La bolsa de cuero Por: Carlos Rolong de la Cruz. Tomé entonces la bolsa de cuero que había hecho de piel de corazón, le ajusté el lazo y cerré bien su boca. Intentando pirograbarla pensé una o dos veces si la marca sería apropiada y si el ardor incandescente del bronce podría provocar la emanación de aquel olor a cuero tostado, o ese humo incomodo que se te mete a los ojos alterando la delicada estabilidad del lagrimal. Todo por marcarla como mia. Quien tiene experiencia en vender la carne y despachar en las tiendas, adquiere la habilidad de incorporar un peso sin agujas ni circuitos en la muñeca; tomé la bolsa y la puse sobre la palma de mi mano, me percaté de inmediato que algo había pasado, algo había fallado, alguien había sustraído del contenido. Pero al instante me veía en una disyuntiva, por un lado, la curiosidad de cuantas piezas quedaban realmente dentro y por otro lado el temor de desatar el lazo que con tanto esmero me propuse anudar. Habían pasado los años y el cuero se resecaba cada día, pero la bolsa tenia voluntad propia, me traicionó y comenzó a nutrirse de las ilusiones de la vida, atrayendo mas y mas interesados con su esplendor. Mentía cuando la miraba fijamente y me daba alientos cuando pensaba en su contenido, un contenido fallo; pues eso si lo tenia claro, ya no estaban ahí las 88 piezas del inicio. Tan solo eran 19 abriles los que habían transcurrido y aquella bolsa comenzaba a balbucear frases, quería gritar eufórica por haber hallado un pálpito similar, ese que cuentan las leyendas que se produce en el silencio, cuando se mira fijamente a los ojos, que para la ciencia es una conexión cardiaca, para la poesía un ángel fugaz y para algunas creencias los cuerpos moleculares. En fin, todo igual pero dicho de diferentes maneras, todo igual apuntando a un oscuro vacío embrumado, que recuerda los días en el que el sol brilla fuertemente después de una mañana opaca. Que resistente es el cuero, no por nada es uno de los materiales mas codiciados, que resistente es. Como cinto de lomos de Juan el Bautista, ropa predilecta de tan iluminado esenio y como calzado del caminante nazir, amor y la pasión del hombre perfecto. Fueron vituperados y anduvieron de aquí para allá, en las cuevas y las cavernas de la tierra. Pero, aun así, se demostró la fuerza de sus espaldas, aun así, después de tanto se recuerda su honor y gloria. Después de haber sido entregada, o mas bien regalada por mi en un arranque de emociones, la bolsa había cambiado su parecer, su color curtido y craquelado daba muestras de su situación. A lo lejos la veía, en manos de aquella persona, pero solo me detenía pánfilamente a reflexionar, y me decía a mí mismo: encontró un mejor hogar. Sin importar que con mis manos la hice, tomando del material que me proporcionó la naturaleza, que a su vez es reflejo de una divinidad inmemorable para todo viviente. Las emociones saltaron, protestaron y otras callaron. Encaminándome en una corta investigación, me fijé que no hay emociones ni buenas ni malas, solo son como el slogan de las
brujas, “de que las hay las hay”. La rabia fue mi verdugo y la alegría un analgésico temporal. Aunque en medio de la reflexión del loto y del silencio que te conecta con Dios, comprendí que era tiempo de rescatar mi bolsa y revisar las piezas de su contenido. Como el caballo de Troya me armé de corazas y como médico de Pico de Roma perdí el miedo por la peste. Arremetí a la prisión de Gorgona, de la que algún día fui un distinguido huésped, y con audacia y paciencia encontré la bolsa de cuero, al lado de muchos ganchos para pelo; aun recuerdo un tocador con espejo, lleno de maquillajes y hermosas plumas de pavo real, las cuales sin compasión solo buscaban egoístamente ser admiradas. Como lagartijo me escurrí y poseí la bolsa, con prisa hui del lugar de las serpientes, la isla de las damas míticas. En el camino de escape encontré piezas esparcidas, y con angustia las recogí, aun con sudor y tierra en mis dedos. Aquí tengo mi bolsa, que satisfacción sentirla, puedo tocarla y abrirla por fin, sin disyuntiva, sin miedos. De las 88 piezas solo habían 74 y en mi precaria matemática recuerdo haber recogido 11 piezas más, para un total de 85. Solo espero que esta amiga de cuero por lustrar no pretenda traicionarme otra vez y si lo hace, tendré que compartirla sin tener que regalarla. Tendré que valorar las 85 piezas que quedaron.