La Diosa Autoestima

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La diosa Autoestima: en busca del amor perdido © Bárbara Meneses Montgomery, (2009) www.monjeslocos.com [email protected]

¿Quién crees que eres realmente? ¿Eres el patito feo, eres el cisne? ¿o quizás eres el espejo y la luz que todo lo refleja?

¿Habéis escuchado

alguna vez a vuestros mejores amigos decir: “es que no te quieres lo suficiente, eres muy duro-a contigo mismo-a…”? Si esas palabras os paralizaron, dejándoos sin respuesta posible porque ni sabíais lo que os estaban diciendo, es que no conocíais aún la sensación que se tiene al sentir una autoestima saludable, al quereros a vosotros mismos realmente. No hay consuelo que valga, es cierto, pero no sois los únicos. Millones de personas en el mundo entero sufren a diario de una baja autoestima, de la falta de amor auténtico y sincero por ellos mismos. No se escapan en este cómputo ni muchos santos quienes preferían vivir en la negación de uno mismo, ofreciéndose generosamente a los demás pero olvidándose completamente de si mismos. Tampoco se escapan reyes y plebeyos, ricos y pobres, artistas, creativos, genios o científicos, guapos o feos. Por no escaparse no se escapan ni los Dioses del Olimpo, ni Diana de Gales. Algunas estadísticas en EEUU mencionan que un 70% de la juventud norteamericana tiene una baja autoestima porque considera que algo en sí mismo no se ajusta a los canones de belleza, simpatía o popularidad. Entre las edades más adultas, la autoestima también afecta a mujeres y hombres de toda condición.

¿Sabemos realmente si tenemos una autoestima saludable? ¿Quién es esa Diosa tan esquiva llamada Autoestima y cómo podemos atraerla hacia nosotros para que nos nutra y sustente en nuestra vida y nuestros proyectos?, ¿Cómo podemos llegar a sentir ese amor por nosotros mismos cuando nunca lo hemos hecho antes?, ¿Tenemos alguna solución posible a este entuerto? La respuesta quizás yace en una nueva lectura de los Misterios Eleusinos, aquellos en los que el drama de las diosas Démeter y Perséfone sirvieron como ritual de iniciación a los ciclos y fases de la vida…Pero como toda buena historia, este cuento ha de comenzar por el principio: Érase una vez… La autoestima se define comunmente por la valoración que hacemos sobre nosotros mismos, la opinión que nos merecemos cuando nos vemos en nuestra totalidad y sobre todo la emoción que sentimos cuando contemplamos: nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestros talentos, habilidades, nuestros logros, nuestras capacidades en todos los niveles de la vida. Cuando esa opinión es negativa, decimos que tenemos una baja autoestima y cuando esa opinión es positiva, concluimos que tenemos una autoestima saludable. Cuando exageramos grandilocuentemente nuestro concepto de nosotros mismos, la psicología nos habla de narcisismo, síndrome que procede del mito de Narciso, también presente de algún modo en la historia de Démeter y Perséfone. Aquel que tiene una autoestima saludable muy probablemente pueda identificar esa condición, pero aquel que no la tiene, al no haberla experimentado en toda probabilidad nunca, no podrá identificar aquellas sensaciones y emociones que se sienten cuando se goza de una sana autoestima. Es por ello, que nuestros amigos pueden alentarnos a querernos más, y sin embargo sus palabras caen vacías y huecas sobre nosotros, incapaces de encontrar los músculos internos que activen esa autoestima óptima, ese amor a uno mismo. Esta dificultad por reconocer la autoestima saludable cuando gozamos de ella, nos indica que ese músculo interno, que no hemos desarrollado aún, viene condicionado de nuestra infancia, incluso a veces más allá de ella: nuestro entorno familiar y hasta socio-cultural. Se da así el caso muy frecuente de que familias enteras sufren de baja autoestima transmitiéndose de padres a hijos y sociedades enteras la sufren dificultando así si cabe aún más, la activación de esos recursos internos que nos hagan reconocer ese estado saludable de auto-valoración. Basta considerar por ejemplo a todas aquellas etnias o sub-grupos sociales que son marginados por su condición racial o su situación económica.. Si bien uno puede crecer con baja autoestima, es posible igualmente que una persona con una autoestima saludable, vea dinamitada esa valoración positiva de si misma debido al deterioro gradual de sus relaciones personales o situaciones laborales o vitales que le lleven a formular una nueva opinión de si misma en términos negativos. Es muy frecuente que las malas relaciones matrimoniales, por ejemplo, terminen haciendo mella en uno de los miembros generando ese deterioro en la autoestima. Los malos tratos en cualquier ambiente ya sea familiar, personal o laboral pueden fomentar la baja autoestima de quien sufre ese acoso. La pérdida del trabajo, una situación de estrés o cambio repentino en la vida de una persona puede sacudir ese concepto de uno mismo y deteriorarlo si la persona no es capaz de reenderezar su auto-valía de un modo positivo y constructivo. Por todo ello, así como un músculo necesita ser ejercitado para mantenerse sano, fuerte y flexible, la autoestima también requiere de nuestro esfuerzo constante por mantenerla en un estado óptimo. ¿Por qué es importante la autoestima? Cabría preguntarse. Es ella la que nos nutre y nos sustenta en todos los niveles y es ella la que nos apoya y respalda en todo cuanto emprendemos en nuestra vida. Podemos ser conscientes de ello o no, pero la realidad es que, si tenemos una baja opinión

