La Gripe Mexicana

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La gripe mexicana. Yo, Miguel Solari, hace dos días que permanezco oculto en esta modesta habitación. A una semana de haber recuperado mi libertad, debo seguir encerrado por estas húmedas paredes. Todo comenzó hace un mes, cuando me encontraba preso en la ciudad de Córdoba, debido a la publicación de un artículo contrario a los intereses del estado. Nos encontramos en el año 1793 bajo el terrible imperio del terror. Mientras la muerte asola la región, el causante de esta terrible anarquía, el médico y diputado Antonio Lavoissier, ha dejado de existir. Sus comienzos al servicio de la revolución, nacieron con una modesta serie de experiencias, acerca de los fenómenos de la oxidación y la respiración humana. Pero cuando la revolución devino en imperio, sus experimentaciones se volvieron más ocultas y perversas. Entonces fui detenido por los agentes del imperio y colocado al servicio de su equipo revolucionario, para un experimento científico. En el más absoluto silencio fui trasladado a su laboratorio, en donde se me dijo que me iban a utilizar para una investigación secreta. Una serie de luchas contrarrevolucionarias habían conducido nuestro país a una violencia ilimitada. Y el imperio debía encontrar un orden en medio de semejante confusión. Un extraño grupo me tomó por sorpresa y fui conducido en un carruaje hacia un lugar desconocido. Esposado y amordazado fui transportado hacia un oculto destino, durante una fría noche gris. En un oscuro bosque observé una extraña puerta de madera camuflada sobre las raíces de un roble. Cuando la abrieron, la carreta se introdujo en un pasadizo de unos cuantos kilómetros. Recorrimos ese extenso túnel en donde muy poco se veía. Entonces me encontré en un lugar donde había unos extraños seres que no pude distinguir. Parecían unos raros monstruos de apariencia humana. Tenían una especie de cuero blanco que los tapaba completamente. Sus manos culminaban en una especie de garras, semejantes a unos burdos guantes de cuero. Sus caras tenían el aspecto de una langosta, en la que apenas de distinguían sus facciones. Sus ojos tenían algo de luz humana y su nariz culminaba en especie de trompa de ratón, en la que se veían algunos agujeros. Sus piernas parecían una especie de garra de pollo, que culminaban en una especie de espolones de acero. Por un tiempo supuse que eran humanos, devenidos en una especie monstruosa. Aunque jamás en mi vida hubiera imaginado la existencia de semejantes seres. Vagamente recuerdo que Lavoissier me comentó acerca de sus ensayos. Sostenía que estaban combinando una serie de mutaciones entre porcinos, pollos y humanos, aunque no entendí a qué se refería. Observé una especie de contenedores de vidrio con un raro fluido transparente. A su lado se veían unas enormes barras de hielo, que me hacían sentir en un glaciar congelado. Con horror pude ver una larga serie de camas, sobre las que reposaban un cúmulo de seres humanos, cuyo número he olvidado. Todos mostraban terribles signos de dolor y parecían estar padeciendo enfermedades incurables. Algunos tenían una apariencia monstruosa y a causa del espanto no me animé a mirarlos. Antonio me dijo que iba a ser utilizado para un novedoso experimento, que permitiría a la revolución triunfar en todo el mundo. Con una seria tranquilidad profesional, me inyecto en el brazo una solución que contenía peyote, ayahuaca, datura y algunas sustancias que no recuerdo. Me explicó que se trataba de una serie de sustancias procedentes de México y que tal vez me producirían reacciones complejas. Me comentó que era muy posible que padezca alguna alucinación y tal vez una fuerte gripe. Aunque poco después, supe que ese compuesto también contenía un poco de pólvora del arsenal que administraba. Y mientras me mostraba una serie de hongos de aquella lejana región, sentí que era trasladado a otro mundo. De pronto, sentí que algo me tiraba hacia arriba. Parecía como si mi pensamiento se elevara, mientras mi cuerpo permanecía quieto. Mi alma se elevaba como una pluma en el aire, sin poder controlar su dirección. Mientras intentaba controlar mi cuerpo, era conducido hacia un extraño lugar por una fuerza que no podía dominar. Arrebatado por esa extraña

