habían convocado.

270

Yo luché mano a mano. Contra tales hombres ninguno de los mortales que ahora viven sobre la tierra podría pelear. Ellos escuchaban los consejos que yo les daba y hacían caso a mis advertencias. Obedézcanme también ustedes, ya que ser persuadido es lo mejor. Tú, que eres un hombre realmente grande, no te apoderes de la doncella. 275 Deja que sea el premio que primeramente los hijos de los aqueos le entregaron. No pienses en medir tu fuerza con el rey, pues nunca es igual con los demás la porción de honor del rey, portador del cetro, a quien Zeus le dio magnificencia. Si tú eres el hombre más fuerte, pues te dio a luz una madre diosa,

280

sin embargo este hombre es más grande, porque reina sobre más. Atrida, acalla tu ira. Yo mismo te invito a deponer tu enojo contra Aquileo, que es para todos los aqueos el gran baluarte en la fiera batalla.” Respondiéndole, habló el poderoso Agamenón:

285

“Sí, anciano, todo lo que has dicho es correcto y de acuerdo al orden. Pero he aquí un hombre que quiere estar por encima de todos los demás, que desea tener el poder sobre todos, y ser el señor de todos y a todos darles órdenes. Yo creo que no se le debe obedecer. Y si los dioses que viven por siempre lo han hecho hábil con la lanza,

290

no por eso le han dado el derecho de ofender con su palabra.´ Mirándolo torvamente, el espléndido Aquileo le contestó: “Inútil y cobarde seré llamado, si hago todo lo que dices. Dile a otros hombres que hagan estas cosas, pero a mí no me des más órdenes, pues por mi parte no pienso obedecerte. Otra cosa te diré, y guárdala en tu mente: No voy a pelear con mis manos por causa de la joven,

295

ni contigo ni con otro hombre, pues me la quitan los que me la dieron. Pero de todas las otras cosas que son mías junto a mi rápida y negra nave,

300

no tomarás ninguna contra mi voluntad. Vamos, pues, sólo inténtalo, para que éstos también lo vean; al instante tu negra sangre correrá alrededor de mi lanza.” Después de contender así con palabras, se levantaron y disolvieron la asamblea junto a las naves de los aqueos.

305

El Peleida regresó a sus tiendas y a sus equilibradas naves, con el Menoitida y sus compañeros. Pero el Atrida arrastró una rápida nave hasta el mar. Designó veinte remeros y una hecatombe embarca para el dios; y a Criseida, la de hermosas mejillas,

310

la conduce a bordo. Quedó a cargo el ingenioso Odiseo. Después de embarcarse, surcaron los caminos del agua. El Atrida le ordenó a su gente purificarse. Ellos hicieron lustraciones y arrojaron sus impurezas al mar salado. Luego realizaron una hecatombe perfecta en honor de Apolo,

315

de toros y cabras, sobre la playa del estéril mar salado. El olor del sacrificio subía al cielo en espirales con el humo. En esto estaba ocupado el ejército. Pero Agamenón no olvidó la amenaza que anteriormente había hecho a Aquileo, y ordenó a Taltibio y Euribates,

320

que eran sus heraldos y diligentes servidores: “Vayan ahora a la tienda del Peleida Aquileo, Para traer de la mano a Briseida, la de hermosas mejillas. Y si se niega a entregarla, yo iré en persona, Marchando con muchos hombres, y será peor para él.”

325

Así habló y los envió, dándoles enérgica orden. Se marcharon a disgusto por la orilla del estéril mar. Llegaron a las tiendas y las naves de los mirmidones. Lo encontraron junto a su tienda y a su negra nave. Estaba sentado. Aquileo no se alegró al verlos. Los dos, aterrorizados y respetuosos del rey, aguardaron. Nada dijeron ni preguntaron.

330

Pero él los comprendió en su corazón y así habló: “Bienvenidos, heraldos, mensajeros de Zeus y de los mortales. Acérquense. Ustedes no son dignos de reproche, sino Agamenón,

335

que los envió aquí a ustedes dos por causa de la joven Briseida. Anda, divino Patroclo, saca afuera a la joven y dásela a estos para que se la lleven. Pero sean testigos, ante los dioses bienaventurados y ante los hombres mortales y ante este cruel rey, si es que alguna vez en el futuro

340

tienen necesidad de mí para apartar la vergonzosa peste de los demás. Ciertamente él ofrece el sacrificio con un corazón vengativo y no sabe comprender a la vez lo que es atrás y adelante. para que los aqueos luchen a salvo junto a sus naves.”` Así habló y Patroclo obedeció a su amado compañero.