de nosotros mismos y de nuestras capacidades de resolver problemas, desafíos vitales, de salir adelante en la vida, muy probablemente no logremos ninguna de nuestras metas ni propósitos porque nos falta lo más básico: la gasolina, la energía necesaria para funcionar. Y esa gasolina sólo tiene un nombre y no tiene diferencias de octanos: es amor a uno mismo.

Los primeros guardianes de la autoestima La autoestima comienza a construirse en la vida de una persona en la infancia. Los guardianes pues de nuestra valoración propia, siendo niños, no son sino nuestros padres y en segundo término, las personas más próximas a nosotros. Ellos, con sus creencias, su educación y experiencia vital nos transmiten en positivo o negativo la opinión que ellos tienen de nosotros, y así, como hijos suyos que somos, las interiorizamos. Considerándonos muchos padres como apéndices suyos y no como seres independientes, recibimos a menudo, indirectamente, no ya una valoración de nosotros mismos, sino la valoración que ELLOS MISMOS SE HACEN a si mismos A TRAVÉS DE de nosotros. Esto da lugar a un sinfín de distorsiones, proyecciones mentales de los adultos sobre los niños, de difícil tratamiento consciente cuando somos tan pequeños. Y así, crecemos interiorizando esas voces familiares que nos valoran, nos desprestigian, nos alientan o desalientan en los pasos que damos en la vida. Esas opiniones de los creadores primeros de nuestra autoestima pueden ser tan importantes que en muchos casos marcarán nuestro éxito o nuestro fracaso en un sinfín de ámbitos de la vida. Nuestra reacción inconsciente a esa valoración familiar se produce cuando nos rebelamos instinctivamente contra ese yugo o por el contrario, cuando en busca de aceptación familiar y social, recurrimos a la sumisión e integración total de esa valoración, ya sea positiva o negativa. Caminamos muchas veces así, ya en la edad adulta, de un modo totalmente reactivo, cumpliendo los sueños y deseos que nuestros padres proyectaron sobre nosotros fruto de sus experiencias frustradas o por el contrario, caminamos representando fielmente el resultado de esas proyecciones familiares que a modo de maldición, se volcaron sobre nosotros. Somos pues, prisioneros de la valoración de otros y no personas libres de ser nosotros mismos de una forma pro-activa.

Buscando a la Diosa

Relieve mediados siglo V. Démeter sentada en su trono con mano de espigas y cetro. Perséfone con dos antorchas que, ¿simbolizan éstas acaso la luz de nuestra conciencia ya despierta?