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fuerza, fui arrastrado a una especie de espacio celestial, donde tuve una extraña visón. Entonces vi una manada de veinte caballos, que corrían junto a una lechuza. Un joven les inyectó un líquido transparente y viscoso. Inmediatamente los equinos se desplomaron por el piso, con una muerte veloz. Sus pulmones estaban hinchados por un exceso de sangre que los ahogaba y sus ojos parecían desorbitados. Entonces escuché a un ángel que tocó una trompeta y me hizo dirigir la vista hacia otro lado. Con asombro percibí un caballo negro, que tenía en su frente la palabra “gripe” y la muerte lo seguía con su guadaña saturada de sangre. Su jinete portaba una copa, repleta de un líquido semejante al que había visto en el laboratorio. Había recibido el poder de generar pánico en la población y tenía una gran espada. Entonces escuché una voz que decía: “Ya se acerca la gripe española, que mutará cuando llegue a México. Ya han pasado el hombre y el ave. Ten cuidado cuando llegue la influenza porcina”. Cuando el jinete arrojó la copa sobre la tierra; la muerte comenzó a rondar sobre ella. Una terrible plaga se expandió por el mundo, exterminando un número incontable de ciudadanos. Los reyes de las naciones entraron en pánico y sus gobiernos comenzaron a temblar. Y entonces sentí que volvía a entrar en mi cuerpo. Cuando pude recuperar la conciencia, me encontraba nuevamente en el laboratorio. Exaltado por el éxito de la dosis que me habían administrado, el científico revolucionario me dijo: - Este oscuro lugar, ha sido creado hace algunos años por la reina. Se trata de un poderoso laboratorio, en donde experimentamos diversas formas de mantener dominada a la población. El mandato de la reina consistía en elaborar nuevas enfermedades para causar el caos en la población y mantenerla bajo su control. Pero con el triunfo de la revolución, este templo ha sido consagrado a expandir nuestros ideales por el mundo, venciendo a nuestros enemigos. Por ello, aquí intentamos elaborar armas secretas e invisibles, con un mínimo contenido de pólvora. Nuestros científicos se dedican a elaborar organismos biológicos para los cuales no existe cura, con el fin de eliminar a los enemigos de la revolución. Un político norteamericano nos ha pedido ayuda para extender sus territorios hacia el oeste. Por ello le hemos envidado una serie de cobijas con viruela, que les ha regalado a los aborígenes. Gracias a esta nueva arma, la población aborigen ha sido prácticamente eliminada por la viruela, para la cual no tienen defensa alguna en sus organismos. Millones han muerto y el oeste se ha transformado en un desierto fácilmente conquistable. El cuantioso dinero que nos ha pagado por nuestros servicios, nos permitirá financiar nuestros estudios por más de diez años. Luego los científicos me ataron a una cama y colocaron sobre mi cabeza una especie de imanes. Me amordazaron y ataron fuertemente mi cuerpo. Un joven se paró frente a una extraña máquina, cuya función era para mi incomprensible. Cuando el muchacho accionaba una especie de palanca, sentía que mi cabeza parecía explotar, como si sufriera en mi interior unas terribles descargas. Todo mi cuerpo temblaba y padecía dolores extremos. Mientras tanto, otro joven permanecía a mi lado, diciéndome que debía olvidar todo lo que había visto allí. Su función consistía en doblegar mi alma, para que olvidara todo lo que allí había percibido. Luego de una larga sesión de tormentos, con mi cabeza abarrotada y mi memoria desvanecida, fui arrojado en una habitación oscura. Permanecí aislado en ese calabozo por unos cuarenta días, pues temían que pudiera afectar a la población. Por unos días sentí una fiebre muy alta que me hacía delirar. Mis pulmones parecían repletos de un líquido, que me hacía casi imposible la respiración. A veces creí que me ahogaba y la muerte me asechaba. Aunque en verdad nunca supe que mal tenía. Mi aislamiento fue total, aunque no entendía cual era su fin. Se me obligaba a mantener silencio, nadie mantenía contacto conmigo y aunque había perdido el apetito, recibía mi comida a través de un tubo de más de tres metros de largo. Nunca pude hacerle juicio al doctor, por el terrible mal que me causó, puesto que la misma revolución se encargó de ello. De manera imprevista, una revuelta popular dio con el acceso