345

Guió afuera de la tienda a Briseida, la de las hermosas mejillas, para que se la llevasen. Ellos regresaron junto a las naves de los aqueos. La mujer iba con ellos de mala gana. Pero Aquileo fue llorando a sentarse lejos de sus compañeros a la orilla del grisáceo mar, mirando por sobre las aguas del color oscuro del vino. 350 Muchas veces, extendiendo sus manos, llamaba a su querida madre: “Madre mía, puesto que me has parido para ser un hombre de corta vida, honor debería concederme el Olímpico Zeus, que truena en lo alto. Pero ahora no me ha dado ni el más pequeño. El Atrida, el muy poderoso Agamenón,

355

me ha deshonrado; tiene la recompensa que me arrebató.” Así habló él entre lágrimas, y lo oyó su augusta madre, sentada en las profundidades del mar junto al anciano padre. Prestamente ella emergió como una niebla desde el grisado mar. Se sentó junto a él, sumido en llanto,

360

lo acarició con su mano, lo llamó por su nombre, y le dijo: “¿Por qué lloras, hijo,? ¿Qué pena invade tu corazón? Dímelo, no lo ocultes en tu espíritu, y así lo compartiremos.” Suspiró profundamente Aquileo, el de los pies ligeros, y le contestó: “Bien lo sabes. ¿Para qué contarte todo lo que ya sabes? Marchamos contra Tebas, la ciudad sagrada de Eetión.

365

Saqueamos la ciudad y trajimos todo a este lugar. Los hijos de los aqueos efectuaron una distribución justa. Para el Atrida eligieron a Criseida, la de hermosas mejillas. Entonces Crises, sacerdote de Apolo, el Flechador certero,

370

se acercó a las rápidas naves de los aqueos, los de armaduras de bronce, para rescatar a su hija, trayendo incontables regalos, sosteniendo en sus manos las guirnaldas de Apolo, el Flechador certero, envolviendo al áureo cetro.. Suplicaba a todos los aqueos, pero sobre todo a los dos Atridas, caudillos de pueblos.

375

Todos los demás aqueos clamaron a favor de respetar al sacerdote y aceptar el espléndido rescate. Esto no agradó al corazón de Agamenón, hijo de Atreo, y lo despachó bruscamente con duras palabras. El anciano se retiró con ira, pero Apolo

380

oyó su plegaria, pues él le era muy querido, y lanzó su funesta saeta contra los argivos. La gente estaba muriendo, unos tras otros, mientras las flechas del dios volaban por doquiera sobre el enorme ejército de los aqueos, hasta que el adivino, que conoce bien todo, interpretó los designios del Arquero.

385

Yo fui el primero en aconsejar que se aplacara al dios. La ira se apoderó del Atrida. Se puso rápidamente de pie y pronunció su amenaza, que ahora se está cumpliendo. Pues los aqueos de ojos brillantes, en una rápida nave, están marchando hacia Crises. Llevan presentes para el Señor.

390

Desde mi tienda partieron los heraldos llevando a la joven, la doncella Briseida, que me habían dado los hijos de los aqueos, Tú, pues, si tienes poder para eso, proteje a tu noble hijo. Ve al Olimpo y suplica a Zeus, si es que anteriormente consolaste el corazón de Zeus con tu palabra o con tus acciones.

395

Puesto que muchas veces en las mansiones de mi padre te oí jactándote, cuando decías que al tenebroso Cronida sólo tú entre los inmortales lo libraste de una injuriosa vergüenza esa vez que los otros Olímpicos querían encadenarlo, Hera, Poseidón y Palas Atenea.