El mito de Démeter y Perséfone, puede ayudarnos simbólicamente a entender esta dinámica y sobre todo, ofrecernos claves del viaje iniciático que todos hemos de emprender, a modo de ciclo vital, para encontrar a esa esquiva diosa Autoestima, ese amor perdido y descubrir el tesoro que tiene que ofrecernos. La historia de Démeter y Perséfone está en el corazón de los Misterios Eleusinos, unos rituales de iniciación secretos, basados en los ciclos de crecimiento agrícola, muy famosos en la Antigüedad, y que se desarrollaban anualmente en Eléusis, una ciudad próxima a Atenas. Cuenta la leyenda que Démeter y su hija Perséfone llevaban una existencia llena de dicha y jubilo y que el amor de madre e hija era tan fuerte que ningún pretendiente que quisiersa desposar a Perséfone lograba siquiera separarlas un ápice. Siendo Démeter, diosa de la Tierra y del grano, la alegría que experimentaba ella llenaba los campos de perpetuas y fértiles cosechas, y humanos y dioses disfrutaban así de una existencia placentera al amparo de la bondad y generosidad de esta madre amantísima. Sin embargo, como todas las historias que tienen un comienzo muy feliz, pronto la dicha de esta madre se sumió en desolación, cuando un día en el que Perséfone correteaba por los campos con unos compañeros de juego, la joven acercándose a oler unos narcisos, se sumió en una embriagadora intoxicación. En ese momento, la tierra se abrió en dos y Pluto, dios del Submundo, sobre un carro tirado por poderosos corceles negros, se apoderó de ella y la arrastró hacia el interior de la tierra, a la dimensión de la Oscuridad y la muerte, haciéndola allí su esposa y reina consorte de su mundo. Démeter no reparó en la ausencia de su hija hasta que al atardecer, los demás jóvenes regresaron tras sus juegos en el campo, sin su hija. Preocupada por aquella inusual ausencia, la diosa recorrió cada uno de los campos de trigo y cebada gritando el nombre de su hija con una voz cada vez más rasgada y angustiada. Cayó la noche y Démeter y los campesinos, buscaron en vano a la joven que parecía haber sido tragada por la tierra. Ni rastro quedaba de ella y su jovial alegría. Los días pasaron y la madre de Perséfone, desesperada, recorrió todos los pueblos, los montes, campos pidiendo ayuda y socorro tanto a dioses como humanos. Su desesperación iba en aumento y comenzaba a reflejarse en el clima, afectando a los campos, antaño plácidamente regados por las lluvias y calentados por el amable sol. Fue finalmente cuando se decidió a preguntar al Dios Helios, Dios de la luz solar, quien sin duda sabría el paradero de su hija, cuando descubrió la trágica verdad. Su hija había sido abducida, raptada, apartada de su lado por el temible Pluto (Hades) guardián del Submundo, bajo la complacencia de Zeus, suprema autoridad del Olimpo. Presa de odio y rencor hacia Zeus, Démeter renegó del Olimpo y se refugió en el mundo de los humanos, camuflando su auténtico origen entre ellos. Su dolor era tan grande que sumió a la tierra en la desolación más absoluta. Las cosechas dejaron de crecer, los elementos arrasaron todo a su paso y hombres y dioses se encontraron en la miseria más absoluta, sin sustento ni alimento. La gran madre dadora, prometió negarles el sustento por todo el dolor que aquella separación forzosa estaba inflingiéndole. La situación era insostenible y Zeus tuvo que claudicar y convocar a Démeter y a Pluto para resolver el problema. Sabiendo que un matrimonio entre dioses como aquel no quedaría consumado si Perséfone rechazaba tomar cualquier alimento del Submundo, Démeter espero que su hija hubiera mantenido ese voto de castidad, pero ante su horror, descubrió que Pluto había engañado a la joven haciéndole comer unas granadas. Aquello consumaba el matrimonio formalmente por lo que madre e hija no podrían estar juntas nunca más. Sin embargo, la fuerza de la diosa madre con su iracunda determinación de dejar la tierra tan seca y desolada como su propia alma, arrancó de Zeus un insólito acuerdo: Perséfone seguiría casada con Pluto y pasaría la mitad del año en el Submundo junto a su esposo mientras que en primavera, madre e hija se reunirían en la superficie de la tierra durante seis meses, disfrutando así de su reencuentro. Y fue así como el pacto selló el final de esta historia y explicó a humanos y a dioses, los ciclos de nacimiento, crecimiento, cosecha y destrucción, propios de la naturaleza, las actividades agrarias y muchas otras cosas de la vida.