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al laboratorio y lo tomó prisionero. Un par de días después de mi libración, la justicia cayó sobre él. Nunca le hubiera deseado semejante final. Pero la rápida guillotina, se llevó para siempre su brillante intelecto en la plaza de Mayo. Durante un somero juicio se lo acusó de haber utilizado oscuros métodos, para aniquilar a los ciudadanos y de establecer doctrinas erróneas. Todos recuerdan su último aporte a la ciencia, cuando demostró que la muerte no era algo inmediato. Anunciando su último experimento a sus amigos, logró hacer que su cabeza separada de su cuerpo, permanezca parpadeando 12 veces luego de ser guillotinada. Finalmente su cuerpo fue quemado y sus cenizas esparcidas frente al congreso. Lo último que recuerdo es que durante mis días en prisión se declaró un levantamiento campesino en Vandea. Campesinos, pobres y humildes, se rebelaron de manera espontánea en favor de la reina y pidieron por su retorno. Las autoridades rebeldes de la capital reprimieron a los pobres con tal violencia, que pareció una carnicería. Al parecer las masas enardecidas estaban dirigidas por algunos nobles y sacerdotes. Pero su ferviente catolicismo de nada le sirvió, pues su escaso armamento y preparación, permitió que fueran fácilmente masacrados. Durante esta rebelión campesina, los hombres de aquel miserable laboratorio decidieron liberarme. Cuando me condujeron hacia mi hogar, llevaron a su costado un par de frascos con el líquido transparente. Vi que uno de ellos se lo dio de beber a unos porcinos y otros se lo inocularon a unos caballos. Mientras tanto, otra parte del líquido era rociado por el aire. Me dijeron que nos hallábamos en la región de Vandea y que debían cumplir una tarea de limpieza social. Al poco tiempo, la población comenzó a padecer una extraña peste que los conducía rápidamente a la muerte. Un brote de la temible gripe mexicana comenzó en Auzay, luego siguió por Angers y Nantes, para terminar asolando a todo el país. El gobierno popular, declaró el estado de sitio, mientras el caos enloquecía a los ciudadanos. Las morgues y los hospitales comenzaron a abarrotarse de cadáveres. En algunos lugares se veían arder pilas de seres humanos que la velocidad de sus muertes hacía imposible enterrar. Se construyeron enormes fosas comunes, que rápidamente se abarrotaban. Pueblos enteros desaparecieron y el alimento comenzó a escasear. Por temor a verme afectado por semejante mal, me encaminé hacia el campo. Allí supe que se trataba de una peste denominada influenza mexicana. Al principio se la llamó gripe porcina. Pero lo extraño era que ningún trabajador rural la había contraído. Ningún trabajador de las porquerizas la tenía, por lo cual su nombre parecía incorrecto. El gobierno revolucionario le hizo creer a la prensa, que un niño mexicano de cinco años, llamado Edgard Fernández, había sido el primer infectado por este mal. Por lo tanto, fue conducido al patíbulo con el fin de evitar la pandemia por contagio. Y en razón del origen del niño, se le dio a la peste semejante nombre. Hace tiempo que permanezco oculto por temor a este nuevo mal. He sido atacado por una fiebre persistente, que me hace temblar hasta los huesos. El país vive un caos, las clases se han suspendido, las fabricas cerrado y miles han muerto. Un golpe de estado esta ante las puertas y mi vida ya ha perdido todo sentido. La terrible epidemia no da tregua alguna y ya no hay lugar seguro alguno. Sólo me reste esperar por la muerte. Horacio Hernández. http://horaciohernandez.blogspot.com/

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