400

Pero tú, diosa, fuiste y lo liberaste de sus grilletes, Llamaste rápidamente al alto Olimpo al de las cien manos, al que los dioses llaman Briareo, pero todos los hombres, Egeida; él es mucho más grande en fortaleza que su padre. Lleno de gloria él se sentó junto al Cronida,

405

y los bienaventurados dioses sintieron temor y no lo encadenaron. Siéntate junto a él, recuérdale ahora estas cosas y abraza sus rodillas, si tal vez quisiera ayudar a los troyanos, y rechazar contra sus popas y las aguas a los aqueos, desfallecientes, de modo que así todos puedan obtener mercedes de su propio rey, 410 y el Atrida, el gran caudillo Agamenón, pueda reconocer su locura, pues él no honró al mejor de los aqueos” Tetis, dejando rodar sus lágrimas, así le contestó: ´¡Ay de mí! “Hijo mío, ¿por qué te crié, madre infortunada? ¡Ojalá sentado junto a tus naves, sin llanto y a salvo,

415

te quedaras, ya que el curso de tu vida va a ser muy breve! Ahora resulta que tu vida más breve y amarga que la de todos ha de ser. Para un mal destino te parí en mi recámara. Esta palabra le diré a Zeus, el que se deleita en el trueno. Yo misma iré al Olimpo nevado; tal vez lo persuada.

420

Tú ahora, sentado junto a las ligeras naves, Detén tu ira contra los aqueos y deja totalmente la lucha. Pues Zeus tras el Océano hacia los irreprochables etíopes se marchó desde ayer para un festín, y los demás dioses lo siguieron. Al duodécimo día va a regresar al Olimpo

425

Entonces me dirigiré por ti a la morada de Zeus, con base de bronce, me abrazaré a sus rodillas, y creo que podré persuadirlo.” Así habló y se alejó de aquel lugar dejándolo a él con pena en el corazón por causa de la doncella de hermosa cintura que estaba siendo llevada por la fuerza en contra de su voluntad. Pero Odiseo, entre tanto, se acercó a Crises llevando la sagrada hecatombe. Cuando estuvieron dentro del profundo puerto, amainaron las velas, las amontonaron y las guardaron en la negra nave. bajaron el mástil por medio de cabos, apoyándolo en la crujía

430

cuidadosamente. Luego llevaron la nave al fondeadero a fuerza de remos.

435

Arrojaron las piedras del ancla y aseguraron las fuertes amarras. Luego saltaron ellos mismos al borde del mar y llevaron la hecatombe para Apolo, el Flechador certero. Criseida bajó ella misma de la marina embarcación. El ingenioso Odiseo la guió al altar.

440

Dejándola en las manos de su padre y así le habló: “Crises, me ha enviado Agamenón, señor de hombres, traigo tu hija para ti y a Febo, una sagrada hecatombe para ofrecerle, a favor de los Dánaos, para propiciar al Señor que acumuló desgracias funestas sobre los argivos.”

445

Habló así y la dejó en sus manos. El recibió alegremente a su amada hija. Rápidamente prepararon para el dios la gran hecatombe, ordenadamente, alrededor del sólido altar. Se lavaron las manos. Luego tomaron los granos de cebada. Ante ellos, con sus brazos en alto, Crises oró con voz potente

:

450

“Óyeme, Señor del arco de plata, que proteges a Crisa y a Cila, la sacrosanta, y eres soberano en Ténedos. Si alguna vez hasta ahora has escuchado mis plegarias y me honraste y afligiste al pueblo de los aqueos, atiende una vez más mi deseo:

455

aparta por fin de los Dánaos, esta vergonzosa plaga.” Así formuló él su plegaria, y lo oyó Febo Apolo. Cuando todos hicieron su plegaria y esparcieron los granos de cebada, tomaron las cabezas de las víctimas, las sacrificaron y les quitaron las pieles; separaron los muslos y las untaron con grasa;

460

haciendo un doble pliegue pusieron encima la carne cruda. El anciano la asó sobre los leños encendidos y destellante vino derramó encima, mientras los jóvenes, con tenedores en sus manos, estaban a su lado. Después de haber quemado los trozos de muslos y gustado las entrañas, cortaron el resto en pedazos, los pusieron sobre las brasas, los asaron cuidadosamente y apartaron los trozos. Tras terminar esta tarea y tener el banquete preparado, comieron y el apetito de nadie careció de su porción del banquete.

465

Después de haber satisfecho la sed y el apetito, los jóvenes llenaron las cráteras con vino puro

470

y repartieron a todos para hacer las libaciones con sus copas. Todo el día propiciaron al dios con cánticos y danzas, entonando el hermoso peán los jóvenes aqueos, celebrando al Flechador certero. El se regocijó en su corazón. Cuando el sol se ocultó y vino la oscuridad.