Encajando las piezas del Mito ¿Qué tiene que ver esta historia con la búsqueda del amor perdido, la búsqueda de la Diosa Autoestima?, os preguntaréis… Perséfone representa la parte de todos nosotros que nace en la inconsciencia, se nutre de lo maternal y paternal y ha de ser separado a la fuerza, o voluntariamente mediante un acto de conciencia incipiente, de esa dependencia infantil que nos une ciegamente a aquello que nos creó, aquello que nos define a diario y nos nutre. Démeter representa la madre y el padre de todos nosotros quienes definen en un primer momento nuestro nivel de autoestima, ya sea positiva o negativa según la valoración que ellos hacen de nosotros. Tarde o temprano nuestra parte inconsciente e inmadura buscará despertar, encaminarse hacia la conciencia y generalmente, recurrirá a una crisis para iniciar ese proceso. Oler el aroma embriagador de los narcisos, símbolo que nos hace pensar en una autoestima exagerada –como suele pasarle a muchos niños– , quizás inculcada en un exceso de maternalismo por Démeter, fue el elemento crítico que propició la tragedia que sobrevino después. Ni Pérsefone ni ninguno de nosotros podemos vivir eternamente al amparo de la autoestima de nuestros padres. La cualidad divina que nos aporta la autoestima en cuanto a ofrecernos el sustento y el alimento interno que nos permitirá sentirnos amados, queridos, respetados y sobre todo respaldados, no puede basarse en agentes externos a nosotros, ni siquiera en nuestros progenitores. Es por ello que el cordón umbilical que une a Démeter y Perséfone y que nutre emocionalmente a madre e hija ha de ser seccionado para que ambas crezcan en libertad y sin codependencias. Tanto la una como la otra habrán de adentrarse en sus infiernos personales, en su Submundo interno para buscar allí, la auténtica Diosa Autoestima y salir victoriosas de este desafío vital. Y es así como en el proceso de maduración, hombres y mujeres han de emprender su viaje de iniciación a su mundo interior para crecer, madurar y despertar a la conciencia adulta. Para realizar tamaña proeza, todos hemos de pasar por el Dios Pluto, o Hades, guardián del Inconsciente, del mundo oculto y velado de la oscuridad, para descubrir realmente quienes somos y ponernos a prueba. Si nuestra autoestima se basa en el ego que creamos al amparo de nuestros padres, el narcisismo con su embriagador olor nos llevará irremediablemente al choque frontal con la propia vida. Nuestras ideas infantiles de quienes creemos ser medirán sus fuerzas con el terrible Pluto, la parte de nosotros que nuestra conciencia incipiente aún no reconoce como propia. La historia de Perséfone no nos cuenta con precisión lo que le ocurrió a ella en el Submundo, pero algunos detalles del Mito nos insinuan algunas claves. Las granadas que ingirió Perséfone, símbolo alquímico por excelencia, nos indican que finalmente logró realizar el proceso de transformación que le llevó a la madurez y a su despertar como ser adulto, independiente y libre. El inusual acuerdo alcanzado nos hacen pensar que ahora, la joven era libre de relacionarse con independencia tanto con su madre, su pasado, como con su marido, su presente.

Viaje a nuestro interior

¿Pero cuál es ese viaje al Submundo que hemos de emprender para encontrar nuestra auténtica autoestima aquella que se basa en nosotros y no en lo que los demás afirmen o nieguen de nosotros? Es el viaje que emprendió Perséfone, una aventura que la joven inició forzada por las circunstancias, como así nos suele suceder. Pocas personas se aventuran por el desconocido Inconsciente si no es forzados por una crisis de la psique humana que nos arrastra de lleno hasta allí. Muchos reconocerán la llamada a realizar tal viaje cuando la vida de forma repentina les coloca ante un divorcio o separación, el abandono del nido de los hijos, un despido en el trabajo, cualquier acontecimiento que sacuda los pilares de nuestra existencia. Es entonces cuando nuestra autoestima se derrumba y si somos capaces de aceptar el desafío, nos adentraremos en el mundo de lo desconocido en busca de respuestas. Eso es en el mejor de los casos, ya que con frecuencia, esta crisis vital es sofocada y la oportunidad de crecimiento perdida cuando comenzamos a poner parches a nuestra vida mediante el recurso a edulcorantes, maquillajes y falsas soluciones que sólo camuflan la verdad de nuestra existencia: que por miedo a conocernos realmente, preferimos vivir en la falsedad de nosotros mismos y en la limitación de nuestro auténtico potencial. El viaje al interior de nosotros siempre comienza y termina con la misma pregunta: ¿Quién soy? Esta pregunta iniciática nos indica claramente que la causa principal de nuestra baja autoestima es el profundo desconocimiento de uno mismo, de quien uno es. Ese desconocimiento es aquel que nos hace errar en nuestra valoración propia, ya sea incurriendo en el narcisismo o en la negación de uno mismo, incapaces de encontrar con la respuesta correcta, el justo equilibrio. Y es que la autoestima, como empezaremos a descubrir al introducirnos en nuestro interior, se ha basado casi siempre en conceptos erróneos. En lugar de basarse en quien soy, se basó en qué es lo que hago, de qué entorno procedo. Así, muchas personas descubren que su autoestima se basó en el trabajo que desempeñaban, el rol social que cumplían, su papel en la familia, y todas las cosas que eso conlleva: su habilidad con los clientes, su pericia como madre, su deseable cuerpo físico, su atuendo, su cuenta bancaria, su número de amistades, su ilustre apellido etc. Cualquier sacudida de ese precario equilibrio arroja nuestra autoestima al suelo, por basarse en lo temporal, en los roles que desempeño en lugar de hacerlo en lo que yo soy. La herramienta que nos ayudará a conocernos a nosotros mismos se llama auto-indagación, la capacidad de observarse a uno mismo con atención consciente, la contemplación totalmente subjetiva de uno mismo como sujeto y no como ejecutor de ninguna acción. Cuando comenzamos a observarnos a nosotros mismos, realizamos sorprendentes descubrimientos. El primero de ellos es que nosotros no somos nuestros pensamientos ni nuestras emociones. Estos

suceden ante nosotros, testigos de ese flujo, que como las nubes o las olas del mar, van y vienen en la calma del cielo o la serenidad del mar. Descubrimos pues que nosotros no somos las ideas que nos hemos hecho de nosotros mismos aunque temporalmente, podamos caer bajo el espejismo de creer que sí lo somos, y así vivir ciclicamente como protagonistas en lugar de observaodres, los dramas que ocurren en nuestras vidas. Tampoco somos las emociones que sentimos ante lo que creemos ser y comprendemos que esas emociones están directamente relacionadas con las ideas de quienes creemos ser. Así, a una idea limitante de mi mismo, le corresponde una emoción limitante de mi mismo y así, de forma reactiva, una baja autoestima. La baja autoestima no es sino el EFECTO de la CAUSA original y esa causa no es sino el desconocimiento de quien soy. Eliminada la causa, la baja autoestima desaparece naturalmente cuando comprendemos quienes somos, pero alcanzar la comprensión de quien somos requiere que caminemos en nuestro interior y la respuesta nos irá llegando generalmente de forma gradual mientras seamos capaces de mirar nuestro lado más desconocido, la parte de nosotros que hasta ahora no hemos reconocido ni reclamado como nuestra. El viaje interior nos invita pues a observar, pensamientos, emociones y patrones de comportamiento, creencias, proyecciones mentales que hemos abrazado de otras personas y falsas asumciones que hemos hecho sobre nosotros mismos. La clave de todo el proceso, tal y como nos muestra el mito de Perséfone es la capacidad que tenemos de estar presentes en nuestra desconocida oscuridad, despejándola con la luz de nuestra conciencia. Sólo así, esa oscuridad deja de serlo y mediante nuestra observación descubrimos la respuesta que dio origen a nuestro viaje iniciático.