475

se acostaron y durmieron junto a las amarras de la nave. Pero cuando la joven Eos apareció con sus rosados dedos, partieron hacia el vasto campo de los aqueos. Apolo, el Flechador certero, les envió una brisa favorable. Levantaron el mástil nuevamente y desplegaron las blancas velas.

480

El viento sopló en medio de la vela y, a través de olas de color púrpura resonaba fuertemente la proa mientras la nave se deslizaba. La nave avanzaba raudamente cortando el oleaje. Cuando estuvieron de regreso en el vasto campamento de los aqueos arrastraron la negra nave a tierra firme,

485

sobre la arena y debajo de la nave fijaron los largos soportes. Luego se marcharon hacia sus tiendas y sus propias naves. Pero todavía, lleno de ira, estaba sentado junto a las rápidas naves, el divino hijo de Peleo, Aquileo, el de los pies ligeros, No le preocupaba la asamblea, donde se alcanza gloria,

490

ni el combate. Sino que consumía su propio corazón, sentado, aunque anhelaba el clamor y la lucha. Pero cuando apareció la duodécima aurora después de ese día, Regresaron al Olimpo los dioses, que viven para siempre, todos juntamente. Zeus vino adelante. No olvidó Tetis las súplicas

495

de su hijo. Emergió de entre las olas del mar; por la mañana se elevó al alto cielo y al Olimpo. Encontró al Cronida, de anchas cejas, aparte de los otros, sentado en el más alto pico del escarpado Olimpo. Se acercó y se sentó junto a él abrazando sus rodillas con su mano izquierda. Con la derecha lo tomó bajo el mentón y, suplicando, le dijo a Zeus Cronida, el Señor:

500

“Padre Zeus, si alguna vez, entre los inmortales, te favorecí con mis palabras o mis acciones, concédeme ahora este deseo: Honra a mi hijo; entre todos los mortales el de más corta vida

505

es él. Hace muy poco, Agamenón, el señor de hombres, lo deshonró, quitándole su recompensa y manteniéndola para él. Hónralo tú, gran Consejero, Zeus Olímpico. Infúndeles fuerza a los troyanos, hasta que los aqueos honren a mi hijo y acrecienten su renombre.”

510

Ella habló así. Zeus, que amontona las nubes, no respondió sino se quedó sentado en silencio. Y Tetis que había tomado sus rodillas, se abrazaba fuertemente a ellas e insistía una vez más en su pedido: “Inclina tu cabeza y prométeme cumplir esto; Si te rehúsas, no tienes nada que temer, pero yo sabré

515

en qué medida soy la más deshonrada entre todos los dioses.” Profundamente turbado, Zeus, que amontona las nubes, le respondió: “Es algo desastroso cuando me pones en conflicto con Hera y ella me fastidia con recriminaciones. Desde que están así las cosas, continuamente, entre los inmortales,

520

ella se me acerca y se queja de cuánto ayudo a los troyanos en el combate. Ahora vete, regresa, pues temo que se dé cuenta Hera. Me ocuparé para que estas cosas lleguen a término. Mira, voy a inclinar mi cabeza para que puedas creerme. Pues entre los dioses inmortales éste es el más poderoso

525

testimonio que puedo dar y nada que yo haga será en vano o revocable; ninguna cosa quedará incumplida cuando yo doy asentimiento con mi cabeza.” Así habló el Cronida y asintió con su cabeza de oscuras cejas; y los divinos cabellos del gran señor cayeron sobre su frente inmortal; y se sacudió todo el Olimpo.

530

Después que acordaron esto, se separaron. Tetis saltó desde el resplandeciente Olimpo a la profundidad del mar. Zeus regresó a su mansión y todos los dioses se levantaron de sus asientos para saludar la llegada del padre. Nadie se atrevió a permanecer en su lugar cuando el padre avanzaba, sino que todos se levantaban 535 para saludarlo.

El ocupó su lugar en el trono. Hera no ignoraba nada, pues había visto cómo él había estado tramando designios con Tetis, la de los pies de plata, la hija del anciano del mar. Al punto le habló injuriosamente a Zeus, el Cronida: “ Traidor, ¿cuál de los dioses ha estado tramando designios contigo?

540

Siempre es grato para tu corazón, en mi ausencia, pensar cosas secretas y decidir sobre ellas. Nunca tienes paciencia para hablar francamente conmigo lo que te propones.” Entonces el padre de los dioses y de los hombres le repondiö: “Hera, no sigas esperando de todos mis pensamientos

545

enterarte, pues éstos resultarán muy duros para ti, aunque seas mi esposa. Cualquier pensamiento verdadero que tú escuches, nadie, ni hombre ni inmortal lo oirá antes que tú. Pero de algo que yo, aparte del resto de los dioses, desee planear jamás me preguntes los detalles ni los averigües.”