Un mapa práctico para alcanzar una autoestima saludable Persefone ganó la posibilidad de estar arriba y abajo, adentro y afuera, aceptando viajar a su interior para conocerse a si misma. Es en el transcurso de ese viaje cuando comenzamos a poner orden en nuestra casa interna. Para ello habremos de tomar conciencia de las voces internas que nos hablan, nos dictan y nos condicionan en nuestra vida cotidiana. Ellas son las que nos hacen convertirnos en nuestros peores enemigos o por el contrario nuestros mejores amigos. ¿Qué nos estamos repitiendo a nosotros mismos sin cesar a lo largo del día? ¿Qué mensajes son aquellos que a modo de disco rayado nuestro subconsciente repite sin cesar definiendo quien creemos ser, anticipando el resultado de nuestras acciones, determinando nuestras fuerzas o flaquezas para alcanzar cualquier objetivo? Ese es el primer trabajo que todos debemos emprender si deseamos alcanzar una autoestima saludable: buscar nuestros NO PUEDO, NO SE, NO ME ATREVO, IMPOSIBLE, NO ERES CAPAZ y cuestionándolos con nuestra inquisitiva mirada y nuestra auto-indagación y poniéndolos en duda. En esa primera auto-exploración, descubriremos de forma sorprendente, que llevamos años en estado de guerra interna. Una guerra en la que nuestros pensamientos se enfrentan a nuestra voluntad y nuestros deseos haciéndonos perder mucha energía en ese proceso, dividiendo nuestra fuerza. Al igual que el Día no pasa sus horas criticando a la Noche pues sabe que cuando amanece ésta desaparece, y reaparecerá cuando oscurezca, nosotros hemos de cultivar la aceptación de quienes somos. Sólo aceptándonos plenamente podemos iniciar los cambios positivos y constructivos que nos lleven a mejorar nuestra autoestima gradualmente y a redefinir el rumbo de nuestra vida, nuestras elecciones y objetivos. Esa aceptación viene siempre acompañada por la idea de que cualquier cosa que hayamos hecho en el pasado y que pudo hundir nuestra autoestima en aquel entonces, sólo se hizo en un estado limitado de conciencia y por lo tanto, comprendiéndolo y aceptándolo, podemos perdonarlo y elegir nuevos modos de pensar, obrar y sentir más acordes con nuestro estado de conciencia actual. Con la capacidad de observar nuestros discursos internos y de aceptarnos totalmente en ese proceso, descubriremos que muchos pensamientos negativos se atraen los unos a los otros, como imanes creando matrices y patrones y que si los descartamos y elegimos no pensarlos y no

volverlos a pensar, con el tiempo, su fuerza y magnetismo se reducirán. Así, podremos tener cada día un poquito más de fuerza para ir introduciendo nuevos pensamientos y emociones más acordes con quien somos y con quien deseamos ser y esto nos irá dando más y más energía, más y más fuerza y determinación para seguir este proceso de transformación. También descubriremos el poder de la actitud, y cultivando la actitud correcta, no tendremos que preocuparnos mucho de los pensamientos que surjan en nuestra mente, porque esa actitud ya definirá en positivo el tipo de pensamientos dominantes que surcarán nuestras mentes. Detrás de la actitud, descubriremos igualmente, las creencias de quien somos, y ahí estará la clave para nosotros, pues descubriendo la creencia original de quien creemos ser, y redefiniéndola de un modo positivo, podremos por fin tocar a esa esquiva Diosa Autoestima. No es competencia de este artículo definir quienes sois, pero basta un pequeño ejemplo para comprender la importancia de esta respuesta. ¿Creéis que sois un saco de huesos, ignorante y mediocre sin ninguna otra opción más que ser un borrego sobreviviendo en una cultura de masas? O por el contrario ¿creeis que sois un espíritu lleno de fuerza, vitalidad, inteligencia, inspiración, capacidades ilimitadas para definir y construir positivamente vuestra vida? Ambas creencias nos conducen a metas y posibilidades muy diferentes. Cuando estamos contaminados por pensamientos y creencias negativas de quien creemos ser, nos resulta muy difícil aceptar que sea posible dar un giro de 360 grados en nuestro nivel de autoestima y amor a uno mismo. Sin embargo, todas aquellas personas que lo han logrado os dirán que es necesario dar un primer paso, y luego otro y luego otro y pronto, sin darte cuenta siquiera, estarás caminando en la luz del amor a ti mismo y todo tu sistema se habrá reconectado a un nuevo circuito de amor y aceptación haciendo muy dificil que vuelvas a caer en los viejos patrones limitantes. !Hay que realizar un pequeño esfuerzo pero bien merece la pena! Quizás sea la decisión más importante de tu vida: ¿Caminas hacia la luz, la vida y el amor o caminas hacia la muerte, la destrucción y el odio? En esa decisión que tomes estará la poderosa fuerza de tu Intención. No sabes ni cómo, ni cuando pero sabes que has tomado una decisión. La autoestima nos conduce así al amor a uno mismo y éste es el secreto mejor guardado por todas las tradiciones, la llave que nos abrirá todas las puertas...pero eso, es otra historia... © Bárbara Meneses Montgomery, (2009)

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