550

Entonces la diosa de los grandes ojos, la señora Hera, respondió: “ Terrible Cronida ¿Qué palabras has dicho? Jamás en el pasado te he preguntado ni he averiguado nada, pero tú eres libre para pensar lo que se te plazca. Ahora, sin embargo, tengo mucho temor de que hayas sido seducido

555

por Tetis, la de los pies de plata, la hija del anciano del mar. Esta mañana temprano ella se sentó junto a ti y tomó tus rodillas y creo que inclinaste tu cabeza asintiendo a que a Aquileo le ibas a dar honor y destruirías a muchos junto a las naves de los aqueos.” Respondiéndole, Zeus, que amontona las nubes, dijo:

560

“Querida señora,, siempre estás sospechando, nada puedo ocultarte. Así seguramente no puedes lograr nada, sino de mi corazón estar más distante que nunca y será tanto peor para ti. Si lo que dices es verdadero, entonces ésa es la manera en que yo lo quiero. Vete, siéntate en silencio y obedece mi palabra. No te servirán de nada todos los dioses del Olimpo, si me acerco y pongo sobre ti mis invictas manos.” Habló así, y Hera, la de los grandes ojos, se atemorizó, y fue a sentarse en silencio, sufriendo en su amado corazón .

565

Todos los dioses del Urano se encontraban perturbados en la morada de Zeus.

570

Hefesto, el famoso herrero, se levantó para hablar en medio de ellos, para brindar consuelo a su madre, Hera, la de los blancos brazos: “Será desastroso e insoportable si ustedes dos disputan así por causa de los mortales y producen la discordia entre los dioses. Ya no habrá placer

575

en los majestuosos banquetes, pues sólo cosas viles nos ocupan. Le pido a mi madre, y ella bien lo comprende, que se muestre agradable con nuestro padre Zeus, para que él ya no la reprenda y rompa la calma de nuestros festines. Pues si el Olímpico, que maneja el rayo, se decide

580

a echarnos de nuestros lugares, es mucho más poderoso que cualquiera. Dirígete a él nuevamente con palabras gentiles y él al punto se mostrará nuevamente propicio para con nosotros.” Así habló, y poniéndose de pie de un salto puso una crátera de doble asa en las manos de su madre, hablándole una vez más:

585

´Ten paciencia, madre mía. Soporta esto, aunque te cause tristeza. No vaya a suceder que, tanto como te quiero, tenga que verte golpeada y, a pesar de mi pena, no pueda hacer nada por ti. Es demasiado duro luchar contra el Olímpico. Hace ya mucho tiempo una vez quise ayudarte

590

y él me tomó por un pie y me arrojó desde el mágico umbral. Todo el día rodé indefenso hasta que al atardecer caí en Lemnos, con apenas un resto de vida. Tras esa caída, los Sintios se hicieron cargo de mí.¨ Habló él, y la diosa Hera, de los blancos brazos, le sonrió,

595

y sonriente aceptó la copa de la mano de su hijo. Luego, comenzando desde la izquierda, escanció bebidas para los otros dioses, volcando el dulce néctar desde su crátera. Pero entre los bienaventurados inmortales estalló la risa, al ver a Hefesto moviéndose por el palacio.

600

De este modo, durante todo el día, hasta que se puso el sol continuaron el festín. Nadie quedó sin satisfacer su apetito con una delicada porción. Las manos de Apolo pulsaron bellamente la lira,

mientras respondían las Musas con su canto. Más tarde, cuando desapareció la resplandeciente luz del sol,

605

cada uno se retiró a su palacio para dormir, en los que para cada uno Hefesto, de larga fama y de manos habilidosas, había construido aposentos usando toda su destreza artesanal. Zeus, el Olímpico, señor del rayo, se retiró a su propio lecho, en el que siempre descansaba cuando lo invadía el dulce sueño. 610 Quedó durmiendo en su lecho teniendo a su lado a Hera, la del trono de oro.

Related Documents

La Iliada
October 2019 11
La Iliada
May 2020 14
La Iliada
June 2020 10
La Iliada
April 2020 10